EN LA PENUMBRA
En
la oscuridad de la noche o en la oscuridad de la mente, cuando sentimos que
alguien nos mira desde la sombra, o miramos algo que parece estar y no estar. Cuando
nuestra mente nos recuerda que en realidad nunca hemos dejado de temer a lo que
se oculta debajo de la cama, cuando la desesperación se vuelve sudor frío,
cuando leemos que otros han vivido lo mismo, es el momento de voltear sobre
nuestro hombro. Ahí, en la penumbra, están todos tus miedos.
Julio
Edgar Méndez
DESESPERACIÓN
Verónica
Salazar García
En
el cielo las estrellas brillan suavemente dando paso a una luna grande y
resplandeciente. Por el pequeño camino rodeado de arbustos que se mueven de vez
en vez, cuando sopla el viento, se siente una calma absoluta; de pronto, se ve
rota por el grito desgarrador de una mujer que aparece inesperadamente por el
camino, corriendo desesperada. Su largo cabello lo tiene enmarañado, la ropa
desgarrada y la cara desfigurada por el terror; de cuerpo delgado y sensual,
parece que vuela de lo desesperada que corre. Su mente es un caos, no puede
creer lo que acaba de suceder, es como una pesadilla que se repite
constantemente en su mente y eso hace que corra rápido. Su corazón late fuerte,
parece el sonido de un caballo a todo galope. Las gotas de sudor escurren por
su frente, pegajosas y saladas se le meten por los ojos causando ardor pero no
importa porque las lágrimas que brotan de sus ojos limpian y expulsan el sudor
que entra en ellos. La desesperación hace que tropiece en repetidas veces, pero
esa misma desesperación hace que se levante y siga corriendo, no sabe cuánto le
falta para llegar a la carretera pero sigue avanzando. Sabe que la transitada
autopista que está al final del sendero es su salvación y con esa certeza sigue
corriendo. Como un mal sueño recuerda cómo conoció a ese hombre. Alto y
gallardo lo vio sonreír e inmediatamente se enamoró. Él también lo hizo cuando la
vio, tan frágil, tan hermosa. Ella jamás imaginó el terror que viviría cuando
aceptó la invitación para pasar una noche romántica en su cabaña del bosque. Había
llegado el momento de dar rienda suelta a la pasión contenida que los estaba
consumiendo. Pero ya estando en la
intimidad de la cabaña, entre abrazos y besos, él se fue transformando y de su
gallarda galanura solo quedó un cuerpo peludo, unos ojos brillantes y rojos y
de sus suaves manos, que antes la acariciaron hasta encenderla, se
transformaron en unas garras de largas uñas que desgarraron sus ropas y entre
sonidos guturales apenas entendibles, la empujaron diciéndole que huyera, que
aún había tiempo, que sufría una maldición y no quería arrastrarla en esa
maldita agonía. La lanzó fuera de la cabaña incitándola a que corriera por su
propia vida, y era lo que estaba haciendo. A lo lejos vio el camino, en su
agotadora carrera supo que un esfuerzo más y estaría a salvo. Estaba por
lograrlo, cada vez más cerca, un solo paso, solo uno más y
estaría del otro lado. Pero a punto de darlo para salir de la brecha y llegar a
la carretera, lanza un grito desgarrador
que se pierde en la penumbra del bosque cuando unas garras la atrapan por la
espalda atrayéndola al monstruo, quien despacio, con su carga en los hombros, desaparece
en la negra noche.
BELCEBÚ
J.A.A.
Ramírez
No
sabía cuánto tiempo llevaba observándola, supongo que desde que nació me
enamoré de ella. Hoy era su cumpleaños y ninguno de sus familiares la
acompañaba, estaba sola, como siempre, sentada en aquel jardín… si tan solo yo
pudiera felicitarla, pero no podía. ¡Oh!, hermosa criatura, no sabes cuánto
tiempo he pasado a tu lado, tanto que te conozco más de lo que crees. He visto
cuando lloras por las noches y cuando sonríes en los atardeceres, eres el amor
de mi vida, linda niña, si tan solo lo
supieras. Cuando tu ángel de la guarda no me dejó verte de lejos, tuve que
cortarle la cabeza. Pero ahora me tienes a mí, tu diablo guardián.
¿Quién
iba a pensar que todo esto acabaría así? Siglos y siglos he vivido, ¡yo! El que
algún día se reveló contra el todo poderoso. Y ahora voy morir por ti y tú ni
siquiera te diste cuenta de mi existencia, siempre estuve sentado al lado de
ti, mientras tu imaginación volaba a no sé dónde. Linda muchacha, te robaste mi
corazón marchito desde el primer momento en que te vi, lástima que esto tenga
que acabar. Verás, ya hace mucho tiempo que no bajo al infierno por observarte,
por cuidarte y el máximo rebelde me ha citado
hoy en su salón de juntas. Sé lo que me pasará: me arrancará la cabeza como yo
lo hice con tu ángel guardián. Me encantó vivir a tu lado todos estos años,
sólo hubiese querido que tú y yo… no sé… hubiéramos tenido una relación normal.
