MI ÚLTIMO POEMA
En la guerra de la vida
tarde o temprano ganamos o perdemos la última batalla,
después todo es silencio,
amaneceres tristes,
atardeceres desolados,
y acaso una mujer sentada llorando entre las flores.
Han dicho los doctores que en dos o tres años rodará
esta cabeza a los pies del enemigo poderoso,
mientras tanto, aquí estoy, de sol a sol luchando.
Herminio
Martínez
13
de marzo 1949 – 17 de agosto 2014
PRESAGIO
Me
moriré en silencio, como las hojas
en
medio de verano sin ventarrones;
se
morirán conmigo mis ilusiones
en
el preciso instante de las congojas.
Se
romperá el hilito que me sostiene
incorporado
al árbol de la existencia,
y en
un destello breve de trascendencia
saludaré
a la muerte porque ya viene.
Eso
será una tarde y en lejanía
muy
distante de aquéllos que me han querido,
como
soy candidato para el olvido
una
callada muerte será la mía.
Y no
tendrán sollozos mis funerales
ni
escucharé el responso de los luceros;
sólo
mis tenues pasos por los senderos
y un
apacible viento por los trigales.
Amé,
sufrí, gocé, sentí el divino
soplo
de la ilusión y la locura;
tuve
una antorcha, me la apagó el destino
y me
senté a llorar mi desventura
a la
sombra de un árbol del camino
Herminio
Martínez
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A
HERMINIO, AMIGO Y MAESTRO
Se me ha otorgado el honor de
escribir algo acerca de mi maestro, Herminio Martínez. Hay mucho que decir
acerca de su obra, pero sobre todo mucho que decir acerca de él como persona.
Herminio es un gran escritor, pero
también era un gran lector. Profesor y maestro, fue guía, luz, manantial, amigo
entrañable y forjador de lectores y aspirantes a escritores. Bajo sus
enseñanzas se formaron profesionistas, poetas, narradores, muchos hombres y
mujeres de bien. Herminio ha sido columna y trabe en este templo de enseñanzas
donde nos hemos reunido cada semana, desde hace varios lustros, a beber de su
fuente. Pero fue también buen esposo, buen padre, abuelo orgulloso, viajero
incansable, narrador extraordinario con una memoria prodigiosa y una voz plena
de matices, se podía escuchar al maestro sin sentir el paso del tiempo, con esa
palabra siempre rica en expresiones lingüísticas, metáforas navegantes y buen
humor. Mientras que personas más jóvenes recordábamos alguna frase o verso de
cierto poema, Herminio lo podía recitar completo y con los matices adecuados a
la intención original.
Las intervenciones quirúrgicas lo
postraron en lo físico, pero nunca en el ánimo; una mañana en que revisábamos
la colaboración dominical para El Sol del Bajío, me dijo: “estoy consciente de
que todos somos parte de Dios y algún día nos fundiremos a su luz como se funde
el relámpago en la oscuridad o como se funde la última estrella del amanecer en
la pupila de quien tiene la fortuna de mirarla. Yo siempre he sido un
observador de las estrellas y desde niño, en las alturas del Culiacán, cuando
yo sembraba tierras de temporal me imaginaba que Dios escribía mi nombre con estrellas
en las profundidades de la Vía Láctea. He escrito y publicado muchos libros y
he sido pionero de la nueva novela histórica mexicana lo cual me llena de
satisfacción por haber sembrado en la literatura de México algo de lo más bello
que puede tener el hombre”.
Herminio decía acerca de su trabajo
literario: “Lector asiduo, al poeta (ése de quien hablo) los libros lo incitan
a crecer corriendo de cara a los crepúsculos. Sabe que el silencio es el ruido
de las personas que trabajan. Se yergue, como el espantapájaros, en medio de
una cultura corrompida, odiando todo aquello que los fundamentalistas tienen
por verdad.
“Asume el compromiso social no como
una fuga al mundo esporádico de la fantasía sino como un modo de ser saludable
frente a la rebeldía, cortando flores sobre los problemas fundamentales de la
existencia humana, y sobre la gama de empleos y desempleos con que el poder
adorna sus discursos. La ignorancia se aprende, dice, la ingenuidad se olvida.
Recuerda que la palabra, en el pensamiento quevediano, ha de utilizarse como si
fuera papel moneda, es decir, pesándola en oro, no en metal bajo. Y que la
fatuidad es la respiración de la gente pequeña; y que la sencillez es la
verdadera manifestación de la inteligencia. Entiende que no es de las hojas de
la salvia la culpa de matar a quien las come, sino del sapo que las envenena; y
que las espigas llenas se inclinan mientras las vacías se levantan”.
