domingo, 30 de noviembre de 2014

EL HOMBRE DEL CLAVEL VERDE

Sol del Bajío, domingo 30 de noviembre 2014
DIEZMO DE PALABRAS



EL HOMBRE DEL CLAVEL VERDE

“La pura y simple verdad es rara vez pura y nunca simple.” Oscar Wilde

‘Hay algo de vulgar en toda historia de éxito, los grandes hombres fallan o parece que han fallado’, dijo en cierta entrevista Oscar Wilde. La frase sigue tan vigente como hace más de cien años. El esfuerzo por obtener reconocimiento, notoriedad, fama o poder conlleva una serie de –muchas veces- desafortunados eventos. Se dejan sembrados en el camino fantasmas que, como catapultas, avientan su historia en el momento menos preciso. Vemos entonces a personajes de la política, del espectáculo, de las clases sociales llamadas “pudientes” intentar dar explicaciones de lo que es francamente indefendible. La pura y simple verdad es que sus vidas no tienen nada de puras. ‘Todos estamos en el drenaje, pero algunos estamos mirando a las estrellas’, dijo Wilde. Así que mientras la lucha del pueblo sigue adelante, mirando a las estrellas, y la clase política sigue embarrada en el drenaje –y en las fosas clandestinas-, en el Taller Literario Diezmo de Palabras, rendimos un pequeño homenaje al gran escritor y dramaturgo Oscar Fingal O'Flahertie Wills Wilde, quien falleció el 30 de noviembre de 1900, apenas a la vuelta del siglo. Murió en París (igual que el gran poeta César Vallejo) dejando un legado inmortal, y esa fama de excepcional conversador. Atrás quedaron los tiempos cuando sus amigos cercanos copiaban el clavel verde que solía colocar en la solapa de su saco en cada estreno de sus obras de teatro. De los escritores de su tiempo es prácticamente el único que se sigue leyendo con frecuencia. En cualquier parte del mundo seguramente en este momento se lleva a cabo alguna de sus geniales y divertidas obras, que han resistido el paso de modas y tendencias; se disfrutan sus bellos cuentos infantiles –que hemos leído hasta en los libros de texto gratuitos- y han sido utilizados incluso de forma didáctica; su novela Dorian Gray ha sido analizada, criticada, admirada, repudiada y copiada por muchos. El ser diferente a los demás le hizo ganarse enemigos poderosos (ya desde entonces los políticos odiaban a los intelectuales), y a la postre fue la causa de que cayera en desgracia y en la cárcel. La época victoriana inglesa se ensañó con él porque reflejaba la decadencia de sus hipócritas clases altas, pero el tiempo lo ha reivindicado. Nadie recuerda a sus enemigos, ni a los millonarios de su tiempo, ni a los políticos; pero todos conocemos al Gigante egoísta, El ruiseñor y la rosa, El príncipe feliz. Oscar pertenece a nuestro tiempo más que al que le tocó vivir. Ahora, lejos del escándalo, sus mejores obras permanecen vigentes. Llega hasta nosotros con firmeza, como una figura majestuosa, con risas y llanto, con parábolas y paradojas, tan generoso, tan entretenido y tan cierto.
Julio Edgar Méndez


LUCES Y SOMBRAS

Diana Alejandra Aboytes Martinez

En su propio silencio
cruzaron luces y sombras…
Vida, tinta y obra
personaje fuera de contexto
excentricidades iluminadas,
letras virtuosas sobreviven al tiempo.
Criticado y denostado,
juzgado por amar a su igual.
La sociedad victoriana
no estuvo a la par de su grandeza,
lo encarceló y condenó al exilio.
El año de mil novecientos
testigo del ocaso de sus días.
Y así trasciende
su mejor obra de arte: él mismo.
Inmortalidad consumada.

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INMORTAL

Rosaura Tamayo

Mirada lejana de vacío,
versos envueltos en amor,
cuentos llenos de ternura,
y una novela inmortal.
Caminó por este mundo,
para dar pasos eternos,
e invitarnos a ser niños
junto a su Gigante Egoísta,
con el Ruiseñor y la Rosa
y con El príncipe feliz.
Oscar Wilde pertenece
a un mundo sin fronteras,
a un universo de sueños,
y a un legado de amor.

