domingo, 28 de agosto de 2016

MI VIDA ES UNA FRASE


MI VIDA ES UNA FRASE
-Herminio Martínez, a dos años de su noche final-


“Todos han muerto...
...Murió un viejo tuerto, su nombre no recuerdo, pero dormía al sol de la mañana, sentado ante la puerta del hojalatero de la esquina.
Murió Rayo, el perro de mi altura, herido de un balazo de no se sabe quién.
Murió Lucas, mi cuñado en la paz de las cinturas, de quien me acuerdo cuando llueve y no hay nadie en mi experiencia.
Murió en mi revólver mi madre, en mi puño mi hermana y mi hermano en mi víscera sangrienta, los tres ligados por un género triste de tristeza, en el mes de agosto de años sucesivos.
Murió el músico Méndez, alto y muy borracho, que solfeaba en su clarinete tocatas melancólicas, a cuyo articulado se dormían las gallinas de mi barrio, mucho antes de que el sol se fuese.
Murió mi eternidad y estoy velándola”.
César Vallejo, La violencia de las horas.


“Un nuevo amanecer o la noche final”, escribió Herminio en su página de facebook horas antes de que tuviera la última intervención quirúrgica, refiriéndose a las dos opciones posibles que esperaba con valor y resignación. La noche final llegaría irremediablemente. Los años en que sostuvo la batalla contra el cáncer “esas raíces ciegas que avanzan por la oscuridad de la carne, comiéndose la vida”, el maestro demostró una entereza impresionante. No faltó a las sesiones del Diezmo de palabras ni a su trabajo en la Casa del cronista. Ahí recibía a todas las personas que se preocupaban por su salud, a los cuenta historias que le traían crónicas, leyendas y chismes de todas partes del municipio, a quienes siempre escuchó sin burlas ni críticas. Lo visitaban alumnos, turistas despistados que confundían su oficina con un museo o una biblioteca; políticos hipócritas y de los otros; funcionarios que buscaban algún favor a través de sus múltiples contactos y mucha gente de todo tipo, color, afiliación política, religión y edad. Muchos lo buscaron durante años, pero pocos lo acompañaron en su muerte. Hoy, a dos años de su noche final, todavía son menos quiénes lo recuerdan. Ni los supuestos amigos, ni los funcionarios a quienes apoyó le dedicaron un pensamiento siquiera. Solo el maestro Celso Rico Rivera le dedicó un espacio en su columna de los domingos en El Sol del Bajío, gracias, poeta. Xermán Vázquez publicó un video en su canal de Youtube y el Canal Vía y El Sol del Bajío cubrieron la lectura que tuvimos en Casa de la Cultura. Los compañeros del taller Diezmo de palabras hicimos esa lectura de su obra para recordarlo y celebrar que su trabajo por las letras sigue vigente. La semilla que sembró en los surcos de muchos aspirantes a escritores ha dado fruto. Su labor sigue adelante, sus textos están vivos, su vida continuará siendo una frase. Herminio ya es inmortal. Vale.
Julio Edgar Méndez




IGUAL QUE UNA MATANZA DE CRUSTÁCEOS
Herminio Martínez


1
La población muriéndose en sus hombres.
La pelvis del trabajo entre pedruscos
a la hora en que vagaba la conciencia
retratando personas con su araño.

Me besaron arterias de rigores,
me hinqué a beber en cálices amargos.
La noche atrapa a uno hasta las vértebras.

Los que suelen subir al medio día
sabrán del panorama que había entonces...
La ciudad se ha comido los trigales,
araña de ladrillos y cal viva.
Se ve cómo trabajan sus mandíbulas.
Déjenme envejecer antes de que otra pena
acabe de quebrarme.
Me queda el corazón,
con él se hace la luz,
no enciendan hojarascas.

2
Para que tú alcanzaras la otra orilla,
nadie pensó en el polvo,
ni en los corrales llenos de basura,
sólo en la gestación de algún espíritu.

