LA TEORÍA DE LOS MUNDOS POSIBLES
“La
teoría de los mundos posibles sostiene que toda ficción crea un mundo
semánticamente distinto al mundo real, creado específicamente por cada texto de
ficción y al que sólo se puede acceder precisamente a través de dicho texto. Así,
una obra de ficción puede alterar o eliminar algunas de las leyes físicas
imperantes en el mundo real (como sucede en la ciencia ficción o en la novela
fantástica), o bien conservarlas y construir un mundo cercano -si no idéntico-
al real (como sucede en la novela realista. Según esta teoría los únicos
‘requisitos’ para crear un mundo posible es que éste pueda ser concebido y que
una vez concebido mantenga una congruencia interna.”(1)
Accedamos pues, a dichos mundos en
la voz de nuestros compañeros del Diezmo de Palabras. Vale.
EL
SUEÑO DE LAS ESTRELLAS
Enrique
R. Soriano Valencia
Después
de un buen rato, los muchachos empezaron a extrañar a Carl…
—¿No
se tarda mucho?, -preguntó Isaac.
—¿A
dónde fue?,-lo preguntó Albert.
—No
sé -respondió Henry, el más pequeño, como si la pregunta fuera para él- creo
que fue a regar un árbol.
—A
mí no me dijo adónde iba, pero lo mejor será ir a buscarlo. Le pudo haber pasado
algo -propuso Albert- está muy oscuro, es una noche sin luna y posiblemente no
encuentra el camino de regreso.
—¿Por
aquí hay leones?, –inocente, preguntó Henry.
—No,
tonto -lo reprendió Isaac- pero en la oscuridad pudo haber tropezado con algo y
pegado en la cabeza, por eso no grita.
—Nos
va a regañar mi papá -empezó a gimotear el pequeño Henry.
—¡No
te pongas a llorar, niño chillón!, -le reprendió Albert- como sigas así nos vas
a poner a todos nerviosos y terminaremos por llorar. Hay que ir a buscarlo.
Los
chicos sacaron de su mochila sus lámparas y empezaron a gritar por los
alrededores del campamento a su compañero. Todos juntos caminaban por la
oscuridad de la noche, lanzando sus luces en diferente dirección.
Lo hallaron acostado en la ladera
del cerrillo de enfrente a la fogata, con las manos detrás de la nuca...
—Mil
ciento veintitrés, mil ciento veinticuatro, mil ciento veinticinco...
—¿Pero
qué haces?, -preguntó Albert, verdaderamente desconcertado-.
—¡Mil
ciento veintisiete! ¡Mil ciento veintiocho!... -subió la voz.
—¿Te
pegaste en la cabeza y por eso dices sólo números?, -cuestionó Albert, con tono
molesto-.
—¡Tonto!
¡Me hiciste perder la cuenta! , -gritó Carl.
—¿La
cuenta de qué?, -preguntó Henry- ¿viste muchos leones?
—¡No
digas tonterías, Henry! ¡Aquí no hay leones! ¡Lo que contaba eran estrellas!
—¿Qué?,
-exclamó Isaac, al tiempo que volteaban hacia el cielo- ¿no es una tontería
eso? Hay muchísimas... ¡millones! ¿Y las querías contar todas? Eso es algo muy
tonto.
—No,
yo no lo creo así. Hay miles de millones. Tan sólo en el vecindario hay
cuatrocientos mil millones de sistemas solares.
—¡¿Qué?!,
-gritaron todos al mismo tiempo.
—¡Ay!
Yo no sé de lo que están hablando, pero a mí me da miedo estar aquí ¿Por qué no
nos vamos otra vez para allá, donde no hace tanto frío.
—Espera,
Henry. ¿Ves eso que parece nubes?
—Sí.
—Pues
no son nubes, es la Vía Láctea.
—Sí,
bueno, pero ¿y si la vemos desde allá?, -respondió Henry, señalando la fogata-.
—No
podrías verla desde ahí; la luz del fuego no te dejaría ver tantas estrellas y
a la Vía Láctea, menos.
—No
entiendo qué es eso de la Vía Láctea -dijo lloroso, Henry-.
—Pues
es la galaxia donde vivimos -le respondió Carl- y es una de las cien mil
millones de galaxias del Universo.
—¿Alguien
me quiere decir a qué vienen tantos números?, -protestó Isaac-.
Carl
no hizo caso de la pregunta. Abrazó a Henry y lo tiró junto con él, boca
arriba, en la ladera.
—¿Te
imaginas, Henry? ¿Poder ir hasta allá y ver lo que nadie ha visto?
