AL PADRE QUE YA NO VEREMOS
“Déjame reposar,
aflojar los músculos del corazón
y poner a dormitar el alma
para poder hablar,
para poder recordar estos días,
los más largos del tiempo”.
Jaime
Sabines, Algo sobre la muerte del Mayor
Sabines
Los
compañeros del Diezmo de Palabras compartieron textos dedicados a los padres en
las últimas dos ediciones de nuestro periódico de casa, El Sol del Bajío. Cada
uno de los poemas y narrativas fue de enorme emotividad por la carga
sentimental que supone desnudar el alma.
Esta es la tercera parte de los mensajes. Mujeres y hombres que escriben
a ese padre que ya no veremos. Un padre que murió tal vez en su cama, mientras
dormía; otro que no murió cerca de los suyos; otro que fue muerto por manos
asesinas, manos que debieron defenderlo, según entendemos la Constitución de
nuestro país. Algún padre que se perdió en ese agujero negro de la frontera
norte. Uno más que a la mejor era un maestro luchando por sus derechos
laborales y desapareció dentro de una camioneta de la policía.
Todos
hemos tenido padre, no siempre el que nos engendró, pero sí alguien que todos
los días se levantaba temprano y, sin molestar a los demás, salía a trabajar
durante horas para llevar alimento a la casa. A la mejor no le decía a nuestra
madre que la quería, ni le llevaba flores, ni era “detallista”, pero
sacrificaba sus propios sueños para que sus hijos pudieran cumplir los suyos.
Tal vez aborrecía su trabajo y las humillaciones que quizás padecía, pero sus
hijos pudieron ir a la escuela y su esposa siempre tuvo un techo decente y un
apoyo moral. No todos los héroes son conocidos, pero seguro que tu padre lo fue
y ni cuenta te diste. Por eso, hoy dedicamos este Diezmo al padre que ya no
veremos, pero siempre estará en nuestro corazón. Vale.
Julio
Edgar Méndez
DON
GÜERO
Berenice
Patiño Roa
En los ojos del abuelo se encontraba el mar,
yo no sé si él lo sabía porque sus oídos,
hacía tiempo, habían dejado de escuchar.
Don
Boni iba de rancho en rancho vendiendo medias, servilletas, peines y agujetas, cuando regresaba a casa sus nietos
corríamos a su encuentro para ayudarle a cargar (arrastrar) las cajas de cartón
a cambio de unos chicles. Es inevitable pensar en las canicas, en los yoyos, en
cómo nos enseñó a bailar el trompo, en las historias que nos contó bajo el
mezquite, en la ceja blanca y la ceja negra, la enorme sonrisa y aquel sombrero
que conservo. El Güero fumaba sus Faros, aun cuando el humo ya había hecho
estragos en la salud, se sentaba en la entrada de la casa y “escondía” el
cigarro para que no sospecharan que seguía fumando, cosa curiosa, porque en su
espalda una estela gris lo delataba.
Abuelo,
las cajas de cartón siguen arriba del ropero y tus nietos e hijos seguimos
hurgando en ellas, pero ninguno desata los nudos porque nos da miedo no poder
hacerlos de nuevo.
A mi
padre le sigue doliendo tu ausencia, qué falta me hace mi padre, a cada paso
que doy, dice la canción; y en sus ojos descubro que la huella de tu nombre
provoca el mar en su mirada. Te cuento que Manuel, don Güero, como también lo llaman, sigue
siendo un hombre extraordinario, el blanco comienza a cubrir parte de su
cabello y las horas de trabajo se convirtieron en pequeñas líneas que iluminan
su rostro; a pesar de eso, es un hombre fuerte y nos ha enseñado que se puede
reír y llorar sin miedo. Ha soportado a las tres mujeres que tiene en sus días
y que, sin que se dé cuenta quizá, me ha hecho valorar a toda mi familia a
través del amor que le tiene a la suya. Sé que estarías orgulloso de tu hijo,
así como yo lo estoy de mi padre.
CARTA
A MIGUEL
Maurick
Ilich
Compañero:
Le
escribo desde la distancia geográfica.
Ya hace años desde aquella tarde, en la cual leí una nota para mí, en un
pequeño papel escrito con su puño y letra.
