COSTUMBRES, LEYENDAS Y MOLE VERDE
«Pues déjame decirte una cosa: las gallinas no
necesitan de gallo para poner huevos.»
Bruno
Traven, Canasta de cuentos mexicanos.
Todos
los pueblos, comunidades, rancherías, ciudades y regiones tienen historias que
han circulado de boca en boca durante años y hasta siglos. Pero, ¿qué pasa
cuando alguien las inventa y son tan entretenidas o con tantos detalles que las
personas comienzan a creer que son ciertas? En el taller Diezmo de Palabras nos
reunimos cada miércoles en la Casa de la Cultura de Celaya, -donde muy amablemente
nos permiten usar un histórico y bellísimo salón con todas las comodidades- para
revisar los textos de nuestros compañeros, hombres y mujeres, que a veces están
inspirados en sucesos reales. Desde la hermana ciudad de Cortázar, de donde
tenemos varios compañeros, Vicente Almanza se ha incorporado hace poco al taller
y ha crecido de manera consistente en su labor como narrador. Inventa una
leyenda que a la mejor algún día será cierta. El médico veterinario, Carlos
Aguirre, fiel a su costumbre de indagar sobre historias locales nos cuenta con
su estilo sencillo dos sucesos que ya son parte de las crónicas urbanas. Lalo
Vázquez, actor, músico y agudo observador de la vida, narra con su desenfadada
manera los preparativos gástricos de quien lo único que anhelaba esa semana,
era degustar un rico mole verde.
Con
todo cariño para nuestro gran maestro, Herminio Martínez, en este día tan
especial, que donde se encuentre nos lea y se divierta. Vale.
Julio
Edgar Méndez
EL POZO DE LOS ENAMORADOS
Vicente
Almanza Huerta
Por
la carretera de Cortázar a Salvatierra, pasando la comunidad de Las Fuentes, hay una desviación a la izquierda que va al
cerro de la Gavia. Sobre ese mismo camino, a ocho kilómetros, se encuentra el
poblado de La Minilla. Lugar que parece perdido en el pasado con casas de adobe
y techos de teja roja.
Los habitantes de este lugar todavía
utilizan el sombrero; las mujeres, el
rebozo y las enaguas. Hace mucho tiempo, cuando no había luz eléctrica y se
abastecían del agua que sacaban de los pozos, ocurrió un evento que la gente
aún sigue contándolo.
Vivía en esta comunidad una hermosa
mujer llamada Minerva Ortiz, que a sus escasos dieciocho años ya sentía que se
estaba “quedando”. De ojos color miel que reflejaban alegría y un gran
misterio, pelo negro ondulado mecido por el viento de la montaña y forma
sensual, más de alguno había sido atraído por su belleza. Se dedicaba a vender
servilletas de punto de cruz, bordadas, deshiladas, ropa tejida con gancho y
con agujas. Tocaba la guitarra en el coro de la iglesia. Minerva era como su
nombre lo dice: una diosa de las artes.
Tenía muchos pretendientes y uno que
otro novio ocasional, pero nada en serio. Soñaba con encontrar el amor, sentir
mariposas en el estómago. Con su novio no encontraba esa pasión que debería
sentir en un beso o en una caricia, la entrega total estaba destinada para
alguien especial que no encontraba todavía.
Para las fiestas de la comunidad
llegó Don Severiano Salcedo, un terrateniente de la ciudad de Querétaro y su
hijo, Fabián; invitados por Nicolás Romero, el delegado del lugar.
Cuando Fabián conoció a Minerva
quedó cautivado por su belleza y cuando las miradas se encontraron,
comprendieron que un amor estaba naciendo, sus cuerpos exigían esa pasión desbordante,
tanto tiempo retenida. No hubo palabras. Con la respiración agitada al sentirse
cerca, labios entreabiertos que suplicaban juntarse en un beso apasionado, querían
sumergirse en ese mar de sensaciones. Pero acordaron esperar hasta que Dios
bendijera la unión en el altar.
Esa noche, Fabián le comentó a su
papá que se había enamorado perdidamente de Minerva, se pensaban casar y vivir
en Querétaro. Severiano azotó su sombrero diciendo:
—¡No seas tarugo, hijo! Mi compadre
dice que esa muchacha ha sido novia de todos los muchachos de aquí. Para pasar
el rato está bien, pero no para casarte. Esa vieja ya está bien paseada.
—Pues no me importa su pasado, voy a
hacer de ella una gran señora -dijo Fabián mirando fijamente a su padre-.
Al día siguiente, Severiano fue a
buscar a Minerva, la encontró sacando agua en uno de los pozos. Le dijo que
dejara en paz a su hijo, que no era de su clase para casarse con él. Ella le
contestó que se amaban, que había encontrado en Fabián al amor de su vida y que
nadie los detendría para casarse. Lleno de ira por la respuesta, descargó su
pistola sobre Minerva.
Al conocer la noticia, Fabián fue a
buscarla. La encontró tirada sobre las piedras. La abrazó fuertemente, sus
lágrimas se mezclaban con la sangre que humedecía la tierra. La llenaba de
besos pensando que con su aliento regresaría esa vida que poco a poco se le
escapaba. Le hablaba, le susurraba al oído como en secreto. En el último
suspiro de ella, Fabián sintió un dolor en el pecho, su corazón no resistió la
muerte de su amada.
Hasta el cielo pareciera haberse
puesto triste por la desgracia, cuando grandes nubarrones lo tiñeron de gris
dejando caer una pertinaz lluvia.
Sus cuerpos inertes quedaron
abrazados mientras sus almas viajaban hacia otra vida. En el lugar donde
murieron empezó a brotar un manantial, la gente le empezó a llamar: El pozo de
los enamorados, por el amor de Minerva y Fabián que prevaleció más allá de la
muerte.
+++++++++++++++++++++
LOS
FANTASMAS ASESINOS
Carlos
Javier Aguirre V.
Son
tantos los ciclistas muertos por accidente sobre la carretera Celaya - San
Miguel Octopan, que la gente piensa que los automovilistas a propósito sacan de
la carretera a tanto ciclista. La mayoría de los cuales trabaja como albañiles
en Celaya.
El
señor Pedro Centeno, quien trabaja con un camión materialista, cuenta que un
día, antes de llegar a la primera curva, a lo lejos distinguió un bulto blanco
brincando en medio de la carretera. Poco a poco fue disminuyendo la velocidad y
cuando llegó al sitio ya no vio el bulto, porque éste se encontraba junto a él
dentro del camión, y sintió como le jalaba el volante para que atropellara a
los ciclistas que iban pasando.
Don
Pedro cree que no es culpa de los automovilistas, sino que son las mismas almas
en pena quienes avientan a los ciclistas a las llantas de los automóviles y
camiones. Como fue el caso del niño Juan José Echeverría Molina, que estando
junto a su madre salió volando directo a las llantas de un camión; y al ver
semejante tragedia, la madre murió con su hijo en los brazos.
—¡Dios
nos asista!, exclaman las mujeres cuando ven pasar el ejército de almas rumbo
al panteón de San Miguel Octopan, encabezado por aquella mujer del velo negro
quien murió de tristeza cuando atropellaron a su único hijo.
LA
NOCHE SIN FIN
Carlos
Javier Aguirre V.
«Atención
unidad veinte, señor Evaristo Garza Treviño, pase por una persona afuera del
panteón municipal, a las 12 de la noche en punto. Trae una sotana negra.
—Buenas
noches, ¿a dónde lo voy a llevar?
El
pasajero tomó su lugar y una corriente de aire helado se estacionó dentro del
taxi. —Vamos a recorrer unos templos: San Agustín, San Francisco, El Carmen, el
Templo de los Pobres, La Merced y, por último, el Santuario de Guadalupe.
Había
algo en aquel hombre que intimidaba. Al contemplar su mirada fija, parecía que
se trataba de un espíritu y no de un hombre.
—¿Por
dónde quiere empezar?-. Preguntó el taxista.
—A
esta hora ya cerraron los templos, empecemos por San Francisco, yo me bajo y
dejaré en la entrada una veladora.
Cada
vez que bajaba a colocar una veladora se escuchaba el triste repicar de una
campana.
—Bueno,
Padre, ya terminamos.
—Me
regresas a donde me recogiste. Toma esta tarjeta y pasa mañana a esta
dirección, Manuel Doblado 101. Ahí te va a pagar el obispo de Celaya.
—¿Quién
digo que me manda?
—El
padre Gregorio García, encargado del coro de la catedral.
Al
siguiente día se presentó Evaristo a cobrar lo del pasaje de la noche anterior
a la casa del obispo y llamó a la puerta.
—Sí,
señor, ¿qué se le ofrece?
—Ayer
por la noche llevé al padre Gregorio a hacer un recorrido a varios templos y
necesito que me paguen, me dio esta tarjeta para ustedes.
—¡Pero
el padre Gregorio murió hace más de sesenta años!
—¡Eso
a mí no me importa, me pagan o grito que ustedes hasta a los muertos los tienen
abandonados!
MOLE
VERDE
Eduardo
Vázquez G.
En
una reunión de un grupo de trabajo, el jefe inmediato hizo de pronto una atenta
invitación a todos los presentes para asistir a su casa, a festejar el día del
amor y la amistad, con un delicioso mole verde y un arroz blanco maravillosamente
preparados por su suegra.
Varios compañeros quedaron muy
formalmente de asistir a la comida, a la
que aún faltaban quince días. Uno de los compañeros, llamado Lalo, al saber que
la comida seria mole verde, desde ese momento dejó de comer, para que ese día disfrutara al máximo tan delicioso manjar y,
con su mano en la boca sobándosela, se decía a sí mismo: “¿Cómo te vas a poner,
mi boquita chula?”.
La semana siguiente, cuando le
apretaba el hambre, se tocaba la boca y sobándosela se volvía a repetir: “¿Cómo
te vas a poner mi boquita chula?”.
