UMBRAL 2
-Narrativa presentada en la 30 FeNaL de León-
EL
domingo 28 de abril tuvimos la oportunidad de presentar el libro Umbral en la
Feria Nacional del Libro en León, Gto., en su edición de 30 años. Gracias a la
invitación de Raúl Bravo, del Fondo Guanajuato para las letras pudimos
compartir con los asistentes a la FeNaL algunos poemas y textos de narrativa
que conforman el libro.
Ya hemos publicado parte de la
poesía de Umbral en este espacio y ahora presentamos algunos de los textos del
libro. Vale.
ME
VOLVÍ A ENAMORAR DEL DESAYUNO
Jessica
Escobedo Méndez
Mis
pies ya no tocaban el suelo, mis ojos ya no daban crédito a lo que veían,
ninguno de mis sentidos respondía, yo ya no era yo. Pude haberme ido de ahí
enseguida, instintivamente y como un niño pequeño viendo una película de terror
pude haber cerrado los ojos, quizá debí dar media vuelta inmediatamente y
fingir que nada estaba pasando. Sí, quizá. Pero no, en lugar de eso observé
detenidamente, como un crítico de arte observa el trabajo de su próxima
víctima, como un ciego observa la profundidad de lo infinito, como alguien
viendo al amor de su vida por primera vez. Y es que eso eras tú para mí: mi
víctima, el amor de mi vida. Pero me equivoqué, porque la victima fui yo,
porque mi constante forma de pensar me llevó a la locura, porque sin siquiera
imaginar que algún día podría tenerte entre mis brazos, quise intentarlo.
Traté una y mil veces de llamar tu
atención. ¿Pero acaso era yo un estúpido payaso de circo, tratando de complacer
a un espectador que solo busca distraerse un rato? No, y me sentí ofendida de
una y mil formas, todo lo había hecho yo a causa tuya, ahora eras tú la
culpable de que sintiera un odio infinito hacia mí misma en lo más profundo de
mis entrañas, por fallarme a costillas de un gusto mundano que no me iba durar
ni el suspiro de mi placer.
El suelo se quebró bajo mis pies con
el sonido de tu voz, con el eco de mi llanto y, al paso del tiempo, el dolor
también se fue apagando, se consumió cual vela encendida. Constantemente me
preguntaban por ti, si algún día volverías, y siempre respondí “¿Algún día
estuvo aquí?” Nunca obtuve respuesta, sin embargo, yo sabía, siempre supe que
no ibas a regresar, lo supe cuando me dejaste de querer, cuando alguien más te
esperaba mientras arreglabas las maletas
y desordenabas lo que me quedaba de vida, lo supe cuando el ultimo bocadillo
que quedaba de ti se terminó.
LA
ADVERTENCIA
Laura
Margarita Medina
La
misa de aquel domingo tomó un toque distinto. El sermón no era el acostumbrado.
El sacerdote tenía a la multitud de feligreses con la mirada atónita y en una
gran expectación. Nadie perdía detalle de cada palabra pronunciada aquella
noche.
—El demonio habita entre nosotros,
nos vigila y es parte de la vida misma. Puede estar viviendo en uno mismo,
penetrar nuestro cuerpo y nuestra alma, ser poseídos por algún alma perversa que murió en pecado,
tal vez en un accidente. Las almas impuras vagan sin descanso eterno, por lo
que buscan un cuerpo en donde continuar su demoniaca labor y seguir haciendo
daño. ¿No lo creen? Pues yo he hecho varias sesiones de exorcismo. La última
fue impactante, una señora vino a verme argumentando raras actitudes de parte
de su marido, por lo que le tenía miedo. Pensó que era urgente someterlo a un
exorcismo o terminaría por matarla. Así que le sugerí que me lo trajera. Una
tarde vino a la iglesia con él, y entramos en una habitación muy privada. Me
encargué de hacer las respectivas oraciones que se hacen en estos casos. El
hombre no se inquietó en lo más mínimo, pero sí la mujer, de ella empezaron a
salir malas palabras y espuma por la boca, sus ojos parecían querer
desorbitarse, casi no la pude controlar. Gracias a un sacerdote exorcista, de
la ciudad de Morelia, que se encontraba de visita, pudimos someterla. La
sorpresa no se esperaba. La mujer cayó al suelo, sus ojos se tornaron blancos y
comenzó a convulsionarse. Todos retrocedimos cuando se levantó y se acercó
amenazante. No cabía duda, ella era la endemoniada.
