domingo, 24 de marzo de 2019

PUERTAS A MIL POSIBILIDADES


PUERTAS A MIL POSIBILIDADES
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ROSA INMORTAL
Por: Javier Alejandro Mendoza González

Se conocieron en una tarde fría de noviembre, en una desairada feria del libro.  Rosa buscaba algunos ejemplares para consultar; Óscar anhelaba leer su nombre en una de las portadas de los libros que ahí se vendían.  Un descuido provocó que un choque entre ellos los descubriera sobre el mundo.  Los tomos que Rosa llevaba en las manos cayeron al piso.  Ambos se agacharon para levantarlos.  Al encontrarse así, a nada de distancia, surgió una pequeña sonrisa, que lo mismo ofreció disculpas, que le abrió las puertas a mil posibilidades.
            Luego de una breve presentación retomaron la postura.  Con el deseo de mantener la charla, él comentó:
            —Veo que te gustan los libros de medicina.  ¿Eres doctora?
            —No, pero me interesa un tema.  Y tú, ¿buscas algún título en especial?
            —No.  Me gusta venir a estos lugares para soñar con los ojos abiertos, que algún día mis obras estarán sobre las mesas de venta.  Soy escritor.
            Caminaron por los pasillos del lugar entre novelas, ejemplares de superación y enciclopedias; disfrutaron de la compañía y de ese exquisito olor que emana de entre las hojas amarillentas de los sabios libros viejos. 
            Sus pasos se prolongaron para aprovechar al máximo de la escasa oportunidad de dar sobre la Tierra con la persona correcta, hasta llevarlos a recorrer una avenida poco transitada.  El viento arrancaba las hojas muertas de los árboles y las hacia bailar sin sentido.  Con la misma intención jalaba por mechones el pelo de Rosa, una chica tan trasparente y delgada, que daba la impresión de que en cualquier momento toda ella volaría, tal y como las hojas sin vida.  Fue el pretexto perfecto para que la joven se anclara al brazo de Óscar, un acto de confianza que no lo molestó.  Ellos no lo supieron, pero desde ese momento quedaron unidos para siempre.  Y así, en contra del viento, dieron los primeros pasos de su historia.


            Al igual que todas las parejas, Óscar y Rosa compartían risas, besos y las caricias que los hacían necesitarse cada día más.  Pero, a diferencia de muchas otras, también aprendieron a compartir su silencio y soledad.
            En un viejo estudio, amurallado por libreros saturados de sabiduría, él escribía la más bella historia de amor, inspirada y protagonizada por su querida musa.  Ella leía en silencio todo el universo de fantasía que nacía del corazón de su autor predilecto.  Con los ojos abiertos recreaba los relatos que se formaban entre letras y espacios.  Le era imposible no suspirar cuando contemplaba el maravilloso mundo que Óscar le presentaba, ese que estaba más allá de las ventanas y de la razón; el que poco a poco, a ella se le escapaba.
            Óscar le daba una pausa a su obra; las aventuras y leyendas tomaban un respiro cuando veía a Rosa estática, parada junto a los cristales del ventanal.  Ahí no había viento.  Tampoco estaba la cabellera que, tiempo atrás, las ráfagas hicieron volar.  Lo que había, eran algunas lágrimas que se negaban a salir.
Sin decir palabra se acercaba tanto a ella, como el día en que la conoció.  Un abrazo era el mejor consuelo, aunque no el remedio.  Cada vez la sentía más frágil y delgada.  Ya sobraba especio entre sus brazos.  Todo indicaba que el cáncer le estaba ganando la batalla.
            Rosa se fundía a él para robarle un poco de fuerzas, con las cuales seguir viviendo.  Después de pasar saliva obligaba a su voz para que saliera y dijera lo que ellos sabían:
            —¡No quiero morir!
            Ella sabía que en reacción escucharía una mentira, su único consuelo.  Ante un fin que parecía inminente, a él se le agotaban las frases hermosas, las metáforas de poeta.  Frente a la tragedia, momentáneamente queda convertido en un simple ser humano.  Pero antes de que el abrazo terminara, recurría al poder de su oficio y lograba confortar:
            —¿No sabes que soy escritor?  Nosotros tenemos magia.  La magia está en los libros.  Creamos personajes, historias y universos que antes no existían.  Quien se enamora de un escritor, no muere.  Te aseguro, mi amada Rosa, que serás inmortal.
            En efecto, Óscar, como cualquier escritor, tenía magia en su mente, en sus manos, en su voz, por medio de ella lograba trasformar la realidad; con ella hacía que su compañera siguiera de pie.
            El abrazo los unía más.  Coincidían en el deseo, de que las manecillas del reloj se detuvieran para perpetuar el instante.  Pero el tiempo no se detiene, ni ante el amor, ni ante súplicas o tragedias.