Al llegar una reunión más del grupo,
el jefe les volvió a recordar que seguía en pie la invitación y que no fueran a
fallar, a lo que el amigo, Lalo, con una mano en la panza y la otra en la boca se
repetía para sus adentros: “Aguanta, boquita chula, ya solo faltan tres días
para ese mole verde y, ¿cómo te vas a poner?”.
Al llegar el tan esperado día, con
la puntualidad de todo buen mexicano, la primera en llegar a la casa del jefe
inmediato fue Margarita. Cinco minutos después, Jéssica. Más tardecito, Rafael
y así fueron llegando uno a uno, pero de pronto, al tocar la puerta, llegó uno
de los compañeros más odiados del grupo; que aun nadie se explicaba cómo se dio
cuenta de la comida, ya que a él nadie lo invitó. Es un personaje detestable,
aprovechado, ratero. Que por su forma “gorrona” de ser, por sobrenombre le
pusieron El Cuervo.
Llegó y de inmediato tomó posesión
de la cocina, metiendo el dedo en las cazuelas de comida y sirviéndose tacos
cuando aún nadie comía, cosa que incomodó al dueño de la casa quien
inmediatamente lo agarró del pescuezo y lo sacó de la cocina. El intruso,
ofendido y molesto, retó a golpes al dueño de la casa y, como dice el dicho, el
jefe es de mecha corta, así que para pronto que se le pone al brinco y que se
arma el relajo.
Con certera puntería el jefe le puso
el primer “estate quieto” al Cuervo, entre ceja, oreja y media jefa. El otro no
alcanzó a cabecear, recibiendo el golpe y cayéndose de nalgas a media sala.
Al escuchar el lio que traían en la
sala, la suegra del jefe salió con una olla en la mano y una cuchara a defender
a su yerno consentido y sin más ni más le dio la intruso con la olla en la
cabeza, acompañado de un cucharazo que le sorrajó a media espalda diciéndole: —Condenado viejo abusivo, por eso no lo
quieren, cuervo ratero-.
Rosana y Jéssica lo zangolotearon de
los pelos arrancándole un buen puño. Después,
Margarita le dio un charolazo con todo y botana. Las pocas greñas que tiene el
condenado Cuervo, las traía llenas de Chetos, churritos y salsa San Luis.
Martin se levantó de su lugar
sujetando al cuervo, haciéndole calzón chino y por las costillas le sonó
tremendos golpes, que al pobre hombre hasta los pedos se le salieron, junto con
un zapato, dos bolillos y un salero que ya se había robado de la cocina.
Don Rafael le soltó un derechazo que
fue a dar directo a la boca arrancándole un tramo de bigote.
El Cuervo intentó huir. Abrió la
puerta para salir corriendo, pero un puntapié de don Rafa dio directo en sus
partes pudendas, así que soltó la puerta quedando entreabierta y ya no pudo
emprender la graciosa huida.
Al recuperarse un poco, se enderezó
y entonces la señora Mayra, la mujer del
jefe, como si fuera jugadora de béisbol profesional, le lanzó con todas sus
fuerzas una botella de vino que estaba en la sala.
Aquél, con muy buenos reflejos, se
agachó para esquivar el golpe y en ese preciso momento Lalo estaba a punto de
entrar a la casa. Y como escuchó el griterío, el ruido y la puerta entreabierta,
antes de entrar pensó: “¡Qué buena fiesta!”. Se sobó la boca y se dijo para sí
mismo: “Ahora sí, boquita chula, hoy es el día de comer mole verde, jujuy,
¿cómo te vas a poner?”.
Al abrir la puerta y asomar la
cabeza, ¡PUM!, que le revientan el hocico de un certero botellazo. Lalo cayó al
suelo y ya no supo más.
Una hora después, al abrir los ojos,
Lalo se vio rodeado por sus compañeros de trabajo, con el hocico roto, tres
piezas dentales perdidas y con muchísima hambre. El dolor en su boca lo hacía
sentir como si tuviera hocico de perro. Intentó sobarse pero el dolor era muy
intenso. Lo primero que pensó fue: “Ay,
boquita chula, ¡cómo te pusieron!”.
*Textos publicados en El Sol del Bajío, Diezmo de Palabras, domingo 15 de mayo de 2016.
Gracias Maestro Julio Edgar, un honor pertenecer al grupo gracias por leerme
ResponderEliminarGracias Maestro Julio Edgar, un honor pertenecer al grupo gracias por leerme
ResponderEliminarGracias por las leyendas del escritor Carlos Aguirre son muy buenas y me gustaría que publicaran más de este autor
ResponderEliminarQue magníficas leyendas, pudieran públicar mas del C.Carlos Aguirre
ResponderEliminarPor favor que suban mas de Carlos aguirre
ResponderEliminarQue buenas historias, me encantaron las de Carlos, gracias
ResponderEliminarMagnifico trabajo del Sr. Carlos, si pudieran publicar más seria muy agradable. Gracias
ResponderEliminarMe gustan las historias del Sr, Dr, Carlos Aguirre.
ResponderEliminarAtentamente: Jose Juan García Durán