lunes, 29 de octubre de 2012

Sol del Bajío, Domingo 28 de Octubre 2012

DIEZMO DE PALABRAS

NO ESTABAN MUERTOS, ANDABAN DE PARRANDA

“Conforme vayas repitiendo las palabras que yo diga, te irás quedando dormida. Sentirás como si tú misma te arrullaras. Y ya que te duermas nadie te despertará . . . Nunca volverás a despertar.”
Pedro Páramo,  Juan Rulfo.

La muerte llega siempre temprano. Nadie la espera, nadie la extraña. Pero en México es bienvenida, ya sea vestida a todo lujo, como Catrina, o desvestida hasta los huesos. Los muertos regresan una vez al año, las tumbas se adornan para recibir a los parientes difuntos, los vivos conviven con los muertos. Se arman las pachangas al estilo Posada, las calacas bailan y beben. Por todo el país se arman altares con calaveritas de azúcar, con panes, ataúdes, muñecos en forma de esqueletos, niños y grandes disfrutan de la tradición de honrar a nuestros muertos. Se visitan los panteones, hacen su agosto las florerías, sentimos que no estaban muertos sino que andaban de parranda. La muerte es socialista, agarra parejo ricos y pobres, no discrimina sanos o enfermos, le gustan los hombres y las mujeres, es promiscua, se tumba a varios de un jalón, visita en solitario y descaradamente en proyección nacional, es imposible hacerle trampa, a menos que seas el criminal más buscado y entonces te puedes morir pero sin que te mueras, al fin que la vida es el reality show más inverosímil de todos.
            Pedro Páramo se desmorona y Comala nos recuerda que es mejor no volver a ciertos lugares. “Al primer muerto nunca lo olvidamos, / aunque muera de rayo, tan aprisa / que no alcance la cama ni los óleos”. Octavio Paz lo dijo, pero la verdad es que sí los olvidamos. Una vez al año brindamos con lo que tengamos a la mano, les lloramos, las iglesias se llenan de arrepentimientos elevados en incienso, nadie quiere creer que ya es tarde. Los muertos no vuelven, somos nosotros quienes los alcanzamos.
Julio Edgar Méndez

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EL HOSPITAL DE LOS PODRIDOS
(Fragmento)
Herminio Martínez

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Una de mujer está bien suata. Imagínese si no: le platiqué a una comadre mía que a mi muchacho no se le pegaban las tablas de multiplicar y ella me aconsejó que le diera en ayunas un plato de resistol. Y así lo hice. Lo garrotié primero bien garrotiado para que no me dejara nada. Únicamente le puse tantita azúcar para que no le supiera tan feo, y lo seguí garrotiando hasta que lo vi lamer el fondo del plato. Pero también aquí están los resultados. Nada más se arqueó y me dijo: “¡Ay, mamá, me muero!”. Es el mayor de los cinco que Agustín y yo tenemos. Nadie más para ayudar al sostenimiento de la casa. Él ya sabe desquelitar la tierra y hasta arrear la yunta. Mi marido ahora no trabaja, porque dice que le debe a la vida tres meses de sueño y que le está pagando antes de que ésta le suba los intereses. Nada más se asoma al corral o entra a la cocina a ver qué encuentra de comer, para enseguida regresar a la cama a seguir pagando su deuda. Otro hijo, el que le sigue a éste, está también bien malo. Es una tos horrible, que allá, en el rancho de donde somos, conocemos como “la tos de fierro”, porque al oírla, parece que estuvieran apedreando una campana. Hay tiempos en que se le calma tantito y otros en que le pega tan fuerte, que el pobre se pone morado y arroja unas flemas verdes que ni los perros se tragan.
Acá nos trajo un lechero. ¡Ánimas benditas que pronto me den esperanzas!, porque el dinero de los guajolotes ya se acabó Y las señoritas de la oficina me dijeron que aquí no dan nada gratis. Que voy a tener qué pagar quién sabe cuántos miles. A uno de pobre nadie le presta, así sea un lazo para ahorcarse lo que ande uno pidiendo. Esa es otra apuración que traigo aquí clavada

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EL TALLER DE LITERATURA DE HORROR
Enrique R. Soriano Valencia