Me hubiera encantado que me miraras a los ojos y que me expresaras palabras de
amor, daría todo por vivir como mortal contigo, pero mírame, soy un demonio y
tú… hija de Adán. Mira mi aspecto, con estos enormes cuernos y estas enormes
garras y alas, y mírate, tu piel tan delicada como papel, tus ojos de cristal,
tu cabello de seda y tu cuerpo ya de toda una señorita, debes sentirte orgullosa
de ti. Le robaste el corazón de arena a un demonio. Te felicito por tu
cumpleaños diecinueve, Giovanna, me hubiese gustado estar hasta el final de tus
días mortales contigo, pero se me hace tarde para mi cita con el renegado.
Me
acerco a ella, que está hincada mirando la tierra. Por primera vez me atrevo a
respirar en su cuello, aunque ella lo ve como un simple aire que pasa
revoloteando en aquel jardín, bañado de oro por la puesta de sol. La cubro con
mis alas, aunque ella cree que es una simple sombra, le tomo la mano y hago que
tome una vara de madera, le enseño como me puede llamar dibujando un pentagrama
en la tierra. Cuando necesites algo, llámame, no lo dudes, esté muerto o vivo
no te olvides de mí como yo nunca me olvidare de ti, niña. Cuando te sientas
sola, no olvides que estaré contigo. Cuando necesites alguien que limpie tus lágrimas,
aquí estarán mis dedos deformes para recogerlas de tus mejillas. Cuando me necesites,
háblame, pequeña. Utilizo estas palabras
sólo para darme ánimos, sé que jamás volveré a verla.
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BATRACIO
MARTÍNEZ
Carlos
López Ortiz
Tres
cosas hacían feliz a Batracio Martínez: las mujeres, la cerveza y las campañas
políticas. Llegaba cada tres años a la casa de campaña de su partido, enarbolando la bandera y sonando la matraca. Claro,
no podía faltar la playera con el rostro del candidato que se deformaba
grotescamente cuando se ajustaba a su enorme panza chelera. Ganara o perdiera el partido, a Batracio
Martínez siempre le iba bien, pues su cartera se llenaba de dinero por estampar
con serigrafía playeras y banderas, así como también su inmensa barriga
rebozaba de carnitas. Pero todo esto cambió cuando aquél candidato lo llamó y
le dijo:
–Te
necesito como subdirector en Obras públicas, ¿qué dices?
–¡Sí,
sí! –respondió en un tono casi orgásmico– soy tu hombre.
Desde
entonces una gran sonrisa de oreja a oreja apareció en el rostro de Batracio
Martínez que, a decir de muchos, parecía más la de un maniaco sexual que la de
un hombre feliz. No habían pasado tres semanas de aquella propuesta, cuando
Batracio Martínez visitó la dependencia de obras públicas. Envalentonado por el
resultado de una encuesta, no dudó en amenazar con correr a todos los empleados
y hasta se le insinuó sexualmente a una de las secretarias de buen ver y
excesivo maquillaje.
Lamentablemente,
Batracio Martínez murió de ataque al miocardio cuando se enteró de que su
partido no había ganado las elecciones.
SE
NOS FUE
Patricia
Ruiz Hernández
Toño
era un niño de once años, pequeño y vivaracho, delgado, ojos negros y cabello lacio –muy lacio- que jamás le
quedaba bien peinado, a pesar de las gotas de limón que todas las mañanas su
madre le aplicaba. Asistía a la escuela
primaria de aquel pequeño pueblo en los años cincuenta. En este lugar se
percibían los olores a frutas y flores de las huertas cercanas, había un gran
patio cubierto de tierra y varios árboles que hacían sombra; en los salones se
observaban las típicas bancas dobles de
madera, los pizarrones verdes con sus gises blancos, el mapa colgado en la
pared, y las reglas, las escuadras y los compases colocados en un pequeño
mueble. Era el momento del día más
esperado por los niños: la hora del recreo. Toño jugaba al futbol con sus
compañeros y después de anotar varios goles en una portería imaginaria
delimitada por dos ladrillos, trepó a un gran árbol. Ya en las alturas dio un
mal paso y cayó de una rama. Sus
compañeros alarmados gritaron:
—¡Maestro!
Toño se cayó y no despierta ni me mueve-. El maestro Sergio acudió a ver al
niño que seguía tendido en la tierra.
—¡Ve
a avisar al director! ¡Yo mientras veré que puedo hacer! –ordenó a uno de sus alumnos. Trató de
reanimar al niño, sin resultado, aplicando sus conocimientos rudimentarios en
primeros auxilios, más empíricos que formales.
El
director se abrió paso entre el tumulto que rodeaba al accidentado. Acto seguido, llamó a una ambulancia y al
llegar los paramédicos lo trasladaron a una pequeña clínica rural. El maestro
Sergio subió al vehículo para acompañar al niño; al poco rato de ingresar a la clínica le
informaron que Toño ya no presentaba signos vitales, dijeron que lamentablemente
había muerto. Quedó asombrado con la fatídica noticia, pero trató de
sobreponerse a sus sentimientos, pues sabía que le correspondía actuar como
emisor ante la familia.
