EN ESTA CARTA QUE VOY A ESCRIBIR
-Correspondencia desde lo profundo del alma-
“No escribo esta carta para poner amargura en tu
corazón, sino para sacarla del mío. Por mi propio bien debo perdonarte.”
―
Oscar Wilde, De Profundis
A MI
AMADA:
Te
escribo nuevamente, desde aquella última noche de luna llena. Hoy se vuelve a
posar sobre mí la luz de la luna y mis deseos por reunirme a tu lado van en
aumento. En ocasiones logro cubrir tu
ausencia inhalando tu aroma, impregnado en el paliacate, en tu cajón días antes
de mi partida. Otras veces los recuerdos se me arremolinan y así, sin más, mis
ojos se vuelven un río. Y mi desesperanza me consume. Aún recuerdo la última
ocasión en que te vi. Tus cabellos caían
sobre tus hombros mientras dormías tranquilamente. Yo te observaba desde la
puerta de la recámara y en silencio veía el hoyuelo de tus mejillas. Notorio
cada instante en que sonreías. Aquí, cada noche, cuando todos duermen, me
imagino tu sonrisa mientras observo las constelaciones que iluminan el cielo. La
distancia no ha sido impedimento para dejar de pensarte. Cada día que
transcurre aquí es un día menos en el calendario de la distancia entre
nosotros. Anhelo la hora de volvernos a ver. Quizá me encuentres con la barba
crecida y con más años encima, pero con un alma y corazón renovado para
seguirte amando como hasta ahora. Sé que muy pronto llegará ese día y para ello
he reservado lo mejor de mí, para ti y nuestro idilio.
¿Sabes?,
ya es tarde y la vela que me alumbra para escribir esta carta está pronta a
extinguirse. Me quedaré a obscuras y te
pensaré a cada instante. Acariciaré tu cuerpo en el imaginario y te haré el
amor a la distancia, dentro de mis sueños.
Ha
llegado la hora de despedirme, no sin antes recordarte que te llevo en mis
pensamientos y que pronto nos reencontraremos. Mientras tanto te seguiré
pensando cada vez que el viento toque mi rostro como lo hacían tus manos, o
cuando los girasoles florezcan sobre los campos. Créeme, siempre habrá algún
pretexto para pensarte. Desde la distancia, tu eterno enamorado:
Maurick
Ilich
México
2017
Postdata:
No te pido nada, sólo que aguardes mi llegada.
SOPHI
Ahora
que recibo esta carta tuya, tan desconcertante, me viene a la mente la vez que
intercambiamos las primeras palabras. Fue en la tasca La Cova Fumada, en la
Barceloneta. Cuando llegué el lugar estaba totalmente ocupado. Sólo quedaba una
mesa individual en el fondo. El camarero
me condujo ahí y me dejó la carta del menú. Antes de elegir, paseé la vista
alrededor. No lo podía creer, en la mesa vecina, a dos metros de distancia
estabas tú. Me quedé extasiado. ¿Cómo sería mi mirada que tú la sentiste y levantaste
la vista? Me sorprendiste admirándote. Intrigada, me preguntaste: ¿Me conoces?
¿Nos hemos visto antes?
Hice
un esfuerzo para vencer mi timidez -o sería el calor del verano, o las dos
copitas de aperitivo que tomé previamente en el chiringuito de enfrente- y te
contesté: ningún hombre cabal puede olvidar nunca ver a Venus emergiendo del
mar. Tu respuesta fue una mirada indescifrable. Enseguida, una sonrisa iluminó
tu cara. Luego preguntaste: ¿Quieres compartir conmigo este vino francés?
Fue
allí y en ese momento, que supe que la palabra es un poder que puede dar
felicidad y abrir puertas y voluntades. Me senté en tu mesa. Como para romper el hielo, sin perder la sonrisa
insististe: Dime ¿dónde nos conocimos? Te respondí: tú no me conoces, yo
conozco tus senos turgentes y bronceados, tus nalgas respingonas doradas por el
sol, la sal y el yodo del Mediterráneo y
el rubio triángulo de tu vello púbico.
Quedaste
callada. El color miel de tus ojos destellaba luz de ira, duda y curiosidad. No
te enojes ni te sorprendas –te dije, preocupado por tu reacción-. Ayer te vi en
Arenys de Mar, en una playa nudista de la Costa Brava catalana. Ibas saliendo
del mar, con las olas a tus pies.
Ya.
Ahora me acuerdo de ti, -me contestaste en un tono más relajado- porque eras la
única persona vestida con bañador entre toda la gente en la playa. Entonces tú
eres el papanatas que ayer andaba bobeando a todo el personal. Te salvaste que
te sacaran con una patada en el trasero, oí a varios nudistas decir con mucho
enojo: ¿Quién es ese morboso gilipollas que nos está espiando? Está prohibido
lo que hiciste.
Te
juro –repliqué apenado- no sabía que esa playa es privada y nudista. Yo no soy
de aquí. ¿De dónde eres? Preguntaste
curiosa.
