POR EL OJO DE LA CERRADURA
“Con religiosidad esperaba yo todos los días la hora
apetecible y tierna en que sonaría la voz grave de mi tía avisándome que era el
momento de pasar a la recámara e instalarme a las puertas de ese paraíso que me
ofrecía, por el ojo de la cerradura, la visión insospechada de la felicidad”.
Alejandro Aura,
Los baños de Celeste.
“Imagínense
que quieren saber lo que pasa en el interior de una recámara o habitación y
solo hay un pequeño espacio por la cerradura de la puerta para observar”...
Con
estas palabras nuestra compañera Diana Alejandra Aboytes invitó a los
talleristas del Diezmo de palabras a crear un pequeño texto en un tiempo
límite.
Aquí
puedes leer el resultado, con una presentación de Arturo Grimaldo.
La
palabra Voyeur, en francés, deriva del verbo voir (ver) con el sufijo de agente
-eur y significa “ El que ve”. De ella procede el castellano Voyeurista o
voyerista, que literalmente significa “mirón” u “observador”.
La
persona voyeurista suele observar la situación desde lejos, bien mirando por la
cerradura de una puerta, o por un resquicio, o utilizando medios técnicos como
un espejo, una cámara portátil con linterna pegada debajo de la mesa, etc. La
masturbación acompaña, a menudo, al acto voyeurista. Esta práctica se asocia
frecuentemente con la tendencia exhibicionista, esto es, disfrutar mostrándose,
más o menos abiertamente, semidesnudo o completamente desnudo y se diferencia
con la actividad sexual en cuanto que no cuenta con el conocimiento ni el
consentimiento de la persona observada.
La
presente selección de historias es el resultado de uno de tantos ejercicios de
escritura que se realizan en el Taller Literario Diezmo de Palabras.
A
una indicación concreta y la creatividad literaria se puso en práctica.
“imagínense
que quieren saber lo que pasa en el interior de una recámara o habitación y
sólo hay un pequeño espacio por la cerradura de la puerta para observar”...
Con
el placer de compartir con ustedes nuestra pasión por las letras, les
presentamos a este grupo de “Voyeuers”…
Vale.
FANTASMA
ROSA
Antonio
Leal
En
el laberinto de penumbras
Donde
descansan los placeres
Nace
la fuente de la sed,
que
alimenta las flores
la
tumba
horizonte
de las nadas
Las
cenizas son cenizas y humo
Son
nada y nada son
Sin
la pregunta
¿Para
qué me dieron llave
si
no me dieron cerradura?
LA
CERRADURA INDISCRETA
Arturo
Grimaldo
Don
Felipe del Valle, rico hacendado del Bajío, tenía entre muchas aficiones −por
cierto, nada dignas de ser contadas−, la de mirar lo que acontecía en el
interior de las habitaciones de la servidumbre.
Aquella
noche, se acercó sigilosamente y miró por la cerradura a Florencia, la más
joven de las recamareras. Ésta, sin imaginar que alguien la observaba, se quitó
lentamente el uniforme de trabajo. Se daría un baño de agua caliente en la
enorme tina de madera, que unos días antes el patrón le había regalado. Todo su
cuerpo quedó al descubierto e iluminado por la luz de una linterna, se podía
apreciar perfectamente el contorno de su cuerpo.
Se
inclinó para tocar el agua y sus caderas mostraron toda su belleza. Humedeció
sus oídos y frotó sus pechos, para evitar un resfriado.
Don
Felipe no perdía detalle de la escena. Se enderezó un poco para sacar de su
bolsillo un pañuelo y limpiar las gruesas gotas de sudor que ya rodaban por su
frente. Jamás se imaginó ver un cuerpo tan bien delineado, bajo un ropaje de
labores.
Terminado
el baño, la joven salió de la tina con la misma lentitud con la que había
entrado, como invitando a contemplar su belleza. Se dirigió hasta un armario
que tenía las puertas abiertas e hizo señas al amante oculto para que saliera
de su escondite.
Del
interior, totalmente desnudo, salió Simón, el hijo menor de Don Felipe, quien
dócil y temeroso se dejó conducir hasta la recámara.
El
rostro de incredulidad del hacendado buscaba una explicación lógica, pero no
encontró respuesta. Incapaz de contemplar aquella escena de amor correspondido,
entre iguales, encaminó sus pasos a en dirección a la recámara de su mujer.
La
noche de luna invitaba a amar, aunque estaba consciente que entre ellos, la
pasión… ya había muerto.
PSEUDOPERSONALIDAD
Patricia
Ruiz Hernández
A
través de una cerradura observé a mi vecino. Era un señor que se distinguía por
su amabilidad. En la convivencia diaria mostraba buena dosis de urbanidad.