Ahora ha pasado el tiempo, el innegable, el mismo que nos hace viejos;
devuelvo a usted la deferencia.
Indudablemente
nos perdimos de muchas cosas, las cuales suelen hacer la mayoría de los padres
con sus hijos. Me refiero a los paseos en el parque, a las tardes de jugar
futbol, así como otras tantas que quizá por falta de tiempo no pudimos
compartir. El trabajo en aquellas viejas escuelas, casi siempre era un
impedimento para ello. Sin embargo, le agradezco a usted que compartiéramos
otras vivencias, tales como: ensuciarme con la tinta de aquel mimeógrafo negro
y viejo en el cual imprimían usted y su compañera, sus materiales de trabajo.
Aprecio cada una de las cosas que compartió con nosotros, si bien no caminamos
en el parque, caminamos por las calles formando parte de un contingente, en una
marcha en defensa de sus derechos laborales, o de igual manera recorrimos a pie
el barrio donde nació. Así como esas vivencias, podríamos recordar tantas otras,
las cuales siempre a pesar de la edad que tenía en esos años, me brindaron
alegría.
Aún
recuerdo ese mes de marzo, cuando por primera vez lo observé doblegarse ante la
ausencia de su hermano. Sepa usted que entendí siempre su dolor, su rabia, su
tristeza. Nunca se lo dije, pero me hubiera gustado abrazarle para
reconfortarle.
Compañero
Miguel, no puedo despedirme sin decirle a usted, que ha dejado en nosotros, sus
hijos, una de las mejores herencias la cual tenemos la obligación de transmitir
a nuestras futuras generaciones, a saber y parafraseando un tanto a Guevara: La
capacidad de poder sentir y hacer nuestra cualquier injustica cometida en
contra de cualquiera, además de tener la rabia para no rendirnos jamás. Creo
que puede estar tranquilo y saber que cada día, mientras podamos ver el sol
seguiremos su ejemplo y fundaremos nuevamente sus enseñanzas.
¡Reciba
usted un abrazo!
Atentamente.
Su
hijo y compañero.
México,
mes de junio, año 2016
VÍCTIMAS
COLATERALES
Víctor
Hugo Pérez Nieto
—
¿Acaso eres idiota? -Dijo el niño a la salida del colegio -, él no vendrá.
—
¡Si vendrá! -Contestó el más pequeño -, todos los viernes pasa.
El
hermano mayor, que ya entendía un poco más del mundo, había visto a su madre
llorar frente al televisor cuando trasmitieron la lista de 43 desaparecidos,
mientras se derretían las lágrimas de una veladora sobre la imagen de papá.
++++++++++++++++++++++++++
YO
TE RECUERDO
Ana
Bick (Azul Violeta)
Ha
pasado el tiempo, el viento y la brisa
me
llenan de nostalgia y el alma de tristeza.
Tu
recuerdo y tu mirada distante siguen aquí dentro,
dentro,
muy dentro de mi corazón.
Te
fuiste cuando más te necesité,
tu
ausencia borró mi sendero y perdí el rumbo
por
mucho, mucho tiempo.
Te
alejaste en silencio, así, sin palabras,
sin
consejos, sin caricias...
Ahogado
en tus penas y dolor,
te
convertiste en polvo de estrellas,
regresaste
al origen sin despedirte.
Yo
te recuerdo,
no
sólo hoy, sino cada vez que necesito un abrazo,
un
consejo, una palabra de aliento.
A
veces, las notas de alguna guitarra lejana,
me
hacen ver tu imagen borrosa,
esa
delgada figura tuya, perdiéndose en la nada,
evaporándose
entre la neblina del tiempo.
Yo
te recuerdo, mi viejo,
en
una mano el cigarro y en la otra el
tinto,
y
esa mueca por sonrisa que siempre te acompañó.
Duele
la ausencia.
Duele
la soledad.
Duelen
los brazos vacíos.
Duelen
los ojos sin lágrimas
y
las palabras no dichas.
Yo
te recuerdo, Padre mío,
en
el ocaso de mis días.
¡¡SE
LLAMABA RAMÓN GÓMEZ NÚÑEZ, Y SIGUE SIENDO MI PADRE!!
