PRELUDIO
-Ópera prima de Héctor Ortega-
Héctor
Manuel Ortega Mendoza nació el 22 de Mayo de 1969, en Irapuato, Gto. Estudió la
licenciatura en Ciencias de la Comunicación en la Universidad del Valle de
México, campus Juriquilla en la ciudad de Querétaro, en donde estudió guionismo
y fotografía. Posteriormente estudió la licenciatura en Derecho en la
Universidad del Centro del Bajío, en Celaya, donde reside desde hace más de
diez años. Su primer contacto con un cortometraje lo tuvo a la edad de 20 años
cuando actuó en el corto titulado “El Arcángel Miguel” historia original de Juan
Tovar y adaptada por el cineasta y documentalista Manuel Herrera, producido por
Dora Guzmán y el cinefotógrafo Toni Kuhn, en Querétaro. En esos años también
estudió teatro en la Compañía Universitaria de Repertorio dirigida por Rodolfo
Obregón y trabajó para la Compañía de Experimentación Teatral con el maestro
Ramiro Cardona, ambas en la ciudad de Querétaro entre los años de 1990 a
1996. Más tarde dirigió talleres de
actuación en Casa de la Cultura de Cortazar y obras de teatro, además de
escribir guiones experimentales. Actualmente trabaja como asesor en jefe de
guionistas en la elaboración del guión de la serie televisiva “Criminales”, así
como asesor y responsable del área administrativa y control escolar en
Bachilleratos, donde promueve y organiza talleres de narrativa, lectura y
literatura, además asiste regularmente al taller Diezmo de Palabras. Actualmente
trabaja en la elaboración de guiones literarios para cortometrajes en la
productora Gran Angular, para diversos proyectos. “Preludio” es su ópera prima.
A
nuestros lectores del Diezmo tal vez les resulte interesante leer el cuento
original de Joy Rivera (quien además actuó al lado de Damián Alcázar en el
cortometraje) y compararlo con el guión literario escrito por Héctor. Aquí les
presentamos ambos. Vale.
PRELUDIO
Joy
Rivera
Habíamos
coincidido ya en algunos sueños, de esos que hasta pena te da contar, y en las
mañanas cuando nos veíamos había una sonrisa mutua que asomaba las ganas de
mínimo volver a soñar.
Esa
noche sin saber bien cómo, nos quedamos solos, le ofrecí café y encendí un
cigarro; platicamos largo rato de política y literatura, de cine y música, de
él y de mí; pero nunca, igual que siempre, de nosotros. Hubo un silencio, se
podía escuchar el consumir del tabaco, hacía calor y una mosca nos rondaba,
quería probar nuestro sudor (si yo fuera mosca escogería a las gentes
perfumadas, ya saben, por eso del alcohol). El silencio se rompió abruptamente
y me pidió que me desnudara, me reí, alzó la voz y lo repitió, me retó y lo
reté; me senté en sus piernas y le dije que me desnudara él, sólo me observó,
reí otra vez y prendí otro cigarro. Iba a cambiarme de sillón pero me tomó
bruscamente de la cintura, arrebató mi cigarro fumó y desabrochó los botones de
mi blusa; su dedo midió la distancia de mis senos y lo fue bajando, marcó unos
círculos en mi ombligo, chupó su dedo y lo puso debajo de mi barbilla, mi
lengua lo atrajo a mi boca. Me hizo a un lado, sentí su frustración, besé su
mejilla y lloró, aventé el cenicero a la pared, grité y mis piernas se doblaron
pero antes de que las rodillas golpeasen con el suelo me sujetó. En sus brazos
me llevó a mi cama y comenzó a cantar. Mi blusa sólo la sostenía un brazo, la
terminó de quitar. Sentí su lengua en una clavícula y después un ligero
mordisco que sentí en otro lado. Su mano entró por la talla extra de mis
pantalones, me retorcí. Su nariz recorrió mi torso y al llegar al arete de mi
ombligo su lengua comenzó a jugar con él, lo mordió y lo jaló como queriendo
arrebatarlo, mi grito lo excitó más. Bajó mi pantalón y se rio de la leyenda de
mi tanga: “cuestión de honor”, dio un beso a mi pelvis al mismo tiempo que la
bajaba; su lengua llegó a mi entrepierna y su aliento me provocó cosquillas, y
así fue bajando lentamente hasta que mordió el dedo gordo de mi pie izquierdo.
Me
levantó suavemente y me puso frente a él, se sentó en la orilla de la cama y me
observó. Volvió a llorar. Me arrodillé a un lado de sus piernas y las abracé,
suspiramos al mismo tiempo. Comencé a acariciar su entrepierna, la pellizqué,
la mordí; sentí su erección y acaricié su miembro con toda mi cara.
Me
levanté y caminé hacia el tocador que estaba justo enfrente de la cama mientras
iba quitando mi tanga que quedó a medio camino. Me subí al tocador, me senté de
espaldas al espejo y abrí las piernas;
entonces comencé a cantar:
“Yo
sé, que tu amor es mi castigo…
(acaricié
mi vagina)
Que
amarte, es pecado mortal
(cerré
los ojos)
Y
que nada entre nosotros es permitido
Y
entre sombras nos tenemos que adorar…
Su
aliento en mi cuello me hizo retorcerme, su miembro penetrándome gemir. Yo
seguí tarareando y el movía su pelvis con el tempo de la línea melódica.
¡Qué
clímax! Tan armonioso, los rasguños
sonaron como cuerdas, el rechinar del viejo tocador como metrónomo, los gritos
fueros unísonos; digno del barroco.
Mis
piernas temblaban y enternecido me llevó a la cama, me arropó, besó mi frente y
comenzó a leer mi cuento favorito.
ESCENA
I
PRELUDIO
Un
preludio es una composición breve, introductoria, casi sugerente. Parece ser el
señuelo que permite irrumpir en algún lugar. Es una sutil invitación que da la
oportunidad a quien lo ejecuta de comprobar la afinación, relajarse, perder un
poco el miedo a equivocarse ante todos y
comenzar. Amamos la música, como amamos
la vida. Y así es porque ambas cosas se pertenecen una a la otra.
Hay
música en todas partes, de todas las formas, e incluso creo que hay música en
donde no escuchamos, o en lo que no entendemos. Tratar de aprenderla, sólo
disfrutarla o ser parte de ella son cosas distintas que se parecen a
vivir.
Un
preludio puede ser una rápida introducción a una sonata, a una ópera, a un
movimiento, o a una fuga. Y en algún momento de la historia los preludios se
convirtieron en composiciones solitarias. Como los preludios, los allegros, los
andantes, los vivaces, los lentos, los adagios, y toda la música se parece a
nuestras vidas. Las palabras también parecen música. Abandonan, o seducen, a
veces dan respuestas. En el tiempo las palabras tienen tonos, texturas, se
deslizan a un ritmo según nuestra emoción. Pero en la distancia la música como
las palabras se recuerdan, y sólo son marcas de ausencias.
Algunas
palabras se restauran para decirse después y entregarse en algún encuentro,
luego dejan de existir, o se van desterradas al olvido, pero pueden regresar en
cualquier momento.
Él y
yo sabíamos que nuestra música, se nos tendía entre palabras y secretos.
En
su refugio él decidía si existía y cada nota de recuerdos era un llamado.
Un
llamado para desaparecer en fugas.
ESCENA
II
DONDE
DAMIÁN BUSCA A JOY EN LA ESCUELA
Cuando
la música y las palabras se convierten en una señal, seguimos esos propósitos
de la vida, y aún si fueran avisos precautorios, algo nos lleva al otro,
siempre. Son como cantos de sirenas, como pistas veladas. Conducen a escribir y
reescribir los sueños, las historias, una y otra vez.
Nos
dirigimos a esas soledades para decir que estamos acompañados y al compartirnos
nos convertimos en la soledad del otro.
Nos
calculamos, nos sopesamos, nos intuimos y llegamos a conocernos tanto, que lo
que es necesario hacer estrategias para pisar sin peligro los campos minados
del otro, sus cauces y sus accidentes, sus terrenos sombríos, sigilosamente,
para no caer, para no rendirnos, pero sobretodo, para no dejar rastros. El que
espera es entonces quien da valor al esperado. El que espera, el héroe anónimo
y sin reflector es el que se queda, detiene el tiempo, hace una antesala en
cada camino, es un ornato en el paisaje que se cubre de flores al paso del
tiempo y siempre supone que algo está por pasar. Hace que su sinsentido tenga
razón. Es cierto que entre abandonos existe alevosía en hacer esperar, porque
el que regresa es un navío anunciado, es un arcángel oscuro que siempre se
presenta entre luces.
Habíamos
coincidido ya en algunos sueños, de esos que hasta pena da confesar, y esas
mañanas había sonrisas mutuas que dejaban las ganas de volver a soñar.
