domingo, 26 de junio de 2016

AL PADRE QUE YA NO VEREMOS


AL PADRE QUE YA NO VEREMOS

“Déjame reposar,
aflojar los músculos del corazón
y poner a dormitar el alma
para poder hablar,
para poder recordar estos días,
los más largos del tiempo”.
Jaime Sabines, Algo sobre la muerte del Mayor Sabines

Los compañeros del Diezmo de Palabras compartieron textos dedicados a los padres en las últimas dos ediciones de nuestro periódico de casa, El Sol del Bajío. Cada uno de los poemas y narrativas fue de enorme emotividad por la carga sentimental que supone desnudar el alma.  Esta es la tercera parte de los mensajes. Mujeres y hombres que escriben a ese padre que ya no veremos. Un padre que murió tal vez en su cama, mientras dormía; otro que no murió cerca de los suyos; otro que fue muerto por manos asesinas, manos que debieron defenderlo, según entendemos la Constitución de nuestro país. Algún padre que se perdió en ese agujero negro de la frontera norte. Uno más que a la mejor era un maestro luchando por sus derechos laborales y desapareció dentro de una camioneta de la policía.
Todos hemos tenido padre, no siempre el que nos engendró, pero sí alguien que todos los días se levantaba temprano y, sin molestar a los demás, salía a trabajar durante horas para llevar alimento a la casa. A la mejor no le decía a nuestra madre que la quería, ni le llevaba flores, ni era “detallista”, pero sacrificaba sus propios sueños para que sus hijos pudieran cumplir los suyos. Tal vez aborrecía su trabajo y las humillaciones que quizás padecía, pero sus hijos pudieron ir a la escuela y su esposa siempre tuvo un techo decente y un apoyo moral. No todos los héroes son conocidos, pero seguro que tu padre lo fue y ni cuenta te diste. Por eso, hoy dedicamos este Diezmo al padre que ya no veremos, pero siempre estará en nuestro corazón. Vale.
Julio Edgar Méndez



DON GÜERO
Berenice Patiño Roa

En los ojos del abuelo se encontraba el mar,
yo no sé si él lo sabía porque sus oídos,
hacía tiempo, habían dejado de escuchar.

Don Boni iba de rancho en rancho vendiendo medias, servilletas, peines y  agujetas, cuando regresaba a casa sus nietos corríamos a su encuentro para ayudarle a cargar (arrastrar) las cajas de cartón a cambio de unos chicles. Es inevitable pensar en las canicas, en los yoyos, en cómo nos enseñó a bailar el trompo, en las historias que nos contó bajo el mezquite, en la ceja blanca y la ceja negra, la enorme sonrisa y aquel sombrero que conservo. El Güero fumaba sus Faros, aun cuando el humo ya había hecho estragos en la salud, se sentaba en la entrada de la casa y “escondía” el cigarro para que no sospecharan que seguía fumando, cosa curiosa, porque en su espalda una estela gris lo delataba.
Abuelo, las cajas de cartón siguen arriba del ropero y tus nietos e hijos seguimos hurgando en ellas, pero ninguno desata los nudos porque nos da miedo no poder hacerlos de nuevo.
A mi padre le sigue doliendo tu ausencia, qué falta me hace mi padre, a cada paso que doy, dice la canción; y en sus ojos descubro que la huella de tu nombre provoca el mar en su mirada. Te cuento que Manuel,  don Güero, como también lo llaman, sigue siendo un hombre extraordinario, el blanco comienza a cubrir parte de su cabello y las horas de trabajo se convirtieron en pequeñas líneas que iluminan su rostro; a pesar de eso, es un hombre fuerte y nos ha enseñado que se puede reír y llorar sin miedo. Ha soportado a las tres mujeres que tiene en sus días y que, sin que se dé cuenta quizá, me ha hecho valorar a toda mi familia a través del amor que le tiene a la suya. Sé que estarías orgulloso de tu hijo, así como yo lo estoy de mi padre.



