domingo, 28 de agosto de 2016

MI VIDA ES UNA FRASE


MI VIDA ES UNA FRASE
-Herminio Martínez, a dos años de su noche final-


“Todos han muerto...
...Murió un viejo tuerto, su nombre no recuerdo, pero dormía al sol de la mañana, sentado ante la puerta del hojalatero de la esquina.
Murió Rayo, el perro de mi altura, herido de un balazo de no se sabe quién.
Murió Lucas, mi cuñado en la paz de las cinturas, de quien me acuerdo cuando llueve y no hay nadie en mi experiencia.
Murió en mi revólver mi madre, en mi puño mi hermana y mi hermano en mi víscera sangrienta, los tres ligados por un género triste de tristeza, en el mes de agosto de años sucesivos.
Murió el músico Méndez, alto y muy borracho, que solfeaba en su clarinete tocatas melancólicas, a cuyo articulado se dormían las gallinas de mi barrio, mucho antes de que el sol se fuese.
Murió mi eternidad y estoy velándola”.
César Vallejo, La violencia de las horas.


“Un nuevo amanecer o la noche final”, escribió Herminio en su página de facebook horas antes de que tuviera la última intervención quirúrgica, refiriéndose a las dos opciones posibles que esperaba con valor y resignación. La noche final llegaría irremediablemente. Los años en que sostuvo la batalla contra el cáncer “esas raíces ciegas que avanzan por la oscuridad de la carne, comiéndose la vida”, el maestro demostró una entereza impresionante. No faltó a las sesiones del Diezmo de palabras ni a su trabajo en la Casa del cronista. Ahí recibía a todas las personas que se preocupaban por su salud, a los cuenta historias que le traían crónicas, leyendas y chismes de todas partes del municipio, a quienes siempre escuchó sin burlas ni críticas. Lo visitaban alumnos, turistas despistados que confundían su oficina con un museo o una biblioteca; políticos hipócritas y de los otros; funcionarios que buscaban algún favor a través de sus múltiples contactos y mucha gente de todo tipo, color, afiliación política, religión y edad. Muchos lo buscaron durante años, pero pocos lo acompañaron en su muerte. Hoy, a dos años de su noche final, todavía son menos quiénes lo recuerdan. Ni los supuestos amigos, ni los funcionarios a quienes apoyó le dedicaron un pensamiento siquiera. Solo el maestro Celso Rico Rivera le dedicó un espacio en su columna de los domingos en El Sol del Bajío, gracias, poeta. Xermán Vázquez publicó un video en su canal de Youtube y el Canal Vía y El Sol del Bajío cubrieron la lectura que tuvimos en Casa de la Cultura. Los compañeros del taller Diezmo de palabras hicimos esa lectura de su obra para recordarlo y celebrar que su trabajo por las letras sigue vigente. La semilla que sembró en los surcos de muchos aspirantes a escritores ha dado fruto. Su labor sigue adelante, sus textos están vivos, su vida continuará siendo una frase. Herminio ya es inmortal. Vale.
Julio Edgar Méndez




IGUAL QUE UNA MATANZA DE CRUSTÁCEOS
Herminio Martínez


1
La población muriéndose en sus hombres.
La pelvis del trabajo entre pedruscos
a la hora en que vagaba la conciencia
retratando personas con su araño.

Me besaron arterias de rigores,
me hinqué a beber en cálices amargos.
La noche atrapa a uno hasta las vértebras.

Los que suelen subir al medio día
sabrán del panorama que había entonces...
La ciudad se ha comido los trigales,
araña de ladrillos y cal viva.
Se ve cómo trabajan sus mandíbulas.
Déjenme envejecer antes de que otra pena
acabe de quebrarme.
Me queda el corazón,
con él se hace la luz,
no enciendan hojarascas.

2
Para que tú alcanzaras la otra orilla,
nadie pensó en el polvo,
ni en los corrales llenos de basura,
sólo en la gestación de algún espíritu.

Se encomendaron a la Virgen
hasta perder la frente.
Tampoco era el demonio.
Era sólo la lluvia,
hablándonos de amor
en su fresco lenguaje de olla rota.

3
Del dorado de octubre al frío de enero,
entre las hojas de todas las especies,
¿qué es lo que vemos desde aquí?
El horizonte apenas perceptible
entre arroyos que arrastran pesadumbre.

Me imagino que busca los lugares
donde hubo sembradíos.
Escúchala caer
igual que una matanza de crustáceos.
sobre urracas que vuelven a sus nidos.

Por el sur, brama un loco, ese relámpago;
y por el norte,  la eternidad, pianola descompuesta.
Escúchala ahora que va a echársenos encima
con sus zarpazos el diluvio,
el regocijo no se hace responsable
de las desgarraduras en el pecho.
Ahí está ya,
lumbre con paradero en los cristales,
hijo trascendental de la neblina.

