DIEZMO
DE PALABRAS, Sol del Bajío, domingo 26 de octubre 2014
ANTOLOGÍAS
Y CELAYENSES
(Segunda
parte)
“Quédate silenciosamente en esa soledad que
no es abandono,—porque los espíritus de los
muertos que existieron antes que tú en la vida,
te alcanzarán y te rodearán en la muerte,—y
la sombra proyectada sobre tu cara obedecerá
a su voluntad; por lo tanto, permanece tranquilo.”
Edgar
Allan Poe, Los espíritus de los muertos.
Recientemente
varios integrantes del taller literario Diezmo de Palabras participaron en el V
Concurso de Cuentos del Sótano, promovido por la Editorial Endora y fueron
elegidos para publicación en una antología.
En esta ocasión reproducimos los textos de otros dos compañeros.
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EL
PRIMOGÉNITO
Laura
Margarita Medina Vega
La
fachada de la vieja casona luce enormes grietas. Cicatrices que el tiempo dejó,
como si transpirara dolor y soledad a través de sus gruesos muros. La gente
dice que, en mil novecientos sesenta y
uno, María llegó de la ciudad de México a Guanajuato. Pero no viajó sola, arribó con sus tres
hijos; el más pequeño, llamado Adán, estaba recién nacido; Carlitos, el
segundo, tenía solo tres años; y el mayor, Benjamín, doce. El amor de la mujer
por ellos era tan grande que, a pesar de su pobreza, nunca los abandonó y se
los llevaba con ella a vender a los mercados. El único apoyo que tenía era
Benjamín por ser el mayor, puesto que María había huido de su pareja, un hombre
infiel e irresponsable, al que nunca volvió
a ver. Día a día María trabajaba de sol a sol para el sustento familiar.
Su fe en la religión le ayudó a soportar los momentos difíciles. Pero no pudo
evitar enfermar de los nervios por tanto
trabajo y soledad. Los años transcurrieron. Y María dejó la vecindad donde
habitó poco tiempo para instalarse en una vieja casa del centro de la ciudad.
La remodeló, hasta convertirla en un lugar agradable para sus hijos. La fortuna
estuvo de su parte porque le proporcionó un negocio bien remunerado con el que
pudo darle lo mejor a ellos, incluyendo los mejores colegios. Ya para ese
entonces, Benjamín se rodeaba de amigos de la alta sociedad, con la que compartía en todas las fiestas y reuniones.
María lucía satisfecha y le gustaba platicar de los logros de su querido
Benjamín. Lo quería tanto que empezó a olvidar a Carlos y a Adán, los cuales
crecían al cuidado de Benjamín, ya que ella trabajaba todo el tiempo. El
carácter de Benjamín no era sencillo, mostraba amabilidad, educación y sutileza
ante la gente, pero a solas era cruel y despiadado, le dejaba a sus hermanos
las más duras labores del hogar, hasta limpiar los pisos de rodillas una y otra
vez. El más pequeño fue con quien siempre se encajó, ya que Carlos huía todo el
día de la casa para no ser esclavizado. Así que Benjamín desataba su cólera
con el pequeño Adán. Lo golpeaba en la
cara muchas veces hasta verlo sangrar y azotaba su cabeza contra los muros
tomándolo de los cabellos para después arrastrarlo por los pasillos de la casa
sin dejar de repetir:
-¡Eres
adoptado, estúpido, no eres mi hermano!
Cada
noche Adán dormía con su madre, pero no le dijo nada, puesto que no le creería.
Así que lloraba en silencio, deseaba que la noche fuera eterna, para no
despertar y volver a vivir en ese infierno. Fueron años de temor para Carlos y
Adán, hasta que Carlos conoció a una buena chica y se casó, abandonando la casa. Fue
una noche muy triste para Adán, perdía a su mejor hermano, su
confidente. Esa noche no dejó de llorar.
Ya
estando solos, Benjamín aprovechó para someter a Adán a todo tipo de
atrocidades. Sus celos se incrementaron cuando lo vieron convertido en un joven
apuesto a quien lo seguían mucho las mujeres. Por lo que no perdió la
oportunidad de hacerle creer a su madre que no era un buen hijo, esto le
causaba un gran dolor a ella incrementando su desconfianza. Mientras tanto,
Benjamín se daba la gran vida, solicitando a su madre hasta viajes al
extranjero, los cuales pagaba su madre
con gran alegría. Él, pensaba, todo lo merecía.
Invadido
por la tristeza, Adán intento el suicidio, pero gracias a Dios sin éxito. Esto
fue aprovechado por Benjamín para comprobarle a su madre que Adán era capaz de
todo, hasta el chantaje. Cansado, Adán intentó varias veces de alejarse de ahí,
pero su madre siempre lo buscaba, ya que realmente lo extrañaba, pero su preferencia
era para su hijo mayor.
