domingo, 19 de octubre de 2014

ANTOLOGÍAS Y CELAYENSES

DIEZMO DE PALABRAS
Fundador: Herminio Martínez
Coordinador: Julio Edgar Méndez


ANTOLOGÍAS Y CELAYENSES

Recientemente varios  integrantes del taller literario Diezmo de Palabras participaron en el V Concurso de Cuentos del Sótano, promovido por la Editorial Endora y fueron elegidos para  publicación en una antología. Felicidades a todos y esperemos más logros que pongan en alto el nombre de Celaya. Los compañeros y sus textos que serán publicados son: Isla Tortuga Dragón, por Rosaura Tamayo. La niña de la caja blanca, por Carlos Aguirre. Los puñetazos del delirio, por Martin Campa Martínez. El As, por Lalo Vázquez. El primogénito, por Laura Medina Vega. Juegos de sal, por Diana Alejandra Aboytes y La refranera, por Patricia Ruiz. Aquí reproducimos dos de los textos.

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LA REFRANERA

Por Patricia Ruiz

En un típico domingo, la abuela Sara se encuentra en su universo personal que es la gran cocina, amueblada con enseres tradicionales y modernos. Coexisten en ese espacio lo más nuevo en electrodomésticos junto con los accesorios que usaron su madre y abuela: estufa, refrigerador, gabinetes, mesas de madera, horno de microondas, licuadora, molcajete, metate y un pequeño fogón de leña ubicado en el exterior de la cocina. Guarda como un tesoro la vajilla de cerámica, regalo de aniversario. Tiene utensilios que le traen buenos recuerdos de sus viajes: cucharas, fruteros, tazas y charolas son las numerosas artesanías que adornan esta habitación,  sin faltar  las ollas de barro, aluminio  y peltre para uso diario.   La abuela Sara es una enciclopedia de proverbios,  es conocida por utilizar un refrán  para cada ocasión. Sus dichos expresan con palabras sencillas la sabiduría popular.  Muchos familiares y amigos le piden consejo en diferentes asuntos, siempre es valorada su opinión y se le tiene por dicharachera.
-“Quien de refranes no sabe, entonces, ¿qué es lo que sabe?” -dice sin falsa modestia y orgullosa de sí misma– “porque cien refranes, cien verdades”.
Hoy tiene la visita de su numerosa familia integrada por hijos, nueras, yernos y nietos. Pide ayuda para preparar la comida familiar, saca grandes cazuelas para diferentes guisados, el menú del día será: sopa de arroz, carne con chile, frijoles refritos, verduras, guacamole, tortillas de maíz, gelatina, mermelada y agua de limón.
-¡Ándeles!  Vamos a preparar la comida, todos deben ayudar, porque “comer sin trabajar, no se debe tolerar”.
Da instrucciones a su familia y dirige la preparación de alimentos con la maestría de un director de orquesta. Asigna tareas de acuerdo a las habilidades de cada uno. Proporciona de la alacena todos los víveres y vigila la cocción de alimentos  para darle el punto exacto.  Es un ir y venir de personas en la cocina, mientras la abuela Sara supervisa todo, no pierde detalle.  Es interrumpida por los niños que acuden a ella a darle la queja que Juanito, su nieto,  le está jalando la cola al perro.
-Ana, regaña a Juanito -le ordena a la mamá del niño- que deje de torturar al perro,  ya sabes lo que dicen “el que a la bestia hace mal, es más bestia que el animal”.
