domingo, 9 de noviembre de 2014

OSCULUM INFAME

Sol del Bajío, Celaya.
DIEZMO DE PALABRAS


OSCULUM INFAME

Sólo en ti, Lesbia, vemos que ha perdido
El adulterio la vergüenza al cielo,
Pues que tan claramente y tan sin velo
Has los hidalgos huesos ofendido.

Por Dios, por ti, por mí, por tu marido,
Que no sepa tu infamia todo el suelo:
Cierra la puerta, vive con recelo,
Que el pecado nació para escondido.

No digo yo que dejes tus amigos,
Mas digo que no es bien que sean notados
De los pocos que son tus enemigos.

Mira que tus vecinos, afrentados,
Dicen que te deleitan los testigos
De tus pecados más que tus pecados.
Francisco de Quevedo. “A una adúltera”

            A lo largo de los años, el Taller Literario Diezmo de Palabras se ha consolidado en Guanajuato y la región como un semillero de creadores literarios, pero también ha participado con otros talleres del estado y el país en proyectos conjuntos. La literatura es entonces un punto de unión entre personas que piensan diferente, con opiniones a veces encontradas, no siempre con los mismos alcances literarios, pero sí con la misma intención: llevar un mensaje de esperanza en cada texto, una búsqueda de las palabras adecuadas para transmitir esa emoción que acompaña al escritor frente a la hoja en blanco; cultivar al lector y hacer su día –cuando leen un cuento, poema o novela- más ameno, más interesante, más bello.
            Uno de los talleres literarios más activos en el estado, es el Círculo de Lectura y Creación Literaria del Consejo ciudadano de arte y cultura de Acámbaro, de dónde en esta ocasión nos acompaña Víctor Hugo Pérez Nieto. Poseedor de un fino humor que imprime a sus personajes, en su mayoría habitantes de las zonas urbanas de nuestro tiempo, nos cuenta, como si estuviera frente a nosotros, una trama de engaños y engañados. Fue ganador del XV Premio Nacional de Novela Jorge Ibargüengoitia en el 2012 con su novela Feralis y ha publicado los libros Tesoros de México, La noche de los orfelunios, Del chiquistriquis y otros demonios y ha participado en diferentes antologías de narrativa. En Alebrije de palabras, antología de minificción, comparte espacio con los ciento diecisiete mejores escritores mexicanos vivos. También es médico.


OSCULUM INFAME

Víctor Hugo Pérez Nieto

—¡Ya no puedo más! —Gritó a su mujer—, debes entender que un salario no da, la única opción será casarme con ella.
—Eso se llama bigamia. Tú eres mi hombre ante las leyes. Lo que pretendes sería un triángulo amoroso.
—Lo sabemos los dos, ella lo desconoce.
—Mi NO es rotundo.
—Entonces, a partir de ahora comenzarás a pagar gastos de la casa y los costos de tu universidad… ¡comprende!, eres más joven que ella, yo jamás te cambiaría. En cuanto estemos casados por bienes mancomunados se dará cuenta que no tengo pertenencias pues pondré la casa a tu nombre antes de la repartición de inmuebles. Pronto le pediré el divorcio  con mi debida compensación ¿Imaginas lo que sacan gigolós a las artistas de TV cuando se separan? Mi jefa aunque lo disimule, es todavía más rica que cualquiera de ellas.
—Más rica y resbalosa ¿Cómo fue a posar sus ojos en ti la tal “Re-vaca”? Bien me conoce la desgraciada, contadas ocasiones, pero me ha visto contigo. Una vez en el estacionamiento del mall casi nos traga con la mirada.
—Así es, pero le he dicho que eres mi novia solamente. Quítate de la cabeza los celos ¿Crees que podría dejarte por una mujer madura? ¡No tengo vocación de egiptólogo para andar desenterrando momias! Lo resbalosa le saldrá caro, ya verás.

Rebeca, su jefa, no era tan mayor en realidad, apenas rondaba los 40 años al igual que él, pero José no se imaginaba acostarse eternamente con ninguna mujer de su misma edad, la época de comenzar a ser abuelos.

—No sé qué decir, la idea no me late desde ningún ángulo. Es cierto que debe recibir un castigo por ofrecida, pero lo que tú propones es abuso. Mejor la desgreño y todos contentos. Hasta ella sale de gane.
—No te parecerá tan mala idea cuando veas que ni en sueños volveremos a trabajar, ¿te imaginas?, lujos, viajes, yates, todo tipo de diversión.
—Además —interrumpió Mildred—, la verdad es que la vieja “Re-vaca” no es tan fea… terminarás enamorado de ella.
—Fea o no, velo como el negocio de tu vida, con ojos mercantilistas. Seremos accionistas mayoritarios de las compañías de Rebeca.
—No me gusta que le acaricies el lomo al perro si lo vas a patear. Es inmoral.
—¿Estarás conmigo en la empresa?
Mildred calló y José Colorado interpretó este silencio como una anuencia tácita.

Primero vino un divorcio consentido con Mildred, su verdadera mujer, después la boda con Rebeca en un lujoso chalet de playa sobre una de las Islas Galápagos, propiedad de ella. Pero Rebeca no era una dama tonta, alguna sospecha le hizo sacarle la verdad a José Colorado. Él mantenía una amante.
Luego de la discusión enardecida con un sinnúmero de argumentos, José logró la concesión siguiente: en atención a que Mildred había sido su novia por años, cuestión de la cual su exjefa estaba bien aludida, debía darle tiempo suficiente para terminar aquella relación. Mediaba un sentimiento imposible de matar de un día para otro.
Rebeca estuvo de acuerdo con una condición: conocer a su rival.
José Colorado no tenía más opciones, parecía que todos los perdigones de la escopeta se concentraban en el tubo, ya después del disparo, al salir del arma, cada uno tomaría su rumbo.
Lo complicado sería hacer entrar en razón a Mildred, quien desde un inicio se había opuesto al montaje; no obstante, tenía un as bajo la manga. La salida era única y mortal como el cañón de la escopeta.
—Menudo lío ¡Rebeca vendrá a cenar! Sabe de ti y desea conocerte. Quiere tantear a su contendiente, seguramente ver si eres bonita, sofisticada, de buena familia. Todas las ricas son excéntricas, se sienten tan civilizadas que creen poder comer del mismo plato que la amante del marido.
—Desgraciado, infeliz, ahora resulta que soy yo la amante y “Re-vaca” la esposa. Lo sabía, ¡si le buscas olor al cerote se lo encuentras!
—No te ofusques Mildred, tengo la solución. Debes hacer una cena que tenga todos los atributos para ser irrechazable, pero en alguno de los platos vaciarás veneno. Para evitar alguna equivocación yo no comeré del que tú me indiques. A su muerte quedaré como heredero universal.
—¿Te has vuelto loco? Se darán cuenta en la autopsia.
—He logrado purificar ricina condensada —sonrió sacando un frasquito ámbar de la chaqueta con un polvo blancuzco hasta la mitad que le entregó en las manos a la joven mujer—, un dedal puede matar a cien hombres, es inodora, insípida e indetectable. Sinteticé suficiente por si fallara el primer atentado poner en práctica un plan B. Solo ten mucho cuidado, evita siquiera inhalarla.
José amaba con franqueza a Mildred, no sería capaz de dejarla por otra, incluso si esta fuese hija de Rockefeller. Realmente todo lo hacía por ella y la muchacha lo sabía.

