SOMOS COMO SOMOS
“Andamos
como andamos porque somos como somos”
-El Filósofo de Güemez
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EL
ROBO DE LA ESTRELLA DE BELÉN
Manuel
González
En
vísperas de Navidad, terminaba el Papa su desayuno en el comedor de su
residencia, la Casa Santa Marta, cuando llegó de manera precipitada el director
del Cuerpo de Gendarmería del Vaticano claramente perturbado y dijo:
—Buenos días su Santidad. Disculpe
que lo interrumpa mientras disfruta de sus alimentos, ¡pasó algo terrible!
—¿Perdió el San Lorenzo de Almagro?
—No, su Santidad. Recuerde que las
ligas de futbol están suspendidas por las fiestas de fin de año.
—Es verdad -recordó el Papa- entonces
podrá esperar a que termine de degustar este delicioso dulce de leche, ¿quiere
un poco?
—Con gusto su Santidad, páseme un
pan por favor -y se sentó a la mesa.
Al
terminar de comer, recogieron sus platos y se fueron a la cocina, mientras uno
los lavaba y el otro los secaba, retomaron el tema que había llevado al
director a visitar de manera vertiginosa al Papa.
—Ahora sí, dígame ¿qué fue lo que
sucedió?
—Robaron la Estrella de Belén -contestó
el director sin ninguna pesadumbre mientras tallaba los platos. Haciendo una
pausa en su tarea dijo el Papa con incredulidad.
—No te hagas el canchero y deja vos
de fantasmear.
—¿Cómo dijo, su Santidad? –preguntó
desconcertado el director.
—¡Que sería algo muy grave que hayan
robado la Estrella de Belén, sabes que cada Navidad tengo que soltarla para que
la sigan los Reyes Magos y lleven los regalos a los niños del mundo!, -reprochó
al director- no es verdad ¿o sí?
Cuando vio que el director no le
contestó y solo se limitó a inclinar la cabeza, dio la orden de convocar al C9
de manera urgente. Una vez reunido con el C9 comenzaron a revisar cuales serían
las acciones por tomar.
—¿Ya solicitaron ayuda a la policía
internacional?, –preguntó el Papa.
—La CIA tiene a todos sus agentes
declarando en el juicio del Chapo Guzmán, la KGB se encuentra destruyendo
propaganda de la elección en los Estados Unidos y la Interpol está buscando a
la esposa del exgobernador de Veracruz –contestó el secretario de estado
mientras enseñaba una foto de la susodicha-.
—¿No es esa señora amable que nos
dijo cómo llegar al palacio de Buckingham? -comentaron entre sí los cardenales
de España y Holanda- la que sacaba la basura de su casa, el día que nos perdimos
en el barrio de Belgrave.
—Es una lástima -suspiró el cardenal
del Reino Unido- que no exista un Sherlock Holmes o un Hércules Poirot que nos
ayude con este misterio.
—Pero existen los escritores de este
tipo de historias, ¿por qué no los llamamos y les pedimos consejo? –sugirió el
cardenal de Finlandia. Inmediatamente,
el Papa ordenó:
—Llamen a Dan Brown, él ha investigado
mucho acerca de la iglesia -y después de un momento de reflexión dijo- y también
llamen a Pérez Reverte.
—¿A él para qué?, –preguntó el
coordinador del consejo.
—Él convivió un tiempo con la mafia
mexicana, eso puede ser útil.
Transcurridas unas horas el Papa se
volvió a reunir con el C9 para conocer los avances.
—¿Qué pasó con los escritores?, –preguntó
ansioso el Papa, a lo que el Secretario de estado contestó:
—El Señor Brown, al momento de bajar
del taxi que lo trajo del aeropuerto, se encontró con unas prostitutas a la
entrada del Vaticano. Se enteró que una de ellas se llamaba Magdalena y desde
entonces no ha dejado de acosarla para que le diga cuál es su árbol
genealógico.
El Papa lamentó el hecho y preguntó:
—¿Y, Pérez Reverte?