            El relato no gustó mucho a los integrantes del taller literario. Se vieron unos a otros cuando el autor finalizó de leerlo frente a los demás. Era decepcionante. Todos habían esperado un texto de terror, horror, misterio, macabro o fantasía con muertos vivientes y aparecidos. Pero, no. Ahí solo había un relato con un panteón de protagonista, unos muchachos que se habían aventurado a penetrarlo por la noche y la conclusión de que nada hay sobrenatural, que todo es producto de nuestros propios miedos e imaginación.
–Pues no está mal escrito… pero como que… pues, cómo decirlo. ¡A ver!, cuando se acerca el uno y dos de noviembre, nuestros lectores siempre esperan relatos que les haga temblar. Es lo propio de estos días –dijo el coordinador de ese taller literario, Julián–. Pero con esto se le quita todo el encanto, bueno, el macabro encanto, a fechas tan tradicionales en nuestra cultura. El Día de Muertos se fortalece cada que se escucha una idea original. Pero este relato, porque ni siquiera es un cuento, echa por tierra todo. Le quita el chiste a estos días.
–Es que a la gente debemos hacerle entender que los miedos vienen de dentro y no de fuera –se defendió el autor, Ricardo–. Lo muerto, muerto está y no puede provocar, producir o generar algún tipo de fenómeno. Es fundamental hacer consciencia en la gente. No existen las apariciones y es muy importante que la gente vaya desterrando esas ideas. La amenaza está en los vivos, en las manías, obsesiones, frustraciones, manías y todo tipo de desequilibrios mentales.
–Estoy de acuerdo contigo –intervino Hernando–. Pero este es un taller literario, envidiado e imitado por otros de la localidad. La fantasía creativa es nuestra principal aliada. Verne, el padre de la ciencia ficción, no tuvo verdaderamente que viajar al centro de la Tierra para describirla o viajar en el Nautilius para convencernos de los paisajes oceánicos y de las situaciones en las que involucra a sus personajes. Sus lecturas de ciencias, le permitió imaginar las situaciones. Usar la fantasía es imperativo en nuestra labor.
–Pues yo sí creo en los aparecidos y los seres de ultratumba –confesó Brisa–. Yo no sería capaz, como tus personajes, de ir al panteón de noche, por mucho aniversario y tradición que haya en Celaya.
–¡Ese es el punto, precisamente! –tomó la palabra de nuevo Ricardo–. Porque todavía subsisten esos pensamientos mágicos es que aún existen los miedos. Debemos combatir esas ideas con nuestro quehacer.
–Pues yo no sería capaz ni siquiera de venir a este lugar, si no estuvieran ustedes –comentó Cantos–. De esta vieja casona, que fue cárcel en otros tiempos, se cuentan que por la noche se oyen los gemidos de quienes aquí vivieron y murieron. Ruidos extraños se escuchan por las noches. Hay mucho sufrimiento en sus paredes como para que no suceda en absoluto algo.
–Me están dando la razón. Debemos cambiar esos pensamientos mágicos. Por eso a mis personajes los meto una noche de aniversario al panteón, a la hora que ya no hay gente, para que discutieran si las brujas existen o no. Es el lugar propicio y adecuado, porque así enfrentan sus miedos de forma racional, con argumentos. Y así descubren que la amenaza viene de los que viven, no de lo que está muerto.
–La idea no es mala– intervino Julián, queriendo conciliar–. Así los lectores se identifican con el ambiente macabro y entienden lo difícil que es poder comportarse racionalmente con tantas leyendas que hemos escuchado desde chicos de todos los rincones de Guanajuato. Por eso creo que en esas condiciones no podría imponerse la razón. Un panteón de noche impone, por muy racional que seas. Era más probable que terminaran desquiciados.
–Yo creo que sí es posible ser racional –insistió Ricardo–. Incluso les invito a que lo hagamos. Vayamos al panteón y en medio de ese lugar comprobemos que sí se puede hablar racionalmente del tema.
–¡Me niego! –de inmediato respondió Cantos.
–Yo tampoco iría –le siguió Brisa.
–Umberto Eco, en Confesiones de un joven novelista –argumentó Ricardo– dice que para escribir el Péndulo de Focault debió recorrer la calles de París, donde ubica a sus personajes. Lo mismo antes, Milán Kundera en Cómo escribir una novela da una recomendación similar. Así que los invito a que vayamos al panteón ahora, hoy mismo. Así, verdaderamente podrán hablar de terror o de espantos. Solo se puede describir lo que se siente.
–Pero no lo hizo Verne así– insistió Hernando.
–Pero si tenemos la posibilidad de comprobarlo y experimentarlo, mejor. Él todo lo concluyó teóricamente. Me parece que puedes describir con mayor detalle todo si lo vives, si lo experimentas, si lo sientes. Ahí está Vargas Llosa y la demanda de su exesposa por la Tía Julia.
Los integrantes del taller se miraron unos a otros. La invitación no solo era inusual, francamente, tenía visos de una absoluta locura.
–No es problema para entrar– continuó Ricardo. –Conozco al velador, es mi tío. Veámonos en una hora ahí, en la entrada. Yo los espero al fondo, en la parte más oscura. No lleven ni linternas, ni cosas que hagan perder lo macabro del momento. Seremos auténticos autores de lo macabro.
No fue difícil que los nóveles escritores terminaran por aceptar, después de que el coordinador del taller se sintiera atraído por la idea. El argumento de los afamados escritores había terminado por convencerle.
Una hora después todos estaban en la entrada del panteón. Uno por uno fue tragado sin resistencia por la oscuridad. Desaparecieron de la entrada y no volvieron a dejar más huella. Ni una palabra, ni un sonido se les escuchó. Entraron convencidos que encontrarían al fondo esos sentimientos que debían describir vívidamente en sus relatos.
Solo al guardia extrañó encontrar la puerta abierta. No recordaba si la había cerrado antes o no. La rutina no deja recuerdos…
Las dos semanas siguientes, los que habían dejado de ir a la última sesión se extrañaron de no ver abierta, como cada martes, esa sección de la vieja Casa de la Cultura, para trabajar el taller de literatura. Tampoco la publicación semanal hizo su aparición en los días programados.  Eso alegró al maestro Graciel Macías Gantes, coordinador de otro buen taller. Sus integrantes sentían gran regocijo, pues sus principales competidores ya no publicaban y se había incorporado con ellos un joven que prometía mucho… se llamaba Ricardo.