Berta
Gómez Ojeda
Hace
47 años (casi medio siglo) te fuiste; quince años vivimos juntos, dicen que te
fuiste para siempre, yo no lo creo... reconocería tu voz entre todas; tu
apacible mirada en la mía.
Del
amor, del ingrediente más fuerte entre tú y mi madre... broté en la primavera
de 1954; uno de mis hijos camina como tú, otro es paciente como tú, no se
irrita jamás; el otro es el vivo retrato de mi tío-abuelo: Jesús; y mi hija aún
no encuentra su centro, pero heredó lo fuerte de mi carácter.
Cada
vez que oigo la música de viento, busco tu figura y tu trombón y me detengo al
escuchar: “Lindo capullo de alhelí”, “Varita de nardo”, el “Adiós de Carrasco”,
“Peregrina”, “Cuatro milpas”, “El sauz y la palma”, el corrido de “El hijo
desobediente”, el corrido de “El agrarista”, “El Sinaloense” y el “Amor de mis
amores” que en aquella serenata azul le dedicaste a mi madre.
Al
pasar por “Aguas y manantiales del Culiacán”, tu antiguo trabajo, te imagino
embotellando los refrescos... y por la ventana, tu madre -mi abuela, Timotea
Núñez, la mejor fondera de Acámbaro, asomándose.
Volteo
al sauz llorón de la “Acequia Regadora” donde nos esperabas para almorzar,
portando tu gabán humedecido de rocío, mientras confeccionabas para mí,
juguetonas figuras labradas, del corazón de la caña del maíz.
He
recorrido tu región: Acámbaro, Salvatierra; de Yuriria, La Tinaja de pastores,
la laguna desde todos sus ángulos, en donde atrapabas mosquitos para los
pájaros... allá en tu tierna edad; y la ruta de Cupareo a la Puerta del Monte,
hasta llegar al corazón de mi madre en Jaral del Progreso, y la estación del
ferrocarril, de donde acarreabas maletas; y he recorrido todo el verdor de esta
región tan generosa como tu corazón.
En
un siglo tu herencia genética se ha extendido a setenta descendientes; unos
llevan tu nombre, otros tu apellido; uno de mis hijos es músico, otros llevan
tu bondad.
Cuando
tomo el caldo de res que tanto te gustaba, escucho tu voz diciendo: “Ándale,
hija, tómate tu caldito. Hija, a ti nunca te va a doler la cabeza”. Así mismo
recuerdo aquella tu jarra con aquel café “Tupinamba”, servido muy caliente, con
tablilla de chocolate machucado, y sopeado con esos largos panes llamados
“Ingleses” que en todo Jaral aún saboreamos... y aquellas sardinas con “Pico de
gallo” y tu preferido: caldo de pescado blanco, en caldo blanco, y guisado como
en tu natal Yuriria.
Recuerdo
además cuando me llevabas la mano sobre el cuaderno, para corregir el trazo del
número tres, el que dibujaba haciendo gasa en el medio, y tú, con aquella
ternura y paciencia que te caracterizaban, decías con cálida voz:
--Así
no, hija, mira...
Y me
guiabas la mano de niña escolapia hasta que aprendí a trazarlo correctamente.
En
la última semana de ti -aquí con nosotros- pediste que me llevaran a tu
presencia, junto con Raquel (mi hermana) y a cada una nos bendijiste; yo me
lancé a tu pecho pidiéndote que no te murieras, y tus ojos se nublaron... me
volviste a bendecir.
Al
salir del cuarto-hospital, volteé, vi tu rostro mirándome lleno de lágrimas, y
fue lo último que vi de ti.
Ahora,
cuarenta y siete años después, mirando la espada de tus antepasados –que son
los míos-- que me heredaste y que yo heredé a mi primogénito, sigo recordando
que tu bondad te llevó a ser compadre de medio pueblo y amigo de la otra mitad,
fundiéndote a la familia de mi madre: Ojeda Quintana, como la tuya propia. ¿Ya
ves que para mí no has muerto?
Cordial
y cariñosamente:
“Tu
Güera”, Berta. Junio de 2016
*Textos publicados en El Sol del Bajío, domingo 26 de junio de 2016. Celaya, Gto.
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