—Venía caminando hacia acá, cuando
halló un perrito que deambulaba sin correa por la plaza de San Pedro, lo estuvo
persiguiendo hasta que lo atrapó y ahora le está buscando un hogar para que lo
adopten.
En tono desesperado el Papa
preguntó:
—¿Qué nos aconsejan los presidentes
de nuestros países amigos? Respondió
el coordinador del consejo:
—El presidente de los Estados Unidos
culpa a los inmigrantes del robo, decreta que no les entreguen regalos a sus
niños y ordena la construcción de un muro alrededor del Vaticano. El presidente
de México realizó una consulta con el pueblo y nos mandó el siguiente
comunicado: “Con todo respeto: eliminen a la Guardia Suiza y a el Cuerpo de
Gendarmería para que se forme una Guardia Nacional y me canso ganso que
encuentran la Estrella.” Por otro lado el presidente de Francia nos advierte
que destruyamos y cerremos las importaciones de cualquier vestimenta de color amarillo,
para evitar protestas.
—¡Mecachis!, –exclamó el Papa. En
ese momento entró a la reunión el director de la oficina de prensa del Vaticano
para informar a los presentes:
—¡Señores, por alguna razón se
filtró la noticia y ya es Trending Topic mundial!, hay que salir a dar una explicación…
Todos los presentes voltearon a ver
al Papa, esté se encontraba abatido en el respaldo de su silla, les devolvió la
mirada a cada uno de ellos y sin decir palabra se puso de pie y caminó hacia el
balcón que daba a la plaza de San Pedro. Una vez ahí, a pesar que la multitud
lo coreaba enardecidamente, se sentía un ambiente de incertidumbre entre los
feligreses. Les pidió que se tranquilizaran moviendo sus brazos de arriba abajo
y solo se limitó a decir:
—¡Nos robaron la Estrella de Belén!
Se hizo un gran silencio, solo se
escuchaba en la plaza de San Pedro el silbido que hacía Pérez Reverte para
llamar al perrito que se le había escapado de los brazos. De repente, al fondo
de la plaza se escuchó la voz de un jovencito, tenía un brazo levantado mientras
que debajo del otro guardaba un libro.
—Yo sé dónde está la Estrella de
Belén.
Se escuchó la exclamación de todos
los ahí reunidos y voltearon a verlo. El mundo entero se detuvo por un
instante; todas las televisoras, el Internet, los canales de YouTube, la prensa
internacional y hasta la estación espacial internacional se detuvo encima del
jovencito para escuchar lo que iba a decir sobre el paradero de la Estrella,
menos Pérez Reverte, que se encontraba debajo de una banca tratando de alcanzar
al perrito extraviado, que alegremente movía su cola.
—La Estrella de Belén se encuentra
dentro de un escritorio, en el cajón del lado izquierdo detrás de una tesis de
Miguel de la Madrid que tiene unos párrafos subrayados en amarillo. Sobre el
escritorio hay un frasco de gel para el pelo y tres libros: La silla del águila
de Enrique Krauze; no, perdón, de Carlos Fuentes; una Biblia entreabierta y
otro que habla como de unos caudillos cuyo título no recuerdo… El escritorio
está dentro de una casa blanca ubicada en las Lomas de Chapultepec, en el
número 150 de la calle Sierra Gorda, en la Ciudad de México, -dijo sin titubear
el jovencito-.
Al terminar de decir esto, se montó
de forma inmediata un operativo en México y, efectivamente, tal y como lo había
descrito el jovencito encontraron la Estrella de Belén.
Al momento del operativo el
propietario de la casa destruía desconsolado unos documentos donde se pudieron
leer los siguientes títulos: “¡Al fin pensionado!”; “Cómo disfrutar su
dinero…”; “La nueva Reforma Educativa” y “Se rentan o venden locales
comerciales dentro del Nuevo Aeropuerto Internacional de México”.