La primera en llegar a la cena fue Rebeca. José Colorado se había retrasado en la oficina y ella salió sin ser vista. Ya habían quedado de acuerdo arribar en autos separados pero la señora se adelantó lo más que pudo. Tenía algo que tratar con Mildred.
Tocó la puerta de una casa modesta y antes de mediar saludo dijo:
—¿Es usted la señora Colorado? —Luego de un incómodo silencio de incredulidad prosiguió—, ¿cree usted que no lo sabía yo? Nada está tan oculto a mis ojos para ignorarlo. De esa manera tampoco estoy ciega ante el hecho de que a José no le gusto, y no lo culpo, es algo tan intrínseco como la ciencia de las feromonas. Tratar de evitar el envejecimiento con una pareja más joven es una implicación de la evolución antropológica del macho humano, por eso no sienten tanta atracción por hembras otoñales, porque para ellos todo es primavera. En el fondo, de manera inconsciente consideran que de eso dependerá la viabilidad de su linaje. Afortunadamente las mujeres somos distintas: un hombre viejo nos asegura una prole saludable, con estabilidad social, aunque un macho joven tampoco está mal, e incluso, podemos prescindir de ellos sin problemas.
Mildred únicamente abrió la boca. Rebeca no era ni tan vieja ni tan desagradable como se la describió José, mucho menos tonta. Tenía una belleza taciturna poco común y su elegancia no dejaba un detalle al azar.
—¿A qué has venido? —Cuestionó la joven sintiéndose descubierta.
Abrió tímida la puerta convidándola a entrar sin mucho convencimiento. La exjefa y actual mujer de su marido traspasó el umbral, cerró la puerta, se quitó el abrigo y posó su delicado trasero en el mullido reposet de piel, el predilecto de José. Sacó una cajita con rapé y aspiró tabaco picado, luego convidó a Mildred pero ella se negó.
—No tema. He venido a confesarle que lo de la boda con el señor Colorado fue por usted. Desde la ocasión cuando la vi en el centro comercial de su mano no he dejado de pensarla. Tan lozana y buena moza al lado de un carcamán. Mi única vía de contacto  con aquel ángel  era a través de su marido. Heme entonces aquí, a sus pies Mildred, dispuesta a hacer vida y no alejarme de su lado nunca. Yo le amo, y supe, desde el primer momento que la miré, que tampoco le desagradé.
Puso en su teléfono celular un bolero, para más exactitud, aquel que dice: “Si nos dejan, nos vamos a querer toda la vida”. Acto seguido dejó el móvil en el descansabrazos, se incorporó y fue a donde Mildred para confesarle al oído:
—Si le interesa saberlo, acabo de asegurar a su ex marido por un millón de dólares. Usted es la beneficiaria universal. También de todo mi patrimonio. La besó en la boca. Bebió de aquellos labios diáfanos la miel de un panal, ya sin abejas dentro.
Mildred recordó en flash back un pasaje de su niñez que la marcaría para siempre. Tenía doce años cuando deseaba con fervor ser bastonera del colegio. Siempre escogían a las más bonitas, era como el trampolín a la popularidad. Durante un año ensayó las suertes, el baile, su sonrisa, incluso como saludar al público “cortito-cortito/largo-largo”. El estudio coreográfico en la escuela era de una hora, pero ella en casa continuaba practicando tres horas más. A donde quiera llegó con el bastón un año exacto, pero el día de su debut, en la semana cultural con el auditorio lleno, para su mala suerte tuvo su primera regla y la agarró desprevenida. Como pudo solucionó el problema en ese momento, pero en una suerte de malabarismo, el bastón resbaló de sus manos, cayó al suelo y ya no supo qué carajos hacer: si se agachaba a recogerlo enseñaba los calzones manchados. La invadió el pánico escénico y se quedó parada como boba con los hombros caídos y los pies hacia dentro mientras todos se reían de ella.
Eso le cerró las puertas a la popularidad, juró que no le volvería a pasar. Ahora se sentía igual que cuando niña: atajada de improviso cuando ya lo tenía todo calculado.
—Te voy a sugerir algo —dijo por fin Mildred a Rebeca con la voz entrecortada, aún tenía los ojos cerrados de una emoción desconocida para ella, acompañada de cierto vértigo espontáneo—: de la primera sopa no tomes ni un sorbo, por amor de Dios.

Cuando el hombre entró, encontró a las dos mujeres agonizando sobre su diván. La caja de rapé que le había dejado José Colorado a Rebeca en su cómoda nocturna también estaba cebada. Ese era el plan B.

Hasta después entendería que con ellas moriría también su fortuna.

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