A través de una pantalla
Durante
estos meses difíciles de pandemia mundial, en el estado de Guanajuato hemos
procurado aprovechar el tiempo. La Red Estatal de Bibliotecas Públicas y el Instituto
Estatal de la Cultura del Estado de Guanajuato, han invitado a escritores y
promotores culturales a participar en la continua capacitación de los
bibliotecarios del estado. En los meses de septiembre y octubre de 2020 tuve la
fortuna de trabajar con dos grupos de bibliotecarios en dos talleres de
narrativa creativa.
El objetivo es que los participantes
aprendan distintas técnicas para desarrollar historias originales y puedan, a
su vez, enseñar a otros a desarrollar esas historias que siempre han querido
contar pero no saben cómo. Gracias al licenciado Alejandro Contreras por la invitación
y a todo el equipo de la Red, especialmente la coordinación de Aurelia Rivera, quien
siempre me apoya en todos los detalles de programación.
La novedad, si la hay, es que estos
talleres no son presenciales. Los hicimos a través de la plataforma Zoom. A
todos nos tocó aprender nuevas maneras de comunicarnos. Para el tallerista es
complicado hablarle a la pantalla de la computadora, aunque se vean los rostros
de los participantes, pero las expresiones propias de la comunicación entre
humanos se pierden un poco entre las fallas técnicas –propias de toda máquina y
del internet-, por lo que estos talleres pasarán a la historia como la ocasión en
que un virus quiso ser más fuerte que nuestra fuerza de compañerismo y empatía.
Estas son algunas de las historias que los compañeros bibliotecarios desarrollaron durante el taller. Son textos de esperanza, de amistad, de costumbres que nos hermanan y nos hacen más fuertes. Más humanos.
Julio Edgar Méndez
Coordinador del Taller Literario Diezmo de Palabras
AMOR DE ADOLESCENTE
Luisa Rocha Martínez
Me
encontraba en el lugar equivocado, bueno al menos eso me pareció cuando me di
cuenta de que Kenia no me escuchaba, pues pareciera que no me ponía la
suficiente atención, ya que le preguntaba: ‘¿y tú qué opinas?’ y ella me decía
‘está bien’; ahí podía preguntarle de haber querido si quería ser mi novia, y
ella podría haberme dicho que sí sin percatarse.
Pero el motivo de su distracción era
que ella estaba más enfocada en que Alberto la volteara a ver, que mi
conversación sobre como rescaté a mi perrita de ser atropellada. Alberto es el
tipo de muchacho que toda adolescente desearía para novio, pues es un poco más
alto que yo. Su piel es color café con leche, cabello castaño, ojos color café
claros; su cuerpo marcado por el ejercicio, en pocas palabras era todo un
galán.
En cuanto a mi amiga Kenia, ¿qué
puedo decir?, es la niña más hermosa que puede existir en mi comunidad. Digo niña pues, desde que recuerdo, he estado
con ella desde preescolar y desde ahí no dejo de admirar su belleza, es única.
Ahora que es una adolescente no dejo de mirar su cabello. Es más negro que el
propio carbón y rizado, su piel es color cafecito como un chicloso. Sus ojos,
desde que se los operaron, son más café, pero singuen siendo grandes y
hermosos. Es de estatura baja, tiene una nariz ancha y sus labios no son tan
delgados, pero tampoco tan gruesos; de cierta forma es bellísima.
Yo no me he presentado y ustedes
disculparán, pero aquí estamos tres personas, y me voy a presentar y a
describir en este momento, pues si lo hacía antes, me dirán ‘y el burro por
delante’, por eso, a partir de estas últimas palabras les diré quién soy.
Mi nombre es Luis, tengo quince años, estudio la telesecundaria, soy moreno de piel, mi cabello es negro, mis cejas son muy gruesas, mi nariz es ancha, mis labios son gruesos y tengo una barbilla un poco peculiar, soy un poco más alto que el promedio, me gusta jugar, platicar y escuchar música.
Kenia, Alberto y yo, estamos en el
mismo grupo de la telesecundaria, “Tercero A”. Kenia, como mi mejor amiga, hace
algo de tiempo me ha comentado que le gusta Alberto y que, aunque él no le
habla, ella tiene fe en que algún día él se dará cuenta que ella es el amor de
su vida, se casarán, tendrán hijos y vivirán felices para siempre, bueno, eso
es lo que ella me ha dicho. Como el buen amigo que soy, solo la he escuchado,
aunque mi corazón se rompa en mil pedazos.
Pues cómo no se me va a romper, ella
es la niña que me ha robado suspiros, por la cual diario me doy un baño, porque
¿Qué niña se va a fijar en un chico sucio?, ninguna, ella es bella y aunque en
ocasiones es un poco testaruda, sé que es aquella niña que quiero para toda mi
vida.
Es por eso que la indiferencia de
Kenia me hacía sentirme en el lugar equivocado, pues ya teníamos algo de tiempo
sentados bajo aquel pirul, pues como era de costumbre al salir de clases, ir a
pasar el rato en esa zona. Sentados sobre esa banca de madera, que en algún
momento tuvo pintura color blanca, pues el paso del tiempo ya la había
desgastado y solo quedaba una que otra marca de color.
Conversábamos y reíamos, pero al
momento en que llegó Alberto con sus amigos, yo pase a segundo plano. Toda su
atención era hacia él, y bueno, yo dejé de hablar de aquel rescate de mi cachorro,
y por un largo tiempo no dije palabra alguna. Pues miraba como veía a Alberto,
y era justamente de la misma manera en que yo la veía a ella.
Después, le dije: ‘bueno, Kenia, ¿te
acompaño a casa?’ y ella accedió. Mientras caminábamos hacia su casa, ella me
dijo: ‘tal vez, si fuera más bella, Alberto se enamoraría de mí’, yo solo me
reí de una manera burlona, pero a la vez un poco apagada. En fin, me despedí de
ella en la entrada de su casa.
Camino a casa, me encontré con
Alberto, ahí estaba sentado fuera de su casa, estaba algo serio, me miró,
sonrió y me llamó con una sonrisa.
–Hey, Luis ven, siéntate un rato
conmigo.
–No puedo, tengo tarea que hacer
–aunque no tenía tarea esa tarde–.
–Vamos, no mientas, no nos dejaron
tarea.
–No me refiero a tarea de la
escuela, me refiero a tareas en la casa.
–Está bien, solo quiero que le digas
a Kenia que está muy guapa.
–Por supuesto -yo le digo-.
–Gracias, camarada.
¿Yo, decir a la chica que me gusta,
que alguien más le manda a decir que está guapa? Ni aunque me dieran cien mil
pesos –pensé-, cuando continuaba mi camino y algo molesto para la casa.
Esa tarde estuve un poco serio, no
lo podía creer, estaba sintiendo celos, celos tontos, pues yo no tenía ninguna
probabilidad de andar con Kenia. Ella, para mi desgracia, solo me miraba como
su mejor amigo, y es malo cuando alguien se vuelve mejor amigo de alguien, pues
no se debe de romper o ir más allá de ese nombramiento. Los mejores amigos
nunca llegan a ser novios y, si lo llegan a ser, sus relaciones terminan y
hasta se pierde la amistad, bueno eso creo por lo que he visto en las películas
y en las novelas que mi mamá pone durante la comida.
Pero, en fin, yo era el mejor amigo
de Kenia, y si Alberto le mandaba a decir eso, es porque el deseo más grande de
ella en nuestra adolescencia, era que Alberto la mirara de la misma forma en
que ella lo veía a él, y decidí que no le diría nada de mi encuentro con
Alberto. Pues Alberto debe de ser quien, como todo buen caballero, le diga lo
que siente.
En la mañana del día siguiente,
mientras mis pies pisaban aquel sendero de grava volcánica que me llevaba en
dirección al colegio, no sin antes pasar por la casa de ella. Kenia se veía tan
linda como siempre, pues la luz cálida del sol por las mañanas le asentaba muy
bien, solo me hacían ver sus ojos con mejor claridad. La saludé y caminamos
juntos a la secundaria.
Por supuesto que no le dije nada. Claro,
ella no tenía ni la menor idea de lo que yo ahora guardaba, un secreto. Era la
primera vez que le guardaba un secreto a mi mejor amiga.
Para mi sorpresa, Alberto se
encontraba recargado sobre la malla metálica que rodea la escuela, ahí estaba
mi rival, mi rival de amores –sí, ya hasta pensaba algo cursi, por si les parece
extraño– pero esos celos me hacían pensar cosas tontas, pues anteriormente no
tenía tan extraña sensación.
Sucedió lo inimaginable. Alberto,
con la sonrisa más tonta del mundo se acercó hacía mí, saludándome como si
fuéramos grandes amigos. Puso su mano sobre mis hombros y me empujó detrás de Kenia
para entrar al colegio, sin duda fue el acontecimiento más extraño, y lo era,
porque ella no dejaba de verme de una manera extraña, con unos ojos
penetrantes. Por fortuna, sonó la campañilla y procedimos a entrar a clases.
Ese día hermoso para mí se volvió
algo incómodo. ¿Qué explicación le daría a Kenia, sobre lo sucedido con Alberto
a la hora de entrar a clase? Era una pregunta que pasaba y pasaba por mi mente,
no me concentraba en la clase, en la materia que más me gustaba… matemáticas.