4
Las cuatro de la tarde
ya se iban a vestir sus filamentos
cuando la oí pasar quejándose por mi alma.
Es la lluvia me dije y mi mujer se puso la materia.
Es la lluvia le dije y ella acabó de echarse a mi costado
como una embarcación a su cadena.
Mi mujer y la lluvia en algo se parecen:
las dos se mojan espontáneamente
con un libro debajo de la lengua
donde puedo leer
de cómo el gozo es cónyuge a mi lado.

Tantas lluvias me entierran y me sacan
de donde están los hijos de otros pobres
con su dolor de estómago ya muerto.

Nos llevan a la casa de mis padres
y nos sentamos a llorar los cuatro.

Anda por la azotea de mi organismo
para que yo le diga que he mirado
cómo corre descalza por el mundo.
La oímos, nos callamos
para que alce su copa
y la derrame encima de nosotros.
Le decimos salud como a una máquina,
ella relincha, truena, va a su púlpito
a predicar sin freno un río, el océano.
Le decimos salud y cae un guante,
una camisa, un velo, la corona.
Entonces no hay amor que se le iguale.
Como una cosa brava se enloquece
y se vuelca infinita
desde el plural molusco de su espléndida
figura de relámpago y de hielo.

¿Desde dónde te caes
igual que una ciudad poblada por los vientos?
¿Desde qué inicios de piedras deslavadas
traes tus ríos de pie por todas las edades?
Respóndeme, infinita, y sea tu oscuridad
la luz que nos conduzca aunque nos deje ciegos.
Calle limpia donde un adolescente caminaba.
Acuérdate que tú me conociste
en la movilidad de una bandera.
No como hoy, que cumplo
algo desconocido y trascendente.
Responde por lo profundo de la vida.
Qué vueltas habrás dado ya
cercada por el trueno,
como mi corazón cuando se nubla
y salta entre las cosas como un pescado herido.

Mi vida es una frase
que flota entre crepúsculos de musgo.
Sea tu rumor el golpe
que rompa mi reposo.

Y tu presencia, madre,
hiele la desventura
que tantas veces llevé colgada al cuello.

++++++++++++++++++++++++

ZONA DE NADIE
Herminio Martínez


Hoy no tengo palabras que decir,
sólo este lenguaje
que se me hinchó con la lluvia de anoche.

¿Anhelas una música maltrecha?
Entonces ven a oírme;
estrújame hasta empaparte de agujeros.

¿Quién no conoce aquí
que lloro hasta mancharme la ropa de tristeza?
¿Quién no sabe que busco
la gruta donde vaciar mi corazón
igual que un cántaro de escombros,
allí donde se engendra la humedad
y la germinación
también es una criatura demacrada?

Una noche, los árboles y los fantasmas
me gritaban bajo las ondulaciones de la nube;
un rechinar de hojas era el viento,
subía hacia la superficie como una piel de púas.
Toda la tierra me pareció entonces una serpiente deslizándose
en tanta migración que iba bebiendo gotas de mi mano.

Y al amanecer,
Cuando, por fin, aparecieron las primeras personas,
aún llevaba la pesantez como una corona de gusanos.
Los pájaros no salían de su recogimiento;
yo tampoco hubiera querido abandonar el mío,
sólo que en ese instante, al correr la persiana,
sentí bajar al fondo del espanto.

No sé si acabo de venir
o si ya estaba aquí a la hora de tu parto
que me dolió igual que un picotón de buitre.
Tampoco supe a qué hora se me dobló la vida,
ni en qué momento un ojo se me hizo casi oscuro
y el derecho lloró también ceniza.

El color de la tarde ha alcanzado su mayoría de edad
como para tomarme un té lleno de noche.
Los dos nos desangramos en las goteras del crepúsculo,
pero lo tuyo a mi me duele más que mi propia llaga.

Hijo de una flor amarilla y un suspiro,
caes como yo a una materia sin límites ni nombre.
¿Será que alguien no sabe cómo empezar una plegaria?
El hecho es que la oscuridad se sienta entre nosotros.

Poco a poco crecí
contando entre paredes;
hijo de pobres,
junto a los alcatraces concurridos
por la blancura y el aroma que podaba el olfato.
Tuve hijos, a los que de tanto leerles el porvenir
vine a quedarme ciego.

¿Quién me hubiera tendido
una mano para albergar mis heredades?
El olvido era la planta
que más se cultivaba en mis jardines;
peor que una rama que se quedó sin hojas
y ruinas tan desoladas como cualquier otoño.

Por eso, a tantos días de no mirar
más que las hendiduras de mi cuarto,
salgo al campo a pregonar este propósito:
morirme yo también,
al fin que de todos modos, al amanecer,
tanto tú como yo
vamos a ser hogueras devastadas.

Tú sales del día como de un antro
donde la luz boquea
y yo de esta casa a la que la ceniza
hizo zona de nadie.

