domingo, 14 de septiembre de 2014

NUEVOS TIEMPOS PARA HOMBRES DE TEMPORAL Y ANIMALES DE AMOR

DIEZMO DE PALABRAS

Fundador: Herminio Martínez
Celaya. Domingo 14 de septiembre, Sol del Bajío


NUEVOS TIEMPOS PARA HOMBRES DE TEMPORAL Y ANIMALES DE AMOR

Alí Rendón

-Me acuerdo que antes llovía mucho, papá.
-La tierra estaba muchacha. Ahora ya se cansó…
Hombres de Temporal.

La despedida del maestro fue en un día propicio para envalentonar la memoria que gusta de los presagios, como los que hacen las personas de pueblo al mirar las nubes en busca de humedades benefactoras, a pesar de que anuncien la avanzada del relámpago. Yo, simplemente, quiero continuar con mi agradecimiento por las reformas a la imaginación que el maestro Herminio me trajo cuando fui tallerista de Diezmo de palabras. Ahora, como integrante del taller Tormenta, puedo decir que algunas cosas recuperan un claro signo de interrogante bien descubierto y emplazado en lugar de una bandera de rumbo identificado: la novela Hombres de Temporal es la apertura, para mí, y el cierre: el poemario Animales de amor; obras que Herminio Martínez apuntaló como cerrojos abiertos invitando a empujar las puertas a ese imaginario brutalmente humano y estremecedor con que su talla verbal nos fragua una tradición de fantasía coloquial, fraterna, nunca moralista ni adoctrinadora, tampoco acomodaticia por cruel o enarbolada en genealogías de realismos, ni chapuceramente comedida con vanguardias. Es, pues, una esgrima, ¡un baile, que si no!, de una mente experimentada en las sensibilidades del drama y goce humanos sobre esta tierra madura que todos nos calzamos bajo los pies y en la sombra entera.  
Para abordar de nuevo a Hombres de Temporal, y Animales de amor, se me vuelve necesario mirar el marco que rodea nuestros días:
En seguridad no hablamos de éxitos totales: Osorio Chong. "Odile" causará lluvias en Guerrero, Colima, Jalisco y Michoacán. El mundo literario celebra cien años del natalicio de Cortázar. La Reforma Financiera ya está en acción: EPN. El Apple Watch interactuará con el iPhone y permitirá recibir y enviar mensajes, tomar llamadas y monitorear la salud y el estado físico del usuario. La OMS elevó a dos mil 228 el número de personas muertas a causa del virus del Ébola en África Occidental. Liberan a 15 miembros de autodefensas detenidos en 2013 en Michoacán. Joven Óscar Otero intentó tomarse una selfie y se dio un balazo. Una cámara de seguridad en la zona de Santiago de Chile, donde el lunes explotó una bomba de fabricación casera provocando al menos catorce heridos, captó unas imágenes del que sería el autor del atentado. Muere Gustavo Cerati tras 4 años en coma. Soldados de Israel desertan para disfrazarse de payasos y entretener a niños palestinos supervivientes de los bombardeos. Wirikuta continúa en peligro debido a las concesiones mineras que amenazan con devastar el territorio sagrado del pueblo Wixárika y áreas colindantes… 
  Machigua, gran escenario y tema, no sólo de la novela Hombres de temporal, es la tierra que -contrahecha y luego reelaborada con el esmero de una estética depurada, hasta parecer sencilla, y un estilo que abreva del realismo mágico y del tránsito de vida del propio Herminio- logra crear un nuevo ordenamiento de nuestros conceptos propios de pueblo, costumbre y tradición, como esa dinámica en la que todos hallamos nuestra única y posible posesión tangible en vida,  en tanto rastro de humanidad en eterno intento de evasión –o clara asunción- de los dolores, tantísimos, de la Condición Humana en su estado más puramente universal. Así, pues, el marco y la obra que delimita, se amalgaman para plantearnos, entonces sí, preguntas duras que trascienden al ejercicio de la lectura como simple entretenimiento, y dan paso a la posibilidad real de modificar alguno de los paradigmas de la percepción de nuestra realidad, pero sobre todo de nuestra sensibilidad, restaurar los sentimientos a donde deben estar, so pena de volvernos a descorazonar recién luego. Machigua es, entonces, una Wirikuta, otro sitio sagrado, Cortazar lo es, Yurata, Cañada de Caracheo, Celaya, Durango, Gaza… Toda tierra es del abuelito don fuego, lugar donde habitan los espíritus… no sólo fuera del cuerpo, sino dentro del cuerpo, ¿por qué no?, todo sitio así se vuelve entonces sagrado, aunque eso para algunos sólo sea una razón para licitar la defensa de la tierra, entonces: ¿por qué no erigir imaginarios ciudadanos autodefensas de Machigua, no sólo contra el desconocimiento de la obra de Herminio ante las nuevas generaciones, sino también contra una realidad que se opone a la imaginación y la belleza de la ficción, de la literatura misma, con abominables argumentos de que toda obra humana debe obedecer a un fin utilitario y práctico, monetario-redituable, medible, digno de popularizarse por “lindo” ante el flojo sentido de la vista? No.
Me calmo hablando de Animales de amor, poemario que dialoga con el lector sobre el destino de nuestras ansias más íntimas, trata de hacernos creer que se puede extender la vida tan fácil y con la misma rabia con la que se reparte la muerte entre la tierra propia o la vecina, y sí, Herminio nos lo dice y es mediante la pulsión reproductiva desvestida y mostrándose como erotismo en esos poemas redondos y sugerentes.
“[…] Entre tus piernas y mi voz me siento a contemplar la eternidad rendida. […]Soy animal en tus caderas. […] y hasta le pido a Dios que se haga a un lado de su poder, que es polvo venerable, para tomar un poco con la lengua y adorarlo a morir en tu figura de montañas, declives y colinas.”
Estos son ya, tiempos nuevos para releer Hombres de Temporal, y Animales de amor, y, sobre todo, sacar estas obras de sus libros para usarlos en la vida, a pesar del clima político, social, económico y atmosférico. Tiempos de escribir, de anunciar que Herminio se deja ver dentro de una nube, no de agua sino de leche, y pide nuevas plumas para algún tordo, platica anécdotas o manotea sobre un libro que tanto le ha gustado.


