domingo, 29 de julio de 2018

EL MAR QUE NOS ESPERA



EL MAR QUE NOS ESPERA

(Fragmento)
Herminio Martínez

El mar que nos espera es una novela histórica, que trata sobre una hija que el Rey de España, Felipe II, “Campeón del Catolicismo”, tuvo fuera del matrimonio con la hermana del arzobispo y virrey de México Pedro Moya y Contreras, a la que mandó encerrar en un convento de la Nueva España.

1

Si yo tuviese la oportunidad de hablar de nueva cuenta con el rey, le contaría que el príncipe de las aguas es el Mar Océano. Que no hay otro. Y que su primer descubridor fue un Vasco Núñez de Balboa, precisamente en Panamá, allí donde es la cintura de esta tierra y poco falta para que los dos mares se junten. Le diría que han platicado aquí y allá de romper los obstáculos y juntar así un mar con el otro para hacer más rápido y fácil el camino hacia el Perú. Que hay audaces para emprender tal cometido. Sólo que también hay frailes que consideran vana esta pretensión, porque ningún poder humano hay ni habrá en esta vida para mover el monte que Dios interpuso entre los dos océanos y que es un desatino querer enmendar con un canal las obras que él fincara en semejante armonía de su paciencia. Lo mismo se dijo en los tiempos del rey Sesostris, cuando se trabajó por unir el Nilo con el Mar Rojo, lo cual no logró por considerar y creer que el río estaba a un nivel más bajo y que, al comunicarlos, todo el continente de África desaparecería para siempre tragado por las olas. Le contaría de los animales llamados aloles, que paren una sola vez. Y de cómo los ejemplares de esta especie de simios alguna vez pelearon a pedradas contra los arcabuces manejados por hombres que, únicamente por rendirle honores a su gusto, los disparaban contra los monos y las monas, las aves y los frutos, los micos y las micas, los indios y las indias. Los bellos bosques de estas tierras procrean un universo de seres dignos de amor y de respeto. De asombro y gratitud, como uno que es una luciérnaga, sólo que del tamaño de un murciélago. Se le llama cocuyo y abunda en La Española o donde haya lugares pantanosos. Mi amigo Lucas Bustos dice que son inofensivos, menos para los moscos, a los que buscan y devoran donde sea que éstos se hallen. Que los frailes pueden rezar maitines a su luz e ir en la espesura a confesar a algún cristiano arrepentido a la hora de su muerte. Me imagino lo que ha de sentirse cenar al resplandor de sus destellos.