Ese
día sin saber muy bien cómo, nos quedamos solos.
Hablamos
largo rato de política, cine, literatura, música, del trabajo, de él, de mí,
pero hasta ese momento, no hablamos de nosotros. Hubo un silencio, y hasta una
distancia. En algún punto entre las distancias, un lugar común es cualquier
parte del mundo donde compartimos coincidencias; es esa feliz paradoja de
convertirnos en seres queridos y enemigos constantes, pero siempre fielmente
necesarios. Nos preguntamos a dónde ir.
ESCENA
III
SALA
Cuando
las palabras tienen un amoroso destino, adquieren matices, toman la forma de música, y son un idioma
universal que se comprende por manos, suspiros y miradas. Hay una sinfonía
completa en las cosas, y cada compás es sugerido por impulsos. Luego, cuando
los silencios son señales, cuando son avisos que no detienen, hay una luz tenue
que marca los caminos para no extraviarse. No siempre se hace caso. No, porque
ciertos peligros se corren sin freno buscando accidentarse. Cada movimiento es una insinuación. Y las
interrupciones te pueden llevar a otros caminos Si yo fuera mosca, elegiría a
las personas perfumadas, por aquello del alcohol.
Me
observaba como si yo fuera la presa. Pero tampoco parecía estar dispuesto a
perderme en su ataque. ¿Cómo ser su presa si me amuralla para protegerme, si en
ese cautiverio ocasional me hace tan libre?
Sus
labios son claros, adivinables pero sorprendentes. ¿Cómo ser su presa con sus
palabras y sus notas lentas?, ¿Cómo con toda su tristeza a cuestas?
Hacía
calor. Y bailamos, porque el baile es una entrega evidente en cada movimiento
coincidente. Somos del otro por instantes, sin palabras, y nada define esa
cercanía de dos que se comparten en espacios y tiempos. Seguía haciendo calor. Y
quiso invadirme. Proclamar todos mis territorios para él. Sentí nuevamente sus
labios, sus manos cercanas, sus palabras añoradas. Me pidió que me desnudara.
Le dije que me desnudara él. Y como un
recuerdo vivo regresó con sus dedos a mi blusa, con su trémula cadencia, con su
agitación casi olvidada.
Marcó
distancias con sus dedos y su mirada me acariciaba. Sentí su frustración.
Sentí
nuevamente esa lejanía acostumbrada. El
amor tiene fallas estructurales desde el momento en que el pasado y las miradas
agrietan los cimientos. En un segundo, las cosas sobre las que los amorosos
construyen sus enormes monumentos al otro, se destruyen con dos o tres simples
palabras emboscadas.
Por
momentos se planean nuevas retiradas. Pero
siempre los brazos nos llevan a ese campo de enfrentamientos Dónde morir ambos en prisiones, bajo armas que te escudan, que te viven y te
sobreviven.
ESCENA
IV
RECÁMARA
La
vida puede ser solitaria cuando los desencuentros son coincidentes, pero en
espacios comunes puede ser invasiva. Me
llevó a la cama mientras me cantaba.
Era
mi canción, su voz grave, desafinada, dulce,
en susurros. La blusa sostenida por mis brazos y los recuerdos. Sentí su
lengua, dibujándome este lienzo, y cicatrices. Hasta despertares. Caer en
locura y negaciones. Sin cautelas. Me llevó en mares. En incandescentes olas.
En nubes sepias fantasmales. Llegó hasta mí. Desde fábulas de miradas certeras.
De proximidades. Me llevó hasta él y me arrebató un pequeño grito. En
mareas ausentes de murmullos y rumores.
¿Cómo
despertar así?
(Cantando)
Pero
cómo serán mis despertares
Pero
cómo serán mis despertares
Pero
cómo serán mis despertares
Cada
vez que despierte avergonzada
Cada
vez que despierte avergonzada
(Off)
Un
día comparece un alma ante ti y sabes que tienes un preludio eterno qué contar
(Voz
en off, Damián)
“Los
reinos lejanos no son los más solitarios. Hace muchos años las personas de un
pueblo tenían miedo de una desconocida leyenda que era cierta: Una mujer
enamorada que ya no era princesa, había regresado a casa...”
Era
mi cuento favorito.
*Textos publicados en El Sol del Bajío, domingo 25 de septiembre de 2016.
**Todas las imagenes son propiedad de Héctor Ortega o usadas con permiso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario