MI VIDA ES UNA FRASE
-Herminio Martínez, a dos años de su noche final-
“Todos han muerto...
...Murió un viejo tuerto, su nombre no recuerdo, pero
dormía al sol de la mañana, sentado ante la puerta del hojalatero de la
esquina.
Murió Rayo, el perro de mi altura, herido de un balazo
de no se sabe quién.
Murió Lucas, mi cuñado en la paz de las cinturas, de
quien me acuerdo cuando llueve y no hay nadie en mi experiencia.
Murió en mi revólver mi madre, en mi puño mi hermana y
mi hermano en mi víscera sangrienta, los tres ligados por un género triste de
tristeza, en el mes de agosto de años sucesivos.
Murió el músico Méndez, alto y muy borracho, que
solfeaba en su clarinete tocatas melancólicas, a cuyo articulado se dormían las
gallinas de mi barrio, mucho antes de que el sol se fuese.
Murió mi eternidad y estoy velándola”.
César
Vallejo, La violencia de las horas.
“Un
nuevo amanecer o la noche final”, escribió Herminio en su página de facebook
horas antes de que tuviera la última intervención quirúrgica, refiriéndose a
las dos opciones posibles que esperaba con valor y resignación. La noche final
llegaría irremediablemente. Los años en que sostuvo la batalla contra el cáncer
“esas raíces ciegas que avanzan por la oscuridad de la carne, comiéndose la
vida”, el maestro demostró una entereza impresionante. No faltó a las sesiones
del Diezmo de palabras ni a su trabajo en la Casa del cronista. Ahí recibía a
todas las personas que se preocupaban por su salud, a los cuenta historias que
le traían crónicas, leyendas y chismes de todas partes del municipio, a quienes
siempre escuchó sin burlas ni críticas. Lo visitaban alumnos, turistas
despistados que confundían su oficina con un museo o una biblioteca; políticos
hipócritas y de los otros; funcionarios que buscaban algún favor a través de
sus múltiples contactos y mucha gente de todo tipo, color, afiliación política,
religión y edad. Muchos lo buscaron durante años, pero pocos lo acompañaron en
su muerte. Hoy, a dos años de su noche final, todavía son menos quiénes lo
recuerdan. Ni los supuestos amigos, ni los funcionarios a quienes apoyó le
dedicaron un pensamiento siquiera. Solo el maestro Celso Rico Rivera le dedicó
un espacio en su columna de los domingos en El Sol del Bajío, gracias, poeta.
Xermán Vázquez publicó un video en su canal de Youtube y el Canal Vía y El Sol
del Bajío cubrieron la lectura que tuvimos en Casa de la Cultura. Los
compañeros del taller Diezmo de palabras hicimos esa lectura de su obra para
recordarlo y celebrar que su trabajo por las letras sigue vigente. La semilla
que sembró en los surcos de muchos aspirantes a escritores ha dado fruto. Su
labor sigue adelante, sus textos están vivos, su vida continuará siendo una
frase. Herminio ya es inmortal. Vale.
Julio
Edgar Méndez
IGUAL
QUE UNA MATANZA DE CRUSTÁCEOS
Herminio
Martínez
1
La
población muriéndose en sus hombres.
La
pelvis del trabajo entre pedruscos
a la
hora en que vagaba la conciencia
retratando
personas con su araño.
Me
besaron arterias de rigores,
me
hinqué a beber en cálices amargos.
La
noche atrapa a uno hasta las vértebras.
Los
que suelen subir al medio día
sabrán
del panorama que había entonces...
La
ciudad se ha comido los trigales,
araña
de ladrillos y cal viva.
Se
ve cómo trabajan sus mandíbulas.
Déjenme
envejecer antes de que otra pena
acabe
de quebrarme.
Me
queda el corazón,
con
él se hace la luz,
no
enciendan hojarascas.
2
Para
que tú alcanzaras la otra orilla,
nadie
pensó en el polvo,
ni
en los corrales llenos de basura,
sólo
en la gestación de algún espíritu.
Se
encomendaron a la Virgen
hasta
perder la frente.
Tampoco
era el demonio.
Era
sólo la lluvia,
hablándonos
de amor
en
su fresco lenguaje de olla rota.
3
Del
dorado de octubre al frío de enero,
entre
las hojas de todas las especies,
¿qué
es lo que vemos desde aquí?
El
horizonte apenas perceptible
entre
arroyos que arrastran pesadumbre.
Me
imagino que busca los lugares
donde
hubo sembradíos.
Escúchala
caer
igual
que una matanza de crustáceos.
sobre
urracas que vuelven a sus nidos.
Por
el sur, brama un loco, ese relámpago;
y
por el norte, la eternidad, pianola
descompuesta.
Escúchala
ahora que va a echársenos encima
con
sus zarpazos el diluvio,
el
regocijo no se hace responsable
de
las desgarraduras en el pecho.
Ahí
está ya,
lumbre
con paradero en los cristales,
hijo
trascendental de la neblina.
4
Las
cuatro de la tarde
ya
se iban a vestir sus filamentos
cuando
la oí pasar quejándose por mi alma.
Es
la lluvia me dije y mi mujer se puso la materia.
Es
la lluvia le dije y ella acabó de echarse a mi costado
como
una embarcación a su cadena.
Mi
mujer y la lluvia en algo se parecen:
las
dos se mojan espontáneamente
con
un libro debajo de la lengua
donde
puedo leer
de
cómo el gozo es cónyuge a mi lado.
Tantas
lluvias me entierran y me sacan
de
donde están los hijos de otros pobres
con
su dolor de estómago ya muerto.
Nos
llevan a la casa de mis padres
y
nos sentamos a llorar los cuatro.
Anda
por la azotea de mi organismo
para
que yo le diga que he mirado
cómo
corre descalza por el mundo.
La
oímos, nos callamos
para
que alce su copa
y la
derrame encima de nosotros.
Le
decimos salud como a una máquina,
ella
relincha, truena, va a su púlpito
a
predicar sin freno un río, el océano.
Le
decimos salud y cae un guante,
una
camisa, un velo, la corona.
Entonces
no hay amor que se le iguale.
Como
una cosa brava se enloquece
y se
vuelca infinita
desde
el plural molusco de su espléndida
figura
de relámpago y de hielo.
¿Desde
dónde te caes
igual
que una ciudad poblada por los vientos?
¿Desde
qué inicios de piedras deslavadas
traes
tus ríos de pie por todas las edades?
Respóndeme,
infinita, y sea tu oscuridad
la
luz que nos conduzca aunque nos deje ciegos.
Calle
limpia donde un adolescente caminaba.
Acuérdate
que tú me conociste
en
la movilidad de una bandera.
No
como hoy, que cumplo
algo
desconocido y trascendente.
Responde
por lo profundo de la vida.
Qué
vueltas habrás dado ya
cercada
por el trueno,
como
mi corazón cuando se nubla
y
salta entre las cosas como un pescado herido.
Mi
vida es una frase
que
flota entre crepúsculos de musgo.
Sea
tu rumor el golpe
que
rompa mi reposo.
Y tu
presencia, madre,
hiele
la desventura
que
tantas veces llevé colgada al cuello.
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ZONA
DE NADIE
Herminio
Martínez
Hoy
no tengo palabras que decir,
sólo
este lenguaje
que
se me hinchó con la lluvia de anoche.
¿Anhelas
una música maltrecha?
Entonces
ven a oírme;
estrújame
hasta empaparte de agujeros.
¿Quién
no conoce aquí
que
lloro hasta mancharme la ropa de tristeza?
¿Quién
no sabe que busco
la
gruta donde vaciar mi corazón
igual
que un cántaro de escombros,
allí
donde se engendra la humedad
y la
germinación
también
es una criatura demacrada?
Una
noche, los árboles y los fantasmas
me
gritaban bajo las ondulaciones de la nube;
un
rechinar de hojas era el viento,
subía
hacia la superficie como una piel de púas.
Toda
la tierra me pareció entonces una serpiente deslizándose
en
tanta migración que iba bebiendo gotas de mi mano.
Y al
amanecer,
Cuando,
por fin, aparecieron las primeras personas,
aún llevaba
la pesantez como una corona de gusanos.
Los
pájaros no salían de su recogimiento;
yo
tampoco hubiera querido abandonar el mío,
sólo
que en ese instante, al correr la persiana,
sentí
bajar al fondo del espanto.
No
sé si acabo de venir
o si
ya estaba aquí a la hora de tu parto
que
me dolió igual que un picotón de buitre.
Tampoco
supe a qué hora se me dobló la vida,
ni
en qué momento un ojo se me hizo casi oscuro
y el
derecho lloró también ceniza.
El
color de la tarde ha alcanzado su mayoría de edad
como
para tomarme un té lleno de noche.
Los
dos nos desangramos en las goteras del crepúsculo,
pero
lo tuyo a mi me duele más que mi propia llaga.
Hijo
de una flor amarilla y un suspiro,
caes
como yo a una materia sin límites ni nombre.
¿Será
que alguien no sabe cómo empezar una plegaria?
El
hecho es que la oscuridad se sienta entre nosotros.
Poco
a poco crecí
contando
entre paredes;
hijo
de pobres,
junto
a los alcatraces concurridos
por
la blancura y el aroma que podaba el olfato.
Tuve
hijos, a los que de tanto leerles el porvenir
vine
a quedarme ciego.
¿Quién
me hubiera tendido
una
mano para albergar mis heredades?
El
olvido era la planta
que
más se cultivaba en mis jardines;
peor
que una rama que se quedó sin hojas
y
ruinas tan desoladas como cualquier otoño.
Por
eso, a tantos días de no mirar
más
que las hendiduras de mi cuarto,
salgo
al campo a pregonar este propósito:
morirme
yo también,
al
fin que de todos modos, al amanecer,
tanto
tú como yo
vamos
a ser hogueras devastadas.
Tú
sales del día como de un antro
donde
la luz boquea
y yo
de esta casa a la que la ceniza
hizo
zona de nadie.
Tú
recoges la claridad de entre los muros
y,
mientras agoniza, va tiñendo tus nubes
como
si fuera un horno crematorio.
A mí
me vuelve a atrapar este cansancio,
en
su puño me lleva
y me
suelta a vagar entre los sueños.
++++++++++++++++++++++
HUIZACHES
Herminio
Martínez
Son
la gracia social de la ladera
en
la tarde con hijos en ayunas,
no
obstante el nuevo clan del presidente:
Hombres
que, para hablar, tuercen la cera
del
verbo hasta formar bellas imágenes
para
regalarle a las personas
que
tienen en el nombre sólo frío.
Son
las frases más claras que la tierra
emplea
para expresar el sufrimiento
que
es víbora o raíz de planta tósiga.
Espesuras
de espectros coronados
de
espinas como cristos que se queman
en
el nombre de muchos, cuyas lágrimas
son
hojas de otra especie de madera,
de
corazón partido por el hacha
del
olvido esgrimida por quien daba
la
vida por el pueblo.
Las
yerbas los conocen por metálicos,
duros
y ardientes bajo el sol del mundo,
que
es árbol de explosivos en el cosmos.
Ahí
están como arañas en la escuela
del
seco panorama, circunspectos
igual
que yo en murmullos encerrado.
La
presencia del aire les alisa
el
pelo de las ramas y responden
poniéndonos
su beso en un costado.
Nos
miramos de frente, sorprendidos
uno
del otro como si midiéramos
el
tamaño del hambre en la estatura
de
cada quién centímetro a centímetro.
A
ellos también sus hijos les preguntan,
creciendo
entre cenizas de rumiantes,
acerca
de la muerte y no responden.
¿Quién
andará clamando en la llanura?
La
vida es esa vaca, me anticipo;
una
criatura huérfana de toro,
quizá
se muere su hijo en algún lado
y
anda buscando matorrales verdes.
Así
camino yo por la tristeza.
Soldado
del sollozo, derrotado
en
cada ser humano que no come.
Si
pudieran, huizaches, dar su sombra
transformada
en un plato de frijoles
que
la naturaleza calentase
en
su seno de madre para el pródigo
de
la desnuda prole que ha vivido
a
pura dignidad testicularia.
Su
rumor infantil en pan caliente.
Su
pubis colorado hecho papilla.
Me
voy de mí a la orden de otra lágrima
a
ver poblarse de almas el olvido,
mientras
la historia halaga a los varones
que
pastan en las nóminas del régimen.