Llegó
el día en que Benjamín se casó, pero nunca se alejó de casa, siempre estuvo
acechándola, y como conservaba la llave, entraba siempre para querer imponer su
voluntad. Así que seguía molestando a Adán en todo lo que hacía. Pero en el
corazón de su hermano menor no existían los rencores, hasta le ayudó a buscar
empleo cuando quedó en bancarrota. Esto nunca lo tomó en cuenta su madre, ni
siquiera se dio cuenta de que el mayor solo la buscaba para pedirle dinero, y
hablarle mal de los otros hermanos. Tejía su telaraña, pero aún no se sabía por
qué.
El
cruel destino a todos alcanza, María cayó en cama víctima de una enfermedad que no le permitió valerse por sí
misma. Benjamín empezó a preocuparse mucho, pero no por ella, sino por los
gastos que empezó a causar su enfermedad. Adán vendió lo que tenía y se lo
ofreció a su hermano como apoyo, pero no lo quiso aceptar, tampoco su madre que
seguía aferrada a que su mejor hijo, “Benjamín”, la ayudaría. Días de inmenso
dolor acompañaron a Adán, quien lloraba mucho por el amor de su vida, que era
su madre, pero no pudo contra la voluntad de los otros dos. Una llamada
telefónica de alguien desconocido lo buscó una noche. Le ofrecían trabajo en el
extranjero. Era el trabajo de sus sueños, aun así no quiso dejar a María sola. Su madre viendo una
oportunidad para él, le pidió que se fuera diciéndole:
-Todo
estará bien.
Con
la bendición de ella y una opresión en el pecho por dejar de verla, se marchó.
Pero
empezó a llamarle tres veces por semana. Pronto su trabajo se incrementó, y
dejó de llamarla algunos días. Y no fue hasta que un día que no podía conciliar
el sueño, tuvo una visión: era su madre,
joven, hermosa, sonriente. Como jamás la había visto en realidad, de pronto la
visión se esfumo para dar paso a la imagen de un hombre mayor que le preguntó:
-¿Qué
le darás a tu madre este Diez de Mayo?
-Nada,
señor, no tengo mamá.
Inmediatamente
Adán se incorporó a buscar un calendario, era día tres de mayo. Llamó a su jefe
y le informó que tenía que regresar de emergencia a su ciudad natal, su madre
moriría esa semana. El jefe trató de tranquilizarlo en vano. Y a pesar de que
llamó a casa y le dijeron que todo estaba bien insistió en ir. La suerte lo
abandonó, no encontró vuelo en esas fechas, la desesperación aumentaba a cada
momento y no pudo dormir. Pasaron cuatro días y una mañana, un rayo de luz
entró a la habitación haciendo que abriera sus ojos. Un pequeño pajarito
cantaba y picoteaba el cristal de su
ventana. Una punzada en su pecho le cortó la respiración. Su rostro se
descompuso en un gesto de intensa tristeza.
-Es
ella, vino a avisarme –pensó.
Corrió
al teléfono y con las manos temblorosas marcó el número. Lo que escuchó lo dejó
impactado, María había muerto. Se encerró en el baño todo el día, no quiso que
nadie lo viera llorar ni gritar, por la noche salió e intentó embriagarse
inútilmente; el dolor era mayor. No quiso continuar ahí y regresó a su casa. El
moño negro de la puerta notificaba la tragedia, la casa olía a soledad, las plantas
de María morían junto con ella. Adán fue directamente al cuarto de su madre y
se detuvo frente a su lecho vacío en donde tantas noches los dos platicaron.
-Madre,
qué bueno que ya no sufres, pídele a Dios que algún día te vuelva a ver. Dijo
con voz dulce, y salió.
Carlos
no se presentó a visitarlo. Solo algunos vecinos se acercaron a darle sus
condolencias. Y una amiga cercana le contó lo sucedido:
-Tu
madre deliraba aquella noche, mandó llamar a tus hermanos con insistencia, pero
Carlos no podía venir. Así que a petición de tu madre se le llamó a Benjamín,
el cual no quería acercarse a ella, dijo que le provocaba asco, hasta la llamó
loca cuando María empezó a quejarse de que alguien la mojaba. Y es que tenía
mucha fiebre, además nunca le compraron su medicamento para los nervios y pues
se desesperó. Pobre mujer, después de haberle quitado su negocio y todo su
dinero, no le daban ni lo necesario. Se le encontró muerta a las seis de la
mañana, con los pies envueltos en las sábanas y la cabeza hacia el piso, como
si alguien la hubiera jalado, puesto que los pies los tenía aún sobre la cama.