CARTA A MIGUEL
Maurick Ilich

Compañero:
Le escribo desde la distancia geográfica.  Ya hace años desde aquella tarde, en la cual leí una nota para mí, en un pequeño papel escrito con su puño y letra.  Ahora ha pasado el tiempo, el innegable, el mismo que nos hace viejos; devuelvo a usted la deferencia.
Indudablemente nos perdimos de muchas cosas, las cuales suelen hacer la mayoría de los padres con sus hijos. Me refiero a los paseos en el parque, a las tardes de jugar futbol, así como otras tantas que quizá por falta de tiempo no pudimos compartir. El trabajo en aquellas viejas escuelas, casi siempre era un impedimento para ello. Sin embargo, le agradezco a usted que compartiéramos otras vivencias, tales como: ensuciarme con la tinta de aquel mimeógrafo negro y viejo en el cual imprimían usted y su compañera, sus materiales de trabajo. Aprecio cada una de las cosas que compartió con nosotros, si bien no caminamos en el parque, caminamos por las calles formando parte de un contingente, en una marcha en defensa de sus derechos laborales, o de igual manera recorrimos a pie el barrio donde nació. Así como esas vivencias, podríamos recordar tantas otras, las cuales siempre a pesar de la edad que tenía en esos años, me brindaron alegría.
Aún recuerdo ese mes de marzo, cuando por primera vez lo observé doblegarse ante la ausencia de su hermano. Sepa usted que entendí siempre su dolor, su rabia, su tristeza. Nunca se lo dije, pero me hubiera gustado abrazarle para reconfortarle.
Compañero Miguel, no puedo despedirme sin decirle a usted, que ha dejado en nosotros, sus hijos, una de las mejores herencias la cual tenemos la obligación de transmitir a nuestras futuras generaciones, a saber y parafraseando un tanto a Guevara: La capacidad de poder sentir y hacer nuestra cualquier injustica cometida en contra de cualquiera, además de tener la rabia para no rendirnos jamás. Creo que puede estar tranquilo y saber que cada día, mientras podamos ver el sol seguiremos su ejemplo y fundaremos nuevamente sus enseñanzas.
¡Reciba usted un abrazo!
Atentamente.
Su hijo y compañero.
México, mes de junio, año 2016


VÍCTIMAS COLATERALES
Víctor Hugo Pérez Nieto

— ¿Acaso eres idiota? -Dijo el niño a la salida del colegio -, él no vendrá.
— ¡Si vendrá! -Contestó el más pequeño -, todos los viernes pasa.
El hermano mayor, que ya entendía un poco más del mundo, había visto a su madre llorar frente al televisor cuando trasmitieron la lista de 43 desaparecidos, mientras se derretían las lágrimas de una veladora sobre la imagen de papá.

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YO TE RECUERDO
Ana Bick (Azul Violeta)

Ha pasado el tiempo, el viento y la brisa
me llenan de nostalgia y el alma de tristeza.
Tu recuerdo y tu mirada distante siguen aquí dentro,
dentro, muy dentro de mi corazón.
Te fuiste cuando más te necesité,
tu ausencia borró mi sendero y perdí el rumbo
por mucho, mucho tiempo.
Te alejaste en silencio, así, sin palabras,
sin consejos, sin caricias...
Ahogado en tus penas y dolor,
te convertiste en polvo de estrellas,
regresaste al origen sin despedirte.
Yo te recuerdo,
no sólo hoy, sino cada vez que necesito un abrazo,
un consejo, una palabra de aliento.
A veces, las notas de alguna guitarra lejana,
me hacen ver tu imagen borrosa,
esa delgada figura tuya, perdiéndose en la nada,
evaporándose entre la neblina del tiempo.
Yo te recuerdo, mi viejo,
en una mano  el cigarro y en la otra el tinto,
y esa mueca por sonrisa que siempre te acompañó.
Duele la ausencia.
Duele la soledad.
Duelen los brazos vacíos.
Duelen los ojos sin lágrimas
y las palabras no dichas.
Yo te recuerdo, Padre mío,
en el ocaso de mis días.