Caminó
hacia el domicilio del niño que se encontraba muy cerca. Salió a recibirlo la
mamá de Toño, señora de nombre Juanita. Visiblemente asombrada, sin atinar el
motivo de la visita dijo:
—Buenos
días maestro, ¿qué lo trae por acá?, pásele, ¿gusta tomar una taza de atolito
que acabo de hacer? Ya mandé el dinero para pagar el vidrio que Toño
rompió. ¿Y ahora qué hizo? ¿Se portó mal
el canijo chamaco?
—Buenos
días, vengo con el penoso deber de avisarle que Toño cayó de un árbol y se pegó
en la cabeza, ya no despertó.
—¿Cómo?
¿Qué quiere decir? ¿Qué le pasó a mi Toño?
—Señora,
desgraciadamente murió. Está en la clínica y le sugiero que avise a su esposo.
La
señora era un manojo de nervios y sin digerir por completo la noticia, dijo a
uno de sus numerosos hijos:
—¡Corre!
ve a avisar a tu padre, ya debe venir de la milpa, búscalo en casa del compadre
Fidencio, ahí ha de estar echándose unos tragos. Dile que es urgente.
Más
tarde, Doña Juanita y Don Antonio esperaban sentados para hablar con el médico.
Hasta el momento no les habían permitido ver al
niño. Una enfermera les informó
que el único doctor de guardia salió a un asunto urgente y no debía tardar.
También les explicó que deberían esperar para realizar varios trámites, entre
ellos el certificado de defunción en otra oficina. Pasaron los minutos que se convirtieron en
horas. Don Antonio, hombre de abolengo
campesino, mostró desesperación por la tardanza. Se quejó con su mujer por la
larga espera, pues no había probado alimento y siempre era fiel a sus horarios
de comida.
—Vieja,
esto no tiene pa`cuando, vámonos a la casa para que me des de comer, mira las
horas que son y yo con la panza vacía. De todos modos tu hijo de aquí no se va
a mover –dijo a su esposa.
Doña
Juanita, esposa resignada, incapaz de contradecir las órdenes de su marido, aun
cuando fueran insensibles o arbitrarias; con el corazón acongojado lo obedeció
sin chistar.
De
todo esto, Toño fue testigo mudo. Vivió una experiencia extracorpórea. Vio su
pequeño cuerpo tumbado en el suelo, como un actor que se despoja de su
vestimenta, siguió la ruta de la ambulancia y observó las maniobras que
realizaron sobre él para reanimarlo. Le desesperó no poder comunicarse con sus
seres queridos e intentó sin éxito mover objetos para llamar la atención. Al saber que
estaba muerto, se sintió algo desorientado y confuso. Sin saber cómo, una
fuerza desconocida lo empujó para alejarlo de los escenarios que fueron su mundo, así se encontró en un camino que lo conducía
quien sabe a dónde, allí todo era hermoso, una gran luz lo esperaba y otras
personas iban por el mismo camino. Nada de esto correspondía a las ideas
preconcebidas que tenía sobre la muerte. Le dijeron que cuando muriera vería a
Dios en persona, cara a cara, y que si se portaba mal, le esperaba un gran
castigo en el otro mundo. En cambio,
encontró gran belleza, paz y armonía en el mundo espiritual. Un ser angelical lo
detuvo antes de entrar a la zona luminosa sin retorno y le dijo:
—Tu
tiempo no ha llegado, regresa.
Despertó
postrado en una camilla. Se levantó y dio un brinco para llegar al piso. Nadie
estaba cerca para auxiliarlo, los pequeños pasillos de la clínica lucían
desiertos, y salió por su propio pie a la calle. Reconoció el lugar, pues
estaba muy cerca de su casa, así que se dirigió a ella.
—Mamá,
aquí estoy –dijo al entrar-, ¡no sabes lo que me pasó!
La
pobre señora dio un grito y se desmayó de la impresión. A diferencia de Don
Antonio, más dueño de sus actos, sólo demostró leve sorpresa. Era un hombre
acostumbrado a lidiar con grandes pérdidas; la única tragedia que lo conmovió
hasta el llanto, fue cuando perdió toda su cosecha y gran parte del ganado en
una inundación.
Cuando
la madre recobró la conciencia, no dejó de dar gracias a la Santísima Trinidad
y a todos los santos, al tiempo que abrazaba a su hijo efusivamente en un mar
de lágrimas. Desde entonces, ella cuenta hasta el cansancio la experiencia
diciendo:
—Se
nos fue, pero regresó.
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ILUSTRACIONES:
*Algo
en qué creer, pintura de Vazqueztello H.
**Falling,
ilustración de Anika Rao.
***Hooded figure,
ilustración de Kayleigh-Semeniuk.
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