DIEZMO
DE PALABRAS
Fundador:
Herminio Martínez
“CON
EL FULGOR DE LA ESTRELLA DE LA MAÑANA”
Martín
Campa Martínez
Herminio
Martínez fue un hombre de palabra y de palabras.
Dueño
de una extraordinaria imaginación que lo llevó a ser uno de los autores más
reconocidos, con su vasta obra enriqueció la literatura mexicana.
Pero
hoy no voy a hablar de los éxitos y reconocimientos que cosechó a través de su
existencia, no, hoy quiero hablar de la excelente persona que fue él.
Siempre
(a pesar de sus dolencias y problemas) la alegría se le desbordaba hasta por el
alma. Hombre de un vasto conocimiento que siempre transmitía a quien se
acercaba a platicar con él. En sus pupilas los firmes vientos del Culiacán
tenían su nido. Nunca olvidó sus raíces. Siempre estuvo atento a los dictados
del destino y se encerraba en la biblioteca de Dios a construir inmensos y
hermosos “Animales de amor”. Había demasiados tordos volando en sus palabras,
que decidió enjaularlos para la posteridad. Y fue un hombre tan sencillo, aún en
su grandeza, que siempre estaba ahí para cuando sus pupilos necesitaban un
consejo o un jalón de metáforas.
Él
nos enseñó a caminar por esas polvorientas calles de Machigua y también nos
hizo amar a esos “Hombres de temporal” que siempre se desmañanan en estos
pueblos del bajío guanajuatense.
Cuando
la congoja nos desbarataba a golpe de relámpago él venía y, pacientemente, nos
volvía a armar mientras le hacía la bastilla a nuestros corazones. Nunca olvidó
aquellos sueños que se le quedaron lejos, en “La casa bajo la tormenta”.
Y
ahí estuvo siempre: fiel, buen amigo y maestro ejemplar.
Aprendimos
a ser poetas o narradores asistiendo a su taller literario. Aprendimos a
leernos nuestros diezmos de palabras siguiendo sus consejos. Fuimos con él, una
y otra vez, a dejar una ofrenda a la historia marítima ante “Las puertas del
mundo”.
A
mí, en lo personal, me enseñó a alimentarme con el fulgor de la estrella de la
mañana y fui huésped y aprendiz en su hospicio literario.
En
fin, él fue un hombre con muchas aventuras que siempre vamos a recordar.
Él
nos dejó una encomienda que debemos cumplir: seguir sembrando sus enseñanzas
por donde vayamos.
Ése,
compañeros, será nuestro mejor homenaje al ÚLTIMO PEÓN DE LA PALABRA.
***
Martín Campa Martínez. Obrero y miembro del Taller Literario Diezmo de
Palabras. En 1997 presentó un cartel de poesía y pintura en la Casa del Diezmo
en la ciudad de Celaya. En el 2000 participó en la revista Tierra Adentro con
un poema. En el 2001 ganó el Certamen Literario “Pluma del Sol”, en la ciudad
de Toluca. En el 2001 la Universidad de Guanajuato publicó el libro “Mientras
digo mi nombre”, donde participó con varios trabajos (el título del libro es de
uno de sus poemas). Publicó en la revista Azogue de la Facultad de Filosofía y
Letras de la Universidad de Guanajuato. Participó, en Internet, en el 3er.
Festival Mundial de la Poesía. En el 2007 el H. Ayuntamiento de la ciudad de
Celaya reeditó el libro “Aire del Bajío: un acercamiento a la nueva poesía
celayense” donde se incluyen varios de sus poemas. Obtuvo mención honorífica en
los Primeros Juegos Florales Guanajuato 2007. En el 2012 participó en la
Colección Bosques Imaginarios, en Internet. Ganó, en poesía categoría libre, en
el 6to. Concurso de Poesía “María Luisa Moreno” 2014, en Dolores Hidalgo.
Participó en 2014 en “Cuentos del sótano”, antología que pronto será publicada
por la editorial Endora.com. Ha publicado en varios periódicos y suplementos
culturales de la región.
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TIERRA
ADENTRO
Herminio
Martínez
Me
gusta ver la rueda de la vida
que
gira y tira días sobre este mundo.
Oír
cómo rechinan sus engranes,
cómo
caen las semanas a los años,
cómo
gotean los aerolitos en una noche rota,
cómo
funciona el hombre
debajo
de un paraguas de llovizna.
Acá la
situación es diferente:
Hay
tardes en que el sol cae de maduro
sobre
las tierras fértiles de abril.
Tardes
para llegar tarde a la casa.
Tardes
en que la vida se concentra.
Tardes
para soltar la rienda al alma
por
la llanura que no tienen linderos.
La
rata del reloj roe el pan de las horas.
La
mamá sirve el desayuno
y
felicita a las macetas
por
los partos recientes.
