domingo, 4 de diciembre de 2016

POR EL OJO DE LA CERRADURA


POR EL OJO DE LA CERRADURA

“Con religiosidad esperaba yo todos los días la hora apetecible y tierna en que sonaría la voz grave de mi tía avisándome que era el momento de pasar a la recámara e instalarme a las puertas de ese paraíso que me ofrecía, por el ojo de la cerradura, la visión insospechada de la felicidad”.
Alejandro Aura, Los baños de Celeste.



“Imagínense que quieren saber lo que pasa en el interior de una recámara o habitación y solo hay un pequeño espacio por la cerradura de la puerta para observar”...
Con estas palabras nuestra compañera Diana Alejandra Aboytes invitó a los talleristas del Diezmo de palabras a crear un pequeño texto en un tiempo límite.
Aquí puedes leer el resultado, con una presentación de Arturo Grimaldo.

La palabra Voyeur, en francés, deriva del verbo voir (ver) con el sufijo de agente -eur y significa “ El que ve”. De ella procede el castellano Voyeurista o voyerista, que literalmente significa “mirón” u “observador”.
La persona voyeurista suele observar la situación desde lejos, bien mirando por la cerradura de una puerta, o por un resquicio, o utilizando medios técnicos como un espejo, una cámara portátil con linterna pegada debajo de la mesa, etc. La masturbación acompaña, a menudo, al acto voyeurista. Esta práctica se asocia frecuentemente con la tendencia exhibicionista, esto es, disfrutar mostrándose, más o menos abiertamente, semidesnudo o completamente desnudo y se diferencia con la actividad sexual en cuanto que no cuenta con el conocimiento ni el consentimiento de la persona observada.
La presente selección de historias es el resultado de uno de tantos ejercicios de escritura que se realizan en el Taller Literario Diezmo de Palabras.
A una indicación concreta y la creatividad literaria se puso en práctica.
“imagínense que quieren saber lo que pasa en el interior de una recámara o habitación y sólo hay un pequeño espacio por la cerradura de la puerta para observar”...
Con el placer de compartir con ustedes nuestra pasión por las letras, les presentamos a este grupo de “Voyeuers”…
Vale.


FANTASMA ROSA
Antonio Leal

En el laberinto de penumbras
Donde descansan los placeres
Nace la fuente de la sed,
que alimenta las flores
la tumba
horizonte de las nadas
Las cenizas son cenizas y humo
Son nada y nada son
Sin la pregunta
¿Para qué me dieron llave
si no me dieron cerradura?



LA CERRADURA INDISCRETA
Arturo Grimaldo

Don Felipe del Valle, rico hacendado del Bajío, tenía entre muchas aficiones −por cierto, nada dignas de ser contadas−, la de mirar lo que acontecía en el interior de las habitaciones de la servidumbre.
Aquella noche, se acercó sigilosamente y miró por la cerradura a Florencia, la más joven de las recamareras. Ésta, sin imaginar que alguien la observaba, se quitó lentamente el uniforme de trabajo. Se daría un baño de agua caliente en la enorme tina de madera, que unos días antes el patrón le había regalado. Todo su cuerpo quedó al descubierto e iluminado por la luz de una linterna, se podía apreciar perfectamente el contorno de su cuerpo.
Se inclinó para tocar el agua y sus caderas mostraron toda su belleza. Humedeció sus oídos y frotó sus pechos, para evitar un resfriado.
Don Felipe no perdía detalle de la escena. Se enderezó un poco para sacar de su bolsillo un pañuelo y limpiar las gruesas gotas de sudor que ya rodaban por su frente. Jamás se imaginó ver un cuerpo tan bien delineado, bajo un ropaje de labores.
Terminado el baño, la joven salió de la tina con la misma lentitud con la que había entrado, como invitando a contemplar su belleza. Se dirigió hasta un armario que tenía las puertas abiertas e hizo señas al amante oculto para que saliera de su escondite.
Del interior, totalmente desnudo, salió Simón, el hijo menor de Don Felipe, quien dócil y temeroso se dejó conducir hasta la recámara.
El rostro de incredulidad del hacendado buscaba una explicación lógica, pero no encontró respuesta. Incapaz de contemplar aquella escena de amor correspondido, entre iguales, encaminó sus pasos a en dirección a la recámara de su mujer.
La noche de luna invitaba a amar, aunque estaba consciente que entre ellos, la pasión… ya había muerto.


PSEUDOPERSONALIDAD
Patricia Ruiz Hernández

A través de una cerradura observé a mi vecino. Era un señor que se distinguía por su amabilidad. En la convivencia diaria mostraba buena dosis de urbanidad. Destacaba en las juntas de colonos por realizar propuestas asertivas y enfocadas al bien común. Por supuesto cooperaba con las tareas asignadas.  No obstante,  lo que vi por la mirilla me llenó de sorpresa. Ante mi ojo,  el hombre se transformó en un ser de naturaleza maligna.  Entre insultos y gritos golpeó a su esposa y a su hijo, hasta pateó al perro que dormía plácidamente.  Cuando su familia salió de mi campo de visión, el hombre comenzó a lanzar dardos a una foto colocada en la pared. Más tarde deduje que se trataba de su jefe.  Entre maldiciones arrojaba los proyectiles mientras decía: “Hijo de… aquí tienes tus malditos informes.  ¡Malnacido! Por tu culpa me quedé a trabajar hasta muy tarde. ¡Mira cómo me río de tus estúpidos chistes! Dices puras idioteces. ¿Y el aumento de sueldo que prometiste? ”  Así continuó con una cólera que no menguaba. De pronto, su cuerpo se transformó en un ente amorfo del cual emanaba una energía negruzca desconocida.  Sobreponiéndome al espanto, permanecí como mudo testigo de tal metamorfosis. Al cabo de un tiempo transmutó gradualmente  para volver a ser el señor afable y tierno que todos conocíamos.


UN OJO ME OBSERVA
Vero Salazar G.

Tenía dudas, siempre las tuve. ¿Qué será lo que hay detrás de la puerta, de la habitación donde la tía Lucía no me deja entrar?
Así que estas vacaciones me las voy a ingeniar para observar por la cerradura,  lo bueno que ya crecí varios centímetros y ya la alcanzo. Así que decidida me  encamino al lugar, en lo que la tía regresa de sus compras. Con expectación me asomo por la cerradura y me quedo estática al observar lo poco que se alcanza a  ver. Es una habitación con iluminación tenue, solo es la luz que se filtra entre las  cortinas rotas. Observo un ojo que me mira interrogante. Mi corazón palpita  acelerado. En eso llega mi tía, quien, al tocarme el hombro, hace que salte hacia  atrás impresionada y pálida por el susto al recordar ese ojo que me veía fijamente.  Después de una reprimenda por desobedecer, la tía Lucía abre la puerta y yo, expectante, contemplo al frente y veo un gran espejo donde mi imagen se refleja.


LA MIRADA EN EL OJO DE LA CERRADURA
Diana Alejandra Aboytes

De pronto escuché los sonidos del amor cuando se hace. Esa cosquilleante sensación que provoca la imaginaria, es lo que yo experimenté al saberme ante esa puerta cerrada… palpé la madera de la que estaba hecha, mis dedos sintieron la hendidura donde se introduce la llave.
El ojo de la cerradura parecía coquetear con mi curiosidad. Incliné la cabeza. Intenté mirar.
Sin embargo, recordé que soy ciega.


ESPIANDO A UNA BAILARINA CLANDESTINA
Gilda García

Isaac caminaba lentamente a través de ese parque lleno de hojas amarillentas, la tarde se iba como el agua entre los dedos. Los minutos uno a uno  se dejaban llevar y ella no aparecía por ninguna parte.
Quizá era otra jornada sin suerte. Era el quinto día de espera. Ella siempre pasaba por la calle Hidalgo a las siete de la tarde.
A lo lejos esa impresionante silueta se acercó a paso veloz. Ella caminaba alegre y grácil. Isaac la siguió por varias calles. La chica entró en una casa vieja de paredes mohosas. Él se acercó a la puerta para curiosear que podría haber en el interior, le hacía falta proveer de más material a sus pupilas.
Descubrió que era un cuartucho destartalado y caótico. Ella dejó su bolsa de lado, puso agua a hervir y encendió la radio. La música invadió el espacio poco a poco, llenándola de notas apacibles. Él seguía espiando, nada podría alejarlo de ahí.
Ella lentamente se dejó caer sobre la cama destendida de sábanas verdes. Isaac la observó plácida y relajada, casi podía oler la fragancia de su cabellera rojiza. De pronto, la mujer  se levantó y comenzó a desvestirse. Primero se deshizo de la falda negra, la cual, dejó caer aumentando el número de prendas en el suelo. Luego se quitó la blusa delicada de seda blanca. Dejó la piel blanca al descubierto. Tan sólo quedaban entre las pupilas de de Isaac y el frágil cuerpo de la chica las prendas de ropa interior.
Ella comenzó a bailar sin saber que tenía público, sus movimientos genuinos lo hechizaron por completo. Él no podía moverse, pues su voluntad estaba atada a ella. La chica se detuvo. Procedía a quitarse las últimas prendas, cuando una mano helada tocó el hombro del observador y con voz inquisidora le preguntó: ¿Qué haces aquí?


LA PUERTA ES UNA LÍNEA SANGRIENTA
Julio Edgar Méndez

Entre muchos recuerdos borrosos
emerge tan sólo una sombra
a través del ojo de la cerradura.
La misma de siempre, de nunca
la risa sin risa, carcajada a destiempo
un cuerpo pequeño, los ojos en alto.
Pies diminutos con pocas historias
versos cortados en ripios.
Avanzan confusos los engranes de sus manecillas,
retroceden, pierden la lógica, se engañan.
La puerta es una línea sangrienta entre mi espacio y el suyo.



*Textos publicados en El Sol del Bajío. Celaya, Gto.

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