Los otros niños le avisan que Juanito encerró en una caja un bicho muy raro. La abuela Sara, sin dejar sus ocupaciones, con “un ojo al gato y otro al garabato”,  regaña al niño.
–¡Juan!, deja ese animal, te puede picar, ve tú a saber que alimaña sea, te repito lo que dicen: “a bicho que no conozcas, no le pises la cola”.
Cuando por fin la comida está lista,  llama  a los niños que juegan en el patio.
-¡A comer! -grita a todo pulmón. Algunos chiquillos inmersos en sus juegos, no atienden su llamado. 
–Vamos a comer nosotros -ordena a los adultos– no tendrán hambre, porque “a la cena y a la cama, sólo una vez se llama”. Claro, ahorita no quieren comer, pero cuando tengan mi edad,  entonces nos vemos las caras, lo bueno que ya no voy a estar para verlo, dicen y es muy cierto “a mocedad viciosa, vejez penosa”.  Cómo quieren que sean buenos estudiantes sí se malpasan, luego andan todos tristes, que les duele la cabeza, es bien sabido que con tripas vacías, no hay alegrías -sermonea a su familia y ellos resignados, la escuchan.   -Tiene razón suegra, el buen comer es la base de la salud, bien dicen que “ajo, cebolla, y limón, y déjate de inyección”,  por eso nunca me enfermo –dice Juan, su yerno.
Más tarde vienen los niños  y  les manda a que se laven las manos, pues las traen llenas de tierra y suciedad.
-Abuela, yo no quiero esa carne, no me gusta -dice un chiquillo.
-A poco creen que la comida la regalan,  sí no es gratis, tan cara que está y para que no se la quieran comer, yo no se la voy a dar a los perros.  Ándeles, coman, es por su bien, como dicen “gástalo en la cocina y no en medicina”.
Los niños comen rápidamente por el interés de regresar a sus juegos.  La abuela los reprende por hacerlo de manera apresurada.
–Bueno, váyanse a jugar, ahora sí, “barriga llena, corazón contento”.
-Esos niños no han hecho la tarea -dice Fabiola, una de sus hijas.
-No la quieren hacer, sólo piensan en jugar,  seguro la hacen hasta la noche –dice Olivia, otra de sus hijas. 
-Deben hacerla temprano,  cómo diría mi mamá a “jugar y pasear, cuando no hay que trabajar” -dice Ana.
-¡Ay, Ana!, mira quién lo dice, “el burro hablando de orejas”, a poco Juanito ya hizo  la tarea -contesta Fabiola.
-Sí, así es ella, qué chistosita,  como dice siempre mi mamá, “el jorobado no ve su joroba, sino la ajena” -dice Olivia.
-Ya no discutan, más tarde ponen a sus niños a hacer la tarea -interviene la abuela Sara para terminar la inútil discusión.
 La conversación de los  adultos durante la comida y en la sobremesa versa sobre diversos temas, a los que invariablemente la abuela Sara impregna su sello personal.
-Mamá, el sábado será la  boda de Felipa la hija de tu amiga María Flores ¿No piensas ir?  ¿Ya tienes tu vestido?  -pregunta Fabiola.
-No lo creo, no me invitaron, y es muy sabido que  “a boda ni bautizado, no vayas sin ser llamado”.
-Pero si los conoces bien.
-Te digo que no me invitaron, no me gusta ser tan gorrona.
-Van a hacer una gran fiesta, tiraron la casa por la ventana, según  dicen, los hijos que trabajan en el norte  les mandaron dólares para hacerla en grande,  ya llegó toda la parentela a hospedarse en su casa a esperar el guateque -comenta Fabiola. 
- Qué casualidad que sólo cuando tienen fiesta van a su casa, nunca se visitan, está muy claro “al nopal nada más lo visitan cuando tiene tunas” -dice la abuela Sara. 
