domingo, 5 de mayo de 2019

UMBRAL 2



UMBRAL 2
-Narrativa presentada en la 30 FeNaL de León-

EL domingo 28 de abril tuvimos la oportunidad de presentar el libro Umbral en la Feria Nacional del Libro en León, Gto., en su edición de 30 años. Gracias a la invitación de Raúl Bravo, del Fondo Guanajuato para las letras pudimos compartir con los asistentes a la FeNaL algunos poemas y textos de narrativa que conforman el libro.
            Ya hemos publicado parte de la poesía de Umbral en este espacio y ahora presentamos algunos de los textos del libro. Vale.



ME VOLVÍ A ENAMORAR DEL DESAYUNO
Jessica Escobedo Méndez

Mis pies ya no tocaban el suelo, mis ojos ya no daban crédito a lo que veían, ninguno de mis sentidos respondía, yo ya no era yo. Pude haberme ido de ahí enseguida, instintivamente y como un niño pequeño viendo una película de terror pude haber cerrado los ojos, quizá debí dar media vuelta inmediatamente y fingir que nada estaba pasando. Sí, quizá. Pero no, en lugar de eso observé detenidamente, como un crítico de arte observa el trabajo de su próxima víctima, como un ciego observa la profundidad de lo infinito, como alguien viendo al amor de su vida por primera vez. Y es que eso eras tú para mí: mi víctima, el amor de mi vida. Pero me equivoqué, porque la victima fui yo, porque mi constante forma de pensar me llevó a la locura, porque sin siquiera imaginar que algún día podría tenerte entre mis brazos, quise intentarlo.
            Traté una y mil veces de llamar tu atención. ¿Pero acaso era yo un estúpido payaso de circo, tratando de complacer a un espectador que solo busca distraerse un rato? No, y me sentí ofendida de una y mil formas, todo lo había hecho yo a causa tuya, ahora eras tú la culpable de que sintiera un odio infinito hacia mí misma en lo más profundo de mis entrañas, por fallarme a costillas de un gusto mundano que no me iba durar ni el suspiro de mi placer. 
            El suelo se quebró bajo mis pies con el sonido de tu voz, con el eco de mi llanto y, al paso del tiempo, el dolor también se fue apagando, se consumió cual vela encendida. Constantemente me preguntaban por ti, si algún día volverías, y siempre respondí “¿Algún día estuvo aquí?” Nunca obtuve respuesta, sin embargo, yo sabía, siempre supe que no ibas a regresar, lo supe cuando me dejaste de querer, cuando alguien más te esperaba  mientras arreglabas las maletas y desordenabas lo que me quedaba de vida, lo supe cuando el ultimo bocadillo que quedaba de ti se terminó. 




