Sol
del Bajío, domingo 23 de noviembre de 2014
CON
LA PLUMA DEL ALMA
"Podría
estar encerrado en una cáscara de nuez y sentirme rey de un espacio
infinito"
Hamlet,
William Shakespeare.
En el taller Diezmo de Palabras,
tenemos desafíos literarios que son ejercicios a resolver en pocos minutos. Uno
de ellos es combinar paisajes visuales con lecturas profundas, como El Aleph,
cuento magistral de Borges, que ha sido tema de otras narrativas, ensayos y
análisis. Así mismo, utilizamos un documental sobre las primeras construcciones
hechas por el hombre con pocos elementos, en este caso la construcción de un
iglú en medio de la soledad de la nieve, toda una proeza del ingenio humano.
Después leímos un pasaje de El Aleph e inmediatamente después cada uno de los
participantes escribió, en pocos minutos, lo que su mente le dictó. Diría el
maestro Herminio, “con la pluma del alma”.
Julio
Edgar Méndez
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MICROCOSMOS
Patricia
Ruiz H.
Partí
en una excursión completamente sola, me dispuse a vivir la aventura de mi vida.
No pensé en los peligros, el congelamiento o las bestias salvajes. Fui una con
el universo, mi ser se fundió con el paisaje de la tundra. Debía construir mi
refugio y sólo disponía de mis manos como herramientas; extrañamente no sentía
frío al manipular la nieve. Hice cubos con ella y los monté uno sobre otro.
Dejé un pequeño círculo en la cúpula para observar el cielo. Terminada mi obra,
me recosté dentro de la madriguera a observar la Vía Láctea con toda su
majestuosidad. Pude hacer un acercamiento para ver los planetas, seleccioné uno
al azar, como quien usa un microscopio. Tenía abundante vegetación y estaba
habitado por seres extraños, con sus propias costumbres, rarezas y
extravagancias. Lucían tan primitivos, imaginé que me tomarían por una diosa si
pudiera ir hacia ellos. Por largo rato, me permití observarlos como se hace con
las hormigas. Al terminar la contemplación de aquella civilización, me percaté de
que lo que había enfocado era un microcosmos en uno de los bloques de hielo de
la bóveda.
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NIEVE
Lalo
Vázquez
De
pronto me vi en medio de la nada, en un lugar donde todo era nieve y un intenso
frio, muy difícil de soportar. Al caminar, el mismo peso de mis vestiduras me
hizo tropezar y resbalé como si fuera un trineo, avanzando muchos metros o
quizá kilómetros, hasta que por fin me detuve. Con tan solo un cuchillo de
herramienta empecé a construir un iglú sin la más mínima idea de cómo
construirlo. Comencé a hacer bloques de nieve y los coloqué en círculo hasta formarlo;
después busqué hielo transparente para formar un bloque y con él hice mi
ventana, enseguida formé un bloque de nieve y lo coloque a un lado del
transparente para que el reflejo de la luz iluminara adentro; corté un pedazo
de bloque para que fuera mi puerta y al terminar me quedé viendo la inmensidad
del infinito, viendo cómo se confunde lo blanco de la nieve con las nubes,
recordando el calor de la casa de mi abuela, la comida tan rica en familia y
añorando volver a ser niño.
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FRÍO
Diana
Alejandra Aboytes Martínez
En
la cúspide, donde el sol en estado líquido gotea y resplandece sobre el hielo, en
medio de la nada y del todo, soy ese silencio que te habla al oído, mirada que
se funde en la espesura del nevado paisaje. Frío que resbala por tus labios
glaciares.
Soy la
orilla del mundo, la inmovilidad del tiempo y el espacio sin límite…
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HAGAMOS
UN IGLÚ
Rosaura
Tamayo
Suspendidos
los pensamientos en la nada,
pisando
sobre el azul cielo y la blanca nieve,
vuela
mi espíritu sobre el viento.
Acaricio
el aire, miro sobre la nube;
de
lejos un espejo claro
que
se confunde con el cielo y se une
con
el lejano y misterioso universo.
El
hielo congela el agua y calienta el espíritu,
el
azul nos envuelve con su brisa.
Ven,
luna
ven,
sol
ven,
hielo
ven,
amor.
Hagamos
un iglú en medio de la nada
para
formar una estrella resplandeciente.
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CAMINO
EN LO INFINITO
Laura
Margarita Medina
Es
un sistema. Un conjunto maravilloso de vida. Camino al cielo. Construcción de sueños.
Ilusión de colores que hay entre el cielo y la tierra. Un aire que acaricia y
hace sentir cómo la sangre corre por mis venas. Me veo reflejada en la nieve y
el sol. Camino en lo infinito. En el todo al que pertenezco y del que soy
hermano. Aprendo a no sentirme vacío en medio de la inmensidad pues soy grande
como ellos y viviré a su lado, eternamente.
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IGLÚ
J.
Herlindo Velázquez F.
Cavar
el corazón del témpano en la tundra,
encontrar
el punto azul del universo
y
construir el refugio;
el
iglú que habrá de contener el infinito,
los
seres, las cosas y los tiempos,
es
fundirse en la aventura,
en
el fuego de aquellos que buscan tesoros en la nada.
Los
extremos del globo que habitamos
son
el punto preciso donde yace
el
brillo transparente del principio del alma,
la
chispa diminuta que la forma,
el
brillo infinitesimal del pensamiento
que
nos mueve, desde el centro de la frente,
hasta
el último suspiro de los días: El Aleph.
Luz
tornasolada de la vida.
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AULLIDOS
AZULES
Julio
Edgar Méndez
En
el principio fue el blanco, inmensa soledad del silencio. Llanuras extremas de
frío y tristeza. Aullidos azules explorando los límites del abismo.
El
hielo es calor y la vida, la vida es la muerte, la muerte eres tú.
Un
vientre, una casa sin casa, un soporte infinito, columna, trabe, ingenio
superviviente donde la luz cierra poros. Y entonces lo vi.
El
mundo se concentra en un punto. Horizonte escondido detrás de diecinueve escalones.
De algún modo todos los tiempos son un sólo momento.
Y el
momento eres tú.
El
Aleph (fragmento)
Jorge
Luis Borges
En
la parte inferior del escalón, hacia la derecha, vi una pequeña esfera
tornasolada, de casi intolerable fulgor. Al principio la creí giratoria; luego
comprendí que ese movimiento era una ilusión producida por los vertiginosos
espectáculos que encerraba. El diámetro del Aleph sería de dos o tres
centímetros, pero el espacio cósmico estaba ahí, sin disminución de tamaño.
Cada cosa (la luna del espejo, digamos) era infinitas cosas, porque yo
claramente la veía desde todos los puntos del universo. Vi el populoso mar, vi
el alba y la tarde, vi las muchedumbres de América, vi una plateada telaraña en
el centro de una negra pirámide, vi un laberinto roto (era Londres), vi
interminables ojos inmediatos escrutándose en mí como en un espejo, vi todos
los espejos del planeta y ninguno me reflejó, vi en un traspatio de la calle
Soler las mismas baldosas que hace treinta años vi en el zaguán de una casa en
Fray Bentos, vi racimos, nieve, tabaco, vetas de metal, vapor de agua, vi
convexos desiertos ecuatoriales y cada uno de sus granos de arena, vi en
Inverness a una mujer que no olvidaré, vi la violenta cabellera, el altivo cuerpo,
vi un cáncer en el pecho, vi un círculo de tierra seca en una vereda, donde
antes hubo un árbol, vi una quinta de Adrogué, un ejemplar de la primera
versión inglesa de Plinio, la de Philemon Holland, vi a un tiempo cada letra de
cada página (de chico, yo solía maravillarme de que las letras de un volumen
cerrado no se mezclaran y perdieran en el decurso de la noche), vi la noche y
el día contemporáneo, vi un poniente en Querétaro que parecía reflejar el color
de una rosa en Bengala, vi mi dormitorio sin nadie, vi en un gabinete de
Alkmaar un globo terráqueo entre dos espejos que lo multiplican sin fin, vi
caballos de crin arremolinada, en una playa del Mar Caspio en el alba, vi la
delicada osatura de una mano, vi a los sobrevivientes de una batalla, enviando
tarjetas postales, vi en un escaparate de Mirzapur una baraja española, vi las
sombras oblicuas de unos helechos en el suelo de un invernáculo, vi tigres,
émbolos, bisontes, marejadas y ejércitos, vi todas las hormigas que hay en la
tierra, vi un astrolabio persa, vi en un cajón del escritorio (y la letra me
hizo temblar) cartas obscenas, increíbles, precisas, que Beatriz había dirigido
a Carlos Argentino, vi un adorado monumento en la Chacarita, vi la reliquia
atroz de lo que deliciosamente había sido Beatriz Viterbo, vi la circulación de
mi oscura sangre, vi el engranaje del amor y la modificación de la muerte, vi
el Aleph, desde todos los puntos, vi en el Aleph la tierra, y en la tierra otra
vez el Aleph y en el Aleph la tierra, vi mi cara y mis vísceras, vi tu cara, y
sentí vértigo y lloré, porque mis ojos habían visto ese objeto secreto y
conjetural, cuyo nombre usurpan los hombres, pero que ningún hombre ha mirado:
el inconcebible universo.
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