GERMINACIÓN DE LA TERNURA
“Para Anaís que inspira lo que siento
y me dicta lo que escribo”.
¿Cómo
puedes, Anaís, causar tanto dolor con tu ausencia? ¿Quién es culpable de que te
hayas marchado: la noche o la lluvia? Y es que ese hombre que hoy se queja de
su historia, es el mismo que se pincha el alma con los alfileres de tu lejana
piel. Ese que aún siente amor por ti, y también odio por tu partida. Madrugadas
y fines de semana no le alcanzan para olvidarte. Va de un sitio a otro buscando
la calidez de tu sombra. Dice, gritando con su voz de relámpago: “Fuimos
paraíso antes del diluvio. Ahora tengo tres días llorando a la orilla de la
vida”. Y se marcha pensando en ti, mujer, mientras el mundo abre sus fauces
para tragarse su dolor. Anaís, escucha su voz que se quiebra como la nada.
Disfrutemos
pues, de las letras de un antiguo miembro del taller literario Diezmo de
Palabras. Un “poeta de a de veras”, como solía llamarlo el maestro Herminio.
Deleitémonos con la tinta de este luchador social, buen amigo y viajero
incansable.
Martín
Campa Martínez
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GERMINACIÓN
DE LA TERNURA
Francisco
Martín Escobar Ozornio
¿Sabes
cuántas noches te he llorado?
Ahora
que soy adicto a tu piel de nubarrón
merezco
el olvido que me das desde entonces.
Aún
recuerdo las tres canciones que te cantaba de memoria
antes
de la noche del desencanto.
Quería
que me amaras a pesar de todo
como
cuando no teníamos nada,
literalmente
solo el amor que nos entregábamos
y un
hijo que pronto nacería.
Ojalá
te hubieras quedado a mi lado,
a
mirar de reojo el destino
tan
absurdo como nuestro pasado.
Casi
son las cinco de la mañana,
no
creo que te desveles hasta esta hora.
¿No
sabes por qué te escribo
a
oscuras y escuchando la música que nunca te gustó?
Algún
día adivinarás mi entusiasmo
de
las cuatro de la mañana en ayunas.
¿Cómo
decirte que te quedaras?
Si
entonces ni siquiera yo sabía que te necesitaba
ni
tú misma sabías que me ibas a amar para toda la vida,
hoy
que soy este ser desesperado que te busca
en
una ladera del olvido.
No
te encuentro por ninguna parte,
ni
en los cuerpos hermosos de musas pagadas,
ni
en mis sueños seniles sin ti.
¿Por
qué no te quedaste tres meses más a cambiarme la vida?
Me
habrías ahorrado diez años de desdicha.
¿Sabes
cómo se siente decir lo que te digo?
Sollozando
a las cinco de la mañana
con
los ojos nublados y tristes que me conoces,
los
de esas tres madrugadas en que nos amamos de verdad
cuando
no teníamos más prejuicio que el amor.
Entonces
no éramos porcentaje ni adivinanza,
ni
probabilidad o azar.
Éramos
caricia perfecta de madrugada,
película
de medio día,
hambre
de las cinco de la tarde.
Fuimos
paraíso antes del diluvio.
Ahora
tengo tres días llorando a la orilla de la vida.
Ojalá
me recuerdes como era
porque
ya no soy así.
¿Te
acuerdas cuando era viernes y quería llegar a verte?
Perdóname
por el rencor que te guardo,
espero
que se vuelva poesía
y lo
puedas leer entre las páginas de un libro
cualquier
día o cualquier noche.
Como
ya te habrás dado cuenta no tengo a quien contarle,
tal
vez por eso te escribo.
Tengo
veinte mil cosas más que decirte,
sería
más fácil si no llorara tanto,
si
tu cuerpo no fueran los atardeceres que extraño
ni
tus senos el desconsuelo de mi futuro.
Me
acuerdo de ti,
con
tu piel más delgada en la madrugada.
Así
era la vida entonces:
noches
de luna llena bajo el árbol de mandarina,
la
sirena de la fábrica que decía: “vamos a dormir”
mientras
tu piel delgada se deshacía entre mis manos.
¿Te
acuerdas?
Eras
delgada como la luz de la luna,
como
las líneas de la palma de mi mano.
Amorosa
como la mañana en que creíamos,
invisible
como el futuro que nunca llegó.
Después
fuiste todo eso que eres y que no conozco:
ruido
de fiestas a las que nunca fui invitado,
trescientas
cartas, como te dije, que no he leído.
Ojalá
pudiera dormir temprano
sin
tener que escribir nada,
como
si fuera una mala noche del pasado
en
la que te dolían las constelaciones.