            Luego de algunos meses, una tarde poco soleada, Óscar entró a una librería.  Caminó por los pasillos.  Su búsqueda tenía un objetivo muy particular.  Se detuvo en el lugar preciso.  Debido a una gran inhalación su postura se irguió, los ojos se le iluminaron y levemente sonrió.  Frente a él estaban a la venta los tomos de su novela Rosa Inmortal.  Algunas personas lo reconocieron y le pidieron que les firmara el ejemplar que habían adquirido. 
            Con el libro en mano salió de ahí sin poder borrar su gesto.  Aunque saboreó cada uno de los halagos no se detuvo más.  Tenía que cumplir un compromiso inquebrantable.   
Su sonrisa se esfumó cuando, como cada tarde, llegó al lugar de costumbre.  Ocupó el sitio de siempre.  Abrió la novela en la página que le indicó el separador.  Con una media voz puso fin al apacible silencio que gobernaba a su alrededor.  A la joven que inspiró su historia, con el más puro cariño le leyó algunos párrafos, en los que ella era la victoriosa protagonista.  Antes de cerrar el libro le recordó:
            —Te dije que serías inmortal.
            Luego de un suspiro, con la promesa de volver se retiró de la tumba de su amada.



Piñata, de Diego Rivera


LOS NIÑOS Y LOS BORRACHOS…
Por: José Arturo Grimaldo Méndez

La mente infantil de Nicolás no daba crédito a lo que acababa de escuchar de labios de Fernando, su mejor amigo en la primaria, donde estudiaban el último grado.
            “¿Una fiesta para por su día?¿juegos, piñata, comida? ¿todo eso en el mes de abril? ¿por qué era tanta alegría?¿qué tipo de fiesta será a la que me está invitando”?
            Esa y otras preguntas se mecían en su cabeza, pero ninguna encontraba respuesta.
            “Ya sé, cuando regrese de la escuela, le preguntaré a mi mamá”.
            Nico caminaba unas cinco cuadras para llegar a la colonia donde vivía, en un tiempo aproximado de media hora, mientras que a Fer, solo le bastaban diez minutos en auto. Alguna vez le preguntó si podían llevarlo a su casa, pero Nicolás nunca aceptó. Le gustaba obedecer a su mamá respecto de las indicaciones de no subirse a los carros, ya fuera de personas conocidas o desconocidas.
            Todo el camino pensó y pensó en la dichosa fiesta, y una vez en casa, decidió preguntar:
            ─Mamá, ¿tú sabes qué se festeja en el mes de abril?
            ─¿Pos en ese mes era el cumpleaños de tu papá cuando vivía con nosotros, pero ¿a qué viene esa pregunta m´hijo?
            ─Es que mi amigo Fernando me dijo que en este mes habrá una fiesta en su casa y me invitó.
            ─Esas son cosas de ricos y nosotros no tenemos por qué fijarnos en eso -contestó su mamá-.
            ─¿Pero a poco por ser pobres no tenemos derecho a divertirnos aunque sea de vez en cuando? mi amigo dice que podemos ir todos los del salón.
            ─Ya, ya,  no empieces a decir cosas que yo ni te entiendo y deja de hacer preguntas tontas. Mejor ven a ayudarme a tender tu ropa y la de tus hermanas.
            Con aquellas respuestas y con la actitud de su mamá, las dudas se incrementaron en la tierna inocencia del niño. Sin embargo, nuevamente obedeció.    Ahora que estaba a punto de cumplir años,  -en mayo- se agolparon en su mente muchas preguntas en relación al tema: fiesta en el mes de abril de cada año, piñatas, dulces y regalos, día del niño… en fin, todo lo que había oído de boca de su amigo. Él sólo comprendía que su mamá tenía que trabajar diario para darles de comer, para enviarlos a la escuela y para medio vestir. Tampoco entendía por qué su papá ya no estaba con ellos a raíz de la última discusión con su madre. Tal vez de momento le era muy difícil relacionar que a partir del nacimiento de sus dos hermanas, su papá se fue. Unos golpes en la puerta de su casa lo sacaron de sus cavilaciones.
            ─Pásele, comadre. Ya casi termino pa´ luego comer.
            ─¡Ay!  comadre, pos si yo nomás pasé a traerle esta verdurita, pa´ que tenga qué echarle al pollito que me dijo compró ayer.
            Unos minutos de plática y la comadre ya no aguantó más la curiosidad.
            ─Pero ahora sí, antes de que me vaya, cuénteme, ¿por qué la dejó su marido? la última vez que me comenzó a platicar me dejó como en las telenovelas… en puro suspenso.
