lunes, 1 de septiembre de 2014

DIEZMO DE PALABRAS, Sol del Bajío, Celaya, Domingo 31 de agosto 2014


HERMINIO MARTÍNEZ
EL POETA
Indudablemente, es un atrevimiento para quien fue primero alumno, después compañero docente en la Universidad de Guanajuato y por último, integrante del Taller Literario que coordinaba, hablar de la obra del maestro Herminio Martínez. Además de las cotidianas veladas en el estudio del pintor Luis Garcidueñas, en compañía del sacerdote agustino Miguel Martínez –hombre culto y generoso–, y donde también se integraban el profesor Gordillo y el padre Eulalio Gómez, personajes de conocimientos infinitos. Resaltan de aquellas noches memorables, los recuerdos de Herminio y del padre Miguel, su tío, evocando una infancia en las faldas del Culiacán o las interesantes pláticas respecto al origen y peripecias de alguna palabra, en fin, asistíamos, sin duda, a cátedras magistrales dirigidas por el maestro Herminio Martínez. Testigos de aquellas reuniones, son los famosos sonetos que Herminio  dedicó a nuestro anfitrión Luis Garcidueñas y su talento creativo. Todos esos años de convivencia fecunda, me dieron la certeza de la altura que alcanzaba la obra del maestro y aspirar a comentarla desde ese mismo nivel, es imposible para el que suscribe.
Así pues, con la humildad del discípulo que admira a su maestro y amigo, les confiaré mis pensamientos en torno a su obra.

Herminio Martínez dominó con maestría diversos géneros literarios, pero fue ante todo poeta. No es que escribiera Poesía de una manera extraordinaria –que, por supuesto, lo hacía–, la Poesía era inmanente a su persona. Él era un poeta y lo destilaba en sus pláticas, en sus novelas, en sus cuentos, en sus crónicas. El lenguaje poético dotaba a sus textos de profundidad y le imprimía un sello muy personal. A propósito del tema, Xabier F. Coronado en su artículo La dimensión poética de Cortázar expresa que: “La literatura es un arte que mantiene en su seno familiar íntimas relaciones fraternales. Hay poesía en la novela y narrativa en muchos poemas; en el teatro hay fábula y algunos dramas están escritos en verso. Generalmente los narradores muestran una vena lírica, aunque no sea su inclinación manifiesta, y los poetas dejan su huella en cada línea que escriben sea el formato que sea”.

En la ceremonia religiosa para despedir al maestro Herminio, el padre Eulalio resaltó la importancia de la Poesía en la vida del hombre y de los estudiosos que han llegado a compararla con la Teología y, en algunos casos, sobre esta materia. Por otro lado, en el tratado de Filosofía El tiempo y lo imaginario de Adriana Yáñez Vilalta, en el ensayo Recordar es permanecer, afirma que Heidegger en “Los conceptos fundamentales de la metafísica”, plantea una pregunta inicial ¿Qué es la filosofía? Y cita, para definirla,  a Novalis,  poeta romántico alemán: “La filosofía es propiamente nostalgia, algo que nos impulsa a estar en todas partes como en nuestra propia casa”.

Pues bien, nos encontramos ante un poeta por los cuatro puntos cardinales, pero no un poeta cualquiera, porque a diferencia de la mayoría, en su discurso poético hay unidad, continuidad, coherencia y lógicamente, evolución. Existe un hilo conductor en toda su obra, tan palpable, que bien pudiéramos afirmar, que nos encontramos frente a un poema dividido en múltiples libros.
Herminio fue un poeta que escribió sólo un poema, independientemente del tema que abordara, hay  un argumento latente, un coro axiológico sólido que honra sus raíces campesinas y da voz a los desposeídos, los asalariados, a la angustia de las clases medias de los que formó parte. 

La selección de poemas escritos en las diferentes etapas de la vida del maestro Herminio Martínez que se publican el día de hoy, confirmarán, estoy seguro, lo que he expuesto.

Salvador Pérez Melesio
Verano 2014

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RUINA

Herminio Martínez

De este lado del tiempo,
donde nuestra raíz, en otra hora,
fuese dulce canción y mar de plumas
para que en los amaneceres
se bañara, sentada, la pupila,
se está haciendo la noche,
un terrible aguacero de sollozos
golpea nuestra persona
y no hay dolor, ni lágrima, ni miedo,
que no lleve consigo un niño pobre,
 una mujer talada de sus hijos,
 un esposo ya viudo de esperanza,
carcoma de palabra o sucia fe de iglesia,
crujido de semilla que se quedó sin surco,
labios secos de surco que se quedó sin agua.

El tiempo de este tiempo llora afuera
de todos y de todas las raíces,
derramando vacíos, ecos profundos,
olas de nombres muertos,
desde que el odio organizó la noche
al lado del dinero y los discursos
y no ha vuelto a salir el sol de antaño,
sólo un mar de cabezas cercenadas,
cadáveres que nadie ha reclamado,
relámpagos oscuros que nos hieren
a pedradas y voces de político
que alguna vez lloró como alguien jura
 madre, futuro y paz, risa y trabajo,
sin que hasta este escalón en que se sienta
el alma a deletrearse el esqueleto
haya habido minuto sin pies rotos,
instante sin los dientes quebrantados,
vigilia sin llorar sobre este polvo
con que la ruina sepultó a la patria.

Desde esta oscuridad, dios en potencia
de todo lo humillado y lo perdido,
me pregunto por mí y por ti, mi prójimo,
y las preguntas tiemblan en sus ramas
de árbol que falleció en cada lenguaje.

Sólo queda el dolor de savia en germen
y la esperanza de que vuelva el día
cargado de entusiasmo hasta los hombros.
Entre las cicatrices del desastre
está de pie una esperanza en vela,
el alba de un amor como una isla
para los descendientes de otras épocas.
Está la tumba de la llama rota
y el grito del hermano que no ha muerto;
el corazón del pueblo levantado
a la hora en que almuerza lumbre el alba,
y la voz de la vida se adelanta
a deletrear con ánimo una estrella.
Está la plaza indígena
donde los extranjeros venden aire
y luz embotellada por decreto.

Ahora se hace la tarde, baja el viento
vestido de montañas y llanuras
en las que alguna vez fuimos felices
antes de que la sombra organizara
sus huestes de catástrofe y tormentas
o vinieran de lejos a decirnos
que respirar aquí se paga en oro
y vivir es colgarte con los hijos
en el cuello del alma mientras lloras.

Me voy a desangrar bajo otro puente,
hacia otra soledad de llanto ciego,
el día, muchacho de oro, se desnuda
y se acuesta a dormir en la miseria.

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TORMENTA

Herminio Martínez

Pasen a ver cómo se muere un hombre,
pero dejen afuera el estorbo del llanto;
esos pétalos tristes eran la flor de su alma,
ese aleteo sin aire fue alguna vez su risa.

Desde el amanecer de sus raíces
la mano de la muerte lo vino persiguiendo.
La joven ansiedad se aferró a aquel arado
que sembraba los ojos
en un suelo que sólo daba sed 
entre los dos crepúsculos.

Alma deshilachada hasta el último hilito de la risa.
Los pies del trueno trituran ya su brillo
y todo el viento azul, que fue el último pecho
con el que se enfrentó a la infantil contienda
antes de que la cordillera de los pérfidos
fuese tan espantosa serpiente despeñada.

Ahora está lloviendo,
a latigazos se levanta el ronco
vocablo que es el trueno, un rayo baja
de su estatura al viento, se estremecen
los cimientos del pánico y las casas
bajo el sacudimiento derramado:
cántaro de cuchillos, palabra de metal
contra la residencia del oído.

Se arrincona el silencio, asustadiza,
la paz arrodillada ante el desastre,
se rompe bajo el verbo que conjugan
las sílabas dentadas de este fuego.

Una revolución de piedra y vidrio
golpea con sus caballos, calla el tiempo
como si por sus relojes derramara,
también la vida, adolescentes muertos.

Al lado del rumor las hojas tiemblan
como estrellas sin luz, un mundo cojo
anda buscando cosas, llora un niño
detrás de una pared, todo se alumbra
debajo de la lengua del relámpago.

Ahora está lloviendo,
como si de remotísimas regiones
troncos de agua pasaran por las nubes,
golpeándose, parándose y continuando el viaje
en esa habla glacial de las tinieblas.

Bramido de la espuma, cielo turbio,
ejércitos de gotas y de espadas,
la eternidad cayéndose a pedazos,
el corazón del sueño a lodo y lumbre.

Adentro y fuera llueve
el alma de la voz, la nube trágica
que es esta soledad, avispa o tábano,
que nos hunde aguijones en los hijos
toda vez que en la tele las noticias
son sólo manchas negras, sangre joven
desnuda hasta el pudor, hasta la ingles,
hasta el pezón de una tristeza amarga.
Sin embargo, con todo y Presidente,
Congreso, Senadores, Diputados,
el potro del relámpago pasea
en su lomo de fuego una esperanza.

De la vertiginosa carretera sube
a pie sobre los jóvenes la muerte,
a esta hora del presagio y del desastre,
de la zozobra gris llena de pelos,
en que a la frente del país la envuelve
la sombra sanguinaria del discurso.
.
La copa del amor rebosa en sangre.
¿Quién desató estas manos con cuchillos
hacia la cabeza de mi prójimo?
¿Quiénes para sobresalir en lo económico
empinan cuerpo y alma
en lo más genital de lo político?
¿Quién quiso que la vida fuera sombra
desalmada pasando por los pueblos?
¿La mano dura del destello armado?

Una flor de agua seca es la memoria
que roe la muerte hasta encontrar al hombre.
¿Qué idioma trae cogido de la oreja
la turbulenta nube del acoso?
¿De qué nos habla en su dolor la piedra?
¿Del que viene del sur desfalleciendo
en una voz de bosque y pinos altos,
brisas de espuma, lluvia de jazmines,
ala de madre, espalda de colina?

No cumplieron la edad del sueño niño
antes de que la negra dentadura
dividiera a mordiscos la pradera.
Cadera del terror, hueco profundo,
mochila al hombro la palabra muerta,
pecho cerrado a golpes, tarde cálida,
lecho de labios tristes, pubis roto,
historia de una edad quebrada a gritos.

De flor en flor, como una abeja herida,
sale a buscar la luz y encuentra pétalos
arrugados, que fue el fulgor de todos
cuando desayunábamos, prendidos
al pecho del sosiego, tragos dulces,
y había una mano o casa siempre abierta
y un beso en el balcón rozando el aire.

Pero ahora la verdad es esta máscara
y así camina el joven que fue de oro.
El padre de familia derrotado
por calles con la boca desdentada
y la desolación en obra negra
lo persigue en sus sílabas rapaces.

Estatuas mutiladas, pan de trigo,
la historia se revuelca en sus espumas
mientras torvos aúllan los pontífices
de uno y otro credo, hasta los codos;
dan ganas de correr a corregirle
los capítulos que hablan de política
y vaciarle en la boca esta tormenta,
y preguntarle a este oro furibundo
que se desgrana en víboras ardientes,
por la felicidad en el derecho,
por la justicia en el revés sangrante.

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A UN OLMO

Herminio Martínez

De piedra en piedra, como avanza el día
cuando se sube el sol a la cabeza
para vaciar la tarde en la llanura,
a estar conmigo vienes con tus platas.

Hoy estoy a las puertas de mi casa,
que eran las mismas puertas a aquel sueño
en el que jugábamos felices
debajo de tus hojas, en la noche,
tan rota, que salían en ríos los astros.

Vuelvo a ver a mi hermano, estaba triste
en el corral mirándote y mirándome.
Quería abrir la ventana
que lo llevara a conocer el mundo,
donde hubiera trabajo y las monedas
no fueran nada más este saludo,
que tú le das a todos, inclinándote.

Al otro día se fue
por los rojos caminos de la tarde,
que el día andaba vaciando en la llanura:
hostia sangrante entre los cuatro cerros,
y nunca ha vuelto con su sol derruido.

Mi madre, en cada casa, hablaba de él.
Y mi padre, doblándose,
como tú en tu odorífica costumbre,
volvía a retoñar al día siguiente,
igual que yo cuando al pasar mi infancia
por tu lugar, de pronto recordaba
políticos en gracia siempre obesa,
que en sus imaginaciones le servían
al pueblo,
hablando en voces que eran copas.

También soy de madera, retrayéndome.
Plumaje de emoción, tu copa esbelta
se llena con lenguaje de los montes.
Corteza que se afana en ser un canto
en este punto incógnito del orbe.
Hasta acá llegaré siempre con música
de amor a hablar contigo de nosotros,
quienes, sin ser disposición ni bando,
entre los corazones de madera
te dolemos del pecho a las rodillas.

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MURIÓ MI ÚLTIMO TRAJE

Herminio Martínez

Aquél del corazón en la bastilla;
la corbata está triste, un agujero
me guiña el ojo desde su amplio nudo.

Adentro de mi ser hay un derrumbe,
lo intuyo por la noche en que nos pasa
la eternidad, palpándonos la vida.

Un racimo de viernes en ayunas
ya le colgaba en las solapas tristes,
en hilos lamentables que da el hecho
de ser hembra y ser macho en esas almas
trabajadas al tacto por la ausencia.

Sus costuras están aherrojadas,
cada ojal en su orilla es un sollozo.
A mí me duele su color antiguo
y el botón que no cabe
porque también se le cerró la puerta.

Algo tiene de padre ya difunto.
Algo tiene de mí, de niño y de hombre.
Sus bolsas ya no guardan manos dulces
para comprarle una sonrisa al hambre.

Su amorosa manera de vestirme
me duele por su forma de narrarme
una historia de amor escrita a golpes.

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