LA CONVERSACIÓN QUE NUNCA TENDREMOS
-El Diezmo de los poetas-
“El
segundo invierno de poesía fue de una blancura resplandeciente. Nevó más de lo
habitual.
Una
noche de diciembre, la joven de la fuente lo inició en el amor. Su piel tenía
el sabor del melocotón. Yuko besó su seno blanco, tomó en su boca un pezón y lo
chupó como si fuese un limón de luna. No lo soltó hasta el alba.”
-Maxence Fermine, Nieve.
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VOYEUR
Salvador
Pérez Melesio
Estos
ojos míos
se
posan como cuervos
en
tu escote
pero
no te devoran
en
un festín
de
faunos licenciosos,
son
más bien
los
ministros de tu culto
que
presiden la liturgia
solemne
de mirar.
En
ti nacen y se agotan
los
oficios,
te
conocen de memoria,
de
todos tus ríos han bebido,
en
tus claustros se enclaustraron,
son
peregrinos
en
el valle de tus misterios;
por
defender el derecho
de
contemplar
tus
cordilleras tentación-y-púlpito
declararían
una nueva
guerra
santa.
Estos
ojos míos
no
te toman por asalto,
con
humildad
te
ungen
el
aceite tibio de su mirada
que
huele a canela y sándalo
y te
provoca
o te
asusta
el
lenguaje abstracto
de
esa caricia
urgente
y venial.
Pero
cuando
no te miro
mis
ojos son jinetes sin apocalipsis
montados
en omegas perpetuas
como
dos aerolitos
sin
rumbo
y tú
ya no eres
ni
diosa
ni
santuario,
sólo
una chispa
aroma
pasajero del incienso
canto
fugitivo
de un poema.
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DUEÑOS DEL ALBA
Javier
Aranda
I
Te
veo sobre el buen día, en el alba te veo,
iracunda,
gloriosa, cómplice de las flores,
irrompible
del miedo
y
fruto de la solemne noche.
Este
amor es de hambre, de vuelos en el cielo;
extensión
bajo el crepúsculo de tus sueños desnudos,
este
amor no tiene solución ni muerte,
pero
es poesía entre la combustión de las sabanas.
II
Es
hora de entender que las sombras no dañan
sino
son el sendero del arcoíris sin lamentos
donde
nacen las estrellas más brillosas,
ellas
serán las venas de sangre pura,
o
quizá, otro cuerpo lleno de retozos
y de
lunas crecientes, sin miseria, sin turbulencias
con
los dientes amarrados, sin dolor, con dulce calma.
III
Te
declaro la paz y la guerra en la penumbra.
Nos
amamos sin piedad frente a la guadaña del tiempo,
no
somos abatidos por la noche.
Todo
es hermoso al ver con sus ojos los sueños, las preguntas
y el
agua de nuestros desvelos.
IV
Hoy
al tocar su cuerpo, me sentí sin piel
porque
ella arrancó la mía y la dejo colgada en la luna.
Después
nos bañamos para jugando con los quiero,
navegamos
en lo perdido y lo ganado,
y
vuelven las sonrisas
y
con ellas, el amor resplandece
para
llegar al final del día con los ojos intactos.
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PARAÍSO DESMANTELADO
Martín
Campa
UNO
Eva,
préstame el estambre de tu sombra
para
tejer nuevamente tu gloriosa hermosura
y el
color de tu paraíso desmantelado.
Permíteme
desempolvar el laberinto de tu oído
y
recalentar la sal de tus océanos.
Concédeme
restaurar tu cintura:
casa
de nubes y pelícanos;
y
reconstruir el oro de tu talle
para
que no olvides nuestra historia.
Te
regalo un ramo de sueños
y el
humilde fulgor de mis recuerdos.
Mi
dolor recién impreso en azogue.
Un
peso de plata y otro de luna.
Un
canto de selva, un canto de sol.
Te
regalo mi mano izquierda, mi pie derecho;
el
brillante secreto de mi palabra:
carne
y voz de tormenta.
Te
obsequio todo esto
para
que sepas que me marchito sin tu presencia.
Y
sepas también, Eva, que no ambiciono la plata
que
guardas en la celda de tu ombligo,
pues
sólo anhelo fallecer abrasado
con
el reflejo del alcatraz
que
ostentas bajo tu falda.
DOS
Muérete
conmigo,
ánclame
al sol que es llama en tu vientre.
Déjame
apretarte el pezón izquierdo
hasta
que mis dedos se ahoguen
en
ese glorioso néctar
y
bebamos esta noche de esa lluvia
que
hoy nos obsequia el verano.
Déjame
ser el impetuoso torbellino
que
sin ti no es nadie;
sedúceme,
carne en erupción por vez primera,
y
traza (insaciable) un arcoíris en mi pelvis.
Flor
de música enardecida,
sopla
despacio en mis huesos
para
arder nuevamente contigo,
mientras
cabalgamos hacia ese precipicio
llamado
frenesí.
Universo
de aromas y secretos,
no
pares que aún no termina esta fiesta.
Sigamos
cayéndonos uno encima del otro.
Sigamos
gozando hasta quedar contagiados
con
esa fiebre que se cura
sólo
con inyecciones de pasión.
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ALMÍBAR NARANJA
Julio
Edgar Méndez
Me
dijo con voz firme: no existo.
Fue
sólo una voz en un dueto, un texto sin brújula,
una
mirada desde el arco perfecto entre sus pies y mi asombro,
un
beso a destiempo.
Labios
de almíbar naranja tatuados sobre los míos para siempre.
No
quiso pensarme siquiera.
No
quise retarla; sólo dije lo simple, lo obvio,
lo
mismo que cien trenes juntos pasados de andén.
Tuve
miedo, miedo a tenerla por unos segundos,
miedo
de no ser eterno.
Ni
siquiera le hablé de mis sueños,
ni
ella me habló de los suyos,
fuimos
dos sombras cruzadas que nunca chocaron.
Y no
puedo escribir valses oscuros para ella.
¿Cómo?
Si verla es vivir, si oírla es soñar, lejana,
misteriosa,
insondable,
renuente
a ella misma.
No
te vayas, la historia se acaba cuando termina,
ni
te apresures en pos de quimeras,
el
tiempo nos llega en oleadas de mares abiertos,
nos
avasalla.
Espera...
¿Escuchas desde tu ventana ese mar de mi alma?
Son
cinco segundos los necesarios para vivir una vida,
un
beso fuera de tiempo, un instante preciso,
una
daga clavada forever en mi garganta,
un ripio,
un “dulces
sueños” en idioma extranjero,
una
llama en el pecho.
No
entiendo,
todo
nos llega al cuarto para las doce,
tarde,
tal vez demasiado,
tal
vez las vueltas al sol nos revientan,
nos
ponen vendajes sobre las ventanas de la paciencia,
inciden
hambrientas en nuestro cuerpo agostado,
nos
secan...
Y
largamente el olvido no llega, no sirve, no brinda consuelo,
nos
tira migajas de simples recuerdos, de risas,
noches
enteras perdidas en esgrimas verbales;
cuando
pudimos volar con los labios,
rozarnos
hasta ponerle color al blanco de nuestros sexos;
descubrir
nuestras armas, matarnos despacio en la cama,
en
el suelo, sobre los muebles,
tumbando
los libros que nunca leímos,
con
nuestras pieles expuestas.
Con
fuerza
-domando
el volcán que te sale del pecho-
saciarte,
llenándote
toda de lluvia de mis entrañas.
Lluvia
distinta que impregna esta noche mis ojos,
cuando
dije que te iba a leer “los versos más tristes...”,
los
versos que alguien,
en
alguna otra vida,
dirá
a tus oídos.
Tú
sonreirás, te sentirás ya completa,
mientras
mis flores se tiñen de olvido
debajo
de cualquier piedra,
en
alguna ciudad, en cualquier cementerio.
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TARDE
O NOCHE
Irvin
Estrada
En
el atardecer mueren las palabras
el
asfalto arde
comienza
un duelo en el horizonte
las
pieles se van quemando.
Los
árboles rompen el silencio
respiran
su tiempo perdido
la
savia del hombre moja la tierra
todos
ellos caminan hacia la noche.
El
agua agujera el polvo en gotas grises
caricias
soslayadas: no hay tiempo
nace
la música de los ojos del cielo
afuera
llueve y tú no miras.
Nuestras
bocas se secan, se encajan
sólo
te pido un instante de tus ojos
se
va escurriendo un beso en la alcantarilla
escucho
el viento llorar encima.
Las
nubes duermen, el aire lacera
pido
que la tarde no entristezca hoy
las
luces de los hombres matan este silencio
quiero
seguir viendo la luz del día.
Un
pájaro canta conmigo y ve caer la noche
y yo
me quedo aquí, esperando
mientras
la luna derrite, triste,
la
conversación que nunca tendremos.
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Y ME
QUITARÉ GENTIL LA MEMORIA
Rafael
Aguilera Mendoza
Es
la hora en que la luna
se
posa en los postes
y
escurre intermitente de la fronda.
La
luna llena tu seno de soles,
esos
soles inundan mi lívido
que
acude a la cita en su punto.
Deleitarse
en tu regazo
es
calmar la sed urgente
en
un manantial virgen;
es
libar la ambrosía,
es
saborear el maná.
Tú
finges dormir, suspiras,
te
estremeces y sueñas
que
un dios te fecunda
disfrazado
de lluvia de oro.
Mañana
te sentirás muy culpable
de
tu afición a las lecturas mitológicas,
pero
no sufras si vas con tu novio
al
encontrarnos en una avenida.
Cortésmente
les cederé la banqueta
y me
quitaré gentil la memoria.
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