Se encomendaron a la Virgen
hasta perder la frente.
Tampoco era el demonio.
Era sólo la lluvia,
hablándonos de amor
en su fresco lenguaje de olla rota.

3
Del dorado de octubre al frío de enero,
entre las hojas de todas las especies,
¿qué es lo que vemos desde aquí?
El horizonte apenas perceptible
entre arroyos que arrastran pesadumbre.

Me imagino que busca los lugares
donde hubo sembradíos.
Escúchala caer
igual que una matanza de crustáceos.
sobre urracas que vuelven a sus nidos.

Por el sur, brama un loco, ese relámpago;
y por el norte,  la eternidad, pianola descompuesta.
Escúchala ahora que va a echársenos encima
con sus zarpazos el diluvio,
el regocijo no se hace responsable
de las desgarraduras en el pecho.
Ahí está ya,
lumbre con paradero en los cristales,
hijo trascendental de la neblina.

4
Las cuatro de la tarde
ya se iban a vestir sus filamentos
cuando la oí pasar quejándose por mi alma.
Es la lluvia me dije y mi mujer se puso la materia.
Es la lluvia le dije y ella acabó de echarse a mi costado
como una embarcación a su cadena.
Mi mujer y la lluvia en algo se parecen:
las dos se mojan espontáneamente
con un libro debajo de la lengua
donde puedo leer
de cómo el gozo es cónyuge a mi lado.

Tantas lluvias me entierran y me sacan
de donde están los hijos de otros pobres
con su dolor de estómago ya muerto.

Nos llevan a la casa de mis padres
y nos sentamos a llorar los cuatro.

Anda por la azotea de mi organismo
para que yo le diga que he mirado
cómo corre descalza por el mundo.
La oímos, nos callamos
para que alce su copa
y la derrame encima de nosotros.
Le decimos salud como a una máquina,
ella relincha, truena, va a su púlpito
a predicar sin freno un río, el océano.
Le decimos salud y cae un guante,
una camisa, un velo, la corona.
Entonces no hay amor que se le iguale.
Como una cosa brava se enloquece
y se vuelca infinita
desde el plural molusco de su espléndida
figura de relámpago y de hielo.

¿Desde dónde te caes
igual que una ciudad poblada por los vientos?
¿Desde qué inicios de piedras deslavadas
traes tus ríos de pie por todas las edades?
Respóndeme, infinita, y sea tu oscuridad
la luz que nos conduzca aunque nos deje ciegos.
Calle limpia donde un adolescente caminaba.
Acuérdate que tú me conociste
en la movilidad de una bandera.
No como hoy, que cumplo
algo desconocido y trascendente.
Responde por lo profundo de la vida.
Qué vueltas habrás dado ya
cercada por el trueno,
como mi corazón cuando se nubla
y salta entre las cosas como un pescado herido.

Mi vida es una frase
que flota entre crepúsculos de musgo.
Sea tu rumor el golpe
que rompa mi reposo.

Y tu presencia, madre,
hiele la desventura
que tantas veces llevé colgada al cuello.

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ZONA DE NADIE
Herminio Martínez


Hoy no tengo palabras que decir,
sólo este lenguaje
que se me hinchó con la lluvia de anoche.

¿Anhelas una música maltrecha?
Entonces ven a oírme;
estrújame hasta empaparte de agujeros.

¿Quién no conoce aquí
que lloro hasta mancharme la ropa de tristeza?
¿Quién no sabe que busco
la gruta donde vaciar mi corazón
igual que un cántaro de escombros,
allí donde se engendra la humedad
y la germinación
también es una criatura demacrada?

Una noche, los árboles y los fantasmas
me gritaban bajo las ondulaciones de la nube;
un rechinar de hojas era el viento,
subía hacia la superficie como una piel de púas.
Toda la tierra me pareció entonces una serpiente deslizándose
en tanta migración que iba bebiendo gotas de mi mano.

Y al amanecer,
Cuando, por fin, aparecieron las primeras personas,
aún llevaba la pesantez como una corona de gusanos.
Los pájaros no salían de su recogimiento;
yo tampoco hubiera querido abandonar el mío,
sólo que en ese instante, al correr la persiana,
sentí bajar al fondo del espanto.

No sé si acabo de venir
o si ya estaba aquí a la hora de tu parto
que me dolió igual que un picotón de buitre.
Tampoco supe a qué hora se me dobló la vida,
ni en qué momento un ojo se me hizo casi oscuro
y el derecho lloró también ceniza.

El color de la tarde ha alcanzado su mayoría de edad
como para tomarme un té lleno de noche.
Los dos nos desangramos en las goteras del crepúsculo,
pero lo tuyo a mi me duele más que mi propia llaga.

Hijo de una flor amarilla y un suspiro,
caes como yo a una materia sin límites ni nombre.
¿Será que alguien no sabe cómo empezar una plegaria?
El hecho es que la oscuridad se sienta entre nosotros.

Poco a poco crecí
contando entre paredes;
hijo de pobres,
junto a los alcatraces concurridos
por la blancura y el aroma que podaba el olfato.
Tuve hijos, a los que de tanto leerles el porvenir
vine a quedarme ciego.

¿Quién me hubiera tendido
una mano para albergar mis heredades?
El olvido era la planta
que más se cultivaba en mis jardines;
peor que una rama que se quedó sin hojas
y ruinas tan desoladas como cualquier otoño.

Por eso, a tantos días de no mirar
más que las hendiduras de mi cuarto,
salgo al campo a pregonar este propósito:
morirme yo también,
al fin que de todos modos, al amanecer,
tanto tú como yo
vamos a ser hogueras devastadas.

Tú sales del día como de un antro
donde la luz boquea
y yo de esta casa a la que la ceniza
hizo zona de nadie.

Tú recoges la claridad de entre los muros
y, mientras agoniza, va tiñendo tus nubes
como si fuera un horno crematorio.
A mí me vuelve a atrapar este cansancio,
en su puño me lleva
y me suelta a vagar entre los sueños.

++++++++++++++++++++++

HUIZACHES
Herminio Martínez


Son la gracia social de la ladera
en la tarde con hijos en ayunas,
no obstante el nuevo clan del presidente:

Hombres que, para hablar, tuercen la cera
del verbo hasta formar bellas imágenes
para regalarle a las personas
que tienen en el nombre sólo frío.

Son las frases más claras que la tierra
emplea para expresar el sufrimiento
que es víbora o raíz de planta tósiga.

Espesuras de espectros coronados
de espinas como cristos que se queman
en el nombre de muchos, cuyas lágrimas
son hojas de otra especie de madera,
de corazón partido por el hacha
del olvido esgrimida por quien daba
la vida por el pueblo.

Las yerbas los conocen por metálicos,
duros y ardientes bajo el sol del mundo,
que es árbol de explosivos en el cosmos.

Ahí están como arañas en la escuela
del seco panorama, circunspectos
igual que yo en murmullos encerrado.

La presencia del aire les alisa
el pelo de las ramas y responden
poniéndonos su beso en un costado.

Nos miramos de frente, sorprendidos
uno del otro como si midiéramos
el tamaño del hambre en la estatura
de cada quién centímetro a centímetro.

A ellos también sus hijos les preguntan,
creciendo entre cenizas de rumiantes,
acerca de la muerte y no responden.

¿Quién andará clamando en la llanura?
La vida es esa vaca, me anticipo;
una criatura huérfana de toro,
quizá se muere su hijo en algún lado
y anda buscando matorrales verdes.

Así camino yo por la tristeza.
Soldado del sollozo, derrotado
en cada ser humano que no come.

Si pudieran, huizaches, dar su sombra
transformada en un plato de frijoles
que la naturaleza calentase
en su seno de madre para el pródigo
de la desnuda prole que ha vivido
a pura dignidad testicularia.

Su rumor infantil en pan caliente.
Su pubis colorado hecho papilla.

Me voy de mí a la orden de otra lágrima
a ver poblarse de almas el olvido,
mientras la historia halaga a los varones
que pastan en las nóminas del régimen.


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