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domingo, 21 de octubre de 2012

Diezmo de Palabras, Sol del Bajío, Dom-21-0ct-2012

CUANDO EL MIEDO NOS ACECHA

El sueño de la razón produce monstruos.
Francisco de Goya.
En el año 2003, nuestro Maestro, Herminio Martínez, nos pidió que escribiéramos cuentos de terror y fantasía. El resultado fue impresionante. Al parecer el miedo es inherente al oficio de escribir. Miedo a hacerlo mal, miedo a no hacerlo. La Universidad de Guanajuato publicó estos cuentos en el libro El cuarto del escriba, historias de literatura fantástica, en el año 2004. Algunos de esos compañeros siguen escribiendo, a otros les hemos perdido la pista. Hoy, en esta sección, comenzaremos a publicar el resultado de una nueva convocatoria. Han pasado más de ocho años de aquella primera muestra de narrativa de terror, pero el miedo no ha cambiado. Sigue oculto detrás de las puertas, debajo de las camas, a la sombra de un poste sin luz, a través de los vidrios polarizados de un auto, en las alturas de un edificio, en la claustrofóbica sensación de encierro de un elevador, en la confusa profundidad de una alberca, en el papel en blanco de una nota de suicidio.
         Y Goya lo dijo en sus Pinturas negras, la razón produce monstruos. La razón como pensamiento, con lo lineal de la realidad misma o como ideología, argumento y análisis en un plano emocional. 
         Carlos Fuentes, en Inquieta compañía, abre las puertas de su razonamiento lúcido: «Quizá, como el vampiro, Dios es un ser nocturno y misterioso que no acaba de manifestarse o de entenderse a sí mismo y por eso nos necesita.»
         Herminio Martínez, en Tan oscura noche de tormenta, nos dice que  «cuando Dios exprimió el universo para formar la tierra, la primera palabra que pensó fue “pánico”, o sea ese conjunto de imágenes y metáforas –gratas o ingratas–, que como aparecen, se van. A todos nos gusta ser asustados estando en lugar seguro. Viejas como el miedo, y surgidas de la eterna noche, las historias de horror le dan al hombre una razón más para ser feliz en este mundo, porque la literatura, por muy sangrienta o terrorífica que sea, lo primero que le hace sentir es un inmenso gozo, provenga éste de los laberintos de la luz o de las cumbres peladas del insomnio. »
         Cuando los compañeros del taller Diezmo de Palabras comenzamos a escribir propuestas, las leímos y comentamos, como cada martes, en la oficina del Cronista de la ciudad de Celaya, en ese ambiente abovedado de más de 400 años de antigüedad, con el eco de nuestra voz sobre las gruesas paredes de piedra, en el silencio reverente del respeto, cada narración nos recordó el miedo que nos acecha. Nos recordó lo efímero de nuestra cordura.
         A media noche, cuando cierro las puertas de la Casa del Cronista y escucho los pequeños ruidos que cruzan de un lado a otro de mis recuerdos, me imagino que son todas esas letras errantes que no encontraron su lugar en algún texto. Que se quedan perdidas dentro de este recinto para seguir aguardando su turno de horrorizarnos al escribirse solas en nuestros cuadernos. O tal vez sea que pertenecen al mismo mundo de ese ser angustiado, con ojos malignos, que me mira detrás de mis lentes cada vez que me atrevo a asomarme al espejo.
Julio Edgar Méndez

