HISTORIAS EN CORTO
Octubre
es un mes propicio para las historias cortas con un toque de misterio. José
Arturo Grimaldo nos presenta una de tantas leyendas urbanas sobre los famosos
moteles de carretera: donde el jabón es pequeño, la cama muy ancha y los
recuerdos borrosos. Arturo nació en la Comunidad de la Esperanza, municipio de
Dolores Hidalgo. Es el antepenúltimo de quince hijos. Estudió el bachillerato
en el Seminario Diocesano de Celaya. Estudió
la carrera de Licenciado en
Administración de Empresas y posteriormente
cursó una Maestría en Desarrollo
Docente en la misma Universidad, ESCACE. Es miembro del Taller Literario Diezmo
de Palabras y amante de la lectura. Su narrativa es fluida, lineal y con un
finísimo sentido del humor.
Julio
Edgar Méndez
++++++++++++++++++++++++
LAS
CURVAS
Por:
Arturo Grimaldo
Después
de aquel día tan agitado en la Preparatoria “EL ESCRIBA” y una vez terminada su
tarea de mercadotecnia para el día siguiente, Lázaro Gavilán decidió irse a
dormir. Por varios minutos permaneció despierto, tratando de terminar de armar
el plan que venía preparando para llevar a su novia a un lugar donde nadie los
molestara y poder declararse mutuamente su amor. Luego, sus ojos se negaron a seguir abiertos y se
quedó profundamente dormido. Imaginó escuchar la respuesta afirmativa de su padre para que usara el
auto, situación que lo hizo dar un tremendo salto y gritar de júbilo, pues
sabía que por fin se cumpliría aquella realidad. Yesenia Olivares, su novia, de la que también y para
completar su felicidad, hacía unos días le había dado el tan ansiado sí a la
prueba del amor que con tanta impaciencia había esperado escuchar de sus
labios, también estaba muy ansiosa por
vivir aquella experiencia.
—¡Yes!,
sabía que mi jefe aceptaría prestarme la “nave”. Además, ya soy todo un hombre
y mi novia se merece un paseo romántico fuera de la ciudad -dijo el jovencito, al mismo tiempo que daba
vueltas en la cama como ansiando que llegara la luz del alba y con ella un
nuevo día.
—Ahora
sólo me resta preguntarle a Beto cómo le
hago para llegar al Motel del que tanto me han hablado él y sus amigos –dijo,
al tiempo que marcaba el número de teléfono de su camarada.
—Qué
onda, Beto, ¡te tengo una súper noticia!. Mi jefe me prestó el carro para
llevar de paseo a Yesenia y quería
preguntarte cómo llego al Motel “Las Curvas”,
del que tanto me han hablado tú y los
demás cuates. No, hombre, del que me contaste la otra vez; al que fue Marcos y
Gemma; a donde llevó el Chino a la amiga de su novia Bety; no, güey, en donde
embarazó el Jhony a la “Chiluca” -seguía
preguntando emocionado. Luego de algunas anotaciones hechas de manera improvisada en una servilleta, se
despidió de su amigo-. Está bien, yo veré cómo le hago, pero esta vez no voy a
desaprovechar el tiempo ni el transporte, ya luego te cuento.
Gran
parte de esa tarde la dedicó para su arreglo personal; para estrenar la loción
Passion Xtreme que en su cumpleaños número diecisiete le había
regalado su mamá, así como para probar una y otra combinación de ropa que le
hicieran parecer el hombre más interesante del mundo, sobre todo a Yesenia.
Aunque
no se habían puesto de acuerdo, lo mismo había hecho su novia, quien en mayor
medida había logrado transformar aquella figura poco atractiva, de escasa
voluptuosidad a la vista de los demás, excepto para su novio, a quien le
pareció un verdadero platillo, listo para saciar su apetito carnal.
El
claxon del viejo Chévrolet 1960 sonó
intempestivamente frente a la casa de Yesenia, quien, como impulsada por un
resorte, salió brincando la pequeña cerca de madera que rodeaba el jardín de su
casa.
—Sube,
no podemos perder tiempo –le dijo él, quien en ese instante y de manera atenta
le abría la portezuela del auto.
Una
vez que salieron de la ciudad y enfilados hacia el lugar planeado con anticipación por parte de Lázaro y una vez encendida la radio del automóvil, se
escuchó accidentalmente una vieja canción de Consuelo Velázquez que decía, “Bésame,
bésame mucho, como si fuera esta noche la última vez…” al mismo tiempo que ella preguntaba en tono
sugestivo.