Los
comentarios sembraron dudas en Adán. ¿Fue su madre asesinada?
A la
muerte de María, Adán quedo como único heredero de un dinero que ya le había
robado Benjamín, además de todas las cosas que tenía en la casa de su madre. Y
Carlos había sido cómplice de esta injusticia, lo cual con el tiempo lo
lamentó. Adán vivió algún tiempo más ahí, pero nunca tranquilo, porque Benjamín
le empezó a pelear la casa. De pronto, macabros sucesos empezaron a ocurrir en
ella, aún de día la casa lucía oscura, ruidos raros y olores desagradables se
percibían en algunas habitaciones. Sombras se movían sobre las paredes. Todo
esto hizo que mucha gente no volviera a visitarla. Adán también se fue,
impulsado por un mal presentimiento. A pesar de sus crisis económicas siempre
recurrió a Dios y a la bendición de su madre. Ya no ve a sus hermanos. Dicen
que Benjamín es un hombre muy rico, pero que siempre está solo, puesto que la
gente sabe lo malo que actúo en el
pasado, y ya se ve viejo y cansado. Y hasta hay gente que se alegra de no verlo
feliz, pues no olvidan cómo le pagó a María todo el amor que le dio, sólo por
ser el primogénito.
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LA
NIÑA DE LA CAJA BLANCA
Carlos
Javier Aguirre
Una
tarde de un día de julio, al pasar frente a una institución de seguridad
social, nos llamó la atención el ver que
dos hombres no podían meter a la cajuela de un taxi un pequeño ataúd blanco. Le
quitaron entonces el asiento trasero y volvieron hacer el intento de meter la
caja. Todo esfuerzo resultaba inútil.
Mi
chofer, Concho Hernández, me pidió permiso de ir a ver si les podía ayudar.
-¿Podrían
llevarnos en su camioneta? –le preguntaron los hombres- necesitamos llevar esta
caja a un rancho por el camino de Xichú.
-Claro
que si, nuestro trabajo por el día de hoy terminó –autoricé a Concho- y se fue
con ellos. Al otro día me contó sobre el viaje.
Una
lluvia torrencial obscurecía el camino y dificultaba ir deprisa. Pero avanzamos
bastante rápido hasta que dijeron:
-En
la próxima curva a la derecha te estacionas, lo más cargado al cerro, para que
los camiones tengan espacio y puedan pasar.
Bajamos
el ataúd y empezamos a subir por una vereda cargando la pequeña caja blanca. El
papá iba adelante y yo atrás.
-Ya
mero llegamos, detrás de esos árboles está mi rancho. Yo llevaba la lengua de
corbata y no veía señales del tal rancho. Descansamos un rato y sobre unas
rocas colocamos la caja. A lo lejos pudimos distinguir a un grupo de personas
que venían a nuestro encuentro. Ya recuperado de mis fuerzas emprendimos de
nuevo nuestro camino. Al llegar al primer
jacal estaba lleno de personas y nomás nos vieron llegar se escuchó un
llanto desgarrador, colocamos sobre unas tablas la caja.
-Toma,
bébete esto para que no te haga daño la mojada. Alguien me acercó una taza.
-Bueno,
yo ya me voy. Les dije.
-Un
último favor, ¿le puedes rezar a mi hija? toma este libro, y es que por aquí
nadie sabe leer.
Mientras
tanto las mujeres en el patio colocaban la olla que dejaba salir el aroma a
café, iba ser una noche muy larga, el frio calaba hasta los huesos. Afuera el
viento soplaba muy fuerte, tanto que doblaba los arboles. Era como si el viento
llorara y estuviera despidiendo a la niña reina del viento que durante diez
años la viera crecer.
-¿Qué
tienes? Platícame como te fue. Le pregunté a Concho al otro día, cuando
íbamos en la camioneta hacia el trabajo.
-Llegué
cerca de la media noche a mi casa, pero sucede que nomás estoy pensando en la
niña.
-¿Qué
sientes?
-Siento
como si a la niña muerta la trajera cargando sobre mis hombros
-¡Te
trajiste a la niña! Ahora ve y busca al padre Manuel o si prefieres busca a la
bruja, Damiana. Intenta no pensar, pero
no pienses que no estás pensando, porque entonces piensas. De modo que debes
dejar el espíritu, sin pensamiento ni sujeción. Concho... ¿la niña traía unos
moños en el cabello?
-Sí,
¿cómo te diste cuenta?
-La
vengo viendo por el retrovisor. Está mirándonos desde la caja de la camioneta.
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