Paola Klug
Sus ojos se cerraron
en el cementerio acuático,
negro y profundo,
misterioso silencio.
Entre peces y algas
dejó salir su último aliento,
espuma marina,
fuego en agua,
melancólica ave ahogada.
Su cuerpo flotó
entre mis sirenas imaginarias
que lamían su frente
y acariciaban sus rodillas dislocadas.
Solo de mar,
adagios corales entonando la despedida;
cuando la carne dejó de ser ilusión,
cuando la sangre se mezclo con la sal
junto a sus lágrimas de vida desperdiciada.
Poco a poco
desvaneciéndose
entre el vaivén de las olas
y mis gritos de desesperación.
El mar me duele
con sus gaviotas bulímicas
y sus muelles de madera podrida.
Solo de mar
con los aviones deshechos,
confusión de sangre.
Solo de aire
con gases tóxicos en mis pulmones.
Solo de fuego
con las balas de metralla incrustada en la carne
de setenta mil fantasmas.
Solo de alcohol
en la mente embriagada
de aquél diminuto ser
que desde una silla enorme dirige
la tétrica orquesta.
Solo de lágrimas
por quienes siguen llorando.
Solo de silencio
por quienes quedaron sin voz.
Solo de dignidad
por quienes no la hemos perdido.
Adagio que con el tiempo se vuelve vida.
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