MI PADRE, MI HÉROE
La
mayoría de los países latinos festeja el día del padre el tercer domingo de
junio.
El
padre es parte fundamental del núcleo familiar. Muchos niños, en lugar de
llamarle padre, le dicen papá, pá, apá y hasta “jefe” (como dicen en la
actualidad los jóvenes). No conozco a ningún hombre que por muy macho o
valiente que sea no se haya quebrado ante esa vocecita que le dice, papá. Es
una de las cosas más hermosas que la vida te regala, pero no todos tenemos ese
privilegio.
El
papá es el encargado de llevar el sustento a casa y por lo tanto su tiempo se
ve limitado a permanecer con la familia. Ahora, ya con la modernidad, han
cambiado muchas cosas y los papás pueden convivir más tiempo con su familia.
El
papá es el héroe de la película, de nuestras historias, es un ejemplo a seguir,
es la perfección.
Muchos
padres ya se nos adelantaron en esta carrera de la vida y partieron dejándonos
sus enseñanzas, secretos y vivencias. Otros continúan cuidando y educando a sus
hijos, a semejanza de lo que ellos mismos vivieron. Y hay papás que llevan el
doble trabajo al no tener ningún apoyo.
Hoy
les rendimos un homenaje a todos los padres o papás del mundo, uniendo nuestras
letras para festejarlos. Ésta es la primera de dos partes.
Grandes
escritores, compañeros y amigos, aportaron algunos textos que escribieron con
el corazón para compartirlos en esta edición especial.
Con
cariño y admiración de parte del Taller Literario Diezmo de palabras:
¡MUCHAS
FELICIDADES Y UN ABRAZO A TODOS!
Lalo
Vázquez G.
DE
UN FAUSTO ACONTECIMIENTO
Félix
Meza García
Sobre
tu tumba, padre,
sobre
la lápida de tu tumba que cubre tus despojos
en
este septiembre inimaginado,
el
correo personalizado de tus maestros
del
"Esfuerzo Campesino",
te
dejó su mensaje docente
con
los crisantemos blancos
del
primer aniversario de tu ausencia
de
este planeta contradictorio.
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EL
NEGRO DE COYOACÁN
Paola
Klug
A mi padre
Él se
llamaba Leopoldo, su piel era del color del cacao y sus cabellos, barba y
bigotes eran blancos, tan blancos como la espuma que se forma en la orilla del
mar. Sus manos olían a café y a tabaco y tenía un lunar en su mejilla
izquierda, muy por debajo de los labios. Lo olía desde lejos, mucho antes de
que caminara por el pasillo que conducía a su habitación, el olor del puro con
la loción de flor de naranjo evidenciaba su presencia en la casa; jamás salía
al trabajo sin bolear pulcramente sus botines de piel, siempre con su uniforme
limpio e impecablemente planchado.
Era
un hombre de hábitos, incapaz de dejar sus modos ni sus costumbres. El “negro”
le decían algunos, el “mayor” le decían otros, para mí solo era mi padre; el
mejor, el más grande, el único.
Me
enseñó a jugar ajedrez y a preparar café; me contó historias sentado sobre las
escalinatas de aquél lugar en Atotonilco y caminó siempre a mi lado entre la
arena ocre de mi Veracruz. Él nunca me dejó sentirme sola.
Pero
entonces se fue…
Una
mañana nublada, de algún mes, de algún año, cerró sus ojos para no abrirlos
jamás. De su rostro moreno habían desaparecido todas las arrugas; todas esas
marcas de dolor por la muerte de Monchis, por la muerte de sus padres, por la
muerte de la tía Esperanza se habían desvanecido de repente. Sus recuerdos
entre el río y el empedrado de la Calle Progreso se fueron junto a él.
La
muerte le arrebató las lágrimas lloradas en el desierto, la esperanza que
encontró en ese lejano valle del que nadie conoce el nombre. Le quitó los años
y el peso que cargó en sus anchos hombros cada uno de ellos; se llevó consigo
sus culpas, sus secretos, sus remordimientos.
A mí
me dejó un hermano, la misma carne y la sangre mulata, me dejó sus recuerdos y
cartas viejas en papel de estraza; me dejó la calidez de sus manos, sus pasos
de baile y aquella sonrisa que esbozaba cada atardecer. Me heredó la vista fija
sobre los volcanes nevados, la trenza de la abuela Ricarda y la mirada coqueta
del abuelo Ramón; me heredó los ojos de la tía Chuchita y la lengua floja de la
tía Raquel. Él es la raíz y yo soy el árbol.
Mi
padre me dio amor y me enseñó a amar y esa fue su más grande lección. Sé que mi padre vive en mí y que yo viviré
siempre en mi padre.
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SIEMPRE
TAN MAL ENTENDIDO SU TRABAJO DE PADRE
Noradino
Rodríguez Ayala
Nunca
platiqué de esto con mi padre porque lo veía tan atareado, tan ocupado siempre
en llevar el sustento a la casa. Mi madre se encargaba de la organización y
distribución de los menajes. Ella era quien nos cuidaba, regañaba, bañaba,
lavaba la ropa, cocinaba, etc., sin embargo, nada hubiera podido hacer ella sin
el esfuerzo y la fortaleza de él.
Alguna
vez lo vi sentado junto a mi cama. Yo me hacía el dormido pero lo veía por el
rabillo del ojo, para que no se diera cuenta. Lo vi tocándose con una mano la
palma de la otra. Y le escuché cuando dijo bajito: —Cada dolor de estas manos
ha valido la pena-. Lo vi acercarse a mí y suavemente, como si temiera
lastimarme con lo áspero de sus encallecidas manos, me tocó la mejilla. Esa fue
la caricia más suave que jamás he vuelto a sentir. Después acercó sus labios a
mi frente y me plantó un gran beso. Algo que salió de sus ojos me mojó la cara.
Cuando salió del cuarto tomé esa lágrima y la besé hasta que desapareció.
Él
no lo sabe porque nunca se lo he platicado, pero cada noche espero su visita.
Cada noche espero su caricia, sus amorosas lágrimas. Cada noche lo quiero y
admiro más.
DESEMPOLVANDO
RECUERDOS
Diana
Alejandra Aboytes Martínez
Aplastando
lo que a su paso encuentra, el tiempo corre. Parece que fue ayer cuando mi
padre me llevaba de la mano procurando que mis pies no tropezaran.
No
sé si sea mi buena memoria o a qué deba mis recuerdos de edad muy temprana.
Pero ese compendio de remembranzas me es clave entre las piezas del
rompecabezas de mi vida.
En
esos años sólo éramos mi hermana de ocho años y yo, de tres. Recuerdo que solía
recibir a mi padre con efusividad cuando volvía del trabajo. Él extendía sus
manos, yo corría para caer sobre ellos, me levantaba y arrojándome por los
aires yo volaba segura sabiendo que sus brazos aguardaban para sostenerme.
¡Entonces él era mi máximo! Era la etapa en que las niñas tenemos por ideal a
nuestro padre como referente masculino.
En
cierto momento enfermé de anginas y precisaron intervenirme quirúrgicamente. La
vida me mostró por primera vez el lado del miedo. Pero yo no podía defraudar a
papá y mostrarme cobarde, más aún cuando él siempre me decía:
—Recuerda,
tú eres valiente.
Yo
tenía que mostrar valor, debía hacerlo. Pero en el momento que me llevaban en
la camilla rumbo al quirófano, precisé decirle:
—¡Papá!...
ya no quiero ser valiente.
Él
me sonrió infundiéndome valor con la mirada. Después de la operación mi voz
había desaparecido debido al dolor. Distinguí poco a poco a papá y mamá
sosteniendo el pianito de juguete que me habían prometido. El médico se
aproximó, besó mi mejilla y felicitó a mis padres por tener una hija valerosa…
He intentado seguir siendo osada ante los retos, pero muchas veces he querido
decir:
—¡Papá!...ya
no quiero ser valiente.
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YO
NO HE MUERTO
Cleo
Gordoa
Yo
no he muerto para ti,
sigo
corriendo por tus venas,
en
los rincones de tus pensamientos
y en
cada nota de tu corazón que palpita.
Estoy
en cada recuerdo atesorado,
en
el lugar vacío que quedó sin mi presencia,
en
tus oraciones que elevas cada noche
y en
tus despertares, luego de los sueños.
Yo
no he muerto para ti
porque
eres parte de mí en esta vida,
y
estoy a tu lado en tus momentos tristes,
y
estoy contigo en cada carcajada.
Tú
eres mi huella en el camino,
eres
mi historia para siempre,
eres
un poco de yo desde tu nacimiento
y
eres mi reflejo en tu vivir continuo.
Por
eso no he muerto para ti,
no
llores con amargura por mi ausencia,
no
te lamentes de haberme perdido,
yo
vivo en ti y tú lo sabes.
Estoy
entre esas paredes que nos refugiaron,
en
los caminos que recorrimos juntos,
en
tu piel porque tienes mis abrazos
y en
tu alma, porque ella está conmigo.
Estoy
cuando dices mi nombre
y el
eco lo lleva hasta otras dimensiones,
estoy
cuando solo me piensas
y
vienen las añoranzas
y
vuelvo a estar contigo.
No,
no he muerto solo me he ido por un rato,
pero
caminaré contigo en los años,
en
todas tus experiencias nuevas
y
quizás hasta los dos tropecemos.
Y
seguiré siendo tú y seguiré estando en ti,
y
lloraremos a veces, luego nos consolaremos,
yo
cuidaré de tus pasos desde un espacio lejano
y yo
vivo estaré, si me sigues recordando.
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A MI
PAPI, LALO VÁZQUEZ
Dulce
Alejandra Vázquez
Qué
bonitas las mañanas con tu peculiar saludo: —Buenos días, Cochinilla.
Papá,
¿qué sería de mí sin ti? Sin tus consejos, tus pláticas, tus canciones, tus
poesías, esa chispa y todo lo que te caracteriza.
Aunque
han pasado los años, sigo siendo tu pequeñita y me sigues consintiendo como el
primer día que llegué a tus brazos. Qué satisfacción tan grande tenerte como
padre. Qué orgullo me daba cuando te veía llegar a las juntas de mi escuela. Me
acuerdo que me gustaba presumirle a todos que tú eras mi papá. Les contaba que
tú nos hacías pasteles, galletas y muchos postres deliciosos. Todos decían que
querían tener un papá como tú, y hasta la fecha mucha gente que conoce de ti y
de todo lo que nos preparas para comer, me dicen que les gustaría que sus papás
fueran así, como eres tú. Pero lo mejor de todo es que solo yo puedo disfrutar
lo maravilloso que eres. Jamás me cansaré de agradecerle a la vida por elegirte
a ti como mi papá.
Gracias
a ti ahora soy la mujer que soy, pero quiero seguir siendo tu pequeñita.
Estoy
tan orgullosa del doble trabajo que haces como padre y madre. Lo haces parecer
muy fácil, pero sabemos lo difícil que es hacerse cargo de tres chiquillos, no
cualquiera lo puede hacer.
Por
eso y muchas cosas más, eres el mejor papá. ¡¡¡Felicidades en tu día!!!
HOMBRO
CON HOMBRO
Verónica
Salazar G.
Papá,
caminas despacio con tus años cansados y tus pasos firmes. Ya te duele la
espalda y tus rodillas crujen al andar. Ondea al viento tu escaso cabello
blanco. Tu mirada perdió el brillo y mira que no mira, como si estuviera
nublado.
Creo
que son tus recuerdos los que hacen que llores, como si no quisieras el paso
del tiempo. Aun así, sacas fuerzas de ese tu pasado cercano que se quedó
rezagado en tu memoria. Cargas tus sueños en una maleta, preparado para ese
viaje que algún día realizarás. Tienes toda una vida llena de añoranzas. Yo me
cobijo a tu sombra de viejo roble. Recibo de tus ramas ese abrazo que me
consuela y tu sombra alivia el calor de mi existir.
Me
enseñaste a soportar la más cruel de las tormentas sin que mi tronco se
doblara. Me dijiste cómo regar la semilla para que germine en buenos frutos. Tu
ejemplo de vida es mi bandera.
Vamos
tranquilos, hombro con hombro. Tú adelante, yo contigo siguiendo cada paso que
das. Me sonríes con dulzura y serenidad, luego dices: —Todo va bien, todo está
en paz.
*Textos publicados en El Sol del Bajío, domingo 12 de junio, Celaya, Gto.
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