INOLVIDABLE
“El llanto se extiende
gotean las lágrimas
allí en Tlatelolco.
(Porque ese día hicieron
una de las mayores crueldades
que sobre los desventurados mexicanos
se han hecho en esta tierra)”.
José Emilio Pacheco. Lectura de los “Cantares Mexicanos”.
Era
1968 y yo tenía 7 años. Mi mamá tenía que ir al centro de la ciudad y pidió a
una de mis tías que nos llevara en su vochito. Partimos con mucha alegría (la felicidad
de la ignorancia) sin saber que tardaríamos varias horas en volver a casa y
llenos de miedo. En las calles había estudiantes, militares, policías, mujeres,
hombres, vehículos golpeados, odio en los rostros. El vocho de mi tía fue
golpeado a patadas y a palos, no importó que ella y mi mamá les gritaran que
había un niño adentro. Yo veía a las personas que empujaban el auto y me daba
miedo, pero también me sentía lleno de coraje. Era incontenible la violencia.
Todos los autos que pasaron por esa calle recibieron el mismo trato. Ningún
conductor se bajó a pelear contra la muchedumbre. Finalmente terminamos de
pasar por esa infausta avenida y nos alejamos a toda prisa rumbo a nuestra
casa. Se escucharon truenos a la distancia. No sabía que eran balas, ni que
esas balas eran la muerte.
El
presidente en turno se llamaba Gustavo Díaz Ordaz, su secretario encargado de
gobierno era Luis Echeverría Álvarez. Utilizaron al ejército, a grupos
paramilitares, a la policía secreta y a cuanto matón tuvieron bajo su mando
para enviarlos a disparar contra estudiantes, obreros, y personas que tuvieron
la desgracia de estar en el lugar equivocado, en el momento equivocado.
La
historia sobre Tlatelolco, un 2 de octubre, tiene muchas aristas e
interpretaciones. Aquel señor que más tarde llegó a conducir un programa de
desinformación cada 24 horas dijo al otro día de la matanza: “Ocurrió un
zafarrancho con varios heridos”, mientras que medios impresos hablaron de
“manos extrañas y terroristas”. Cada persona tendrá su propio juicio.
Para
mí siempre será inolvidable. Vale.
Julio
Edgar Méndez
+++++++++++++++++++++++++++
MARTÍN
Y MI PAPÁ
Paola
Klug
Aquella
noche lo escuché llegar; recuerdo con claridad el chirrido de la puerta y el
sonido metálico de las llaves al chocar contra la pared. Todo estaba en
silencio, todo cubierto de oscuridad.
Me
levanté de la cama y caminé de puntillas hacia la sala, el reloj marcaba las
tres de la mañana. La hora del diablo, decía mi abuela cada que nos venía a
visitar.
Escuché
un gemido que terminó convirtiéndose en llanto, era quedo y tranquilo como el
canto de las primeras gotas de lluvia que caen sobre las tejas, pero después se
transformó en un caudal imposible de contener con las manos.
Vi
su sombra recargada sobre la ventana, temblaba y se contorsionaba como el
pabilo delgado de una vela que estaba a punto de apagarse. Se dejó caer en el suelo, escuché el
estruendo de sus rodillas sobre el adoquín. Me acerqué despacio y con el
corazón latiendo fuerte.
Allí
estaba él, limpiando con agua imaginaria sus manos repletas de sangre.
Hincado
en la oscuridad y cubierto con su capa verde. No me veía, no me escuchaba, solo
era capaz de sentir a los fantasmas que le rodeaban. Los perros comenzaron a
aullar en el patio y en las casas vecinas. ¿También ellos eran capaces de
verlos?
