NIÑOS
CUENTA CUENTOS 2016
-Celaya,
primera parte-
En
el marco del Concurso regional de niños cuenta cuentos, tuve el honor de ser
considerado parte del jurado calificador. Todos los niños participantes
destacaron por su frescura, confianza, sentido del humor y emotividad. Como un
regalo del Diezmo de palabras a tan destacados pequeños, publicaremos algunos
de los cuentos que se presentaron. No todos son originales, pero los niños los
hicieron suyos al contarlos a su manera. Felicidades y un reconocimiento a la
labor de sus maestros y al apoyo de sus padres, así como a la Delegación
Regional de Educación y a los compañeros de las bibliotecas públicas de Celaya.
Julio
Edgar Méndez
CUENTO
DE UNA MANZANA
Angélica Guadalupe
Hernández Echeverría
Jardín
de niños “Juan Enrique Pestalozzi”
Había
una vez una manzana que estaba muy triste porque nadie la quería, pues tenía un
lado podrido y los niños solo agarraban las más bonitas y jugosas.
–¡Nadie
me quiere, seguro me tirarán a la
basura! -decía tristemente la manzana.
Un
día por la mañana la mamá de los niños vio que en el frutero había quedado una
manzana y vio que estaba podrida, la agarró, la lavó y le quitó lo podrido.
–No
te puedo echar a la basura cuando hay tantos niños que no tienen qué comer… ¡ya
se! Contigo voy a preparar un postre.
La
manzana se puso muy feliz y cuando estaba en la cocina, una cazuela le dijo:
–me encantan las manzanas, soy la primera que las prueba pues en mí preparan
los postres.
–Somos
deliciosas y nutritivas, a los niños les encantan llevarnos en sus lonches
-dijo la manzana.
Después
de un rato llegaron los niños de la escuela y entrando dijeron: –mm… huele a
deliciosa tarta de manzana.
–Sí,
-dijo la mamá de los niños- la preparé con la manzana que nadie quería.
Después
de comer, disfrutaron de una tarta de manzana compartiéndola con sus amigos.
Mientras ellos comían el postre, la mamá les platicaba que cuando ella era niña
había un manzano en el jardín de su casa, era un árbol grande y frondoso que
daba unos frutos rojos y dulces todas
las primaveras y bajo su sombra su abuelo se sentaba a contarle cuentos.
Su
cuento preferido era el de la canasta mágica porque trataba de una niña que
tenía una canasta que llenaba de manzanas y, cuando las partía por la mitad,
aparecían con el centro en forma de una pequeña flor de cinco pétalos.
–Es
muy emocionante mamá -dijeron los niños- y nosotros que no queríamos la
manzana, tú también hiciste magia porque
la convertiste en una tarta.
Los
niños aprendieron que no hay que tirar la comida a la basura.
EL
AFILADOR
Sergio
Santiago Morales Reyes
Escuela
Primaria “Leyes de Reforma”
Esta
historia existió en un pueblito que está
cerca del volcán Popocatepetl y se llamaba San José, en honor del afilador del
pueblo. En San José, vivía Arnulfo el Herrero. Arnulfo tenía 5 hijos de los cuales José Timoteo era el mayor de
ellos. Pepito, como era conocido, desde muy
jovencito le ayudaba a su papá en
el taller de la herrería. El papá de
Pepito lamentablemente se encontraba muy enfermo y Pepito se quedaba solo
trabajando en el taller.
Un
día Pepito le preguntó a su padre:
—Papá,
¿cómo era mi abuelo?
Su
padre lo tomó entre sus brazos y sentándose en una banca vieja le dijo:
—Tu abuelo era una persona muy inteligente
y querida por todo el pueblo de San
José, él me enseñó a trabajar en la herrería haciendo ventanas, puertas, barandales y machetes.
Además el era comerciante y andaba de pueblo en pueblo comprando y vendiendo
todo lo que podía. Un día, bien lo recuerdo, llegó a casa con esta vieja
afiladora.
—¿Una
afiladora?
—Sí,
mira, Pepito, te enseño. Tomando un cuchillo, su papá empieza a
sacarle filo.
Timoteo,
entusiasmado al ver las luces que salían
del roce del metal con la piedra, empieza a gritar con emoción que sin
pensarlo gritó en repetidas ocasiones:
—¡Quiero
ser afilador, quiero ser afilador, quiero ser afilador! Enséñame, papá.
Y
así fue como en aquel momento nacía para siempre, en San José, el nuevo
José “Timoteo, el afilador”. Cuenta la historia que su papá le enseñó cómo afilar, pero con
una condición. “Que nunca dejara de
estudiar”.
Su
papá le toma el hombro y le dice: —Mira, Pepito, pero promete que nunca dejarás
de estudiar, a pesar de lo lejos que está la escuela. Persigue tus sueños, se
constante y, sobre todo, responsable y
la recompensa será muy grande.
