martes, 1 de febrero de 2022

Réquiem para una pasión

 


Réquiem para una pasión

 

Prólogo

El amor es lo más enigmático y lo más cotidiano. Está al alcance de todos y al mismo tiempo sólo muy pocos  logran conocerlo bien. Es una quimera tanto como una realidad, ofrece pues, un doble rostro, cuyo  desciframiento ha ocupado a la literatura desde sus remotos inicios, hasta nuestros días, a tal grado que por sí mismo el amor es un género literario de varias vertientes o facetas. Como lo expone con bellas y sorprendentes licencias literarias, la joven poeta Lupita García Cabello, en este su primer poemario. Ella nos habla aquí de lo que le preocupa y ocupa del amor y la poesía, con un registro temático muy definido y bajo la sombra e influencia de Federico García Lorca y sus poemas universales y vigentes. Y aborda con pasión, gracia y madurez, no obstante su juventud, las varias vertientes del amor, rozando constantemente el amor platónico, que traspasa fronteras y épocas y planos existenciales. Desde estos, sus primeros poemas, Lupita nos sorprende por la audacia de sus imágenes y su fuerza poética, y la inspiración y aspiración encarnada únicamente en las y los que portan la pluma de las y los elegidos, como es el caso de Lupita García Cabello.

Rafael Aguilera Mendoza

 

 


Réquiem para una pasión

 

Con el cuero pegado a sus calientes hábitos

de día y de noche parlan sermones beatos;

oratoria fufurufa

incensada y bendecida

en sus espíritus de pasión célibes,

alabando cual locos sordos

una ficticia y barata inocencia.

Mientras que con esos mismos labios

besan y lamen la vara que les azota

y les mantiene con el corazón hecho harapos.

Mas, a mí solo por mirarte me lapidan y me escupen.

 

¿No son éstos ya suficientes para que se sume usted, terrible Herodías?

Con el alma oscura sedienta de sangres

y en cuya lengua el diablo se columpia

¡Usted, la homicida desde siempre!

 

¡Oh, amor! ¡Mira y escucha ya!

Que por amarte seré el bautista decapitado.

Ven. Dame tu alma como limosna

¿No soy todavía demasiado miserable a tus ojos?

Si no me das pues ti amor, ¿qué me quedará?

¿Qué le pelearé a la muerte?

Tan solo la tristeza perra y perpetua

que es gusano que carcome sin fin;

tan solo mi deseo castrado y nulo

refundido en el desquiciante rugir

del infierno de mi pecho

Tan solo mi sacrilegio de amarte

a placer y voluntad.

 



 

La poeta quiere alegrar a su amor

 

¿Por qué estarán llamando a mi alma

Todas las voces de tu herida?

¡Oh, ten piedad de mí

Y serena tu hermosura!

Ven y dame tus flores

Para sanar mi quemadura.

 

Si la luna tiene por entraña tu risa,

Y en tu nombre principia mi vida;

Si la tarde moribunda de bronces,

Tiene por último capricho

El melifluo de tu voz viva,

Fina corona de gloria

Para mi rosa herida,

¿Por qué sufres tanto, dulce bien mío?

 

Si los mares gimen por ser prisioneros

De tu metáfora eterna de cielo;

Si la flor bebida de sol

Hace de ti su Carmelo;

Si mi corazón traspasado por tu espina,

Guardará siempre su anhelo

En el trágico botón de tu astío

¿Por qué sin tregua tú sufres, amor mío y todo mío?

Mira, en tus ojos quiero cuna y sepulcro.

Perdido está el cielo en ti

Y no quiere encontrarse jamás.

 

 


 

El consagrado infiel

 

Silencio de rosa y mirto,

Alta carcajada de los cristales

desposados por los luceros.

Las calles se embriagan

del rumoreo que nos insulta;

te escondes de mí y me quieres.

 

No vas a decir, por hombre,

las cosas que nos dijimos.

Cuando tu lumbre fue mía,

cuando mi hielo fue tuyo.

Pecando a semejanza nuestra,

Se encendió la vela,

se cerró la puerta.

 

¡Ay, qué jazmines de deseo!

¡Qué magnolia de candente fantasía!

donde nuestros cuerpos deshojaron la razón.

¡Ay qué luna sin luz de plata,

escoltada por cien versos

la vergüenza la desgarra!

 

Con tiernas murmuraciones y las bellezas prohibidas

me llevaste hasta tu cama,

y se abrieron ante mí, las glorias desconocidas.

¡Ay qué dicha manchada de culpa!

¡Qué espinas!

 ¡Qué lunas vestidas de luto

sobre el mantel de la misa!

donde derraman sus vinos

los labios de los narcisos.

 

Sucio de besos y culpas

Me sales por todos caminos,

y hasta de mí te burlas

sonriéndome en los rosales,

y en el ocaso de sangres

peinado de lirios finos.

Con llantos de mil guitarras

yo te llevaba al río,

y quise enamorarme

sabiendo que eras prohibido.

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