Soy
de México –te respondí con cierto orgullo- . ¡Oh, de México! Tengo muchas ganas
de conocer tu País. He oído que tiene playas muy hermosas. Yo soy de Barcelona
pero ahora radico en París. Trabajo en una empresa de cosméticos, en el
departamento de publicidad. Paso mis vacaciones en La Costa Brava.
Y
proseguiste contándome cosas de tu vida, que yo ya no escuchaba, fascinado por
el embrujo de los reflejos áureos de tus ojos y el perfume francés de tu
cuerpo. Terminamos la comida y el vino. Afuera
un chubasco veraniego salpicaba los cristales y dejaba a la calle
Baluart con charcos que reflejaban las primeras estrellas de la noche.
¿Te
acuerdas, Sophi? Me dijiste que te sentías un poco ebria, que no querías
conducir sola hasta tu casa. Antes de que yo respondiera alguna palabra, me
pusiste las llaves de tu coche en mi mano. Llegamos a tu apartamento. Me
invitaste a subir a tomar un café. Ya en tu alcoba, iniciamos el ritual del
amor, no como dos extraños que intentan conquistarse, sino como dos viejos
compañeros que tras una larga ausencia vuelven a encontrarse. Sobre tu cama
reinventamos la efímera eternidad y el diálogo de las pieles sedientas de
caricias y amor. Todo resultó tan sencillo, que los dos estábamos un poco
sorprendidos de lo bien que resultó la batalla del amor.
Disfrutamos
el resto del verano como en una luna de miel. Acordamos en escribirnos para
madurar un plan para encontrarnos en París o en la ciudad de México e iniciar
un destino en común. Cuatro mensajes intercambiamos con sus respectivas
respuestas y ahora que leo la que
supongo es tu última epístola, me escribes que te casarás dentro de quince días
con el jefe del área de publicidad.
¿Sabes
qué te diré, inolvidable Sophi, en lo que será mi postrer misiva? Que está muy bien. Deseo recibas mucha felicidad, porque tú sabes dar
mucha felicidad. Lo nuestro fue un hermoso amor de verano y su término un hecho
inevitable. Ambos lo columbrábamos desde hace cuatro cartas.
En
este momento me vienen a la mente tus hermosos ojos color miel y una estrofa de
una canción de Joan Manuel Serrat, (mi ídolo musical): “Con la resaca a cuestas
/ vuelve el pobre a sus pobrezas /
vuelve el rico a sus riquezas / y el señor cura a sus misas / Se despertó el bien y el mal / la zorra pobre al portal / la zorra rica al
rosal / y el avaro a sus divisas.”
Con
todo el amor que nos dimos y el eterno agradecimiento de tu amigo:
Alberto.
(Rafael
Aguilera)
DESQUICIO
Mi
amor…
En
la mañana, como si estuvieras presente, puse otro cubierto y me senté contigo a
la mesa. Vinieron a mi mente las cuantiosas veces que incansables hicimos el
amor, en la cama, en el piso y en el espacio. Desnudos, vestidos, despiertos y
adormilados. Pero, sabes, aquí ya ni el tiempo es como antes. Todo es oscuro. Me
desconocen y los desconozco. A veces me
enfermo de extrañarte. Me aliviaría mucho saber de ti… pero cómo es posible que
no reciba ni una línea tuya y este frío que no cesa.
¿Será
que no existes, que todo fue un amor anónimo no consumado?
No
lo creo. Aunque me griten loca a cada momento. Alguien leerá esta carta, puede
ser que tú también.
Diana
Alejandra Aboytes Martínez
++++++++++++++++++++++++++++++
CARTA
DE UN AMOR INCIERTO
Encontré tu fotografía, y no pude evitar que
me gotearan los recuerdos de las manos. Te plasmé en letras y desahogué
momentos trastornados, donde la pasión envolvió nuestros cuerpos juveniles. Aunque
hace mucho tiempo adormecí el ayer, se despertó también ese sabor agridulce en
mis labios, el viento de tu adiós que desató el frio de muchas noches en tu
ausencia. Juré no volver a verte. Y hoy
no puedo negar que tu presencia no le es indiferente a los sentidos.
El ayer y el hoy son enemigos. ¿Por qué has
llegado a mí con la esperanza de lo incierto? Sé que hay elogio en tu mirada y
si en mis ojos no encuentras la respuesta, te confieso que la llaga está
abierta. Y resucitar aquello no podrá ser. Quisiera decirte que te amo y para
ello me remonto en el tiempo a tus caricias, a tu perfume varonil y a aquellos
besos. Solo así puedo imaginarte, caballero de mis noches de insomnio. Yo
vestida de amor y tú tocándome sin tiempo, sin reservas.
Tal
vez no vuelva y aniquile lo poco que me queda para darte. ¿Para qué despertar
de nuevo lo que prohibido está para mi alma? No debo, no puedo. Y es que a ese
placer no estoy abierta, pero negar no puedo: te quiero.
Laura
Margarita Medina
AMOR
Sé
que dirán que no tengo edad para hablar de amor. Dirán que soy muy pequeña y
sólo es algo pasajero. Pero ellos, ¿que saben?
Sin embargo, el amor puede llegar a cualquier edad. Lo sé porque esto
que ahora siento no es como antes, cuando pensaba que lo material contaba como
amor
El
amor, se siente con tan solo un suspiro, una mirada, un abrazo, una sonrisa;
todo esto puede cambiarlo todo y hacerme la más feliz, sin yo misma
explicármelo.
No
necesito de besarle todos los días, no necesito estar con él todo el tiempo; es
más, no necesito de él y eso es lo bonito. No lo necesito, esto lo siento sin
que esté conmigo. Sin hablar con él siento esa sensación tan hermosa como
cuando me tomó de la mano por primera vez.
También cuando me dijo todo lo que sentía por mí y después me abrazó tan
fuerte como nadie lo había hecho.
No sé cómo pasó, es más, no me importa. Sólo
sé que estamos aquí sonriéndonos mutuamente. Haciéndome sentirlo TODO sin
decirnos NADA.
Por
primera vez he cambiado mi perspectiva del amor. Ahora sé que sientes al lado de esa persona. Cómo puedo ser yo misma sin necesidad de sentirme juzgada y
quizá para ti no lo sea, pero, ¿sabes?: cualquier persona tiene una visión del
amor, no todo lo vemos igual; algunos ven perfecto lo que es imperfecto y otros
ven lo imperfecto en lo perfecto. Y hoy lo entiendo: todo enamorado escribe o
dice su sentir en el momento en que en su alma se enciende esa chispa llamada
amor. Y ¿sabes?, hoy soy un alma más.
Deni
Rodríguez
(14
años)
DESDE
RUE VILIN:
Durante
la noche soñé que llovía; las nubes flotaban pesadas y negras dejando caer las
más gruesas gotas que vi jamás justo allí, adonde nos conocimos; al despertar,
salí de la casa con el estómago vacío, me envolví con tu capa y tomé tu vieja
sombrilla. El sol brillaba como nunca, y mientras caminaba por la calle
adoquinada comencé a sentir calor; los vecinos me veían como si estuviese loca:
no era por la lana ennegrecida de tu abrigo, por el paraguas roto o por mi
caminar; lo que los desconcertaba era mi mirada, la forma en que tarareaba
nuestra vieja canción y miraba al cielo buscando la tormenta de mis sueños. A
nadie le gustan las certezas ajenas, Jerome… a nadie le gustan.
Canté
para ti, para nosotros mientras descendía por la avenida; mientras el humo
ligero de las chimeneas y los hornos se elevaba al cielo invocando su propia
libertad. Fue entonces que se escuchó el primer trueno y los niños que jugaban
sobre la alcantarilla se quedaron quietos y en silencio mirando hacia arriba
como yo; lentamente, las gotas de lluvia comenzaron a caer. El cielo ya no
estaba azul y el humo grisáceo se había perdido entre las nubes oscuras que
acababan de nacer. La gente corría de aquí para allá tratando de cubrirse de la
lluvia; los comerciantes colocaban pedazos de periódico y tela sobre sus
mercancías maldiciendo una y otra vez su mala suerte. La lluvia Jerome, comenzó
a bajar por las escaleras como si fuese una cascada y los adoquines se ahogaron
entre los charcos de agua y aceite.
Mis
pies estaban mojados y mi corazón feliz; las gotas se prendían de tu abrigo y
mi cabello por igual. Abrí el paraguas y canté y canté más fuerte hacia el
agujero en su interior; era yo invocándote y evocándote.
Miré
a mi alrededor, todos habían desaparecido de la Rue Vilin; la calle me
pertenecía por completo a mí y a tu recuerdo; tal y como aquella mañana en
donde te vi por primera vez. ¿Dónde estás, Jerome?, ¿en qué gota de lluvia?,
¿en qué nube de tormenta?, ¿en qué estrella?
Los
faroles comenzaron a prenderse, la luz cálida en su interior contrastaba con la
oscuridad a mi alrededor; cerré el paraguas y caminé de nuevo calle arriba.
Mientras lo hacía recordé tu muerte. ¿Por qué ningún sueño predijo este dolor?
Al llegar a casa comencé a escribirte esta carta; irá con el resto de las otras
a la caja de madera que me regalaste una vez. Sé que no la leerás nunca, que ya
no existes, que ya no necesitas ojos, ni palabras, ni amor; sé que tu alma se
evaporó como la lluvia lo hará una vez que pare. Eres libre como el humo, mi
amor, pero yo sigo atrapada entre los sueños de lo que será y las eternas
escalinatas de un destino incierto. Llueve feliz, Jerome, llueve libre, llueve,
por favor sigue lloviendo.
Con
amor, tu triste y solitaria, Laïla…
Paola
Klug
*Textos publicados en El Sol del Bajío, Celaya, Gto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario