domingo, 15 de noviembre de 2015

PECCĀTUM


PECCĀTUM

“Por dos causas pecamos: o por no ver aún lo que debemos hacer, o por no hacer lo que ya vemos no se debe hacer; lo primero es mal de ignorancia; lo segundo, de flaqueza”. Agustín de Hipona

CECILIANO ARCÁNGEL 
Herminio Martínez (+)

¡Pero cómo diablos no!… De alguna manera el fanfarrón encontró su merecido. La horma de su zapato. El estigma de una criatura desgarrada. Frases de odio. Astillas de desprecio. Un musculoso y patilludo tractorista, vayan ustedes a saber, fue quien se le puso al tú por tú bajo aquel amarillento calor del medio día.
Ladre o relinche (me refiero a él), igual que ustedes algunos creen que era toda una “dama”. Otros, sólo una maldición, me incluyo. Y no porque haya andado hablando mal de mí y de la que en unos días va a ser mi esposa, sino por tantas calamidades que nos trajo al pueblo su fanfarrón perverso.
Suele suceder, aun entre los de su religión, que, por ser sacerdotes, debían de ser prudentes, respetuosos, no darse a conocer por estas cosas, y a él, ya les habrán dicho o lo habrán leído, cuando andaba borracho no le importaba nada, ni le salía bien el Padre Nuestro. Yo lo llegué a escuchar: “El pan dulce de cada día, dánoslo hoy…”. O: “El pan duro que nos diste ayer”... ¡Háganme el favor! Los labios relucientes y todavía húmedos de besos… Tampoco quiero imaginarlo; si habrá besado el hocico de un marrano o los bigotes de un vicioso, muy su gusto… Ah, porque al último, hasta borrachos levantaba; algunos de esos que ya no llegan ni a dormir. Vamos a  especular: mientras se sentía toro de lidia en su actitud de clérigo, fino corcel llevando sobre sus lomos a alguno de ésos, le falló el corazón, se tropezó en la almohada y cayó muerto. Eso es todo, señores. El frío de la muerte le atravesó el resuello como una espada azul y su pelo color caca de perro se le bañó en sudores… El individuo, rigurosamente supersticioso, es también casi siempre un creyente ciego y a él le daba lo mismo creer en Dios que en el instinto… Cuatro camionetas, dinero, amantes, casas, juegos, comidas, fiestas… ¿Sigo?
Su fama se había convertido ya en un túnel de sombras cada vez más tétricas, donde su arcángel, sacerdotes, vivía en el fondo y aquí vino a tirar el alma ese maldito.  ¿De qué se espantan, pues? Hay bueno y malo: aquí y en todas partes.
Sin embargo, busquen en todo el estado y aun en todo el país y en ninguna parte encontrarán aire más puro, agua más transparente, un cerro más hermoso y gente más hospitalaria que la nuestra. Somos hombres de paz. Los Tercios, con sus trigales encorvados, los surcos de maíz con las orejas levantadas y las guías de frijol trepando por las cañas, son una bendición de Dios, de nadie más, aunque en el gobierno digan lo contrario…. Aquí vivimos sin arrogancia ni molestar a nadie. Yo tengo vacas, tierras, hermanos, dos tractores, papá, mamá, la casa, veintiocho años y la misma novia... No había necesidad, ¿por qué? Soy ingeniero, algo aprendí en el tecnológico, gracias a mi papá, que se sacrificó para que yo estudiara. Tal vez a eso se deba que desde el principio su cura no me dio confianza y me veía como quien mira al diablo.
 Tampoco es presunción, pero aquí las únicas echadas que nos gustan son las gallinas, y eso únicamente cuando están poniendo. Las demás no... Ceciliano Arcángel arribó a este pueblo con el espíritu en los huesos y una avidez, que ya la quisieran los más conspicuos comerciantes. Es la costumbre salir a recibirlos. En todos los lugares es igual: la gente va con flores, música, cohetes, la comitiva, a darle la bienvenida al nuevo párroco. En esa ocasión yo también fui, acompañando a mi mamá y mis dos hermanas. Hacía años que no había quien casara o bautizara en este pueblo y a las personas les pareció un milagro que en la diócesis se hayan acordado de nosotros.