-Pero te deben favores, ¿no les ayudaste a cuidar a sus niños? -pregunta Fabiola.
-Entiende, no me invitaron, y además eso que cuide a sus niños es otra cosa, no me gusta andar cantando mi ayuda, bien dicen que “favor publicado, favor deshonrado”.
-Recuerdo que ayudaste a cuidar  a su nuera cuando estuvo parturienta,  le pusiste los aretes  a la recién nacida y  le fajaste el ombligo -dice Fabiola.  
-Qué sorpresa que se case Felipa, después de tantos amigos que le conocemos,  que entraban y salían de su casa -dice  Olivia con picardía.
-Qué bueno que se encontró un valiente, porque se dice que “a los treinta doncellez, muy rara vez” -dice la abuela Sara.
-¿Con quién va a vivir los recién casados? -pregunta Ana.
-Dicen que con la suegra -contesta Olivia.
-Muy mal, no me están preguntando,  pero para mí  son puros problemas, es bien sabido que  “el casado casa quiere” -concluye la abuela Sara.
-Ya vimos los vestidos que van a usar las madrinas, color rosa chillón, qué mal gusto tienen -comenta Olivia. 
-Diría mi mamá, “aunque la mona se vista de seda, mona se queda” -dice Ana imitando a su progenitora.
-Para la boda mandaban todo el dinero al hijo mayor, pero el muy  irresponsable se lo gastó, hasta que mejor se lo dieron a guardar a la  mamá –dice Olivia.
-Pues sólo a ellos se les ocurre confiar en él, es bien sabido que  “a borracho o mujeriego, no des a guardar dinero”, ni que no lo conocieran -expresa la abuela Sara.
En ese momento tocan la puerta.  Olivia se asoma por la ventana  y observa que es la comadre Celia.
- Mamá, es tu comadre Celia.
-Que pase.
-Comadre, buenas tardes –dice Celia.
-Pásele, siéntese, ¿gusta comer? –pregunta la abuela Sara
-Gracias, un taquito le acepto. Oiga comadre Sarita, vengo con una molestia, a que me preste su escalera porque mi hijo Santiago está haciendo un cuarto, hace mucho tiempo que no le hace a la albañilería, ahora por pura necesidad tiene que hacerlo para vivir con su mujer.
-No se preocupe, dicen que “lo bien aprendido, para siempre es sabido”. Ahí está la escalera, se la encargo, porque también nosotros la ocupamos.   
-No tenga pendiente -dice Celia.
-¿Y dónde está haciendo el cuarto? -pregunta la abuela Sara.
-Pues en la casa de unos parientes de su esposa -contesta Celia.
-Que tenga cuidado, porque dicen “el que siembra en tierra ajena, hasta la semilla pierde”.
-Tiene razón Sarita, pero qué más hace, no tiene donde meterse. ¿Ya está lista para la boda de Felipa?
-No me invitaron, dicen que es mi amiga, pero ya se vio “que amistad por interés, no dura porque no lo es”.
-A lo mejor se le olvidó.  Gracias, estuvo muy bueno el taquito -se retira Celia de escena.
-Tu comadre Celia era más platicadora, ahora sólo estuvo media hora. Antes cuando nos visitaba se quedaba anclada hasta la cena, ¿te acuerdas? -dice Olivia
-Pues sí, ya aprendió, seguramente  le hicieron mala cara en alguna casa, porque bien dicen “hablar por los codos, aburrir a todos” -dice la abuela Sara
Nadie quiere terminar la charla, queda la penosa tarea de recoger y lavar los platos.
–Bueno, vámonos,  “al mal paso darle prisa” -dice la abuela Sara.  
Muy a su pesar, cada uno se despide concluyendo la tertulia.