Timoteo
como era muy inteligente, pronto dominó
la técnica de afilar y revivir cuchillos.
Para Pepito, estos metales sin filo eran como un cuerpo sin vida. Fue
así como todos los días por las tardes después, de la escuela y de trabajar en
el taller, se escuchaba por las calles:
“¡Llegó
Timoteo, el afilador, reviviendo cuchillos, machetes, navajas, tijeras y todo
metal sin filo que tenga!”
Cuando
José tenía 15 años muere su padre y él se hace cargo de su familia y del
taller. Así por la mañana estudiaba, a
media tarde atendía en el taller y por
la tarde salía a afilar, escuchándose
por las calles:
“¡Llegó
Timoteo, el afilador, reviviendo cuchillos, machetes, navajas, tijeras y todo
metal sin filo que tenga!”
Los
años pasaron y José se convirtió
en un reconocido ingeniero. Gracias a su oficio de afilador y a que era
una buena persona, preocupado siempre por el mejoramiento de su querido San
José, ayudando a todo aquel que lo
necesitaba, llegó a ser la persona más
conocida y querida del pueblo. No había quien no hablara de la simpatía,
nobleza y generosidad de José Timoteo “el afilador”. Así nuestro afilador en
poco tiempo se convirtió en un exitoso empresario, haciendo de su pequeño
taller de herrería, una gran afiladora con sierras eléctricas y con máquinas
electromecánicas, siendo el principal
afilador de la industria de toda la región. Don Timo, como era conocido por
todo San José, contribuyó al desarrollo
y crecimiento del pueblo; siendo su afiladora la principal fuente de empleo
para todos. Las ganancias de la afiladora eran tan grandes que le permitieron
ayudar en la construcción del pequeño hospital y de la primer escuela de San
José, haciendo con ello realidad el sueño de su padre que hubiera en el pueblo
escuelas y centros de salud. A pesar de su riqueza y de todos sus éxitos don José Timoteo no perdió su sencillez y
humildad y no dejó de salir por las
tardes a afilar escuchándose siempre:
“¡Llegó
Timoteo, el afilador, reviviendo cuchillos, machetes, navajas, tijeras y todo
metal sin filo que tenga!”
Así
lo hizo hasta el último día de su vida.
Moraleja:
no importa el oficio o carrera que tengas en la vida; siempre que lo hagas con
amor y respeto. Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
LA
HISTORIA DEL PEQUEÑO BÁBACHI
Autora:
Helen Bannerman
Gloria
Estefanía Ramírez Rosales
Escuela
Librado Acevedo Ulloa
Había
una vez en la India un niño que se llamaba Bábachi.
Y su
mamá se llamaba Mámachi.
Y su
papá se llamaba Pápachi.
Y
Mámachi le cosió una preciosa casaca roja y unos preciosos pantalones azules.
Y
Pápachi fue al bazar y le compró un parasol verde muy bonito y un par de lindos
zapatitos de color púrpura con las suelas y el forro de color carmesí.
¡Qué
elegante estaba nuestro Bábachi!
Así
pues, con la ropa nueva y parasol, salió a dar una vuelta por la jungla.
Paseando,
paseando, Bábachi se encontró con un tigre. Y el tigre le dijo: -Bábachi, ¡te
voy a comer!
Y
Bábachi le contestó: -Oh, por favor, señor tigre, no me coma y le daré mi
preciosa casaca roja.
Y el
tigre le respondió:
-Muy
bien, por esta vez no te comeré, pero me tendrás que dar tu preciosa casaca
roja.
Y en
un santiamén, el tigre se puso la preciosa casaca roja del pobre Bábachi, y se
alejó diciendo:
-Ahora
soy el tigre más elegante de la jungla.
Y
paseando, paseando, Bábachi se encontró con otro tigre. Y el tigre le dijo:
-Bábachi,
¡te voy a comer!
Y
Bábachi le contestó:
-Oh,
por favor, señor tigre, no me coma y le daré mis preciosos pantalones azules.
Y el
tigre le respondió:
-Muy
bien, por esta vez no te comeré, pero me tendrás que dar tus preciosos
pantalones azules.
Y en
un santiamén, el tigre se puso los preciosos pantalones azules del pobre
Bábachi, y se alejó diciendo:
-Ahora
soy el tigre más elegante de la jungla.
Y
paseando, paseando, Bábachi se encontró con otro tigre. Y el tigre le dijo:
-Bábachi,
¡te voy a comer!
Y
Bábachi le contestó:
-Oh
por favor, señor tigre, no me coma y le daré mis lindos zapatos púrpura con las
suelas y forro carmesí.
Pero
el tigre le respondió:
-¿De
qué me sirven tus zapatos? Yo tengo cuatro patas, y un solo dos. Con un par de
zapatos no tengo suficiente.
Pero
entonces Bábachi le sugirió:
-¿Por
qué no se los pone en las orejas?
-Pues
claro –exclamó el tigre-. Es una gran idea. Dámelos y por esta vez no te
comeré.
Y en
un santiamén el tigre se puso los lindos zapatitos púrpura con las suelas y el
forro carmesí y se alejó diciendo:
-Ahora
soy el tigre más elegante de la selva.
Y
paseando, paseando, Bábachi se encontró con otro tigre. Y el tigre le dijo:
-Bábachi,
¡te voy a comer!
Y
Bábachi le contestó:
-Oh,
por favor señor tigre, no me coma y le daré mi bonito parasol verde.
Pero
el tigre le respondió:
-¿Cómo
quieres que coja el parasol, si para caminar necesito las cuatro patas?
-¿Por
qué no lo sujeta con un nudo en el rabo? – le sugirió Bábachi.
-Tienes
razón –dijo el tigre-. Dámelo, y por esta vez no te comeré.
Y en
un santiamén, el tigre cogió el parasol del pobre Bábachi y se alejó diciendo:
Ahora
soy el tigre más elegante de la jungla.
Y el
pobre Bábachi se fue llorando, por que aquellos tigres crueles le habían quitado
su ropa nueva.
De
repente oyó un ruido horrible, que hacía una cosa así como ‹‹
Gr-r-r-r-r-rrrrrr››, y que cada vez se oía más y más fuerte.
-¡Ay,
mamaíta! –exclamó Bábachi-. ¡Son los tigres, que vuelven para comerme!
¿Qué
puedo hacer?
Así
que corrió hasta una palmera, se escondió detrás del tronco, y asomó la cabeza
para ver qué pasaba.
Y
vio a todos los tigres peleándose y discutiendo sobre cuál de ellos era el más
elegante.
Y
llego un momento en que estaban todos tan enfadados que se levantaron de un
salto y se quitaron la ropa nueva, y comenzaron a darse zarpazos, y a morderse
con sus grandes dientes blancos.
Y a
fuerza de trompazos y volteretas, los tigres llegaron a los pies de la palmera
donde se escondía Bábachi, pero este dio un salto y se escondió detrás del
parasol.
Y
cada tigre agarró firmemente con los dientes el rabo de otro tigre, y todos
ellos comenzaron a sacudirse y atizarse, hasta que se encontraron formando un
corro alrededor de la palmera.
Luego,
cuando los tigres se veían muy pequeñitos y muy lejanos, Bábachi salió de
detrás del parasol y les grito:
-Eh,
tigres, ¿por qué os habéis quitado la vuestra ropa nueva? ¿ Es que ya no la
queréis?
Pero
los tigres sólo respondieron con un ‹‹ Gr-r-rrrrr››.
Entonces
Bábachi les dijo:
-Si
queréis las prendas, decidlo, porque, si no, me las llevo.
Pero
los tigres no estaban dispuestos a soltar el rabo de sus compañeros, y lo único
que podían decir era:
¡Gr-r-r-r-r-rrrrrr!
Así
que Bábachi se puso de Nuevo su preciosa ropa nueva, cogió el parasol y se fue.
Y
los tigres se enfadaron mucho,
Muchísimo,
pero ni aun así soltaron el rabo de sus compañeros.
Y
estaban tan, tan enfadados que se pusieron a correr alrededor de la palmera,
cada uno de ellos intentando comerse al tigre de adelante, y cada vez corrían
más y más deprisa…
…
hasta que eran como remolino que giraba tan rápido que ya no se les podía
distinguir las patas. Y cada vez corrían más y más deprisa.
…
hasta que acabaron por derretirse, y de ellos no quedó nada más que un charco
de mantequilla fundida (o ghi, como la llaman en la india) alrededor del tronco
de la palmera.
Y
resulta que Pápachi había acabado de trabajar y se dirigía a casa con una
enorme olla de latón en los brazos, y cuando vio lo que había quedado de los
tigres dijo: -¡vaya, qué hermoso charco de mantequilla fundida! Me la llevaré a
casa, y así Mámachi la podría utilizar para cocinar.
Así
que la puso toda en la enorme olla de latón, y se la llevó a casa para que
Mámachi la utilizara para cocinar.
¡Qué
contenta se puso Mámachi cuando vio la mantequilla fundida!
-Esta
noche –dijo-, tendremos tortitas para cenar.
Así
que cogió harina y huevos y leche y azúcar y mantequilla, y preparó una enorme
bandeja llena a rebosar de deliciosas tortitas. Las frió en la mantequilla
fundida en que se habían convertido los tigres y le salieron unas tortitas
amarillas y pardas como los tigres pequeñitos.
Y se
sentaron todos a cenar.
Y
Mámachi se comió veintisiete tortitas y Pápachi cincuenta y cinco.
Pero
Bábachi se comió ciento sesenta y nueve, porque tenía mucha, mucha hambre.
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