Todo el recinto quedó en silencio,
mientras él continuaba advirtiendo a su comunidad de que Satanás vivía entre
nosotros y de que los planes del maligno eran poderosos.
Una anciana, de nombre Eva, que se
encontraba en la primera fila, no esperó a que terminara la ceremonia, salió
molesta al escuchar el relato.
Nunca más volvió a misa y las
semanas siguientes no se le vio de nuevo, tampoco al sacerdote, que, debido a
una extraña enfermedad, falleció de forma repentina.
—¿Oíste, Paty? –dijo doña Eva a su
nieta de quince años. El Padre Damián murió ayer. ¿Me quieres acompañar a su
entierro?
Andrea obedeció de inmediato.
Momentos más tarde las dos oraban junto al ataúd, sin imaginar ninguna de ellas
que, Doña Eva, seis meses después, sería velada allí y que Andrea se volvería
famosa en el pueblo por el asesinato de su abuela.
UNA
PALABRA PARA INICIAR UN MITO
Enrique
R. Soriano Valencia
El
empleado hizo sonar la puerta del despacho de su jefe. Desde dentro, malhumorado,
se escuchó la voz del empresario.
—Pedí no ser molestado. Estoy
escribiendo mi colaboración periodística y no logro concentrarme.
—Lo lamento, señor –respondió de
forma tímida el empleado desde fuera–. No lo importunaría si no fuera porque en
esto se requiere su intervención.
—Pasa.
El
empleado abrió la puerta y entró al despacho. En las paredes lucían múltiples
fotografías del empresario con diferentes músicos o con dueños de
musicoeditoras.
—¿Qué
pasa, señor Taylor? –cuestionó desde el escritorio el jefe en cuanto su
empleado cruzó la puerta.
—Pues han venido varios clientes que
salen con las manos vacías porque no tenemos el sencillo de un grupo.
El empresario puso cara de
desesperación y no pudo contener el tono brusco.
—¿Y por eso me molesta? ¡Revise el
catálogo de grupos y de las editoras. ¡Pida 25 ejemplares del sencillo y se
acaba el problema! Eso lo ha hecho usted varias veces como para que no sepa
ahora cómo proceder.
—Perdón, señor. Lo sé. Pero el grupo
no aparece en ninguno de los catálogos. Al parecer son unos desconocidos para
las comercializadoras.
—¿De dónde es ese grupo?
El empleado bajó la cara y respondió
sin muchas ganas.
—Inglés.
—No es posible eso. Tenemos todos
los grupos ingleses, incluso los menos populares. Seguro no están en catálogo
por malos –dijo con desprecio.
—Hace muy poco grabaron un disco en
Alemana al acompañar a un solista… también inglés.
Al empresario se le retorció la
cara. No lo exclamó, pero se notaba el desprecio por los antinacionalistas. Ya
no insistió.
—¿Ya buscó en todas las productoras?
El empleado asintió.
—Pero, dígame –continuó el jefe–
¿cómo la gente pide un sencillo y los conocen si fue grabado en otro país?
—Tocan en un pub unos números más
abajo y somos la tienda de discos más cercana.
—¿Dónde está ese bar?
—En el número 10 de Mathew Street.
—Gracias, señor Taylor. Mañana
iremos a buscar a esos antipatriotas, no merece la pena tomarse prisa alguna.
Lo hago por mi clientela, no por engordar la cartera de esos desarraigados.
Ahora, déjeme para terminar mi colaboración para el Marsey Beat.
El 9
de noviembre de 1961, se presentaron en el bar.