Después supimos que lo enviaron acá para esconderlo de varios padres de familia y algunas investigaciones judiciales. Y sin embargo, no dijimos nada. Hasta que se descontroló. Hasta que ya no pudo o ya no quiso portarse bien y entonces, como en El Salitre y Paredones; El Rejalgar y El Berreadero; Colines y Panal de Arriba, la pus le reventó.
¡Nos quiso ver la cara! Se le notaba de aquí hasta la ciudad de donde ustedes vienen. Primero fue la economía. Comenzó a pedir como si fueran enchiladas. Hablaba de levantar una basílica a un mártir recién canonizado. Y se valía de  las mujeres y los niños para convencer a los papás de que vendieran los potreros y el ganado para arrancar la construcción. Pero ya su prestigio era una flama oscura. De las comunidades, con las lluvias recientes habían llegado otras noticias.
Sus treinta y tantos años no fueron suficientes para darle la madurez al animal, que  hasta para portarse bien se necesita. Yo andaba en veintiséis. Tampoco voy a echar de cabeza a nadie, ¿para qué o por qué? Lo sucedido fue cuestión de muchos. Ofendía sin razón y andaba también con las esposas... Con varias, a las que les lavó la mente con el agua bendita de su vanidad y de su verbo, sólo para cubrir las apariencias, padres míos. Están equivocados si piensan otra cosa... Con muchos y con muchas quiso quedarse el hombre, pero, por lo visto, aquí sí le falló.
Era un demonio el desgraciado. Un rufián. La tarde de los hechos yo no estaba aquí; por supuesto que puedo comprobarlo. Andaba en La Maroma con mi papá y un tío. Fuimos por esa yegua blanca a la que hemos llamado María Félix… Se la compramos a un Genaro Silva, el dueño de la hacienda. Cuando hablen con él les va a decir lo mismo. Estuvimos allá toda la tarde, mientras acá, alguien arrastraba a su angelito como se arrastra un puerco muerto, un bulto, a golpes, a patadas. Todo se ha declarado ya, coméntenle a su obispo que no sabemos nada. Que el padre desapareció como desaparecen muchos ciudadanos y no duden de que alguna de las cabezas encontradas en San Fernando Tamaulipas, haya sido la de este pérfido, que un día llegó aquí con su modo de ser más propio de ave de rapiña que de párroco, presumiendo de influencias y de pertenecer a una familia poderosa, relacionada con altos personajes de la economía y la política.
—¿Y eso qué, padre? –le preguntó María Desamparada.
—¿Cómo? –le respondió iracundo- ¿No sabes lo que es la sociedad? ¡Pobre pendeja!
Ella guardó silencio.
—La educación, nuestra cultura, nuestras relaciones personales, el conocimiento, buena ropa, las costumbres, el olor, comer bien, beber mejor, ser respetado.
—Mmmmm… -rodó un murmullo.
María Desamparada se quedó escuchándolo, viéndolo con sus bigotes rubios, sus cejas depiladas, aquellas manos finas y toda la actitud que, desde ese día, tendió ante nuestros pies como una alfombra de hoyos.
Ahora todos nos preguntamos dónde se halla. Ustedes presumirán que su alma está en los cielos; nosotros nada más que los esplendores de su pasado duermen en una tumba. Y en eso de que la pederastia tiene cura, yo les concedo la razón, señores, pero podríamos agregar que también tiene obispo, cardenal y tal vez Papa.