Henry
no contestó, sólo se trataba de algo que veía todos los días por las noches,
pero que nunca había pensado en qué era. Los demás chicos se recostaron
también, les gustaba ver a su derredor y tratar de entender todo.
—Todos
esos son otros planetas, otros mundos. Algunos quizá tendrán vida...
—¿Leones?
—Pues
a lo mejor, parecidos; pero no iguales. Todos esos lugares son diferentes a la
tierra. Algunos tendrán otro tipo de atmósfera y diferente temperatura, por lo
que si existiera vida, tendría que ser muy diferente, muy distinta a la que
conocemos aquí.
—¿Y
si nos atacaran?, -preguntó Isaac-.
—Es
difícil, -respondió haciendo una torsión para ver Isaac- ningún animal te ataca
si no se siente amenazado o si no tuviera necesidad de comer. Y si existieran
otros seres, trataríamos de no molestarles y de entenderlos. Así sería muy
extraño que te hicieran algo. De cualquier forma, nunca dejaríamos de tomar
precauciones.
Carl se recostó nuevamente sobre sus
manos detrás de la nuca.
—Eso que parece nube, no lo es: son miles de
millones de astros; millones de sistemas solares con planetas girando alrededor
de algún sol; pocos parecidos al nuestro y mucho más grandes y de distinto
color, por el tipo de combustión. Así que sólo unos cuantos podrían tener
mundos como el nuestro. Cuando sea grande, me las ingeniaré para mandarles un
mensaje. Ojalá me respondan. Quisiera ser de los primeros que conozca otras
vidas. Como medida de precaución les enviaré una máquina con un mensaje que
todavía no sé cómo escribirlo, pero tendría que decir algo como: «No están
solos. Los hemos buscado por mucho tiempo. Permítanos ser sus amigos».
—¿Como
un mensaje de Navidad?, -preguntó inocentemente Henry.
—Sí,
como un mensaje de buena voluntad a todo el Universo.
*A
la memoria de Carl Sagan, científico, divulgador, asesor de la NASA y quien
siempre tuvo la esperanza de encontrar vida en otros lugares del Universo.
Redactó el texto que fue enviado en la zonda Voyaguer, que se dirige al centro
de la Vía Láctea desde hace ya muchos años.
SÓLO
A VECES
Por
Rafael Palacios
A
veces imagino a un hombre sentado frente a una hoja de papel. Lleva,
desafiante, una pluma en la diestra. El hombre intenta, desesperado,
desprenderse de aquello que lo agobia y lo aniquila. Necesita del blanco del
papel para sacarlo. Se angustia, enloquece, quiere matar a los diablos que
viven en su interior. Tiene los ojos fijos a lo que hay frente a él, aprieta su
mandíbula y lleva las manos frías y el semblante pálido. Siente que lo van a
fusilar. Sus dedos son largos y delgados, huesudos, de pianista de bar; ellos
esperan impacientes el devenir, que el ritmo se suelte y ellos queden libres.
Pasan minutos eternos, las manos comienzan a desdoblarse, haciéndose notar con
raras articulaciones que lo hacen temblar hasta las uñas. De pronto los dedos
infames se sienten en una primigenia libertad y comienzan a moverse acompasados
sobre el blanco del papel. La esquiva inspiración ha llegado y posa su tinta
pervertida en aquella superficie que siente la necesidad de ser violada. Las
grafías bailan con fuerza brutal, instantánea, mágica y oscura, asesinando la
virginidad de ese papel y quebrando el ritmo de la noche. El hombre escribe
durante varios minutos y luego lee en voz alta:
«A veces imagino a un hombre sentado
delante de un teléfono público. Hace frío, esta helando. El hombre aguarda
impaciente que el aparato repique. A veces se aleja un poco, pero imagina
escuchar el retumbar en sus oídos del teléfono y corre a contestarlo
desesperado, no es así; su mente juega con él otra vez. Lleva ojeras de varias
noches sin sueño y su mirada ausente es del que hace mucho dejó de habitar en
esta tierra. Tiene las manos entrecruzadas en actitud de espera o de súplica.