Tú recoges la claridad de entre los muros
y, mientras agoniza, va tiñendo tus nubes
como si fuera un horno crematorio.
A mí me vuelve a atrapar este cansancio,
en su puño me lleva
y me suelta a vagar entre los sueños.

++++++++++++++++++++++

HUIZACHES
Herminio Martínez


Son la gracia social de la ladera
en la tarde con hijos en ayunas,
no obstante el nuevo clan del presidente:

Hombres que, para hablar, tuercen la cera
del verbo hasta formar bellas imágenes
para regalarle a las personas
que tienen en el nombre sólo frío.

Son las frases más claras que la tierra
emplea para expresar el sufrimiento
que es víbora o raíz de planta tósiga.

Espesuras de espectros coronados
de espinas como cristos que se queman
en el nombre de muchos, cuyas lágrimas
son hojas de otra especie de madera,
de corazón partido por el hacha
del olvido esgrimida por quien daba
la vida por el pueblo.

Las yerbas los conocen por metálicos,
duros y ardientes bajo el sol del mundo,
que es árbol de explosivos en el cosmos.

Ahí están como arañas en la escuela
del seco panorama, circunspectos
igual que yo en murmullos encerrado.

La presencia del aire les alisa
el pelo de las ramas y responden
poniéndonos su beso en un costado.

Nos miramos de frente, sorprendidos
uno del otro como si midiéramos
el tamaño del hambre en la estatura
de cada quién centímetro a centímetro.

A ellos también sus hijos les preguntan,
creciendo entre cenizas de rumiantes,
acerca de la muerte y no responden.

¿Quién andará clamando en la llanura?
La vida es esa vaca, me anticipo;
una criatura huérfana de toro,
quizá se muere su hijo en algún lado
y anda buscando matorrales verdes.

Así camino yo por la tristeza.
Soldado del sollozo, derrotado
en cada ser humano que no come.

Si pudieran, huizaches, dar su sombra
transformada en un plato de frijoles
que la naturaleza calentase
en su seno de madre para el pródigo
de la desnuda prole que ha vivido
a pura dignidad testicularia.

Su rumor infantil en pan caliente.
Su pubis colorado hecho papilla.

Me voy de mí a la orden de otra lágrima
a ver poblarse de almas el olvido,
mientras la historia halaga a los varones
que pastan en las nóminas del régimen.


domingo, 21 de agosto de 2016

DIARIO MALDITO DE NUÑO DE GUZMÁN


DIARIO MALDITO DE NUÑO DE GUZMÁN:
¡UNA EXTRAORDINARIA CREACIÓN LINGÜÍSTICA!
-Herminio Martínez, 13 de marzo 1949 – 17 de agosto 2014-

Por Seymour Menton
University of California, Irvine.

En el sentido más amplio de los términos, toda novela es histórica, puesto que, en mayor o menor grado capta el ambiente social de sus personajes, hasta de los más introspectivos. La observación de León Francois Hoffmann de que “la historia es una obsesión de los novelistas haitianos”, bien podría aplicarse a los novelistas de toda América Latina, sólo que la definición de Hoffmann es demasiado amplia y su porcentaje demasiado bajo: “Si se define la novela como una novela en que los sucesos específicos sacados de la historia determinan o influyen en el desarrollo del argumento y le proporcionan gran parte del trasfondo, entonces más o menos un 20 por ciento de las novelas haitianas podrían considerarse históricas” Aunque Georg Lukács escribió el texto teórico más famoso de todos los que se han escrito sobre la novela histórica , se opone a la clasificación de las novelas en subgéneros, señalando las semejanzas entre las novelas realistas y las históricas tanto de Dickens como de Tolstoi. No obstante, para analizar la reciente proliferación de la novela histórica latinoamericana, hay que reservar la categoría de novela histórica para aquellas novelas cuya acción se ubica total o predominantemente en el pasado, es decir, un pasado no experimentado directamente por el autor. La definición de Avrom Fleishman en The English Historical Novel (La novela histórica inglesa, 1971) es aún más arbitraria en el sentido de excluir todas las novelas cuya acción no esté ubicada en un pasado separado del autor por dos generaciones. En cambio, David Cowart propone una definición excesivamente amplia: “ficción en que el pasado figura con cierta importancia” y basa su estudio en cuatro categorías distintas, incluso ficciones del futuro con tal de que éste se represente como consecuencia del pasado y del presente, como, por ejemplo, 1984 de George Orwell. Las novelas históricas detectivescas como Volavérunt (1980) de Antonio Larreta y Castigo divino (1988) de Sergio Ramírez, con un número relativamente reducido de personajes, distan mucho de las novelas panorámicas, muralísticas y enciclopédicas como Terra nostra, La tejedora de coronas y Noticias del imperio. Además de Cristóbal Colón en El arpa y la sombra, los protagonistas de las novelas autobiográficas apócrifas abarcan toda una gama desde Morada interior (1972) de Angelina Muñiz, hasta el conquistador feroz en Diario maldito de Nuño de  Guzmán.

POSIBLES CAUSAS DEL AUGE DE LA NUEVA NOVELA HISTÓRICA
Ya que se ha registrado y definido el fenómeno de la nueva novela histórica, el próximo paso lógico es teorizar sobre por qué comenzó a florecer a fines de la década de los setenta. Los historiadores de la literatura solemos teorizar o especular sobre la emergencia o el predominio de ciertos movimientos, ciertos estilos o géneros en cierto periodo cronológico o en ciertos países. En cuanto a la nueva novela histórica, salta a la vista que la novela histórica en general ha cobrado mayor importancia a partir de 1979 que durante el período criollista de 1915-1945. En efecto, aunque no cabe duda de que la primera Nueva Novela Histórica, El reino de este mundo, data de 1949, el número de novelas históricas en general publicadas, en los últimos 13 años (1979-1992), excede el número de novelas históricas publicadas en los 29 años anteriores (1949-1978) (193 a 158). Además, a excepción de las tres novelas de Carpentier: El reino de este mundo, El siglo de las luces y Concierto barroco, no hay más que nueve obras publicadas en todo el periodo 1949-1978, las cuales caben dentro de la categoría de la nueva novela histórica, y siete de esas nueve se publicaron entre 1974 y 1978. De tal manera que si escogiéramos el año 1974 como el inicio del auge de la nueva novela histórica, las únicas excepciones, además de las de Carpentier, serían El mundo alucinante (1969) de Reynaldo Arenas y Morada interior (1972) de Angelina Muñiz.
A mi juicio, el factor más importante en estimular la creación y la publicación de tantas novelas históricas en los tres últimos lustros, ha sido la aproximación del quinto centenario del descubrimiento de América. No es por casualidad que el protagonista de la nueva novela histórica paradigmática de 1979, El arpa y la sombra, sea Cristóbal Colón, y que el protagonista de uno de los cuatro hilos novelescos de  El mar de lentejas, también publicada en 1979, sea un soldado del segundo viaje de Colón. En realidad, la primera aparición de Colón en la novela post 1949, por breve que fuera, ocurrió en El otoño del patriarca (1975) de García Márquez. El mismo año en Terra nostra de Carlos Fuentes se presenta el descubrimiento del Nuevo Mundo realizado no por Colón sino por los marineros arquetípicos, el viejo y el joven. Con doce años de anticipación, en 1980, “en el umbral del quinto centenario”, según Jorge Ruffinelli, el escritor uruguayo Alejandro Paternain publicó Crónica del descubrimiento, que narra el descubrimiento apócrifo de Europa en 1492 por un grupo de indios. Un Cristóbal Colón bastante ficcionalizado protagoniza Los perros del paraíso (1983) de Abel Posee. Otra indicación del predominio de la nueva novela histórica desde 1979 es que entre los autores que la cultivan figuran algunos de los nombres más respetados de cuatro generaciones literarias que provienen de casi todos los países latinoamericanos: la primera, el cubano Alejo Carpentier (1904-1980); la segunda, el mexicano Carlos Fuentes (1929 ), el peruano Mario Vargas Llosa (1936 --) y el brasileño Silviano Santiago (1936); la tercera, el nicaragüense Sergio Ramírez (1942), el cubano Reynaldo Arenas (1943-1990), el puertorriqueño Edgardo Rodríguez Juliá (1946), el mexicano Herminio Martínez (1949 ) y el guatemalteco Arturo Arias (1950), y la cuarta, el argentino Martín Caparrós (1950).
La importancia del quinto centenario para los escritores latinoamericanos se subraya aún más con la novela futurista de Carlos Fuentes, Cristóbal Nonato (1987), basada en la anticipación del nacimiento del futuro protagonista el 12 de octubre de 1992. Por fin, entre las últimas nuevas novelas históricas se encuentran Las puertas del mundo (una autobiografía hipócrita del Almirante) de Herminio Martínez y Vigilia del Almirante de Augusto Roa Bastos.