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DEMONIOS INTERNOS
Diana Alejandra Aboytes

         La noche pesa y cae sobre los párpados de la oscuridad. Mi cuerpo se desvanece y yace sobre los lienzos sin matiz del sueño profundo. Seres deformes toman mi mano, llevándome a lugares inciertos. Voy con paso vacilante, todo es lúgubre y me atemoriza. De pronto, un ser, indefinido por la penumbra del entorno, parece querer hacerme presa de sus fauces obligándome a correr. Mis movimientos son torpes y mi respiración espesa.
¡Logra alcanzarme!... Al verlo, lo siguiente en acecharme es el pánico. Mi sangre mana caliente por las venas y el hormigueo es latente en toda piel. Es un negruzco animal enorme, con cara de toro y ojos de intenso color verde que se clavan sobre mis ojos. Me escabullo horrorizada sólo para caer en un abismo sin fondo.



RÉQUIEM PARA UN CORAZÓN MARCHITO
José Luz Rentería González.

         Una imagen surge difusa y como una saeta cruza el espacio. El recuerdo tiene coexistencia y cada latido es una herida. Las notas musicales se mezclan entre sí para producir la sinfonía del abismo: un adolescente de trece años, vestido de oscuridad, ve como se consume su alma aprisionada por las garras del can de la masturbación, que como una droga se ha vuelto un escape para huir de su realidad. En sus alucinaciones es perseguido por los cerdos de la pasión. Los cuales, al darle alcance, devoran sus ilusiones, dejando trozos de él esparcidos por el fango. Continuamente cae a la fosa de los instintos. Intentando avanzar en la oscuridad, siente una gran desesperación, al darse cuenta de que sus pies se mueven con lentitud. Extiende sus manos tratando de alcanzar el Edén. De pronto, el suelo desaparece y, en vertiginosa caída, desciende a las fauces de sus propios demonios.
         La alarma del teléfono celular me despertó de esta pesadilla que se repite cada noche. Dejando en mi cuerpo –astral- las marcas de dientes, el olor a corrupción y una sensación de vacío. Con un movimiento retiré las sábanas que cubrían mi cuerpo inerte. Me incorporé, aún con la somnolencia de la resaca. Las sombras me acariciaban invitándome a seguir durmiendo. En la mesita de junto, el celular seguía gritándome: “¡Levántate, levántate, levántate ya!”. Mis pies tocaron el piso de mi habitación. Entonces todo cambió. Escuché una voz. Giré la cabeza 180 grados para descubrir una forma esquelética. En sus cuencas se vislumbraban un par de abismos sin fondo. ¡Era la Parca!, de quien tanto había escuchado en las leyendas de mi pueblo.
-¡Vengo por ti! –dijo- pues has malgastado tu substancia en efímeros placeres. Por lo que verás la miel brillar al sol, pero al intentar tomarla se convertirá en ajenjo. Escucharás las risas y tu corazón se desbordará en sollozos. Querrás beber agua para calmar tu sed, pero se escapará de entre tus dedos. Y así permanecerás por una eternidad. Hasta que seas purificado en el crisol del sacro-oficio.
         Al escuchar aquellas palabras, un escalofrío se apoderó de mi alma. Entonces vi acercarse su mano huesuda. No pude reaccionar, me encontraba paralizado. Su mano izquierda tocó mi vientre y sentí una descarga eléctrica. Quise moverme al apreciar aquella sensación en mi cuerpo. ¡Gritar!, pero de mi boca solo surgió un leve mugido. Entonces desperté. Percibí mi corazón corriendo desesperadamente por la senda de la desconfianza -huyendo del instinto con careta de sospecha y cuerpo de un toro negro, cuyos ojos despedían furia, mientras el azufre escapaba de sus fosas nasales. Lo vi caer en un nido de arañas donde se alojó su espanto. Sus movimientos eran como de hélices tratando de liberarse de aquellas ataduras. El nido se empezó a llenar de agua sucia y en el líquido nadaban escorpiones que intentaban asirse a él. La corriente lo arrastró y lo condujo a un pantano, donde un enorme lagartijo lamía su esencia antes de devorarlo. Dentro de las entrañas del animal reinaba la oscuridad de la soberbia. Vi a los perros del karma rodearlo, tratando de morder sus aspiraciones. Tenían la orden de detenerlo a toda costa. Entonces, en el cenit de la constelación de Acuario, la luna asomó su rostro a través del ventanal de la noche, y con mirada maternal, le obsequió una sonrisa, la cual disipó su temor. Pero ella se vistió de luto, dejándolo a merced de los tiranos. Que, sin misericordia, seguían enviando a sus verdugos, para que terminaran de decapitar a mi corazón.

