domingo, 3 de diciembre de 2017

GERMINACIÓN DE LA TERNURA



GERMINACIÓN DE LA TERNURA

“Para Anaís que inspira lo que siento
y me dicta lo que escribo”.

¿Cómo puedes, Anaís, causar tanto dolor con tu ausencia? ¿Quién es culpable de que te hayas marchado: la noche o la lluvia? Y es que ese hombre que hoy se queja de su historia, es el mismo que se pincha el alma con los alfileres de tu lejana piel. Ese que aún siente amor por ti, y también odio por tu partida. Madrugadas y fines de semana no le alcanzan para olvidarte. Va de un sitio a otro buscando la calidez de tu sombra. Dice, gritando con su voz de relámpago: “Fuimos paraíso antes del diluvio. Ahora tengo tres días llorando a la orilla de la vida”. Y se marcha pensando en ti, mujer, mientras el mundo abre sus fauces para tragarse su dolor. Anaís, escucha su voz que se quiebra como la nada.
Disfrutemos pues, de las letras de un antiguo miembro del taller literario Diezmo de Palabras. Un “poeta de a de veras”, como solía llamarlo el maestro Herminio. Deleitémonos con la tinta de este luchador social, buen amigo y viajero incansable.
Martín Campa Martínez

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GERMINACIÓN DE LA TERNURA
Francisco Martín Escobar Ozornio

¿Sabes cuántas noches te he llorado?
Ahora que soy adicto a tu piel de nubarrón
merezco el olvido que me das desde entonces.
Aún recuerdo las tres canciones que te cantaba de memoria
antes de la noche del desencanto.
Quería que me amaras a pesar de todo
como cuando no teníamos nada,
literalmente solo el amor que nos entregábamos
y un hijo que pronto nacería.
Ojalá te hubieras quedado a mi lado,
a mirar de reojo el destino
tan absurdo como nuestro pasado.
Casi son las cinco de la mañana,
no creo que te desveles hasta esta hora.
¿No sabes por qué te escribo
a oscuras y escuchando la música que nunca te gustó?
Algún día adivinarás mi entusiasmo
de las cuatro de la mañana en ayunas.
¿Cómo decirte que te quedaras?
Si entonces ni siquiera yo sabía que te necesitaba
ni tú misma sabías que me ibas a amar para toda la vida,
hoy que soy este ser desesperado que te busca
en una ladera del olvido.
No te encuentro por ninguna parte,
ni en los cuerpos hermosos de musas pagadas,
ni en mis sueños seniles sin ti.
¿Por qué no te quedaste tres meses más a cambiarme la vida?
Me habrías ahorrado diez años de desdicha.
¿Sabes cómo se siente decir lo que te digo?
Sollozando a las cinco de la mañana
con los ojos nublados y tristes que me conoces,
los de esas tres madrugadas en que nos amamos de verdad
cuando no teníamos más prejuicio que el amor.
Entonces no éramos porcentaje ni adivinanza,
ni probabilidad o azar.
Éramos caricia perfecta de madrugada,
película de medio día,
hambre de las cinco de la tarde.
Fuimos paraíso antes del diluvio.
Ahora tengo tres días llorando a la orilla de la vida.
Ojalá me recuerdes como era
porque ya no soy así.
¿Te acuerdas cuando era viernes y quería llegar a verte?
Perdóname por el rencor que te guardo,
espero que se vuelva poesía
y lo puedas leer entre las páginas de un libro
cualquier día o cualquier noche.
Como ya te habrás dado cuenta no tengo a quien contarle,
tal vez por eso te escribo.
Tengo veinte mil cosas más que decirte,
sería más fácil si no llorara tanto,
si tu cuerpo no fueran los atardeceres que extraño
ni tus senos el desconsuelo de mi futuro.
Me acuerdo de ti,
con tu piel más delgada en la madrugada.
Así era la vida entonces:
noches de luna llena bajo el árbol de mandarina,
la sirena de la fábrica que decía: “vamos a dormir”
mientras tu piel delgada se deshacía entre mis manos.
¿Te acuerdas?
Eras delgada como la luz de la luna,
como las líneas de la palma de mi mano.
Amorosa como la mañana en que creíamos,
invisible como el futuro que nunca llegó.
Después fuiste todo eso que eres y que no conozco:
ruido de fiestas a las que nunca fui invitado,
trescientas cartas, como te dije, que no he leído.
Ojalá pudiera dormir temprano
sin tener que escribir nada,
como si fuera una mala noche del pasado
en la que te dolían las constelaciones.
Me acuerdo de entonces.
Borra todo lo que he dicho,
como siempre, no vale la pena.
La sirena de la fábrica me manda a dormir.
Después de diez años sigues siendo la misma:
un recuerdo que sangra,
tatuaje que ya no quiero que sea caricia,
sonrisa que ya no es nada;
y te quedas a pesar de todo
en los hijos hermosos que amamos
a la orilla de un río sin llanto.
De nada sirve suspirar
y recordar que ya no somos los mismos,
a pesar de que rellene
cien hojas en blanco y escriba otras cartas
que te sigo guardando para cuando me olvides.
Cómo me voy a quedar solo,
si ya estoy solo.
El despertador ha sonado tres veces,
no le hice caso,
no era la delgada mirada de tu falda la que me despertaba
ni el engaño de todos los días
pensando que me necesitabas.
Eres hermosa desde antes de conocerte,
antes de esas tres horas imaginarias
en que no fuimos nada
sino solo desencuentros que parpadeaban
en el instante que duró el aroma de tu silueta.
Y ¿cómo hago después para amanecer?
si rompiste trescientas cartas de amor
antes de que fuéramos polvo y olvido
y este rencor que no sé dónde guardar
pero me derrota de madrugada.
A veces pienso
que deberías invitarme
aunque nunca fuera tu piel lo que tocara.
Tal vez me olvide de ti
y entonces lloraré hasta arrepentirme
por ser solo un litigio de juzgado,
y además de perderlo y condenarme al olvido
con la fría sentencia judicial,
derrumbaré mis castillos de la sala y el jardín.
Los años terminarán por hacernos nada:
ni serenatas, ni poemas, ni cartas, ni nada.



