DÍA DEL PADRE
¡Qué
padre escribir por este motivo!
La
mayoría de las personas escribimos algo para celebrar a las madres el Diez de Mayo,
pero pocas veces para el día del padre. El padre es la figura más importante de
una familia, pero no sería así si no tuviera la cercanía de una madre. El padre
es quien tradicionalmente lleva el sustento para los hijos, esto no sería
posible de no haber una mamá a quién agradecerle por esas vidas. El papá es el
hombre fuerte, que protege y da seguridad a todos los miembros de su familia, pero
también pide ayuda a su esposa cuando no sabe cómo hacer algo. Es también quien
usualmente repara los desperfectos que hay en casa, pero casi siempre motivado
por agradar y ayudar a la mamá. Es una persona trabajadora, con un sueldo o
ingresos por un oficio, pero lo comparte con su esposa quien -si no tiene
también un empleo- no recibe una remuneración económica por todo lo que hace en
casa. El padre es firme en sus decisiones, pero algo débil cuando da permiso a
sus hijas para ir a una fiesta. Es un héroe para sus pequeños, pero igual tiene
que ir al baño. Es un roble a la hora de llamar la atención a sus hijos, pero
también llora cuando alguno de ellos sufre. Por eso y por lo que desconocemos
de nuestro papá… regalémosle un ramo de flores. También ellos tienen
sentimientos. Cantemos las mañanitas, él también disfruta de la música. ¿Por
qué no un pastel?, sin duda alguna él también ayuda en la cocina. ¡Que la
igualdad en el amor no haga distinciones! Digámosle que le amamos. Honremos su
memoria, al saber que fue elegido para darnos vida por parte de El Eterno.
Démosle gracias, siempre, por su existencia y retribuyamos con amor sus
desvelos. Démosle la mano, cuando su andar se vuelva lento. Con paciencia
aceptemos sus fallas cuando las fuerzas le abandonen. Imitemos sus virtudes para
fortalecer nuestras carencias. ¡Felicidades, papá!
¡¡¡MUCHAS
FELICIDADES A TODOS LOS PAPÁS DEL MUNDO,
EN SU DÍA!!!
José
Arturo Grimaldo Méndez
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LA
GUITARRA GUARDARÁ SILENCIO
Lalo
Vázquez G.
La
guitarra guardará silencio.
Hace
apenas unos segundos
tu
corazón latía
y ya
estás tan lejos,
muy
fuera de mi alcance.
Tu
cuerpo tibio permanece aquí,
pero
ya no estás para moverlo.
La
hermosa sonrisa de tu rostro
no
volverá nunca más.
Mi
corazón se derrite como una vela
casi
por extinguir su luz.
El
mundo entero se ve triste
y
más grande aún el vacío.
Lloraré
cada vez que te recuerde,
cuando
alguien pregunte por ti,
cuando
lea tus versos,
y
escuche tus canciones.
Extrañaré
tu voz y tu alegría.
Tus
gritos y reclamos.
Los
acertados consejos
y
los merecidos regaños.
La
guitarra guardará silencio.
Tus
poemas tomarán fuerza.
Mis
lágrimas brotarán calladas.
Y mi
amor se quedará guardado.
Lo
triste no es que te vas,
lo
triste es que me quedo a llorarte.
No
puedo irme contigo.
Lo
triste, es que me quedo sin ti.
UN
HÉROE MORTAL
José
Arturo Grimaldo Méndez
Creí
que nunca se iría de mi lado y tuvo que volar al infinito para seguir llenando
de consuelo a corazones abatidos. Pensé que no escucharía más la voz de mi
conciencia y ahora es cuando más responde a las interrogantes del por qué ya no
está entre nosotros. Sentí que el mundo se me vendría encima al no tener sus
brazos para sostenerlo, en cada dificultad y embates del viento cargado de
presagios y sinsabores. Imaginé verlo aún por los senderos de la vida,
asoleando sus penas y fracasos; recogiendo
triunfos e ilusiones. Vi que la fuerza del alma abandonaba su templo y
era conducido al Tabernáculo eterno. Contemplé su desesperanza y apego al amor
terreno, a las flores y al cariño de sus brotes de olivo. Conocí sus gustos y
aficiones por el aire a campo libre, por la diversión y la salud del cuerpo y
del espíritu. Supe de sus noches de desvelo ante la incertidumbre de los buenos
tiempos; de sueños no conciliados por los gritos de faenas desesperadas de
amor. Contemplé las bofetadas que le dio el implacable tiempo: En el rostro, en
sus manos, en sus pies y en el alma. Me llenó de orgullo su valentía y su
honestidad. La paciencia y su ternura. La sabiduría que le dio la vida. La
lealtad robada al amigo verdadero. Saciado quedé de su paciencia y satisfecho
de su confianza en lo supremo. Mi padre es un
héroe de carne y hueso al que intento imitar. No usa antifaz porque nada
oculta. Vuela sin capa, porque Dios le dio unas alas. Lucha por mi felicidad y
está presto a mi llamado. Es mi amigo, mi confidente, mi ejemplo. Me dio del
origen de mi existencia. Fuente de inspiración en mi actuar. Por eso y por todo
lo que no le dije, que el mundo perdone mi atrevimiento de gritar en toda
dirección y a pulmón abierto: ¡¡¡Te amo, papá!!! Te quiero, amigo. ¡Te
necesito, mi héroe mortal!
