domingo, 8 de julio de 2018

POR LOS RECUERDOS DE SU PRIMER VIDA



POR LOS RECUERDOS DE SU PRIMER VIDA

Guillermina Carreño Arreguín es una prolífica escritora. Su obra poética se ha publicado en diferentes libros y antologías. También ha incursionado en la narrativa, donde creó al personaje -“amigo personal”, dice ella- el Señor de los sahuares. Es sobre las historias que este amigo le ha contado a la maestra Guillermina que compartimos este Diezmo con usted, apreciado lector.
            Nuestra amiga entrañable y valiosa integrante del Diezmo de Palabras ha sido galardonada en Lotería de Cuentos, de Editorial Planeta, Juegos Florales de Celaya y de los Trabajadores del Estado, Premio Raúl Oto. Sus publicaciones incluyen las antologías del 1º al 8º Encuentro Nacional de letras populares Margarito Ledesma, de Comonfort, Gto. Crónica de la Muchacha del Este, En la Raíz de los Escombros y De el Sahuar y la Momia.

            Patricia Ruíz Hernández también se desempeña en el sector educativo. De manera paralela gusta de la literatura y escribe principalmente cuentos. Ha sido seleccionada para varias antologías: Predicción, Brevedad del ser y Fuera de este mundo. Así mismo, por la Editorial El Sótano con el cuento La Refranera y en la antologia Tótem: Minificciones Guanajuatenses con varios micro-relatos. En el Foro el Tintero fue finalista con el cuento Retorno al hogar. Es otra de las invaluables compañeras del Diezmo de Palabras. Compartimos una pequeña historia muy actual. Vale




RECUERDOS DE LA PRIMER VIDA
Guillermina Carreño Arreguín

En ocasiones veo a Glasia deambular por las calles, en silencio, atenta a un hálito que cubra su mente y satisfaga su memoria. La encuentro en el cerco de un lote vacío,  de la Secundaria general cinco. Oculta, por temor a que pase alguien con cualidades especiales y se impresione al verla, me acerco a saludarla, la invito a Baja California. El gran Sahuar me espera en el Valle de los Sahuares. De momento se anima, sus ojos se iluminan. Hace una prolongada pausa; me contesta que la disculpe, no puede ir. Prefiere sus citas para tomar su alimento diario.
            Allá por mediados de mil novecientos setenta y cinco, Glasia laboraba en la  Escuela  secundaria general: “Gral. Francisco Villa”  la número uno,  por ser la primera de este tipo, fundada en la ciudad. Pues bien, en ese año, a las 7:40 de la mañana se presentó de repente un movimiento sísmico, nadie lo esperaba, claro, como la escuela quedó asentada en un ala de la falla conocida como de San Andrés y esta atraviesa gran parte de la ciudad. El temblor fue más notorio y agudo, todos los grupos en su respectivo salón tomando clase, a la hora del siniestro, se escuchó un grito en todas las aulas, como si les  hubieran contado a la una, a las dos y a las tres, ¡AAAYYY! ¡Grito! A una sola voz, uniforme, fue un sonoro de poder, de juventud, potente y audaz. Luego, silencio, nadie se movió hasta el toque de salida.
            El aula donde daba la clase Glasia, al entrar ese día estaba al ras del suelo del patio y al momento de salir ya tenía un escalón más alto que el piso normal. En los oídos de Glasia queda ese grito, para ella muy atinado y agradable, hermoso y de unión. Lo comentaba incansable a los compañeros de trabajo y a toda persona que la escuchara.
            Al jubilarse, se valía de algún pretexto para visitar a alguien de  sus conocidos, llevándoles un presente, para escuchar ese vibrar de los jóvenes, al estar en clase de deportes u otra actividad que les permitiera. “Es mi pan de cada día”, su “alimento”, lo llamaba otras veces. Después así lo comentaba a sus hermanas las momias, quienes, solamente la escuchaban. Ella, incansable, ¡lo pregona al viento!
            Si pasas por alguna secundaria general, pon atención a ese eco, se guarda en los oídos, como están en los de Glasia, ese ritmo, sugiere, enseña y te hace razonar.
            Entiendo a Glasia,  me despido, le digo: “Nos vemos, adiós”. Ahora, le comento el rato al Señor de los sahuares, con el rosicler de la Laguna Salada, acomodados en un risco a la orilla, se compromete y promete acompañarme a visitar a Glasia al Panteón Municipal de Celaya, Guanajuato. Sonrío, le agradezco, mientras pienso... “a ver si no anda en alguna de sus citas”.