Días después, la esposa del
propietario de la casa fue obligada por su esposo a declarar a los medios de
comunicación que la Estrella de Belén la había obtenido como fruto de su
trabajo. Con esto pensaba su marido que su condena podría ser de unos 10 años;
bueno, menos, como de 50.
El Papa, tal y como era la
tradición, soltó durante la Navidad la Estrella de Belén para que fuera seguida
por los Reyes Magos y todos los niños del mundo pudieran recibir sus regalos.
Por último, ya más tranquilo el
Papa, se reunió junto con todos los cardenales del mundo para honrar al
jovencito que había salvado a la humanidad de la peor hecatombe registrada en
su historia y le preguntó:
—Bueno, hijo ¿cómo supiste donde se
encontraba la Estrella de Belén?
El jovencito después de pensarlo
mucho preguntó con curiosidad:
—¿Si no digo la verdad, es pecado?
—Así es, muchacho.
El jovencito se acercó al sumo
pontífice y después de cerciorarse que nadie lo podría escuchar, le dijo lo
siguiente:
—Santo padre, era mucha mi angustia
y no pude resistir más.
Y sacando el libro que guardaba bajo
el brazo, empezó a hojearlo y señalándole con el dedo un párrafo en particular,
dijo:
—Leí el final de éste cuento.
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LA
GÜILA MAYOR
Carlos
Javier Aguirre V.
El
21 de abril de 1978 la madame, Felipa
Rojas, mujer de la vida galante a quien todos en Celaya conocían por las
fiestas que organizaba, además del intercambio de mujeres que tenía con los
países latinos, y recibía grandes cantidades de dinero por regentear a las mujeres más atractivas de
esa época, murió en su casa después de una larga enfermedad. El cadáver quedó en
la cama y los primeros en llegar fueron dos sobrinos políticos. Se sentaron uno
frente al otro. Con la luz de las velas resaltaba la palidez cadavérica de la
difunta. Afuera, el viento soplaba fuerte, como un quejido, y se escuchaban los
cantos y lamentos fúnebres. Una corriente de aire entraba por la puerta y
revoloteaba por el techo del cuarto
donde estaba la difunta.
Rómulo, uno de los sobrinos, pensaba
en no retirarse del lugar hasta que no le quitara a la tía la llaves del ropero
-que traía amarradas al cuello- y poder esculcar a sus anchas para sacar todas
las cosas de valor que seguramente estarían escondidas.
Remo, el otro sobrino, estaba al
pendiente de su pariente, a quien tenía enfrente, esperando a que el sueño lo
venciera. Dentro de la bolsa del pantalón traía unas ganzúas para poder abrir
el ropero, antes que otro pariente se atreviera a esculcar y apoderarse de las
cosas de valor, como eran las monedas de oro que, en alguna ocasión, la tía había
comentado que tenia guardadas para su vejez.
De pronto, unos ruidos raros se
escucharon.
—No te asustes, pariente, son los
estertores de la muerte.
Del cuerpo se desprendió una especie
de nube blanca y arrojó un objeto blanco que cayó a los pies de Remo.
Rápidamente, éste lo cubrió con su
pañuelo y lo metió a su bolsa. Después de que pasó el susto sacó el pañuelo y
observó que era la dentadura de la difunta. Le quito los seis dientes de oro
macizo.
Se escuchó una voz desde algún lugar
en la distancia...
—Regrésame mis dientes...
Sintió un escalofrió, un dolor
oprimió su corazón. Salió corriendo de la casa y no reconocía el lugar y
tampoco a las personas que al paso le saludaban. Se sentía como si viniera de un plano diferente. Llegó a su
casa. Por la mañana su esposa lo despertó. No recordaba nada de la noche
anterior.
—Ya levántate, porque tenemos que ir al funeral de tu tía Felipa
-se sentía fuera de sí- tienes dos días durmiendo, por eso no te das cuenta de
lo que pasa en este mundo.
Se puso el pantalón, y al meter la
mano a la bolsa encontró los seis dientes de oro macizo...
*Textos publicados en El Sol del Bajío, Celaya, Gto.
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