EL DIARIO MALDITO...
Durante la década de los ochenta, mientras algunos críticos cantaban las exequias de la novela del boom, ésta resucitó con ganas en la forma de la nueva novela histórica. Para citar sólo algunos de los textos sobresalientes, que yo sepa, nadie ha negado la alta calidad de La guerra del fin del mundo (1981) de Mario Vargas Llosa, Los perros del paraíso (1983) de Abel Posse y Noticias del imperio (1987) de Fernando del Paso. Apenas iniciada la década del noventa, la nueva novela histórica sigue desplegando su vigor con la publicación de dos novelas mexicanas: La campaña del incansable Carlos Fuentes y Diario maldito de Nuño de Guzmán del relativamente joven guanajuatense Herminio Martínez (1949). Finalista del Premio Literario Novedades y Diana, Diario maldito de Nuño de Guzmán, más que nada, es una ¡extraordinaria creación lingüística!
“Azul como las ingles de una reina. Como la imaginación de los contadores de cuentos de Mérida, que yo bien conocí. Como la vena del entrecejo de Zumárraga. Azul como la risa de los locos. Azul como la nalga de una monja. Azul como la mugre de un arriero. Azul como la caca de un Pontífice. Ahhh. Nos llenó con su ombligo y con el talco que le volaba de los pechos, los cuales, si hubieran sido palomas, habrían ido a pararse a las torres de San Francisco, dejándonos allí alelados por su grandor e incansable belleza. ¡Ay, Michoacán! Ahora más que nunca pienso en la ínsula de mi nombre. En las malaquitas y en los mármoles; los bronces y los floridos copetes de Guzmania. Pienso en los balcones de oro, ostentando la luminiscencia del poder; la firma del esplendor. Guzmania, Flos Florum... Non adastra mollis e terra via”.
A diferencia de las tres grandes novelas susodichas ésta no luce el dialogismo bajtiniano. Más bien se trata del diario unívoco del conquistador despiadado desde su salida de la desembocadura del río Guadalquivir en 1525 hasta su encierro en un calabozo de la capital española en espera prolongada de su juicio en 1544.
“No hay un recuerdo que se parezca a otro. Todos llevan algo que los distingue. En uno es lo desatinado y en otro la entereza. Así lo advierto yo en esta umbrácula, oyendo una suerte de vihuela que alguien rasga a lo lejos, en mi sombra, en mi umbra, umbrae, umbris, umbrarum, mi cubil, mi prisión, ayer, hoy, tal vez mañana. Digo que comparto mi cárcel con fantasmas: Colón, por ejemplo, de repente me sale con que una de sus carabelas chocó contra la base de un arco iris, en Haití; Fernando de Aragón suele venir a jugar cañas conmigo y el conde Lucanor me trae a su consejero Petronio para que me dé consejos acerca de cómo alejar de mí a Juana la Loca cuando en los sueños se me enfrenta en carnes vivas, ordenándome que le rasque el pubis y que le mame las fláccidas tetas y que le bese los labios desabridos y que me asome a ver si no se han despertado las niñas de sus ojos; y yo que no te rasco, y ella que sí me rascas o te denuncio ante el Gran Inquisidor, quien, para tu conocimiento, ahora es un terrible perro con el rabo en llamas, sin quedarme otra alternativa que hacer lo que ella me pide”.
Tan fuerte es la manera de expresarse de este energúmeno endiablado que hasta se opaca el carácter de sus luchas contra los indios, su supresión de movimientos de rebeldía y sus denuncias violentas de Hernán Cortés y fray Juan de Zumárraga. Cruel, ambicioso, codicioso, lujurioso, culto y deslenguado, Nuño trata de establecer en el occidente de México (Michoacán, Guanajuato y Jalisco) el reino de Guzmania:
“¡Qué inmenso va a ser el vasallaje de Guzmania! No habrá otro reino igual en todo el vasto mundo. Su fama será mayor a la de Constantinopla, Atenas y Roma juntas, ¡sí, señor, ya lo dije! Y tan sólo resta que demos con el sitio adecuado e indicado por el dedo de la imaginación para fundarla. ¡He aquí, pues, la razón prima del rencor que en México me profesan! La envidia no duerme, dice Diego Martínez; no huelga, no descansa, ¡si lo sabré yo! No está en paz con nada ni con nadie; mueve, rige, maquina, traza, urde, concita. Ellos alegan que me prenderán para que responda por la muerte de Calzoncin, ¡hipócritas!, cuando Zumárraga  o cualquiera de ellos hubieran quemado a su propia madre por dos maravedíes. ¡No los conociera! Así que no me salgan con la cantaleta de que fui cruel con el indiaje, ¡el más cruel de todos cuantos hemos sido sobre la tierra!, ¡ya!, ¡que le bajen tantito! ¿no? ¡Ni que de veras fuera eso una realidad!”

