Réquiem
para una pasión
Prólogo
El
amor es lo más enigmático y lo más cotidiano. Está al alcance de todos y al
mismo tiempo sólo muy pocos logran
conocerlo bien. Es una quimera tanto como una realidad, ofrece pues, un doble
rostro, cuyo desciframiento ha ocupado a
la literatura desde sus remotos inicios, hasta nuestros días, a tal grado que
por sí mismo el amor es un género literario de varias vertientes o facetas.
Como lo expone con bellas y sorprendentes licencias literarias, la joven poeta
Lupita García Cabello, en este su primer poemario. Ella nos habla aquí de lo
que le preocupa y ocupa del amor y la poesía, con un registro temático muy
definido y bajo la sombra e influencia de Federico García Lorca y sus poemas
universales y vigentes. Y aborda con pasión, gracia y madurez, no obstante su
juventud, las varias vertientes del amor, rozando constantemente el amor
platónico, que traspasa fronteras y épocas y planos existenciales. Desde estos,
sus primeros poemas, Lupita nos sorprende por la audacia de sus imágenes y su fuerza
poética, y la inspiración y aspiración encarnada únicamente en las y los que
portan la pluma de las y los elegidos, como es el caso de Lupita García Cabello.
Rafael Aguilera
Mendoza
Réquiem para una pasión
Con
el cuero pegado a sus calientes hábitos
de
día y de noche parlan sermones beatos;
oratoria
fufurufa
incensada
y bendecida
en
sus espíritus de pasión célibes,
alabando
cual locos sordos
una
ficticia y barata inocencia.
Mientras
que con esos mismos labios
besan
y lamen la vara que les azota
y
les mantiene con el corazón hecho harapos.
Mas,
a mí solo por mirarte me lapidan y me escupen.
¿No
son éstos ya suficientes para que se sume usted, terrible Herodías?
Con
el alma oscura sedienta de sangres
y
en cuya lengua el diablo se columpia
¡Usted,
la homicida desde siempre!
¡Oh,
amor! ¡Mira y escucha ya!
Que
por amarte seré el bautista decapitado.
Ven.
Dame tu alma como limosna
¿No
soy todavía demasiado miserable a tus ojos?
Si
no me das pues ti amor, ¿qué me quedará?
¿Qué
le pelearé a la muerte?
Tan
solo la tristeza perra y perpetua
que
es gusano que carcome sin fin;
tan
solo mi deseo castrado y nulo
refundido
en el desquiciante rugir
del
infierno de mi pecho
Tan
solo mi sacrilegio de amarte
a
placer y voluntad.
La poeta quiere alegrar a su amor
¿Por
qué estarán llamando a mi alma
Todas
las voces de tu herida?
¡Oh,
ten piedad de mí
Y
serena tu hermosura!
Ven
y dame tus flores
Para
sanar mi quemadura.
Si
la luna tiene por entraña tu risa,
Y
en tu nombre principia mi vida;
Si
la tarde moribunda de bronces,
Tiene
por último capricho
El
melifluo de tu voz viva,
Fina
corona de gloria
Para
mi rosa herida,
¿Por
qué sufres tanto, dulce bien mío?
Si
los mares gimen por ser prisioneros
De
tu metáfora eterna de cielo;
Si
la flor bebida de sol
Hace
de ti su Carmelo;
Si
mi corazón traspasado por tu espina,
Guardará
siempre su anhelo
En
el trágico botón de tu astío
¿Por
qué sin tregua tú sufres, amor mío y todo mío?
Mira,
en tus ojos quiero cuna y sepulcro.
Perdido
está el cielo en ti
Y
no quiere encontrarse jamás.
El consagrado infiel
Silencio
de rosa y mirto,
Alta
carcajada de los cristales
desposados
por los luceros.
Las
calles se embriagan
del
rumoreo que nos insulta;
te
escondes de mí y me quieres.
No
vas a decir, por hombre,
las
cosas que nos dijimos.
Cuando
tu lumbre fue mía,
cuando
mi hielo fue tuyo.
Pecando
a semejanza nuestra,
Se
encendió la vela,
se
cerró la puerta.
¡Ay,
qué jazmines de deseo!
¡Qué
magnolia de candente fantasía!
donde
nuestros cuerpos deshojaron la razón.
¡Ay
qué luna sin luz de plata,
escoltada
por cien versos
la
vergüenza la desgarra!
Con
tiernas murmuraciones y las bellezas prohibidas
me
llevaste hasta tu cama,
y
se abrieron ante mí, las glorias desconocidas.
¡Ay
qué dicha manchada de culpa!
¡Qué
espinas!
¡Qué lunas vestidas de luto
sobre
el mantel de la misa!
donde
derraman sus vinos
los
labios de los narcisos.
Sucio
de besos y culpas
Me
sales por todos caminos,
y
hasta de mí te burlas
sonriéndome
en los rosales,
y
en el ocaso de sangres
peinado
de lirios finos.
Con
llantos de mil guitarras
yo
te llevaba al río,
y
quise enamorarme
sabiendo
que eras prohibido.
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