EL DOMINGO SERÁ IGUAL
Francisco Martín Escobar Ozornio

Un sábado sin ti se vuelve imposible
me doy prisa por dormir y no lo consigo
escucharé 344 veces la misma canción
qué curioso que sea una canción de amor
me sorprende estar sobrio y recordarte
extraño beber de tu piel
mirando los incendios del azul poniente
invoco el recurso del olvido
haría falta que me perdonaras
que impúdico es extrañarte
cargando las cosas que nos unen
y todas las baratijas que nos separan
me voy a sentar en este rincón hasta que amanezca
y deje de ser sábado.

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UN MINUTO AL DÍA
Francisco Martín Escobar Ozornio

Pensarás en mí
al menos el tiempo que dura un suspiro
para que no seas fantasma en las madrugadas del olvido,
para que no seas solo piel o solo lluvia o solo reproche.
Quédate para que seas esperanza,
para que seas alas y paracaídas,
para que seas abismo y lago,
para que seas risa, dolor, lamento, amor.
Quédate para que no seas solo canción o poema.
Quédate para ser compañera, consejera, árbol, hamaca.
Quédate para ser refugio, salvoconducto para la vida.
Quédate para que seas flor, arcoíris, rocío.
Quédate para que seas caricia,
para que seas aroma, silueta.
Quédate amor no un día ni una fecha.
Quédate una vida, una época.
Quédate a compartir esta aventura de estar vivos.

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MIEDO
Francisco Martín Escobar Ozornio

Llegaste, estoy bien,
después no sé.
Volveré a recordar las horas duras,
sentiré el látigo del abandono,
quedaré quieto, respirando, sintiendo.
Me asusta como la noche que te vayas.
No quiero que desaparezcas
relámpago en la tormenta,
quédate más, suplico, tiemblo.
Tocan fuerte a mi puerta, es solo la lluvia,
ojalá fueran caricias las que me recorren,
no esta tormenta helada de angustia.
A quien reclamo si no llegas
en esta oscura hora
aclarando el futuro con tus sueños.
Anaís ¿dónde estás?
¿Cómo es tu piel desnuda mientras llueve?
Me estremezco, casi lloro, imaginando.

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LIBRERO
Francisco Martín Escobar Ozornio

Busco entre las páginas de mis libros
donde guardé una sonrisa tuya la otra noche.
Encontré un par de caricias sueltas
que me volvía poner sobre los hombros
para recordar cómo eres.
En mi cama siempre eres un fantasma
Que desapareces al amanecer
Encontré un libro en el que aparece tu nombre Anaís.
Lo repetiré como rezo hasta el amanecer.


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