HERMINIO MARTÍNEZ
EL POETA
Indudablemente,
es un atrevimiento para quien fue primero alumno, después compañero docente en
la Universidad de Guanajuato y por último, integrante del Taller Literario que
coordinaba, hablar de la obra del maestro Herminio Martínez. Además de las
cotidianas veladas en el estudio del pintor Luis Garcidueñas, en compañía del
sacerdote agustino Miguel Martínez –hombre culto y generoso–, y donde también
se integraban el profesor Gordillo y el padre Eulalio Gómez, personajes de
conocimientos infinitos. Resaltan de aquellas noches memorables, los recuerdos
de Herminio y del padre Miguel, su tío, evocando una infancia en las faldas del
Culiacán o las interesantes pláticas respecto al origen y peripecias de alguna
palabra, en fin, asistíamos, sin duda, a cátedras magistrales dirigidas por el
maestro Herminio Martínez. Testigos de aquellas reuniones, son los famosos
sonetos que Herminio dedicó a nuestro
anfitrión Luis Garcidueñas y su talento creativo. Todos esos años de convivencia
fecunda, me dieron la certeza de la altura que alcanzaba la obra del maestro y
aspirar a comentarla desde ese mismo nivel, es imposible para el que suscribe.
Así
pues, con la humildad del discípulo que admira a su maestro y amigo, les
confiaré mis pensamientos en torno a su obra.
Herminio
Martínez dominó con maestría diversos géneros literarios, pero fue ante todo
poeta. No es que escribiera Poesía de una manera extraordinaria –que, por
supuesto, lo hacía–, la Poesía era inmanente a su persona. Él era un poeta y lo
destilaba en sus pláticas, en sus novelas, en sus cuentos, en sus crónicas. El
lenguaje poético dotaba a sus textos de profundidad y le imprimía un sello muy
personal. A propósito del tema, Xabier F. Coronado en su artículo La dimensión
poética de Cortázar expresa que: “La literatura es un arte que mantiene en su
seno familiar íntimas relaciones fraternales. Hay poesía en la novela y
narrativa en muchos poemas; en el teatro hay fábula y algunos dramas están
escritos en verso. Generalmente los narradores muestran una vena lírica, aunque
no sea su inclinación manifiesta, y los poetas dejan su huella en cada línea
que escriben sea el formato que sea”.
En
la ceremonia religiosa para despedir al maestro Herminio, el padre Eulalio
resaltó la importancia de la Poesía en la vida del hombre y de los estudiosos
que han llegado a compararla con la Teología y, en algunos casos, sobre esta
materia. Por otro lado, en el tratado de Filosofía El tiempo y lo imaginario de
Adriana Yáñez Vilalta, en el ensayo Recordar es permanecer, afirma que Heidegger
en “Los conceptos fundamentales de la metafísica”, plantea una pregunta inicial
¿Qué es la filosofía? Y cita, para definirla,
a Novalis, poeta romántico
alemán: “La filosofía es propiamente nostalgia, algo que nos impulsa a estar en
todas partes como en nuestra propia casa”.
Pues
bien, nos encontramos ante un poeta por los cuatro puntos cardinales, pero no
un poeta cualquiera, porque a diferencia de la mayoría, en su discurso poético
hay unidad, continuidad, coherencia y lógicamente, evolución. Existe un hilo
conductor en toda su obra, tan palpable, que bien pudiéramos afirmar, que nos
encontramos frente a un poema dividido en múltiples libros.
Herminio
fue un poeta que escribió sólo un poema, independientemente del tema que
abordara, hay un argumento latente, un
coro axiológico sólido que honra sus raíces campesinas y da voz a los
desposeídos, los asalariados, a la angustia de las clases medias de los que
formó parte.
La
selección de poemas escritos en las diferentes etapas de la vida del maestro
Herminio Martínez que se publican el día de hoy, confirmarán, estoy seguro, lo
que he expuesto.
Salvador
Pérez Melesio
Verano
2014
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RUINA
Herminio
Martínez
De
este lado del tiempo,
donde
nuestra raíz, en otra hora,
fuese
dulce canción y mar de plumas
para
que en los amaneceres
se
bañara, sentada, la pupila,
se
está haciendo la noche,
un
terrible aguacero de sollozos
golpea
nuestra persona
y
no hay dolor, ni lágrima, ni miedo,
que
no lleve consigo un niño pobre,
una mujer talada de sus hijos,
un esposo ya viudo de esperanza,
carcoma
de palabra o sucia fe de iglesia,
crujido
de semilla que se quedó sin surco,
labios
secos de surco que se quedó sin agua.
