¡FELIZ NAVIDAD!
Durante
el tiempo que tuve el gusto y el honor de aprender y colaborar con el maestro
Herminio Martínez, dos veces obtuve el premio regional Alas y raíces de literatura
infantil. Esto le dio mucho gusto a mi maestro y a mí también al constatar que
lo aprendido rendía frutos. Escribió esto para el prólogo de mi primer libro
infantil:
“Celebro estas historias. Me han alimentado de cariño,
asombro, tiempo, lluvia y fondos transparentes, donde habitan los peces y los sueños en reinos inquietantes. Julio
Edgar Méndez nos trae la historia de la mano, a que coma de nuestro corazón y
nuestros ojos. Con él andamos en épocas extrañas, ciudades infinitas, entre
personas y rumores que pueblan los jardines del atardecer y la memoria. Es un
escritor que sabe mantenerse atento a lo que dice y crea; inventa y corrige con
la paciencia y el arte del que espera la lluvia en los caminos del verano”.
Ya casi llegamos a Navidad y como
agradecimiento a mi gran maestro y a las personas que nos honran leyendo
nuestras historias y poemas, publicamos hoy un cuento que fue parte de esos
textos ganadores. También quiero darle las gracias al Ing. Gerardo Cázares Patiño
por su apoyo al trabajo literario del Taller diezmo de palabras. Durante los
años que estuvo al frente del Sistema Municipal de Arte y Cultura de Celaya tuvimos
siempre las mejores atenciones hacia todo nuestro grupo.
De
parte de todos los compañeros y amigos que hacen posible el taller literario,
deseamos a nuestros amables lectores y al equipo de trabajo de El Sol del
Bajío, que hace posible esta página cada domingo, una muy feliz Navidad.
LA
ARAÑA EN LOS OJOS AZULES DEL GATO
Julio
Edgar Méndez
Vivo
en el último piso de un edificio muy viejo, tan viejo pero tan viejo, que las
paredes tienen arrugas y tosen constantemente. Este departamento donde vivo es
un poco menos feo que los demás. Tengo una terraza o patio en la azotea, desde
donde puedo ver gran parte de la ciudad de San Miguel de Allende. Se ve la
parroquia, con sus torres picudas, que se parecen a la iglesia donde vivía el
jorobadito Quasimodo, sólo que acá no hay gárgolas que hablen con alguien. A
veces me imagino a alguno de los políticos rateros que tenemos en todo el país
pidiendo asilo en la parroquia y columpiándose de algún cable gritando: “Asilo,
asilo”. Pero me desvío de lo que te quiero contar. Como la terraza es muy
grande, mis papás pusieron una mesa con sombrilla y varias sillas para salir
por las tardes a tomar un refresco y jugar dominó o mi mamá se junta con sus
amigas a hablar de puras cosas que a mí me parecen aburridísimas. Yo la uso
como hotel para los gatos callejeros. Cuando nadie ocupa la terraza, los gatos
la usan para dormir. Quién sabe dónde viven, o de dónde vienen, pero son
muchísimos, como cien. Empezaron llegando uno o dos y yo les dejaba leche en un
platito, que la verdad ni se la tomaban, hasta que les empecé a dejar las sobras
de la comida. Les encantaron, sobre todo el pollo. Al poco tiempo ya no eran
dos o tres gatos, sino montones. Unos chiquitos, otros medianos y uno enorme,
que al principio me daba miedo. Se notaba que los otros gatos lo respetaban,
hasta se quitaban de la sombrita para que ese gatote se acostara a dormir en el
mejor lugar. Era curioso que me dejaran acercarme, pero no me dejaban tocarlos.
No me atacaban, pero sí me ahuyentaban con algún gesto de incomodidad. Como no
hacían travesuras, ni ensuciaban el lugar y hasta los ratones y ratas ya ni se
aparecían por ahí, mi mamá y mi papá no se molestaban por tanto gato. Todos los
días andaban por la terraza, excepto cuando había gente. Eran muy listos, a la
mejor se daban cuenta de que tenían tantos privilegios precisamente por no dar
lata. Ese enorme gato un día ya no volvió, a la mejor se aburría de tanta
calma.
El
departamento tenía muchas puertas. Cada cuarto tenía al menos dos de cada lado.
