LAS RAÍCES DEL PEÑERO
Poetas de Rincón de Tamayo
(SEGUNDA PARTE)
Pueblo
tan arrinconado en las faldas de los cerros: El Pelón, Picacho, Tres Peñas, Los
Huesos y por si fuera poco las Barrancas de las Ánimas y del Beato. Hablar de
Rincón de Tamayo es respirar a mi pueblo, añorar la nostalgia, mirar sus cerros
verdes y sus cuevas. Un lugar donde el tiempo se ha detenido porque la gente
guarda sus tradiciones, la belleza y nobleza de sus corazones. Un pueblo donde
las fiestas religiosas predominan, endulzadas con sus tradicionales
charamuscas. La historia pasa de generación en generación en esas tardes
frescas en la puerta de las casas con niños y sus familias. Los abuelos guardan
una fortuna en sus memorias y la regalan con humildad.
“La
Antigua Pirámide Olvidada” que Pascual Juárez decía en sus versos: “Rincón de
Tamayo no era la tierra de Moisés ni la tierra prometida, pero tenía más que
eso. Aquí se cautivaba la luz, se filtraba el verso y sus aguas perfumaban las
entrañas de la tierra. Aquí donde seguimos reclamando la dignidad de nuestra
sangre y el color oxidado que tiene nuestra raza.” Una maravillosa forma de ver
las cosas que sólo un poeta humano y enamorado de la tierra puede describir.
También
Sarita Montoya Patiño nació aquí, en estas tierras tamayenses y es poeta que le
habla al mundo y a la vida en sus excelsas letras.
Hablar
de Rincón de Tamayo es hablar también de Martín Campa; de “Lugar de Polvo”, “El
Peñero”, “Arroyo del varal”. Es hablar de sus antepasados, dejando una
maravillosa constelación en versos e historia. Martín tiene su piel en los
cerros y la memoria en sus piedras: “Lugar de polvo luminoso, entre la ramazón
de la llovizna, donde vuelan las parvadas al viento. Rincón de cerros celosos
adonde un día llegó el indígena otomí, como dios de barro, a modelar todas las
flores”. Rincón de Tamayo, un lugar de humildes reyes que guardan un invaluable
tesoro.
Rosaura
Tamayo Ochoa
* Rosaura Tamayo Ochoa es una artista celayense muy
completa. Acuarelista con muchos años de trayectoria, ha participado en más de 80
exposiciones individuales y colectivas. Como poeta y escritora de narrativa
breve ha sido publicada en más de 30 antologías en México y el extranjero. Es
parte del Taller Literario Diezmo de Palabras.
LA
ANTIGUA PIRÁMIDE OLVIDADA
Pascual
Juárez Galván (+)
Tamayo
no es la tierra prometida.
No,
este pueblo no es la tierra prometida.
Es
un rincón de la llanura transparente del bajío,
aquí
es el cautiverio de la luz,
donde
los hombres cosechamos uva, cosechamos maíz,
naranjas,
romeros y espigas amarillas de oro
en
los campos de mayo, allá cuando madura el trigo.
Tamayo
no es la tierra de Moisés
y de
sus rocas se filtran los veneros
de
inusitadas aguas cristalinas, que bajan y se tienden
a
perfumar la entraña de esta tierra,
de
esta tierra tan cerca del trabajo
y
tan cerca de la Patria.
Nuestros
montes no son montes con ríos,
pero
en mayo o en junio, nuestros montes
se
vuelven alfareros y se hacen alforjas de agua,
y
con polvo de roca nuestras montañas inventan aguaceros
y
aparece la hierba y aparecen las flores de olivo
y
huele a campo verde.
Se
escuchan mugidos de ganado
y
aparece el paisaje de los lirios.
Tamayo
no es Egipto.
No,
aquí no conocemos a la estirpe de Jacob.
Este
pueblo es la antigua pirámide olvidada,
construida
por viejos faraones
para
tocar el sol cada mañana.
Aquí
están suspendidas las estrellas.
Aquí
duerme la luna en la penumbra quieta
de
los tejados medievales.
Aquí
se detienen los crepúsculos
a
contemplar los rebaños y las flores
entre
aromas de piso, entre aroma de pan
y
pláticas bucólicas de viejos labradores.
Tamayo
no es tierra de profetas;
por
esta tierra jamás pasó David.
En
este pueblo nunca vivió Daniel.