Hacer el amor con Micaela... Leer..., soñar..., escribir. O simplemente conversar en noches como ésta. Son unos escarabajos con las entrañas transparentes, en las cuales, si vuelan, la luz que llevan dentro resplandece. Y si no, están todos oscuros, escondidos del sol en sus guaridas. Cuentan las narraciones que el olor humano los atrae, de manera que si alguien va lejos no se pierde, a no ser que lo maten. Imagino cómo queda el aire por donde van volando: igual que otro camino de Santiago, nada más que en la tierra. Algunos aborígenes, en sus fiestas nocturnas, se embarraban el cuerpo con una pasta hecha de estos cocuyos y corrían por todas partes como seres fantásticos. A un Lope Rojas, de la villa de Aldana, lo asustaron al punto de pedir la confesión y de jurar que había visto en danzas a muchos diablos del infierno y que era su voluntad la de ir a pedir asilo al convento de Segovia, donde a la postre tomó hábitos e hizo votos de servir al de arriba con humildad de lego, seguramente con la confianza de que sus muchos crímenes y robos que cometió allá, al lado de sus capitanes, alguna vez le fueran perdonados. Pienso en las mazorcas que da el maíz con granos dispuestos en hileras. Y en el pan y en los dulces que de él sacan los indios. Aparte de ser planta crecida comúnmente mucho más que la altura de un cantueso, con hojas semejantes a las de la caña de Castilla. Es un amor contemplarla señoreando la hierba. Aparte, le hablaría de cómo los indios cogen agua de los ríos y la ponen al fuego hasta que no queda sino medio azumbre de sal pura. Y del cazabe que es hijo de la yuca. Y de cuánto esta yuca quiere emparentarse con el cáñamo, pero no por sus varas que tanto la distinguen de los raigones y barbales que hunde la de nosotros debajo de la tierra... Le contaría que alguna vez un hombre me describió unas cajas construidas a manera de alquitaras para guardar abejas. Y le diría que en algunas provincias la cera cambia de color por razón de las flores y que acá hay más miel que toda la que pudiera recogerse en España, Francia, Italia y Portugal, con una calidad y precio mejores que en el África. Le hablaría del capolíe que tiene el don para endurecer los pechos, flojos ya por la edad o el mucho manoseo. Y de las ceibas, que tienen grietas para que las colmenas hagan miel y túneles para resguardar a quince hombres, de la lluvia o la noche. Su altura sobrepasa la de la torre de Toledo y su tronco es un trébede;  cuya cáscara -dicen- a los gordos los pone enjutos y a los enjutos los engorda; y que el solo follaje de tres de ellas puede abrigar hasta diez mil personas en un día de mercado. Le contaría de los granizos que son del tamaño de una pera. De las nieblas y de las exhalaciones meteorológicas que desde acá abajo vemos muy levantadas en el aire, pero que allá arriba, en lo que llaman cordillera, caen al paso de las mulas, espantándolas y chamuscándoles los cascos. De los montes donde se anda pisando sobre nubes y el arco iris se ve tendido cual escabel de los peatones. Y de la alba y alta materia de la nieve, la cual llega a subir hasta diez lanzas, que así de cruel y copiosa cae en lo alto. Y de los huracanes, que son adversidades en las que se ahogan muchos hombres, y abaten árboles y desmadran ríos ¡Si lo sabremos!... Le explicaría de cómo trompican barcos, por más áncoras y cables de seguridad que a éstos se les pongan, porque dichos engendros no son sino una colonia de demonios libres para averiar montes y mares.  Acá todo es mar... Todo se agita en el balanceo diurno que va del Este al Oeste... Le diría que en Panamá, en la villa Nombre de Dios, el agua se retira tanto, que uno puede meterse por el lecho, observando y asombrándose de los mil pormenores que los mares resguardan. Y que es tanto el deleite, que la admiración aplasta a la codicia. Que a los que van de La Española a las Canarias se les voltea la Tierra y tardan más y combaten contra las furias invisibles que circundan el orbe, naturalmente por culpa de los vientos, porque hay unos que enturbian el agua y otros que la aclaran; unos que afectan el vaivén planetario y otros que influyen en el afán del hombre, quitándole los ánimos, dejándolo sin nada en qué pensar...Que hay vientos que engordan los ganados y vientos que los enflaquecen hasta verlos morir. A mí me gusta su sabor, su olor. Sea aire bravo o aire mesurado. Venga de allá o de acá. Sople a favor o en contra. El viento es el milagro, la volubilidad, la sotileza. Fuente para el corazón y válido recurso para saber que no es el camino de la mar como el que se anda en suelo, pues en éste, por el que se va, por ahí mismo se vuelve, y en el mar éste se diluye apenas hemos avanzado. Si lo sabré yo. Si lo sabremos todos cuantos acá andamos paseando la tristeza.  Le contaría -si hubiese la ocasión- acerca de los que van y vienen a este Nuevo Mundo donde ranchean y hacen desórdenes por adquirir más y más oro. De esas puntas de niebla, festoneadas por débiles relumbres. Del escenario de las sombras. De todos mis años transcurridos, que he visto correr de enero a enero. Del invierno hacia la primavera. Desde cuando mis padres y yo aún vivíamos en España, hasta este mar de días y de noches en que navega mi alma vestida ya de serenidad más que de angustia. Le hablaría de estas patrias a las que muchos vinieron cargados de obras tan horrendas, que hoy en día no hay quien se anime a publicarlas tal cual son, sino que siempre no falta quien les ponga su granito de adobo, pues la mayoría de las gentes de España son amables, y hay aquí personas de gran capacidad… Le contaría de la provincia que ellos bautizaron con el nombre de Nuevo Reino de Granada, por ser Granada la tierra de un capitán que allá anduvo despanzurrando reyes. Casi se ve en la narración cuando al rey Bogotá le echaban sebo ardiente en la barriga para que les dijera donde tenía su casa, la cual era esplendorosa por sus muchos terrados de esmeraldas, pero él se resistía y ellos le pusieron en cada pie una herradura de caballo y lumbre brava en el pescuezo y el ombligo, hasta que habló, mas no para entregarles su palacio, sino antes bien para clamar en lengua suya:
 "¡Oh, crueles hombres!
¿De dónde vienen?
¿Por qué nos tratan así?
¿Qué les hemos hecho?". 
Y dejó salir el alma de aquellas carnes al vapor.  Me cuenta Lucas Bustos, el amigo con quien a veces suelo conversar y beber, que en el Perú a la gente que huía les llamaban rebeldes y subían a los montes detrás de ellos, provistos de ballestas y perros muy sabios en el ventear y en el abrir gargantas. Me pormenoriza los nombres de todos los señores a quienes los capitanes dieron tortura y fuego. Ellos se llamaron: Atabaliba, señor universal. Cochilimaca, gobernador del alba y de la fina hierba. Chambá, señor de Quito. Chapera, el vigilante del agua que murmura y de los jardines que nunca dejan de crecer. Alvis, gran hermano de los que saben todo. Y Cuauhtémoc, el mexicano, a quien Hernán Cortés primero le quemó los pies durante la guerra de conquista y después hizo ahorcar en marcas de Tabasco. Le hablaría de las armas de burla de los indios, si las comparamos con nuestros arcabuces. Se sabe que un tirano de éstos mandó cortar las narices con los labios hasta el mentón a todos los reos que, en lugar de acémilas, utilizaba para sus servicios, y así fueran a publicar por todas las aldeas que los españoles eran cristianos y sólo obedecían al rey y al papa, y que si no los ayudaban dándoles gabelas, entonces todos los habitantes de la región quedarían así. Y fue obra del convencimiento o del temor que todos los moradores: niños, mujeres, mozos y maduros, vinieron a entregarse voluntariamente al real, para ser conducidos en esclavitud a Cuba y La Española, sin suponer cuál iba a ser su fin. En Venezuela, por ejemplo, se venden esclavos en pública almoneda. De todo esto le hablaría al Católico –todo de negro hasta los pies vestido-, si hubiera la ocasión.
Le diría que el reino de Yucatán tiene trescientas leguas de boja en torno y la gente era sin vicios y con una muy ejemplar policía de sus asuntos mientras no llegaron los de marras a hacer oro de sus cuerpos y entregar a barrisco todo cuanto había, por el logro nefasto que a ellos los llevaba. Que no es isla ni es punta, como algunos pensaron, pero que ocurren unas mareas que dejan mucho légamo y bastantes peces como para mantener a todos los españoles que por allá andan haciendo sus agostos. Que a tres leguas abajo de quién sabe qué río, se tomaron dos piedras de esmeralda del tamaño de un yelmo, y que unos aborígenes contaban que a tantos soles y tantas lunas había una joya de esas a la que había que subir por escalones que tenía labrados en su cara. Que allá comen raíces y maíz. Que hay papagayos que aprenden a hablar mejor que un académico y aun a recitar en latín, cual Cicerón. Que es tierra muy igual, salvo entre Campeche y Champotón, donde se miran serrezetas y un morro de ellas que llaman de los Diablos. Y que en la costa hay muchos pizarrales. Le diría que allí la gente vive mucho, puesto que alguien conoció a un hombre de ciento cincuenta años y que el invierno comienza en San Francisco y dura hasta febrero. Que corren los nortes y nos dan catarros, principalmente a los que no somos de aquí. Le diría cómo un caballo viejo valía más que cien muchachos. Y una orza de aceite costaba más que cinco pueblos juntos. A veces me entra la nostalgia y me asomo a los mares y hablo con fantasmas. Admiro tumbas y contemplo vidas. Sobre las tumbas siempre está lloviendo. En las vidas hay diversión y holganza. El recuerdo de Micaela me persigue. Bromeamos y hasta me hace cosquillas si me ve borracho. La siento cuando llega, siempre de buen humor. Me toca el hombro. Me acaricia las espaldas, el vientre, la entrepierna... Me jala los cabellos, un pie, una mano. Me pregunta, me sopla en el oído, repitiendo palabras: “Mi niño de oro, mi muchachito amado, mi clavel encendido. Mi Alberto de las distancias y los vientos, estoy contigo, oyéndote, queriéndote en cada resorte suelto de tu cara. ¿Es que se te reventó el hilito de la risa? Mi Alberto cintura de ángel. Piernas donde la eternidad se abraza a la belleza”... Conversamos... Decimos... Volvemos a rodar. Otra vez nos besamos…