Mi habitación tenía tres. Una era de la sala, otra comunicaba con el cuarto
vecino, que era el estudio. La tercera puerta salía a un patiecito donde estaba
la lavandería. De la lavandería hacia la terraza no había puerta, se pasaba de
un lado al otro sin problemas, excepto por un pequeño muro en el suelo. Mi papá
me dijo que se llama sardinel y es para que el agua de la lavadora no se vaya
de un patio al otro. Lo curioso es que en este patiecito nunca entraban los
gatos, ni de día ni de noche. Muchas veces les puse comida en ese lugar, pero
la dejaban sin tocarla. Ya no puse sobras en ese lugar, pero a veces encontraba
huesitos bien limpios, algunos huesos eran más grandes, como de animal mediano
o de ratota. A la mejor los traían los gatos de otras casas. Como no sucedía
todos los días, nunca se lo dije a mis padres. Lo que sí me llamaba la atención
era que los gatos no se acercaban a ese sitio y cuando yo andaba por ahí, nomás
se me quedaban viendo fijamente.
Lo
que te quiero contar pasó el sábado por la noche. Mis papás se fueron a una
fiesta y me dijeron que no me preocupara, que me durmiera porque ellos iban a
llegar hasta la madrugada. Como esto pasa cada dos o tres semanas, pues ya me
acostumbré, así que me preparé a pasar una noche padrísima viendo pelis de
terror. Como no tenemos canales de televisión, porque mi papá dice que la tele
vuelve mensas a las personas, tenemos muchos videos, cientos. Yo tengo mi
propia colección. Escogí una de unos tipos que viven en el polo norte y como
hay una tormenta terrible tienen que abandonar su campamento, pero alguien anda
asesinando a todos sin que sepan quién es el culpable. Lo que me gusta de esa
película, es la investigadora, jajaja. Dice mi mamá que es muy grande para mí,
y qué, de todos modos ni me conoce ni la conoceré nunca, mi mamá de plano cree
que no me doy cuenta de que los artistas son como sueños bonitos que no hacen
daño a nadie. Se vale soñar, ¿o no?
No
sé a qué hora me dormí, ni cómo me fui a mi cuarto. Pero cuando más calientito
estaba, empecé a escuchar un ruido nuevo. Digo nuevo porque hay ruidos a los
que ya nos acostumbramos de tanto que se repiten, como los quejidos de las
paredes, como son tan viejas... Pero este ruido era nuevo. Como arañazos en la
puerta. En MI puerta. La que da al patiecito donde los gatos nunca entran. A la
mejor era un gato nuevo y tenía hambre. Los arañazos sonaban suavecitos pero
constantes. Al principio quise volver a dormir, pero no pude. Ya me estaba
fastidiando el ruidito. Como la puerta está bloqueada para que no entre el
frío, tuve que salir de mi habitación por el lado de la sala, ir hacia la
cocina y abrir por esa puerta, que queda a un lado de la otra, la de mi cuarto.
Seguía escuchando los arañazos suavecitos, así que pensé en darle algo de comer
al nuevo gato. No había sobras del día, así que tomé una salchicha del refri y
volví hacia esa puerta. ¡Uyy!, cuando la
abrí, frente a mí apareció una cosa enorme, peluda, con muchas patas. Era una
arañotota que levantaba una de sus patas rascando la otra puerta. Me quedé
helado, mudo, con la sangre brincando dentro de mi cabeza. La puerta de la
cocina era tan vieja que también rechinaba, así que con el ruido que hizo, esa
cosa volteó a verme. Tenía una cabezota peluda y en lo que era como su boca,
traía colgando a ese enorme gato que parecía el líder de los demás y hacía
mucho tiempo que había desaparecido. Pensé que se lo había comido o se lo
estaba comiendo. Del puro miedo me oriné en la pijama. Cuando estaba a punto de
dar un grito, la araña soltó al gato y me di cuenta de que estaba vivo. La cosa
peluda se empezó a hacer para atrás, hasta que desapareció en alguna grieta de
la pared detrás de la lavadora. El gato estaba lastimado, se lamía una pata. Yo
no sabía si gritar, si llorar, si darle la salchicha o qué. Prendí las luces de
afuera y vi la cara del gatote. En realidad tenía una cara muy bonita, unos
bigotes enormes, los ojos azules y tiernos. Le di la salchicha y se la comió
despacio, todavía acostado. Me fijé que en su pata tenía atorado un alambre. De
alguna manera se había enredado con eso o alguien, una mala persona, se lo había
puesto. Se lo quité con cuidado, despacio. Se lamió su patita e intentó pararse
pero no pudo. Fui al baño y traje mertiolate, ese líquido rojo que mi mamá me
pone en los raspones. Le dije al gatote que no se fuera a enojar, porque ese
mertiolate duele. Parece que entendió porque se quedó quieto. Cuando terminé de
hacerle la curación me miró con sus ojazos azules y tiernos, y hasta parece que
tenía lágrimas, a la mejor le dolió pero se portó muy bien. En un ratito se
quedó dormido. Le puse encima un trapo de la cocina y lo dejé descansar. Cerré
la puerta, apagué las luces y me fui a dormir. Me cambié la pijama y los chones
y me acosté como si todos los días me pasaran cosas raras.