SUS PASOS EN EL DESIERTO
Guillermina Carreño Arreguín

El Señor de los  sahuares  me visita.  Viene para que lo acompañe a la Cañada de
Caracheo.  Cuando algo le atormenta en su corazón,  recurre a mí,  lo comparte y de esta forma  encuentra solución.  Aprovecha el  lugar,  cambia el  Desierto por la  grandeza del Bajío,  donde encuentra la mano de sus amigas las momias y para él,  es también un reino.
            Con palabras de cariño me saluda, él sabe de la emoción que me causa su presencia. Le interesa relacionarse con los restos del sacerdote mártir que se encuentran en este  pueblo. La Cañada de Dolores,  como lo llaman ahora,  está anclada  en la  falda del cerro de Culiacán. Un pueblo empedrado, limpio y hace poco logró dos calles de pavimento: la entrada y la salida a las ciudades cercanas, Salvatierra y Cortázar. En el caer de la lluvia, las lajas se lavan con el escurrir de agua que baja del cerro. El caserío se perfuma, despide un  aroma a humedad, a hierba  fresca y  limpia,  única en la región.  Sus costumbres están arraigadas al pasado. La mayoría de los hombres trabajan en la Unión americana. Las  mujeres viven  por lo regular  solas,  con sus hijos o algún  otro familiar,  entre  casas vacías, abandonadas. Hay quienes emigran, se van familias completas.  Pero todos conservan en su credo un rasgo del padre Elías del Socorro Nieves Castillo.            Sus restos fueron sepultados, primero en el cementerio del lugar, después  los cambiaron a un costado del altar mayor, en la Parroquia de la Virgen de los Dolores. Beatificado y ya canonizado, reposan al pie del altar, en la Parroquia mencionada, donde él ofició la misas a sus fieles.
            A partir de su Canonización le están construyendo su propia Iglesia. El padre  Elías Nieves, fraile de la orden de San Agustín, fue sacrificado en tiempos de la persecución Sacerdotal que inició en el año de 1926. Murió al darles el perdón y bendecir a sus asesinos -un regimiento  federal-,  quienes lo fusilaron  bajo  un  mezquite,  en la salida de Cortázar rumbo a la Cañada.  El día 10 del mes de  marzo del  año de 1928. Por esto  en los monumentos que lo representan, su brazo está en señal de bendecir.
            El Señor de los sahuares me dice:
            ─ Vienen dos autobuses de Oaxaca,  la gente desea  venerar y agradecer,  al Varón de la Cañada.  Como misionero su labor ha caminado en varios estados del país.
            Me habla de un tráiler conducido por polleros o coyotes, quienes abandonaron en pleno desierto a un grupo de hombres dentro de la caja principal, bien cerrada, sin aire ni luz,  al amparo del  calor que produce el lugar,  donde iban más de treinta braceros, la mayoría eran hombres. Se les terminó el agua, perlados en sudor, sin alimento, cansados a punto de desfallecer rompieron en  gritos desesperados:
            ─¡Abran por piedad!
            ─ ¡Sáquenos de aquí!
            ─¡Abran por favor, nos ahogamos.
            Arañaban las paredes de acero, otros se retorcían al  implorar en la esperanza de conservar la vida. Uno de ellos sacó de su cartera la imagen del Padre Nieves. Con trabajos se arrodilló  y  sacando aire de no quién sabe dónde,  gritó:
            —¡Padre Elías del Socorro Nieves, no nos abandones, sácanos de aquí!
            A su lado, otro rezaba:
            —¡Santo Padre Elías Nieves, escucha, escúchanos!
            En silencio rezaban el Credo. De repente se escuchó un estruendo, algo así como un rayo. Las puertas de la caja se abrieron de par en par. Rodando y en desorden pudieron lograr el aire. Los primeros en salir dieron fe de que un hombre vestido de fraile,  descalzo,  se deslizaba  sobre la arena cálida,  movida a su  paso por el desierto. Los demás fueron testigos de su sombra. Un resplandor con forma humana, se perdía en las lejanías del halo, donde parecía unirse el temblor del sol, con la arena movida por el viento.
            Los dos hombres, quienes invocaron al sacerdote Elías del Socorro, eran de la Cañada. Viajaban siempre al abrigo del Santo Varón. Todos se abrazaron,  incrédulos de estar vivos, a la vez que agradecían al cielo por el milagro.  La estampa del padre agustino pasó por todas las  manos de los que iban a la frontera.  La mayoría  venían de Oaxaca,  otros de  Chiapas, Michoacán, Guanajuato y unos cuantos centroamericanos que pasaban por oaxaquitas.