No se cansa de mandar errar, torturar, ahorcar, mutilar y descuartizar a los indios hombres, mujeres y niños, ni de fornicar con indias y españolas. Por repugnante que sea este personaje histórico, lo que más llama la atención del lector es cómo se mantiene el interés a través de los cuarenta y tantos capítulos no numerados, cada uno con la misma extensión. Entre los rasgos lingüísticos, el más novedoso es la invención de vocablos, normalmente a base de raíces reconocibles: “comilonas y beberronas”; “bienvenirnos o malvenirnos en parlas nunca oídas”; “cuenteadores”; “casa de  cariñosillas”.
“No. Yo no pienso como el cochino almirante ése -cochino porque siempre andaba oliendo a vómito y demás mierdajes propios de las comilonas y beberronas a que era tan afecto-. Yo sé qué aguas piso como guía y comodoro de mis buques.
[...] bienvenirnos o malvenirnos en el discurso de parlas nunca oídas por nadie del mundo real. Ahora mismo nosotros vamos en derechura de las islas que él tanto menciona en sus anotaciones, dándole rienda suelta a la imaginación y al desenfreno de palabras que ya han encontrado un digno discípulo en el marqués del Valle, pues éste ha hecho una extraordinaria labor verbal ante la mirada de Don Carlos y el oído siempre abierto de la Iglesia, buscando labrarse el prestigio de héroe que no tiene ni merece en sus escenografías de abalorio.
[... ]cuenteadores que surgieron a raíz del descubrimiento; y creo que ni yo mismo me salvé de aportar mi granito de fábula,  pues compuse una narración acerca de Florene, la mariposa gigante de los cielos de Ultreya. Afortunadamente no trascendió; y lástima del dinero que un gentilhombre de Madrid, enamorado de boberías, gastó en su publicación. Bueno, gratis hasta las puñaladas; allá él y sus mil doblones invertidos en la edición.
[...]cariñosillas, a las que Carlos I es tan proclive; y vaya que si estaré yo, aquí y ahora, para ponerme a detallar anatomías de hembras licenciosas; sólo diré que a Su Majestad le gustaban, cómo lo recuerdo, mozas y de tetas hospitalarias, es decir, grandes para mamar a gusto, y con caderas afelpadas para caer como a colchón de plumas”.


EL RITMO
El ritmo nunca decae, reforzado por las constantes exclamaciones retóricas que van alternando con las enumeraciones, la anáfora, la aliteración, las palabras escatológicas, los dichos populares, las alusiones cultas a la mitología clásica y a las novelas de caballería y alguno que otro anacronismo como “mamando gallo”, “Palinuro” y un verso de Las mañanitas.
“Roja era la alfombra y rojos los terciopelos del gran salón Don Fernando, el de los tapetes y arabescos moriscos, donde recibí el nombramiento de manos de Su Majestad Don Carlos I de España, a quien ese día encontré más resplandeciente que nunca, con la capa encarnada de las grandes ocasiones”.

LA CULPA NO ES DEL AUTOR
Los críticos de marras que denuncian a los novelistas del boom por su narcisismo, encontrarán en este texto otro blanco para sus saetas. Sin embargo, ¡qué mejor manera de captar la esencia de este conquistador megalómano! Si el virtuosismo lingüístico del texto acaba por deslumbrar y cegar al lector a tal grado que no percibe lo reprensible que fue el genocidio realizado por Nuño de Guzmán, la culpa no es del autor sino del lector.


Estaban deleitándose.
Como si fueran monos levantaban el oro.
Como que se sentaban en ademán de gusto.
Como que se les renovaba y se les iluminaba el corazón.
Como que es cierto que eso anhelaban con gran sed.
Como que se les ensanchaba el cuerpo por eso.
Como que tenían hambre furiosa de eso.
Como unos puercos hambrientos ansiaban el oro.


Códice Florentino



domingo, 14 de agosto de 2016

LA VIDA A CUCHILLADAS


LA VIDA A CUCHILLADAS
Herminio Martínez
13 de marzo de 1949 - 17 de agosto de 2014

“El llanto de la mesa en la cocina
vació el amor y, por la pena grande,
me duele en los cuchillos y en la culpa
que viste su café con traje fúnebre,
donde viven mis muertos y me esperan:
allí el sillón de la quijada rota,
el trasto en el que alguna vez bebieron
rincones mis difuntos en su fiesta”.
H.M.