Destacaba en las juntas de colonos por realizar propuestas asertivas y
enfocadas al bien común. Por supuesto cooperaba con las tareas asignadas. No obstante,
lo que vi por la mirilla me llenó de sorpresa. Ante mi ojo, el hombre se transformó en un ser de
naturaleza maligna. Entre insultos y
gritos golpeó a su esposa y a su hijo, hasta pateó al perro que dormía
plácidamente. Cuando su familia salió de
mi campo de visión, el hombre comenzó a lanzar dardos a una foto colocada en la
pared. Más tarde deduje que se trataba de su jefe. Entre maldiciones arrojaba los proyectiles
mientras decía: “Hijo de… aquí tienes tus malditos informes. ¡Malnacido! Por tu culpa me quedé a trabajar
hasta muy tarde. ¡Mira cómo me río de tus estúpidos chistes! Dices puras
idioteces. ¿Y el aumento de sueldo que prometiste? ” Así continuó con una cólera que no menguaba.
De pronto, su cuerpo se transformó en un ente amorfo del cual emanaba una
energía negruzca desconocida.
Sobreponiéndome al espanto, permanecí como mudo testigo de tal
metamorfosis. Al cabo de un tiempo transmutó gradualmente para volver a ser el señor afable y tierno
que todos conocíamos.
UN
OJO ME OBSERVA
Vero
Salazar G.
Tenía
dudas, siempre las tuve. ¿Qué será lo que hay detrás de la puerta, de la
habitación donde la tía Lucía no me deja entrar?
Así
que estas vacaciones me las voy a ingeniar para observar por la cerradura, lo bueno que ya crecí varios centímetros y ya
la alcanzo. Así que decidida me encamino
al lugar, en lo que la tía regresa de sus compras. Con expectación me asomo por
la cerradura y me quedo estática al observar lo poco que se alcanza a ver. Es una habitación con iluminación tenue,
solo es la luz que se filtra entre las
cortinas rotas. Observo un ojo que me mira interrogante. Mi corazón
palpita acelerado. En eso llega mi tía,
quien, al tocarme el hombro, hace que salte hacia atrás impresionada y pálida por el susto al
recordar ese ojo que me veía fijamente.
Después de una reprimenda por desobedecer, la tía Lucía abre la puerta y
yo, expectante, contemplo al frente y veo un gran espejo donde mi imagen se
refleja.
LA
MIRADA EN EL OJO DE LA CERRADURA
Diana
Alejandra Aboytes
De
pronto escuché los sonidos del amor cuando se hace. Esa cosquilleante sensación
que provoca la imaginaria, es lo que yo experimenté al saberme ante esa puerta
cerrada… palpé la madera de la que estaba hecha, mis dedos sintieron la
hendidura donde se introduce la llave.
El
ojo de la cerradura parecía coquetear con mi curiosidad. Incliné la cabeza.
Intenté mirar.
Sin
embargo, recordé que soy ciega.
ESPIANDO
A UNA BAILARINA CLANDESTINA
Gilda
García
Isaac
caminaba lentamente a través de ese parque lleno de hojas amarillentas, la
tarde se iba como el agua entre los dedos. Los minutos uno a uno se dejaban llevar y ella no aparecía por
ninguna parte.
Quizá
era otra jornada sin suerte. Era el quinto día de espera. Ella siempre pasaba
por la calle Hidalgo a las siete de la tarde.
A lo
lejos esa impresionante silueta se acercó a paso veloz. Ella caminaba alegre y
grácil. Isaac la siguió por varias calles. La chica entró en una casa vieja de
paredes mohosas. Él se acercó a la puerta para curiosear que podría haber en el
interior, le hacía falta proveer de más material a sus pupilas.
Descubrió
que era un cuartucho destartalado y caótico. Ella dejó su bolsa de lado, puso
agua a hervir y encendió la radio. La música invadió el espacio poco a poco,
llenándola de notas apacibles. Él seguía espiando, nada podría alejarlo de ahí.
Ella
lentamente se dejó caer sobre la cama destendida de sábanas verdes. Isaac la
observó plácida y relajada, casi podía oler la fragancia de su cabellera
rojiza. De pronto, la mujer se levantó y
comenzó a desvestirse. Primero se deshizo de la falda negra, la cual, dejó caer
aumentando el número de prendas en el suelo. Luego se quitó la blusa delicada
de seda blanca. Dejó la piel blanca al descubierto. Tan sólo quedaban entre las
pupilas de de Isaac y el frágil cuerpo de la chica las prendas de ropa
interior.
Ella
comenzó a bailar sin saber que tenía público, sus movimientos genuinos lo
hechizaron por completo. Él no podía moverse, pues su voluntad estaba atada a
ella. La chica se detuvo. Procedía a quitarse las últimas prendas, cuando una
mano helada tocó el hombro del observador y con voz inquisidora le preguntó:
¿Qué haces aquí?
LA
PUERTA ES UNA LÍNEA SANGRIENTA
Julio
Edgar Méndez
Entre
muchos recuerdos borrosos
emerge
tan sólo una sombra
a
través del ojo de la cerradura.
La
misma de siempre, de nunca
la
risa sin risa, carcajada a destiempo
un
cuerpo pequeño, los ojos en alto.
Pies
diminutos con pocas historias
versos
cortados en ripios.
Avanzan
confusos los engranes de sus manecillas,
retroceden,
pierden la lógica, se engañan.
La puerta es una
línea sangrienta entre mi espacio y el suyo.
*Textos publicados en El Sol del Bajío. Celaya, Gto.
Sensacional, cada cual.
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