domingo, 2 de noviembre de 2014

LA MUERTE Y LOS MUERTOS

Sol del Bajío, domingo 2 de noviembre 2014


LA MUERTE Y LOS MUERTOS

México, país que se burla de la muerte pero respeta a sus muertos. Muertos de hambre y sin ella, muertos sin entenderlo ni asimilarlo, muertos con violencia; muertos a manos del gobierno. La muerte es un imán para poetas, pero también para sicarios. Este año murieron escritores, artistas, gente buena, estudiantes que aún no tienen un epitafio; jóvenes y viejos, mujeres y hombres; pero también niños que apenas si conocieron la vida y ya estaban muertos.

Uno de los poetas favoritos del maestro Herminio Martínez era César Vallejo, autor peruano de exquisita calidad a quien todos le debemos algo y de quien todos hemos bebido. En La violencia de las horas retrata el pasaje cotidiano donde todos van falleciendo, uno a uno, en anticipada literatura del paisaje que nos tocó vivir y Herminio protesta por la matanza de Acteal, que tristemente nos remite a un presente de pesadilla: Ayotzinapa, donde desaparecen vivos y sin vida.
Mientras nuestros seres queridos vivan dentro del corazón, la muerte será sólo un estado anecdótico, un sueño, un tiempo de espera. Un día los veremos de nuevo. Un día, todos seremos también muertos.
Julio Edgar Méndez

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La Violencia de las Horas

César Vallejo

Todos han muerto.
Murió doña Antonia, la ronca, que hacía pan barato en el burgo.
Murió el cura Santiago, a quien placía le saludasen los jóvenes y las mozas, respondiéndoles a todos, indistintamente: "Buenos días, José! Buenos días, María!"
Murió aquella joven rubia, Carlota, dejando un hijito de meses, que luego también murió a los ocho días de la madre.
Murió mi tía Albina, que solía cantar tiempos y modos de heredad, en tanto cosía en los corredores, para Isidora, la criada de oficio, la honrosísima mujer.
Murió un viejo tuerto, su nombre no recuerdo, pero dormía al sol de la mañana, sentado ante la puerta del hojalatero de la esquina.
Murió Rayo, el perro de mi altura, herido de un balazo de no se sabe quién.
Murió Lucas, mi cuñado en la paz de las cinturas, de quien me acuerdo cuando llueve y no hay nadie en mi experiencia.
Murió en mi revólver mi madre, en mi puño mi hermana y mi hermano en mi víscera sangrienta, los tres ligados por un género triste de tristeza, en el mes de agosto de años sucesivos.
Murió el músico Méndez, alto y muy borracho, que solfeaba en su clarinete tocatas melancólicas, a cuyo articulado se dormían las gallinas de mi barrio, mucho antes de que el sol se fuese.
Murió mi eternidad y estoy velándola.

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RESPONSO POR ACTEAL

Herminio Martínez

Aquí cayó la sangre;
rodó el amor, un pájaro, la música
que engrandece la selva
desde la hora del alba hasta el crepúsculo.
Sí, tú también, testigo de la aurora,
en compañía de tales condiscípulos
viniste a aniquilarlos.
¿Qué te hacían los jazmines
desde su ebrio candor de adolescentes?
¿Por qué asestarle, hasta morir, tanto odio
al nardo de conciencia sosegada?
¿Por qué segar el alhelí con tan rudas maneras
y dejarlo vacío al lado de los lirios más fragantes?
Ahora ya no podremos pasar a otros asuntos
sin que nadie conozca
su historia con estigmas,
porque aquí le rompieron el barro de la voz
a los que dormían debajo de la luna.
En este país también los asesinan.
Asómense a los ojos de esos indios,
que en sus vidas no habían hecho otra cosa
que tejer más hermoso el arco iris.
Aquí, donde la noche relampaguea
igual que una criatura desollada,
sucedió la ignominia.
Vinieron a matarlos como llega la tempestad
a destruir un bosque, a arrasar un cultivo,
a remover un pueblo.
La indignación nos hizo levantar la cabeza,
pero también es verdad
que gritamos a golpes,
que no bastan las declaraciones increíbles
ni el cambio de cinco gobernadores en un mes,
porque ¿quién no lo sabe?
los cambios serán sólo de nombre,
mientras veamos niños que sólo pisan lodo
y el pánico incendie los jacales
para expulsar a las familias
hacia los campamentos
donde la humillación y la vergüenza
no tuvieron más ropa que ofrecerles,
que un manto de neblina.
Aquí fue la matanza. No hay duda,
aquí fue el fin de muchos aplicados
en esa abstrusa ciencia
de sostenerse en el olvido.

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Calavera a los poetas del Taller Diezmo de Palabras

Patricia Ruiz Hernández

La Calaca en su misión
acostumbra ser puntual,
esa horrible aparición
doblega a cualquier mortal.

Juntos halló a los poetas
desbordando su talento,
estrofas jamás escritas
con un arreglo perfecto.

Al  dios de las palabras*
mil honores le rendían, 
excelsitud  en las obras,
con sus versos complacían. 

La Parca toda embobada,
olvidó por un momento
que la sepultura aguarda,
la distrajo tanto cuento.

El arte de la elocuencia
usaron para envolver,
inventaron con urgencia
discursos  para distraer.

Vana fue la resistencia
al destino tan temible,
la Flaca no dio clemencia
y ganarle fue imposible.

Ella gusta de metáforas,
ofreciendo que en su reino
crearán un sinfín de páginas
para el gran acervo eterno.

Ya descansan en sus tumbas,
fallecieron en montón,
un gran arsenal de plumas
se llevaron al panteón.

Quedó con letras grabado
en morada terrenal,
de tanto poeta afamado
epitafio comunal.

“Desterrados de esta vida
seguirán con sus poesías.
Esta no es la despedida,  
ya vendrán por regalías“

 *Itzamná. Sacerdote Maya, inventor de la escritura y de los libros, elevado a deidad.

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UN MUERTO

Martín Campa Martínez

Un muerto se calza el viento cuando lo toca la noche mientras en sus polvorientas costillas crecen recuerdos y plumas. También se vuelve llanto, inmenso párpado sin lluvia, pupila que todo lo observa y se mantiene serena.
Un muerto es la chispa que incendia el rumor de las luciérnagas. Es el doloroso filo de una plegaria. El amargo canto que nunca practica el cuervo.
Un muerto bebe del polvo que lastima a los álamos nacidos en la humedad del cementerio, entonces revienta sus llagas para impregnar de congoja a esta urbe que es hombres y, en ocasiones, sólo congoja.

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SILENCIO

Javier Aranda

I
El silencio nace en cualquier día
para navegar con las pestañas
de un barco sin ruido.
Silenciosamente,
aquélla noche, sin peones de ajedrez,
montamos un caballo
y nos fuimos.
II
Seguimos viajando
con la mirada casi congelada
por el viento que trae rocío de las tinieblas,
sin temer a los cocodrilos en las nubes
ni a las noches frívolas que se acercan.
Ahora, la noche con sus tinieblas,
tirita sin patetismos,
sin un grito que cualquiera pueda oír.
III
Después del tiempo,
llegamos a casa y prendimos las luces.
Nos tomamos de la mano
mientras escuchamos al gato del vecino
aullándole a la luna.
IV
Nada pasa con el calendario
porque la llovizna de los sueños
soltó caricias de luz.
Y nada pudo hacer la gravedad
para sostener tanta lágrima de sus días.
V
Todo se abre para los dos.
Nuestras sombras se buscan
y se encuentran en la habitación.
El silencio nació entre nosotros.
Germinó una danza de realidad.

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TUMBAS QUE LLORAN

Paola Juárez

Tumbas que lloran,
flores secas que expelen
nostalgia
de un tiempo pasado.
Cristos macerados
en el olvido
que montan guardia
sobre un cuerpo inerte.
Luces de velas
encendidas
bajo el poder
de la noche.
Imagen de virgen
piadosa
que esconde en el manto
el manjar del gusano.
Objetos añejos
en decoración
carcomidos por la polilla
que habita en el nicho.
Sombras que se alzan
indiferentes
sobre
tierra árida.
Viento que llora ausencias.
Nostalgia de vidas perdidas.
Tiempo que pasa lento
y muere
sobre las lápidas
hechas ruina

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PARA NO OLVIDAR

Berenice Patiño Roa

Que no se olvide el olor de la sangre,
en las plazas, en las calles,
que no se olviden los asesinatos aislados,
que no se olvide el dolor y la ausencia,
las camas vacías, la ropa sucia teñida de sombras,
que el sonido del odio no alcance las risas,
que el recuerdo no se centre en las fechas.
La sangre no está sólo en los caídos,
está en la memoria colectiva,
en la mirada vacía de una madre que espera,
en el rojo de los días y el terrible miedo a sonreír.
En las manos del anciano que ha perdido su tierra,
en los estudiantes que han sido callados,
en la incertidumbre de saberse frágil,
en el temor a pensar, a sentir, a caminar.
Me duele este país de silencios,
de infinitos miedos.

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MI MUERTE

Julio Edgar Méndez

Qué triste se está bajo la tumba
sobre hielo delgado como un sueño
soñando plagiarse a sí mismo,
para gozar en la boca,
el dulce escozor de la muerte.
Al hablar bajo tierra
el sonido produce cosquillas,
se llenan de risa los huesos,
olvidan a ratos qué solos se encuentran
sin besos de madrugada
ni fuego colmado en parejas.
Morir no es tan fácil como se dice.
Hay que tener muchas ganas de alcanzar al silencio,
dejar que el olvido termine olvidado,
saltar con los brazos al aire,
los pies por delante
y los ojos cerrados.
La muerte es más fiel que la novia que siempre te espera.
¡Ay muerte!
Cuánta tristeza en tu risa,
qué intensidad de infinitos revela tu rostro,
tus huesos tan blancos, tus dedos,

mi muerte tan muerta.

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