Todo comenzó un día lunes. ¿Por qué las tempestades tienen que llegar en lunes? En un amanecer deshilachado, anunciando minutos, horas, nubes en el reloj del cielo, enrojecido silencio de mi estrella. Aquí tiene mi mano, caballero. Mi nombre es Luis Enrique, pero no soy “emo” ni ando con los “darketos”. Mi banda es la verdad que se maquilla con sus colores pálidos por sentirse muerta, ¡muerta! Sí, o acaso como una camisa abandonada. El pantalón, la gabardina huérfana, toda la piel del duelo para enfrentar la muerte. Fue una infancia de dudas; mi papá, muy enérgico. Trabajador, sin una ventanita diferente a la que él y mi mamá se andaban asomando. Cuando llegué, los dos ya me esperaban con un: “¡Te vas!”…  “Yo no quisiera”…  “¡Aquí no te queremos!”. Mis papás. “¡Ya no queremos que sigas con nosotros dándole mal ejemplo a tus hermanos! Has desobedecido”. Aparte de la tunda con la que su estilo de ser padre se desahogaba en mí, dejó salir su ruido; el mismo de los temblores en la voz, ronco y largo como los minutos de su cólera.
—¡Vete al diablo!
—De acuerdo… -titubeé.
—¡Vicioso!
—Nooo…
—¡Tú cállate, Lucía!
—Noooo.
Su palabra me hizo volar al cementerio a donde solía ir a jugar con los amigos. Ya a los doce y trece años, nos brincábamos la barda para meternos en las tumbas a sacar huesos y realizar alguna ceremonia en luna llena. De allí vino esta manía de la ropa negra y los mares de ganas de no seguir viviendo. “¡Noooo!”, fue el último lamento de aquella mujer que agonizaba: Lucila Ríos Bernal y yo para ella Luis Enrique, ¿qué más da?
Desde entonces, sólo en contadas ocasiones voy a visitarlos: cuando hay alguna fiesta familiar o, de plano, necesito aunque sea cincuenta pesos.
Ser gótico te da la oportunidad de parecerte a todo. Con ojeras y labios que te besó el murciélago nadie te desconoce. Sin embargo, cuidado con algunos: te miran y suponen que hay ligas invisibles entre su baba negra y tu alma; ocasión de pecado, ¡perros!; un demonio en la tarde, fugado de la Biblia, es lo que son algunos. Vivo con una amiga, pero a veces nos enojamos y es cuando mi corazón jala hacia donde mi mamá sueña conmigo. Las primeras cinco cicatrices tienen tres años, cuando dejé la casa; las otras me da pena mostrarlas, están aquí y allá: bajo el cabello público, los glúteos; son fechas de ansiedad, horas de angustia y miedo.  Al principio uno piensa que por ahí se va a escapar todo este sufrimiento revuelto con la mugre; pero no, la vida se defiende, aferrada a cada latido de las venas, a cada susto donde nos brinca el corazón, fluye por las muñecas y los dedos, gotea en cada yema y cae como las hojas desprendidas de un árbol que se muere. ¿Ha sentido la lluvia cuando azota las puertas o esas enormes hojas de los plátanos? Bueno, pues más o menos es así, nada más que cálida, semejante a una lengua de vaca pasando por la carne. O una serpiente con las escamas tibias. Cuando te dicen que su sabor es agradable, no les crees; cómo, ni que fuera rellena de la que mi mamá compraba en el mercado; ésa sí, no este goteo rojizo, zarandeándose al ritmo del movimiento y de los pasos o de la mano que sube y baja por el aire que te rodea mientras tú te enfrentas al “último estirón que no ha acabado”, ese momento. Son ganas de morir. De irse temprano a la hora del crepúsculo o al alba. De emigrar de la Tierra. De no mirar atrás donde eres pasto y te pervierte el alma la fe de quienes se imaginan ser la luz, ser llama. Hipocresía. La vestimenta engaña; sea blanca o negra, es independiente de lo que llevas dentro. Si te maquillas para que las tinieblas radiquen en tus pómulos ¿qué importa? Nosotros somos voz, murmullo y luto permanente. Quizá nos llaman góticos por parecer un libro; una de esas novelas donde las catedrales esconden sus secretos. ¡Qué misterio es el hombre! Nosotros somos hombres, no aves de ese color en que la mala vibra se recrea.
Al menos así lo entendía yo. Pensé que esta era la mejor manera de no quedarme más entre quienes a todas horas te ven desde su púlpito y echan sus amenazas contra todo lo tuyo: sea el cuerpo o el espíritu. Yo me quería morir. Estar sin  nadie es no existir en nada. Diecisiete años no cumplidos y ya toda una criatura de la infamia, que también está hecha de pelos, babas, dientes ¡mejor fuera de pétalos! Alguna vez leí o lo escuché en mis lobregueces, que a los seres humanos las religiones y las ideologías los separan, pero los sueños y el sufrimiento los acercan, y es verdad. Tal vez por eso me identifiqué con otros. Nos conocimos en esta oscuridad de ojos y cuervos echando a volar el nombre de Édgar Alan Poe, borracho de tanto grito y tantas imágenes en las botellas del asombro. Supe del misticismo del vampiro en su ataúd de nácares; de la fe y los ideales de otros góticos. Supe de las parvadas donde se surte el aire de agujas y de fémures para sus cantos tristes. Se siente en la lechuza. Gime en el rechinido de las puertas. Hoy salgo sin temor con mis veintiún años a cuestas a torear la vida. La sangre, digamos, ya halló una delicia en mí: me gusta y yo le gusto; nos probamos una o dos veces cada mes. Ahora han de ser ya unas treinta o cuarenta rayas en cada uno de mis brazos, sin