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LA TACONEADORA DEL BARRIO DE SAN ANTONIO
Carlos Javier Aguirre

         Era muy  tarde y las lámparas arrojaban sobre aquel lugar una luz tenue, brumosa. El barrio estaba silencioso, vacío. Las  aceras, en sombra. Por la calle había un grupo de jóvenes. Entre ellos estaba Jesús, quien hacía gala de sus dotes de seductor con las mujeres. Platicaba que se debe desconfiar de la mujer sugerente cuyo corazón es una serpiente y sus vestidos son anzuelos para atraer al hombre. Apenas terminó de decir esto, cuando a lo lejos se escuchó el taconeo rítmico de unas zapatillas de mujer. Se quedaron inmóviles. El taconeo se acercó hasta el grupo de amigos. Una mujer de formas sugerentes pasó junto a ellos. Todos se bajaron de la banqueta, menos Jesús, quien quiso demostrar su galanura. La mujer lo tomó de la solapa y lo condujo hasta el paso a desnivel de Insurgentes. Los amigos los siguieron, admirados de la situación. Pero al salir a la luz de los postes del puente, el joven se dio cuenta que quien creía una mujer, no tenía zapatillas, sino el puro hueso calcáneo del talón. Corrió a esconderse entre sus amigos al ver que aquello no era de este mundo. Jesús pensó que había llegado a las puertas de la muerte, cuando vio, mientras el abismo rugía, que aquella cosa entraba en el panteón municipal.

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ENTRE LIRIOS CON ALAS
Berenice Patiño
A doña Julia

Bajo la tierra se encuentra mi madre
amortajada entre lirios con alas,
yace en un hueco oscuro,
una caja la protege de la lluvia,
pero no de los insectos,
en su muerte algunos encontraron la vida.
Caminan entre las desgarradas ropas
cientos de hormigas que sin quererlo
arrastran parte de mis recuerdos
a un lejano destierro.
Hace un año enterré a la nana,
en un aliento dejó escapar las décadas
que después de un tiempo, le estorbaban,
abrió tanto los ojos que pude observar
a través de ellos el mundo,
en ese instante el calor se esfumó.
Sus manos cadavéricas anunciaron el encuentro,
escapó de los sinsabores de esta vida
corrió hacia el sepulcro dejando a su paso
un hilo de nostalgia,
cinco lágrimas en la almohada
y un estambre infinito en mis manos.
En el otoño perdí la memoria
no recuerdo más vida que ésta que no tengo,
bajo la tierra se esconde un rumor a muerte
a putrefacción y rencor
se escuchan las lágrimas de la humanidad,
los sollozos de aquellos que no nacieron,
en la penumbra el humo del cigarro es pesado
y los labios descomponen palabras.
Ceniza volcánica en mis uñas
en la tumba la cordura se derrama
los gritos se apagan a las seis de la tarde
cuando todo queda vacío,
cuando el recuerdo de los difuntos
desaparece en el mundo de los que aún agonizan.
Un esqueleto aniquila la tranquilidad
arrebata de mis pasos el sueño
y la neblina vomita los miedos.
persigo las huellas del cadáver,
invento sonidos con letras
y escribo historias para olvidar
que desde aquel día de agosto
una lápida nos cubre de azul.

domingo, 14 de octubre de 2012

DIEZMO DE PALABRAS DOMINGO 14-OCT-2012

DESDE LA VENTANA DE PIEDRA

Y así, en virtud del gusto con que enseñas
el mío a hacer su ley de tu contento,
aquestas son de México las señas.

Bañada de un templado y fresco viento,
donde nadie creyó que hubiese mundo
goza florido y regalado asiento.

...No tiene tanto número de estrellas
el cielo, como flores su guirnalda,
ni más virtudes hay en él que en ellas.

Fragmento de Grandeza Mexicana, por Bernardo de Balbuena

Yei cuetzpalin matlactli omey tecpatl
3 lagartija 13 pedernal - 12 de octubre de 1492

            Las piedras hablan, las piedras cantan, las piedras saben. El mundo es una piedra redonda a fuerza de girar por el universo. Somos piedras. Tenemos en la sangre la historia de nuestra tierra. Somos espejo de obsidiana, pluma de quetzal, máscara de jade, pectoral de oro. Somos tierra y agua, serpiente emplumada, ombligo de sol y luna, somos mexicanos.
            Desde 1492 hasta hoy, han pasado muchos días. Pero no han pasado todos. Todavía tenemos un rostro, aunque “nada es para siempre en la tierra, sólo un tiempo aquí”, dijo Nezahualcóyotl.
            Han pasado muchos días, pero no todos. Nuestro universo se colapsó por un instante, nos fundimos o nos fundieron, pero salimos acrisolados, dorados de la piel, dorados del corazón. Los mexicanos y los españoles comenzamos a caminar sobre las mismas piedras, las huellas de nuestros pies acaso se confundieron, acaso no. México se cubrió de nuevos vocablos, nuevos olores, otras costumbres. La piel se nos tiñó de blanco y bronce, miramos con ojos de agua, ojos oscuros, ojos de sorpresa. No volvería a encenderse un xiuhmopilli debajo de las Pléyades, ahora le llamarían fuego nuevo. Nacieron nuevas ciudades sobre las ruinas de nuestra tristeza. Nació el otro México, el de fausto y vergüenza, el de abismos sin puentes que no fueran monedas y nombres. Nacimos a la historia moderna.
            En otro 12 de octubre de un nuevo calendario, año de 1572,  sobre este nuestro poblado indígena llamado Nat-tha-hi, justo debajo de la sombra del mezquite, varios españoles de las Villas de Apaseo y Acámbaro  se instalaron para surtir a los viajeros. Estos primeros españoles llamaban a la comarca el Mezquital de los Apatzeos. Aquí se fundó Celaya.
            Las piedras cambiaron de forma. Se volvieron cruces. Se volvieron ceniza, humo de nosotros mismos.  Celaya es historia, tiene un rostro, subyace debajo de nuestro propio presente. Lo vemos en las miradas de nuestros vecinos, en la sonrisa promesa de nuestros hijos, en las arrugas abandonadas de nuestros ancianos, en el esfuerzo sin recompensa del ciudadano llamado anónimo. Y aquí estamos, aquí seguiremos.
            “Como una pintura nos iremos borrando. Como una flor nos iremos secando”. Pero todavía no. Somos mexicanos, somos celayenses, somos piedra que canta y ofrenda con nuestra palabra.
Julio Edgar Méndez

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YO LO PREGUNTO
Nezahualcóyotl

Yo, Nezahualcóyotl, lo pregunto:
¿Acaso de veras se vive con raíz en la tierra?
Nada es para siempre en la tierra:
Sólo un poco aquí.
Aunque sea de jade se quiebra,
aunque sea de oro se rompe,
aunque sea plumaje de quetzal se desgarra.
No para siempre en la tierra:
Sólo un poco aquí.

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MONÓLOGO DEL HABITANTE
Herminio Martínez

El día empieza a desenvolver su cola de botellas.
Abro la ventana que indiscretamente mira sobre el hombro de la ciudad
y veo las fábricas de papel, las panaderías, las bicicletas
y una anciana comiendo frutas podridas;
el hambre es una brasa en cada estómago.
El fragor de las máquinas escala las paredes.
Estoy casi desnudo, bebiéndome de codos un rayito de sol,
no soy nada romántico, sino un complicadísimo hombre
con los zapatos grandes y la frente estrellada.
Las calles, con sus lenguas de ladrillo,
sienten el despertar del peso de la tierra,
atropellada por los niños que marchan al colegio.
Un perro olfatea células de aceite negro,
son las manchas que dejó la noche adentro de un bote de basura.
Pienso en los dioses que hoy amanecieron
con todos los cántaros de su mal genio rotos.
No me he rasurado todavía, tengo en la cara la yerba dura
que crece con la llovizna de los sueños,
y hay en mi boca un desagradable sabor de metal oxidado.
Anoche, mientras la televisión me hacía gestos de colores,
me maldije.
Yo tengo algunos libros
en donde leo y aprendo lo que está prohibido;
los libros tienen sexo,
uno los viste con atención para que luzcan guapos,
les compra pantalones y corbatas,
camisas, calcetines y sombreros;
son hombres y mujeres, se emborrachan, se asean,
comen, les gusta ver llover
y hasta pueden parir de una leída
un hijo de metal con ojos de águila y relincho de potro.
Desde una ventana
cualquiera puede fotografiar los talones de la luna
olorosos a nardo,
sentir en las narices el talco azul de alguien que se recuerda,
los trenes y los aviones reventando
de tanto ir y venir por esta madre bolonda que es la vida.
Uno puede pensar en un grupo de poetas
que van saliendo de un cabaret en París,
o simplemente en la gente que camina.
Desde una ventana
el mundo es la fábrica de los pordioseros ambulantes,
pero también el trono desde donde la discordia
imparte sus lecciones
de burla, desigualdad y prepotencia.
Veo esta calle y otra que no es la mía.
Veo la casa que estamos pagando en abonos
y las demás con sus luces prendidas.
Pero miro también, oyendo su boruca,
a las señoras que se dan un beso
en los cachetes cuando se saludan.
Al que escribe su ira en las paredes,
al Papa muy feliz en su elefante,
al que en los restaurantes se detiene
a pedir una orden de basura.
Al que eructa el hígado en pedazos,
los talones del hijo del obrero,
la llaga multiforme del salario
y al que encontró los huesos de la lluvia
en un baldío que ahora nadie siembra.
Veo el mundo que es la casa de todos.
Desde aquí me doy cuenta de la vida:
el mismo navegar de taxi en taxi,
el largo escalofrío de las quincenas,
el rostro sin color de los que deben
y oigo el viento que no es la ira de Dios
escapada por la boca de un cura
sino la providencia que se extiende
a cada instante sobre todos los pueblos
y el que es, además, esa enorme alegría
que por las mañanas me persigue
hasta en los recipientes donde orino.
Veo al que sale a ver quién lo contrata
y lo encuentra la tarde cabizbajo.
Al que en rebanadas se come la amargura
y al que llega a los bares
pidiendo un seno en lugar de un trago.
A los que esperan la caída de un milagro
del árbol de las creencias.
A los que amasan el porvenir en la congoja
y al que silba al cruzar un sitio oscuro.
Veo al que llora por lo que le dan
por un mes de suspiros y trabajos.
El palacio al que no se llega nunca.
La baba del turista que se escurre
desde los monumentos hasta el mar.
Al que no va a hacer nada a la oficina.
Al locutor que a todos amenaza.
Al que finca su fe en los aguaceros.
A los que se dedican al descanso
y a los protervos de buena voluntad.
Pienso en los ríos donde alguna vez nos bañamos
y en las ciudades donde no fuimos nadie.
Veo la historia arreando personajes
bajo un sol que no piensa nada de ellos.
Veo la luna en las muletas de su luz,
la paloma del Diluvio Universal
y la chusma que huele a cualquier cosa.
Con ajetreo de bueyes se divisan
los funcionarios en sus trajes públicos.
Y los poetas que se desnocharon
buscando algún remedio en las cantinas.
Veo al que oye zarpazos de pelea
adentro de la jaula de su estómago
y veo brillar el vientre de la dicha
en los lugares donde se merienda.
Al que halla que sus muebles pesan mucho
cuando se muda de departamento.
Al que le salta lumbre cuando grita.
Al que se le hinca al viento cuando bebe.
Al que habla de sus deudas con los santos.
Al que se recibió de comerciante
pero hizo la carrera de abogado.
Al que pone el manojo de los hijos
delante de las tiendas.
Y al que ama según el Mandamiento
escrito en una piedra de la Biblia.
Veo al que pica y al que se deshace
en la sal granulada de su suerte.
Muchachos que en la escuela se fuman una viga.
Imbéciles que se hinchan si los toca
la alabanza que tiene muchas manos.
Varones que se venden al sistema
que es el mercado donde está la patria
colgada como res en una percha.
Y los que piden paz en los periódicos:
altos hombres sentados a dos nalgas
firmando cheques que les manda el cielo.
Al notario con mugre en las orejas,
al profesor con pelos en el alma.
al licenciado que anda de maestro,
al sacerdito que es ya sacerdote,
al psiquiatra que vuelve loco al mundo,
al albañil que atónito contempla
la punta de su esfuerzo ya sin punta;
la secretaria estúpida y pintada
de la piel y los pelos como un mono;
la religiosa cara de lechuza,
el caballero de barriga enhiesta,
la señorita que se mea de lado,
las actrices vendidas como cabras,
el escritor parido por decreto,
el presidente arreando su manada,
la república a bordo de su nube,
los industriales socios de los buitres,
la policía que roba la confianza,
la mujer con su hachazo entre las piernas
y todos cuantos corren
a consumir inútiles refrescos.
El día se amarra las agujetas,
abre el paraguas rojo que siempre trae consigo
para decirme que estúpidamente he perdido el tiempo
imaginando situaciones justas;
suda, le huelen los establos, el sol, la muchedumbre,
se va, sube de prisa;
me llaman por teléfono.

domingo, 7 de octubre de 2012

SOLO DE MAR

Paola Klug

Sus ojos se cerraron
en el cementerio acuático,
negro y profundo,
misterioso silencio.
Entre peces y algas
dejó salir su último aliento,
espuma marina,
fuego en agua,
melancólica ave ahogada.
Su cuerpo flotó
entre mis sirenas imaginarias
que lamían su frente
y acariciaban sus rodillas dislocadas.
Solo de mar,
adagios corales entonando la despedida;
cuando la carne dejó de ser ilusión,
cuando la sangre se mezclo con la sal
junto a sus lágrimas de vida desperdiciada.
Poco a poco
desvaneciéndose
entre el vaivén de las olas
y mis gritos de desesperación.
El mar me duele
con sus gaviotas bulímicas
y sus muelles de madera podrida.
Solo de mar
con los aviones deshechos,
confusión de sangre.
Solo de aire
con gases tóxicos en mis pulmones.
Solo de fuego
con las balas de metralla incrustada en la carne
de setenta mil fantasmas.
Solo de alcohol
en la mente embriagada
de aquél diminuto ser
que desde una silla enorme dirige
la tétrica orquesta.
Solo de lágrimas
por quienes siguen llorando.
Solo de silencio
por quienes quedaron sin voz.
Solo de dignidad
por quienes no la hemos perdido.
Adagio que con el tiempo se vuelve vida.

Paola Juárez en el Diezmo de Palabras

“DESVENADA”

Paola Juárez

Luna, ilumíname.
Úntame de tu pálida claridad mortuoria.
Dame ese último aliento,
-respiro de la noche-
Para desahogar mis gotas
en el esqueleto de un charco.
Cicatrizar con él las heridas de mi alma
para ser realmente quien tengo que ser,
y nada más.

“TUMBAS QUE LLORAN”
Paola Juárez
Tumbas que lloran,
flores secas
que expelen nostalgia
de un tiempo pasado.
Cristos macerados
en el olvido
montan guardia
sobre un cuerpo inerte.
Luces de velas encendidas
bajo el poder de la noche.
Imagen de virgen piadosa
que esconde en el manto
el manjar del gusano.
Objetos añejos
carcomidos por la polilla
que habita en el nicho.
Sombras que se alzan
indiferentes
sobre
tierras áridas.
-Viento que llora ausencias-
-Nostalgia de vidas perdidas-
Tiempo que pasa lento
y muere
entre esas lápidas
hechas ruina.

LUNAS DE OCTUBRE

Todo hombre es como la Luna: con una cara oscura que a nadie enseña. Mark Twain

“De las lunas la de octubre es más hermosa”, dijo el compositor José A. Michel, y parece que tuvo razón. La luna se ve más brillante, misteriosa, romántica, más luna. Nos ilumina las ideas, el corazón, dan ganas de tener ganas. La luna es remedio, según Sabines, amuleto, talismán. La luna nos queda cerca, quizá por eso la queremos tanto. Y en octubre caben todas las lunas. Las de anhelo, las de pasiones irredentas o inconfesables -según el hombre lobo que las alimente-, pero también las de miel, las de especies picantes que llegan del oriente de nuestra alma. Las lunas llenas y vacías, las lunas menguantes y avergonzadas. El 2 de octubre no se olvida, con esa luna manchada de sangre, tatuaje de ignominia, que sigue pidiendo justicia. Esa cara oscura que nos mira desde el otro lado de nuestra memoria. Y la vida sigue, la muerte no descansa, nos acecha desde los rincones, cara a cara o a traición. Nos busca. A los escritores nos habla desde el papel en blanco, nos cuenta esas historias de lunas, fantasmas y miedos que nos miran sobre los hombros y cuando volteamos, son nuestros pensamientos quebrados detrás del espejo.

Con afecto para nuestro Maestro, Herminio Martínez, estudiante y superviviente del 68, quien ahora también saldrá adelante.

Julio Edgar Méndez

Cuentos para no caerse de la cama

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