*** Alí Rendón (Celaya, 1980). Es miembro del taller Tormenta. Publicó recientemente el libro de cuentos La realidad con capacidades diferentes (Zacatecas: Pictographia-INBA-Conaculta, 2013). Fue beneficiario del PECDA en 2010. Ha publicado en revistas como Playboy y antologías de cuento y poesía. Ha participado en encuentros de escritores jóvenes en Varsovia y en Valencia. Ha sido traducido al polaco y parte de su obra ha sido utilizada en la tesis de la dra. Maja Zawierzeniec y la dra. Ruth Brown. Es uno de los ganadores del concurso de microrrelatos La casa vacía, organizado por el Grupo de estudios sobre lo fantástico (GEF) y el escritor David Roas en la Universidad Autónoma de Barcelona. Acaba de ser convocado para participar en un encuentro de artistas jóvenes en Canberra en 2015.

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HOMBRES DE TEMPORAL
Herminio Martínez
(Fragmento)

2

Machigua es la nariz moquienta del nopal. La trágica sonrisa del mezquite. La enfermedad a la intemperie. El ave que renace en sus cenizas.  Machigua tiene calor y no hay quien le ofrezca un ojo de agua, un porvenir, un puente o una disculpa. Ya sólo quedan lenguas desabridas. Ya nada más estómagos para que duerma el aire. Machigua no conoce las consultas. Machigua no conoce las farmacias. Tiene el alma tendida en un mecate, con la ilusión de que un día la descubran los redentores que andan por la tierra.  A Machigua le duelen las cucharas. A machigua le sangran las sartenes. Le pesa ya el sopor de los jacales. La entume el largo frío de los fogones. A Machigua le gimen los comales. A Machigua le lloran los manteles y se rasca con pánico las noches cuando le brotan hijos como ronchas.

Esperando a mi hermano veo el reloj, me asomo hacia la calle y tenso el músculo del alma. El día se acoda sobre un inflado viento de tizones y hay por toda la casa un delicado aroma de visita. Mi hermano es un hombre de huaraches y camisa con manchas de trabajo. Le voy a preguntar por nuestro pueblo y él dirá con tristeza que todavía no llueve, o que ya se murió don Juan el músico, o que la viuda Elena anda penando. La ciudad a estas horas se refugia debajo de sus lozas de concreto, entre ventiladores y cervezas. Apesta a alcantarilla y combustible, le encaja el sol su lanza a media nuca. Mi hermano es enjuto de facciones pero tiene la mirada de un ave solitaria. Le ofreceré una silla junto a mí para escuchar su plática de pobre; me pedirá un cigarro y un refresco. Pasaremos un largo rato juntos como cuando de niños en el cerro sembrábamos maíz, hasta que el polvo de la tarde caiga, nos irrite los ojos y nos haga llorar.

5

 Los árboles, en las barrancas, dejan caer sus hojas, mientras Solchaga termina de pasar, mostrando en dentadura aquel desprecio, lo cual en él era ya imbíbito. Pasa con su cortejo de allegados, sus cofradías de beatas, su contorno de imponderables hombres y mujeres. Me acuerdo de aquéllas catequistas. Principalmente de una que tenía los ojos de murmullo, los cuales a uno lo hacían pensar en un manantial inagotable. Desde aquí la cañada parece un tranquilo lago, en cuya superficie flotara el pueblo de Machigua, contrastando con la dimensi6n sebosa de Solchaga, cuyas astucias para ganarse potentados, no han conocido todavía rival. Lo miro como a un rey que acabase de conquistar un vasto imperio. Arco iris de lodo. Burbuja reventada. Así lo imaginamos, al menos yo. Cada paso que damos es un golpe seco sobre la tierra. Oiga. Aquí vamos, frente a Los Horcones, tan famoso lugar por la neblina de oro con que, al amanecer, el otoño lo envuelve. ¿Todavía es propiedad de don Librado el de la difunta Pancha? Vamos cuesta arriba: yo, mirando pasar las sombras; y usted, con su camisa rameada de amarillo, que le hizo mi mamá. Vamos bajo el viento, que vuelca encima de nosotros la tumultuosa dicha del vivir. Sangrando por la herida del recuerdo, mi corazón se aferra al esqueleto de lo que ya no vuelve. A las fosforescencias del pasado. A las piedras y a este aire que hace cantar los huesos y que él mismo es semejante a un sonar de copas. A la ternura del viento, donde se siente mejor cómo funciona el alma. A esta luz apenas lastimada por una leve sombra de cuervo o de águila. Óigalos: cuar,  cuar,  cuar… Iia, ia, ia…  Dice. Hacen.
Vamos al altramuz, que es una flor sencilla; y al amaranto que, en Machigua, conocemos como la Regla de María. También a las noches de mi niñez, que vuelvo a gozar plenamente como si alguien arrojara puños de granos encendidos a una parcela de recuerdos. Aquellas noches derramando estrellas. A todo se aferra el corazón. A la corroída belleza de estas evocaciones que botan y rebotan sobre mí, así como a los matorrales, a sabiendas, claro está, de que Aniceto Solchaga no es otra cosa ya que una vejiga reventada. Sólo un viejo colchón despanzurrado. Un nudo de tinieblas bajo su solemne concha de crustáceo. Se aferra el corazón a los recuerdos. A las imágenes de un día. Pero no estoy llorando. A la luz de un domingo. Lo vuelvo a ver, papá.

                                             6

Un día llegaron a Machigua distinguidos señores de corbata a mostrarle a los pobres las mejillas de su juramento sonrosado a la sombra infantil de los mezquites, al rumor con el tórax ya canoso de los pirules dueños del baldío y los cazahuates suspirando en atmósferas de filos, que eran sus hojas aplaudiendo el aire, que eran sus puños contra las paredes de la necesidad, que era la casa donde vivíamos contemplando el mundo, que unos levantan y otros pulverizan. Abajo aún se ven ruinas de hacienda donde a los hombres les pagaban algo por derramar las gotas de su esfuerzo. A la limpieza del fulgor que era ese vocablo en que el decoro testifica lo que vale la vida por el peso no en oro, más bien en honradez de las personas. A “entregarse” llegaron en sus coches, cargados de sonrisas, las cuales habían hecho previamente con bocas de retratos de los que guarda en sobres la política. Y a pedir comprensión por el olvido que desde hacía ya mucho tiempo se enredaba como hierba maligna en cada muro donde el llanto sentaba a las personas para almorzar con ellas sentimiento. 
Venían por el camino pedregoso donde el huizache fija su postura con espinas que son como los clavos con que la amarra frente a los viajeros. Y flores amarillas recordándoles la generosidad de su fragancia. Llegaron con su nombre de la mano, el cual era soberbio y muy peludo aunque con cierto resplandor de obispo. El día desnudo en su cristal corría hasta el ojo del agua del sabino donde la siesta, muda, cabeceando, veía pasar ovejas que eran sueños. Aquí la soledad era el volumen en que estaban descritos los lugares marginados y oscuros de la tierra. Con mujeres llorando al pie del alba y hombres cuya humildad era ceniza, que les teñía de humano las facciones. Cambiaban votos por las esperanzas; cual monedas de oro las repartían sonrientes y sonoros bajo el bello metal de su futuro. Votos para subirse a la tribuna, votos para sentarse en el escaño desde donde pegarle, con proyectos, al hambre que le roe al pueblo el hígado. Al hambre rata, al hambre que eran ellos haciendo de nosotros una pústula que despierta en la noche a merendarnos. Se reían de los niños que jugábamos a crecer con los frutos del pochote antes de que arrancara a puñetazos el sol de sus entrañas la blancura. Y una y más veces sacudían la bolsa de la prosperidad: escuela, puente, un lago donde, al filo del atardecer, la vista fuera a bañarse desnuda entre las colores. Y un dispensario médico y trabajo para todos los muertos del hastío que aquí, entonces, repartía la nada como si fuera pan y se comiera. Yo era estudiante chico. Las horas se movían como muchachas con un aro metálico en el cuerpo, mientras los individuos visitantes, escribían con el alma sus propósitos en esta parte del dolor terrestre, donde vengo nombrando algunos árboles.

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LE ESTOY HABLANDO A UN HOMBRE

Herminio Martínez

Silencio,
le estoy hablando a un hombre
en la extensión de su morada,
en los alrededores de su entorno,
en las inmediaciones de su muerte.

Ah, qué tu pueblo con su puentecito
por el que pasas a buscar trabajo.

Ah, qué tu pueblo con sus calles tristes
por tantos que se fueron sin regreso.

Ah, qué tu pueblo donde el ojo de agua
te vio crecer, sufrir, también marcharte.

Ah, qué tu pueblo con sus cuatro sillas
donde se sienta el sol a hablar del mundo.

Ah, qué tu pueblo donde no hay criaturas
que estudien las vocales hueso a hueso.

Ah, qué tu pueblo recogiendo penas
en los alrededores de la dicha.

Ah, qué tu pueblo sin siquiera un foco
ni un médico que fume por las tardes
bajo la sombra de una camelina.

Ah, qué tu pueblo con sus dos patrones
y un párroco que es dueño de las vacas.

Ah, qué tu pueblo donde llora el hambre,
apaleada en el patio de una casa.

Silencio,
me está escuchando un hombre
en la extensión de su morada,
en los alrededores de su entorno,
en las inmediaciones de su muerte.

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NO TE VAYAS, HERMANO

Herminio Martínez

No te vayas, hermano, no te vayas.
Quedémonos aquí hasta que revienten
los huevos musicales de los pájaros.
Resiste el mal ejemplo de las urbes
que la civilización tiene por suyas
y el de las catedrales donde apesta
el cuerpo del amor como cadáver.
No dejes que el imperio de los coches
te imponga la maldad de su chatarra.
No cambies tu morada por zozobras,
sacarás de los lobos que se peinan
sólo hechos con los fémures quebrados.
No dejes el perfume de tu tierra
ni el musculoso viento en que se monta
el rumor infantil de los pirules.

No vayas a dejar tus camelinas.
Quédate para siempre a ver los cerros
donde el brochazo de la tarde pega
para que los corazones se abastezcan.

Qué hermoso es escuchar que pasa el viento
con un gorrión debajo de la lengua
sin añorar cigarros ni señores
que expelen humo por su ceño de oro,
ni esos lugares donde se reúnen
algunos a mentarse la importancia.

No te vayas, hermano, no te vayas.
La humanidad es acto de rapiña.
Es oficina donde duerme el tiempo,
indiferente y cruel, en sus empleados.
Es humo y un rumor que muerde el tímpano
peor que si un perro se te echara encima.
Es soledad comiendo en el arroyo
de cualquier avenida sólo cáscaras.
Un tubo digestivo remendado.
La navaja apuntando a tu destino.
Una sed que se apaga con basura.
Un inmenso hospital
donde ella misma muere.

No te vayas, hermano, no te vayas.
Quedémonos aquí hasta que termine
de caer la tristeza
sobre las abolladuras de las cosas.

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