domingo, 30 de diciembre de 2018

REGALOS INOLVIDABLES



EL REGALO DE MIS PADRES
Javier Alejandro Mendoza González

En vísperas de Navidad hay luces y esferas por todo lugar.  La gente da abrazos, regalos y nobles deseos.  Parece ser que por unos días un buen sentimiento nace en el corazón de los seres humanos.  Sin embargo, la alegría de fiestas y villancicos no es para todos. 

            Recuerdo que cuando era un niño veía la temporada de fin de año con cierta indiferencia.  Para mí y mis hermanos no había regalos ni pavo.  La habitación en la que vivía con mi familia –una pieza fría y sencilla, que era a una sola vez recámara, comedor  y cocina– era adornada por un pesebre, hecho con palitos de paleta, y una rama encalada, de la que colgaban heno y algunas esferas.  En ese tiempo mi padre no tenía trabajo; en la mesa había poca comida.  Seguramente que nuestra cena de Nochebuena, como siempre, sería pan y atole.
Luego de ir al mercado con mamá, mis hermanos llegaron a casa con una bella sonrisa.  Con gran ilusión, como la tienen los niños pequeños, me contaron la agitación que se vivía en toda la ciudad en vísperas de la Navidad; había movimiento y muchas ventas.  Los aparadores estaban llenos de ofertas y productos de la temporada.  En otros hogares, en esa noche tan especial había deliciosos platillos y, alrededor de un arbolito coronado con una estrella, muchos regalos.
            Sin dejar su alegría expresaron el deseo de que, por acto de magia, al sonar las doce del día veinticuatro, ellos también tuvieran un regalo.  Mi hermanito pidió un carro de control remoto; la niña –la menor–, quiso una muñeca, de esas que al apretarlas decían algunas palabras.  Yo era el mayor de los tres, ya me daba cuenta de la realidad, así que no pedí nada, aunque mi único par de zapatos ya estuviera roto.
            Papá se puso de rodillas para estar a la altura de los niños.  Con un tono suave nos explicó el verdadero sentido de la Navidad. 
            —No se trata de fiestas ni comida, ni de regalos y compras –nos dijo señalando el nacimiento que estaba en el rincón—.  Se trata de recordar que, en una noche fría, Dios vino a nacer en este mundo sobre un pobre pesebre para darnos un mensaje de amor y esperanza.
            Mamá complementó, mientras acariciaba mi cabeza:
            —Somos afortunados por pasar la festividad juntos y tener algo para comer.  Ya vendrán tiempos mejores.
            Cuando papá se puso de pie se tomaron de la mano.  Sus anillos de matrimonio chocaron.  Eran un regalo que tuvieron en su boda y lo único de valor que quedaba en la casa.  Se miraron fijamente.  Como lo saben hacer los que se aman, se entendieron sin hablar.
            Ese veinticuatro de diciembre, por un par de horas fui el hombre de la casa.  Papá y mamá salieron.  Antes de hacerlo me dejaron al cuidado de mis hermanos.  No debía dejarlos salir ni que hicieran travesuras.  Me pareció una tarea sencilla.  Pero tan pronto nos quedamos solos, los niños corrieron y brincaron; lloraron y pidieron todo.  En ningún momento le hicieron caso a las órdenes de su hermano mayor.
            Mi suplicio terminó pronto, cuando mis padres volvieron… con comida y cajas de regalos.  No fue por arte de magia que esas bolsas estuvieron sobre la mesa; fue por un acto de amor, que en su momento tal vez no supimos valorar.  ¡Éramos niños!  La emoción fue incontenible.  Hubo brincos, aplausos y sonrisas, pero tuvimos que aguardar unas horas más para abrir los obsequios.

            Al sonar las doce arrullamos la figura del Niño Dios.  Luego lo colocamos en el nacimiento.  Nos abrazamos, cantamos la letanía y escuchamos música alegre.  En la mesa hubo pollo rostizado, ensalada y ponche.  Luego de cenar, la niña abrió su regalo.  Se trató de la muñeca que quería.  El de mi hermano fue un carro de control remoto, y el mío, claro, unos zapatos.  Quedó por ser abierto el obsequio de mis padres.  Dijeron que lo harían después, ya que su mejor regalo era la felicidad de la familia.  Esa noche la disfrutaron como nunca. 

            Tal y como lo dijo mamá, con el paso de los años vinieron tiempos mejores, en los que ya no faltó el dinero ni la comida.  Mis hermanos crecieron; mis padres envejecieron.  La casa fue más grande.  En las fiestas decembrinas abríamos sus puertas de par en par, siempre conservando el verdadero sentido de la Navidad que cuando fuimos niños nos explicaron.
            En cada Nochebuena, alrededor de la mesa hay más gente y alegría.  A los pies del arbolito se colocan muchos regalos.  A pesar de que mi madre ha recibido vestidos, zapatos y demás, aún conserva la vieja caja de cartón forrada con papel llamativo y un gran moño; la caja, que entonces dijo, fue su regalo y el de papá, una caja vacía que nos dio alegrías e ilusiones, pero que nunca fue abierta. 
            Sin temor a equivocarme puedo decir que aquella fue la mejor de mis navidades… y la última vez que vi los anillos de matrimonio de mis padres.  Aún hoy les doy las gracias por su regalo.       



UN AMIGO INOLVIDABLE
Laura Margarita Medina

Los aparadores con sus luces de colores anunciaban la Navidad. Los pequeños se acercaban con sus padres a mirar con deleite la gran variedad de juguetes que eran exhibidos. Chucho, el único hijo de Ana, se acercó también.
       —¡Mira, mami, mira, ahí está el perrito Snoopy!
            —Mi amor, es muy caro, con el poco dinero que gano no me va a alcanzar -le dijo con dulzura.
            —Mami, se te olvida que se lo voy a pedir al niño Jesús. Mi maestra me dijo que se lo pida.
            La mujer, sin decir más, lo tomó de la mano y lo alejó de allí. Al día siguiente amaneció muy preocupada, faltaban escasos cinco días para la Nochebuena y no tenía dinero para comprarle algo a su hijo. Decidió encargar al niño con  una amiga, para ver si podía sacar algo de dinero haciendo alguna limpieza de casa, pero nadie le dio empleo y muy abatida caminó hacia a la vecindad donde vivía. En el camino, pasó por una tienda de telas y vio que había cortes de oferta. Compró algunos y pensó que con algo de imaginación podría elaborar ella misma el tan anhelado obsequio.
            Cuando su hijo dormía, ella con amor cosió cada trozo, imaginando el gusto que le daría a su pequeño.
            El día 24 de diciembre llegó, cenaron un pedazo de pollo y durmieron temprano. El día 25, casi al amanecer, se escuchaban los pasos de Chucho por todo el cuarto.
       —¡Mami, mami, despierta, despierta! Al niño Jesús se le olvidó venir, no me trajo nada -dijo desesperado y triste.
       —Busca debajo de la cama -contestó ella, somnolienta.
            El niño asomó  su cara y con su pequeña mano extrajo una deteriorada caja de zapatos. Al abrirla, su cara fue de asombro al ver el contenido.
       —¡Te dije mami, te dije!
            Ana se levantó y sonrió con satisfacción. Su niño estaba feliz con su Snoopy de trapo, el que se volvería su amigo inseparable.

            Chucho cumplió nueve años. Su madre ya tenía un empleo fijo y pudo organizarle una fiesta. Así que invitó a sus vecinos. Todos en el gran patio comieron y disfrutaron de la alegría del festejo. Ya de madrugada se retiraron todos. Ana, por el cansancio, se quedó dormida de inmediato, pero un ruido la despertó.
        —¿Qué haces, hijo? Vete a dormir, es tarde.
        —No puedo, estoy buscando a Snoopy y no está.
            La mujer se levantó de prisa y, efectivamente, el pequeño amiguito de su hijo había desaparecido. La noche fue larga para ambos en espera de preguntarles a los vecinos si alguien lo había visto. Todos dijeron que no. Chucho cayó en depresión. Su madre ofreció regalarle uno mejor, de fábrica, más caro, que hablara. Pero fue inútil, él solo quería el perrito que se había perdido.
            Navidades pasaron y ningún juguete fue mejor que ése. Chucho cumplió diez y ocho años. Desde ese día inició su gusto por el alcohol, mientras su madre lo veía crecer solitario. En su rostro siempre reflejaba nostalgia, que ella le atribuía al abandono de su padre. Duda que se desvaneció el día que encontró en un cajón una nota de su hijo que decía: “Snoopy, amigo, no sabes ¡Cuánto te extraño! ¿Dónde estás? ¿A quién le platico lo que siento? ¿Quién me escuchará como tú lo hacías? ¿Y dormirá a mi lado?”.
            Las lágrimas de Ana fueron incontenibles. Era evidente el gran valor que tenía aquel regalo, a pesar de todos esos años transcurridos y la invadió un sentimiento de impotencia.
            Diez años después ella murió dejando a su hijo solo. Esto incrementó un alcoholismo que más tarde lo llevo al hospital. Desgraciadamente, el día que se ingresó víctima de una ulcera gástrica, casi no había personal que lo atendiera por ser día festivo.
            “Qué mala suerte -pensó- todos divirtiéndose y yo, sin nadie”. De pronto la puerta de la habitación se abrió y entró un enfermero empujando una camilla. Dejó en la cama próxima a un pequeño niño, el cual era acompañado por una madre joven. Esta escena le hizo recordar su niñez y el gran amor recibido de su progenitora.
            —Mira, hijo, te traje algo para que te acompañe -dijo, depositando algo bajo la sábana.
            El joven, al ver el gesto de paz que le produjo el juguete que le depositaron a su lado, comentó:
            —Sé lo que es tener un buen amigo, yo tuve uno.
            —¿Quieres ver el mío? -preguntó el pequeño, con mirada inocente.
            Chucho no contestó y estiró su mano para mirarlo de cerca. Sintió luego cómo su corazón comenzó a latir con fuerza mientras las manos le temblaban por la emoción. ¡Era él, su Snoopy!, que parecía corresponderle con la mirada. Lo abrazó con fuerza y dejó que las lágrimas hablaran de su sentimiento, sin importar que lo miraran. Lo reconoció a pesar del color desgastado de la tela, de estar rasgado de las patas y, sobre todo, porque en una de sus pequeñas manos, él había escrito con tinta: "Chuchín".
            El niño, al ver la emoción de su compañero de habitación expresó con emotividad:
            —Te lo regalo, mi mamá dice que, si me dejo operar, el niño Jesús me traerá mi carro de bomberos.
            —Gracias, mil gracias, sé que así será -dijo, mientras un intenso rayo de luz iluminó la estancia aquel 25 de diciembre.



CENA DE NAVIDAD
Lalo Vázquez G.

            —A ver, niños, dejen de estar jugando y desocúpenme el horno. Saquen todo lo que hay ahí. José Juan, saca todos los moldes de panqué. Gustavo, saca harina y huevo de la alacena. Laura, pásame la mantequilla del refrigerador. Israel, tráete el bote de la azúcar. Eduardo, vete a la tienda por un kilo de huevo, color vegetal café, kilo y medio de azúcar y un kilo de mantequilla La Gloria, pero que sea La Gloria, porque si no, no me sirve. Córrele, pero ya estás aquí de regreso.
            Todos en acción y la mamá hace y dirige la orquesta.
            Caminando entre la gente, un enorme perro raza Collie, llamado Rubi, se paseaba por la cocina, como si también ayudara en las labores. De pronto, la mamá con un grito dijo:
            —¿Qué haces aquí, Rubi?, salte, salte, ándale.
            El perro, muy educado, se salió, se dio la vuelta y se volvió a meter.
            —Aquí está lo que me pediste de la tienda, mamá y aquí traigo tu cambio.
            —A ver, Lalo, con ese dinero que te sobró, ve otra vez a la tienda y te traes dos latas de lechera, cien gramos de bolitas plateadas de dulce y medio kilo de cocoa. Pero vuélale, ya estás aquí de regreso.
            Y así desde la mañana, todas las manos ocupadas en una u otra cosa, haciendo sopa, guisados y pasteles. La mamá fue elaborando con toda paciencia un pastel con forma de trineo y, a todo detalle, diseñó a Santa Claus y sus renos, cubierto con betún de chocolate, de tamaño muy grande. Además espagueti, bacalao y una riquísima ensalada de manzana, sin faltar el delicioso pavo navideño jugoso y doradito. El hermoso pastel se acomodó en la inmensa mesa del comedor junto con la vajilla, la cristalería y los cubiertos que obviamente los acomodaron entre todos, atropellándose unos con otros y hasta el perro, que con un grito lo corrían del lugar.
            Todos a bañar y arreglarse para salir rápidamente al templo que quedaba a solo unos pasos de la casa. Muy devotos, la mamá y sus hijos, con sus mejores vestimentas, salieron a misa. Contentos escucharon los villancicos y admiraron el bonito nacimiento que arreglaron en la iglesia y, al término de la celebración, regresaron a casa para disfrutar de la cena y con muchas ansias de abrir sus regalos. En la entrada de la casa los esperaban primos, tíos y abuelos. Todos se saludaron y, al entrar a la casa, muy grande fue la sorpresa.
            Todos se quedaron petrificados, el comedor estaba abierto, la mesa hecha un desastre; platos rotos, servilletas y cubiertos en el suelo; el pastel todo mordisqueado. Los guisados, uno a la mitad y, lo que quedó del pavo, tirado en el suelo. La ensalada volteada; el hermoso mantel blanco, decorado con nochebuenas pintadas a mano, tenía bien grabadas por todos lados las huellas del único culpable, el Rubi. Se había servido con la cuchara grande.
            Todos voltearon a ver al perro y el animalito echó sus orejitas para atrás. Y moviendo la cola, empezó a ladrar, como dando las gracias por sus sagrados alimentos.






*Textos publicados en El Sol del Bajío, Celaya, Gto.

domingo, 23 de diciembre de 2018

DE VUELTA A CASA



DE VUELTA A CASA

La temporada decembrina es una de las más esperadas por las familias mexicanas. Sobre todo en Guanajuato, donde una gran parte de los ciudadanos han tenido que emigrar a los Estados Unidos en busca de la oportunidad de trabajo y remuneración económica que nuestros gobernantes no han sido capaces de ofrecer. El retorno al hogar de algunos de ellos, durante estos días, llena de alegría los corazones de nuestros paisanos y de sus familias. Este tema no ha sido dejado de lado por los escritores y, en el caso de los pequeños, también tienen historias que a su corta edad ya les duelen.
            Jair Adriel Mendoza Campos tiene 13 años y cursa el segundo grado de secundaria en el Colegio Sor Juana Inés de las Cruz, en el municipio de Santa Cruz de Juventino Rosas, Guanajuato. Es miembro del grupo de niños narradores del estado de Guanajuato en donde ha tenido la fortuna de ganar en dos ocasiones el 1er lugar en el Concurso Estatal de narración oral, lo que le permitió representar a Guanajuato en los Estados Unidos, llevando narraciones de la cultura mexicana. Desde tercer año de primaria ha participado en talleres y concursos de cuenta cuentos.
            En sus propias palabras: “Esto me ha permitido desarrollar un gusto por la lectura y por la expresión oral; hace un año tuve la fortuna de ganar el 1er lugar en el Concurso de Oratoria de la zona Este de Educación del estado de Guanajuato.  Una experiencia que me encantó y que nunca voy a olvidar, es haber participado en el primer concierto de la orquesta Sinfónica de la Universidad de Guanajuato en conjunto con los niños narradores del Instituto de Cultura el pasado Diciembre. Me gustan mucho los deportes y pertenezco al equipo municipal de la Asociación de hand-ball de Santa cruz de Juventino Rosas, en donde hemos representado al estado de Guanajuato en competencias nacionales. Desde pequeño me han gustado los deportes, en especial el Tae kwon do, en donde alcancé la cinta negra hace dos años. Mi materia favorita es matemáticas, actualmente estoy en espera de resultados de la tercera etapa de la eliminatoria estatal de las olimpiadas matemáticas. Como parte de las olimpiadas de conocimiento tuve la oportunidad de estar en la Convivencia Cultural 2017 que se llevó a cabo en la residencia de Los Pinos. Estoy convencido de que todo logro requiere mucho esfuerzo y sacrificio. Una de mis más grandes metas es poder seguir dando a conocer nuestra cultura mexicana a través de los cuentos a más lugares, incluso otros países. Amo mi país y creo que es una buena forma de dar a conocer lo hermoso y maravilloso que es mi México, así como su cultura, tradiciones y su gente. Me gustaría que todos los niños se motivaran con lo bonito que puede ser la lectura y que conozcan las extraordinarias historias, leyendas y tradiciones que albergan nuestro país.”
            El cuento que presentamos en nuestro Diezmo de Palabras, está basado en la historia del abuelo y el tío de Jair Adriel. Ambos se vieron en la necesidad de migrar al país vecino en busca del sueño americano para poder sacar adelante a sus familias, como el mismo pequeño autor lo dice: “Me impactaron las historias que contaron, sobre todo lo que vivieron durante su camino. Cómo arriesgan sus vidas y lo difícil que es estar separados de sus seres queridos en un país donde no comprenden el idioma y, la compañía más cercana con la que cuentan, son amigos del trabajo. Decidí hacer este cuento para concientizar a las personas de los sacrificios que hacen todos los migrantes para ofrecer un mejor futuro a sus hijos, hermanos e incluso a sus padres y que el hecho de buscar oportunidades de superación no los convierte en delincuentes. Hacen un esfuerzo digno de reconocimiento y deberían de recibir más apoyo para formalizar su situación migratoria.”
            Hoy compartimos estos dos cuentos de pequeños narradores y desde este espacio dominical les deseamos a nuestros amables lectores y a todo el equipo de periodistas, fotógrafos, redactores, impresores y directivos de El Sol del Bajío, una muy feliz Navidad.




SUEÑO AMERICANO
Jair Adriel Mendoza Campos
-Basado en una historia real-

Ya había pasado una hora de caminar y Ezequiel observaba cómo el primer rayo de sol iluminaba aquellos enormes cerros. Caminaba arreando a su pequeño ganado de vacas flacas, buscando el poco pasto que apenas quedaba debido a la larga temporada de sequía.
            Ezequiel tenía 15 años. No sabía de escuela, ni de libros, mucho menos de juegos con amigos, pues por ser el mayor de sus siete hermanos tenía que ayudar a sus padres y llevar un plato de frijoles a la mesa. Las tierras cada vez eran menos productivas, pero el hambre no entiende de razones, así que, con todo el valor que se puede tener a los 15 años, decidió partir en busca del sueño americano y de esa manera poder ayudar a su familia en esa desesperante situación, ya que había días en los que él y sus hermanitos dormían sin haber probado un solo bocado en todo el día.
            Con el corazón destrozado su madre vio cómo su pequeño niño partía de su tierra y de sus raíces. Se dirigía hacia aquel famoso país de oportunidades pero también de peligros, amenazas e incertidumbre, pues entraría en él ilegalmente.
            Con los zapatos rotos, una garrafa de agua y unos cuantos centavos, Ezequiel emprendió aquel largo caminar lleno de dudas, de miedos, de nostalgia y aún con mucha hambre.
            Subió al tren, o La bestia, como suelen llamarla al sur del país, todavía sintiendo en la mejilla aquel beso de despedida que le había dado su madre. Pasaron los días y en aquel frio vagón había conocido a dos muchachos que, como él, se dirigían hacia el mismo destino. La Bestia pasaba por varias ciudades donde ellos se bajaban a pedir dinero para poder comprar un poco de comida.
            Al acercarse a la frontera lo único que se podía observar era aquel enorme y aterrador desierto. Después de unos días bajaron del tren para darse cuenta de que debían atravesar el indomable río Bravo, asesino de miles de personas. Pero para hacerlo, debían de esperar la noche, pues si no, la migra los estaría esperando del otro lado del rio para darle fin a su tan anhelado sueño. Llegado el momento, Ezequiel colocó todas sus pertenencias en una bolsa de plástico, incluso lo que traía puesto y así, como dios lo trajo al mundo y con la piel de gallina, se metió en el río. El agua estaba helada y le llegaba hasta al cuello. La corriente era muy fuerte, sentía cómo lo arrastraba. Como pudo se sujetó de una rama y logró cruzar. Aún muy agitado y sin poder ponerse la ropa, comenzó a correr para esconderse en los matorrales, pues en ese momento ya estaba pisando suelo americano.
            El frío comenzaba a invadirlo, lo sentía como si le cortasen la piel al chocar con su cuerpo.  A lo lejos se escuchaba el aullido de los hambrientos coyotes.  De aquel grupo de diez personas que lo intentaron,  sólo siete llegaron al otro lado. Los demás habían desaparecido, era como si el río se los hubiera tragado. No había tiempo para buscarlos, no había tiempo para tener miedo o para sentir frio, pues el tiempo en ese instante era su peor enemigo. Corrieron durante horas hasta que los venció el cansancio, aún faltaba tiempo para que el sol saliera, no podían parar pues la noche era su mejor protección para poder avanzar.
            Al salir el sol Ezequiel podía sentir cómo las espinas rasgaban su piel. Caminaron durante tres días y tres noches, con los pies sangrando por las ampollas y las espinas. El hambre no podía faltar, pues su único alimento era un pequeño paquete de galletas saladas, las cuales racionaba, ya que no sabía de los días que aún le quedaban por vivir en el desierto. La hora del descanso llegó, comenzaba a medio día justo cuando el sol estaba más caliente. Aprovechaban para dormir y así poder tener un poco de energía por la noche. Las horas pasaron y al despertar Ezequiel se dio cuenta de que su grupo ya no estaba; se había quedado dormido, lo habían abandonado en el desierto, sin agua, ni alimento. En su desesperación corrió y corrió, pero jamás pudo encontrarlos. La falta de agua ya se estaba haciendo presente en su cuerpo, sentía la boca seca, su garganta picaba, sus labios se despellejaban y así, desorientado y sediento Ezequiel cayó exhausto.
            Al despertar recordó que su padre le había contado una historia sobre la estrella del norte, así que decidió caminar siendo aquella estrella, su única guía. Después de dos fatigadas noches se encontró con un pequeño charco, aquella agua sucia y con gusarapos le supo a gloria, por lo que decidió quedarse ahí un par de días mientras sus heridas sanaban y su cuerpo se rehidrataba. En esos días se sentía como en un campo minado, por tantas serpientes que advertían su presencia, con su atemorizante cascabel. A lo lejos ya había escuchado pasar varias veces las camionetas de Migración, el miedo y la incertidumbre lo hacían dudar en entregarse y ser deportado o seguir con su camino, teniendo en cuenta que en lugar de encontrar su destino podría encontrar la muerte.
            Ezequiel decidió continuar, sin embargo le abrumaba el tener que alejarse de aquel charco que después de días había sido su salvación en aquel incandescente infierno. Esperó a que llegara la noche y emprendió su camino aterrado y completamente solo. Después de unas horas comenzó a ver, a lo lejos, una mancha de luz en el cielo. Se sentía confundido pues aun faltaban algunas horas para que amaneciera. Caminó hacia aquel claro y después de unos cuantos pasos se dio cuenta de que aquella luz provenía de una ciudad. Ezequiel no pudo contener las lágrimas y, aun sabiendo que no tenía a nadie en el mundo en aquel lugar, se sintió a salvo. Después de ocho días de estar perdido en el desierto nada podría ser peor. Al acercarse, poco a poco pudo observar aquellos enormes edificios. Un suspiro de aliento estremeció su cuerpo, dio un vistazo hacia atrás y continuó su camino. Ezequiel había llegado. Él y su familia al fin estarían a salvo de aquel aterrador sentir llamado hambre.




VEINTICUATRO DÍAS ANTES DE NAVIDAD
Silvia Ximena Jamaica Rodríguez
Escuela Primaria Álvaro Obregón, Celaya

Había una vez una niña llamada Ariel a quien no le gustaba la Navidad, porque decía que no le gustaban los cantos navideños ni la diversión. No sabía lo que se perdía todos los años, pero a su Tía Griselda le gustaba todo eso. Como sus papás habían muerto, se quedó con su tía. Cuando Griselda comulgaba, pedía siempre a Dios que a su sobrina le gustara la navidad ya que todos los años se quedaba encerrada en su cuarto jugando Nintendo. Un día todo eso cambió. Ariel recibió un libro llamado 24 días antes de Navidad y lo empezó a leer y decía en el libro:
            “Hola Ariel, soy Santa, vengo hasta ti por este libro para que aprendas todas las cosas hermosas que hay en la Navidad. La Navidad consiste en todas las cosas hermosas que más te gustan, como sentarte a cenar con tus seres queridos, platicar de lo que nos ha pasado, abrir regalos y andar con nuestros familiares y amigos”. Ariel dijo: —Todo eso nunca me lo imaginé, pero se escucha divertido. “Bueno -dice Santa- tengo que ir a entregar más libros a otras personas”. Entonces Ariel se puso a leer el libro y le empezó a gustar, pensó: —Tal vez no sea tan mala la navidad.
            Pasaron unos días y Ariel se quedó pensando: —No he puesto mi árbol de navidad.  Y entonces rápidamente corrió a la sala a poner su árbol. Al llegar su Tía se sorprendió por tan maravillosa sorpresa que le había dado Ariel y dijo: —Gracias, te quedó muy hermoso.
            Pero faltaba una cosa -¿qué creen que faltaba en el árbol?-, la Estrella. Por lo que fue con su tía a comprarla, así que fueron a tomar el Autobús y Ariel se imaginaba todas las cosas hermosas que haría en navidad, como hacer muñecos de nieve, ir a ver un musical o beber cocoa caliente y muchas cosas más.
            Cuando estaba en la tienda de luces y estrellas, había muchas luces y muchas estrellas, pero había una en específico que casi parecía una estrella de verdad y dijo Ariel: —Me gusta mucho ésta, tía. Y se fueron a pagarla a la caja.
            —Hola, buenos días, ¿puedo servirles en algo?
            —Una estrella, por favor, -dijo Ariel.
            —Con mucho gusto -dijo el señor- ¡feliz Navidad!
            Era el día, la hora y el momento para Navidad. Ariel estaba terminando su lectura y vio una nota detrás del libro que decía: “Gracias, Ariel, por permitir que llegue a tu vida la Navidad, ahora pide un deseo y se te cumplirá”.  Rápidamente fue a dejarlo a su árbol, se inclino y ¿qué creen que pidió?: que todos se la pasaran excelente.





*Textos publicados en El Sol del Bajío, Celaya, Gto.
**Imagen del título: Dale dale dale, a la piñata en Navidad. Obra de Elizabeth Garces. Imagen tomada de Artelista.


domingo, 16 de diciembre de 2018

ARCOÍRIS DE CUENTOS





ARCOÍRIS DE CUENTOS

“Frida Gabriela Correa García tiene nueve años y cursa el 4° grado en la Primaria Rural Venustiano Carranza, en Tavera, municipio de Juventino Rosas, Gto. Le gusta contar cuentos desde que tenía cuatro años de edad. Participa como Cuenta Cuentos desde primer año de primaria. Ha ganado para su escuela el primer lugar por tres años consecutivos. También tuvo el privilegio de asistir al taller “Pequeños narradores” en la biblioteca Juventino Rosas, participando en varios concursos donde fue ganadora a nivel estado dos años seguidos y un segundo lugar en el tercer año, todo esto organizado por el Instituto Estatal de la Cultura. También escribe historias de dragones, valores y princesas que cambian la historia. Ha escrito ya cuatro cuentos basados en momentos importantes de su vida como:
            Arcoíris  y la pastilla mágica, que habla del cáncer de mama, el cual  lo hizo pensando en sus abuelitas.
            Los invencibles, se inspiró en sus tíos que viven en los Estados Unidos.
            El poder de las palabras, se basó en una persona que ella admira.
            El deseo, pensando en todas y cada una de las mujeres debido a que todas somos trabajadoras, valientes, independientes, amorosas y muy fuertes.
Todo esto ha sido con el decidido apoyo  que le han brindado sus maestros de primaria y la Biblioteca Juventino Rosas, donde comenzó a prepararse con la bibliotecaria Tomasa Cacique Roque, también Cuenta Cuentos. Otras personas con quienes se ha capacitado son algunos maestros del Instituto Estatal de la Cultura como: Bernardo Gabea, Khale, Laura Casillas, Lety Zavala, Armando González, Verónica García, Florina Piña, Liliana Zapata, Pedro Sosa y Sara Zepeda”.

            Conocí a Frida en León, durante la presentación de mi último libro de cuentos infantiles, La Araña en los ojos azules del gato -publicado en Braille- y me agradó su desenvoltura y capacidad para escribir y narrar ella misma sus historias. Para el Diezmo de palabras es un honor presentar una de sus obras en este espacio que nos brinda El Sol del Bajío y que, con el paso de los años, se ha vuelto punto de referencia para conocer el trabajo literario de autores de Celaya y del estado de Guanajuato, ya sean escritores con trayectoria o pequeños con talento que deben ser motivados a continuar, como Frida Gabriela y los otros niños escritores que acompañan este Arcoiris de cuentos. Vale.
Julio Edgar Méndez



EL DESEO
Frida Gabriela Correa García (9 años)

Hace mucho tiempo había una princesa muy intrépida. Le gustaba ver a sus caballeros en acción. Era la menor de tres hermanos pero su padre pensaba que era frágil y delicada como una flor. El tiempo pasó y el rey envejeció, así que un día los llamó y les dijo:
            —Hijos míos, necesitamos un heredero. Ustedes tres se convertirán en caballeros y tú, pequeña mía, tendrás que ser su escudero. 
Ella obedeció al pie de la letra. Hacía todo el trabajo. Cargaba las armas, pulía la armadura, bañaba al caballo; cocinaba el pan, asistía a la escuela, preparaba estrategias y, a veces, hasta bordaba como algunas mamás.
Pasó el tiempo y llegó el día de la elección. El rey invitó a un hada muy inteligente y poderosa para que no hubiera ningún error. Los tres príncipes y su escudero estaban listos. Hicieron batallas con hachas y espadas. Cuando terminaron, el hada dijo:
            —Príncipe, primero pide tu deseo.
            —Yo quiero ser fuerte y muy valiente.
            —No, no, -dijo el hada- pues  traerías violencia a tu reino.
            —Príncipe segundo, pide tu deseo.
            —Yo quiero tener riquezas y ser el más guapo.
            —No, no, -dijo el hada- pues traerías pobreza a tu reino por tu vanidad y codicia.
            —Príncipe tercero, pide tu deseo.
El príncipe, muy asustado, no sabía qué pedir, qué tal si le decía que no.
            —Por tu temor no serias buen rey, alentarías ladrones en tu reino y te robarían.
El rey, satisfecho, le dijo al hada:
            —¿Quieres descansar?
            —No, no, pues hay un escudero que quiero escuchar. Pide tu deseo, princesa.
Y la princesa le dijo:
            —Quiero ser dragón con cuernos de chiva y cola de león, volar por los cielos, cuidar las familias, luchar por los pobres y los campesinos; cuidar de mi padre y de mis hermanos y de esa forma alejar a los malos.
Y el hada, con una gran sonrisa, le dijo:
            —Por ser trabajadora y de puro corazón y por tan buen deseo cuidarás a todos, mi bello dragón.
Y el rey aceptó, pues el deseo dentro de su corazón era que su hija fuera su heredera desde que nació.

Moraleja: La mujer es fuerte, valiente e independiente y, lo mejor, es la protectora de la familia.





LA GRANJITA DE ROSITA
Jennifer León Campos (5 años)
Jardín de niños Miguel Alemán Valdés, Celaya

Había una vez una señora y una niña llamada Rosita, que vivía en el campo con muchos animalitos. Tenía una vaquita que hace muu muu, una chivita que hace meee meee, una gallina que hace pio pio y un gallito que hace quiquiriquí quiquiriquí y ¡muchos  animalitos más! Por las mañanas, cuando el gallito canta quiquiriquí, Rosita y su mamá se levantan muy temprano. La mamá ordeña la vaquita muu y a la chivita meee. Mientras, Rosita recoge los huevitos de la gallina pio pio y va al huerto y corta frutitas y verduras, porque a Rosita, antes de irse a la escuela, su mamá le da de desayunar su lechita, sus huevitos, su fruta  y verduras. Porque Rosita es muy fuerte y sana e inteligente, Aprende rápidamente todo lo que sus maestros le enseñan. Además, todos los niños debemos de comer bien para estar sanos y fuertes, como Rosita de la granjita. Rin Rin, este cuento llegó a su fin.



LAS HORMIGAS Y LAS TRES ARAÑAS
Paolo Dominic Miranda Herrera (7 años)
Primaria Urbana Revolución, Celaya

Había una vez un lindo bosque de árboles, pinos, flores y mucho pasto. Había un hormiguero lleno de hormigas peligrosas. No eran las únicas, también había tres arañas que querían comérselas y estaban esperando para que las hormiguitas salieran de su hormiguero para comérselas a todas.
Las tres arañas bajaron de un árbol y se escondieron en el pasto para comerse a las hormigas. Las hormigas más pequeñas salieron de su hormiguero y las arañas se escondieron para comérselas
Cuando se descuidaron, las agarraron y se fueron muy, muy lejos a comérselas a todas. Las hormiguitas que estaban en el hormiguero salieron buscando comida por todos lados y las arañas regresaron asustando a todas las hormiguitas y, cuando estaban corriendo, una hormiguita vio a una de las arañas y dijo:
            —¡Sus patas están llenas de pelos y sus ojos son grandes y pelones!
Se fueron corriendo las demás hormigas. Llegaron a su hormiguero y vieron que ya no tenían comida y a una hormiguita se le ocurrió una idea y les dijo a las demás que ella tenía una idea. Que se pusieran a trabajar para construir una trampa para atrapar a las arañas, y se pusieron a trabajar mucho y terminaron su trampa. En ella pusieron tres frutas diferentes, una era fresa, otra naranja y un enorme, pero enorme melón.
Las tres arañas se juntaron y empezaron a comerse la fruta y una hormiga dijo que ya tenían a las tres arañas y entonces jalaron la cuerda y las atraparon y todas muy contentas saltaron de gusto, pues ya nadie las molestaría. Y vivieron felices para siempre en aquel bello jardín.



EL CONEJITO PELUDO
Santiago Alberto López Olivares
Escuela Carmen Serdán, Celaya

Había una vez en un bosque muy hermoso lleno de flores, árboles, mariposas y lagos, una madriguera en la cual vivía una pareja de conejitos que eran muy felices con sus tres hijos.
Un día el esposo conejo le dijo a su esposa:
            —Oye conejita ¿no crees que deberíamos tener otro conejito? ¡Eres una coneja, debes de tener muchos bebés!
La coneja se puso muy feliz  y le pareció muy buena idea. Al poco tiempo nació el nuevo bebé conejo, pero todos se quedaron sorprendidos, muy sorprendidos, pues tenía mucho pelo… era un conejito muy peludo.
Cuando lo vio su mamá dijo:
            —¡Oh!, este bebé no parece un conejo, parece un oso.
Luego lo abrazó muy fuerte y lo cuidó con mucho amor. Al pasar el tiempo el conejo bebé creció muy sano, fuerte y valiente.
Un día en el bosque el conejito peludo se encontró a otro conejo que se le quedaba mirando muy extraño y quien le dijo:
            —¿Por qué estás tan peludo?, hasta parece que acabas de salir de la secadora, estás  todo esponjado. ¡Qué conejo tan feo!
El conejito peludo se fue corriendo a su casa buscando un espejo para verse y decidió cortarse todo el pelo, con unas tijeras que encontró. Estaba muy feliz pues ya no tenía tanto pelo, se sentía muy guapo.
Pero al poco tiempo le volvió a crecer el pelo y dijo:
            —¿Qué  hare? ¿Qué hare?, ¡ya sé, me voy a rasurar!
Se metió a bañar en agua caliente y se rasuró todo, todito, por poco hasta se corta las orejas y la colita. Cuando se vio en el espejo, se escuchó un fuerte grito…
            —¡Nooo, parezco un xoloitzcuintle, estoy todo pelón!
Y no salió de su casa hasta que le creciera el pelito. Se resignó a estar peludo y el tiempo pasó.
Un día conoció a una coneja muy hermosa que tenía unos ojos grandes y unas pestañas  largas, largas; se enamoró perdidamente de ella. En una ocasión se armó de valor y le dijo:
            —Conejita, yo te quería decir que si quieres ser mi novia, pero de seguro no vas a querer  porque soy muy peludo.
La coneja se quedó muy sorprendida y le dijo:
            —¡Pero si me encantan los conejos peludos! Están tan suavecitos, tan acolchonaditos y tan guapos. ¡Claro que sí quiero ser tu novia!
Después de casaron y tuvieron muchos conejitos hermosos, unos peludos y otros no tanto. Entonces el conejo comprendió que no debemos hacer caso de las críticas negativas pues la belleza es muy relativa.




GORILÓN
Andrés Casique Díaz de León (5 años)
Jardín de niños General Ignacio Allende

Había una vez una ratoncilla que estaba buscando a su bebé. Y su bebé era tan pequeñito, tan pequeñito, que nadie lo podía ver. Subió a una alta, pero alta montaña y después... ¡Se cayó! Y de ahí dio tantas, pero tantas vueltas que no lo pudo encontrar. Se encontró a Gorilón, que le dijo: —¡A-l-t-o!
Pero la ratoncita se fue corriendo, corriendo corriendo hasta  llegar a China, y se encontró a un panda que le dijo: —¿Por qué huyes, ratoncilla?
            —¡Me viene persiguiendo el gorilón, me destripará y me comerá!
Gorilón la alcanzó y le gritó: —¡A-l-t-o!
La ratoncita se fue corriendo, corriendo, hasta Nueva York y ahí se encontró con una ardilla que le preguntó: —¿Por qué huyes, ratoncilla?
            —Me viene persiguiendo Gorilón, me destripará y me comerá, ¡AAAHMMM!
Gorilón la alcanzó de nuevo y le gritó: —¡A-l-t-o!
Otra vez se fue corriendo corriendo, corriendo y se subió a un submarino y pasó debajo del mar. Llegó a una isla y se encontró con un Koala, que le dijo:
            —¿Por qué huyes, ratoncilla?
            —Me viene persiguiendo Gorilón, me destripará y me comerá, ¡AAAHMMM!
Gorilón la alcanzó otra vez y le gritó: —¡A-l-t-o!
La ratoncilla salió corriendo, corriendo y ya no podía correr porque había nieve tan pesada que ya no pudo avanzar. Gorilón la alcanzó y le dijo: —¡Alto, no huyas, detente!
La ratoncilla cerró los ojos y pensó que ya no estaría enfrente de ella, pero Gorilón le dijo:
            —Yo tengo a tu bebé, lo encontré en la selva escondido en un árbol -y se lo enseñó en sus grandes manos, acurrucado-, ¿por qué huías, ratoncilla?
            —Tenía miedo.
            —Vengan conmigo, sé que la selva es muy grande, yo los llevaré a su casa.



*Textos publicados en El Sol del Bajío, Celaya, Gto.

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