Ahora todo era un lio, el amor me estaba afectando hasta en mis estudios, no
imaginaba el impacto de tal situación amorosa sobre otra cosa con la que más me
identificaba, los números. En fin, todo era un lio en mi cabecita adolescente.
Sonó la chicharra del receso, entonces
todos prosiguieron a salir al patio, cuando ella se puso a un costado de mí.
–Luis, ¿vamos a salir al patio o
qué? –hablando un poco molesta, lo pude sentir-.
–¡Claro! ¿Qué motivo tendría
quedarme en el salón? –respondí, algo sonriente-.
–No seas tonto, te conozco y sé que
algo sucede, solo espero que “eso” que tú traes no tenga nada que ver con lo
sucedido esta mañana con Alberto, pues sería algo de deslealtad que tú, como mi
mejor amigo, me ocultes algo.
–Sabes que el tonto es Alberto
–respondí algo grosero–, ha actuado algo extraño conmigo, ni es mi amigo, algo
ha de tramar, y yo he de ser parte de su plan, que… si fuera el caso, es un
plan del que ni yo tengo idea, solo es un suponer –aclaré-.
–Pues espero y no sea nada malo –me
dijo muy seria–, pero sería algo agradable que también fuera tu amigo, porque
así estaría cerca de mí y yo podría pasar más tiempo con él. Lo dijo mientras
sus ojos brillaban de amor, solo ella sabía las sensaciones que le generaba el
pensar en Alberto.
Ya no dije más, solo me levanté de
mi butaca y procedimos a salir a disfrutar de ese pequeño receso de media hora,
durante el cual no volvimos a hablar de ese roba amores.
El transcurso del día fue tan normal
como cualquier día en nuestro singular existir. Al llegar la noche, volví
nuevamente a preguntarme cosas, cosas de los tres, pues ya no podía decir cosas
de los dos, pues ahora el ladrón ya era parte de mi vida. Pero, al pensar en el
buen hombre que soy, opté por decirle en la mañana siguiente lo que Alberto un
día anterior le había mandado a decir.
Al llegar a su casa mi gran sorpresa
fue tal que me quedé sin palabras. Ese individuo estaba charlando con ella, con
esa niña. Sentí cómo mi estómago se retorcía, cómo mis manos empezaban a
sudarme; cómo una sensación inexplicable avanzaba desde mi cabeza a mis pies y,
como estos no me respondían, sentía morir. ¡Oh, no! mi corazón se partía.
Soy un caballero –pensé–, y debo
comportarme como tal. Saludé a ambos, me respondieron el saludo y sin más los
tres caminamos al colegio. No puede ser… efectivamente, sí, ahora éramos tres.
Pasaron varios días más, y lo mismo,
solo que ahora con el trato diario él era uno más, nos convertimos en amigos.
Yo no le dije nada a Kenia de lo que me mencionó Alberto hace días atrás, bueno…
meses atrás. Pues ella se veía bastante tranquila y gustosa con esa amistad, al
final de cuentas era lo que ella quería, que el ladrón, bueno, que Alberto,
fuera nuestro amigo, y así ella satisfacer esa fantasía de ver al niño que le
gustaba todo el tiempo.
Con el paso del tiempo, dejé de
sentir tal atracción por ella, y no es que me refiera a que me he dado por
vencido, pero el convivir con esos -ahora-, dos amigos, comprendí que, para
empezar, existen celos tontos, pues ella no sabía de mis sentimientos hacía
ella, y ni culparla por ello, que las cosas siguen un sendero, y que de alguna
manera –como dicen coloquialmente– todo pasa por algo.
Cierto día, también ella me hizo
saber que Alberto le agradaba como buen amigo, pero que ya no le atraía como antes.
Eso no me dio alegría alguna, pues ahora yo sentía algo de lastima por él, pues
él había tomado mi lugar en ese barco del amor, ahora él era amigo de ella, y
ella no quería nada más que su amistad, pues, para colmo, ahora le gustaba un
tal Maximiliano.
Al fin de cuentas, como bien mi mamá
me lo ha dicho, “el amor en la adolescencia, no es nada más que una bonita
ilusión”.
DON
BIGOTÓN Y SU MASCOTA MUSICAL
Rosaura Alonso Gasca
Soy don Carmelo, bigotón,
gordo, caprichoso y millonario. Todos los días me despierto y me pregunto: ‘Bigotón,
Bigotón ¿qué quieres comprar el día de hoy?’ Ya tengo una colección de autos de
todas las marcas del mundo, otra colección de aviones que no le pide nada a
ninguna, otra colección de pianos más completa.
También tengo algunos animales notables: el piojo
vestido, la jirafa matemática y Polita, una
patita que tiene dos cabezas, cinco patas y un hocico que no se parece nada a
un hocico. Todo eso lo tengo guardado en mi casa que tiene cientos de cuartos
que nadie pudo contar.
Un día me levanté,
me puse mi bata de seda verde esmeralda, mis pantuflas de peluche y dije ‘ya
sé que me voy a comprar el día de hoy'. Compraré a Coby, el changuito musical de
Chapultepec. Es un changuito muy especial. Mide casi dos metros de altura, pesa
una tonelada, come cien kilos de plátanos adornados con nueces y chocolate
derretido. Ah, pero tiene además algo muy, pero muy especial, toca el piano. Se
sabe muchas melodías de grandes compositores.
Llamaré
al zoológico de Chapultepec.
—Señorita,
buenos días, disculpe, quiero comprar a Coby, el changuito musical. ¿Cuánto cuesta?
—Disculpe,
señor, pero Coby no está en venta. No tiene precio,
Colgué el aparato muy enojado. No, no, no puede ser, yo
todo lo que quiero siempre lo he conseguido y está no será la excepción. ‘Piensa,
piensa qué puedes hacer. ¡Ah, ya sé!, haré otra llamada’.
—¿Bueno?, ¿hablo con los gánsters de Nueva Rock?
—Sí, ellos hablan, ¿qué se le ofrece?
—Disculpe, ¿cuánto me cobra por robarse al changuito
musical de Chapultepec?
—Déjeme ver, eso está un poco complicado. Mmm, cinco
millones de pesos.
—Perfecto, hoy los espero en mi casa y ahí les pagaré.
Los gánsters eran cinco chaparros cabezones; se sentaron
a la mesa y planearon el robo, cada uno de ellos dio su punto de vista para
llevar a cabo el robo. Por fin se
pusieron de acuerdo y llevaron a cabo el plan. Se robaron al changuito y por la
noche llegaron con el mono a casa de don
Bigotón.
Cuando llegó Coby, el changuito musical, a casa de don
Bigotón, observó que en esa habitación estaba un poco oscuro. De pronto
prendieron las luces y vio que en esa habitación había 250 pianos. ¡No lo podía
creer! Se puso a tocar un piano y otro y otro hasta que pasó toda la noche. Los
vecinos no podían dormir y llamaron a la policía. Ésta llegó y encontró a don Bigotón
pagando a los gánsters con billetes de a
peso: 3,897,000 mil 3,898,000 mil … y a Coby
el changuito de Chapultepec tocando los pianos.
Don Bigotón y los gánsters están ahora en la cárcel. El changuito regresó a su jaula en Chapultepec y siguió dando conciertos a todos los visitantes que asisten a verlo.
EL
BARCO FANTASMA
María
Gabriela Varela Sámano
Heme
aquí: coctelito, solecito, isla paradisiaca, mar, tranquilidad, ¿qué más puedo
pedir?
Cuanto tiempo deseando este momento, ahorrando durante
todo el año para poder salir a disfrutar de unas merecidas vacaciones,
descansar de mi jefe que es un poco prepotente y patán.
Tengo un sueño recurrente, algo que me pasa a orillas del
mar, dudo que los sueños se hagan realidad pero aquí estoy listo para lo que
pase. Y si, algo va a pasar, al parecer estos cocteles están un poquito
cargados, me están relajando mucho, los ojos se me cierran.
Alguien
toca mi hombro, me cuesta un poco abrir los ojos, cuando lo logro, frente a mí
está la chica más hermosa que mis ojos hubiesen visto alguna vez, me hace señas
con su dedo índice para que la siga, su mirada me ha hipnotizado y la sigo ciegamente.
No hay nadie en el hotel, las albercas vacías, recepción, todo, no hay nadie. Lo más extraño es que esta chica trae una ropa
algo fuera de tiempo algo así como del tiempo de piratas y corsarios. Un
vestido desgarrado, viejo y descolorido. Ella no habla, solo con la mirada me
indica qué hacer. Atravesamos gran parte de la isla, llegamos a un lugar como
sacado de un cuento, un lugar sombrío, lleno de telarañas, cráneos, antorchas
secas y viejas. La sigo sin oponer resistencia, voltea, me hundo en sus ojos,
me toma de la mano, pero su mano es fría como el hielo, ese frio recorre mi
cuerpo y me hace estremecer, llegamos a un lugar que tiene entrada al mar,
intento zafarme pero ella volteo y con sus ojos azules como el mar me da a
entender que todo estará bien, que no pasa nada.
Como si fuera una película caminamos por el fondo del mar
sin ningún problema, a lo lejos se ve un barco hundido, de hace muchos años, yo
diría siglos, además trae bandera pirata. Qué raro es todo esto, puedo respirar
bajo el agua, ir con ella de la mano me da tanta paz que solo me dejo llevar.
Yo vine de vacaciones, estaba disfrutando unos ricos cocteles y ahora donde
estoy es un barco abandonado. Ella me suelta para abrir la puerta, entramos, ¡qué
elegancia!, es una fiesta muy lujosa dentro de este barco hundido. Como por
arte de magia estoy cambiado, veo en un espejo mi aspecto y es muy diferente. Ella
también cambio su aspecto, ahora con un hermoso vestido seco y deslumbrante,
todos los asistentes voltean a ver
nuestra entrada, comienzan a aplaudir, le agradecen a ella el que me haya
llevado, ella les dice que no fue nada difícil, que funcionó lo que había
puesto en mis cocteles ¡al fin habló! Escuché su melodiosa voz y conocí su
nombre, Catrina, ¡qué hermoso nombre! Todos le gritaban y agradecían el haber
cumplido su promesa de llevarme a esta cena tan especial para ellos, yo seguía
sin entender por qué yo, ¿qué tengo de especial? Volteo a una de las paredes y
encuentro un cuadro en donde estoy yo, pero ¿por qué yo?, si yo no sabía de la
existencia de este barco.
Se acerca un señor muy risueño y comienza a platicarme
los planes que tienen para después de la boda, pregunto de cual boda y me
responde de la tuya con Catrina, imagínense como me quedé, estupefacto. Yo ni
enterado estaba que me iba a casar.
Continuando con la plática y los planes, deduje que yo
era algo así como un eslabón, algo que necesitan tener para conseguir sus
planes, me cuenta que ya es mucho tiempo el que habían esperado por mí, que me
buscaron por todo el mundo y que, gracias a la astucia de Catrina consiguieron
dar conmigo; de hecho y haciendo memoria, la voz de Catrina suena como a la de
la chica de la agencia de viajes con la que hable por teléfono y me recomendó
esta isla. Entonces todo esto se ha venido maquinando desde hace algún tiempo,
tantas facilidades para realizar este viaje y yo ni por enterado.
Bueno, los planes son que después de la boda zarparemos,
je je je como si se pudiera zarpar con un barco hundido, así que les sigo el
juego. Tengo que escapar, no puedo estar viajando con ellos así como así, tengo
mi vida, Catrina es muy linda pero no pertenezco a este mundo o no sé cómo se
le pueda llamar.
No dejan de ofrecerme cocteles, creo que por medio de
ellos me tienen aquí en este sueño, tiro un coctel sin que se den cuenta,
comienzo a sentir que voy a despertar, ya sé cómo librarme de ellos, pero ¿cómo
haré para llegar a la superficie si está cerrada la puerta del barco? Tuve que
tomar un coctel más, no tenía opción, estaban todos observándome. Llega un
sacerdote, entonces esto de la boda va en serio. De aquí en adelante no voy a tomar
más cocteles y me dedicaré a revisar por donde puedo salir de este barco
embrujado.
Por las decoradas escaleras baja Catrina, se ve tan
hermosa y tierna que me están dando ganas de quedarme. El sacerdote comienza a
oficiar la ceremonia, ¿cómo haré para librarme?, no puedo decir que no, porque
todos se me irían encima, así que pido la palabra y me la otorgan a pesar del
descontento de los presentes. Algo les apuraba y creo que era que el día. Se
estaba terminando. Ahora entiendo, están esperando por mi desde hace mucho
tiempo, es por eso el coraje al interrumpir la ceremonia, así que comencé a
caminar y correr por todo el barco, todos esperaban a que diera el sí, pero uff,
no se les hizo.
Después de tanto alboroto todo frente a mí se comenzó a
desvanecer: Catrina, el barco, todos desaparecieron como por arte de magia. Acostado
en este camastro, por casi todo el día, terminé con un bronceado espectacular
tipo Luis Miguel.
No sé cuánto tiempo tendrán que esperar nuevamente para
encontrar una nueva víctima, no sé a quién agradecer el haberme librado de esa
maldición, lo que sí sé, es que ahora investigare un poco acerca de la historia
de la familia para saber por qué estaba mi fotografía en ese barco.
EL
PERRO FIRULAIS
Juana Paula Ayala Pizano
Si deseas algo con el
corazón, lo conseguirás.
El pobre perrito Firulais no
tenía casa. Dormía debajo de un puente, pasaba frío, hambre y solía pasear por
todo el camino hacia la aldea. En uno de estos paseos se encontró una canasta
llena de comida y un tarro grande de miel y dijo:
––¡Qué suerte la mía! No tengo casa como
quisiera -sacó la lengua-, pero tengo una canasta llena de comida y un tarro grande de miel.
Más
tarde se encontró con Tom, un conejo muy astuto.
––¡Hola,
amigo Firulais! ¿Eso que llevas ahí es comida? –dijo, mirando la canasta-, hace
varios días que no consigo comida ¿Te gustaría compartirla conmigo?
El
perrito aceptó y compartió su comida con el conejo Tom. Este agarró el tarro de
miel y lo puso en una bolsa de tela que colgaba en su lomo, Firulais seguía muy
triste, sus ojos cafés se llenaron de lágrimas y comenzó a llorar, su pelaje
blanco poco a poco se hacía gris. Tom, al verlo así, agradecido se propuso a ayudarlo.
Se puso a pensar y buscar la manera de conseguir una casa para su amigo. Después
de un largo camino llegó a la feria. Ahí
había diversión por todas partes: dulce de algodón que volaba por el aire;
unos ricos olores a salchichas, dulces y caramelos. Firulais empezó a mover la cola y corrió por todo el lugar,
sus ojos se iluminaron mirando todos los
juegos, mientras el conejo Tom hacia tratos con el dueño del circo, que tenía
varios animales. Era un hombre chaparro y gordo, tenía una gorra azul y Tom le dijo:
––¡Le
cambio este gran tarro de miel por una vaca!
Tom
pensaba venderla para tener dinero y así comprarle una casa, como
agradecimiento a su gran amigo Firulais, sacando el tarro de miel que estaba en
la bolsa. El dueño del circo, soltando una carcajada exclamó:
––¡Yo
para qué quiero ese gran tarro de miel!
El conejo Tom, que era muy ingenioso lo
convenció. El dueño del circo aceptó. Ahora Tom ya era dueño de una vaca, llegó
hasta donde estaba Firulais y le contó su plan, Firulais estaba muy contento pues
sentía que ya faltaba poco para tener una casa.
Al
día siguiente, por la mañana, se dirigieron al mercado. Estaban muy alegres
conversando por el camino. Estaban llenos de ilusiones pues sentían que pronto
iban a lograr lo que tanto anhelaban. Así pasaron días hasta que la ilusión se
convirtió en realidad. Con la venta de la vaca, el conejo Tom le compró una
preciosa casa a Firulais.
Ya
nunca tuvo que volver a dormir debajo del puente. Gracias a su astuto amigo
Tom, los dos compartieron la casa y tuvieron una vida mejor.
Y
desde ese día, Firulais, cuando se encuentra a alguien durmiendo en la calle, o
pasando hambre, le ofrece su casa.
LA FIESTA DE MI PUEBLO
Salvador Contreras López
Todavía
no empieza clarear y ya los cohetes y la banda de viento se oyen clarito. ¡Uy!
El frio muerde pero no le hace, la fiesta en mi pueblito solo es una vez al
año. Bueno pues, la mera verdad es que el interés tiene pies y yo sé bien que a
ahí veré a la Meche porque es seguro que allí estará con la mitotera de mi casi
suegra, digo casi porque ella no sabe.
¡Ay, caray! Ya se oyen las mañanitas
y todavía no encuentro mi sombrero. ¡Ah! Ya lo encontré. Así que córrele,
Pepillo, que ya vas tardísimo. Al llegar al jardín de la iglesia veo gente aquí
y gente allá, el castillo ya está listo, pero lo más importante: allí está la
Meche, regalando café y canela.
¡Ay, Dios!, pero qué chula se ve con
su cabello suelto y sus labios chiquitos y rojos, rojos. En eso estaba pensando
cómo hacer pa’ acercame. ¡Ay!, de veras,
pos iré a que me regale un cafecito y con ese achaque le doy los buenos días y
le digo disimuladamente que en la noche bailamos. Cuando al fin me decidí a dar
el primer paso, sentí una mano que me detiene del hombro con fuerza.
¡En la torre!, es el papá de la
Meche, un señor alto, moreno y un poco pasadito de peso, me dio buen susto.
—Muchacho, tómate un traguito pa’l
frio.
—En eso, veo en su mano izquierda una
botella de tequila casi a la mitad. Pos la verdad no me sorprendió tanta
amabilidad conmigo, ya que si no le he de cuadrar pa’ yerno. No se crean, lo
que pasa es que ya tengo más de dos meses de barbero con él, pero sí pienso que ya sospecha mis intenciones con
su hija. Y pos ya saben, por ser educado y quedar bien, fue un traguito luego
otro y otro y total que, en la noche, en el baile, ya pa’ que les cuento cómo
andaba. Eso sí, fue una fiesta que merece quedar guardada en la cabeza.
LA
FÓRMULA SECRETA
Valeria Rodríguez Alcalá
Todos en la escuela me
miraban, no sabía qué pasaba por sus mentes. Algunos chicos me saludaban bien y
otros más a fuerzas que de ganas. Cuando llegaba al salón corría junto a mi
amigo Leon. Él era el único que me comprendía, pues pasábamos por la misma
situación, era difícil tener la cara llena de acné a nuestros dieciocho años.
Yo estaba enamorado de la niña más guapa de todo el salón,
¡qué digo del salón, de la escuela! Pero la verdad es que me daba mucha pena el
poder hablarle. Mi amigo León me alentaba mucho para poder hablarle, pero cada
vez que pasaba e intentaba hablarme me daba mucha pena y me quedaba sin habla.
Yo no entiendo qué tienen de malo mis granos si no le
hacen daño a nadie, traté de todo para poder quitármelos: mascarilla de huevo,
de aguacate, incluso hasta jitomate, pero nada lograba quitarme el acné.
Mi madre decía que no era necesario llevarme con un
especialista, pero yo creía todo lo contrario, porque a mi amigo León su mamá
lo llevó con el especialista y sí se veía mucho la diferencia.
Pero ella tenía ideas de las señoras de antes. Total,
esto del acné tenía que pasar tarde que temprano, pero ¿y si pasaba más tarde
que temprano?, no podía salir así en la foto de la graduación de mi escuela. Sería
la burla de todos y ese recuerdo de mi cara llena de acné me marcaría de por
vida. Siempre que viera mi fotografía de graduación me iba sentir terrible y ¿qué
pasaría si, cuando fuera a pedir trabajo, me piden la foto? Seguro no me
contrarían, porque tendría la cara llena de acné en la preparatoria. No, no,
esto no debía de ser así, tenía que encontrar la fórmula correcta para que mi
piel ya no tuviera más daño.
Rápido recordé a un niña de la escuela, ella era la más
inteligente de toda la preparatoria, seguro ella tenía que saber una formula
muy eficaz para quitarme estos granos. A la mañana siguiente, en la escuela, lo
primero que hice fue ir con ella. Al escuchar mi historia sobre el acné ella no
tardo en decirme que por supuesto que me iba ayudar, lo único que me dijo fue ‘nos
vemos a la salida de la escuela para ir a mi casa’.
Cuando fue el recreo le conté a mi amigo León y no dudó
ni un segundo en ayudarme. Al salir de la escuela nos vimos con Carlota, la
niña más inteligente de la preparatoria, lo único que nos dijo fue que la
siguiéramos. León y yo nos miramos uno
al otro al ver hacia donde se dirigía y cual era a su casa. De seguro en su
casa tiene una fórmula perfecta para quitarnos el acné, pensé.
Al llegar a su casa nos pasó rápidamente a su cuarto, en
él tenía un laboratorio lleno de fórmulas raras dentro de frascos de cristal. Luego
luego me dijo que me tomara una de sus fórmulas, le pregunté que si estaba
segura de que esa era la fórmula correcta. Ella solo inclinó los hombros pero
no había nada que perder, así que me tomé rápidamente la fórmula. Empecé a
sentir cómo me hormigueaba todo el cuerpo, cómo mis dedos se empezaban hacer más grandes
y gordos. Justo en ese momento me desmayé. Al poder abrir los ojos lo único que
vi fue a Carlota y a mi amigo León. ‘¿Estás bien?’, me preguntaban una y otra vez. Me levanté
atónito y cuando traté de sobarme mi cabeza, vi que mis manos ya no eran las
mismas. Eran diferentes. Corrí hacia el espejo de Carlota y lo primero qué vi
fue a un caballo. La fórmula que me había dado Carlota me había convertido en
un caballo.
Grité: —¡¡¡Carlota!!! Qué has hecho?
Ella rápidamente busco otra fórmula, para convertirme otra
vez en humano, me la dio y la tomé muy rápido. Volví a verme en el espejo y
otra vez era yo, lleno de acné. Carlota pensaba y hacía sumas o restas
matemáticas, no sé qué estaba haciendo realmente, mientras que León y yo
estábamos muy asustados y un poco decepcionados.
Al cabo de un rato, Carlota gritó: ‘¡¡¡Lo tengo!!!’. Esta
es la fórmula correcta, me la dio y no perdía la esperanza. Rápidamente la
tomé. En cuanto terminé de tomarla, empecé a sentir cómo las tripas de mi panza
se movían de un lado para otro, sentía que mis ojos se me volteaban hasta quedar
blancos; esta vez no me desmayé.
Corrí
rápido al espejo para ver los resultados de la formula y lo primero que vi
fueron mis pies, estaban igual que antes, al igual que mi panza. Al parecer,
esta vez sí tome la formula correcta, pero al llegar a ver mi cara, esperaba
que no tuviera acné. Grite tanto al verme al espejo. Me había convertido en un
señor con cara de pez. Tenía unos labios muy grandes y solo podía ver a los
lados, no de frente.
Mi amigo León, empezó a reírse de lo gracioso que me
veía, volteé a ver a Carlota y ella estaba asustada, pensaba que cómo era
posible que otra vez había fallado su fórmula.
Rápidamente me dio otra poción para convertirme en
humano, la tomé y de nuevo me regresó el acné. Estaba muy deprimido. Esto quería
decir que todas las fórmulas de Carlota me iban a convertir en algún animal, o
la parte de algún animal.
Carlota, esta vez emocionada, me dijo que ya sabía lo que
estaba fallando en su fórmula y que ya lo había arreglado, me dio de nuevo su
poción y León y yo nos quedamos viendo como pensando: ‘¿otra vez me convertiría
en animal?’, y por mi mente pensaba en el miedo de que Carlota volviera a equivocarse.
Estaba a punto de tomarla, pero me interrumpió Carlota
con una advertencia: —Esta vez ya no tengo más fórmula para volverte a
convertir en humano.
Quedé atónito porque
no sabía qué hacer; no tomarme la fórmula y convertirme en un niño con acné o
tomarla y ser la mitad animal y la mitad humano o ser un animal de por vida.
Mi amigo León insistía que debía de tomar la fórmula, que
la tercera es la vencida; pero yo tenía mucho miedo. Volteé a ver a Carlota y
me dijo: —Para mí eres guapo, con o sin acné, es solo un proceso por el cual
pasamos todos los adolescentes y pronto pasará.
Me puse muy aliviado al saber que le gustaba a Carlota,
cogí el frasco con la fórmula, pero en
vez de tomarla se la di a Carlota.
— Tienes toda la razón, el acné pronto se irá.
Al salir de casa de Carlota junto a mi amigo León, me
dijo que si íbamos a jugar futbol. Claro, le dije. Volteamos y le dimos las
gracias a Carlota.
La vi y se veía muy bonita, le dije:
—Nos vemos mañana en el recreo -y me dijo que sí.
Al fin una niña a la que le gusto
con el acné.
LA GRANDEZA DE UN PADRE
Lourdes Rosales Amézquita
Había una vez un
hombre que tenía tres hijos y
diez hectáreas de tierra para sembrar. Una tarde los mandó llamar y les dijo:
—Hijos, ya
estoy cansado y viejo, no tengo fuerzas para seguir trabajando. Como ustedes
saben, desde que murió su madre la vida no ha sido fácil. Por eso quiero platicar
seriamente con los tres. Respecto a la tierra que tenemos, es muy buena y las cosechas que levantamos también, yo
quisiera que entre los tres la sembraran y así nunca les faltará el dinero para
lo necesario.
Luis, el
hijo menor de don José, siempre estaba de acuerdo con la decisión de su padre:
—Él ha
trabajado mucho para nosotros y ahora nos toca a nosotros ayudarlo.
Isaac, el
segundo hijo, flojo y rezongón a quien no le gustaba trabajar dijo:
—¿Por qué no
vendes la tierra, papá? Dices que estás cansado y no puedes ya trabajar. Así nos
repartes el dinero por partes iguales y se acaba el problema y te dedicas a
estar acostado, para que descanses.
—¡Ay, hijo! –dijo
don José, con un nudo en la garganta-, ¿cómo puedes
decirme esto?, si la tierra es el tesoro más valioso, es herencia de mis padres, que en gloria estén. Por eso quiero
que ustedes la siembren.
Juan, el
hijo mayor, hombre trabajador e independiente, vivía con su esposa e hijos:
—Yo apoyo tu decisión, papá, ya es tiempo de que
descanses y tengas una vida tranquila, por mi parte no tengo necesidad. Gano lo
suficiente para mantener a mi familia, y no hay por qué vender la tierra. A mi
hermano Luis siempre le ha gustado trabajar y sembrar; si él quiere trabajarla
yo le ayudo cuando sea necesario.
—Lo sé, hijo, que cuento con tu apoyo.
—En cuanto a
Isaac, si no quiere trabajar con Luis, que se haga a un lado y nos deje a
nosotros. Ya que a él no le ha costado, papá, por eso quiere que
vendas la tierra.
Isaac, muy
molesto, respondió:
—Bueno, si
ustedes trabajan la tierra, será suya un día. Entonces yo quiero la casa, la
vendo y me voy lejos de ustedes, porque
no quiero que mi papá y Luis vivan conmigo.
Don José, al
escuchar las palabras de su hijo, sentía que se le partía el alma. Pero estaba consciente
de que a Isaac no le gustaba trabajar. Fue entonces que tomó una decisión. Sacar
a Isaac de la casa. Le dijo:
—Mira, hijo,
ya fue la gota que derramó el vaso, tienes que irte de la casa, vete a donde
quieras. Disfruta la vida y déjanos vivir en paz.
Isaac salió
molesto con la decisión de su padre y le dijo:
—Les juro
que se van a arrepentir, cuando les digan que estoy tirado muerto a un lado
de la carretera.
—Tú sabrás,
hijo -dijo su padre, con lágrimas en los ojos. Era la decisión más difícil que
había tomado, correr a su propio hijo de la casa-.
Desde ese
día las cosas cambiaron, Luis sembraba la tierra y Juan le ayudaba. Y don José se quedaba en la
casa para descansar. Había una cosa que le gustaba mucho hacer: leer novelas. Sacaba
su mecedora y la ponía debajo de un
árbol Tabachín que lucía hermoso, lleno de flores rojas matizadas de naranja. Leía sus libros y escuchaba el canto de las
aves. Desde entonces vivieron felices
para siempre.
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MAESTRO
MALVADO
Patricia
Díaz Trigueros
Había
una vez un ladrón malvado que, huyendo de la policía, llegó a un pequeño pueblo
llamado Tiristaran -que significa en purépecha, lugar al lado del rio-, donde
escondió lo robado y se hizo pasar por el nuevo maestro de la escuela del
pueblo
y
comenzó a dar clases con el nombre que se inventó: don Cleto.
Como
era un tipo malvado, gritaba muchísimo y siempre estaba de mal humor. Castigaba
a los niños constantemente y se notaba que no los quería ni un poquito. Al
terminar las clases, sus alumnos salían siempre corriendo. Hasta que un día,
Panchito, uno de los más pequeños, en lugar de salir se le quedó mirando en
silencio. Entonces acercó una silla y se puso en pie sobre ella. El maestro se
acercó para gritarle pero, en cuanto lo tuvo a tiro, Panchito saltó a su cuello
y le dio un gran abrazo. Luego le dio un beso y huyó corriendo, sin que al
maestro le diera tiempo a recuperarse de la sorpresa.
A
partir de aquel día, Panchito aprovechaba cualquier despiste para darle un
abrazo por sorpresa y salir corriendo antes de que le pudiera pillar. Al
principio el malvado maestro se molestaba mucho, pero luego empezó a parecerle
gracioso. Y un día que pudo atraparlo, le preguntó por qué lo hacía:
—Creo
que usted es tan malo porque nunca le han querido. Y yo voy a quererle para que
se cure, aunque no le guste.
El
maestro hizo como que se enfadaba, pero en el fondo le gustaba que el niño le
quisiera tanto. Cada vez se dejaba abrazar más fácilmente y se le notaba menos
gruñón. Hasta que un día, al ver que uno de los niños llevaba varios días muy
triste y desanimado, decidió alegrarle el día dándole él mismo un fuerte
abrazo.
En
ese momento todos en la escuela comenzaron a aplaudir y a gritar
—¡Don
Cleto se ha hecho bueno! ¡Ya quiere a los niños!
Y
todos le abrazaban y lo celebraban. Don Cleto estaba tan sorprendido como
contento.
—¿Le
gustaría quedarse con nosotros y darnos clase siempre?
Don
Cleto respondió que sí, aunque sabía que cuando lo encontraran tendría que
volver a huir.
Pero
pocos días después, aparecieron varios policías, y junto a ellos Panchito,
llevando las cosas robadas de don Cleto, que había decidido entregarlas a la
policía.
—No
se asuste, don Cleto. Ya sabemos que se arrepiente de lo que hizo y que va a
devolver todo esto. Puede quedarse aquí dando clase, porque, ahora que ya
quiere a los niños, sabemos que está curado.
Don
Cleto no podía creérselo. Todos en el pueblo sabían desde el principio que era
un ladrón y habían estado intentando ayudarle a hacerse bueno. Así que decidió
quedarse allí a vivir, para ayudar a otros a darle la vuelta a sus vidas
malvadas, como lo habían hecho con la suya.
MEJOR CUIDO MIS BORREGAS
Elizabeth Juárez Díaz
El
tiempo pasa tan rápido como cuando
observas el cielo y ves una parvada de pájaros volando de un lado a otro,
pareciera que uno tiene encima volando una alfombra melódica que no se detiene.
Momentos fugaces, así es la vida en el rancho.
Me levanto del petate al sonido del
gallo Filomeno. Yo les pongo nombres a los animales, es algo que hago desde
niño. Le doy un beso tronado en la mejilla a mi madrecita, luego me siento
enfrente de la mesa de madera color chocolate y disfruto de un rico desayuno: huevos
revueltos con cinco tortillas, chile de molcajete, acompañado de mi café de
olla que aún está a fuego lento en el fogón. Su olor me despierta todas las
mañanas con mucha hambre, soy hombre de rancho y de buen diente.
Aquí huevos jamás nos han de faltar,
ni los míos para trabajar, ni los de mi madre para cocinar y menos los de
Tomasa y Hortensia porque ellas ponen muy temprano, tanto que le ganan a la
vaca Pancha. Como su leche no hay ninguna pues con ella se prepara el mejor
queso y ni les cuento de los bolillos con nata que me como en las tardes cuando
regreso de la siembra.
Mi madre y mi abuela se quedan
moliendo en el petate lo necesario para la comida de la semana. Yo voy a la siembra acompañado de
mis borregas luciérnaga, cometa y
lluvia, para poner a punto mis tierras para poder plantar elotes.
Mis tardes son así, termino de
limpiar la maleza y mis borregas pastean. Aprovecho para cortar todos los
dientes de León que encuentro, los cuales llamo bombitas, me tumbo en el pasto
bajo la sombra del árbol grande y empiezo a soplar y soplar, pensando si debo
tener novia este año, el siguiente o nunca.
Mis borregas son mis mejores amigas,
me escuchan y parece que los ratones les comieron la lengua, yo pienso: ‘Que
pa’ que la quieren si de todas formas así se ven rechulas’.
Observo que el sol se mete y
entonces sé que es hora de irme. Hoy en el rancho es la fiesta de quince años
de la prima Margarita. Mi madrecita está más contenta que las muchachas de mi
rancho cuando agarran marido y me dice:
—Hoy sí toma un baño y regresa más
temprano de la siembra, sin olvidarte de traer las calabazas que seguro ya
están más maduras que yo.
A mí sus palabras no me causan mera
gracia, pero sonrío na’más porque es mi madrecita y la respeto un montón,
además de que prepara el mejor dulce de calabaza con piloncillo y tiene los
ojos más chulos.
El sol está en lo alto, regreso a
casa y tomo el baño. Estoy aquí en la fiesta, vinieron todos los
del rancho, hasta el Cura. Tenemos una gran mesa larga que tiene ollas con mole
acompañado de sopa de arroz, conejo en chile negro, uchepos de chile y de
azúcar, atole de garbanzo y de guayaba, gelatinas de zapote y de queso, dulce
de calabaza, pinole, gorditas de nata, pastel de elote, agua de pitaya, pulque
y café de olla con un buen piquete por si hiciera falta.
Pareciera que con semejante manjar
le abrimos la puerta del cielo al diablo este día. Pero mejor no pienso
tanto no vaya ser que el padrecito me
vaya a escuchar mis pensamientos. Este día mi prima es la que está de suerte,
porque vino la banda del tío Herminio y toca el muchacho que le gusta.
Yo con las mujeres no tengo suerte,
no tienen ellas mero interés en mí. Mi madre dice que ya estoy en edad de
conocer una buena muchacha para madre de mis hijos. Que me ponga buzo en la
fiesta, para que mi primo Ramón no me haga de chivo los tamales con las amigas
de mi prima, porque él les habla a todas. Las espanta y terminamos sin ninguna.
Se hace de noche y la banda sigue tocando.
Se acerca Florencia y me da un atole de guayaba, lo recibo y ella se aleja
apenada poco a poco de mí con sus mejillas rosadas, que tienen ese color igual
al sol cuando se mete en las tardes.
Isabela me guiñe un ojo cuando la
banda toca la canción de “juntos los dos”, yo solo bajo la mirada y tomo un
sorbo de atole.
Consuelo se acerca después y me dice
que bailemos, pero le digo que no, porque tengo el pie cojo, mis borregas
escaparon en la mañana y les di una buena correteada para alcanzarlas.
Mi madre me ve con cara de huele
caca y pienso: ‘que el amor no fue pa’ mí’. Porque el mes pasado en la fiesta
de mi otra prima, Lupita, nadie me miró.
Ahora me van a decir que tengo tres
muchachas tras mis huesitos y hasta atole me sirven, pa’ mí que aquí hay gato
encerrado.
Seré tonto pero yo prefiero seguir
cuidando borregas que solo comen pasto, que cuidar mujeres, porque no las
entiendo. Y como dijo mi abuelo que en gloria
esté: “De manjares y mujeres el mundo está lleno, pero pa’ qué si no
queremos saber de deberes que debemos
cumplir pa’ tenerlos”.
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Horacio Ramírez Macias
En un lindo y pequeño lugar vivía una noble familia compuesta por papá Rómulo,
mamá Hortensia, hermanito Martín y yo, Patricio. De cariño me llaman Pacchy. Papá
Rómulo salía cada mañana a la ciudad para trabajar y conseguir qué comiéramos. Mientras
Mamá Hortensia mantenía la casa limpia y haciendo los quehaceres que se ocupaba
hacer en casa: como hacer el jardín y darnos cariño y educación. Uno de esos
días Mamá Hortensia vio que ya habíamos crecido mi hermano Martín y yo. Nos llevó de paseo al zoológico cerca del
lugar, obvio nos llenó de
recomendaciones.
—No se alejen de mamá,
no se entretengan platicando con extraños, pueden ser secuestradores de
pequeños… tampoco reciban comida de ningún extraño ya que los pueden dormir y
robar.
Yo esperaba la hora en
que Martín y mamá tuvieran que retirarse para escabullirme entre las jaulas de
los animales del zoológico. Desde ahí se escuchaba el trinar de los pajaritos
enjaulados y el rugir de feroces animales como leones, tigres y panteras. Pero
no tenía miedo puesto que iban con Mamá Hortensia. Yo saltaba de emoción persiguiendo mariposas de colores monarcas
mientras que Martin y mamá conversaban de lo bien que se la estaban pasando juntos.
De repente se
percataron de que yo ya no estaba con ellos. Como ya era muy tarde y ya casi
toda la gente se había retirado del zoológico, se pusieron como locos muy
preocupados, buscándome. Buscaron detrás de las jaulas de los monos, por los
tigres y donde se encontraban los animales más peligrosos, entre las ramas
detrás de los arboles, pero no me encontraban. Mamá, muy preocupada, corrió a
nuestra casa para pedir auxilio a nuestros vecinos y rápidamente entre todos se
pusieron a buscarme, pero sin éxito. De repente escucharon mis quejidos de
dolor.
—¡Ay, ay, aaay!
Corrieron hacia dónde
venían los quejidos y ¡oh, sorpresa! Era yo, que me estaba revolcando del dolor
pues tenía una mano quebrada. Me había subido a un arbusto y quise hacer las
malabares que hago en el gimnasio, pero no pude subir a los arboles. ¿Cómo pude
pensar que haría mis malabares en lo alto del árbol? No pedí permiso a mi mamá
y pensé que todo me saldría bien.
Ahora vivo tan
arrepentido que ya no quiero saber nada del zoológico, le pondré más atención a
mi mamá y prometo ser un niño más responsable de mis actos.
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LAS
BORREGAS Y EL BURRO
Brianda
Itzel Sánchez Patiño
Esta salida al campo me
recordó cuando era pequeño. Fuimos a una
peña cerca de mi pueblo a cuidar unas borregas que tenía mi padre. Eran grandes
e inteligentes. Íbamos mi hermana mayor,
mi hermano menor y yo, el del medio.
Nos fuimos en un burro bronco que nos había regalado mi
padre. A pesar de que era el del medio, yo siempre era el que estaba a cargo
por ser el hombre grande, bueno, eso me
decía mi madre.
Nos fuimos muy temprano cuando el sol apenas se veía salir
entre las montañas, para regresar pronto y ver el atardecer desde la peña, realmente
se ve hermoso el atardecer desde ahí.
Era
una buena aventura y me encantaba ir,
pues era el lugar preferido de todos los
niños para ir a jugar.
Había
milpas, pequeños arroyos, pastizales, árboles para trepar, alguno que otro
correcaminos -¡que cómo nos encantaba perseguir, pero nunca lográbamos alcanzar!-,
biznagas y tunas, que siempre nos encargaba mamá para hacernos dulce de biznaga
y agua de tuna.
La
mera verdad, solo llegábamos y nos poníamos a jugar y nos olvidábamos de
nuestras borregas.
Nunca pasaba nada, pero ese día realmente fue diferente,
ya era la hora de regresarnos a casa. Se nos había hecho más tarde de lo
habitual y aparte estábamos cansados de
tanto jugar. Nos la pasamos haciendo carreritas con los demás niños y haciendo
hoyos en la arena para escondernos, trepamos a los árboles y nos mojamos en los
arroyos.
Así
que nos pusimos a cortar las biznagas y las tunas para ya irnos a casa, pero
cuando volteamos nuestros animales no estaban.
Buscamos y buscamos por todos lados pero no encontrábamos las borregas
de mi padre, ni el burro de nosotros. En serio estábamos preocupados porque nos
iban a castigar por perderlas y ya no íbamos a poder venir a cuidarlas y jugar
con los demás.
Preguntamos a los niños que estaban cerca y no los habían
visto por ningún lado.
Poco
a poco se hizo más tarde, ya casi estaba
oscuro, estábamos exhaustos de tanto buscar que mejor decidimos regresar a la
casa. Ya no alcanzamos a ver ese hermoso atardecer.
Bajamos
por el único comino que había, preguntando
por nuestros animales, ya que como es un pueblo muy pequeño todos conocíamos a
todos y todos nos conocían y a nuestros animales también.
A medio camino decidimos irnos corriendo a casa, porque
en las noches se decía que salía un
nagual y que se llevaba a los niños traviesos, como en el fondo sabíamos que
éramos muy traviesos nos dio miedo.
Llegamos
a casa pero no entramos hasta habernos puesto de acuerdo que yo me iba a echar la culpa por ser el
hombre grande, como me decía mi madre, bueno, el niño grande.
Entramos a la casa sin hacer mucho ruido para que no nos
escucharan entrar, pero mis padres ya estaban
en la entrada esperándonos muy enojados porque ya era muy tarde, nos moríamos
de hambre.
Les
entregamos las biznagas y las tunas pero nos
veían con unos ojos de esos que te echan cuando sabes que hiciste algo
mal.
Mis hermanos solo me veían disimuladamente, así que me armé
de valor les expliqué lo que paso y por
todo lo que pasamos para buscar a los animales.
Pero
ellos solo se rieron y me dijeron que los animales ya estaban en la casa, en su
corral, que habían llegado a la hora que siempre llegábamos; pero que les extrañó
que nosotros no entramos a la casa a comer,
así que pensaron que los habíamos traído para encerrarlos y que habíamos regresado para seguir jugando. Lo
bueno es que no nos regañaron y vamos a seguir cuidando nuestros animales.
Pero eso sí, nos dijeron que cuando pasara algo igual,
que mejor nos viniéramos a la casa a
avisarles y así podíamos ver si estaban
en la casa o, si no, para ellos ayudarnos
a buscar y no andar solos en la
calle tan noche.
Hoy fue un día realmente con aventuras. Espero tener más días así, solo que sin perder
las borregas y el burro.
***********************
MIS
ZAPATOS DETERIORADOS
Ana
Isabel Ávila Cervantes
Tenía que sacarme diez en un
trabajo de Ciencias Naturales. La tarea: realizar un “ecosistema
autosustentable”. Esto significaba crear algo con plantas y animales. Lo único
que se me ocurrió fue una pecera. Pero la mala suerte decidió que el día de la
entrega del trabajo, los peces murieran. Uno se comió al otro, y al parecer, le
cayó tan mal que pereció. Así que necesitaba una prórroga de manera urgente.
Tuve una idea. La clase de Ciencias Naturales comenzaba a
la una, justo después del recreo. Accioné la alama contraincendios, fue cosa de
un segundo… Se produjo un caos. Se suspendieron las clases ese día, en lo que
todo se calmaba. Nunca se supo quién fue el culpable.
Lo peor que puede pasar es perder el amor. Cinthia no me
quiere. Antes, cuando estaba sola, me pedía que le ayudara con la tarea de matemáticas,
Yo ya estaba acostumbrado a que cuando estaba con sus amigas, no fuera la
misma, que de algún modo cambiara. Lo que me preocupó es que hoy la vi caminando sola en la calle y, al
toparnos de frente, yo le iba a sonreír, cuando ella volteó hacia otro lado.
Como si yo le hubiera hecho algo. Me sorprendió su actitud. Hoy sentí que
Cinthia construyó una muralla para defenderse de mí.
La verdad, me gusta mucho; es muy bonita, me gustan sus
grandes ojos negros, sus largas pestañas, tiene una nariz pequeña; sus labios
también son pequeños, una sonrisa maravillosa, su cabello es negro un poco ondulado,
cuando se peina de coletas se ve coqueta y hermosa. Yo iba a la escuela sólo
por verla. No quiero ir más. Ya no me interesa entender bien la clase de
Matemáticas para poder explicársela
“Camarón que se duerme, se lo lleva la corriente”. Nada
más cierto. Primero había pensado que sería divertido para un crustáceo
quedarse dormido, digamos en una playa y despertar en otra. Pero después
comprendí el verdadero sentido de la frase. Y lo entendí cuando vi a Cinthia
caminando con Alberto. Un chavo antipático dueño de los tenis más
espectaculares que he visto.
Me
había tardado en tomar la iniciativa,
quizá algún día tuve la posibilidad de conquistarla, pero ésta se esfumó por
esperar el “momento ideal” o el “día
perfecto”. Con los dichosos tenis, Alberto se pavoneaba junto a Cinthia,
incluso tomándola del brazo, como todo un galán. Miré mis zapatos… que habían sido de uno de
mis hermanos y ya estaban deteriorados. Con esos zapatos no iba a llegar a
ningún lado, tal vez eso influía para que Cinthia me rechazara.
|Tenía que inventar un plan de acción, lo bueno es que
tenía un empleo. Lo malo es que debía estar en la marisquería El
Ostión Glotón después de ir a la escuela. Luego, hacer la tarea sobre una
de las mesas cubiertas por un mantel de plástico estampado con fresas.