Los siguientes domingos estaremos
publicando parte del trabajo del maestro, como un pequeño homenaje al gran
escritor que fue y seguirá siendo.
Herminio Martínez, Cronista de la
ciudad de Celaya; maestro, poeta, narrador, investigador de la historia,
escritor y amigo, admiramos su dedicación, su esfuerzo y su valor. Hoy y aquí,
pero como parte de un tiempo imperecedero que todos juntos formamos y el Diezmo
de Palabras, como anfitrión del universo
literario donde usted ya tiene su estrella asignada, le damos las gracias.
Gracias,
Maestro.
Julio
Edgar Méndez
EL
GESTO Y LA ESPINA
Herminio
Martínez
Hoy
amanecí sin ganas de vivir
y
sin embargo me he puesto la camisa,
los
pies, estos zapatos,
cada
golpe en su sitio,
un
gesto y esta espina
con
la que a diario, de sien a sien,
al pobre Dios la eternidad le cae de punta al
alma.
Hoy
amanecí sin ganas de vivir
y
sin embargo
me
aguanto las ganas de morirme,
me
he puesto ya la luna
para
que el ángel de la guarda se entretenga
mientras
termina mi estirón,
todos
los hilos de la espalda
para
no perder ninguno de mis pasos.
Hoy
amanecí sin ganas de vivir
y
sin embargo me puse los defectos
para
que la perfección no obstruya mis caminos.
Y
los brazos, por si alguno de tantos
me
considera digno de una amputación.
Me
he puesto una sonrisa de perfil,
la
angustia hecha jirones,
el
bostezo para la boca del Poniente,
la
indiferencia, por si la muerte me saluda,
los
sentidos por ambos lados,
el
huevo sentado en su amarillo
para
la hora del almuerzo,
el
humo en su columna vertebral,
la
altura de quien vendrá después de mí,
el
mundo a lo ancho de la gente,
el
sudor que ha de techarme al rato la cabeza,
el
ritmo, por si alguna música transita por mi cuerpo
y la
luz por si a este domingo
lo
roe alguna nube oscura.
Hoy
amanecí sin ganas de vivir
y
sin embargo me pongo este crepúsculo
que,
haciéndose el dormido,
me
anuncia un flaco atardecer
con
tres gotas de lluvia.
La
senectud,
para
que, como todas las mañanas,
se
arquee en mí
la
pálida y salitrosa idea de la muerte,
la
simpatía, por si el amor de alguno
me
convierte en monedita de oro,
la
misericordia,
para
cuando me encuentre con mi prójimo,
la
amargura echada al hombro
como
un alado cuervo,
la
locura,
por
si alguna camisa de fuerza viene a mí
y un
sentimiento de buen tamaño
para
que a la hora de repartir el pan
mis
comensales se vuelvan melodiosos.
Me
pongo la palabra gallina
por
si más tarde he de poner el verbo.
Un
aire lácteo con sabor a madre,
el
desconsuelo tallado por la voz
que
tanto lo menciona,
el
abrazo que ha de escarbar en cualquier pecho;
este
modo de ser,
encharcado
de luces con los ojos tristes.
Me
pongo el rayo ya sin trueno.
A mí
también, Señor,
la
eternidad me cae de punta al alma..
Me
pego a la humedad
con
el agua cansada de una lágrima.
El
tamaño de la inminencia hecha de polvo,
para
que el morado yugular del hambre
cada
minuto en mí siga cantando.
Quebrado
en gritos me pongo mi silencio,
me
pongo la esperanza
ahora
que el espíritu se apea
y
cede a los contrarios;
ahora
que el rencor saborea,
chupándose
los dientes, sus victorias,
asomado
al desfiladero de los nervios,
sobándose
el criadero de los muslos
que
cada día hacen más fuerte el sufrimiento
aquí en la intimidad,
con
un obispo en cada estrella,
pero
sin la menor intención de ser amables.
Me
gustaría comer algo
pero
me temo que lo único que hay en casa es esta luz,
el
día sentado en la mañana, esperándome,
su
aire de lástima huele a desventura,
hace
mucho las lluvias le deslavaron
el
emblemático sabor a pan.
Hoy
amanecí sin ganas de vivir
y
sin embargo me abrocho la conciencia;
me
estaba atornillando el ánimo,
el
aliento como una lámina de penas
que
pasa por los techos, golpeándose,
despedazándose
en coros de chicotazos
y de
perros.
Me
he puesto ya la vida
sujeta
a cada una de sus puntas,
el
lado oscuro que tanto me entristece,
la
esperanza en los hombros,
la fe
como una estrella
sangrándome
en la frente,
el
pantalón de polvo, viejo como el olor
de
aquel talco con el que, a mi mamá,
los
ojos -cuando hacen agua- la recuerdan.
Me
he puesto el tiempo
y
estas orejas desoladas,
el
ceño de quien captura órbitas,
mi figura
de hueso,
el
andar a media habla,
las
encías con su ropaje blanco
y
mucho frío en la dentición.
Hoy
amanecí sin ganas de vivir
y
sin embargo corro
hacia
donde todos los días la muerte nos sonríe
y
nos agarra de la tos,
y
nos remuele como el tiempo a un hombre,
y
nos abraza como funcionario público,
la
hipócrita.
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ALMA
MÍA
Herminio
Martínez
La
escucho y no la veo,
alma
deshilachada nunca hubo otra
como
la mía: gota de oscuridad,
lágrima
amarga.
No tengo
corazón para sentirla,
no
tengo tierra ya para guardar su lluvia,
madura,
de la piedra brotan siglos,
edades
arrugadas, tiempos duros;
navego
en el océano donde un grito
partió
mi casa en dos, soy la materia
que
se consume sola
por
no herir de ceguera los rebaños
de
caricias que pueblan mis recuerdos.
A
veces, extendía la madrugada,
diciéndome:
ahí tiene su camino,
debe
marcharse ya, lo habla la ausencia,
no
busque más en mí lo que está muerto.
Ante
usted me hago a un lado
para
no revestir el cuerpo en chispas
de
esas, que, que como piedras al frotarse,
dejan
correr el verbo y arde el mundo.
Esa
carta de besos
que
en verde y triste historia
le
narraría mi vida,
ya
no existe
ni
en la estrecha cintura del relámpago,
ni
en el pecho erigido a mi deseo,
sin
embargo, señora, soy silencio
sin
lengua, sin rocío,
me
abrazo a la ola;
hecho
vidrio de sal me arrastro muerto
y
como si sufriera, resucito.
¿Quién
como yo, resiste tanto polvo?
¿Quién
como yo le duele tanto al día
cada
vez que se toca los crepúsculos?
Soy
una espiga huérfana de otoño,
alguien
que se hospedó en el duro viento
que
es la resignación hecha al olvido,
las
manos derretidas de la lluvia,
el
árbol de los hombres sin palabras,
los
padres del maíz y mi silencio.
Vengo
ya despidiéndome del aire
con
un adiós a mano entre dos mundos
sin
primavera, sólo ese traje sucio
que
es el invierno en su temblor de nieve,
que
es el morir en su fulgor sentado.
Dejé
plantar por último una cara
que
fue la mía cuando nos dimos manos
genitales
en piernas y en estómagos,
allí
donde crecía una enredadera
de
lámparas con hijos en el fuego.
Por
usted, alma mía,
vuelve
la luz del sol
a
nadar en el agua de mis ojos.
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FRACTURADO
Herminio
Martínez
Con
el rocío de la tristeza yo regaba los años.
En
mi corazón también pelearon
esperanzas
que ahora reconozco,
mientras
la pesadilla reinaba en su aposento.
Entonces
temblé como un niño con frío
o
igual que un potro
al
que le mordiera los corvejones el fracaso.
Hostigada
por el presentimiento y la neblina
llegó
mi voz a este hoyo de vinagre.
Yo
no subí entre resplandores a mi infancia,
sino
por lar la desolación, golpeándome
con
todas las manos del corazón el pecho.
Mis
días andaba rencos donde un dolor se anticipaba
a
decirnos a qué sabría el resto del año.
Entonces
eché a andar la multitud de mis caminos
entre
espinas que me pincharon el espíritu,
pero
subí con aquel lastre
y
llegué hasta donde la ciudad era un murmullo,
una hoz para decapitar todo mi aliento,
una
conspiración de sed contra el entorno
donde
puse de pie tanto suspiro.
Estoy
cansado ahora,
a
punto de desnucar lo que me queda de vigilia.
No
te detengas en el césped
de
esta ciudad en la que me hincho
fracturado
por todos los que cobran
en
la nómina de la nación el sueldo de mis lágrimas.
Estoy
cansado,
oyendo
esa raíz que roe los cimientos
donde
antes dormitaba la humedad.
Echa
la cerradura para que puedas escucharme,
el
vocabulario es un solo lamento,
arqueándose. Han apagado ya mi luz,
ya
no quemaba aceite su lámpara de poros;
ahora
estoy vaciándome
por
el canal de esta penumbra.
Tremendo escritor era Don Herminio Martínez. Estoy buscando sus libros.
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