El
tiempo de este tiempo llora afuera
de
todos y de todas las raíces,
derramando
vacíos, ecos profundos,
olas
de nombres muertos,
desde
que el odio organizó la noche
al
lado del dinero y los discursos
y
no ha vuelto a salir el sol de antaño,
sólo
un mar de cabezas cercenadas,
cadáveres
que nadie ha reclamado,
relámpagos
oscuros que nos hieren
a
pedradas y voces de político
que
alguna vez lloró como alguien jura
madre, futuro y paz, risa y trabajo,
sin
que hasta este escalón en que se sienta
el
alma a deletrearse el esqueleto
haya
habido minuto sin pies rotos,
instante
sin los dientes quebrantados,
vigilia
sin llorar sobre este polvo
con
que la ruina sepultó a la patria.
Desde
esta oscuridad, dios en potencia
de
todo lo humillado y lo perdido,
me
pregunto por mí y por ti, mi prójimo,
y
las preguntas tiemblan en sus ramas
de
árbol que falleció en cada lenguaje.
Sólo
queda el dolor de savia en germen
y
la esperanza de que vuelva el día
cargado
de entusiasmo hasta los hombros.
Entre
las cicatrices del desastre
está
de pie una esperanza en vela,
el
alba de un amor como una isla
para
los descendientes de otras épocas.
Está
la tumba de la llama rota
y
el grito del hermano que no ha muerto;
el
corazón del pueblo levantado
a
la hora en que almuerza lumbre el alba,
y
la voz de la vida se adelanta
a
deletrear con ánimo una estrella.
Está
la plaza indígena
donde
los extranjeros venden aire
y
luz embotellada por decreto.
Ahora
se hace la tarde, baja el viento
vestido
de montañas y llanuras
en
las que alguna vez fuimos felices
antes
de que la sombra organizara
sus
huestes de catástrofe y tormentas
o
vinieran de lejos a decirnos
que
respirar aquí se paga en oro
y
vivir es colgarte con los hijos
en
el cuello del alma mientras lloras.
Me
voy a desangrar bajo otro puente,
hacia
otra soledad de llanto ciego,
el
día, muchacho de oro, se desnuda
y
se acuesta a dormir en la miseria.
++++++++++++++++++
TORMENTA
Herminio
Martínez
Pasen
a ver cómo se muere un hombre,
pero
dejen afuera el estorbo del llanto;
esos
pétalos tristes eran la flor de su alma,
ese
aleteo sin aire fue alguna vez su risa.
Desde
el amanecer de sus raíces
la
mano de la muerte lo vino persiguiendo.
La
joven ansiedad se aferró a aquel arado
que
sembraba los ojos
en
un suelo que sólo daba sed
entre
los dos crepúsculos.
Alma
deshilachada hasta el último hilito de la risa.
Los
pies del trueno trituran ya su brillo
y
todo el viento azul, que fue el último pecho
con
el que se enfrentó a la infantil contienda
antes
de que la cordillera de los pérfidos
fuese
tan espantosa serpiente despeñada.
Ahora
está lloviendo,
a
latigazos se levanta el ronco
vocablo
que es el trueno, un rayo baja
de
su estatura al viento, se estremecen
los
cimientos del pánico y las casas
bajo
el sacudimiento derramado:
cántaro
de cuchillos, palabra de metal
contra
la residencia del oído.
Se
arrincona el silencio, asustadiza,
la
paz arrodillada ante el desastre,
se
rompe bajo el verbo que conjugan
las
sílabas dentadas de este fuego.
Una
revolución de piedra y vidrio
golpea
con sus caballos, calla el tiempo
como
si por sus relojes derramara,
también
la vida, adolescentes muertos.
Al
lado del rumor las hojas tiemblan
como
estrellas sin luz, un mundo cojo
anda
buscando cosas, llora un niño
detrás
de una pared, todo se alumbra
debajo
de la lengua del relámpago.
Ahora
está lloviendo,
como
si de remotísimas regiones
troncos
de agua pasaran por las nubes,
golpeándose,
parándose y continuando el viaje
en
esa habla glacial de las tinieblas.
Bramido
de la espuma, cielo turbio,
ejércitos
de gotas y de espadas,
la
eternidad cayéndose a pedazos,
el
corazón del sueño a lodo y lumbre.
Adentro
y fuera llueve
el
alma de la voz, la nube trágica
que
es esta soledad, avispa o tábano,
que
nos hunde aguijones en los hijos
toda
vez que en la tele las noticias
son
sólo manchas negras, sangre joven
desnuda
hasta el pudor, hasta la ingles,
hasta
el pezón de una tristeza amarga.
Sin
embargo, con todo y Presidente,
Congreso,
Senadores, Diputados,
el
potro del relámpago pasea
en
su lomo de fuego una esperanza.
De
la vertiginosa carretera sube
a
pie sobre los jóvenes la muerte,
a
esta hora del presagio y del desastre,
de
la zozobra gris llena de pelos,
en
que a la frente del país la envuelve
la
sombra sanguinaria del discurso.
.
La
copa del amor rebosa en sangre.
¿Quién
desató estas manos con cuchillos
hacia
la cabeza de mi prójimo?
¿Quiénes
para sobresalir en lo económico
empinan
cuerpo y alma
en
lo más genital de lo político?
¿Quién
quiso que la vida fuera sombra
desalmada
pasando por los pueblos?
¿La
mano dura del destello armado?
Una
flor de agua seca es la memoria
que
roe la muerte hasta encontrar al hombre.
¿Qué
idioma trae cogido de la oreja
la
turbulenta nube del acoso?
¿De
qué nos habla en su dolor la piedra?
¿Del
que viene del sur desfalleciendo
en
una voz de bosque y pinos altos,
brisas
de espuma, lluvia de jazmines,
ala
de madre, espalda de colina?
No
cumplieron la edad del sueño niño
antes
de que la negra dentadura
dividiera
a mordiscos la pradera.
Cadera
del terror, hueco profundo,
mochila
al hombro la palabra muerta,
pecho
cerrado a golpes, tarde cálida,
lecho
de labios tristes, pubis roto,
historia
de una edad quebrada a gritos.
De
flor en flor, como una abeja herida,
sale
a buscar la luz y encuentra pétalos
arrugados,
que fue el fulgor de todos
cuando
desayunábamos, prendidos
al
pecho del sosiego, tragos dulces,
y
había una mano o casa siempre abierta
y
un beso en el balcón rozando el aire.
Pero
ahora la verdad es esta máscara
y
así camina el joven que fue de oro.
El
padre de familia derrotado
por
calles con la boca desdentada
y
la desolación en obra negra
lo
persigue en sus sílabas rapaces.
Estatuas
mutiladas, pan de trigo,
la
historia se revuelca en sus espumas
mientras
torvos aúllan los pontífices
de
uno y otro credo, hasta los codos;
dan
ganas de correr a corregirle
los
capítulos que hablan de política
y
vaciarle en la boca esta tormenta,
y
preguntarle a este oro furibundo
que
se desgrana en víboras ardientes,
por
la felicidad en el derecho,
por
la justicia en el revés sangrante.
++++++++++++++
A
UN OLMO
Herminio
Martínez
De
piedra en piedra, como avanza el día
cuando
se sube el sol a la cabeza
para
vaciar la tarde en la llanura,
a
estar conmigo vienes con tus platas.
Hoy
estoy a las puertas de mi casa,
que
eran las mismas puertas a aquel sueño
en
el que jugábamos felices
debajo
de tus hojas, en la noche,
tan
rota, que salían en ríos los astros.
Vuelvo
a ver a mi hermano, estaba triste
en
el corral mirándote y mirándome.
Quería
abrir la ventana
que
lo llevara a conocer el mundo,
donde
hubiera trabajo y las monedas
no
fueran nada más este saludo,
que
tú le das a todos, inclinándote.
Al
otro día se fue
por
los rojos caminos de la tarde,
que
el día andaba vaciando en la llanura:
hostia
sangrante entre los cuatro cerros,
y
nunca ha vuelto con su sol derruido.
Mi
madre, en cada casa, hablaba de él.
Y
mi padre, doblándose,
como
tú en tu odorífica costumbre,
volvía
a retoñar al día siguiente,
igual
que yo cuando al pasar mi infancia
por
tu lugar, de pronto recordaba
políticos
en gracia siempre obesa,
que
en sus imaginaciones le servían
al
pueblo,
hablando
en voces que eran copas.
También
soy de madera, retrayéndome.
Plumaje
de emoción, tu copa esbelta
se
llena con lenguaje de los montes.
Corteza
que se afana en ser un canto
en
este punto incógnito del orbe.
Hasta
acá llegaré siempre con música
de
amor a hablar contigo de nosotros,
quienes,
sin ser disposición ni bando,
entre
los corazones de madera
te
dolemos del pecho a las rodillas.
+++++++++++++++++
MURIÓ
MI ÚLTIMO TRAJE
Herminio
Martínez
Aquél
del corazón en la bastilla;
la
corbata está triste, un agujero
me
guiña el ojo desde su amplio nudo.
Adentro
de mi ser hay un derrumbe,
lo
intuyo por la noche en que nos pasa
la
eternidad, palpándonos la vida.
Un
racimo de viernes en ayunas
ya
le colgaba en las solapas tristes,
en
hilos lamentables que da el hecho
de
ser hembra y ser macho en esas almas
trabajadas
al tacto por la ausencia.
Sus
costuras están aherrojadas,
cada
ojal en su orilla es un sollozo.
A
mí me duele su color antiguo
y
el botón que no cabe
porque
también se le cerró la puerta.
Algo
tiene de padre ya difunto.
Algo
tiene de mí, de niño y de hombre.
Sus
bolsas ya no guardan manos dulces
para
comprarle una sonrisa al hambre.
Su
amorosa manera de vestirme
me
duele por su forma de narrarme
una
historia de amor escrita a golpes.
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