domingo, 24 de julio de 2016

LA TEORÍA DE LOS MUNDOS POSIBLES


LA TEORÍA DE LOS MUNDOS POSIBLES

“La teoría de los mundos posibles sostiene que toda ficción crea un mundo semánticamente distinto al mundo real, creado específicamente por cada texto de ficción y al que sólo se puede acceder precisamente a través de dicho texto. Así, una obra de ficción puede alterar o eliminar algunas de las leyes físicas imperantes en el mundo real (como sucede en la ciencia ficción o en la novela fantástica), o bien conservarlas y construir un mundo cercano -si no idéntico- al real (como sucede en la novela realista. Según esta teoría los únicos ‘requisitos’ para crear un mundo posible es que éste pueda ser concebido y que una vez concebido mantenga una congruencia interna.”(1)
            Accedamos pues, a dichos mundos en la voz de nuestros compañeros del Diezmo de Palabras. Vale. 



EL SUEÑO DE LAS ESTRELLAS
Enrique R. Soriano Valencia

Después de un buen rato, los muchachos empezaron a extrañar a Carl…
—¿No se tarda mucho?, -preguntó Isaac.
—¿A dónde fue?,-lo preguntó Albert.
—No sé -respondió Henry, el más pequeño, como si la pregunta fuera para él- creo que fue a regar un árbol.
—A mí no me dijo adónde iba, pero lo mejor será ir a buscarlo. Le pudo haber pasado algo -propuso Albert- está muy oscuro, es una noche sin luna y posiblemente no encuentra el camino de regreso.
—¿Por aquí hay leones?, –inocente, preguntó Henry.
—No, tonto -lo reprendió Isaac- pero en la oscuridad pudo haber tropezado con algo y pegado en la cabeza, por eso no grita.
—Nos va a regañar mi papá -empezó a gimotear el pequeño Henry.
—¡No te pongas a llorar, niño chillón!, -le reprendió Albert- como sigas así nos vas a poner a todos nerviosos y terminaremos por llorar. Hay que ir a buscarlo.
Los chicos sacaron de su mochila sus lámparas y empezaron a gritar por los alrededores del campamento a su compañero. Todos juntos caminaban por la oscuridad de la noche, lanzando sus luces en diferente dirección.

            Lo hallaron acostado en la ladera del cerrillo de enfrente a la fogata, con las manos detrás de la nuca...
—Mil ciento veintitrés, mil ciento veinticuatro, mil ciento veinticinco...
—¿Pero qué haces?, -preguntó Albert, verdaderamente desconcertado-.
—¡Mil ciento veintisiete! ¡Mil ciento veintiocho!... -subió la voz.
—¿Te pegaste en la cabeza y por eso dices sólo números?, -cuestionó Albert, con tono molesto-.
—¡Tonto! ¡Me hiciste perder la cuenta! , -gritó Carl.
—¿La cuenta de qué?, -preguntó Henry- ¿viste muchos leones?
—¡No digas tonterías, Henry! ¡Aquí no hay leones! ¡Lo que contaba eran estrellas!
—¿Qué?, -exclamó Isaac, al tiempo que volteaban hacia el cielo- ¿no es una tontería eso? Hay muchísimas... ¡millones! ¿Y las querías contar todas? Eso es algo muy tonto.
—No, yo no lo creo así. Hay miles de millones. Tan sólo en el vecindario hay cuatrocientos mil millones de sistemas solares.
—¡¿Qué?!, -gritaron todos al mismo tiempo.
—¡Ay! Yo no sé de lo que están hablando, pero a mí me da miedo estar aquí ¿Por qué no nos vamos otra vez para allá, donde no hace tanto frío.
—Espera, Henry. ¿Ves eso que parece nubes?
—Sí.
—Pues no son nubes, es la Vía Láctea.
—Sí, bueno, pero ¿y si la vemos desde allá?, -respondió Henry, señalando la fogata-.
—No podrías verla desde ahí; la luz del fuego no te dejaría ver tantas estrellas y a la Vía Láctea, menos.
—No entiendo qué es eso de la Vía Láctea -dijo lloroso, Henry-.
—Pues es la galaxia donde vivimos -le respondió Carl- y es una de las cien mil millones de galaxias del Universo.
—¿Alguien me quiere decir a qué vienen tantos números?, -protestó Isaac-.
Carl no hizo caso de la pregunta. Abrazó a Henry y lo tiró junto con él, boca arriba, en la ladera.
—¿Te imaginas, Henry? ¿Poder ir hasta allá y ver lo que nadie ha visto?
Henry no contestó, sólo se trataba de algo que veía todos los días por las noches, pero que nunca había pensado en qué era. Los demás chicos se recostaron también, les gustaba ver a su derredor y tratar de entender todo.
—Todos esos son otros planetas, otros mundos. Algunos quizá tendrán vida...
—¿Leones?
—Pues a lo mejor, parecidos; pero no iguales. Todos esos lugares son diferentes a la tierra. Algunos tendrán otro tipo de atmósfera y diferente temperatura, por lo que si existiera vida, tendría que ser muy diferente, muy distinta a la que conocemos aquí.
—¿Y si nos atacaran?, -preguntó Isaac-.
—Es difícil, -respondió haciendo una torsión para ver Isaac- ningún animal te ataca si no se siente amenazado o si no tuviera necesidad de comer. Y si existieran otros seres, trataríamos de no molestarles y de entenderlos. Así sería muy extraño que te hicieran algo. De cualquier forma, nunca dejaríamos de tomar precauciones.
            Carl se recostó nuevamente sobre sus manos detrás de la nuca.
 —Eso que parece nube, no lo es: son miles de millones de astros; millones de sistemas solares con planetas girando alrededor de algún sol; pocos parecidos al nuestro y mucho más grandes y de distinto color, por el tipo de combustión. Así que sólo unos cuantos podrían tener mundos como el nuestro. Cuando sea grande, me las ingeniaré para mandarles un mensaje. Ojalá me respondan. Quisiera ser de los primeros que conozca otras vidas. Como medida de precaución les enviaré una máquina con un mensaje que todavía no sé cómo escribirlo, pero tendría que decir algo como: «No están solos. Los hemos buscado por mucho tiempo. Permítanos ser sus amigos».
—¿Como un mensaje de Navidad?, -preguntó inocentemente Henry.
—Sí, como un mensaje de buena voluntad a todo el Universo.

            *A la memoria de Carl Sagan, científico, divulgador, asesor de la NASA y quien siempre tuvo la esperanza de encontrar vida en otros lugares del Universo. Redactó el texto que fue enviado en la zonda Voyaguer, que se dirige al centro de la Vía Láctea desde hace ya muchos años.



SÓLO A VECES
Por Rafael Palacios


A veces imagino a un hombre sentado frente a una hoja de papel. Lleva, desafiante, una pluma en la diestra. El hombre intenta, desesperado, desprenderse de aquello que lo agobia y lo aniquila. Necesita del blanco del papel para sacarlo. Se angustia, enloquece, quiere matar a los diablos que viven en su interior. Tiene los ojos fijos a lo que hay frente a él, aprieta su mandíbula y lleva las manos frías y el semblante pálido. Siente que lo van a fusilar. Sus dedos son largos y delgados, huesudos, de pianista de bar; ellos esperan impacientes el devenir, que el ritmo se suelte y ellos queden libres. Pasan minutos eternos, las manos comienzan a desdoblarse, haciéndose notar con raras articulaciones que lo hacen temblar hasta las uñas. De pronto los dedos infames se sienten en una primigenia libertad y comienzan a moverse acompasados sobre el blanco del papel. La esquiva inspiración ha llegado y posa su tinta pervertida en aquella superficie que siente la necesidad de ser violada. Las grafías bailan con fuerza brutal, instantánea, mágica y oscura, asesinando la virginidad de ese papel y quebrando el ritmo de la noche. El hombre escribe durante varios minutos y luego lee en voz alta:
            «A veces imagino a un hombre sentado delante de un teléfono público. Hace frío, esta helando. El hombre aguarda impaciente que el aparato repique. A veces se aleja un poco, pero imagina escuchar el retumbar en sus oídos del teléfono y corre a contestarlo desesperado, no es así; su mente juega con él otra vez. Lleva ojeras de varias noches sin sueño y su mirada ausente es del que hace mucho dejó de habitar en esta tierra. Tiene las manos entrecruzadas en actitud de espera o de súplica. Los perros ladran al enemigo imaginario y la mujer de la vida fácil que al llegar la noche es difícil, va llegando a su casa. Ella para frente a él y lo interroga con la mirada, quiere saber el por qué de la espera del hombre frente al teléfono. Él llora amargamente y un sobresalto de felicidad lo alerta cuando por fin el aparato suena, lo descuelga y alguien detrás de la línea susurra:
           
            «A veces imagino a un hombre sentado en las frías butacas de un auditorio viejo. Lleva las nalgas tristes de estar esperando el acto final, le duele enormemente el corazón. Sus ojos pelean contra su cerebro y no pierde detalle de la farsa que se representa frente a él. Es único público en ese mar de madera y latón. Desde hace tiempo espera esa puesta en escena y desea que dure poco, que acabe rápido. Tiembla e imagina qué será cuando baje el telón, es un invitado involuntario y él sólo cuenta los minutos para que aquello termine y aplaudir de pie, salir corriendo. Pero la protagonista del recital, termina de manera intempestiva su parlamento, besa al único público tiernamente en los labios y le dice al oído:
            «A veces imagino a un ser humano tumbado en el catre de algún hospital psiquiátrico. Revisa una y otra vez un retrato de mujer en blanco y negro. A la vez repite una y otra vez el nombre de esa mujer. Sus ojos recorren el rostro femenino buscando respuestas que no llegan. Besa en su  fantasía los labios de ella, besa sus parpados tristes, escucha su respiración agitada y termina por acariciar sus cabellos en la fotografía, todo aquello guardado por un marco de madera. Imagina que es demasiado y explota la imagen maldita en su cerebro, se retuerce por dentro y aguarda lo que sigue, callado. Intenta apartar los recuerdos de un manotazo y con el rostro desencajado mira el rostro de una mujer imaginario. Los enfermeros lo someten y colocado boca abajo, con correas de cuero sujetan sus manos y pies a la tubería del catre. El paciente derrama lágrimas de amargura porque se siente despojado de su libertad de ser y de amar.
            A veces imagino el rostro de un hombre, iluminado por una pantalla de un monitor, y me sorprende enormemente, que por extraño, intrincado y retorcido que parezca, ese hombre, a veces, resulte ser yo.



“BUITRES”
Una versión de Julio Edgar Méndez

"La literatura es siempre una expedición a la verdad." Franz Kafka

“Érase un buitre que me picoteaba los pies.” Pero me amaba. Me amaba al punto de no dejar que nadie más se acercara. Ya había desgarrado mis pies, los muslos, las rodillas; la parte más baja de lo más bajo de mi vida. Se ensañaba con mi ignorancia, me usaba para presumir su osadía. Era insoportable ver la forma en que se burlaba de mis gritos, del amor desesperado con el que yo arremetía de vuelta a sus picotazos.
            Alguien me dijo que no tenía por qué soportarlo, pero, ¿acaso no entienden? No es el dolor lo que me pesa, es el atrevimiento de sus ataques, de sus burlas. Tener los pies desgarrados ni siquiera es noticia de primera plana. Hace tiempo me defendía, pero ahora no tiene sentido. Ni siquiera me muevo ya del mismo lugar.
            ¿Matarlo? ¿Qué clase de arma puede derribar lo que no vemos? Además lo amo. Amo esa manera insufrible de mirarme con tanta condescendencia, como algo inferior, algo sin alas, sin metas, sin sueños. Vivo sólo a través de sus ojos.
            Me han convencido de darle un tiro.
            Han ido por un arma de las que disparan quimeras y eliminan incertidumbres. No sé cuánto puedan tardar en ir y volver, ni siquiera sé si vuelvan. La paciencia no es una de mis virtudes. Este buitre negro de mis emociones lo sabe mejor que yo.
            No sé si me escucha o lee mis pensamientos. Pero desde hace un rato me mira con sorna. Con la lucidez de saber las respuestas. Me mira y me desconcierta esa mirada tan parecida al pasado, tan presente en mis días más tristes. Lo veo retroceder y tomar vuelo desde la distancia, donde las nubes son borrones de pasiones atrabiliarias. Sus ojos se han quedado fijos en los míos que lo contemplan con pena a través del espejo salado de la inconsciencia. Ha decidido acabar de una vez con todo y resuelto desciende en picada directamente hasta mi boca, donde los cristales se arremolinan justo donde la confusión pinta de rojos colores los retazos dispersos de mi alma atormentada, que apenas ahora conoce la paz...


** El buitre había escuchado tranquilamente nuestro diálogo y había dejado errar la mirada entre el señor y yo. Ahora vi que había comprendido todo: voló un poco, retrocedió para lograr el ímpetu necesario y como un atleta que arroja la jabalina encajó el pico en mi boca, profundamente. Al caer de espaldas sentí como una liberación; que en mi sangre, que colmaba todas las profundidades y que inundaba todas las riberas, el buitre irreparablemente se ahogaba.** Buitres, de Franz Kafka.

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+Textos publicados en El Sol del Bajío, Celaya, Gto. 24 de julio de 2016.
++Imagen de Buitres: Rik Wielheesen
(1) https://es.wikipedia.org/wiki/Ficci%C3%B3n

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