CUANDO EL MIEDO NOS ACECHA
El sueño de la razón produce monstruos.
Francisco de Goya.
En el año 2003, nuestro Maestro, Herminio Martínez, nos pidió que escribiéramos cuentos de terror y fantasía. El resultado fue impresionante. Al parecer el miedo es inherente al oficio de escribir. Miedo a hacerlo mal, miedo a no hacerlo. La Universidad de Guanajuato publicó estos cuentos en el libro El cuarto del escriba, historias de literatura fantástica, en el año 2004. Algunos de esos compañeros siguen escribiendo, a otros les hemos perdido la pista. Hoy, en esta sección, comenzaremos a publicar el resultado de una nueva convocatoria. Han pasado más de ocho años de aquella primera muestra de narrativa de terror, pero el miedo no ha cambiado. Sigue oculto detrás de las puertas, debajo de las camas, a la sombra de un poste sin luz, a través de los vidrios polarizados de un auto, en las alturas de un edificio, en la claustrofóbica sensación de encierro de un elevador, en la confusa profundidad de una alberca, en el papel en blanco de una nota de suicidio.
Y Goya lo dijo en sus Pinturas negras, la razón produce monstruos. La razón como pensamiento, con lo lineal de la realidad misma o como ideología, argumento y análisis en un plano emocional.
Carlos Fuentes, en Inquieta compañía, abre las puertas de su razonamiento lúcido: «Quizá, como el vampiro, Dios es un ser nocturno y misterioso que no acaba de manifestarse o de entenderse a sí mismo y por eso nos necesita.»
Herminio Martínez, en Tan oscura noche de tormenta, nos dice que «cuando Dios exprimió el universo para formar la tierra, la primera palabra que pensó fue “pánico”, o sea ese conjunto de imágenes y metáforas –gratas o ingratas–, que como aparecen, se van. A todos nos gusta ser asustados estando en lugar seguro. Viejas como el miedo, y surgidas de la eterna noche, las historias de horror le dan al hombre una razón más para ser feliz en este mundo, porque la literatura, por muy sangrienta o terrorífica que sea, lo primero que le hace sentir es un inmenso gozo, provenga éste de los laberintos de la luz o de las cumbres peladas del insomnio. »
Cuando los compañeros del taller Diezmo de Palabras comenzamos a escribir propuestas, las leímos y comentamos, como cada martes, en la oficina del Cronista de la ciudad de Celaya, en ese ambiente abovedado de más de 400 años de antigüedad, con el eco de nuestra voz sobre las gruesas paredes de piedra, en el silencio reverente del respeto, cada narración nos recordó el miedo que nos acecha. Nos recordó lo efímero de nuestra cordura.
A media noche, cuando cierro las puertas de la Casa del Cronista y escucho los pequeños ruidos que cruzan de un lado a otro de mis recuerdos, me imagino que son todas esas letras errantes que no encontraron su lugar en algún texto. Que se quedan perdidas dentro de este recinto para seguir aguardando su turno de horrorizarnos al escribirse solas en nuestros cuadernos. O tal vez sea que pertenecen al mismo mundo de ese ser angustiado, con ojos malignos, que me mira detrás de mis lentes cada vez que me atrevo a asomarme al espejo.
Julio Edgar Méndez
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DEMONIOS INTERNOS
Diana Alejandra Aboytes
La noche pesa y cae sobre los párpados de la oscuridad. Mi cuerpo se desvanece y yace sobre los lienzos sin matiz del sueño profundo. Seres deformes toman mi mano, llevándome a lugares inciertos. Voy con paso vacilante, todo es lúgubre y me atemoriza. De pronto, un ser, indefinido por la penumbra del entorno, parece querer hacerme presa de sus fauces obligándome a correr. Mis movimientos son torpes y mi respiración espesa.
¡Logra alcanzarme!... Al verlo, lo siguiente en acecharme es el pánico. Mi sangre mana caliente por las venas y el hormigueo es latente en toda piel. Es un negruzco animal enorme, con cara de toro y ojos de intenso color verde que se clavan sobre mis ojos. Me escabullo horrorizada sólo para caer en un abismo sin fondo.
RÉQUIEM PARA UN CORAZÓN MARCHITO
José Luz Rentería González.
Una imagen surge difusa y como una saeta cruza el espacio. El recuerdo tiene coexistencia y cada latido es una herida. Las notas musicales se mezclan entre sí para producir la sinfonía del abismo: un adolescente de trece años, vestido de oscuridad, ve como se consume su alma aprisionada por las garras del can de la masturbación, que como una droga se ha vuelto un escape para huir de su realidad. En sus alucinaciones es perseguido por los cerdos de la pasión. Los cuales, al darle alcance, devoran sus ilusiones, dejando trozos de él esparcidos por el fango. Continuamente cae a la fosa de los instintos. Intentando avanzar en la oscuridad, siente una gran desesperación, al darse cuenta de que sus pies se mueven con lentitud. Extiende sus manos tratando de alcanzar el Edén. De pronto, el suelo desaparece y, en vertiginosa caída, desciende a las fauces de sus propios demonios.
La alarma del teléfono celular me despertó de esta pesadilla que se repite cada noche. Dejando en mi cuerpo –astral- las marcas de dientes, el olor a corrupción y una sensación de vacío. Con un movimiento retiré las sábanas que cubrían mi cuerpo inerte. Me incorporé, aún con la somnolencia de la resaca. Las sombras me acariciaban invitándome a seguir durmiendo. En la mesita de junto, el celular seguía gritándome: “¡Levántate, levántate, levántate ya!”. Mis pies tocaron el piso de mi habitación. Entonces todo cambió. Escuché una voz. Giré la cabeza 180 grados para descubrir una forma esquelética. En sus cuencas se vislumbraban un par de abismos sin fondo. ¡Era la Parca!, de quien tanto había escuchado en las leyendas de mi pueblo.
-¡Vengo por ti! –dijo- pues has malgastado tu substancia en efímeros placeres. Por lo que verás la miel brillar al sol, pero al intentar tomarla se convertirá en ajenjo. Escucharás las risas y tu corazón se desbordará en sollozos. Querrás beber agua para calmar tu sed, pero se escapará de entre tus dedos. Y así permanecerás por una eternidad. Hasta que seas purificado en el crisol del sacro-oficio.
Al escuchar aquellas palabras, un escalofrío se apoderó de mi alma. Entonces vi acercarse su mano huesuda. No pude reaccionar, me encontraba paralizado. Su mano izquierda tocó mi vientre y sentí una descarga eléctrica. Quise moverme al apreciar aquella sensación en mi cuerpo. ¡Gritar!, pero de mi boca solo surgió un leve mugido. Entonces desperté. Percibí mi corazón corriendo desesperadamente por la senda de la desconfianza -huyendo del instinto con careta de sospecha y cuerpo de un toro negro, cuyos ojos despedían furia, mientras el azufre escapaba de sus fosas nasales. Lo vi caer en un nido de arañas donde se alojó su espanto. Sus movimientos eran como de hélices tratando de liberarse de aquellas ataduras. El nido se empezó a llenar de agua sucia y en el líquido nadaban escorpiones que intentaban asirse a él. La corriente lo arrastró y lo condujo a un pantano, donde un enorme lagartijo lamía su esencia antes de devorarlo. Dentro de las entrañas del animal reinaba la oscuridad de la soberbia. Vi a los perros del karma rodearlo, tratando de morder sus aspiraciones. Tenían la orden de detenerlo a toda costa. Entonces, en el cenit de la constelación de Acuario, la luna asomó su rostro a través del ventanal de la noche, y con mirada maternal, le obsequió una sonrisa, la cual disipó su temor. Pero ella se vistió de luto, dejándolo a merced de los tiranos. Que, sin misericordia, seguían enviando a sus verdugos, para que terminaran de decapitar a mi corazón.
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LA TACONEADORA DEL BARRIO DE SAN ANTONIO
Carlos Javier Aguirre
Era muy tarde y las lámparas arrojaban sobre aquel lugar una luz tenue, brumosa. El barrio estaba silencioso, vacío. Las aceras, en sombra. Por la calle había un grupo de jóvenes. Entre ellos estaba Jesús, quien hacía gala de sus dotes de seductor con las mujeres. Platicaba que se debe desconfiar de la mujer sugerente cuyo corazón es una serpiente y sus vestidos son anzuelos para atraer al hombre. Apenas terminó de decir esto, cuando a lo lejos se escuchó el taconeo rítmico de unas zapatillas de mujer. Se quedaron inmóviles. El taconeo se acercó hasta el grupo de amigos. Una mujer de formas sugerentes pasó junto a ellos. Todos se bajaron de la banqueta, menos Jesús, quien quiso demostrar su galanura. La mujer lo tomó de la solapa y lo condujo hasta el paso a desnivel de Insurgentes. Los amigos los siguieron, admirados de la situación. Pero al salir a la luz de los postes del puente, el joven se dio cuenta que quien creía una mujer, no tenía zapatillas, sino el puro hueso calcáneo del talón. Corrió a esconderse entre sus amigos al ver que aquello no era de este mundo. Jesús pensó que había llegado a las puertas de la muerte, cuando vio, mientras el abismo rugía, que aquella cosa entraba en el panteón municipal.
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ENTRE LIRIOS CON ALAS
Berenice Patiño
A doña Julia
Bajo la tierra se encuentra mi madre
amortajada entre lirios con alas,
yace en un hueco oscuro,
una caja la protege de la lluvia,
pero no de los insectos,
en su muerte algunos encontraron la vida.
Caminan entre las desgarradas ropas
cientos de hormigas que sin quererlo
arrastran parte de mis recuerdos
a un lejano destierro.
Hace un año enterré a la nana,
en un aliento dejó escapar las décadas
que después de un tiempo, le estorbaban,
abrió tanto los ojos que pude observar
a través de ellos el mundo,
en ese instante el calor se esfumó.
Sus manos cadavéricas anunciaron el encuentro,
escapó de los sinsabores de esta vida
corrió hacia el sepulcro dejando a su paso
un hilo de nostalgia,
cinco lágrimas en la almohada
y un estambre infinito en mis manos.
En el otoño perdí la memoria
no recuerdo más vida que ésta que no tengo,
bajo la tierra se esconde un rumor a muerte
a putrefacción y rencor
se escuchan las lágrimas de la humanidad,
los sollozos de aquellos que no nacieron,
en la penumbra el humo del cigarro es pesado
y los labios descomponen palabras.
Ceniza volcánica en mis uñas
en la tumba la cordura se derrama
los gritos se apagan a las seis de la tarde
cuando todo queda vacío,
cuando el recuerdo de los difuntos
desaparece en el mundo de los que aún agonizan.
Un esqueleto aniquila la tranquilidad
arrebata de mis pasos el sueño
y la neblina vomita los miedos.
persigo las huellas del cadáver,
invento sonidos con letras
y escribo historias para olvidar
que desde aquel día de agosto
una lápida nos cubre de azul.
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