AL ALBA
Julio Edgar Méndez

Cuando el alba abrió sus pétalos de sangre roja, azul y gris, el sacerdote se abrió el pecho de un balazo, con una trayectoria que empujó carne, huesos, metal y pólvora hasta atravesarle el cuerpo, el alma y la tristeza de haber sido un hombre más triste cada día. La bala se incrustó en la cabecera de una cama muda, tan muda como la adolescente que fuera testigo de gritos, llanto, quejidos, lascivia, oraciones y plegarias que a veces, y sólo a veces, llegaron más allá del techo cubierto de humedad y tizne de veladoras. Arriba de la cabecera, un crucifijo sin el Cristo tradicional, sólo un fierro moldeado haciendo las veces de Hijo de Dios, un hijo sin rostro ni cuerpo, sin voz ni oídos, sin pena y sin gloria. Un hijo mudo, ciego y sordo, quien no vio ni quiso ver que los hombres no siempre saben lo que hacen, pero siempre saben que lo hacen, y esto no se olvida jamás. Así fue como el padre Simón llegó a la conclusión lógica del suicidio.
“Perdóneme padre, porque he pecado, he creído que ser humano es la máxima gloria de ser humano. Perdóneme padre, porque he pecado, puse los ojos en donde mis ojos veían tristeza, miseria, llanto, desesperanza y, sin embargo, los tapé con un velo de rezos, credos, veladoras, sonrisas fingidas, palmaditas al hombro; con reza tres avemarías, perdona a tu enemigo, y sin dar comida, trabajo, cobijas, sucedáneos de la fe, esperanza, caridad. Perdóneme padre, porque he pecado, cuanta jovencita lloró sobre mis hombros, yo lloré por no tenerla entre mis brazos, sobre mi lecho, bajo mi cuerpo; pensando en ‘cuán hermosas son sus mejillas entre los pendientes, su cuello entre los collares, sus labios como hilos de grana… sus dos pechos, como gemelos de gacela’ y no poder llamarle mi amiga, mi amada. Perdóneme padre, porque he pecado, no soporté escuchar más miserias, envidia, celos, estúpidas disertaciones sobre el mal. ¿Qué pecado es más grande, que pecar de saber qué diablos es pecado?”
El sacerdote colocó su sotana en el armario, sus ropas sobre una silla, los zapatos debajo de la cama, y a su amante en el colchón. Ésta lo miró como se miran los atardeceres que vienen detrás de los sueños, y le sonrió con la sonrisa de creerse amada...
Pero Simón ya no la mira, sólo la ve, ahí, debajo del crucifijo sin sacrificado tradicional, la ve y la ve hasta que sólo ve labios, besos, brazos que abrazan más labios y más besos. Así, sin amor, sin pasión, sólo con pecado. Ni la mirará nunca más, ya tiene prevista la despedida sin palabras. Los hechos hablan más fuerte.
“Acúsome, padre, de ser menos sacerdote pero más hombre, por creer conocer el misterio de Dios: que todo hombre y mujer son sólo eso, al final de todo, sólo un hombre y una mujer. Me acuso de haber tomado entre las manos otras manos más suaves, más chicas, más tiernas. Manos de mujer, manos de niña, manos de amor, manos de sexo entre las manos, manos que saben de juegos de manos, manos que tallan la piedra del sacrificio antes de sacar el corazón a golpes de besos de obsidiana. Mea culpa, mea culpa. Perdóneme padre, porque he pecado, he pecado hasta saciar esta sed de pecado, esta tristeza que da el saber que no se sabe nada. ¿Quién me dio autoridad para perdonar aquello fuera del alcance de sotanas, rezos, ritos y hombres? Por eso me acuso, por eso me rebelo, para decir al mundo que soy sólo otro hombre, otro ser humano con todas las fallas, errores, pesares, maldad y bondades encerradas en vientre, corazón y cerebro. Perdóneme padre, porque sé que no puede perdonarme. Mi culpa, su culpa. La culpa es de Dios por hallarnos culpables de todas las culpas”.

Y el balazo retumba en su oído, antes de que la sangre derrame el rocío que inunda despacio la ausencia de su alma pintada de rojos, azules y grises.

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