—¿Cómo
me veo hoy? ¿Te gusta cómo luzco para ti?
—¡Wow!,
luces espectacular con esa minifalda. Además, te agradezco por traer la blusa
blanca de botones dorados que tanto me gusta. Espero que en esta ocasión sí me
permitas desabotonarlos todos, -le dijo sonriendo y lleno de sensualidad- sin
quitar la mirada de la carretera, que
empezaba a formar figuras imaginarias como
de gigantescas serpientes.
Habían
recorrido escasos cincuenta kilómetros de distancia, cuando un viejo letrero,
a la orilla de la carretera, indicaba
manejar con precaución porque comenzaban las curvas del lugar. Lázaro bajó la
velocidad y aprovechó para deslizar lentamente su mano derecha hasta la bien
torneada y blanca pierna izquierda de Yesenia, quien de manera inocente
correspondió a la caricia haciendo lo mismo que su novio y generando una
sensación jamás vivida por ambos, provocando que el palpitar de sus corazones
se aumentara, igual que el deseo de llegar lo más rápido posible al lugar
pensado por el joven.
A
medida que avanzaban, él continuó con mayor intensidad el movimiento de su mano
derecha sobre aquel cuerpo temeroso ante tanta muestra de cariño.
--No
seas desesperado, mi amor, hace unos minutos me dijiste que ya falta muy poco
para llegar. Además, también yo estoy ansiosa por vivir este momento maravilloso contigo y en un lugar tan romántico como me has dicho. Espero
que de verdad conozcas el lugar… sólo
porque tus amigos te dijeron donde se ubicaba -dijo ella, volteando a verlo de reojo.
Al
llegar al Motel de referencia, ambos llevaban la certeza de que aquella tarde
sería inolvidable, pero antes habría que pensar de cuánto tiempo disponían.
—Hasta
qué hora te dieron permiso tus papás, mi
amor -cuestionó Lázaro.
—Pues
aunque te suene a historia infantil, hasta la media noche, -contestó ella.
—Ojalá te hayan creído que íbamos a la fiesta de
aniversario de la Escuela, -volvió a
decir él.
—Sí,
sí me creyeron, aunque se les hizo un poco extraño por qué tan temprano
teníamos que estar en el baile escolar –comentó Yesenia.
Luego
de llegar a la última curva y tomar una pequeña desviación por una pronunciada
pendiente, llegaron al lugar, -que dicho sea de paso, como cualquier motel,
quedaba perfectamente oculto a la vista de los automovilistas que por allí
transitaban. Al estacionar el carro frente
a aquella enigmática construcción, una sensación extraña invadió a Yesenia,
pues le pareció demasiado olvidado y con poca iluminación, a excepción de un
viejo anuncio de luz neón medio apagado, que apenas sí permitía leer el nombre
del negocio y su respectivo eslogan: “Motel Las Curvas. El Placer… de
servirle”.
A la
entrada del lugar no había ni una persona en recepción, pues luego de tocar el
timbre, nadie se hizo presente. Voltearon un poco nerviosos en todas las
direcciones y luego de varios minutos, se acercó un hombre de avanzada edad, de
mal aspecto físico y de pasos vacilantes, quien sin mirarles, les dijo:
—Son
quince pesos: Esta es la llave de la habitación número 60. Pueden pasar.
Tan
pronto como vino, se alejó de inmediato, dando la sensación de ser un espectro
de otro mundo, por su tono de voz y la rapidez para ocultarse a la vista de la
pareja. El número de la habitación se encontraba en la segunda planta del lugar
y tras recorrer un largo pasillo, por fin llegaron y de inmediato, Lázaro abrió
la puerta con un marcado nerviosismo. En el interior, una antigua linterna de
pared iluminaba ténuemente la
habitación, en donde se observaban perfectamente por el resplandor de la luz,
las sábanas blancas de la cama, a la vez que mostraban el paso inmisericorde
del tiempo y con éste, la acumulación del polvo y las historias de amor de que
habían sido testigo.