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AUSENCIA
María
Guadalupe Rivera Núñez
A la memoria de mi padre: Juan Rivera Nieto
Mi
alma se duele de amor… no del que toma mi cuerpo para llevarlo a la pasión y
cuyo abrazo me seduce hasta perder la consciencia. No por el amor que derrama
mis lágrimas con la indiferencia y condiciona su entrega a ser correspondido.
Sufro, no por la voz dulce ladrona de mis deseos, o por los ojos que cautivan
mi mirada para conducirme hacia una realidad de misterio y espejismo. Hoy lloro
por la presencia que me tomó del brazo para enseñarme a caminar y secó mis
lágrimas después de una caída. Extraño la palabra que apartó de mi mente la
confusión de ideas y plantó mis pies en tierra firme… Ya no siento la mano
consejera, compañera y amiga en la búsqueda de mi destino. Ansío el beso febril
depositado en mi frente para despejar el dolor en mi vida. Suspiro por el
fervor maestro de mis luchas y la explosión de alegría al vencer una batalla.
Sufro el abandono del abrazo en la derrota y la pérdida de la conmoción
espiritual a nunca rendirse. No puedo mirarme en esa visión mezcla de paciencia
y rectitud. Ya no tengo sus frases para replicar en mis versos, mas me quedan
sus canciones para alimentar mi alma. ¡Muero en su ausencia!... Debo seguir… su
amor prevalece en mí, en mis recuerdos, en mi actuar… con cada latido de mi
corazón, vivirá. Llevo su huella en mis entrañas pues soy su hija, él fue y es…
mi padre.
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UN
GRAN HOMBRE
Rosaura
Tamayo Ochoa
Mi
padre, ya con 65 años, no dejaba de trabajar. Diario viajaba a Irapuato y
llegaba ya en la noche. Un día le pregunté:
—
Papá, ¿por qué vas a Irapuato diario?, podrías ir sólo unos días. Allá se
encarga tu hijo Eduardo de todos los pendientes, así sólo irías a supervisar. —y
me contestó:
—No
puedo dejar de ir, me necesitan en el trabajo.
Pasaron
un par de años, yo le volvía a cuestionar los viajes diarios y él me contestaba
lo mismo. Un día el médico le dijo que manejaba un tráiler con el motor de un
Bocho, que le bajara a su ritmo de trabajo. Y finalmente le dio una embolia. A
los quince días llego el trágico desenlace que nadie esperaba. Murió un 12 de
Diciembre. Se fue con el festejo de la virgen de Guadalupe. Ella sabía de su
devoción y cada año siempre la festejaba. Ese día el festejo fue en su regazo,
con mañanitas y flores celestiales. Después de un tiempo de llorar sin consuelo
su pérdida y partida, de quedarme sola con mis hijos, comprendí que el motor
que lo llevaba a viajar diariamente eran precisamente sus hijos. No quería
dejarlos desamparados. Quería darles mucho más de lo que sus fuerzas le dieran.
Ese era mi padre, un hombre trabajador, altruista, humano, hijo ejemplar con un
enorme amor a su esposa e hijos. Siempre quise a mi padre mucho. Decían que mi
carácter era parecido al de él. Ahora, a casi 20 años de su partida, siento que
lo quiero aún más y que vive siempre en mi corazón. En este corazón lleno de
cariño a ese padre que lo movía principalmente el amor a los hijos y a su
familia.
ESTAS
LLUVIAS NO SON COMO LAS DE ANTES
Rafael Aguilera
Mendoza
Ahora
que mis días son un río
y mi
mente paloma de un diluvio,
agarro
mis recuerdos con mi dientes.
Recuerdo
aquel solar con sus nopales
donde
tamborileaba a paso de hombre
el
aguacero célibe de mayo.
El
aguacero de mis días, un río
que
hacía brotar con su fulgor de magia
verdores
que a mi infancia perfumaron:
dientes
de león, retamas, higuerillas.
Y
mis ojos tan niños se asombraban
del
vuelo por radar de los murciélagos.