Me
hinqué a su lado y tomé sus manos entre las mías. Aún recuerdo su rostro,
aquella máscara de culpa y dolor. Los ojos hinchados y rojos y esas lágrimas
que no dejaban de rodar hasta caer más abajo de aquél infierno adonde
voluntariamente había caído mi padre. Sus labios vacilaban, las palabras se
aferraban a sus cuerdas vocales para no salir. Después de todo ¿qué podrían
decir? ¿Qué sílaba, qué frase, qué letra sería capaz de regresar el tiempo
atrás?
Miró
hacia el techo buscando consuelo para encontrar solo más oscuridad y silencio,
el reflejo en el cual debería reflejarse durante toda su vida después de
aquella noche.
Nos
quedamos tumbados en el suelo frío escuchando las balas y las sirenas sonar una
y otra vez en la distancia hasta que nuestros párpados se hicieron pesados. Los
dos dormidos, los dos solos, los dos callados.
Cuando
desperté, él ya se había ido.
Lo
busqué en su habitación y en el baño, en la cocina y en el patio. Mamá lloraba
en un rincón mientras escuchaba la radio; sus cabellos estaban despeinados y su
mirada vacía. Tomaba con rabia el uniforme de papá entre sus manos enrojecidas
mientras su cuerpo temblaba de un lado a otro sin parar.
Un
par de horas después llegó la tía Malena. Martín, el más chico de sus hijos,
había desaparecido en uno de los camiones del ejército. La última vez que lo
vieron iba con mi papá.
Él
jamás regresó, Martín tampoco lo hizo.
+++++++++++++++++++++++++++++++++
ESCOMBROS
Martín
Campa
La
ciudad sufre de una angustia oxidada
y se
estremece llena de sombras
La
ciudad, puro polvo y olor a pólvora,
se
come su miseria con una pena indefinible.
Miren
si no hay desastre más grande
en
ese lugar donde se cocina la agonía
y
los valientes olvidan su valor:
los
hombres lloran sobre los escombros
de
su patria
mientras
le lavan la congoja a sus difuntos.
La
desolación y la guerra siguen rondando
por
las calles de esta madrugada de cobre
como
perros que todavía no encuentran
un
sitio donde puedan olvidar
la
fría amargura de sus huesos.
++++++++++++++++++++++++++++++++
RELÁMPAGO
Martín
Campa
Por
las venas del relámpago
circulan
también los gritos
del
hombre que protesta;
esa
muerte voraz
que
a todas horas se fuma nuestro vaho
y
esa tristeza de la piel oscura
que
nos dejó la historia.
Por
las venas del relámpago
cabe
todo
aun
el becerro de oro
bebiendo
avaricia
en
el estanque del banquero.
Anda
y cabe todo,
será
por eso que nos juntamos con el hombre
a
pronunciar esta hambre
callada
con promesas.
++++++++++++++++++++++++++++++
DEL
68
Martín
Campa
De
la húmeda maternidad de los asfaltos
donde
germinan las manifestaciones,
surge
el pueblo.
De
los toques de queda
de
la fuerza maniática que solo da dolor;
desde
el palco que es sangre
surgimos
todos
los
que del 68
cargamos
los recuerdos.
Crecimos
en silencio.
++++++++++++++++++++++++++
AL
PIE DEL ESCARLATA
Herminio
Martínez
¿Y
si la oscuridad fuese la luz con frío
buscando
un colibrí para pedirle flores?
¿Si
yo no fuera más que esta osamenta
al
pie del escarlata que me grita
desde
el lugar flexible de la sangre?
¿Y
si las rosas resurgieran pronto
en
la cola del aire que hoy nos cruza,
igual
que un frío de lado a lado el alma?
Cuántos
hocicos de animal exhalarían sus gritos
y
qué de brincos diéramos
si a
partir de hoy no hubiera más ponzoña
sino
épocas felices.
Cuántas
cinturas se levantarían a fajarse el gozo.
Algún
gusto con ubres.
Exclamo
con el índice teñido
de
tanto señalar mejillas pálidas
y de
tanto pedirle al que no escucha
y de
tanto mentársela al que miente
y de
tanto señor que huele a ciénaga
y de
tanta criatura que amanece
desayunando
arena de los sueños
y
descansa evidente y más fanática
de
la muerte que ya zumba entre moscas.