Llenos
de ansiedad por beber del fruto de un amor impaciente, de comerse a besos el
alma de uno y otro y cegados por la angustia de caminar contra el tiempo, sus
manos se volvieron tan ágiles como las del mago que es capaz de transformar la
realidad en imaginación y la imaginación en alas blancas, en conejos y en
flores. El uno desnudó al otro y éste fue correspondido, para luego entregarse
al amor. Se confundieron los gritos de dos cuerpos unidos con los lamentos de
varias almas en busca de compasión y reposo eterno. El tiempo pasó inadvertido
para ellos y el reloj no fue cómplice de los dos al avanzar las manecillas sin
piedad alguna. Sin embargo, les concedió realizar el juego de un amor sin
prisa, pero sin pausa. Vencidos por la pasión quedaron inertes, cual figuras de
bronce esculpidas a fuego lento y unidas para siempre.
Ambos
buscaron su ropa casi en la penumbra y justo cuando ella se inclinaba para
encontrar una de sus zapatillas, vio que debajo de la cama había un cuerpo
semidesnudo de una mujer que yacía boca abajo en medio de un charco como de
sangre. Se cubrió con su mano la boca para ahogar el grito de horror que estuvo a punto de
lanzar y luego de ponerse con gran agilidad sus prendas, se acercó hasta donde
se encontraba Lázaro y le abrazó con tanta fuerza y temblando de miedo que era
casi imposible para ella pronunciar una palabra. Cuando por fin pudo hablar, ella le pidió que se
fueran rápido de allí, porque faltaba poco tiempo para que dieran las doce de
la media noche.
—Por
favor, Lázaro, no quiero estar un minuto más en este lugar. Todo ha sido
maravilloso, pero por lo que más quieras, vámonos de aquí, -le dijo casi gritando.
—Tranquila
mi amor, no pasa nada, sí llegaremos a tiempo a tu casa –respondió él.
Ya
en el camino de regreso, ella le contó lo que había visto debajo de la cama y
él entonces comenzó a ver que por el espejo retrovisor se dibujaba la misma
imagen de la mujer, tal y como se la había descrito Yesenia. Unas veces
aparecía la imagen y otras se esfumaba.
—No
me vuelvas a invitar a un lugar tan
misterios y desagradable, -le dijo.
Él
ya no le respondió, porque en ese momento se acercaban al domicilio de su novia.
—Te
veo mañana en la Escuela. Gracias por esta linda velada -le alcanzó a decir él
antes de que bajara del auto.
Sólo
un beso rápido y ella corrió de nuevo al interior de su casa cuyas lámparas de
la sala aún estaban encendidas, como si sus padres la esperaran para saber
cuánto había bailado con Lázaro en la Fiesta escolar.
Muy temprano, a la mañana siguiente y luego de
haberle agradecido a su papá por usar su carro, Lázaro le hizo una pregunta.
—¿Papá,
tú conoces un Motel que se llama Las Curvas?
—¿Por
qué me lo preguntas hijo? -Contestó un poco extrañado su padre.
—Porque
vamos a hacer una investigación de Mercadotecnia sobre cada uno de los negocios
que hay en la localidad.
—Bueno,
pero ese lugar ya no está en servicio, hijo. Hace muchos años, cincuenta, si no
me equivoco, las autoridades decidieron clausurarlo porque allí se le quitó la
vida a una jovencita de estos rumbos –comentó el papá.
Ante
aquella respuesta, Lázaro quedó como petrificado por unos instantes y luego de
aclararle que tendrían que desechar de la lista de empresas a investigar al
mencionado Motel, se retiró del lugar.
Ya
en su recámara, tomó el teléfono y de inmediato le marcó a Beto, para
preguntarle sobre el Motel en donde había estado un día antes con su novia.
—¿Por
qué no me dijiste nada del lugar a donde tenía pensado invitar a mi novia? -dijo Lázaro.
—No
me digas que te creíste todo los que dijimos de ese Motel. Sólo tú eras el
único que no sabía que ese lugar fue muy famoso hace muchos años. Después se
convirtió en un Motel de mala muerte y
hace algún tiempo fue clausurado, -le contestó Beto.
--Espero
no hayas ido allí. Cuéntame a dónde fuiste, ¿cómo te fue? -y justo cuando
terminaba de hacer la pregunta, se escuchaba la bocina del auricular como si
esta quedara descolgada. Unos minutos después, la voz de su mamá le hacía
volver a la realidad, al darle una firme indicación.
---Ya
levántate Lázaro, que se hace tarde para que llegues a la Prepa.
En fin…
Muy buena historia.
ResponderEliminarMe encanto desde que la escuche.
ResponderEliminar