            El Señor de los Sahuares, respiró profundo y comentó:
            —Cosas del desierto, quienes lo retan, pasan a ser, en el reglamento,  un Sahuaro más, anclado al tiempo. En esta ocasión nadie pereció, gracias al milagro bendito. Hay quienes no tienen la misma suerte, quedan sobre arena traicionera o son sepultados por las dunas guiadas por el viento.
            ”Los autobuses que venían de aquel lejano lugar, traían las familias para agradecer y venerar, llenas de fervor, con oraciones, cantos y rodillas. Entregaron medallas y figuritas de oro,  retablos y flores,  además de otros adornos, para colocarlos en donde reposan los restos del fraile agustino, por haber salvado a sus hombres, padres y hermanos de perecer en el abandono.  El santo varón no descansa. Día y noche sale a proteger a todos los que lo llaman, creen y confían en él, ese día también dejó su huella entre la arena.
           
            Al regresar de la Cañada, el Señor de los sahuares, pasó a despedirse de las momias que habitan en el panteón municipal de mi tierra, mientras agrega:
            ─Tengo en mi corazón, este clima y los paisajes del Bajío. Les robo un poco, para llevarlo al refugio donde moran los que en el desierto se quedan a vagar sus almas, con el sueño dorado y su intento de cruzar la frontera.   




EL CANDIDATO
Patricia Ruiz Hernández

En plena campaña electoral, los habitantes de aquel paupérrimo pueblo esperaban la visita del candidato a Gobernador, quien en la búsqueda de los votos no escatimaba esfuerzos al adentrarse en  territorio desconocido. Gran algarabía reinaba en el jardín principal por la multitud de ciudadanos que aguardaban el arribo del aspirante. La espera terminó con la llegada de un lujoso automóvil con chofer-guarura incluido. Enseguida, bajó un individuo carirredondo y bigotón, que portaba una guayabera blanca y un sombrero a manera de disfraz, pues a todas luces se veía que sólo lo llevaba para estar ad hoc con el lugar. El visitante fue recibido como si se tratara de Dios en persona o cuando menos del mismísimo Papa. Hombres, mujeres y niños se acercaban para tener el honor de saludarlo. Y como si fuera su hada madrina le hacían numerosas peticiones. Había quien le ofrecía gallinas u otros sencillos obsequios. Después de algunas horas de discursos atropellados por parte del visitante y de las autoridades locales, pasaron al deseado huateque. De pronto, la banda calló de sopetón por la aparición de un ostentoso vehículo que interrumpió el convivio. Del automóvil descendió un individuo que, de acuerdo a los carteles que bullían en las calles, tenía una  fisionomía muy similar al homenajeado. El recién llegado regañó al impostor por usurpación de funciones y abuso de confianza. La gente no comprendía nada y por poco agreden al aguafiestas. Hasta que alguien más entendido les informó: “Acaba de llegar el verdadero señor candidato. El otro, como quien dice, nomás le toca estar de huele pedos de su patrón”.






*Textos publicados en El Sol del Bajío, Celaya, Gto.

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