domingo, 6 de diciembre de 2015

OBJETOS DECEMBRINOS


OBJETOS DECEMBRINOS

“A fin de cuentas, todo es un chiste.”
Charles Chaplin

Dos cuentos, dos historias llenas de humor inspiradas en objetos decembrinos: Una invitación y un par de pantuflas. ¿Qué más se puede decir?


LA BODA
Lalo Vázquez G.

Al llegar a mi casa, después de asistir al Diezmo de Palabras, (nombre del taller literario al que acudo los miércoles) me encontré en la entrada un sobre muy bonito, fino y elegante de color blanco con letras doradas, que decía: “Sr. Luis Eduardo Vázquez G. PRESENTE”. Se me hizo raro pero me cosquillearon las manos por abrirlo y mucha curiosidad por saber de qué se trataba.
Al abrirlo casi me infarto de leer que era una invitación personalizada para la boda de Sofía Vergara y Joe Manganiello, con un recadito por dentro escrito directamente del puño y letra de la mismísima Sofía, el cual decía así:
“Mi querido Lalo: Te pido de favor que este 21 de noviembre no me vayas a fallar a mi boda. Aunque lo nuestro no pudo lograrse y fue difícil superarlo, ya mi corazón está sanado, te lo pido con todo el amor de mi vida, ven. Me sentiría muy mal si no asistes, hazlo por aquellos momentos hermosos que me hiciste sentir y todas esas alegrías que me regalaste. Además, sabes que siempre seré tuya, aunque me case. Quiero compartir contigo este momento tan importante. En el mensaje va engrapado un cheque por $50,000 euros para todos tus gastos. Si necesitas más solo avísame y te los deposito por Elektra, por favor no faltes, te espero. Siempre tuya, Sofía Vergara”.
Qué bien que encontré el sobre a tiempo, porque si no me hubiera ido a Las Vegas a la pelea de mi amigo “el Canelo Álvarez”, tenía unas ganas increíbles de mentarle la madre a ese puertorriqueño que se apellida Cotto. Ya después me disculparé con él, además no me gusta hacer corajes y en el box paso muchos.
Leí bien la invitación para saber qué rumbo tomar, decía que la boda se llevaría a cabo en Palm Beach, en un lugar que se llama The Breakers, en la costa de Florida, Estados Unidos. En una mansión muy bonita, estilo renacentista italiana, en la zona costera y además una nota muy importante en la invitación, donde pedía a todos los invitados que por favor no lleváramos teléfonos celulares.
Al otro día me fui al Banco Azteca a cambiar mi cheque y luego a rentar un traje con Patlán “el sastre que te viste, no te envuelve”. Elegí el más caro y elegante de todos, al fin que de todas maneras lo paga mi Sofi. Ahora sólo faltaba comprar el regalo, ella me conoce bien y sabe que soy sencillo y eso era lo que le gusta de mí, me lo dijo muchas veces. Me dirigí a Aurrerá a comprar un oso de peluche y un chocolate Kiss de los más grandotes, de esos que vienen en caja dorada y, aparte, le llevaré el ultimo cuento que escribí en el taller, uno que habla de unos gatos y de la Luna, yo creo que le va a gustar, a lo mejor se le ocurre hacer una película.  Teniendo todo listo tomé un taxi para el aeropuerto de la ciudad de México y vámonos.
Mejor ni les cuento como me fue con el oso de peluche y con el chocolate “Kiss” en los aeropuertos porque no quiero cansarlos, hubiera salido mejor comprarlos llegando allá, incluso hay peluches más bonitos.
Llegué a Miami a las 5 de la mañana y de inmediato tomé un taxi para Palm Beach que queda a una hora y diez y seis minutos por carretera, así que me dormí un poco. Al llegar, me registré y me dieron una habitación lujosísima con cama king-size y sobre ella una fotografía grande de mi Sofía. Acomodé mis cosas y dormí hasta las once y media de la mañana. Me levanté, me bañé y fui a investigar cómo iba a estar la reunión.
Pregunté en la recepción por Sofía Vergara y la señorita me pidió mi nombre, cuando se lo di, hizo una cara de sorpresa y me dijo   ̶  permítame ̶, habló por teléfono a alguien y de pronto llegó un fulano muy alto, vestido de traje y me dijo:
 ̶ ¿Lalo Vázquez?
 ̶ Si. -Le contesté.
̶ Sígame por favor.
Lo seguí y me llevó a un saloncito donde el diseñador Zuhair Murad estaba dándole los últimos toques al vestido de Sofía, y sin voltear ella le dijo al guarura:  —Páselo por favor hasta aquí conmigo y retírese, gracias. ¡Aaaay!, mi hermoso Lalo, qué bueno que viniste, no sabes qué feliz me haces, ahorita te voy a abrazar,  sólo que este señor me tiene llena de alfileres pero ya casi termina.
El diseñador levantó la mano saludándome y me dijo:
  —Yo creí que se casaba contigo, Lalo.
—Por algo pasan las cosas  ̶ le respondí a Zuhair.
En ese momento él terminó de recoger sus cosas y se salió. Ella rápidamente se vistió y corrió hasta donde yo estaba. Sin decir nada, me abrazó y posó sus labios sobre los míos con un suspiro de amor. Yo, desconcertado, no cerré los ojos para admirarla, porque pensé que sería la última vez que estaríamos tan juntos, disfruté enormemente el aroma de su perfume y sentirla pegada a mí ha sido una de las máximas experiencias de mi vida, me llenó la cara de besos y a media voz me dijo:
—No me quiero casar con él y menos aun queriéndote como te quiero, no siento nada por él, además tu sabes bien que Manolo mi hijo te quiere como si fueras su papá, mi Lalo.
—Lo entiendo muy bien, Sofía Margarita, pero esto no es un juego, yo no puedo llevarte conmigo a vivir a Celaya, qué va a pensar todo el mundo, que me casé contigo por tu dinero, además, yo no voy a renunciar al Taller Diezmo de Palabras nada más porque a ti no te gusta, recuerda que por eso rompimos nuestro compromiso, no vamos a volver a discutir lo mismo. Ahora, ¿qué quieres que hagamos?
—Nada, lo único que quiero que hagas es que siempre me des tu apoyo y nunca me dejes, porque sin ti me volvería loca.
Me tomó las manos y las puso en sus senos y me dijo:  —Bésame. Le besé los labios, la nariz, los ojos, el pelo, el cuello y en ese momento pensé “¿por qué no nací pulpo?” Le metí la mano bajo la falda, le acaricie las piernas y las caderas.  Ella hacía lo mismo conmigo, los dos nos encontrábamos en un éxtasis increíble, cuando de pronto, una voz gritando dijo:
—¿Así que tú eres el famosísimo Lalo Vázquez, ¡eh!?
“Ay guey” pensé “y éste quién es” y le contesté:  —Pues famoso, famoso, no soy, pero Lalo Vázquez sí soy ¿Cuál es tu problema?
—Yo soy Joe Manganiello y voy a ser esposo de Sofía en un rato y no ser posible que tú agarrar aquí todo a mi mujer, así que te vas o yo matarte o te pego en la cara.
—Me la pelas pin... gringo,  a ver pégame si puedes, ¿qué dijiste?, ¿estos aguacates me los embarro en mi torta?
Él se acercó a mí y Sofía se interpuso entre los dos, ella sabe muy bien que tengo un carácter muy fuerte y soy muy agresivo, no quería que yo le fuera a dar un mal golpe. De pronto, Joe, por encima del hombro de Sofía, lanzó un puñetazo con todas sus fuerzas y atinadamente me dio un santo chingadazo, que caí redondito. El golpe que me dio y el que me di yo mismo en el suelo, hicieron que entonces me cayera de la cama completamente noqueado, abrí los ojos atontado por el golpe y todavía muy enojado, pensé: “Ojalá esta noche, vuelva a soñarte, pinche Mangianello,  para romperte el hocico”.

* Luis Eduardo Vázquez G.  Nació en Celaya a finales de los años 50. Es aficionado a la música y la lectura. Después de perder a un hermano le entró el gusto por escribir y componer canciones, para más tarde coincidir con el  Maestro Herminio Martínez y así formar parte del TALLER LITERARIO DIEZMO DE PALABRAS. Ha sido publicado en diferentes medios y fue seleccionado en España por la editorial DIVERSIDAD LITERARIA, en la categoría de microrrelatos a 5 líneas y publicado en una antología de escritores de varios países. También fue seleccionado por ENDORA EDICIONES para la antología llamada Cuentos del sótano V.



LAS PANTUFLAS
Victor Hugo Pérez Nieto

Llegué a casa con unas babuchas primorosas, tenían plantillas de plastazote bien acolchado sobre el arco y corte de seda hindú; en cuanto mi novia sintió su textura las codició. Hasta aquel día jamás le había negado nada, pero la molicie de mis pantuflas era algo mío, solo mío y más mía que ella misma; mejor prometí comprarle otras similares aunque sabía que no podría cumplir esa oferta: era el último par existente; sin embargo, le di mi palabra que la dejaría usarlas cuando yo retornara a la plataforma petrolera, en la Sonda de Campeche, donde trabajaba 28 días seguidos.
Embargado de anhelo malogrado vi pasar mi mes franco mucho más rápido que otras veces y regresé a laborar. A mitad del océano no se puede uno llevar ni a su mujer, ni su calzado favorito; allá puros orgasmos en seco durante 4 semanas y se tiene que dormir cada quien con las botas antiderrapantes puestas para en caso de contingencia desalojar rápidamente el complejo.
Dice el dicho que “plataformero que no es sanchado no es un plataformero feliz”. Yo tuve la desgracia de comprobarlo en carne propia.
Una media noche de relámpagos, a cien millas de la costa, me atreví a marcar a casa. Siempre acostumbraba llamarle a mi novia al móvil. En aquel entonces internet y teléfono fijo usaban la misma red, no existían los filtros, por eso mientras se navegaba por la web era imposible contestar. Ella dormía conectada debido a cuestiones de trabajo y prácticamente la línea era para la computadora, sin embargo, esa ocasión tenía el celular apagado y por alguna sombría razón el internet también.
Aquella madrugada le llamé al teléfono fijo que timbró una, dos veces, y al tercer repique una voz masculina de acento argentino contestó.
—Aló
¡Quedé pasmado!, mi primer pensamiento fue que había equivocado el número; luego albergué la esperanza de que mi mujer tuviera un cáncer laríngeo terminal y eso le ocasionara cambios de voz, no obstante al segundo “aló” reaccioné y contesté tímidamente.
—Buenas noches, o días, no sé qué sea, ¿está Claudinet?
—Un momento caballero, permítame —y muy claro escuché cuando todavía amodorrado dijo—: corazón, un sujeto te llama, dile cortésmente que no son horas de joder —luego lo oí hurgar bajo la cama que chirrió, ruido de sábanas, dar unos cuantos pasos chancleteando, abrir la puerta de mi baño, el chorro de pis que fue menguando poco a poco hasta salpicar el borde del excusado, en el suelo “prrrit plog plog” y un flatillo a modo de coda final. Mientras, Claudinet, musitaba por el altavoz explicaciones sin lógica que ni atendí por poner atención a los ruidos secundarios.
El alma se me fugó del cuerpo cuando caí a la cuenta de una realidad tan dolorosa como irrefutable: aquél fulano se acababa de orinar sobre mis pantuflas nuevas.


** Víctor Hugo Pérez Nieto fue ganador del XV Premio Nacional de Novela Jorge Ibargüengoitia en el 2012 con su novela Feralis y ha publicado los libros Tesoros de México, La noche de los orfelunios, Del chiquistriquis y otros demonios y ha participado en diferentes antologías de narrativa. En Alebrije de palabras, antología de minificción, comparte espacio con los ciento diecisiete mejores escritores mexicanos vivos. También es médico.

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