domingo, 22 de julio de 2018

DE CANELA Y OTRAS PASIONES NOCTURNAS



DE CANELA Y OTRAS PASIONES NOCTURNAS


Felipe López López -Phil Decart-, nació en la Ciudad de México el 22 de octubre de 1952. Cursó la licenciatura en Economía en la Universidad Autónoma Metropolitana, así como estudios de filosofía y letras. Maestro, escritor, emprendedor e impulsor constante de proyectos de carácter colectivo y comunitario. En los años noventa colaboró en periódicos alternativos de comunicación comunitaria, tales como Espejo y  Nuestra Causa.  Miembro fundador del medio de comunicación comunitaria, y ahora colectivo cultural, Espacio Libre, que se publica en Internet, y donde colaboraba con asiduidad.
Falleció en julio de 2017, dejando un legado de textos de carácter poético firmados bajo su seudónimo, Phil Decart, así como escritos políticos, económicos y académicos.
De canela y otras pasiones nocturnas, es una breve compilación de textos poéticos, escritos por Phil Decart y editado postmortem, como un tributo al autor por parte del Colectivo Cultural Espacio Libre.
En la obra poética de Phil Decart se puede encontrar como eje principal el tema del amor, mismo que se vuelve un puente constante entre el lector y el autor. En esta serie de textos, el autor nos deja expuestos sus sentimientos, mientras implora a su amada esa necesidad de verla, y vivirla a cada instante. Phil Decart se desgarra ante el amor, implorando por su presencia, para no sucumbir en “un precipicio de amor nocturno”.  Por otro lado, en uno de sus textos, rinde un homenaje a las nuevas generaciones, y deja de manifiesto que, en estos tiempos, el amor es, sin duda, una semilla, la cual debemos sembrar y germinar a cada instante.  Así, pues amigo lector, es un placer para mí, dejar para su lectura, los textos de Phil Decart.
Maurick Illich
Colectivo Cultural Espacio Libre





DIOSA MÍA, DEVUÉLVEME A LA VIDA
Felipe López López - Phil Decart

Tú, mi inspiración, Diosa mía
Negarte es negarme a mí mismo,
yo finito, tú inmortal,
pues qué queda, después de un tiempo,
de mí, cenizas; de ti, la inmortalidad.
De tu inspiración, palabra-verdad
Que canta el amor sublime.
Yo al borde de la locura; Tú la razón,
Amor elixir mágico dado a los mortales
sin él, no vivo, muero,
Me atormenta tu lejanía,
saberte con otro, ¿amante?.
Se enfriaron las caricias,
los besos, tu sonrisa angelical
del olimpo has bajado, diosa mía, yo mortal,
necesito de tu cuerpo,
amarte hasta el delirio,
frenesí de amor te pido
sueño y pienso en ti.
Diosa inmortal, dale valor a mi finitud.

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DESTINO FINAL
Felipe López López - Phil Decart

Delirio de amor
mi existencia amenaza,
vivo acaso, sólo para soñar
con tu encuentro, en algún lugar.
Demencia padezco,
haz arrancado y destrozado,
sentimientos y pensamientos.
En mis sueños tiemblo,
las palabras me fallan
existo sabiendo que soy, por Ti,
inelegido y mal correspondido.
Quiero, mi amor, un sí,
que me lleve “al amor perdido”.
Ámame con locura, te lo pido
pues tu indiferencia,
en este otoño, acabaría conmigo.


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“OJOS NEGROS, PIEL CANELA”
Felipe López López - Phil Decart

Tez morena
destello de estrellas,
abierta sonrisa,
ojos negros, de capulines
ventanas de tu alma.
Piel morena,
pasión nocturna,
labios color cereza
gesticulan amor
y me atraen,
hasta perder la razón.
Nuestros cuerpos se atraen
dejados a la imaginación,
al ser y al quehacer;
pero cuando despierto,
quisiera nuevamente con temor y temblor
hacerte mi amor.





RENACER
Felipe López López - Phil Decart

¿Quién no derrama
un poco de sentimiento
para escribir lo que piensa
un corazón despierto?

Ayer sentí tus senos
palpitantes de vida
te sentí mi amada
y quise ser tu amado.
De ti, el recuerdo me hace presentes
tus ojos claros
llenos como mares.

En un atardecer,
algo hiciste que en mí naciera,
La vida que era muerta.

Y para ti, hoy hablo:
siempre te amo, amaré tu corazón sereno,
tu pensamiento claro,
como tu adentro.

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¿QUÉ NO HE DADO?
Felipe López López - Phil Decart

Cuantas palabras tenía, en pensamientos
te las he entregado; mis versos a ti
los he dedicado.
Mis días y descansos alguna vez lo he donado;
mis proyectos por ti han cambiado.
Un alma sincera contigo se ha confesado;
se encuentra vacía
y me pregunto: ¿Qué hace falta?
Si mi casa te la he ofrecido.
Si mi cama, la he compartido.
Si mis libros, tú los has leído.
Si mi empeño, lo has tenido.
¡Tú has sido mi testigo!
Mi vida a tu lado cambió,
se transformó en algo inusitado;
no preví que el tiempo pasó
y con lo antiguo arrasó.
Que me encuentro nuevo, ¿nuevo a qué?
Si en todo esto, ¿ya no hay para qué?
No es absurdo haber cambiado y ser distantes
sí ahora, hoy, en este instante, me preguntó:
¿Y tú qué?



PARA ANGEL
Felipe López López - Phil Decart

Querubín tu nombre.
Rizado tu pelo,
de sol destello.
Angel Yamir, de bautizo,
testigos somos dichosos.
Como tu juego, recorre la vida.
Semilla que germina
a la generación futura.

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PARÁFRASIS (Fragmento)
Felipe López López - Phil Decart

I
No he venido a decirte que te quiero
creo que sí, ¡Te quiero, Patricia!;
Sino he venido a decirte que quieren
que estés, sin estar (ausente).
Quieren arrancarte de mi lado,
y cortarte con hacha como tronco
de su raíz.
Esa sátrapa de traidores,
pretenden borrar mi memoria.
Sueños y sentimientos.
Tendría más sueños
cuando recordara
el pasado aun temprano.
Y mirará en ti, aquellos
sentimientos jóvenes
Que este día han madurado

Aquel entonces nada pedía
Pues de hacerlo mucho
Exigía demasiado.

Sí me dijeras cómo.
Te quiero. Lo diría
creo no pido demasiado
Es mejor así y olvidarlo.

Al árbol nuevo no le exiges
le dejas que crezca y
Madure, si tiene algo torcido
Al punto lo enderezas,
lo contrario en ellas.
Así son nuestros sentimientos
Libres, extraños, espontáneos

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DURO DESPERTAR
Felipe López López - Phil Decart

Sin ti, no hay paz;
meditando me di cuenta
de nuestra vivencia encuentro,
recuerdo, tú de otro prisionero,
Yo, de mí mismo.

En tu transitar por veredas
Selváticas, mi delirio.
Tu memoria, tu silencio,
de acaudalados ríos, como
tus senos, sonrisa, y
tus suaves entrepiernas.
Hasta lo más íntimo, misterio,
entregado a mis torpes manos.

Pasado el tiempo de amar
sin ti y sin paz;
MariPaz tormenta y relámpago
fugaz.
¿Por qué paz y no guerra?
¿Por qué recuerdo y olvido?
Precipicio de amor nocturno.








*Textos publicados en El Sol del Bajío, Celaya, Gto.

domingo, 15 de julio de 2018

EN EL HUECO DE LOS DESEOS



EN EL HUECO DE LOS DESEOS



BOLERO
Rafael Palacios

Un salón enorme. Recordando tu tacto suave, mientras escarbabas caminos por mi piel y con un rastro tibio e indeleble por toda mi geografía vertebral. Navegando rio abajo, por los vados de tus orillas. Moviéndome de forma egoísta por cada centímetro del piso de mosaico que me lleva de manera hipnótica hasta ti. Lenta, como una bocanada de humo, emergiendo apaciblemente por tu boca, tras una densa bruma que luego hace que todo comience en tus labios, siempre es así, tus labios son el principio y final de mi abismo. Evasiva, casi como un chorro de agua que huye por entre mis dedos, bajo un fuego de descargas infinitas mientras te me escapas de las manos; mientras corre por todo mi ser un toque eléctrico que me disminuye hasta quedar postrado y de rodillas.
            La noche estaba abierta de par en par. Volverla a ver fue como internarse dentro de un calidoscopio inmenso. Sentirse atado de pies y manos, con ojos vendados y con las náuseas a flor de boca, sintiendo como un terrible vórtice estrujaba el corazón contra mis pulmones. Estaba de regreso, definitivamente las noches de verano me excitan más que cualquier otra. Soy calor atrapado en un cuerpo oblicuo, sesgado por los rayos del sol y por la luz de la luna de julio. Caminaba por una calle iluminada con suavidad, con reverberaciones de luz de neón; con mis ganas contenidas, pero reptando amenazadoras, lista para saltar e hincar sus colmillos en tu boca purpurea. Mis pies me pesan. A medida que avanzo la fisonomía de la calle muta, se metamorfosea en cuadras y cuadras de asfalto gris, con pequeñas flores creciendo en escollos que nunca pude imaginar. La música se entre mezcla con los sonidos salvajes. “La más vieja de tu casa es la que cobra eso”, “si tienes un hondo pesar, piensa en mí”, “por media hora en este cochino cuchitril, tienes razón, mejor le doy el dinero a mi abuela”, “si tienes ganas de llorar, piensa en mí”.
            Era muy temprano cuando alguien de la oficina lo propuso. “En la noche nos vamos de putas. En la calle de las Princesas siempre soy bien recibido”. Luego, para medio día, después de que terminábamos un almuerzo, el mismo que lo había propuesto, reculó. “Mi hermano, ya le arreglé el asunto con la Princesa del Norte, pero tendrá que ir solo. Me acaban de informar que soy persona no grata en esa calle, no sé si fue por la madrina que le acomodamos al galán de la Reina, o por el tequila adulterado que les dimos a las demás princesas.” Y así me encontré en soledad por parajes desconocidos, por callejuelas húmedas y malolientes que me recordaban lo cerca que se puede estar de la miseria humana. A segundos de ti, a escasas puertas de metal y timbres semejantes a la alarma de los bomberos.
            A mi edad y todavía creyendo en cuentos de princesas. Me sentía un adolescente ansioso, me sentía Rimbaud buscando inspiración. Pero, ¿por qué querría ella ser inspiración?, ¿inspiración de quién? Por lo que había visto las noches anteriores, ella no se sentía mal entre la sordidez de la casa de las Princesas, incluso había aceptado sonriente, aquello de Princesa del Norte, sólo por venir de Guaymas.
Buscándola por todas partes, por todas las casas, por debajo de las piedras, entre las grietas de los muros, entre las tapaderas de las alcantarillas, detrás de los botes de basura de los callejones; buscando su sonrisa reflejada en algún charco en medio de la calle. Entonces entrar a la casa y seguir el camino amarillo. Una larga tira de focos del 50, que hacen palidecer la piel de cualquiera que se aventurara a trasladarse a ese umbral profundo llamado noche.

            Tomaste sólo retazos de mi vida. Te filtraste entre mis venas, corres dentro de mí. Infectaste mi existencia de la tuya, de buenos deseos e intenciones de sentir. Te colaste, tú mismo y sin mi autorización. Me llenas, me colmas, me desbordas de una desventura irremediable. Te alojaste en mi viejo corazón, tomando como nicho ese hueco clausurado desde la última desgracia que me hizo dinamitar mis sentimientos; sin embargo estás ahí, te quedaste sin que yo te lo pidiera. Me habitas, caminas incesantemente a lo largo de mis abrazos. Y por la madrugada, despareces furtivo y con mucho miedo. Todo esto por quinientos pesos la noche.

            Estaba muy mareado cuando mis pasos me llevaron de nuevo a ese salón de baile. Sonando solamente el ritmo del dinero. El amor que viene desde un bolero por todos conocido, pero no por eso, dejando de sorprender. “De aquel sombrío misterio de tus ojos,  no queda ni un destello para mí…” Caricias impersonales, miradas inquisidoras, cabello con aroma a Marlboro rojos y besos sabor Cuervo Especial. “No te debía querer y te quise, no te debía olvidar y te olvidé…” Y los dos ahí, encontrados, enfermos del mismo mal. Con las piernas en perfecta sincronía, aprisionándonos desde la mirada y siéndonos imperfectos extraños, colmados de motivos, aderezando nuestras ganas con limón y sal. Cuanto más bailábamos, más rígidas nos parecían nuestras existencias. Sometidos a una luna glacial, a un clima especialmente destinado para ser y para estar. Si el mundo no me pareciera tan mundo, si esperar por la muerte, no me pareciera una pérdida de tiempo; si imaginar qué tú, estando tan distante, me respiras muy cerca, si nuestra vida no se asemejara tanto a un bolero, seguramente no nos conoceríamos; y yo, vago de rumbos inhóspitos, cazador ocasional de princesas, buscaría la redención en otros brazos que no me quemaran como lo hacen los tuyos.

“Por qué te hizo el destino pecadora, si no sabes vender el corazón. Por qué pretendes odiarte quien te adora, porque vuelves a quererte quien te odio…”

Y así estuvimos siendo uno. De un ritmo largo y frenético, después a uno más corto y sugestivo. Es casi media noche y la cuenta empieza a correr. Un brandy o tal vez dos, tres líneas perfectas e inmaculadas, a manera de veneno espiritual. Conviene empezar a desquitar los quinientos pesos. Las manos demandan perfección, recorren un cuerpo lejano a la delicadeza, buscando el defecto vulnerable, la enfermedad especial y el vacío. Es este el clima asfixiante necesario para la lógica del deseo. El embrujo de la luna veraniega, el borde de un abismo intenso. Y en ese abismo penetrante, la danza de la piel, las fuerzas inhumanas que nos mantienen de pie y a ojos cerrados jalando la soga de la cordura, ahuyentando el último atisbo de la mala suerte que nos perseguía desde la mañana. Soy Ícaro volando hacia el astro rey, eres el convincente Dédalo enviándome a volar con alas que tú misma derrites. La noche crece, la oscuridad todo lo devora para luego vomitarlo en un infinito de estrellas que hoy, se distribuyen a voluntad y capricho nuestro. Soy un espacio cargado de vacío en el que la angustia crece y se multiplica. La cabeza de la Hidra de las perversiones, un llanto que estremece la madrugada, la astilla clavada en el medio de la frente. Haces la danza de la peligrosa Salomé, para después pedir mi cabeza servida en un recipiente de plata. Nos desfallecemos vacíos, desnudos y brillantes. La nada toma sentido cuando una piel toca otra piel y la mancilla para después honrarla. Estamos aquí, los brandis sabían a mierda, pero los quinientos pesos han valido la pena.
            Tú, siempre tú en el hueco de mis deseos. Nunca tuve tal miedo por los insomnios, porque estaba segura que te escabullirías cuando mi voluntad derrotada, te diera tregua y razón para escapar. Tú y siempre tú, viéndote del otro lado del espejo. Eres sustancia hecha de sueños, me provees de lo esencial, inscribes mi propia muerte en alguna parte del tiempo y el especio. Mi perversión preferida, mis ojos cerrados, los quinientos pesos que más me cuesta recibir.





El Devorador De Estrellas
J.A. Aguilar Ramírez

Las estrellas habían comenzado a desaparecer desde seis meses atrás y los gobiernos de todo el mundo nos advirtieron del exterminio de nuestro planeta desde hace dos. Los científicos habían descubierto con sus poderosos telescopios “algo” que se comía las estrellas. Aquel fenómeno era una incógnita para toda la población mundial, nunca pasaron fotos en la T.V. de aquello que se movía velozmente por el espacio; simplemente lo bautizaron como “el devorador de estrellas”.
Todo fue caos en el mundo entero, revoluciones, suicidios masivos, toda clase de barbarie se podía ver por las noticias de la noche. El mundo entero estaba loco, creo que lo mejor hubiese sido calmarnos y respirar profundamente mirando el cielo esperando el fin, o al menos eso era lo que yo creía, pero no, todos los habitantes del globo estaban paranoicos, derrumbaban iglesias, mataban gente, destruían las tiendas.
El día dispuesto para el fin del mundo sería un domingo. Los científicos calcularon minuciosamente la trayectoria de aquel devorador de estrellas y se  predijo que el fin del mundo era  el domingo de la resurrección de Cristo, era una burla.
Por mi parte, había renunciado a mi trabajo de esclavo en una fábrica de autos y con lo que me dieron de finiquito me alcanzaba para beber cerveza todos los días que me quedaban de vida. De vez en cuando le invitaba a mi papá a beber una conmigo en el balcón de mi cuarto, viendo las estrellas desaparecer una por una.
Nadie en el mundo trabaja ya, ¿para qué? Si el mundo estaba a punto de ser devorado por un no-sé-qué.
Todos los días desde aquel cuando dieron la noticia de nuestra destrucción, me la pasaba bebiendo con mis amigos y con la gente que más quería, pero había algo que debía hacer antes de que el mundo se acabara.
Podría hablar de Viridiana, escribirle un libro de quinientas hojas o más si la inspiración lo pide. Viridiana estaba molesta conmigo, no me hablaba ya desde hacía tres meses, en Navidad me mandó felicitaciones, pero yo me porté grosero con ella porque estaba borracho. Días antes de navidad por milésima vez le había declarado mi amor eterno y ella por milésima vez me había rechazado rotundamente.
Mandé mensajes a Viridiana antes de que llegara el último domingo, ella me contestó, me sorprendió y me sentí muy agradecido por aquel acto. Viridiana nunca fue grosera conmigo, siempre se preocupaba por mí, aunque ya no tuviéramos relación alguna. “¡Ya no quiero que me llames ebrio¡”, me decía todos los sábados de borrachera y luego colgaba. Dejaba de escribirle por semanas y luego caía de nuevo en el cariño que aún le tengo. “Te agradezco que aún me escribas cosas, Antonio, pero quiero que me saques de tu cabeza”, me dijo un día. O la ya clásica frase “deberías dejar la planta y ponerte a estudiar”. Creo que por eso la amaba tanto. Aún tenía el periódico donde publicaron un cuento que le escribí y que nunca compró, aunque sabía que lo iban a publicar.
El domingo del fin del mundo por fin llegó y mi familia (mi madre, mi padre y mis dos hermanos), no escatimamos en gasto alguno para celebrar el día. Compramos carne de fino corte con anticipación, cuando aún los supermercados sobrevivían; cervezas y pastel, como lo hacíamos en cada cumpleaños. Yo bebía con  descontrol y solo pensaba en volver a ver los ojos de Viridiana. Le mandé un mensaje ya cuando las cervezas habían comenzado a nublarme la vista. Obtuve respuesta. Me dijo que el último día de su vida se quería sentir como yo, así que estaba demasiado ebria afuera de su casa vomitando (no es algo normal en un ángel, pero que puede saber un pobre diablo como yo de ángeles). Lo medite por una media hora, ¿dejaría a mi familia en el fin del mundo por volverla a ver? Sabía quién tenía la respuesta a esa pregunta, mi padre. El viejo sabía todo sobre la vida, así que él tendría la solución para esta encrucijada. Mis hermanos trataban de pasar el último nivel de su video juego favorito, reían y maldecían como todos los días. Bajé a la sala, ahí estaba mi padre con mi hermosa madre. El viejo estaba borracho y se sentía un galán teniendo en las piernas a mi mamá, la besaba con ternura, con amor, y pude verme así con Viridiana.
“Papá”, le dije, “hay una chica que quisiera ver antes de que esto acabara”. Mi padre apretó las quijadas, le dolía que me fuera por última vez, pero el anciano tenía un enorme corazón, al igual que mi madre y me dio las llaves de la camioneta y preguntó “¿qué tan borracho estás?”.
La situación en las calles era un desastre, parecía la tercera guerra mundial. Había muertos por todas partes, borrachos, fuego en todas las casas y gente teniendo sexo con cualquier desconocido en avenidas públicas. Supuestamente las noticias que sonaban en la radio, solo nos quedaba una hora de vida y luego de eso los seres humanos seriamos una historia más entre millones en el universo; me apresuré, pisé el acelerador para llegar a la casa de Viridiana, una casa de gente con dinero. El cielo se pintaba de un rojo obscuro, casi escarlata. Cuando llegue, ella estaba ahí sentada en la banqueta, con un vestido de color plata brillante, el cabello recogido y la cabeza recargada en sus piernas. “¡Oye,  Viridiana!, ¿te encuentras bien?”, le pregunté, tomándola de los brazos. Ella me miró a los ojos, como cuando éramos novios. Entrelacé mis manos con las suyas, aún seguían frías como la última vez que las tomé. “Hace cuatro años éramos novios ¿te acuerdas, Antonio?”, le sonreí, “siempre lo recuerdo”, contesté. “Mis papás están adentro, en la casa, están llorando y yo estoy aquí afuera, vomitando, como tú lo hiciste durante cuatro años por mí; ahora siento lo que tú sientes”, me dijo triste mientras el cielo se ponía oscuro. “El devorador de estrellas se acaba de comer el sol, Viridiana”, le informé, mientras en todo el mundo se escuchaban gritos de pánico. “¿Sabes algo, Antonio?”, comenzó ella mirándome fijamente, sabiendo que eso me volvía loco. “Nunca he hecho el amor en mi vida y no quisiera morir sin sentir el amor de una persona. La casa de enfrente, esa que tiene un gran patio, está vacía, la gente que habitaba ahí se fue a ver al devorador de estrellas a Holanda. ¿Qué te parece si vamos?, antes de que mi padre se dé cuenta de que hago falta en la familia”.
Brincamos el barandal y entramos quebrando una ventana. Ella subió rápidamente por las escaleras de caoba, quitándose aquel vestido color plata en el camino. Se acostó en la cama del matrimonio y yo le quité su lencería de encaje. La besé como nunca, la besé con verdadero amor y no por carnalidad. Le confesé lo mucho que la amaba y mi necesidad de estar con ella. Cuando entre en su cuerpo, ella abrió sus ojos completamente acompañados con un gemido. Estudié sus ojos y pude ver que ella era la que se había robado las estrellas del cielo.






*Textos publicados en El Sol del Bajío, Celaya, Gto.

domingo, 8 de julio de 2018

POR LOS RECUERDOS DE SU PRIMER VIDA



POR LOS RECUERDOS DE SU PRIMER VIDA

Guillermina Carreño Arreguín es una prolífica escritora. Su obra poética se ha publicado en diferentes libros y antologías. También ha incursionado en la narrativa, donde creó al personaje -“amigo personal”, dice ella- el Señor de los sahuares. Es sobre las historias que este amigo le ha contado a la maestra Guillermina que compartimos este Diezmo con usted, apreciado lector.
            Nuestra amiga entrañable y valiosa integrante del Diezmo de Palabras ha sido galardonada en Lotería de Cuentos, de Editorial Planeta, Juegos Florales de Celaya y de los Trabajadores del Estado, Premio Raúl Oto. Sus publicaciones incluyen las antologías del 1º al 8º Encuentro Nacional de letras populares Margarito Ledesma, de Comonfort, Gto. Crónica de la Muchacha del Este, En la Raíz de los Escombros y De el Sahuar y la Momia.

            Patricia Ruíz Hernández también se desempeña en el sector educativo. De manera paralela gusta de la literatura y escribe principalmente cuentos. Ha sido seleccionada para varias antologías: Predicción, Brevedad del ser y Fuera de este mundo. Así mismo, por la Editorial El Sótano con el cuento La Refranera y en la antologia Tótem: Minificciones Guanajuatenses con varios micro-relatos. En el Foro el Tintero fue finalista con el cuento Retorno al hogar. Es otra de las invaluables compañeras del Diezmo de Palabras. Compartimos una pequeña historia muy actual. Vale




RECUERDOS DE LA PRIMER VIDA
Guillermina Carreño Arreguín

En ocasiones veo a Glasia deambular por las calles, en silencio, atenta a un hálito que cubra su mente y satisfaga su memoria. La encuentro en el cerco de un lote vacío,  de la Secundaria general cinco. Oculta, por temor a que pase alguien con cualidades especiales y se impresione al verla, me acerco a saludarla, la invito a Baja California. El gran Sahuar me espera en el Valle de los Sahuares. De momento se anima, sus ojos se iluminan. Hace una prolongada pausa; me contesta que la disculpe, no puede ir. Prefiere sus citas para tomar su alimento diario.
            Allá por mediados de mil novecientos setenta y cinco, Glasia laboraba en la  Escuela  secundaria general: “Gral. Francisco Villa”  la número uno,  por ser la primera de este tipo, fundada en la ciudad. Pues bien, en ese año, a las 7:40 de la mañana se presentó de repente un movimiento sísmico, nadie lo esperaba, claro, como la escuela quedó asentada en un ala de la falla conocida como de San Andrés y esta atraviesa gran parte de la ciudad. El temblor fue más notorio y agudo, todos los grupos en su respectivo salón tomando clase, a la hora del siniestro, se escuchó un grito en todas las aulas, como si les  hubieran contado a la una, a las dos y a las tres, ¡AAAYYY! ¡Grito! A una sola voz, uniforme, fue un sonoro de poder, de juventud, potente y audaz. Luego, silencio, nadie se movió hasta el toque de salida.
            El aula donde daba la clase Glasia, al entrar ese día estaba al ras del suelo del patio y al momento de salir ya tenía un escalón más alto que el piso normal. En los oídos de Glasia queda ese grito, para ella muy atinado y agradable, hermoso y de unión. Lo comentaba incansable a los compañeros de trabajo y a toda persona que la escuchara.
            Al jubilarse, se valía de algún pretexto para visitar a alguien de  sus conocidos, llevándoles un presente, para escuchar ese vibrar de los jóvenes, al estar en clase de deportes u otra actividad que les permitiera. “Es mi pan de cada día”, su “alimento”, lo llamaba otras veces. Después así lo comentaba a sus hermanas las momias, quienes, solamente la escuchaban. Ella, incansable, ¡lo pregona al viento!
            Si pasas por alguna secundaria general, pon atención a ese eco, se guarda en los oídos, como están en los de Glasia, ese ritmo, sugiere, enseña y te hace razonar.
            Entiendo a Glasia,  me despido, le digo: “Nos vemos, adiós”. Ahora, le comento el rato al Señor de los sahuares, con el rosicler de la Laguna Salada, acomodados en un risco a la orilla, se compromete y promete acompañarme a visitar a Glasia al Panteón Municipal de Celaya, Guanajuato. Sonrío, le agradezco, mientras pienso... “a ver si no anda en alguna de sus citas”.



SUS PASOS EN EL DESIERTO
Guillermina Carreño Arreguín

El Señor de los  sahuares  me visita.  Viene para que lo acompañe a la Cañada de
Caracheo.  Cuando algo le atormenta en su corazón,  recurre a mí,  lo comparte y de esta forma  encuentra solución.  Aprovecha el  lugar,  cambia el  Desierto por la  grandeza del Bajío,  donde encuentra la mano de sus amigas las momias y para él,  es también un reino.
            Con palabras de cariño me saluda, él sabe de la emoción que me causa su presencia. Le interesa relacionarse con los restos del sacerdote mártir que se encuentran en este  pueblo. La Cañada de Dolores,  como lo llaman ahora,  está anclada  en la  falda del cerro de Culiacán. Un pueblo empedrado, limpio y hace poco logró dos calles de pavimento: la entrada y la salida a las ciudades cercanas, Salvatierra y Cortázar. En el caer de la lluvia, las lajas se lavan con el escurrir de agua que baja del cerro. El caserío se perfuma, despide un  aroma a humedad, a hierba  fresca y  limpia,  única en la región.  Sus costumbres están arraigadas al pasado. La mayoría de los hombres trabajan en la Unión americana. Las  mujeres viven  por lo regular  solas,  con sus hijos o algún  otro familiar,  entre  casas vacías, abandonadas. Hay quienes emigran, se van familias completas.  Pero todos conservan en su credo un rasgo del padre Elías del Socorro Nieves Castillo.            Sus restos fueron sepultados, primero en el cementerio del lugar, después  los cambiaron a un costado del altar mayor, en la Parroquia de la Virgen de los Dolores. Beatificado y ya canonizado, reposan al pie del altar, en la Parroquia mencionada, donde él ofició la misas a sus fieles.
            A partir de su Canonización le están construyendo su propia Iglesia. El padre  Elías Nieves, fraile de la orden de San Agustín, fue sacrificado en tiempos de la persecución Sacerdotal que inició en el año de 1926. Murió al darles el perdón y bendecir a sus asesinos -un regimiento  federal-,  quienes lo fusilaron  bajo  un  mezquite,  en la salida de Cortázar rumbo a la Cañada.  El día 10 del mes de  marzo del  año de 1928. Por esto  en los monumentos que lo representan, su brazo está en señal de bendecir.
            El Señor de los sahuares me dice:
            ─ Vienen dos autobuses de Oaxaca,  la gente desea  venerar y agradecer,  al Varón de la Cañada.  Como misionero su labor ha caminado en varios estados del país.
            Me habla de un tráiler conducido por polleros o coyotes, quienes abandonaron en pleno desierto a un grupo de hombres dentro de la caja principal, bien cerrada, sin aire ni luz,  al amparo del  calor que produce el lugar,  donde iban más de treinta braceros, la mayoría eran hombres. Se les terminó el agua, perlados en sudor, sin alimento, cansados a punto de desfallecer rompieron en  gritos desesperados:
            ─¡Abran por piedad!
            ─ ¡Sáquenos de aquí!
            ─¡Abran por favor, nos ahogamos.
            Arañaban las paredes de acero, otros se retorcían al  implorar en la esperanza de conservar la vida. Uno de ellos sacó de su cartera la imagen del Padre Nieves. Con trabajos se arrodilló  y  sacando aire de no quién sabe dónde,  gritó:
            —¡Padre Elías del Socorro Nieves, no nos abandones, sácanos de aquí!
            A su lado, otro rezaba:
            —¡Santo Padre Elías Nieves, escucha, escúchanos!
            En silencio rezaban el Credo. De repente se escuchó un estruendo, algo así como un rayo. Las puertas de la caja se abrieron de par en par. Rodando y en desorden pudieron lograr el aire. Los primeros en salir dieron fe de que un hombre vestido de fraile,  descalzo,  se deslizaba  sobre la arena cálida,  movida a su  paso por el desierto. Los demás fueron testigos de su sombra. Un resplandor con forma humana, se perdía en las lejanías del halo, donde parecía unirse el temblor del sol, con la arena movida por el viento.
            Los dos hombres, quienes invocaron al sacerdote Elías del Socorro, eran de la Cañada. Viajaban siempre al abrigo del Santo Varón. Todos se abrazaron,  incrédulos de estar vivos, a la vez que agradecían al cielo por el milagro.  La estampa del padre agustino pasó por todas las  manos de los que iban a la frontera.  La mayoría  venían de Oaxaca,  otros de  Chiapas, Michoacán, Guanajuato y unos cuantos centroamericanos que pasaban por oaxaquitas.

            El Señor de los Sahuares, respiró profundo y comentó:
            —Cosas del desierto, quienes lo retan, pasan a ser, en el reglamento,  un Sahuaro más, anclado al tiempo. En esta ocasión nadie pereció, gracias al milagro bendito. Hay quienes no tienen la misma suerte, quedan sobre arena traicionera o son sepultados por las dunas guiadas por el viento.
            ”Los autobuses que venían de aquel lejano lugar, traían las familias para agradecer y venerar, llenas de fervor, con oraciones, cantos y rodillas. Entregaron medallas y figuritas de oro,  retablos y flores,  además de otros adornos, para colocarlos en donde reposan los restos del fraile agustino, por haber salvado a sus hombres, padres y hermanos de perecer en el abandono.  El santo varón no descansa. Día y noche sale a proteger a todos los que lo llaman, creen y confían en él, ese día también dejó su huella entre la arena.
           
            Al regresar de la Cañada, el Señor de los sahuares, pasó a despedirse de las momias que habitan en el panteón municipal de mi tierra, mientras agrega:
            ─Tengo en mi corazón, este clima y los paisajes del Bajío. Les robo un poco, para llevarlo al refugio donde moran los que en el desierto se quedan a vagar sus almas, con el sueño dorado y su intento de cruzar la frontera.   




EL CANDIDATO
Patricia Ruiz Hernández

En plena campaña electoral, los habitantes de aquel paupérrimo pueblo esperaban la visita del candidato a Gobernador, quien en la búsqueda de los votos no escatimaba esfuerzos al adentrarse en  territorio desconocido. Gran algarabía reinaba en el jardín principal por la multitud de ciudadanos que aguardaban el arribo del aspirante. La espera terminó con la llegada de un lujoso automóvil con chofer-guarura incluido. Enseguida, bajó un individuo carirredondo y bigotón, que portaba una guayabera blanca y un sombrero a manera de disfraz, pues a todas luces se veía que sólo lo llevaba para estar ad hoc con el lugar. El visitante fue recibido como si se tratara de Dios en persona o cuando menos del mismísimo Papa. Hombres, mujeres y niños se acercaban para tener el honor de saludarlo. Y como si fuera su hada madrina le hacían numerosas peticiones. Había quien le ofrecía gallinas u otros sencillos obsequios. Después de algunas horas de discursos atropellados por parte del visitante y de las autoridades locales, pasaron al deseado huateque. De pronto, la banda calló de sopetón por la aparición de un ostentoso vehículo que interrumpió el convivio. Del automóvil descendió un individuo que, de acuerdo a los carteles que bullían en las calles, tenía una  fisionomía muy similar al homenajeado. El recién llegado regañó al impostor por usurpación de funciones y abuso de confianza. La gente no comprendía nada y por poco agreden al aguafiestas. Hasta que alguien más entendido les informó: “Acaba de llegar el verdadero señor candidato. El otro, como quien dice, nomás le toca estar de huele pedos de su patrón”.






*Textos publicados en El Sol del Bajío, Celaya, Gto.

Cuentos para no caerse de la cama

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