Los perros ladran al enemigo imaginario y la mujer de la vida fácil que al
llegar la noche es difícil, va llegando a su casa. Ella para frente a él y lo
interroga con la mirada, quiere saber el por qué de la espera del hombre frente
al teléfono. Él llora amargamente y un sobresalto de felicidad lo alerta cuando
por fin el aparato suena, lo descuelga y alguien detrás de la línea susurra:
«A veces imagino a un hombre sentado
en las frías butacas de un auditorio viejo. Lleva las nalgas tristes de estar
esperando el acto final, le duele enormemente el corazón. Sus ojos pelean
contra su cerebro y no pierde detalle de la farsa que se representa frente a
él. Es único público en ese mar de madera y latón. Desde hace tiempo espera esa
puesta en escena y desea que dure poco, que acabe rápido. Tiembla e imagina qué
será cuando baje el telón, es un invitado involuntario y él sólo cuenta los
minutos para que aquello termine y aplaudir de pie, salir corriendo. Pero la
protagonista del recital, termina de manera intempestiva su parlamento, besa al
único público tiernamente en los labios y le dice al oído:
«A veces imagino a un ser humano
tumbado en el catre de algún hospital psiquiátrico. Revisa una y otra vez un
retrato de mujer en blanco y negro. A la vez repite una y otra vez el nombre de
esa mujer. Sus ojos recorren el rostro femenino buscando respuestas que no
llegan. Besa en su fantasía los labios
de ella, besa sus parpados tristes, escucha su respiración agitada y termina
por acariciar sus cabellos en la fotografía, todo aquello guardado por un marco
de madera. Imagina que es demasiado y explota la imagen maldita en su cerebro,
se retuerce por dentro y aguarda lo que sigue, callado. Intenta apartar los
recuerdos de un manotazo y con el rostro desencajado mira el rostro de una
mujer imaginario. Los enfermeros lo someten y colocado boca abajo, con correas
de cuero sujetan sus manos y pies a la tubería del catre. El paciente derrama
lágrimas de amargura porque se siente despojado de su libertad de ser y de
amar.
A veces imagino el rostro de un
hombre, iluminado por una pantalla de un monitor, y me sorprende enormemente,
que por extraño, intrincado y retorcido que parezca, ese hombre, a veces,
resulte ser yo.
“BUITRES”
Una
versión de Julio Edgar Méndez
"La literatura es siempre una expedición a la
verdad." Franz Kafka
“Érase
un buitre que me picoteaba los pies.” Pero me amaba. Me amaba al punto de no
dejar que nadie más se acercara. Ya había desgarrado mis pies, los muslos, las
rodillas; la parte más baja de lo más bajo de mi vida. Se ensañaba con mi
ignorancia, me usaba para presumir su osadía. Era insoportable ver la forma en
que se burlaba de mis gritos, del amor desesperado con el que yo arremetía de
vuelta a sus picotazos.
Alguien me dijo que no tenía por qué
soportarlo, pero, ¿acaso no entienden? No es el dolor lo que me pesa, es el
atrevimiento de sus ataques, de sus burlas. Tener los pies desgarrados ni
siquiera es noticia de primera plana. Hace tiempo me defendía, pero ahora no
tiene sentido. Ni siquiera me muevo ya del mismo lugar.
¿Matarlo? ¿Qué clase de arma puede
derribar lo que no vemos? Además lo amo. Amo esa manera insufrible de mirarme
con tanta condescendencia, como algo inferior, algo sin alas, sin metas, sin
sueños. Vivo sólo a través de sus ojos.
Me han convencido de darle un tiro.
Han ido por un arma de las que
disparan quimeras y eliminan incertidumbres. No sé cuánto puedan tardar en ir y
volver, ni siquiera sé si vuelvan. La paciencia no es una de mis virtudes. Este
buitre negro de mis emociones lo sabe mejor que yo.
No sé si me escucha o lee mis
pensamientos. Pero desde hace un rato me mira con sorna. Con la lucidez de
saber las respuestas. Me mira y me desconcierta esa mirada tan parecida al
pasado, tan presente en mis días más tristes. Lo veo retroceder y tomar vuelo
desde la distancia, donde las nubes son borrones de pasiones atrabiliarias. Sus
ojos se han quedado fijos en los míos que lo contemplan con pena a través del
espejo salado de la inconsciencia. Ha decidido acabar de una vez con todo y
resuelto desciende en picada directamente hasta mi boca, donde los cristales se
arremolinan justo donde la confusión pinta de rojos colores los retazos
dispersos de mi alma atormentada, que apenas ahora conoce la paz...
** El buitre había
escuchado tranquilamente nuestro diálogo y había dejado errar la mirada entre
el señor y yo. Ahora vi que había comprendido todo: voló un poco, retrocedió
para lograr el ímpetu necesario y como un atleta que arroja la jabalina encajó
el pico en mi boca, profundamente. Al caer de espaldas sentí como una
liberación; que en mi sangre, que colmaba todas las profundidades y que
inundaba todas las riberas, el buitre irreparablemente se ahogaba.** Buitres, de
Franz Kafka.
+++++++++++++++++++++++++
+Textos publicados en El Sol del Bajío, Celaya, Gto. 24 de julio de 2016.
++Imagen de Buitres: Rik Wielheesen
(1) https://es.wikipedia.org/wiki/Ficci%C3%B3n
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