LA ADVERTENCIA
Laura Margarita Medina

La misa de aquel domingo tomó un toque distinto. El sermón no era el acostumbrado. El sacerdote tenía a la multitud de feligreses con la mirada atónita y en una gran expectación. Nadie perdía detalle de cada palabra pronunciada aquella noche.
            —El demonio habita entre nosotros, nos vigila y es parte de la vida misma. Puede estar viviendo en uno mismo, penetrar nuestro cuerpo y nuestra alma, ser poseídos  por algún alma perversa que murió en pecado, tal vez en un accidente. Las almas impuras vagan sin descanso eterno, por lo que buscan un cuerpo en donde continuar su demoniaca labor y seguir haciendo daño. ¿No lo creen? Pues yo he hecho varias sesiones de exorcismo. La última fue impactante, una señora vino a verme argumentando raras actitudes de parte de su marido, por lo que le tenía miedo. Pensó que era urgente someterlo a un exorcismo o terminaría por matarla. Así que le sugerí que me lo trajera. Una tarde vino a la iglesia con él, y entramos en una habitación muy privada. Me encargué de hacer las respectivas oraciones que se hacen en estos casos. El hombre no se inquietó en lo más mínimo, pero sí la mujer, de ella empezaron a salir malas palabras y espuma por la boca, sus ojos parecían querer desorbitarse, casi no la pude controlar. Gracias a un sacerdote exorcista, de la ciudad de Morelia, que se encontraba de visita, pudimos someterla. La sorpresa no se esperaba. La mujer cayó al suelo, sus ojos se tornaron blancos y comenzó a convulsionarse. Todos retrocedimos cuando se levantó y se acercó amenazante. No cabía duda, ella era la endemoniada.
            Todo el recinto quedó en silencio, mientras él continuaba advirtiendo a su comunidad de que Satanás vivía entre nosotros y de que los planes del maligno eran poderosos.
            Una anciana, de nombre Eva, que se encontraba en la primera fila, no esperó a que terminara la ceremonia, salió molesta al escuchar el relato.
            Nunca más volvió a misa y las semanas siguientes no se le vio de nuevo, tampoco al sacerdote, que, debido a una extraña enfermedad, falleció de forma repentina.
            —¿Oíste, Paty? –dijo doña Eva a su nieta de quince años. El Padre Damián murió ayer. ¿Me quieres acompañar a su entierro?
            Andrea obedeció de inmediato. Momentos más tarde las dos oraban junto al ataúd, sin imaginar ninguna de ellas que, Doña Eva, seis meses después, sería velada allí y que Andrea se volvería famosa en el pueblo por el asesinato de su abuela.




UNA PALABRA PARA INICIAR UN MITO
Enrique R. Soriano Valencia

El empleado hizo sonar la puerta del despacho de su jefe. Desde dentro, malhumorado, se escuchó la voz del empresario.
            —Pedí no ser molestado. Estoy escribiendo mi colaboración periodística y no logro concentrarme.
            —Lo lamento, señor –respondió de forma tímida el empleado desde fuera–. No lo importunaría si no fuera porque en esto se requiere su intervención.
            —Pasa.
El empleado abrió la puerta y entró al despacho. En las paredes lucían múltiples fotografías del empresario con diferentes músicos o con dueños de musicoeditoras.
—¿Qué pasa, señor Taylor? –cuestionó desde el escritorio el jefe en cuanto su empleado cruzó la puerta.
            —Pues han venido varios clientes que salen con las manos vacías porque no tenemos el sencillo de un grupo.
            El empresario puso cara de desesperación y no pudo contener el tono brusco.
            —¿Y por eso me molesta? ¡Revise el catálogo de grupos y de las editoras. ¡Pida 25 ejemplares del sencillo y se acaba el problema! Eso lo ha hecho usted varias veces como para que no sepa ahora cómo proceder.
            —Perdón, señor. Lo sé. Pero el grupo no aparece en ninguno de los catálogos. Al parecer son unos desconocidos para las comercializadoras.
            —¿De dónde es ese grupo?
            El empleado bajó la cara y respondió sin muchas ganas.
            —Inglés.
            —No es posible eso. Tenemos todos los grupos ingleses, incluso los menos populares. Seguro no están en catálogo por malos –dijo con desprecio.
            —Hace muy poco grabaron un disco en Alemana al acompañar a un solista… también inglés.
            Al empresario se le retorció la cara. No lo exclamó, pero se notaba el desprecio por los antinacionalistas. Ya no insistió.
            —¿Ya buscó en todas las productoras?
            El empleado asintió.
            —Pero, dígame –continuó el jefe– ¿cómo la gente pide un sencillo y los conocen si fue grabado en otro país?
            —Tocan en un pub unos números más abajo y somos la tienda de discos más cercana.
            —¿Dónde está ese bar?
            —En el número 10 de Mathew Street.
            —Gracias, señor Taylor. Mañana iremos a buscar a esos antipatriotas, no merece la pena tomarse prisa alguna. Lo hago por mi clientela, no por engordar la cartera de esos desarraigados. Ahora, déjeme para terminar mi colaboración para el Marsey Beat.

