DIEZMO DE PALABRAS
OSCULUM INFAME
Sólo en ti,
Lesbia, vemos que ha perdido
El adulterio la
vergüenza al cielo,
Pues que tan
claramente y tan sin velo
Has los hidalgos
huesos ofendido.
Por Dios, por
ti, por mí, por tu marido,
Que no sepa tu
infamia todo el suelo:
Cierra la
puerta, vive con recelo,
Que el pecado
nació para escondido.
No digo yo que
dejes tus amigos,
Mas digo que no
es bien que sean notados
De los pocos que
son tus enemigos.
Mira que tus
vecinos, afrentados,
Dicen que te
deleitan los testigos
De tus pecados
más que tus pecados.
Francisco de Quevedo. “A una adúltera”
A lo largo de los años, el Taller
Literario Diezmo de Palabras se ha consolidado en Guanajuato y la región como
un semillero de creadores literarios, pero también ha participado con otros
talleres del estado y el país en proyectos conjuntos. La literatura es entonces
un punto de unión entre personas que piensan diferente, con opiniones a veces
encontradas, no siempre con los mismos alcances literarios, pero sí con la
misma intención: llevar un mensaje de esperanza en cada texto, una búsqueda de
las palabras adecuadas para transmitir esa emoción que acompaña al escritor
frente a la hoja en blanco; cultivar al lector y hacer su día –cuando leen un
cuento, poema o novela- más ameno, más interesante, más bello.
Uno de los talleres literarios más
activos en el estado, es el Círculo de Lectura y Creación Literaria del Consejo
ciudadano de arte y cultura de Acámbaro, de dónde en esta ocasión nos acompaña
Víctor Hugo Pérez Nieto. Poseedor de un fino humor que imprime a sus
personajes, en su mayoría habitantes de las zonas urbanas de nuestro tiempo,
nos cuenta, como si estuviera frente a nosotros, una trama de engaños y
engañados. Fue ganador del XV Premio Nacional de Novela Jorge Ibargüengoitia en
el 2012 con su novela Feralis y ha
publicado los libros Tesoros de México,
La noche de los orfelunios, Del chiquistriquis y otros demonios y ha
participado en diferentes antologías de narrativa. En Alebrije de palabras, antología de minificción, comparte espacio
con los ciento diecisiete mejores escritores mexicanos vivos. También es
médico.
OSCULUM
INFAME
Víctor
Hugo Pérez Nieto
—¡Ya
no puedo más! —Gritó a su mujer—, debes entender que un salario no da, la única
opción será casarme con ella.
—Eso
se llama bigamia. Tú eres mi hombre ante las leyes. Lo que pretendes sería un
triángulo amoroso.
—Lo
sabemos los dos, ella lo desconoce.
—Mi
NO es rotundo.
—Entonces,
a partir de ahora comenzarás a pagar gastos de la casa y los costos de tu
universidad… ¡comprende!, eres más joven que ella, yo jamás te cambiaría. En
cuanto estemos casados por bienes mancomunados se dará cuenta que no tengo
pertenencias pues pondré la casa a tu nombre antes de la repartición de
inmuebles. Pronto le pediré el divorcio
con mi debida compensación ¿Imaginas lo que sacan gigolós a las artistas
de TV cuando se separan? Mi jefa aunque lo disimule, es todavía más rica que
cualquiera de ellas.
—Más
rica y resbalosa ¿Cómo fue a posar sus ojos en ti la tal “Re-vaca”? Bien me
conoce la desgraciada, contadas ocasiones, pero me ha visto contigo. Una vez en
el estacionamiento del mall casi nos
traga con la mirada.
—Así
es, pero le he dicho que eres mi novia solamente. Quítate de la cabeza los
celos ¿Crees que podría dejarte por una mujer madura? ¡No tengo vocación de
egiptólogo para andar desenterrando momias! Lo resbalosa le saldrá caro, ya
verás.
Rebeca,
su jefa, no era tan mayor en realidad, apenas rondaba los 40 años al igual que
él, pero José no se imaginaba acostarse eternamente con ninguna mujer de su
misma edad, la época de comenzar a ser abuelos.
—No
sé qué decir, la idea no me late desde ningún ángulo. Es cierto que debe
recibir un castigo por ofrecida, pero lo que tú propones es abuso. Mejor la
desgreño y todos contentos. Hasta ella sale de gane.
—No
te parecerá tan mala idea cuando veas que ni en sueños volveremos a trabajar,
¿te imaginas?, lujos, viajes, yates, todo tipo de diversión.
—Además
—interrumpió Mildred—, la verdad es que la vieja “Re-vaca” no es tan fea…
terminarás enamorado de ella.
—Fea
o no, velo como el negocio de tu vida, con ojos mercantilistas. Seremos
accionistas mayoritarios de las compañías de Rebeca.
—No
me gusta que le acaricies el lomo al perro si lo vas a patear. Es inmoral.
—¿Estarás
conmigo en la empresa?
Mildred
calló y José Colorado interpretó este silencio como una anuencia tácita.
Primero
vino un divorcio consentido con Mildred, su verdadera mujer, después la boda
con Rebeca en un lujoso chalet de playa sobre una de las Islas Galápagos,
propiedad de ella. Pero Rebeca no era una dama tonta, alguna sospecha le hizo
sacarle la verdad a José Colorado. Él mantenía una amante.
Luego
de la discusión enardecida con un sinnúmero de argumentos, José logró la
concesión siguiente: en atención a que Mildred había sido su novia por años,
cuestión de la cual su exjefa estaba bien aludida, debía darle tiempo
suficiente para terminar aquella relación. Mediaba un sentimiento imposible de
matar de un día para otro.
Rebeca
estuvo de acuerdo con una condición: conocer a su rival.
José
Colorado no tenía más opciones, parecía que todos los perdigones de la escopeta
se concentraban en el tubo, ya después del disparo, al salir del arma, cada uno
tomaría su rumbo.
Lo
complicado sería hacer entrar en razón a Mildred, quien desde un inicio se
había opuesto al montaje; no obstante, tenía un as bajo la manga. La salida era
única y mortal como el cañón de la escopeta.
—Menudo
lío ¡Rebeca vendrá a cenar! Sabe de ti y desea conocerte. Quiere tantear a su
contendiente, seguramente ver si eres bonita, sofisticada, de buena familia.
Todas las ricas son excéntricas, se sienten tan civilizadas que creen poder
comer del mismo plato que la amante del marido.
—Desgraciado,
infeliz, ahora resulta que soy yo la amante y “Re-vaca” la esposa. Lo sabía,
¡si le buscas olor al cerote se lo encuentras!
—No
te ofusques Mildred, tengo la solución. Debes hacer una cena que tenga todos
los atributos para ser irrechazable, pero en alguno de los platos vaciarás
veneno. Para evitar alguna equivocación yo no comeré del que tú me indiques. A
su muerte quedaré como heredero universal.
—¿Te
has vuelto loco? Se darán cuenta en la autopsia.
—He
logrado purificar ricina condensada —sonrió sacando un frasquito ámbar de la
chaqueta con un polvo blancuzco hasta la mitad que le entregó en las manos a la
joven mujer—, un dedal puede matar a cien hombres, es inodora, insípida e
indetectable. Sinteticé suficiente por si fallara el primer atentado poner en
práctica un plan B. Solo ten mucho cuidado, evita siquiera inhalarla.
José
amaba con franqueza a Mildred, no sería capaz de dejarla por otra, incluso si
esta fuese hija de Rockefeller. Realmente todo lo hacía por ella y la muchacha
lo sabía.
La
primera en llegar a la cena fue Rebeca. José Colorado se había retrasado en la
oficina y ella salió sin ser vista. Ya habían quedado de acuerdo arribar en
autos separados pero la señora se adelantó lo más que pudo. Tenía algo que
tratar con Mildred.
Tocó
la puerta de una casa modesta y antes de mediar saludo dijo:
—¿Es
usted la señora Colorado? —Luego de un incómodo silencio de incredulidad
prosiguió—, ¿cree usted que no lo sabía yo? Nada está tan oculto a mis ojos
para ignorarlo. De esa manera tampoco estoy ciega ante el hecho de que a José
no le gusto, y no lo culpo, es algo tan intrínseco como la ciencia de las
feromonas. Tratar de evitar el envejecimiento con una pareja más joven es una
implicación de la evolución antropológica del macho humano, por eso no sienten
tanta atracción por hembras otoñales, porque para ellos todo es primavera. En
el fondo, de manera inconsciente consideran que de eso dependerá la viabilidad
de su linaje. Afortunadamente las mujeres somos distintas: un hombre viejo nos
asegura una prole saludable, con estabilidad social, aunque un macho joven
tampoco está mal, e incluso, podemos prescindir de ellos sin problemas.
Mildred
únicamente abrió la boca. Rebeca no era ni tan vieja ni tan desagradable como
se la describió José, mucho menos tonta. Tenía una belleza taciturna poco común
y su elegancia no dejaba un detalle al azar.
—¿A
qué has venido? —Cuestionó la joven sintiéndose descubierta.
Abrió
tímida la puerta convidándola a entrar sin mucho convencimiento. La exjefa y
actual mujer de su marido traspasó el umbral, cerró la puerta, se quitó el
abrigo y posó su delicado trasero en el mullido reposet de piel, el predilecto
de José. Sacó una cajita con rapé y aspiró tabaco picado, luego convidó a
Mildred pero ella se negó.
—No
tema. He venido a confesarle que lo de la boda con el señor Colorado fue por
usted. Desde la ocasión cuando la vi en el centro comercial de su mano no he
dejado de pensarla. Tan lozana y buena moza al lado de un carcamán. Mi única
vía de contacto con aquel ángel era a través de su marido. Heme entonces
aquí, a sus pies Mildred, dispuesta a hacer vida y no alejarme de su lado
nunca. Yo le amo, y supe, desde el primer momento que la miré, que tampoco le
desagradé.
Puso
en su teléfono celular un bolero, para más exactitud, aquel que dice: “Si nos
dejan, nos vamos a querer toda la vida”. Acto seguido dejó el móvil en el
descansabrazos, se incorporó y fue a donde Mildred para confesarle al oído:
—Si
le interesa saberlo, acabo de asegurar a su ex marido por un millón de dólares.
Usted es la beneficiaria universal. También de todo mi patrimonio. La besó en
la boca. Bebió de aquellos labios diáfanos la miel de un panal, ya sin abejas
dentro.
Mildred
recordó en flash back un pasaje de su niñez que la marcaría para siempre. Tenía
doce años cuando deseaba con fervor ser bastonera del colegio. Siempre escogían
a las más bonitas, era como el trampolín a la popularidad. Durante un año
ensayó las suertes, el baile, su sonrisa, incluso como saludar al público
“cortito-cortito/largo-largo”. El estudio coreográfico en la escuela era de una
hora, pero ella en casa continuaba practicando tres horas más. A donde quiera
llegó con el bastón un año exacto, pero el día de su debut, en la semana
cultural con el auditorio lleno, para su mala suerte tuvo su primera regla y la
agarró desprevenida. Como pudo solucionó el problema en ese momento, pero en
una suerte de malabarismo, el bastón resbaló de sus manos, cayó al suelo y ya
no supo qué carajos hacer: si se agachaba a recogerlo enseñaba los calzones
manchados. La invadió el pánico escénico y se quedó parada como boba con los
hombros caídos y los pies hacia dentro mientras todos se reían de ella.
Eso
le cerró las puertas a la popularidad, juró que no le volvería a pasar. Ahora
se sentía igual que cuando niña: atajada de improviso cuando ya lo tenía todo
calculado.
—Te
voy a sugerir algo —dijo por fin Mildred a Rebeca con la voz entrecortada, aún
tenía los ojos cerrados de una emoción desconocida para ella, acompañada de
cierto vértigo espontáneo—: de la primera sopa no tomes ni un sorbo, por amor
de Dios.
Cuando
el hombre entró, encontró a las dos mujeres agonizando sobre su diván. La caja
de rapé que le había dejado José Colorado a Rebeca en su cómoda nocturna
también estaba cebada. Ese era el plan B.
Hasta
después entendería que con ellas moriría también su fortuna.
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