contar las de quienes te proveen cuando las tuyas no se han cerrado y aún duelen o corres el riesgo de una anemia. Es bueno tener a alguien que te apoye en esto; mi chica lo hace. Ah, porque al principio, sólo la que escuchas correr como un pequeño arroyo debajo de tu piel, te gusta; hasta que encuentras agradable la que los demás te proporcionan: el dedo amigo que te ofrece su primer rubí en noche bajo tormenta de relámpagos, en un puente perdido o cualquier jacalón adonde se van a dormir los jóvenes que, como tú o yo, dejaron el hogar, su historia, aquellos trajes, una olla de costumbres. Cuando mi padre me corrió ni siquiera me imaginaba cuál era el verdadero tamaño de esta pena. Recuerdo que vagué por la ciudad, a la manera de una alita, de un mosco. No sé si había fumado, pero probablemente sí. Es lo que siempre hacíamos a la orilla del Laja, al que nosotros le decíamos el Río Nilo.
—Por… ¡Ni lo huelas!
—Ni lo pronuncies.
—Ni lo bebas.
—Ni lo toques, porque te salen costras.
Las madrugadas se volvieron sábanas, agujas frías. Las noches techos. Hasta que el sol a golpes me despertaba para avisar que el hambre estaba allí, patas abiertas, esperándote. Algún perro corría detrás de tu alma, arrastrando la suya: fulgores destrozados: la mía y la de él, sin importarle al mundo.
—¡Te vas!
—Me voy…
—¡Ay, hijo!
—Mamá…
Los policías son unos desgraciados. Trogloditas con hormigueros en los párpados sólo para mirar lo que, según ellos, te llevas. Y van detrás de ti, a macanazos y pedradas, porque el partido, el presidente, la fundación, las damas, los empresarios que comulgan, los clubes, las monjas, no te quieren y debes de soportar esa canción amarga en la que tú eres el villano, únicamente porque naciste en un lugar y en un instante al que en no pocas ocasiones llamaste equivocados.
A los dieciocho conocí el amor. Estaba hecho de hierbas y el cosmos resplandecía en cada una de sus hojas; fue una de esas chavitas de las abandonadas en la esquina. Precisamente en ella aprendí a conocer el dulce aroma de la sangre. Me la daba los viernes; nada más me ponía su dedo entre mis labios, con la promesa de volver a hacerlo la próxima semana:
—Es para que no te debilites; tómala de mí, no lo hagas ya de ti, si no, vas a quedar como muestrario de cortador de trajes.
Nos quisimos un año; tal vez un poco más. El hecho es que aquella sangre suya tenía sabor a menta; era de anís y a veces de durazno; sangre de amar el mar de los amantes. A Tania le agradezco lo gótico. Un día me comentó:
—Nos invitaron a una fiesta. Unos que hablan de Dios y creen en los poderes de la eternidad en cada sombra.
—Vamos -le dije-. Al fin que de todos modos nuestro destino es una barca rota.
Puros vampiros. A cual más maquillado y anarquista, sedientos de beberse el uno al otro. Había unas jarras con agua que todos veíamos y nos servíamos como si fuera sangre roja, tanto como la capa en la que Drácula envolvió su última siesta. Allí aprendí que la oración es canto y que la más tétrica herida sana cuando le pones besos en su boca.
—¿Tu nombre? –les dije diez.
—Ahí ustedes escojan.
—Todos están hechos de ti –me respondieron.
—Soy un libro de cuentos.
Respondí y me llamaron solamente Carlos.
—Vete haciendo a la idea pálida y salitrosa de la muerte… -alguno declamó.
Ésta fue únicamente la primera puerta de todas las que hay que abrir para llegar al fondo; de la memoria o del olvido; al centro de toda la capacidad de resistencia en un océano de colores íntimos.
Al paso de los días nos fuimos entendiendo, haciéndonos imagen, oprimida mejilla en la negrura del entorno. Primero fue Umberto Eco, difícil para quien sólo alcanzó la secundaria. El nombre de la rosa me sujetó del ánimo; el más verde tobillo que a la amistad le queda. Vino Édgar Alan Poe con su mastín y el gato negro, Melville, cuentos de Dumas, Lovecraft, Hawthorne…  Y también Víctor Hugo con su frase: “En los ojos del joven arde la llama, en los  del viejo brilla la luz”. La lumbre era de sangre; la sangre era de luz.
Hoy leemos y rezamos. Creemos en la perplejidad que es el asombro y de Dios no manejamos definiciones tendenciosas.
Un día nos agarraron. La toma de posesión del nuevo alcalde nos obligó a su catecismo. Nos encerraron a los seis.
—¡No corran!
No corrimos.
Nuestra consigna es no poner la otra mejilla, mas tampoco permitir que te rompan un diente.
Estuve preso una semana. Cuando salí, Tania decidió irse a Uriangato, tal vez con el propósito de ayudar en el negocio familiar.
Yo sigo aquí, viviendo de mí y de quien me ofrece aunque sea diez gotas. A veces me impresiono de la necesidad. Las cantidades son  mayores. Sólo una vez lo hice… De milagro la chica no murió. Por eso, nunca más. Sólo en los dedos, en las rodillas y también los codos cuando en los brazos ya no queda de donde succionar, pero en el cuello, nunca.





**Los invitamos a la lectura en honor del maestro Herminio Martínez, el viernes 19 de agosto de 2016 en La Casa de la Cultura de Celaya, salón anexo a la Sala Hermilo Novelo. Lectura de su obra y de los miembros del taller Diezmo de Palabras en el segundo aniversario luctuoso de nuestro fundador.

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