            ─Yo creo que fue por cobarde y miedoso el cabrón. Acuérdese que a los tres años de nacidos Nico y Carlitos, -el que no se me logró-  llegaron las gemelas y usté sabe que cada vez que se emborrachaba me la sentenciaba diciendo que un día me iba a dejar con toda la bola de chamacos que tenía; que parecía pinche coneja; que si no me sabía cuidar y no sé que tantas pendejadas me gritaba y pos como ahora el doctor dijo que de nuevo serían otros dos, pos ya no resistió la noticia.  Siempre alegaba que ganaba una miseria y que yo en cada viaje encargaba de a dos y que pos con eso la mera verdá él no podía. Así que un buen día ya no amaneció en la casa. Agarró sus pinches trapitos y se largó el muy hijo de la chingada. Pero de eso ya ni acordarse comadre, no vale la pena. Además, era rete vicioso y ya me estaba cansando de que siempre me tuviera con la panza llena y con el estómago vacío´. Además, usté sabe que yo tengo hartas ganas de sacar adelante a mi familia. Tengo manos y pies con que trabajar.
            ─No, pos eso sí, usté le echa rete hartas ganas a la chamba.
Mientras la charla se alargaba, una nueva interrupción de su hijo:
            ─Má, entonces, ¿sí me vas a dejar ir a la fiesta que habrá en la casa de Fer?
            ─¡Ah! cómo chingas, escuincle, que ya te dije que no. Además, no tenemos dinero p´al regalo.
            ─Pero si él me dijo que no era necesario llevar nada. Que sólo fuera y ya.
            ─Luego te digo, ahora ponte a ayudarme con el quehacer. Luego vas por las tortillas. Le dices a don Enrique que luego se las pago.
            Nicolás se dirigió rápidamente a la puerta y justo al abrir, vio a Fer, que estaba a punto de tocar. No lo dijo, pero por su expresión, daba la sensación de estar muy contento por ver a su amigo allí. Fernando era un poco mayor que Nicolás, pero se entendían muy bien por ser los mayores del salón. Fino, educado y de buena familia, parecía un adulto en miniatura. A pesar de que sus papás gozaban de buena posición económica, prefirieron inscribirlo en esa escuela de Gobierno,  pues creían que las bases de una buena educación se adquieren primero en la casa.
            ─Hola,  Nico, ¿está tu mamá?
            ─Sí, ahorita le hablo.
            ─Mamá, te buscan.
            Mientras la señora atendía al amigo de su hijo, Nico fue corriendo a la tortillería. Fer llevaba en su mano una invitación. Se presentó y dijo:
            ─Buenos días, ¿es usted la señora Consuelo? quería pedirle permiso para que Nico vaya a una fiesta que mis papás harán con motivo del Día del Niño. Quiero que él sea uno de los invitados. Somos buenos amigos y nunca ha aceptado ir a jugar a mi casa. Donde yo vivo no hay con quien jugar. No tengo hermanos.
            La mamá de Nicolás escuchaba atenta y aquello le pareció difícil de entender, pues su hijo nunca había asistido a una fiesta. Tampoco había recibido  algún regalo en su corta vida y antes de que comentara algo, el niño volvió a decir:
            ─Usted no se preocupe por él,  le diré a mi papá que al terminar la fiesta lo traigamos de regreso, hasta aquí -señalando la casa con el dedo índice-.
            Convencida por Fernando y casi con la autorización de que su amigo iría a la fiesta, le agradeció y se despidió amablemente. Llegado el día, luego de haberlo bañado, le puso sus mejores ropas, y le dio la bendición, no sin antes encargarle que se portara bien. Nicolás se divirtió como nunca imaginó que pudiera hacerlo. Comió de todo, jugó con otros niños,  rompió la piñata y guardó todo lo que pudo para compartir con sus hermanas, las gemelas. El tiempo pasó sin darse cuenta y ya de regreso en su casa, les platicó todo cuanto había vivido ese día. Una vez que estuvo a solas con su mamá, le dijo:
            ─Mamá, gracias por haberme dejado ir a la casa de mi amigo. Ahora sé que me he pasado algunos años sin saber que cada mes de abril se festeja a los niños, pero eso ya no importa, porque tú siempre nos has dado el mayor regalo en ese día: Tu amor.
            La abrazó y le dijo suavemente al oído: 
            ─Gracias por ser mi piñata, mi pastel, y mi caramelo.
            ─Pero mi niño lindo, ¿cuándo he sido yo todo eso?
            ─Mi piñata, cuando me cuentas algo divertido. Mi pastel, al darme de comer todos los días y mi caramelo, cuando cambias mi tristeza en alegría; bueno, eso para mí es como algo dulce; o con tus canciones con las que nos duermes, por ejemplo. Gracias también por ser mi mamá y mi papá al mismo tiempo.
            Al oír aquellas palabras, a la señora Consuelo la invadió un sentimiento de emoción jamás experimentado. Poco  entendía de aquella forma de hablar de su hijo, pero le gustaba mucho.
            ─Qué cosas tan chistosas dices m´hijo.
            Luego, un silencio…

            Ella secó disimuladamente unas lágrimas que rodaron por su mejilla, pero no dejó que el abrazo terminara.



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