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GIGANTE DE LAS LETRAS

Patricia Ruiz Hernández

Nació Wilde para brillar,
escritor prolífero y fecundo,
de gran sensibilidad fue dueño,
sin ser el marido ideal
vaivenes existenciales resistió,
así surgió de su pluma
la balada en la cárcel de Reading.
Al igual que Salomé
placeres mundanos anheló,
juventud y belleza eternas
y vivir cual Príncipe feliz.
Gigante de las letras,
dio el más alto sentido
a La importancia de llamarse
Oscar o Sebastian.
Su obra perdura en el tiempo
cual Retrato de Dorian Gray,
y al Fantasma de Canterville
otorgó ilustre inmortalidad.
Esfinge hay en su tumba,
homenaje póstumo a quien
obedeció dos reglas al escribir:
tuvo algo que decir y lo dijo.
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ÓSCAR EN LO ALTO

María Soledad Popper

No en medio de la multitud
de las formas humanas
que se disuelven y desaparecen
en el espacio difuso de la homogeneidad.
Tampoco en la selva lúgubre
de aires contaminados,
donde ruedas, bestias y humanos
se mueven al mismo son
de identidades anuladas.
Trascendiendo la nubosidad sulfurosa
que emana desde la ciudad,
él se yergue en lo alto, ufano,
cual estatua que se sabe en su exterior
esculpida de oro y vanidad.
Desde su pecho concebido
de plomo y compasión,
conmovido contempla
todo dolor y necesidad.
Viste su corazón de golondrina,
se desprende de zafiros y rubíes
y vuela a disipar los tormentos
que impiden que florezca
la venerada belleza intuida
en cada joya única de la creación.

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WILD(E)

Eduardo Zuria

Luz impedida
de ver su totalidad:
polaridad en esencias,
salvajes mundos interiores
que en suavidad y rudeza,
se atraen.
Excepcional inteligencia
en vida cercenada,
visión de violencia impuesta
por fuerzas dominantes,
espejo de vanidad
y sensibilidad frustrada en
reflejos de asediada presa.
Percepción de arcoiris
en retrato de
falsa belleza superficial,
sufrido cause
a candentes reclamos,
feroces frívolas actitudes
y letras extraordinarias.
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EL AMOR BREVE

Paola Juárez

Él leía a Wilde, ella a Cortázar, sentados cada uno en la esquina de aquel solitario café. Ella lo miraba por encima de aquel viejo libro casi en ruinas, simulando leer. Él leía, hacía anotaciones, cigarro tras cigarro. Ella lo quería en silencio. Él se dejaba mirar y querer, sabía que esa chica a la que diariamente encontraba sentada y dispuesta en la misma silla, como un cuadro más pero con vida, lo observaba discretamente y a cierta distancia. Él le había tomado cariño a su mirada. Ella se perdía guardando en sus ojos cada gesto de su rostro; enajenado, hechizado por las letras que Wilde le compartía. Ella miraba sus manos, sus dedos pasando las hojas; miraba su frente y su boca leyendo en susurros. La deseaba, anhelaba llegar a su boca y cerraba los ojos mientras Cortázar bañaba aquel sueño repitiendo en su memoria: -“Toco tu boca, con un dedo todo el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas…”
Cuando abría los ojos, él se había marchado, todo volvía a la normalidad, a la poesía sumisa de su vida, a las tardes grises y solitarias con lluvia o sin ella, yendo de un lugar a otro buscando de él una señal. Reinaba el silencio en sus horas tristes. Una mañana se dio cuenta de que había aprendido a leer de esa boca y esos labios, después de largos meses de mirarlos, de escuchar de ellos los poemas que a pequeña voz, también había aprendido a saborear, a tomarlos como respuesta a sus ensueños:
-“ Amor, no te culpo; la culpa fue mía, / no hubiera yo sido de arcilla común / habría escalado alturas más altas aún no alcanzadas, / visto aire más lleno, y día más pleno. / Desde mi locura de pasión gastada / habría tañido más clara canción, / encendido luz más luminosa, libertad más libre, / luchado con malas cabezas de hidra. / Hubieran mis labios sido doblegados hasta hacerse música / por besos que sólo hicieran sangrar...”
Se preguntaba si también él había aprendido a leerle la presencia, pues en
aquellos meses nunca levantó su rostro para posarlo en ella porque ignoraba
que mientras se perdía en el sueño, tocando y besando su boca con los ojos
cerrados, él la miraba y recitaba antes de marcharse:
-“Hay paz para los sentidos, / una paz soñadora en cada mano, / y profundo silencio en la tierra fantasmal, / profundo silencio donde las sombras cesan. / Sólo el grito que el eco hace chillido / de algún ave desconsolada y solitaria; / la codorniz que llama a su pareja; / la respuesta desde la colina en brumas. / Y súbitamente, la luna retira / su hoz de los cielos centelleantes / y vuela hacia sus cavernas sombrías / cubierta en velo de gasa gualda”.
Nunca se dirigieron la voz, porque la palabra siempre estuvo impresa y al margen de ellos, a través del silencio mutuo, de la poesía, del café en aquellas mañanas.
Con el tiempo los dos se perdieron la pista, ninguno supo que fue del otro pero en aquel café se quedó grabada la extraña historia del breve amor y…
“Por ahí un papelito / que solamente dice: / Siempre fuiste mi espejo, / quiero decir que para verme tenía que mirarte”.

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FLORES DE AMOR

Oscar Wilde

Amor, no te culpo; la culpa fue mía,
no hubiera yo sido de arcilla común
habría escalado alturas más altas aún no alcanzadas,
visto aire más lleno, y día más pleno.
Desde mi locura de pasión gastada
habría tañido más clara canción,
encendido luz más luminosa, libertad más libre,
luchado con malas cabezas de hidra.
Hubieran mis labios sido doblegados hasta hacerse música
por besos que sólo hicieran sangrar,
habrías caminado con Bice y los ángeles
en el prado verde y esmaltado.

Si hubiera seguido el camino en que Dante viera
los siete círculos brillantes,
¡Ay!, tal vez observara los cielos abrirse, como
se abrieran para el florentino.
Y las poderosas naciones me habrían coronado,
a mí que no tengo nombre ni corona;
y un alba oriental me hallaría postrado
al umbral de la Casa de la Fama.
Me habría sentado en el círculo de mármol donde
el más viejo bardo es como el más joven,
y la flauta siempre produce su miel, y cuerdas
de lira están siempre prestas.

Hubiera Keats sacado sus rizos himeneos
del vino con adormidera,
habría besado mi frente con boca de ambrosía,
tomado la mano del noble amor en la mía.
Y en primavera, cuando flor de manzano
acaricia un pecho bruñido de paloma,
dos jóvenes amantes yaciendo en la huerta
habrían leído nuestra historia de amor.

Habrían leído la leyenda de mi pasión, conocido
el amargo secreto de mi corazón,
habrían besado igual que nosotros, sin estar
destinados por siempre a separarse.
Pues la roja flor de nuestra vida es roída
por el gusano de la verdad
y ninguna mano puede recoger los restos caídos:
pétalos de rosa juventud.

Sin embargo, no lamento haberte amado -¡ah, qué más
podía hacer un muchacho,
cuando el diente del tiempo devora
y los silenciosos años persiguen!

Sin timón, vamos a la deriva en la tempestad
y cuando la tormenta de juventud ha pasado,
sin lira, sin laúd ni coro, la Muerte,
el piloto silencioso, arriba al fin.
Y en la tumba no hay placer, pues el ciego
gusano se ceba en la raíz,
y el Deseo tiembla hasta tornarse ceniza,
y el árbol de la pasión ya no tiene fruto.
¡Ah!, qué más debía hacer sino amarte; aún
la madre de Dios me era menos querida,
y menos querida la elevación citérea desde el mar
como un lirio argénteo.

He tomado mi decisión, he vivido mis poemas y,
aunque la juventud se fuera en días perdidos,
hallé mejor la corona de mirto del amante

que la corona de laurel del poeta.

1 comentario:

  1. Es un emblemaje de amor pasión. El deseo encarnado, furtivo... Perdido

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