DE ARENA Y BRUMA
-Adan Morgan, desde el Itsmo-
“El amor es una especie de fe,
exclusiva para quienes la confianza los
desborda desde sus entrañas”.
Adan Morgan
El
saber de dónde vienes para saber a dónde vas es un dicho conocido por todos,
pero aplicado por pocos; en la literatura este asunto no es la excepción.
Algunos prefieren adornar sus letras o ponerles las mismas máscaras que usan en
la vida diaria quienes las escriben que plasmar en ellas el pasado, la raíz, el
origen.
Blanquear
el mestizaje, occidentalizar las emociones ya de por sí con la lengua impuesta
es el pan de cada día, pero siempre habrán de florecer las semillas de poesía
resilentes bañadas con agua de mar y nacidas a pie de monte; de estas semillas
se desprenden los olores y colores del pueblo, sus sueños y también sus
pesares. En un país repleto de diversas culturas indígenas, lleno de
tradiciones y lenguas surge de vez en cuando alguien que les da voz a sus
ancestros, alguien que no oculta el bronce de su piel, de su origen ni de sus
letras; mismas que se mecen con el vaivén de las olas, que atrapan recuerdos
entre sus redes y huelen a sal tal como las nubes en un atardecer lluvioso.
Adan
Morgan habla por su abuelo, por los pescadores, por los zapotecas y por su
propia voz cubierta de arena y bruma. Así es como él mismo se describe:
“Soy
indígena zapoteca del istmo, nací en un pueblito de pescadores que se llama
Bernal Díaz del Castillo, a las orillas del “mar muerto”, Municipio de San
Pedro Tapanatepec, Oaxaca. Hijo de madre zapoteca, de Unión Hidalgo, y de padre
zapoteco, de Juchitán. Soy y sigo siendo de esa generación que gesta y cree
profundamente que las alternativas, esas nuevas formas de hacer las cosas, de
hacer mundos posibles, las hacemos nosotros. “Nosotros en primera persona”,
quienes vivimos a tiempo y destiempo la injusticia, la discriminación y la
desigualdad. Somos sujetos históricos. Soy y sigo siendo de esa generación en
la que la responsabilidad, el cuidado, el acogimiento y el compromiso con los
otros, son nuestras versiones humanas, las hacemos propias, perdemos la calma,
¡no podemos quedarnos quietos!”
Paola Klug
DE
PÉRDIDAS Y RENACIMIENTO
Adan
Morgan
Hablemos
a distancia.
Con
nuestras pérdidas como única veta. Con o sin remordimientos. Hay en la
distancia atisbos de esperanza, el interminable juego de la vida donde todo
cabe.
Juguemos
a ser dioses.
Esclavos,
miserables o demonios, con nuestros sueños como recurso, con los miedos
terrenales, medianamente distraídos, posiblemente olvidados, con nuestras
promesas, con o sin argumentos.
Hablemos
a distancia.
Con
nuestras pérdidas inmediatas, con o sin palabras, buscando entre tantas cosas
un encuentro cercano.
Hablemos
a distancia.
Llenándonos
con el silencio de la madrugada, de la algarabía de los pájaros al amanecer,
del aliento melancólico del medio día, del ámbar de las tardes al caer el sol,
de luces y candiles, de luciérnagas y búhos al anochecer.
Y
cuando todo termine. En cuanto las venas se vacíen, en cuanto estemos a punto
de desfallecer. Entonces y sólo entonces…Habrá que llenarse de la cordialidad
de un abrazo, de la sonrisa de un niño, de la mirada del anciano, de noches sin
estrellas, de mañanas soleadas, de tardes de lloviznas, volver a renacer.
Habrá
que llenarse de las horas, segundos, del etéreo rostro del tiempo, de flores y
margaritas que se erigen sin miedo al sol.
Habrá
que llenarnos de nosotros, llenarnos con el “otro”, sin el “otro”, habrá que
llenarse de esta vida, de nuestras distancias, de la posibilidad del amor.
Y
cuando todo acabe, cuando por fin se escape el último aliento, cuando el viento
deje de acariciar, volvamos a ser aves, surquemos nuestros cielos, volviendo a
renacer.
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SERIE
AL ABUELO
Adan
Morgan
Enseñanzas
del abuelo
(1)
Estuve
ahí, ¿Lo recuerdas? Montaba una estrella junto a ti. Entonces los dos
soñábamos, imaginábamos en ser conquistadores del universo infinito.
¿Recuerdas
como era en ese entonces?
Los
dos estábamos boca arriba recostados sobre las redes que estaban dentro de esa
barca que avanzaba lenta en ese mar tranquilo, era media noche y las estrellas
parecían lentejuelas, saltaban con sus luces, formaban figuras.
¿Tienes
que recordarlo? No pudiste olvidarte, el motor del la maquina con su sonido
hacia cosquillas en el oído, te reías y me abrazabas; yo te apretaba fuerte a
mi pecho, no quería que el frio te calara los huesos, te inventaba historias
sobre dragones, duendes y extraterrestres.
Me
encantaba ver el destello en tus ojos, era como si la luna de octubre se
hubiera posado en tu frente, sabía que no te quedarías recostado en esas redes
para siempre, sabía que en cualquier momento domarías dragones, que no sería tu
estancia eterna en estas tierras, en estos mares, que tu conquista atravesaría
esas montañas que señalabas con tus dedos.
¡Tienes
que recordarlo! Tienes que recordarme, no pudiste olvidar, no pude borrarme tan
de repente de tu memoria.
¿Aún
sigo en tus aventuras?
(2)
Abuelo,
cuánta razón tenías, hacemos de nuestros miedos los laberintos con los que
recorremos el mundo.
Desatamos
tormentas, destruimos puentes, develamos historias pasadas, hacemos más dura la
coraza... somos cada vez más fundamentalista, aunque lo fundamental no tenga
sentido en nuestra existencia.
Ahora
mismo me descubro cuidando los pasos que no me he atrevido a dar, de las
palabras que no he dicho, de la mirada que no he podido dirigir, del abrazo que
no logra coincidir.
Ahora
mismo intento desatar los nudos que aprisionan este cuerpo mío, intento que el
amor sea mi continuidad, no quiero seguir tejiendo historias que se desbaratan
fácilmente con la inseguridad.
Abuelo,
ahora mismo quisiera navegar en esos ojos tuyos que no dejaron de amar, en tus
labios que no dejaron de besar, en tus manos que no dejaron de acariciar, en tu
mirada nunca dejó de soñar.
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ABUELO…
Adan
Morgan
Cuánta
razón tenías abuelo, la culpa es de uno, que pone en las manos del otro
esperanzas, promesas y crucifijos que no le corresponden.
Siempre
puse atención, pero escuché canónicamente, como tú decías: ¡escucha el interior
de tu alma!, tus ojos secos me lo dijeron, tu boca absorta me lo advertía.
Estar
sólo no es bueno, ni malo, me decías, detrás de la niebla hay algo claro,
después de la noche el día siguiente saluda, la lluvia también se marcha con la
luz del horizonte.
Es
encrucijada el tiempo abuelo, también me advertiste, que es necesario detenerse
cuando la brújula gira sin encontrar rumbo fijo, que el reflejo de las cosas
puede indicar el destino, que no siempre es coincidente la experiencia, que en
la negación y lo incierto todo es posible.
No
paro de hacer esto abuelo, en eso nos parecemos, escribiste todos los días algo
nuevo en el tuétano de mis huesos, me hiciste soñar en las líneas de tus manos,
cabalgué en el eco de tu voz mis aventuras, sigo sentado abuelo, arrullándome
en tus brazos.
Quizá
soy ciego abuelo, no alcanzo a distinguir el amorfo mundo, sólo distingo las
arrugas de tu cuerpo, los últimos registros que tengo, esas dunas que
recorrieron mis dedos, los mapas con los que me enamoro, cuando me distingo en
la sinceridad de una mirada.
Abuelo,
me dijiste que el principio y fin son los ciclos que todos cumplimos, que hay
veredas por donde marchamos al invierno, que en los ciclos de la luna hay una
oportunidad de enamoramiento, que si el sol quema, también es cierto que es
cobijo, que si llueve mucho es tiempo de doblar el tallo de la milpa.
Aún
escucho tu voz abuelo, hablo contigo por la madrugada, a medio día, en las
noches, o en esas tardes lluviosas, hay pájaros que te llaman abuelo, escucho
en ellos tu nombre, te aseguro abuelo que no lo invento.
Quiero
amar abuelo, prometo adiestrar las palomas de mis manos para que sepan
acariciar, prometo no dejar pasar el ocaso, o la helada madrugada para inventar
una nueva palabra, prometo abuelo, escuchar con atención el canto del
clarinero, el wisch, la calandria cuando cortejan, cómo tu me decías: ¡Escucha
con atención hijo, ellos se esfuerzan con su canto!.
Abuelo,
también el madresal te extraña, llora de madrugada, sus hojas secas a medio día
melancólicas te nombran, caen sus hojas en abril cuando el viento las
acaricias, hacen una larga fila en la salina siguiendo la corriente, te buscan,
así como yo te busco en estos días de desconsuelo.
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UTOPÍA
Adan
Morgan
El
abuelo me contó que nunca fue a la escuela, nunca supo si existían. Cuando le
dijeron que era necesario defender la tierra, sólo pensó en algo "como
viviré si me quitan lo que me alimenta", no pensó en nada más, tomó un
machete, su sombrero y se amarró un pañuelo rojo en el cuello. Llegó al punto
de reunión y en silencio se marchó dejando en el empolvado camino las escasas
esperanzas de retornar con vida.
Los
meses pasaron, las esquinas de las casas humedecieron, las calles se fueron
tapando con el zacate que fue creciendo, mi abuela dejó de asomarse por la
ventana y los niños dejamos de jugar por el miedo que se impregno y paralizó
nuestro cuerpo.
Cambió
el tiempo, mi abuela decía que la estación del año dejaba sus secuelas, que los
meses más difíciles se acercaban, el invierno no eran ningún motivo para
festejar con tantas pérdidas. No entendí sus palabras hasta el día que llegó
por mí junto al Guanacaste, me acaricio el rostro, levanto mi barbilla y con su
voz dulce me dijo: -el abuelo no vendrá hijo, vamos a casa.
El
aire de invierno secó los esteros, el lodo se fue partiendo, se hicieron
pequeñas grietas, las mismas que se marcaron en mis labios de tanto nombrarlo.
Intenté seguir su rastro en las huellas que dejaron los pájaros sobre la playa,
esperé su consejo con el silbido del aire entre los árboles, noté que mis manos
comenzaban a tener arrugas y el brillo en mis ojos se había borrado.
El
abuelo me contó que nunca fue a la escuela, eso lo decía con desencanto, sus
ojos llenos de lágrimas miraban al horizonte. La salina quieta como un espejo
reflejaba su rostro sin ondulaciones. Sonreía cada vez que me hablaba, lo
miraba fijamente mientras acariciaba su cabello blanco, limpiaba sus lágrimas y
en silencio me acurrucaba en su pecho, me quedaba dormido sin entender sus
palabras.
Ayer
volví a estar con él mientras observaba la salina, era medio día y el fresco
aire de noviembre me recordó sus palabras. Lo mire de frente como esos días
cuando estaba conmigo, acaricie su rostro y susurré a su oído: - Abuelo, la
escuela sigue siendo una utopía que no ha logrado cumplir con los ideales por
los que nunca regresaste.
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NOCTÁMBULO
Adan
Morgan
Noctámbulo,
sempiterno
sobre las avenidas,
con
la nostalgia entre las costillas,
descifrando
tu aroma,
desafiando
el petricor del suelo mojado,
en
los primeros destellos del alba.
Noctámbulo,
desafiando
el espesor de la noche,
te
busco en los rincones,
en
los efímeros y clandestinos grafitis,
en
los no-lugares,
ahí
donde estoy seguro de no encontrarte.
Noctámbulo,
perenne
de tu ausencia,
constante
sobre la avenida,
esperando
siempre,
buscando
que la noche caiga,
renacer
contigo,
noctámbulo
bajo la luna.
Noctámbulo
me acompaño
de
los recuerdos,
del
calor de tus manos,
del
aroma a tierra recién llovida,
de
los pretextos para no encontrarnos,
de
maldiciones que cargo en los bolsillos.
Noctámbulo,
seguiré
buscando sobre las avenidas,
ahí
donde fue efímera tu presencia,
y
eterna la despedida.
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*Paola
Klug es una escritora veracruzana radicada en Celaya. Dirige el colectivo
artístico La ciudad de los violines. Colabora con varias revistas y diarios. Ha
publicado Cuentos Tejidos / IV Tomos de cuentos (Antología de Cuentos rurales y
prehispánicos) y Mnémosine / Poemario.
**Fotografía
de Frank Coronado: 3er Encuentro de Danza de la Pluma realizado en
Tlacochahuaya, esta es una danza tradicional de los Valles Centrales de Oaxaca.
***Este texto se publicó el domingo 3 de abril de 2016 en El Sol del Bajío, sección cultural.
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