Generalmente estaban pegosteosos y mis cuadernos quedaban adheridos al
plástico. Después aprendí que es mejor hacer la tarea quitando el mantel,
porque si no las fresas del estampado acabarían tatuadas en la barriga de la
señora con la bandera, que aparece en la portada del libro de Formación Cívica
y Ética.
Mi función en el restaurante era limpiar manteles y
descascarar camarones. Primero era divertido, pero hacer el mismo movimiento de
quitar cabezas, tripas y vestimenta a los crustáceos doscientas veces perdía algo
de… digamos… novedad. Y los dedos quedaban oliendo a mar, por más que uno se
los tallara con limón y perejil. Además, quedaban arrugados como caritas de
ancianos. Pero bueno, la paga era la paga y los tenis eran los tenis.
En la noche, me iba al garage a dar las cantadas de la
lotería. Eso no era trabajo, seguía siendo diversión. La diversión se convirtió
en nerviosismo cuando vi que por primera vez
Cinthia llegaba con sus papás a ocupar una silla de las mesas de la
entrada. ¡Me iba a escuchar por primera vez dar las cantadas!
Entonces sucedió algo increíble. Algo que quizá mentes no
muy románticas se resistían a creer. Estaba repartiendo los cartones sobre cada
una de las mesas y cuando iba a llegar a la mesa donde se encontraba Cinthia,
se deslizó al suelo una de las cartas.
Ella, con su voz inusitadamente dulce, me dijo:
—Se cayó algo que estaba entre los pliegues del mantel.
Ni le contesté de los nervios. Al agacharme, vi que se
trataba, efectivamente, de una carta perdida. ¡El amor, representado por
Cupido!
Tratando de alejar mis apestosos dedos de pescado de sus
aromáticas falanges, tomé la carta con toda seriedad y la integré a sus demás
compañeras.
Cinthia no tuvo oportunidad de gritar “Lotería” en ningún
momento. Quien sí la tuvo fue mi suegra
-quiero decir, su mamá. Con la carta protagonista de esa noche, canté
con voz temblorosa: “El que flecha con amor, y no con olvido… ¡Cupido!”.
—¡Lotería!
El amor tenía que estar presente en el desenlace de esa
noche.
A partir de ese día, Cinthia se portó muy amable conmigo.
Casi diría que cariñosa. Sentía que había ganado una partida -aunque realmente,
yo no había jugado. Ya con cierta confianza en mí mismo, quise probar fortuna
haciendo algo muy, muy arriesgado. En la clase de Historia le pasé un papelito
que decía:
‘¿Te gustaría acompañarme el próximo lunes a la iglesia?’
El recadito se fue, doblado como un papalote sin cola, de
banca en banca, hasta que llegó a ella.
Su respuesta llegó en el mismo papel:
‘¿A la iglesia? ¿Y para qué?’
A lo que yo le contesté:
‘¿No te gustaría explorar el túnel que dicen que existe
abajo del altar mayor?’
El Domingo estuvo lleno de buenas noticias. Tenía muchos
motivos para estar contento y entusiasmado: había trabajado mucho y completaba
el dinero suficiente para comprar los tenis que tanto quería y el Lunes, la
cita en la desierta bóveda de la catedral, viviría una grandiosa y romántica
aventura en compañía de Cinthia.
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RINCONCITO DE AMOR
Alma Delia Rangel Jiménez
Mi pueblo es un lugar, cálido y tranquilo, pequeño
pero acogedor. En los días nublados me gusta ir con la señora que vende el
atole y los dulces de leche, es bien conocida en el pueblo, lleva esa tradición
por años. Disfrutar en familia de las delicias que ahí se venden: el jocoque
con salsa de chile guajillo y tortillas recién echadas del comal, el dulce de calabaza, chilacayote; gran variedad
de dulces de leche, los buñuelos crujientes, el atole bien calientito.
Los
días son maravillosos cuando los disfrutas en casa de los abuelos, compartir
momentos con la demás familia, observar la gente que pasa cuando estás sentado
en la banqueta rodeado de la gente que quieres.
Pienso
que uno de los momentos más tristes de nuestras vidas llega cuando se cierran
para siempre las puertas de la casa de los abuelos. Los encuentros con todos
los miembros de la familia, cuando se juntan como si de una familia real se
tratara. Llevando siempre por bandera a los abuelos, los culpables de todo.
Las
tardes, mañanas o noches de alegría con tíos, primos, sobrinos, padres,
hermanos, amigos e incluso novios
pasajeros que se enamoran del ambiente que allí se vive y respira. Ni siquiera
hace falta asomar las narices a la calle, pues estar dentro de casa de los
abuelos es lo que todo el mundo necesitaría para ser feliz.
Los
reencuentros en navidad, los convivios, los cumpleaños, los santos, los
almuerzos, los momentos maravillosos en convivencia con la familia y que de
repente se pone en pausa tu cabeza y te pones a pensar… ¿Y si es la última vez?
Las
casas de los abuelos siempre están llenas de sillas, banquitos, botes, piedras,
tablas para hacer banquitos adicionales, no importa si te toca sentarse en el
piso o en una piedra, nunca se sabe si habrá más invitados, porque ahí son todos
bien recibidos.
Saludas
a la gente que pasa por la puerta, aunque sean desconocidos. Porque la gente de
la calle de los abuelos es tu gente, es tu pueblo.
Cuesta
aceptar que esos pequeños regalos, pero muy significativos que la vida te da,
tengan fecha límite y que algún día todo estará cubierto de polvo y las risas y
momentos vividos solo serán un recuerdo.
Los
años pasan mientras esperas estos momentos e, inadvertidamente, pasas de ser
niño disfrutando de bellos momentos. Sin darte cuenta que eres muy afortunado y
lo tienes todo al sentarte a la mesa con la familia completa.
Cerrar
la casa de los abuelos es decir adiós a las canciones, a los consejos a los
bellos momentos en familia, al dinero que te dan los abuelos a escondidas de
tus padres como si de algo ilegal se tratara, a llorar de risa por cualquier
tontería y llorar por la pena de los que se fueron demasiado pronto.
Así
que si aún tienes la oportunidad de llamar a la puerta de esa casa y que alguien
te abra desde adentro, debes aprovecharla cada vez que puedas. Porque entrar
ahí, disfrutar, convivir y, sobre todo, ver a tus abuelos sentados en la mesa y
esperando darte un abrazo y un beso es la sensación más maravillosa que puedas
sentir en la vida.
Y si
aún los tienes disfruta y aprovecha la casa de los abuelos. Ese rinconcito de
amor que está lleno de felicidad y bondad. Antes de que sea demasiado tarde.
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SALVANDO
VIDAS
Ma.
Teresa Pérez Ascencio
Hoy amaneció el día muy
frio, estoy disfrutando un rico café con sabor a hogar, creo que va hacer un
día arduo pues el día de ayer llegaron varias personas al hospital. Le pido a
Dios que guíe mis manos pues tengo una operación muy complicada. Es un muchacho de escasos veintisiete años. Tuvo un
accidente en carretera, al parecer iba en estado inconveniente y tiene un golpe
interno en la cabeza. Su mamá está muy afligida.
—¡Doctora, por favor, le encargo mucho a mi hijo; es muy
joven aún y tiene dos hijos!
—¡No se preocupe, señora, daré todo lo mejor de mí!
Entré a la sala de operación, las enfermeras me ayudaron
a poner la bata y
los guantes; ya estaba listo
todo el material quirúrgico. Empecé con la operación, trascurrieron alrededor
de cuatro horas. Por fin terminó la operación. Gracias a Dios todo salió bien.
Por lo general los fines de semana llegan casos similares
y es que combinan el alcohol con el volante. Ojalá las personas fueran más conscientes,
porque aparte de arriesgar su vida, arriesgan la de personas inocentes.
Nosotros, los médicos, en ocasiones no tenemos vida
propia, prácticamente pasamos todo el tiempo en los hospitales y más en estos
tiempos de pandemia.
Ha sido muy difícil para nosotros los médicos el rechazo
de algunas personas, tenemos que quitarnos los uniformes porque hasta agresiones han tenido algunos
compañeros. Siendo que nosotros damos la vida por salvar la de los demás.
Hoy me toca guardia,
creo que no dormiré en toda la noche, aunado al cansancio de la operación, pero
no importa; de corazón doy la vida por los demás.
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Ma.
Soledad Rodríguez Z.
María
era una niña de ojos grandes negros, piel clara y cabello rizado. La gente de
cariño le llamaba China. Vivía en un municipio del estado de Guanajuato, con su
abuela paterna, en una modesta casa con paredes de adobe y techos de teja.
En las tardes cuando salía a
jugar con sus amigas al parque siempre decía:
—Soy la reina de Venecia y es hora de
dar mi paseo en mi góndola de plata -cada vez que se metía en una tina grande y
vieja que estaba en el parque-.
—Ay,
China, tú siempre soñando -le decían sus amigas-.
—Algún
día viajaré y realizaré mi sueño -contestaba María-.
El tiempo
pasó y como era de esperar la niña creció. Pero su sueño de viajar nunca
olvidó. Comenzó a trabajar y de lo que ganaba la mitad ahorraba. Cuando juntó
algo de dinero lo invirtió en un carrito, un caballo y un cohete de esos, a los
que les pones unas monedas para que funcionen. El día domingo los ponía en el
jardín. Al salir de misa, los niños siempre se querían subir. Al ver esto don
Manuel Jiménez le dijo:
—¡Oye, María! he visto que los juegos que pones en el
jardín no son suficientes. ¿Qué te parece si nos asociamos para comprar más? Ya
que ahora que fui pa’ la capital vi una rueda de la fortuna bien grande y
bonita, también un carrusel de caballitos y uno que le llamaban remolino chino.
—Eso estaría muy bien don Manuel. ¿Qué le parece si nos
reunimos hoy a las cinco
de la tarde en mi casa, para tratar el asunto?
Don
Manuel, llegó a las cinco en punto. María lo hizo pasar, le ofreció un vaso de
agua fresca de horchata. Don Manuel comenzó a hablar y fue directo al grano.
—Mira María, tú sabes que soy hombre de negocios, así que
lo que te vengo a proponer es cosa sería. ¿Qué te parece si invertimos nuestro
capital en comprar esos juegos mecánicos de los que te platiqué el otro día?
—Ay, don Manuel pues la oferta es muy buena, pero lo que
yo estoy ahorrando es para realizar un viaje que siempre he soñado.
—No seas boba, China, invirtiendo en esto pronto
recuperarás tu dinero.
Don Manuel
siguió hablando hasta que por fin María dijo que sí. Meses más tarde ya
contaban con varios juegos mecánicos, los cuales trasladaban en varios camiones
a las ferias de los municipios del estado de Guanajuato.
María
pronto recuperó el dinero que invirtió, al igual que don Manuel, quien era el
socio mayoritario ya que los juegos mecánicos eran toda una novedad.
Una mañana
se levantó muy emocionada, salió de su casa y se dirigió a la agencia de viajes
a comprar su boleto de avión, y a hacer
la reservación en un lujoso hotel. El día por fin había llegado, comenzó
a hacer su maleta solo con lo más necesario.
Esa
misma tarde María le llamó a don Manuel, para avisarle
que es esa semana se iría de viaje.
—Ahí le encargo el changarro, don Manuel.
—Por eso no te preocupes, China, disfruta de tu viaje,
hacemos cuentas cuando vuelvas.
Cuando llegó al aeropuerto, se subió al avión, pero
cuando éste despego se asustó, pues sintió que las tripas por la boca se le
salían. Así que de su bolsa una hoja sacó, la apretó con fuerza, pues era su
amuleto de la suerte.
Cuando
llegó a Venecia a su abuela quiso llamar, pero no podía creer que se le había
olvidado su celular.
Buscó una
caseta de teléfono, pero cuando encontró una, la llamada no pudo hacer, ya que
un perro negro, Gran Danés, estaba parado afuera del lugar. María cada vez que
un perro veía, recordaba cuando uno la pata le mordió y triste se alejó de ahí.
Caminó sin rumbo fijo hasta que vio una
hermosa casa al lado de la carretera, de pronto se dio cuenta de que al muelle
había llegado, donde contemplo el inmenso mar. Eso le trajo paz y tranquilidad.
Ya
relajada tomó un taxi, que la llevó al lujoso hotel donde una ducha se dio y
después se durmió.
A la
mañana siguiente muy temprano se despertó, cuando terminó de desayunar a un
gondolero buscó, pronto encontró a uno que pregonaba:
—¡Góndola! ¡Góndola!
María lo
contrató para cumplir su sueño, pasear por el gran canal, degustando un gelato
de chocolate, tomar unas fotos y conocer la ciudad.
Cuando
terminó el paseo a la plaza de San Marcos se dirigió, María comentó:
—Esto es mucho más hermoso de lo que yo imaginaba.
Entró a la
basílica de ámbar y oro, se llevó una gran sorpresa con todas las pinturas que
ahí se encontraban, por último entró a un restaurante donde pidió un baguette
para comer y una copa de vino tino para calmar la sed.
Un joven
muy apuesto con gusto la atendió. Cuando le llevó la cuenta le comentó:
—Qué bonitos ojos tiene usted, señorita.
—Gracias por el cumplido, joven.
—Me llamo Fabricio y, si me lo permite, quisiera invitarla
a ver la puesta de sol.
—Mi nombre es María, y acepto la invitación.
Durante su
estancia en Venecia María se enamoró de Fabricio. Cuando regresó a su casa su
abuela muchos regalos y un abrazo le dio. Al día siguiente a don Manuel fue al
primero que buscó, para hacer cuentas y darle un regalo que compró para él.
Unas
semanas después María una sorpresa se llevó. Cuando volvía de ver a sus amigas,
en la puerta de su casa, Fabricio la esperaba. Cuando María se acercó le
preguntó:
—Pero, Fabricio ¿qué haces tú aquí?
—Lo que pasa es que, desde que te conocí, no puedo dejar
de pensar en ti.
—Qué raro ¡A mí me pasa lo mismo, Fabricio.
Y como era
de esperar, después de un tiempo María y Fabricio se casaron.
Ahora juntos se dedican a llevar
alegría y diversión a cada feria de los municipios del Estado de Guanajuato,
junto con don Manuel, quien siguió
siendo un socio leal.
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NO
ME GUSTA ESTAR SOLA
Diana
Patricia González Quezada
En un lugar lejano vivía una
niña pequeña, delgada, de tez blanca como las nubes, que le gustaba soñar y
siempre creía que podría volar.
Primero quería ser un pájaro, para volar tan solo donde
existiera calor, pero cuando vio cómo le pegaban con una piedra otros niños, y
se le quebró un ala, dijo que estaría muy sola. Así que también desistió,
porque no le gustaba estar sola.
Después quería ser un cóndor, porque escuchó que eran
grandes y solo estaban en la cordillera, muy arriba, pero estaría muy sola. Así
que también se desistió, porque no le gustaba
estar sola.
Pero sin darse cuenta ya era una mujer, renunció a los
sueños que ella había querido con tantas ansias, pero no lo pudo lograr. Y dijo:
‘nunca es tarde para luchar por lo que uno quiere’.
Se enfocó a trabajar en su sueño que era volar, juntó
mucho dinero y se fue a conocer a otros países.
Ya viviendo en otro país, un día, aburrida de la rutina de su trabajo, salió a dar una vuelta y se encontró -sin darse cuenta-, un hermoso y grande parque donde había pequeños niños jugando a lo que ellos querían ser de grandes, y les dijo: ‘luchen por los sueños que quieren tener’. Ellos seguían corriendo de aquí para allá. Uno tenía una capa en la espalda y con sus brazos abiertos la sombra parecía tener alas. Lo observó por largo rato, hasta que recordó lo que le ocurría a su edad. Sonrió porque logró realizar lo que verdaderamente quería.
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LA MISIÓN
Ma. Soledad Rodríguez
Mi
nombre es Andrés, y me gusta mucho leer. Leo libros de historia y novelas de
fantasmas y la poesía me encanta. Pero tengo un secreto. Aun a mi edad, me
gustan mucho los cuentos.
Todo sucedió el día que fui a la biblioteca,
a solicitar un Atlas del mundo para hacer mi tarea. Muy amable la bibliotecaria
me atendió, comencé a ver el libro y lo que descubrí me dejó sin aliento, ya un
cerrar y abrir de hojas podía viajar de un continente a otro.
Vi las pirámides de Egipto y el
vaticano en Roma, el ángel de la independencia en México, la muralla china,
entre otros monumentos.
Desde ese día visitaba la
biblioteca, casi todos los días. Pues entendí que leyendo era la mejor forma de
ir aprendiendo. Leía cuentos y novelas donde siempre conocía historias nuevas
que me hacían reír, soñar y viajar a mundos fascinantes.
El tiempo pasó, terminé mis estudios
y comencé a trabajar en una tienda departamental, en una ocasión entró la bibliotecaria,
cuando me reconoció, comentó.
—¿Será la casualidad o el destino?
Yo me quedé sin entender, mientras
ella continuaba hablando.
—Lo que pasa, Andrés, es que pronto
me jubilaré y me gustaría que alguien como tú ocupara mi lugar de
bibliotecario.
Al escuchar eso me emocioné y por
supuesto que dije que sí, ya que ese trabajo siempre había yo deseado.
Desde ese día tengo una misión:
hacer que los niños y jóvenes se interesen por la lectura y, al igual que yo
viajen, rían, sueñen a través de la lectura y la imaginación. Pero, sobre todo,
motivándolos a seguir estudiando.
Sé que la misión en estos tiempos es
muy difícil por tanta tecnología. Pero me da mucho gusto cuando veo a varios de
los primeros niños que atendí en la biblioteca que ahora ya terminaron sus
carreras.
Algunos son maestros y les piden a
sus alumnos que visiten las bibliotecas para que, así como ello y yo, descubran
los mundos fascinantes que en los libros se encuentran.
Esta es una de las experiencias que
hasta hoy me siguen motivando, para seguir con la misión que un día me propuse
y que ha dado resultado.
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