Este
pueblo es la casa divina del poeta
a
donde llega Cristo los jueves de pasión,
y lo
detienen unos judíos y sayones inventados
y,
sin saber por qué, permanece cautivo
toda
la noche entera, y una revuelta de escribas
y
guardias pretorianos lo acusan sin vergüenza,
y a
las tres de la tarde lo crucifican cada viernes santo.
Nosotros
no vivimos en la tierra prometida;
no
conocimos a Josué y sin embargo somos alfareros
que
hacemos miel de piedra.
Sí,
aquí los alfareros hacemos miel de piedra,
hacemos
miel de humo, de alcayata y de leña.
Tamayo
no es la Alcarria.
Por
aquí no ha pasado Don Quijote…
Sólo
han pasado los peregrinos de la gran Aztlán
cuando
iban conducidos por una enorme águila.
Nosotros
no sabemos de guardias alabarderos,
que
custodiaron los palacios de la antigua España.
Nosotros
llevamos la casta perdurable
de
nuestros dioses olvidados en su recuerdo.
Seguimos
reclamando la dignidad de nuestra sangre,
y el
color oxidado que tiene nuestra raza.
Caminante
de América, tú te puedes llevar el péndulo
del
viento que acaricia este valle
y
arrulla mis cañadas.
Puedes
llevarte el canto de mis aves,
mis
paisajes de trébol y los acantilados
que
tienen mis montañas,
pero
nunca me robes éstas mis alegrías
ni
la cárcel del sol ni el cesto musulmán
que
tienen estas cúpulas
que
a lo lejos parecen calandrias amarillas.
FINAL
Sarita
Montoya
Cuando
llegue al final de mi existencia
deseo
llegar a verte Jesús mío,
que
me envuelva el amor de tu clemencia…
que
perdones mi deuda… y mi desvío.
Yo
que voy caminando por la vida
sin
dolerme tus llagas… ni tu cruz,
sin
sentir del dolor de tu honda herida
ni
de ver de tus ojos… esa luz.
Yo
que he sido mezquina e indiferente,
que
te niego el perfume de una flor,
que
no me inclina la realeza de tu frente
ni
conozco de las huellas de tu amor.
Yo
que soy de esas almas incoloras
que
no toman en cuenta al rubio sol,
que
no saben del fulgor de tus auroras
que
al mundo han incendiado en su arrebol.
Que
no sé de tus cauces de ternura,
de
tus manos de tibia suavidad,
que
no he probado la miel de tu dulzura
ni
me ha cegado tu hermosa claridad.
Que
deshojo los rosales de mi huerto
a
los pies de cualquier embajador,
que
me niego a embalsamar tu cuerpo muerto
que
todos los días va matando mi rencor.
Que
sembré las semillas de los trigos
en
las tierras cubiertas de maleza,
que
olvidé tu convite a los amigos…
y no
supe llegarme hasta tu mesa.
Que
cien veces me diste la aldabada
perdonando
la torpeza de mi olvido,
que
no quise volverme a tu mirada…
y me
hice sorda al clamor de tu gemido.
Y tú
estabas ofreciéndome tu brazo
y
esperando a que yo me decidiera,
no
importando lo tardo de mi paso…
y
deseando que al fin yo te siguiera.
Y
dejé que te fueras aquel día
que
tu voz me llamaba dulcemente…
¿Cómo
puedes perdonar mi cobardía
si
te hirió mi rechazo tan cruelmente?
Si
no quise de tus aguas cristalinas
ni
de tu ánfora divina de ambrosía,
si
tuve miedo del dolor de tus espinas
si
de nuevo me hablaras… ¿qué diría?
Ahora,
como entonces, el rechazo;
ahora,
como ayer, ¿me negaría?
¿No
pondrías tu brazo, con mi brazo?
Tu
amante corazón… ¿aún me querría?
Ay,
de mí, que una vez tú te marchaste
dejándome
en aquella encrucijada,
¿acaso
en ese tiempo, disculpaste
la
infinita miseria de mi nada?
Perdona
mi obstinada indiferencia,
suplicante
te lo pido, oh Jesús mío,
que
me envuelva el amor de tu clemencia,
que
se borre mi osado desvarío.
Que
me venza la ternura de tus ojos
y
sea cual vino nuevo de tu huerto,
que
me hieras los pies con tus abrojos
por
las veces que olvidé que estabas muerto.