El
rifle del ocaso nos apunta,
nadie
resiste el golpe,
es
tanta la ceniza que nos echa
el
tizón de la tarde...
Amo
indiscretamente la estatura del trigo
y la
puntualidad de un vaso de cerveza.
Amo
el rumor del agua que desciende
a
galope tendido por la cuesta,
y el
humo blanco con que las cocinas
anuncian
que ya es hora del almuerzo.
Hermosa
la jacaranda
que
es la alfombra del mundo.
Hermosa
es la mañana
con
sus manojos de nopales
que
alimentan poblaciones enteras.
Y
hermosa es la alfalfa
levantando los brazos
para
que nadie se quede sin mirarla,
y
las legumbres que el hortelano amarra
para
que no derramen su amargura.
Amo
el trigal que tiene un rumor de agua.
Y el
aire en que se va mi corazón.
Y
mis huaraches que no se acaban nunca.
Este
es aquél lugar
donde
la lluvia era el aliento
que
nos levantaba del fracaso.
La
eternidad de Dios
acumulada
en los rincones de la tarde,
y la
memoria es flor que me recuerda
aquel
hondo valle con su río al hombro
cuando
venían los dueños en sus coches
a
ver crecer la espiga del dinero.
Hablo
de la necedad de la cebolla
de
levantar lazos para amarrar el aire.
Y de
mi corazón que abre su boca
para
decir y saborear el nombre
de
mi madre alumbrando las macetas
con
el humilde foco de sus manos.
Me
gusta oír gorriones
encima
de mi casa mientras duermo.
Sentirlos
que no están en el tejado
sino
en mi corazón y se lo llevan.
La
cola de Machigua es de maíz,
la
lluvia se la limpia cada verano
y
entonces ocurre la resurrección:
los
arroyos regresan con las ubres crecidas,
el
día se estira en todo lo que puede
y
así lo quiero yo
al
escuchar la voz del que trabaja,
ser
él y un hijo de él.
Ser
su hermano y hablarle como un hombre.
Aquí
me encontrarás,
a su
lado, si vienes
en
ese tren de abril
que
tantas veces se detuvo en mi pecho.
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PENÉLOPE
Herminio
Martínez
En
nombre de esta sal
donde
el azul extiende las distancias
igual
que alfombras sin medida
para
que en su alborozo pueda rodar el viento
te
hablo yo el zurcidor de gavias con un lamento a cuestas,
el
audaz que ha conquistado los pregones
que
me nombran contigo, poniéndome en el corazón de los insomnios:
deplorables
paisajes donde en noches como ésta dejé caer mi grito
pero
nunca entre un desvelo y otro me abandonó la dicha.
Nube
de amor lloviendo sobre mi ánimo,
pétalo
a pétalo se me deshojan las palabras.
He
andado por los bares que quedan encendidos hasta la hora del alba.
Sombra
de espejo soy.
Vengo
del mar que viene y va por las canciones
que
entonan los inmigrantes con un fulgor de abril en el recuerdo.
Tu
cuerpo imaginado
es
lo que me apuntala una creación en ruinas.
Supiera,
al menos, en que ojos te derramaste resignada
antes
de conocerme aquel octubre
en
cuyo derredor giraba la realidad de los que querían comprarte.
Y
afuera el mar se movía en árboles de agua
con
su raíz adentro de nosotros
y
voces en las que se oían caer vicios impunes.
Te
gané sólo para mí hablándote del sol y de los siglos
de
espuma en que se recuestan los océanos
saliéndose
del vidrio de sus límites,
mientras
tus pretendientes se despiden;
míralos
regresar e irse llorando a sus patrias de origen.
Yo
me quedo a la fiesta, borracho entre fantasmas
que
del Norte y del Sur se acuerdan de sus mástiles.
Un
amargo amarillo hace olas en la tarde.
Y
ráfagas de rostros buscan guarida en tu alma.
Nombres
que yo no conocía se han grabado en tu boca,
como
el de ese muchacho a quién, siendo menor de edad,
se
le quemó la sangre en el rosal de fuego de tu fama.
Soy
un calor sin cuerpo vagando a través de una Grecia olvidada,
en
la que nunca me faltaron camas en las que desperté
golpeándome
los sueños
(un
frío ensangrentado manchaba mis auroras);
aromas
que me hicieron saber
que
en mis alrededores sólo habitaban los zumbidos.
La
tarea más pulcra será ir al encuentro de la mujer más bella,
me
dije en esa ocasión y ahí vengo por el mar
cuyas
olas ebrias tambaleándose también lo celebraban;
el
mar que es un abismo de ruidos refrescantes,
asombro
de lagunas de pájaros y peces.
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TESTAMENTO
DE CENIZAS
Herminio
Martínez
1
Si
no llego al verano
no
me entierres,
manda
quemar mi cuerpo
como
a cualquier leño de encino.