*** Patricia Ruiz H. Es originaria de Celaya, Gto., y miembro del taller literario Diezmo de Palabras. Gusta de la literatura y de diseñar ficciones en las que, como pequeñas ventanas,  permitan al lector asomarse a mundos imaginarios. Tiene en su haber cuentos y microrrelatos en diversos temas.
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JUEGOS DE SAL

Por Diana Alejandra Aboytes Martínez

Desde días atrás esas palabras le venían haciendo nudo las neuronas. Su amiga, Katya, comentó que “eso” era lo de hoy.
-Nada mejor para aderezar un rutinario matrimonio que un desliz. Eso es tan bueno como tensar una cuerda musical para que dé su mejor nota.
A Lolis le pareció descabellado, pero era innegable que le hacía cosquillas imaginarlo; además su marido, siempre cansado y sin humor para el más mínimo detalle, la hacían cavilar en ello. En un principio dejó de lado el comentario, pero este mismo se le alojó en el entrecejo y comenzaba a simpatizar con la idea. Varios años de matrimonio y esa densa calma marital, acentuaban la curiosidad en conocer otra experiencia, nuevas caricias…
Pasaron dos semanas, la mujer trató de congelar el deseo. Pero en breve buscó el con quién; el cómo, sobre la marcha lo averiguaría. El cuándo lo pactó con el “antojito” en cuestión: Motel Miraflores, habitación 72, viernes 27, 6:00 pm. El trato fue discreción absoluta y el encuentro a llevarse a cabo en completa oscuridad. Esto agregaría privacidad y misterio al momento.
Para el calendario no hay fecha que se le escape, el 27 apareció marcado en rojo. Hoy, como nunca, el tic tac del reloj le crispaba los nervios. Tomó café y se preparó para la cita. Al cuarto para las seis lucía hermosa y discretamente sexy. Abordó un taxi para llegar al lugar. El auto se detuvo en dicha dirección. La portezuela se abrió y una bonita pierna femenina daba un paso hacia afuera. Abrió temerosa el cuarto y se introdujo en la oscuridad. Sintió la proximidad de unas manos, mismas que tomaron su cintura haciéndola presa de un varonil cuerpo. Sus labios se unieron y ese beso desconectó tiempo y ataduras. Lenguas como olas en crecidas, anunciaban lloviznas en plenilunio. La desnudez los vistió. La mujer recorrió a besos el cuerpo del caballero y se arrodilló ante ese templo pagano. La plegaria escribió con su boca, en letras mojadas… lamiendo palabras.
Él la tomó por los brazos, la recostó sobre sábanas y de entre los pliegues de su playa, saboreó las sales profundas que estallaron a borbotones. La unión de sus cuerpos fue la cúspide del encuentro. Ambos se vistieron a ciegas y volvieron a su vida habitual.
Pasado un mes se dejaron llevar nuevamente al encuentro. Habían descendido al “infierno”, ya no era sencillo prescindir de sus llamas. La cita ahora cambiaría de temática: Baile de las Rosas. Salón Bugambilias. El 29, 10:00pm. Requisito: portar antifaz. La noche desplazó al día y el momento llegó. Se decidió por el vestido más favorecedor, el rojo. Le dibujaba hermosamente el contorno de sus pechos y la tela bajaba suavemente acentuando sus caderas. Toque de glamour, zapatillas altas y antifaz requerido, como un plus a la sensualidad que hoy salía con ella.
Llegó al salón y a lo lejos miró al tipo del antifaz. Sólo ellos dos usaban el anonimato.  Comenzó el baile y las luces se tornaron tenues. Bailaron algunas piezas, la cercanía y cadencia se prestaron al preámbulo de lo que venía.
Se fueron apartando de entre las parejas de la pista hasta llegar al baño de damas. Después de cerciorarse que el sitio estuviera vacío, él se coló y cerraron por dentro. El riesgo de ser descubiertos incluyó intensidad a la euforia que ya venían sintiendo. La tomó por la cadera mientras su boca mordisqueaba delicadamente la curveada espalda femenina. Ella se retorcía extasiada en sensaciones y se sujetó al lavamanos. Ponerse vestido había sido una buena elección. El panorámico espejo daba detalle… danza bailada sin recato. Era gozoso el espectáculo. Tocaron a la puerta, esto no interrumpió el momento, todo había concluido. Salieron presurosos, las chicas en la entrada supusieron la travesura, pero el antifaz era útil una vez más, nadie atinó a identificarlos.
Se despidieron con un beso, no sabían si era la conclusión o el origen de nuevas locuras.
Ella llegó a casa aún con el sabor de aventura en los labios. Se metió entre las cobijas y pronto dormía. Al amanecer, marido y mujer, más unidos que nunca, celebraban alimentar las brasas con “juegos”, donde la piel sabe a pecado y sal. Mientras tanto, dos antifaces descansaban en el tocador de la recámara de Lolis y Ulises, su esposo.


*** Diana Alejandra Aboytes Martínez es parte del taller literario Diezmo de Palabras. Ha sido en diferentes medios con poesía, cuento, narrativa y leyenda. Ha sido seleccionada para aparecer en los libros de antologías Diversidad Literaria de España y en Cuentos del Sótano V, de Editorial Endora. 

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