Que
me sangren las manos como herida
y
que pueda tocar tu pecho casto
y
sea bueno lo poco que en mi vida
hoy
te pueda ofrecer como holocausto.
No
importando que me des el latigazo
si a
tu enojo, sobrepasase tu amor,
y me
dejas descansar en tu regazo…
perdonando
el agravio, mi Señor.
LUGAR
DE POLVO
Martín
Campa Martínez
UNO
Rincón
de Tamayo, pueblo luminoso
entre
la ramazón de la llovizna.
Monte
donde la tarde olvida su maravilloso acento.
Sitio
donde el arroyo crece a la orilla de las penas
y
con su mágico canto regocija las húmedas venas del baldío.
Inmensa
roca: caparazón de tortuga,
donde
seres lumínicos cazan saltamontes
para
ataviarse con lo verde de esa carne.
Brazo
de elote donde los arrieros mitigan la sed de su pobreza
con
amargos cactus curativos.
Camino
donde vuelan las parvadas al viento
mientras
la tristeza recorre el mezquital.
Rincón
de cerros celosos
adonde
un día llegó el indígena otomí,
como
dios de barro, a modelar todas las flores.
DOS
Esta
es la parcela que nos vio nacer.
La
que nos cobijó con sus girasoles sin esperar nada a cambio.
Esta
es la piedra angular que ha visto crecer nuestras historias.
La
que reinventó sus vertebras
y
las transformó en interminable llamarada
para
poder curar nuestras penas.
Esta
es la raíz sempiterna del progreso.
La
arteria aromática por la que corre el mundo
hasta
la dulce inmensidad del pozo.
La
hojarasca donde nos volvemos artesanos
para
moldear los temporales
que
vendrán a mojar las fértiles parcelas
donde
pronto crecerán las espigas de la tarde.
TRES
Huizachal
en reposo.
Colibrí
que con su pico ilumina la tarde.
Cerro
de agua y pedernales.
Tierra
oscura germinando bajo el inmenso sol de junio.
Flor
que guarda entre sus pétalos
el
húmedo nombre de las ánimas.
Palabra
con sabor a tuna, ciruelilla o pulque.
Lugar
de neblina, grillos y carrizos.
Monasterio
de víboras y magueyes.
Vientre
de corteza amarga de donde brotan los tlacuaches.
Madre
de los que arrean al viento
y
endulzan su faena con un canto de cenzontle.
Lugar
de polvo callado,
pájaros
en parvadas de sol
y
olor sabroso de aguacero.
Llano
que olvida el color de su tragedia
para
despedir los pasos de esos hombres
que
se marchan a buscar nuevos atardeceres.
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EL
PEÑERO
Martín
Campa Martínez
Por
este camino donde el escorpión duerme
se
ve adelante El Peñero:
sitio
de mezquites
y nopales
que las doncellas comen
para
conservar los sueños;
carne
verde y sustanciosa,
remedio
para los de alma seca.
Por
este sendero los carretones avanzan
y
las víboras huyen
escondiéndose
de los hombres.
Avanzan
llenos de gente blanca
y
objetos extraños,
conducidos
por seres que los hacen correr más rápido
que
un hechizo de chamán.
Se
detienen,
el
viento esparce la avaricia de los frailes,
alguien
grita que adelante están los tajos,
una
doncella asombrada: María Isabel Tamayo,
observa
el vuelo húmedo de un zenzontle,
y
los carretones, pesados, siguen su camino.
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ARROYO
DEL VARAL
Martín
Campa Martínez
Crece
el agua
sobre
los labios entreabiertos del peñasco.
Murmullo
de zenzontles
que
humedece la sed de las personas.
Flor
con sonidos nuevos,
órgano
en el corazón de la barranca,
entre
el sabino en donde todavía duermen los dioses
y el
frágil tallo
donde
pone sus ángeles la tarde.
Canto
sobre la orilla de tu piel
porque
tú y yo nacimos en el mismo cántaro.
Danzo
por ti
y
por la transparente lengua del laurel.
Esparzo
mi alegría porque quiero
que
conserves tu nombre
y tu
pupila fértil.
Ya
la noche se agita entre tus brazos;
soñé
que padecías de mal tiempo,
que
te rompían los brazos
y
echaban basura en tus raíces,
y te
mordían las venas y los dedos
y
que, de pronto,
la
sequía se desbordaba a fustigarnos.