El 9 de noviembre de 1961, se presentaron en el bar.
            El sitio tenía una gran fila para acceder. El empresario, tras un pequeño diálogo con el responsable de la puerta, logró el acceso de ambos. Descendieron por las escaleras para internarse en la casi total oscuridad del lugar. Tenues luces neón de colores apenas iluminaban el sitio. “Muy psicodélico”, pensó el señor Taylor. Solo el escenario, un socavón al fondo, contaba con suficiente iluminación.
            Se ubicaron en la barra. El empresario pidió un wiski y el empleado una bebida gaseosa para esperar la presentación del grupo. No tardó mucho en aparecer el presentador. Al anunciar el nombre de la banda, el empresario hizo una mueca de desapruebo total. “Silver”, repitió en su cabeza. “¿De dónde sacarán tanta cursilería’”.
Cuatro jóvenes, uno de ellos apenas rozando la mayoría de edad, bajaron por las mismas escaleras de acceso. La audiencia los ovacionó como a grandes estrellas.
            El empresario se sentía tan molesto que casi abandona el lugar. Lo detuvo reconocer como habituales de su tienda de discos a los mismos músicos. Solían ir ahí a echar vistazos a su mercancía, seguro antes de sus presentaciones, concluyó.
            —Taylor, ¿los que preguntaron por las grabaciones son los mismos del escenario?
            —No, señor. Pero reconozco a muchas de las chicas que lo hicieron en días pasados.
El atuendo para el escenario también le pareció inapropiado, mezclilla, chamarra de cuero, tenis y el clásico peinado mop-top alemán. El empresario concluyó que esas cabelleras no conocían el cepillo o el peine. Esperaría al final de la presentación para comprarles algunos discos y cumplir con su clientela.
Los cuatro muchachos iniciaron su presentación con algunos chistes. El líder de ellos se caracterizaba por su simpatía natural y un buen dominio del escenario. Eso agradó al empresario. No tardó en pedir una mesa frente de ellos, ante el asombro de su acompañante.
 Escuchó con gran atención y placer versiones de los éxitos de Chuck Berry y Little Richard. El humor del empresario tuvo un giro inesperado.
Al término de la sesión, el asombro de Taylor fue mayúsculo por la actitud desbordada en aplausos de su jefe, particularmente dirigidos hacia el líder.
—Compremos una buena dotación de discos –dijo el jefe al acompañante.
Se dirigieron a bastidores. En el pasillo se encontraron a tres de los músicos fumando y bromeando.
—Me gustó cómo tocaron esta noche.
Dos de ellos se miraron entre sí y los tres soltaron la carcajada.
—Y eso que tenía medio congelados los dedos de mano izquierda –respondió el líder y sus dos amigos festejaron la broma.
—¿Quién es su representante para comprar sus discos?
Otra risotada.
—Allan es un desobligado –respondió otro de los muchachos–. Desde que regresamos de Hamburgo no lo hemos visto. Fue lo único que nos consiguió, un contrato en un prostíbulo de mala muerte.
—Ni tan malo, una grabación allá es algo –insistió el empresario.
—Eso lo hicimos por nuestro teacher. Cuando se lo propusieron los germanos, nos pidió que lo acompañáramos. Quiso que fuera un grupo inglés por acompañamiento… además, somos sus pupilos... ¡los únicos! –una vez más la risa de los otros fue con gran ánimo–. Allan ni siquiera estará enterado. 
—Necesitan alguien más profesional… –Dudó por unos minutos el empresario, pero ante el asombro del señor Taylor agregó–: Yo podría representarlos y lograr que  algunas disqueras se fijen en ustedes... ¡claro!, si están dispuestos a vestir con decencia, quitan ese ridículo nombre de Silver de su nombre y… y… se comportan formales.
Se miraron los tres, se encogieron de hombros. La risa estuvo a punto de hacer desistir al empresario judío y dejar a Taylor para que esperara por los discos.
El líder atrapó el brazo de Brian Epstein, el empresario de la tienda de discos, para estrecharla.
            —¡Hecho!






*Textos publicados en El Sol del Bajío, Celaya, Gto.


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