Me
acuerdo de entonces.
Borra
todo lo que he dicho,
como
siempre, no vale la pena.
La
sirena de la fábrica me manda a dormir.
Después
de diez años sigues siendo la misma:
un
recuerdo que sangra,
tatuaje
que ya no quiero que sea caricia,
sonrisa
que ya no es nada;
y te
quedas a pesar de todo
en
los hijos hermosos que amamos
a la
orilla de un río sin llanto.
De
nada sirve suspirar
y
recordar que ya no somos los mismos,
a
pesar de que rellene
cien
hojas en blanco y escriba otras cartas
que
te sigo guardando para cuando me olvides.
Cómo
me voy a quedar solo,
si
ya estoy solo.
El
despertador ha sonado tres veces,
no
le hice caso,
no
era la delgada mirada de tu falda la que me despertaba
ni
el engaño de todos los días
pensando
que me necesitabas.
Eres
hermosa desde antes de conocerte,
antes
de esas tres horas imaginarias
en
que no fuimos nada
sino
solo desencuentros que parpadeaban
en
el instante que duró el aroma de tu silueta.
Y ¿cómo
hago después para amanecer?
si
rompiste trescientas cartas de amor
antes
de que fuéramos polvo y olvido
y
este rencor que no sé dónde guardar
pero
me derrota de madrugada.
A
veces pienso
que
deberías invitarme
aunque
nunca fuera tu piel lo que tocara.
Tal
vez me olvide de ti
y
entonces lloraré hasta arrepentirme
por
ser solo un litigio de juzgado,
y
además de perderlo y condenarme al olvido
con
la fría sentencia judicial,
derrumbaré
mis castillos de la sala y el jardín.
Los
años terminarán por hacernos nada:
ni
serenatas, ni poemas, ni cartas, ni nada.
EL
DOMINGO SERÁ IGUAL
Francisco
Martín Escobar Ozornio
Un
sábado sin ti se vuelve imposible
me
doy prisa por dormir y no lo consigo
escucharé
344 veces la misma canción
qué
curioso que sea una canción de amor
me
sorprende estar sobrio y recordarte
extraño
beber de tu piel
mirando
los incendios del azul poniente
invoco
el recurso del olvido
haría
falta que me perdonaras
que
impúdico es extrañarte
cargando
las cosas que nos unen
y
todas las baratijas que nos separan
me
voy a sentar en este rincón hasta que amanezca
y
deje de ser sábado.
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UN
MINUTO AL DÍA
Francisco
Martín Escobar Ozornio
Pensarás
en mí
al
menos el tiempo que dura un suspiro
para
que no seas fantasma en las madrugadas del olvido,
para
que no seas solo piel o solo lluvia o solo reproche.
Quédate
para que seas esperanza,
para
que seas alas y paracaídas,
para
que seas abismo y lago,
para
que seas risa, dolor, lamento, amor.
Quédate
para que no seas solo canción o poema.
Quédate
para ser compañera, consejera, árbol, hamaca.
Quédate
para ser refugio, salvoconducto para la vida.
Quédate
para que seas flor, arcoíris, rocío.
Quédate
para que seas caricia,
para
que seas aroma, silueta.
Quédate
amor no un día ni una fecha.
Quédate
una vida, una época.
Quédate
a compartir esta aventura de estar vivos.
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MIEDO
Francisco
Martín Escobar Ozornio
Llegaste,
estoy bien,
después
no sé.
Volveré
a recordar las horas duras,
sentiré
el látigo del abandono,
quedaré
quieto, respirando, sintiendo.
Me
asusta como la noche que te vayas.
No
quiero que desaparezcas
relámpago
en la tormenta,
quédate
más, suplico, tiemblo.
Tocan
fuerte a mi puerta, es solo la lluvia,
ojalá
fueran caricias las que me recorren,
no
esta tormenta helada de angustia.
A
quien reclamo si no llegas
en
esta oscura hora
aclarando
el futuro con tus sueños.
Anaís
¿dónde estás?
¿Cómo
es tu piel desnuda mientras llueve?
Me
estremezco, casi lloro, imaginando.
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LIBRERO
Francisco
Martín Escobar Ozornio
Busco
entre las páginas de mis libros
donde
guardé una sonrisa tuya la otra noche.
Encontré
un par de caricias sueltas
que
me volvía poner sobre los hombros
para
recordar cómo eres.
En
mi cama siempre eres un fantasma
Que
desapareces al amanecer
Encontré
un libro en el que aparece tu nombre Anaís.
Lo
repetiré como rezo hasta el amanecer.
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