El sitio tenía una gran fila para
acceder. El empresario, tras un pequeño diálogo con el responsable de la
puerta, logró el acceso de ambos. Descendieron por las escaleras para
internarse en la casi total oscuridad del lugar. Tenues luces neón de colores
apenas iluminaban el sitio. “Muy psicodélico”, pensó el señor Taylor. Solo el
escenario, un socavón al fondo, contaba con suficiente iluminación.
Se ubicaron en la barra. El
empresario pidió un wiski y el empleado una bebida gaseosa para esperar la
presentación del grupo. No tardó mucho en aparecer el presentador. Al anunciar
el nombre de la banda, el empresario hizo una mueca de desapruebo total.
“Silver”, repitió en su cabeza. “¿De dónde sacarán tanta cursilería’”.
Cuatro
jóvenes, uno de ellos apenas rozando la mayoría de edad, bajaron por las mismas
escaleras de acceso. La audiencia los ovacionó como a grandes estrellas.
El empresario se sentía tan molesto
que casi abandona el lugar. Lo detuvo reconocer como habituales de su tienda de
discos a los mismos músicos. Solían ir ahí a echar vistazos a su mercancía,
seguro antes de sus presentaciones, concluyó.
—Taylor, ¿los que preguntaron por
las grabaciones son los mismos del escenario?
—No, señor. Pero reconozco a muchas
de las chicas que lo hicieron en días pasados.
El
atuendo para el escenario también le pareció inapropiado, mezclilla, chamarra
de cuero, tenis y el clásico peinado mop-top alemán. El empresario concluyó que
esas cabelleras no conocían el cepillo o el peine. Esperaría al final de la
presentación para comprarles algunos discos y cumplir con su clientela.
Los
cuatro muchachos iniciaron su presentación con algunos chistes. El líder de
ellos se caracterizaba por su simpatía natural y un buen dominio del escenario.
Eso agradó al empresario. No tardó en pedir una mesa frente de ellos, ante el
asombro de su acompañante.
Escuchó con gran atención y placer versiones
de los éxitos de Chuck Berry y Little Richard. El humor del empresario tuvo un
giro inesperado.
Al
término de la sesión, el asombro de Taylor fue mayúsculo por la actitud
desbordada en aplausos de su jefe, particularmente dirigidos hacia el líder.
—Compremos
una buena dotación de discos –dijo el jefe al acompañante.
Se
dirigieron a bastidores. En el pasillo se encontraron a tres de los músicos
fumando y bromeando.
—Me
gustó cómo tocaron esta noche.
Dos
de ellos se miraron entre sí y los tres soltaron la carcajada.
—Y
eso que tenía medio congelados los dedos de mano izquierda –respondió el líder
y sus dos amigos festejaron la broma.
—¿Quién
es su representante para comprar sus discos?
Otra
risotada.
—Allan
es un desobligado –respondió otro de los muchachos–. Desde que regresamos de
Hamburgo no lo hemos visto. Fue lo único que nos consiguió, un contrato en un
prostíbulo de mala muerte.
—Ni
tan malo, una grabación allá es algo –insistió el empresario.
—Eso
lo hicimos por nuestro teacher. Cuando se lo propusieron los germanos, nos
pidió que lo acompañáramos. Quiso que fuera un grupo inglés por acompañamiento…
además, somos sus pupilos... ¡los únicos! –una vez más la risa de los otros fue
con gran ánimo–. Allan ni siquiera estará enterado.
—Necesitan
alguien más profesional… –Dudó por unos minutos el empresario, pero ante el
asombro del señor Taylor agregó–: Yo podría representarlos y lograr que algunas disqueras se fijen en ustedes...
¡claro!, si están dispuestos a vestir con decencia, quitan ese ridículo nombre
de Silver de su nombre y… y… se comportan formales.
Se
miraron los tres, se encogieron de hombros. La risa estuvo a punto de hacer
desistir al empresario judío y dejar a Taylor para que esperara por los discos.
El
líder atrapó el brazo de Brian Epstein, el empresario de la tienda de discos,
para estrecharla.
—¡Hecho!
*Textos publicados en El Sol del Bajío, Celaya, Gto.
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