No
tiene caso que hagas gastos mayores,
ni
que me guardes en tumbas consagradas
lejos
de la intemperie
donde
agitan su mar de oro los trigos.
Arroja
mis cenizas a un arroyo
para
seguir soñando al paso de las aguas
y
ser yo mismo acequia
retorciéndose
al ojo de los sauces.
Pero
si muero en julio,
ah,
entonces sí
que
me bautice el viento,
que
me envuelva la muerte
en
sábanas de lluvia
y me
ponga una máscara de niebla.
Amortájame
con el fulgor del aguacero
y
déjame así toda una noche,
una
semana, un mes,
hasta
que crezcan hierbas en mi cráneo.
Después
haz lo que quieras:
vende
la casa o átame
al
tronco de un pirul,
en
la pendiente de celajes umbríos,
donde
las tardes, echadas como ciervas,
se
derrumban y llueve
en
la llanura inmensa;
o
acá también al lado de estas flores
que
guarda como a sus hijas el rocío.
2
Quiero
quedarme aquí después de muerto,
junto
a la chimenea,
leyendo,
balanceándome
en
esta mecedora que mandé reparar.
En
esta casa que construí con años
y en
la que moran ya los sueños de mis hijos.
Quiero
que aquí me vean
los
que creen en espantos;
que
al entrar a esta sala
adviertan
mi presencia
más
acá del jazmín que está floreando
y de
esos tabachines de follajes espesos.
Que
los álamos tiemblen al paso de mi sombra
y
que el viento en la calle
cuente
que no me he ido.
Digo
todo esto
al
contemplar ese árbol retorciéndose,
esa
rama que extiende su abrazo de culebra.
Bueno,
también porque ahora llueve
y la
tarde se ha puesto tétrica,
y a
mí me ha dado
por
echarle unos leños al hogar
y
¿quién no sabe que ese esplendor
es
sensitivo y tan profundo
que
reverbera en nuestras almas
toda
vez que le echamos
una
pupila melancólica?
Y si
ya no me alcanza el aguacero
a
resucitar con su relámpago,
recuéstame
en las hojas
para
seguir oyendo el rumor de la lluvia.
Esto
si me llevara la tristeza
en
el último tren de este verano.
Muchacho,
me preguntas,
¿dónde
dejaste el junco de tu cuerpo?
¿En
qué orilla se te quebró esa vara?
¿Qué
timón de neblinas
te
lo arrancó del agua de tu pecho?
Continuarás
cuando
me veas desnudo entre la hierba.
Me
la secó el dolor, oirás que te contesto,
el
aire la hizo pedazos con sus filos.
Yo
buscaba un hogar
para
que entrara el sol
a
sentarse conmigo
y
hallé la noche con sus paredes frías:
oscuro
sitio para alcanzar la penitencia
y
entre a esperarme el próximo diciembre.
A lo
mejor vuelvo a nacer
en
la simiente que elevará sus tallos
cuando
llueva.
¿Quién
te dice que no seré yo el nuevo junco
que
tensará sus ramas
al
paso de los vientos?
3
Yo
no inventé el dolor,
él
me persigue desde que vine al mundo
tocado
por la sangre
de
la mujer que me engendró en su rayo.
Yo
no le dije ven,
posee
con tus langostas mis recintos.
Me llamó
por mi nombre,
me
picó con su cola de alimaña
y
desde entonces soy este que gime.
4
Cuando
quieras hablarme
no
envejezcas doblada
buscándome
en los libros.
Mi
cuerpo no alcanzará ese honor
que
a otros corresponde.
Sal
al campo donde la grama orea
el
brillo de sus verdes.
Allí
me encontrarás,
-si
sabes escucharla-
en
la canción de los trigales.
Allí
donde ya ronda mi futuro
a la
luz del relámpago,
más
allá de esta casa,
entre
lo que me exulta y el gemido.
Encuéntrame
en el polen
de
las enredaderas.
En
una tumba
donde
crezcan los girasoles y las malvas.
A la
hora en que los jazmineros
derraman
su perfume.
Allí
estaré tiritando en espíritu
con
la misma tristeza
que
no fue sino un hacha
que
me marcó el semblante para siempre.
Allí
donde cualquier tallo es mejor
a
este sacudimiento
que
todas las mañanas
me
aprieta en sus molares
hasta
hacerme pedazos el sollozo.
Yo
quiero que me grites en el pulmón del aire;
que
preguntes por mí a las aguas
que
van por las acequias
entre
carrizales y árboles sombríos.
No te
quemes los ojos revolviendo papeles,
nadie
guardó mi nombre,
lo
sepultó el verano
donde
la hierba y el color se sientan
a
decorar los músculos del orbe.
No
los arrastres por el alfabeto,
mi
archivo es el mezquite
donde
se achata el rayo;
la
colina ancestral
donde
las rocas piensan,
el
eucalipto que acumula
de
copo en copo,
a
sus pies,
su
nevada fragante.
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