¡¡SE LLAMABA RAMÓN GÓMEZ NÚÑEZ, Y SIGUE SIENDO MI PADRE!!
Berta Gómez Ojeda

Hace 47 años (casi medio siglo) te fuiste; quince años vivimos juntos, dicen que te fuiste para siempre, yo no lo creo... reconocería tu voz entre todas; tu apacible mirada en la mía.
Del amor, del ingrediente más fuerte entre tú y mi madre... broté en la primavera de 1954; uno de mis hijos camina como tú, otro es paciente como tú, no se irrita jamás; el otro es el vivo retrato de mi tío-abuelo: Jesús; y mi hija aún no encuentra su centro, pero heredó lo fuerte de mi carácter.
Cada vez que oigo la música de viento, busco tu figura y tu trombón y me detengo al escuchar: “Lindo capullo de alhelí”, “Varita de nardo”, el “Adiós de Carrasco”, “Peregrina”, “Cuatro milpas”, “El sauz y la palma”, el corrido de “El hijo desobediente”, el corrido de “El agrarista”, “El Sinaloense” y el “Amor de mis amores” que en aquella serenata azul le dedicaste a mi madre.
Al pasar por “Aguas y manantiales del Culiacán”, tu antiguo trabajo, te imagino embotellando los refrescos... y por la ventana, tu madre -mi abuela, Timotea Núñez, la mejor fondera de Acámbaro, asomándose.
Volteo al sauz llorón de la “Acequia Regadora” donde nos esperabas para almorzar, portando tu gabán humedecido de rocío, mientras confeccionabas para mí, juguetonas figuras labradas, del corazón de la caña del maíz.
He recorrido tu región: Acámbaro, Salvatierra; de Yuriria, La Tinaja de pastores, la laguna desde todos sus ángulos, en donde atrapabas mosquitos para los pájaros... allá en tu tierna edad; y la ruta de Cupareo a la Puerta del Monte, hasta llegar al corazón de mi madre en Jaral del Progreso, y la estación del ferrocarril, de donde acarreabas maletas; y he recorrido todo el verdor de esta región tan generosa como tu corazón.
En un siglo tu herencia genética se ha extendido a setenta descendientes; unos llevan tu nombre, otros tu apellido; uno de mis hijos es músico, otros llevan tu bondad.
Cuando tomo el caldo de res que tanto te gustaba, escucho tu voz diciendo: “Ándale, hija, tómate tu caldito. Hija, a ti nunca te va a doler la cabeza”. Así mismo recuerdo aquella tu jarra con aquel café “Tupinamba”, servido muy caliente, con tablilla de chocolate machucado, y sopeado con esos largos panes llamados “Ingleses” que en todo Jaral aún saboreamos... y aquellas sardinas con “Pico de gallo” y tu preferido: caldo de pescado blanco, en caldo blanco, y guisado como en tu natal Yuriria.
Recuerdo además cuando me llevabas la mano sobre el cuaderno, para corregir el trazo del número tres, el que dibujaba haciendo gasa en el medio, y tú, con aquella ternura y paciencia que te caracterizaban, decías con cálida voz:
--Así no, hija, mira...
Y me guiabas la mano de niña escolapia hasta que aprendí a trazarlo correctamente.
En la última semana de ti -aquí con nosotros- pediste que me llevaran a tu presencia, junto con Raquel (mi hermana) y a cada una nos bendijiste; yo me lancé a tu pecho pidiéndote que no te murieras, y tus ojos se nublaron... me volviste a bendecir.
Al salir del cuarto-hospital, volteé, vi tu rostro mirándome lleno de lágrimas, y fue lo último que vi de ti.
Ahora, cuarenta y siete años después, mirando la espada de tus antepasados –que son los míos-- que me heredaste y que yo heredé a mi primogénito, sigo recordando que tu bondad te llevó a ser compadre de medio pueblo y amigo de la otra mitad, fundiéndote a la familia de mi madre: Ojeda Quintana, como la tuya propia. ¿Ya ves que para mí no has muerto?
Cordial y cariñosamente:

“Tu Güera”, Berta. Junio de 2016


*Textos publicados en El Sol del Bajío, domingo 26 de junio de 2016. Celaya, Gto.

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