domingo, 2 de diciembre de 2018

LITERATURA CREATIVA EN CELAYA



LITERATURA CREATIVA EN CELAYA

Durante los meses de mayo a octubre de este año 2018, la escritora Paola Klug impartió un Taller de Literatura Creativa para aspirantes a escritores con poca experiencia pero mucho entusiasmo. Se llevó a cabo en la Casa de la Cultura de Celaya. El taller consistió más que nada en una búsqueda a través de los recuerdos y sentimientos escondidos de los participantes que, junto con la observación consiente de gente cotidiana, fueran la fuente para la creación de personajes y ambientes en los que se desarrollaran historias que valiera la pena contar. Hubo una excelente convocatoria  con resultados muy destacables.
            Entre los participantes, el ingeniero Juan Antonio Cuevas Leree, geólogo de profesión y amante de la tierra por vocación, destaca por su fecundidad literaria. Comenzó a escribir cuentos hace poco tiempo. Lo inició como pasatiempo, pero en el fondo “quería demostrarse a sí mismo que podía hacerlo”. Ahora, le encanta escribir porque dice que es una forma de cambiar el mundo a su gusto, aunque sea con la imaginación.
            Su relato Justicia en la montaña aborda el tema de la violencia y el intento de hacer justicia por mano propia. La precipitación, el coraje y el aislamiento de algunas poblaciones se conjugan para que se desarrollen verdaderos dramas de los que muchas veces llegan a arrepentirse los protagonistas cuando ya es demasiado tarde.
            Antonio Cuevas es sólo uno de los ejemplos de que en cualquier momento de la vida se puede comenzar a desarrollar la escritura creativa con mucho acierto. Vale.
Julio Edgar Méndez



JUSTICIA EN LA MONTAÑA
Antonio Cuevas Leree

A pesar de que aún era de día, sentí que en un instante me llegó la noche, no sólo porque me cubrieron los ojos con un paliacate, sino porque me habían encontrado con el machete en la mano.
            En esa oscuridad en la que me encontraba llegaron a mi mente, como vientos en tormenta, pensamientos encontrados. Por una parte, las evidencias en mi contra no daban lugar a duda; además, cualquiera en mi situación hubiera actuado de la misma forma. Pero por otro lado, me preguntaba: «¿Lo maté yo?» …no lo recordaba.
            Lo que en ese momento llegó a mi memoria fue verme persiguiendo por la montaña al hombre que le había dado muerte a mi hija. Corría tras él desesperado. Mi hambre de venganza me dio un impulso sobrehumano, así que logré alcanzarlo a pesar de que me llevaba una buena ventaja. Lo tiré al suelo. Levanté el machete que traía en la mano y justo cuando estaba a punto de darle en la cabeza, una extraña y cegadora luz me deslumbró. No pude mantener los ojos abiertos y al mismo tiempo sentí una fuerza sobrenatural que detuvo mi arma mortal. Luego, perdí el conocimiento.
            Recuerdo que desperté después de no sé cuánto tiempo, me incorporé y tomé de nuevo el machete que se encontraba junto a mí. Miré a todos lados sin ver al hombre. Seguí mi camino buscando huellas o indicios del asesino. Unos pasos más adelante, encontré su cuerpo tendido sobre la tierra. Sangraba por el cuello a borbotones. Me acerqué, moví el cuerpo inerte con el machete para verificar su muerte y en ese momento me atraparon.

* * *
            Cuatro semanas antes José, con su esposa Alicia y su hija Sofía, de 8 años,  habían llegado a instalarse en una cabaña que ocuparían por un tiempo en la Sierra Hermosa de Santa Rosa, al norte del estado de Coahuila. La cabaña se encontraba en plena montaña, cubierta de bosques de pino y encino, y bastante alejada de cualquier poblado. La empresa donde trabajaba José, le había encargado que fuera a tomar muestras de roca de los afloramientos para realizar un estudio mineralógico. Como se tardaría solamente seis semanas y sería durante las vacaciones de Sofía, decidió llevar a la familia.
            Los días en la montaña transcurrieron tranquilamente. Mientras José salía a recolectar sus muestras, Alicia y Sofía se divertían paseando y jugando cerca de la cabaña. Sofía era una niña alegre y muy curiosa, de enormes ojos de color café claro y con una larga cabellera castaño oscuro. A pesar de que no había otros niños, no se aburría en ese lugar, ya que había mucho por explorar entre los árboles y arroyos. Buscaba, entre las ramas y arbustos, insectos y pequeños animales como ardillas y tortugas. Algunos claros del bosque le permitían observar águilas, halcones y algunas otras aves que surcaban el cielo azul. Por las tardes mamá e hija se entretenían con los juegos de mesa, ya que no había televisión.
            En una de esas tardes, alguien tocó a la puerta de la cabaña. Alicia se sorprendió un poco ya que en todo el tiempo que habían permanecido ahí, jamás se toparon con alguien. Abrió la puerta y se encontró con un hombre muy alto, fornido y mal encarado. Le dijo que era leñador y solicitó que le regalara un poco de agua. Sofía, como era muy curiosa, se acercó a la puerta para averiguar quién era la persona que había tocado, pero Alicia la detuvo y le pidió que fuera a la cocina a traer un vaso con agua.
            El hombre, parado en el arco de la puerta, no dejaba de mirar hacia adentro de la cabaña, como queriendo saber que había adentro o si alguien más estaba con ellas. Esa actitud le alarmó a Alicia y quiso cerrarle la puerta, pero éste logró impedirlo poniendo el pie. Luego, el hombre empujó con fuerza la puerta, lo que provocó que Alicia cayera al suelo. Sofía, quien regresaba de la cocina, alcanzó a ver cómo caía su mamá. Soltó el vaso y gritó espantada. El hombre intentó alcanzarla pero al querer huir, Sofía tropezó con el tapete de la sala y cayó. Alicia pudo ver todo desde la puerta; aunque percibió la escena en cámara lenta, fue imposible hacer algo. Vio cómo la pequeña cabeza de Sofía golpeó la mesa de cantera del centro de la sala y segundos después comenzó a sangrar.
            El hombre, al ver lo que había pasado, salió corriendo a toda prisa de la cabaña. Alicia se incorporó lo más pronto que pudo y se dirigió rápidamente a la sala para ver cómo se encontraba Sofía. Se arrodilló, tomó el cuerpo de su hija entre sus brazos y al percatarse que se encontraba sin vida, comenzó a llorar y gritar desconsoladamente.
            José, quien regresaba de su jornada, vio salir corriendo de la cabaña a un desconocido. Se alarmó y apresuró su paso para saber cómo se encontraba su familia. Al llegar se horrorizó al ver a Alicia con la cara desfigurada por el llanto, abrazando el cuerpo de Sofía cubierto de sangre. Ella no lograba alzar la vista ni pronunciar palabra alguna. José se quedó pasmado, no podía creer que fuera verdad lo que miraban sus ojos. Tampoco pudo hablar, pero al observar el cuerpo de su hija sin vida, de repente reaccionó. La sangre le comenzó a hervir y subir a la cabeza. El sentimiento de venganza lo invadió completamente y lo empoderó para ir detrás del asesino. Se levantó, tomó el machete que se encontraba al lado de la puerta y salió corriendo a toda prisa.

            Yo continuaba con los ojos cubiertos con el paliacate y con las manos atadas. Los hombres que me detuvieron permanecían callados. Podía oír el sonido de las hojas secas que pisaban y escuchar el movimiento que parecía ser de una soga. Imaginaba, por el sonido, que la lanzaban sobre la rama de un árbol y hacían un nudo. Luego me colocaron la soga en el cuello y me subieron a lo que parecía ser un tronco. Sentía que mi destino era inminente. Sabía que ellos tenían suficientes pruebas y argumentos para ahorcarme. No tenía pretexto ni explicación. Por un lado pensaba que sería una buena forma de acabar con mi enorme pena por la muerte de mi hija. Pero por otro, lamentaba el terrible sufrimiento de Alicia por una doble pérdida. Sabía que sería demasiado para ella y probablemente no lo soportaría. No quería dejarla sola, menos en estos momentos. Me negaba a morir, no por mí, sino por ella.
            Cuando los hombres ajustaron la cuerda sobre mi cuello, me volvió a asaltar la duda: «¿Lo maté yo?» seguía sin recordar. Al escuchar el golpe sobre el tronco del suelo, sentí el jalón y el peso de mi cuerpo presionar mi cabeza. Poco a poco me fui quedando sin aire, hasta que perdí el conocimiento.
            Después de un instante de completo silencio, vi una luz que se fue haciendo más y más fuerte hasta que tomó forma de túnel. Extrañamente me encontraba de pie y comencé a caminar hacia la luz. Al encontrarme en la entrada del túnel distinguí una figura humana que al principio no lograba identificar. Cuando se acercó pude ver claramente que era mi hija Sofía. Se colocó frente a mí. Tenía un resplandor y una expresión que no había visto antes en ella. Se encontraba muy tranquila y sonriente.  Me dijo que no tuviera miedo. Que no me preocupara por ella, ya que se encontraba muy bien. Que estaba en un hermoso lugar. También me dijo que tenía un mensaje para mí. Que allá arriba le habían dicho que aún no era mi turno. Que yo tenía que regresar a cuidar a su mamá y a su nuevo hermanito que venía en camino. Y que ella siempre estaría muy cerca de nosotros.
            De repente desperté en el suelo. Los hombres que estaban ahí me levantaron, ya que yo no me recuperaba aún del todo. Me soltaron las manos y quitaron el paliacate. Entonces me dijeron:
            —Usted disculpe, inge, lo que pasa es que como aquí no hay autoridad,  nosotros, al ver el cuerpo y el machete, pensamos que había sido usted. Pero cuando movimos el cuerpo de Ernesto para enterrarlo, vimos que no había muerto por el machete; sino que lo había atacado un puma. De suerte nos dimos cuenta a tiempo.




TALLADORES DE DIAMANTES Y ORFEBRES DEL UNIVERSO
Soco Uribe

Cada una de nosotras, las mamás, pensamos que nuestros hijos son como diamantes pero que a diferencia de éstos que provienen del interior de la tierra, los nuestros surgen de nuestras propias entrañas y, así como la tierra pierde un pedazo de su interior al extraerlos, nosotras nos desprendemos de una parte de nuestro ser, en el momento en que nacen.   
            Por tal razón, y por sentirnos las dueñas de dichas piedras preciosas, tratamos de llevarlas al mejor taller de pulido para que los expertos en esas artes nos ayuden a sacar la mayor cantidad de facetas posibles para que nuestros diamantes sean los más apreciados y los de mayor belleza.  Esto lo hacemos con el fin de complementar los cuidados y el brillo que nosotras, en nuestro hogar, podemos darles para mantener la brillantez y la capacidad de refractar la luz hacia los  demás.  Estas características, aunadas a otras, hacen que cada diamante tenga un valor diferente y que los talladores les den un tratamiento distinto, ya que sus caras poligonales requieren de diferentes tipos de muelas (discos metálicos impregnados de polvo de diamante). 
            Si bien hay diamantes incoloros y de nítida transparencia, existen otros que tienen suaves tonalidades rosas, azuladas o amarillas que les restan calidad;  sin embargo, éstos no dejan de ser de gran importancia para la humanidad ya que se pueden aprovechar en la industria y en otras artes.
            Como todos sabemos, los diamantes que se extraen del subsuelo no son las hermosas piedras que vemos en las joyerías más prestigiadas del mundo;  sus bellos efectos ópticos se consiguen sometiéndolos a un pulido minucioso, concienzudo y paciente de parte de los talladores; además, se requiere de mucho trabajo y hacer gala de una gran habilidad para que estas piedrecillas deformes se conviertan en gemas resplandecientes ya que, al no saberlas tratar, pueden echarse a perder y convertirse en material de desecho.
            A todos aquellos que tallan, pulen y que de alguna manera transforman los materiales preciosos desde su estado natural, o bruto, en objetos de delicada belleza, se les llama talladores y no es raro que el oficio pase de generación en generación, es decir, de padres a hijos.
            Los diamantes más afamados, al igual que los grandes personajes de la historia, los genios del arte y la ciencia y los ases del deporte tienen historias muy particulares pero, hasta cierto sentido, afines.  En sus inicios, contaron siempre con un tallador y orfebre que aportó su granito de arena para obtener, de unas simples piedrecillas, piezas de incalculable valor para la raza humana. Contaron siempre con un buen maestro.





*Textos publicados en El Sol del Bajío, Celaya, Gto. 

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