Por
la mañana me levanté y rápidamente fui al patio a ver qué había pasado. Ya no
estaba el gato. Me fijé detrás de la lavadora y no había grieta alguna.
Ya
pasaron varios días desde esa noche extraña noche y aquél enorme gato ha vuelto
a tomar la sombra junto a los demás animales. Me huyen menos ahora, incluso el
gatote se me acerca y me roza las piernas. Lo curioso es que siguen sin
acercarse al patiecito. Los huesitos siguen apareciendo y mi papá dice que
efectivamente son de ratotas. Cree que los gatos me los traen como regalo, como
una prueba de que me aprecian y me respetan. Quién sabe, lo curioso es que
ahora he notado que, entre los gatos, también empiezan a salir a tomar el
solecito unas arañas enormes, del tamaño de pequeños gatos, con orejas y una
cola peluda y que además, tienen los ojazos azules y tiernos.
**Julio
Edgar Méndez (www.julioedgarmendez.com) es coordinador del Taller Literario Diezmo de Palabras, fundado
por el escritor Herminio Martínez en Celaya, Gto. Ha sido publicado en
diferentes medios. Por la Universidad de Guanajuato en los libros: Narrativa
sobre violencia y migración, “La vida que él me da” (2004). “Aire del Bajío”, un acercamiento a la poesía
(2005) y en “El Cuarto del Escriba”, narrativa de terror y fantasía (2005). Fue
seleccionado en 2004 por el grupo Palavreiros, de Brasil, para la sección de
poetas mexicanos en el Festival Mundial de poesía en honor de Pablo Neruda y en
2006 en Diosas y Poetas, portal
argentino de poesía. En el 2007 fue ganador del Primer Lugar de Poesía en los
Primeros Juegos Florales de Guanajuato, en la ciudad de Celaya. En el 2009 fue
ganador del Primer Lugar en el 7o Concurso Regional de Literatura para Niños en
el género de Cuento y se publicó el libro "Cuentos Pequeños, Grandes
Sustos" por Barcos de Papel, de Ediciones La Rana. En el 2011, a través de
Editorial La Rana, del Instituto Estatal de la Cultura de Guanajuato, fue
publicado en un libro de cuentos infantiles ilustrados, con el título de
"Cuentos de Magia y Misterio", junto con otros autores, y en 2012 la
misma editorial publicó otro libro de cuentos infantiles ilustrados:
“Imagicuentos”. También en 2011 fue seleccionado para la antología
internacional de narrativa breve “Encuentros”, una convocatoria de la editorial
Anagma a través de la red social, Facebook. En 2012 fue publicado por el
Sistema Municipal de Arte y Cultura de Celaya en el libro “El Oro de los
Trigos”, una antología sobre la nueva narrativa celayense, recopilación y nota
de Herminio Martínez. En 2013 fue publicado en el libro “Cada loco con su
tema”, de Grupo Editorial Benma; también en 2013 fue seleccionado entre 953
participantes para la publicación de 10 finalistas en el libro “Certamen
Internacional de Relatos 2013” de La Editorial.es de España. Y obtuvo el Primer
Lugar en el 10o Concurso Regional de Literatura para Niños, Alas y Raíces, en
el género de Cuento. El libro fue publicado en 2014 por Ediciones La Rana con
el título de “Cien puertas al abismo”. En 2014 fue publicado en “Tintas del
Lerma, una antología de narrativa contemporánea de autores de Guanajuato”, y en
2015 fue publicado en “Ecos del nido, antología de cuento breve” ambos libros
editados por el Consejo ciudadano de arte y cultura de Acámbaro. En 2015 un
cuento suyo fue publicado en “El relámpago y el trueno, la historia de Celaya a
través de sus personajes y leyendas”, editado por la Universidad de Guanajuato.
Coordina la página de literatura del Diezmo de Palabras todos los domingos en
el periódico El Sol del Bajío.
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