Y
cómo en una noche me danzaron
al
compás de su lumbre las luciérnagas.
Estas
lluvias no son como las de antes,
llegan
tarde y se van antes del alba,
pero
aún así sus brisas me transportan
al
tiempo de mis años infantiles
a
mirar a mi padre en sus afanes
en
su zapatearía montando aquellas hormas.
Y el
martillo golpeando sus rodillas.
Lo
siento ahora aquí y en carne propia.
¡Dulce
dolencia de no haberle dicho
a
tiempo y en su tiempo que lo amaba!
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POR SIEMPRE
Laura
Margarita Medina Vega
Padre,
cuando era niña le pedí al universo un puñado de estrellas. Y que cada una de
ellas fuera un regalo para ti. El deseo que más le pedí fue que nunca murieras.
Y esto lo hice día a día antes de irme a dormir. Nunca imaginé que hoy tendría
el valor de recordarte sin que mi corazón rodara por el suelo. Pero es difícil
desenterrar los recuerdos que desmoronan cada célula de mi ser. Dentro de mi
inocencia, de niña, pensé que tú lo lograbas todo y que nada te pasaría. Mas
los años debilitaron tu salud y tu paso por la vida se volvió lento. Llevarte de mi brazo me llenaba de orgullo.
Escuchar tus historias alegraban mis tardes, y verte sentado en el sillón donde
leías, me daba paz. Era muy feliz a tu lado, hasta que una noche una nube negra
desató la peor tormenta de mi corazón, te vi muy enfermo. Desde la ventana de
la habitación le rogué al cielo que te dejara conmigo, nadie me escuchó. El
tiempo reclamó tu cuerpo. Se quedó en una lápida fría en una tarde de invierno.
Y te dije: “hasta luego”. No lloro porque tu amor no se ha ido. Está en el
consuelo de la espera de volverte a abrazar de nuevo y besarte mil veces. Desde
donde estés sabes que sonrío cuando miro tu foto, porque algún día estaremos
juntos de nuevo, y esta vez… por siempre.
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CHARLA POSTERGADA
Javier Mendoza
Papá,
¡cuántas veces dejamos para después esta plática! Era lógico, el maldito trabajo y el cansancio
no te daban tiempo para mí. Hoy por fin,
en medio de esta quietud se nos da esa oportunidad, aunque ya pasaron mi niñez
y juventud, en donde no tuve en tu persona un amigo o un confidente. Ahora lo entiendo, fuiste educado en otra
época, bajo el machismo y ese miedo a demostrar los sentimientos. Como todo un líder, tenías que gritar y con
voz firme guiar un hogar, pero creo que se te olvidó que yo sólo era un niño,
que más que una orden o un castigo, necesitaba una palabra de cariño.
Cuando crecí y fui padre comprendí
lo ingrato que es ser el jefe de la casa, siempre opacado por el enorme y
natural amor que surge para la madre y mujer; presionado por la sociedad que
impone roles, en ocasiones tan injustos como inquebrantables. En el caso de un hombre, el deber de ser
fuerte y hasta insensible. Todo aunado a
inmisericordes gastos y necesidades que obligaban a un esfuerzo extra. Quizá por eso tu gran ausencia se sentían
tanto en el hogar; largas horas de cansancio en un esclavizante trabajo, al que
odiaba tanto porque borraba la sonrisa de tu rostro. Lo más lamentable fue cuando, sin
percatarnos, tu privilegiado lugar fue ocupado por ese adictivo aparato llamado
televisión.
¿Recuerdas mi adolescencia? Etapa difícil que nos llevó a enfrentarnos
contantemente por permisos, diferencias y un abismo que había entre nuestras
generaciones. Fue imposible tener un
amigo en ti, sin embargo, con qué facilidad nos convertimos en enemigos. Confieso que en algún momento creí
odiarte. Y sinceramente, no sé si ya lo
superé.
La juventud me hizo un tanto
indiferente a tus primeras canas y arrugas, mucho más a tus consejos. Creí que necesitaba fiestas, amigos y
mujeres; no las palabras de un padre.
¡Qué ironía que después los años me
hayan dado madurez, y a ti, pesadez y el tiempo de sobra para sentarte con
calma en el sillón, deseando tanto hablar conmigo! Pero créemelo, mis niños, el trabajo, las
ocupaciones… no tenía oportunidad.
Hoy aquí, frente a tu tumba, hay el
silencio suficiente para por fin dirigirme a ti y decirte lo que nunca antes
pude: que te quiero papá. Desearía
quedarme a conversar un poco más contigo, pues hay mucho que quisiera que
escucharas, pero mis hijos me esperan y no debo postergar una charla con ellos.
*Textos publicados en El Sol del Bajío, domingo 19 de junio de 2016.
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