ENTRE
EL DANUBIO DE LOS AMANTES Y EL PADRE DE LA CRIATURA
"¿Qué
es el cerebro humano sino un palimpsesto inmenso y natural?”
Charles
Baudelaire
Conocí
la obra de Federico Andahazi en 1997. Había publicado su primera novela, El anatomista,
con la cual fue ganador de un premio literario entre los muchos otros que ya
había recibido por sus cuentos. Pero apenas empezaba esta historia.
La
prosa de Federico es impecable. Su adjetivación exacta. Sus personajes se
vuelven entrañables dentro de su fantástica verosimilitud. Escribe con la
autoridad de quien investiga a fondo el tema, pero con todas las licencias
poéticas de un autor que sabe impactar a sus lectores. Desde ese entonces
Andahazi se convirtió en uno de mis escritores favoritos.
En
1999 asistí por primera vez a un taller literario, el Diezmo de palabras, del
maestro Herminio Martínez. Quedé atrapado en la luz de Herminio y su enseñanza
peripatética. Con los años y su guía pude publicar aquí mismo en El Sol del
Bajío, en antologías de la Universidad de Guanajuato, en ediciones del
Instituto Estatal de Cultura de Guanajuato y otras editoriales, e inclusive
ganar algunos premios. Quién diría que al pasar el tiempo tendría yo el honor
de estar al frente de este taller que sesiona todos los miércoles en nuestra
Casa de la Cultura. Y quién diría que un buen día, por aquellos años del siglo
pasado, leyendo un periódico de tiraje nacional, tuve la agradable sorpresa de
encontrar un artículo sobre la entonces reciente novela acerca de Mateo Colón,
anatomista del renacimiento, cuyo personaje es el protagonista principal. El
escritor del artículo era Contardo Calligaris, un ensayista italiano quien tuvo
la curiosidad de verificar las citas textuales, mencionadas en la novela de
Federico, extraídas del libro De re anatomica, escrito por Mateo Colón en 1559.
El hallazgo fue asombroso, por decir lo menos y entonces la realidad superó a
la ficción. Pero prefiero que sea el propio Federico Andahazi quien nos lo
cuente:
“EL
PADRE DE LA CRIATURA
Estas
notas son hijas del estupor; de la extraña y escalofriante impresión que, de
tanto en tanto, nos provoca el repetido descubrimiento de que la ficción está
construida de misteriosos despojos, de fragmentos de memorias ajenas y, casi
siempre, irreconocibles. Lo que sigue es el absorto relato de una sucesión de
hallazgos que confirman que todo texto no es más que una pieza que, más tarde o
más temprano, termina por acomodarse en el intrincado rompecabezas de la
literatura. El siguiente artículo es el fin de un largo y curioso recorrido que
se originó en San Pablo en 1997, retrocedió a la Venecia de 1559, continuó en
Frankfurt en 1593, de allí saltó a New York, se remontó nuevamente al pasado
hasta llegar a Antuerpia en 1596, pasó por Ginebra en 1816, siguió en Copenhague
y por fin me condujo, para decirlo literalmente, a la vuelta de mi casa, a un
antiguo caserón del centro de Buenos Aires. Pero empecemos por el principio.
Hace
algún tiempo el prestigioso ensayista italiano Contardo Calligaris publicó en
Folha de Sao Paulo un extenso comentario sobre El anatomista. Relata en el
artículo que leyó mi novela en Nueva York y que, movido por la curiosidad, se
decidió a averiguar cuánto había de cierto y cuánto de ficción en torno al
protagonista, Mateo Colón, y a su obra De re anatomica. Resuelve entonces
visitar la Biblioteca de Nueva York donde accede a un ejemplar de la obra del
anatomista cremonés; relata que, para su completa sorpresa, en un catálogo
descriptivo de los libros impresos antes de 1956 en las bibliotecas de los
Estados Unidos, se consigna la existencia de otro ejemplar de la misma obra en
la biblioteca de Medicina de Washington. Según la reseña de este catálogo se
trata de una edición tardía de 1593 hecha en Frankfurt. "En las páginas
finales de esta copia, hay varias anotaciones manuscritas. Una, hecha en
Antuérpia en 1596, con el título De Coitu. Otra, también en Antuérpia y en el
mismo año, relata disecciones de cadáveres hechas según las recomendaciones de
Colón." y aquí viene el escalofriante descubrimiento de Calligaris:
"Estas notas están firmadas por un -verifiquen si quieren- doctor
Frankenstein".
Meses
más tarde tuve el privilegio de que el mismo Contardo Calligaris presentara El
anatomista en Brasil. Durante el curso de aquel encuentro paulista conversamos
largamente sobre su hallazgo y llegamos a establecer dos hipótesis: la primera,
que quizá este ejemplar de la obra de Colón haya estado en manos de Mary
Shelley, y que de él hubiera tomado el nombre del famoso médico romántico. La
segunda: tal vez la historia misma que ella cuenta haya sido, en parte,
verdadera y documentada en estas misteriosas anotaciones. Pero estas, desde
luego, no son más que conjeturas que, ciertas o no, nos condenan al ingrato
trabajo del sepulturero. Al fin y al cabo, abrir antiguos libros empolvados
produce la misma espantosa inquietud que levantar la tapa de un olvidado
sepulcro.
Sin
siquiera sospecharlo por entonces, todas aquellas conjeturas iban a ser el
comienzo de un artículo que más tarde mutaría en un cuento y, finalmente,
habría de convertirse en mi segunda novela, Las piadosas. Tal como decía
Baudelaire, la literatura es un palimpsesto, es decir, una serie de escritos
superpuestos sobre el fondo de una obra anterior. Esta certidumbre es la que
invita a escribir, por cuanto nos revela que no existe el tan mentado fantasma
de la hoja en blanco. Pero, por otra parte, también pone en evidencia que los
escritores no somos más que un accidente entre dos textos.
Federico Andahazi. Agosto, 2001”
Federico Andahazi. Agosto, 2001”
Lo
que comenzó en 1997 al abrir las páginas del libro de un desconocido, continuó
a lo largo de los siguientes años buscando la continuación de esa historia
donde empezaron a converger personajes históricos y ficticios. Federico siguió
publicando éxitos de librería y yo continué admirando su talento, su narrativa tan
distinguible y su finísimo sentido del humor. Mientras tanto yo seguí
intentando escribir bajo la sombra del maravilloso árbol que fue nuestro
Maestro Herminio, a la par que esperando lo imposible: Conversar algún día con
un gran autor del otro lado de nuestro enorme continente americano. Entonces llegaron a México, igual que a todo
el resto del mundo –digamos que del mundo tecnificado- las famosas redes
sociales. Y ahí, en la red social (curiosamente llamada Cara-Libro), encontré
un día el nombre de este escritor tan admirado. ¿Aceptaría agregarme como a
otro contacto? Lo hizo. Eso fue hace varios años. Así pude leer algo sobre su
vida y conocer más a fondo su obra. El autor argentino comparte con sus
contactos los acontecimientos en torno a su quehacer literario. Dice que Borges
se enorgullecía de sus lecturas, pero él de sus lectores. Y es cierto. Tiene la
deferencia de contestar a sus preguntas, a pesar de sus múltiples ocupaciones.
Motiva a todos a continuar investigando en torno a sus novelas y personajes.
Construye -literalmente- una red donde todos pueden participar, hacer
comentarios, escribir mini reseñas cuyo contenido es a veces más interesante
que las escritas por profesionales. Tal es la razón de esta historia que hoy,
amable lector, está usted leyendo.
Los
amantes bajo el Danubio es la novela más reciente de este autor de Buenos
Aires. Comienza en el Budapest ocupado por los nazis en 1944 y culmina muchos
años después con el reencuentro de estos amantes en circunstancias por demás
asombrosas. Mientras en la casona del rico aristócrata, Bora, se vive de manera
simulada un matrimonio de apariencias, por debajo de la misma, en el sótano,
una pareja de judíos se oculta de los nazis. La manera de sobrellevar la
tensión en el subsuelo se convierte en una serie de experiencias sexuales bajo
el más estricto sigilo, ya que en la
parte de arriba un suspicaz oficial del ejército nazi decide posar para que
Bora, consumado pintor, le haga un retrato. Las dos parejas se ven atormentadas
por los celos y la desconfianza. Bora y Hanna (quien se oculta en el sótano)
habían sido esposos, pero ahora ambos están casados con otras parejas. Andris,
el nuevo esposo de Hanna, y Marga, la nueva esposa de Bora, se ven obligados,
por humanidad, a conciliar su nuevo mundo con el pasado de sus respectivos
cónyuges. Su vida depende de ello. Federico nos lleva de la mano por Budapest
como lo haríamos con un guía experto. Recrea el tiempo, las costumbres, los
estados de ánimo de personas que llegamos a conocer a fondo gracias a su prosa
fluida y amena. Sufrimos cuando las botas del oficial nazi repercuten sobre la
madera del escondite de los amantes que no saben hacer más que lo impensable.
Tener un sexo profundo, erótico, apasionado, con lágrimas en los ojos y sal en
los labios, sabiendo que en cualquier momento pueden ser descubiertos y
llevados a la cámara de gas. Es una maravillosa historia de amor.
Siguiendo
los comentarios de Federico en su “muro”, leí con interés sus notas sobre la investigación
previa a su novela y los días que pasó en un pequeño apartamento de Nueva York
mientras escribía parte de este libro. Así que, llevado por el afán de utilizar
estas redes sociales en su máxima capacidad, le pregunté al autor de dónde salió
la inspiración para esos amantes bajo el Danubio. Su respuesta me fascinó.
Están basados en su propio origen familiar.
Así
que aquella lectura, en el México de 1997, aquí mismo en la ciudad de Celaya, de
una novela de un autor argentino; un artículo de un ensayista italiano; la
asombrosa respuesta de Andahazi a ese texto en un periódico brasileño, creando
otra novela maravillosa; las redes sociales y su vertiginosa velocidad de
interacción, permitieron que un día, dieciocho años después, Federico me
invitara a leer su nueva novela y a comentar sobre la misma. No pude hacerlo.
Tenía que hablar sobre mi propia historia. La constatación de que toda realidad
llega a superar a la fantasía. Me pidió, igual que a otros de sus lectores, que
seleccionara un texto de Los amantes bajo del Danubio para ser publicado por su
editorial. Esto es lo que elegí:
“Los
hombres suelen atribuir a las mujeres una fascinación por cosas que, en
general, les son por completo indiferentes cuando no repudiables. Presuntos
atributos de virilidad y poder tales como la fuerza física, la destreza para la
pelea o la disposición a humillar a quienes consideran sus rivales no son
condiciones que las mujeres inteligentes suelan valorar.”
Seleccioné
este párrafo por su precisión. Los hombres tenemos la creencia de que conocemos
lo que las mujeres quieren o admiran en nosotros. Nada más lejos de la
realidad. Lo mismo sucede con quienes escribimos. Pensamos que muchos lectores terminan de leer un texto y lo
colocan en el librero a llenarse de polvo. No sabemos o ya lo hemos olvidado,
que hay otros, esos de los que nada sabemos, que viven entre la Tierra de nunca
jamás y algún lugar de la Mancha, para quienes ninguna historia terminará aunque
el círculo se cierre con una sonrisa, una lágrima o un suspiro mientras le da
vuelta a la última página de nuestro libro y lo coloca en el estante de su
corazón. Vale.
Julio
Edgar Méndez
Celaya,
Guanajuato. Noviembre, 2015.
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