+++++++++++++++++++++++++
TLATELOLCO,
68
JAIME
SABINES
1
Nadie
sabe el número exacto de los muertos,
ni
siquiera los asesinos,
ni
siquiera el criminal,
(Ciertamente,
ya llegó a la historia
este
hombre pequeño por todas partes,
incapaz
de todo menos del rencor.)
Tlatelolco
será mencionado en los años que vienen
como
hoy hablamos de Río Blanco y Cananea,
pero
esto fue peor,
aquí
han matado al pueblo:
no
eran obreros parapetados en la huelga,
eran
mujeres y niños, estudiantes,
jovencitos
de quince años,
una
muchacha que iba al cine,
una
criatura en el vientre de su madre,
todos
barridos, certeramente acribillados
por
la metralla del Orden y la Justicia Social.
A
los tres días, el ejército era la víctima de los
desalmados,
y el
pueblo se aprestaba jubiloso
a
celebrar las Olimpiadas, que darían gloria a México.
2
El crimen
está allí,
Cubiertos
de hojas de periódicos,
con
televisores, con radios, con banderas olímpicas.
El
aire denso, inmóvil,
el
terror, la ignominia.
Alrededor
las voces; el tránsito, la vida.
y el
crimen está allí.
3
Habría
que lavar no sólo el piso: la memoria.
Habría
que quitarles los ojos a los que vimos,
asesinar
también a los deudos,
que
nadie llore, que no haya más testigos.
Pero
la sangre echa raíces
y
crece como un árbol en el tiempo.
La
sangre en el cemento, en las paredes,
en
una enredadera: nos salpica,
nos
moja de vergüenza, de vergüenza, de vergüenza.
Las
bocas de los muertos nos escupen
una
perpetua sangre quieta.
4
Confiaremos
en la mala memoria de la gente,
ordenaremos
los restos,
perdonaremos
a los sobrevivientes,
daremos
libertad a los encarcelados,
seremos
generosos, magnánimos y prudentes.
Nos
han metido las ideas exóticas como una lavativa,
pero
instauramos la paz,
consolidamos
las instituciones;
los
comerciantes están con nosotros,
los
banqueros, los políticos auténticamente
(mexicanos,
los
colegios particulares,
las
personas respetables.
Hemos
destruido la conjura,
aumentamos
nuestro poder:
ya
no nos caeremos de la cama
porque
tendremos dulces sueños.
Tenemos
Secretarios de Estado capaces
de
transformar la mierda en esencias aromáticas,
diputados
y senadores alquimistas,
líderes
inefables, chulísimos,
un
tropel de putos espirituales
enarbolando
nuestra bandera gallardamente.
Aquí
no ha pasado nada.
Comienza
nuestro reino.
5
En
las planchas de la Delegación están los cadáveres,
Semidesnudos,
fríos, agujerados,
algunos
con el rostro de un muerto.
Afuera,
la gente se amontona, se impacienta,
espera
no encontrar el suyo:
"Vaya
usted a buscar a otra parte".
6
La
juventud es el tema
dentro
de la Revolución.
El
Gobierno apadrina a los héroes.
El
peso mexicano está firme
y el
desarrollo del país es ascendente.
Siguen
las tiras cómicas y los bandidos en la televisión.
Hemos
demostrado al mundo que somos capaces,
respetuosos,
hospitalarios, sensibles
(¡Qué
Olimpiada maravillosa!),
y
ahora vamos a seguir con el "Metro"
porque
el progreso no puede detenerse.
Las
mujeres, de rosa,
los
hombres, de azul cielo,
desfilan
los mexicanos en la unidad gloriosa
que
construyen la patria de nuestros sueños.
*Textos publicados en El Sol del Bajío, domingo 2 de octubre, Celaya, Gto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario