POR LOS RECUERDOS DE SU PRIMER VIDA
Guillermina
Carreño Arreguín es una prolífica escritora. Su obra poética se ha publicado en
diferentes libros y antologías. También ha incursionado en la narrativa, donde
creó al personaje -“amigo personal”, dice ella- el Señor de los sahuares. Es
sobre las historias que este amigo le ha contado a la maestra Guillermina que
compartimos este Diezmo con usted, apreciado lector.
Nuestra amiga entrañable y valiosa
integrante del Diezmo de Palabras ha sido galardonada en Lotería de Cuentos, de
Editorial Planeta, Juegos Florales de Celaya y de los Trabajadores del Estado,
Premio Raúl Oto. Sus publicaciones incluyen las antologías del 1º al 8º Encuentro
Nacional de letras populares Margarito Ledesma, de Comonfort, Gto. Crónica de
la Muchacha del Este, En la Raíz de los Escombros y De el Sahuar y la Momia.
Patricia Ruíz Hernández también se
desempeña en el sector educativo. De manera paralela gusta de la literatura y
escribe principalmente cuentos. Ha sido seleccionada para varias antologías: Predicción,
Brevedad del ser y Fuera de este mundo. Así mismo, por la Editorial El Sótano
con el cuento La Refranera y en la antologia Tótem: Minificciones Guanajuatenses
con varios micro-relatos. En el Foro el Tintero fue finalista con el cuento
Retorno al hogar. Es otra de las invaluables compañeras del Diezmo de Palabras.
Compartimos una pequeña historia muy actual. Vale
RECUERDOS
DE LA PRIMER VIDA
Guillermina
Carreño Arreguín
En
ocasiones veo a Glasia deambular por las calles, en silencio, atenta a un
hálito que cubra su mente y satisfaga su memoria. La encuentro en el cerco de
un lote vacío, de la Secundaria general
cinco. Oculta, por temor a que pase alguien con cualidades especiales y se
impresione al verla, me acerco a saludarla, la invito a Baja California. El
gran Sahuar me espera en el Valle de los Sahuares. De momento se anima, sus
ojos se iluminan. Hace una prolongada pausa; me contesta que la disculpe, no
puede ir. Prefiere sus citas para tomar su alimento diario.
Allá por mediados de mil novecientos
setenta y cinco, Glasia laboraba en la
Escuela secundaria general:
“Gral. Francisco Villa” la número
uno, por ser la primera de este tipo,
fundada en la ciudad. Pues bien, en ese año, a las 7:40 de la mañana se
presentó de repente un movimiento sísmico, nadie lo esperaba, claro, como la
escuela quedó asentada en un ala de la falla conocida como de San Andrés y esta
atraviesa gran parte de la ciudad. El temblor fue más notorio y agudo, todos
los grupos en su respectivo salón tomando clase, a la hora del siniestro, se
escuchó un grito en todas las aulas, como si les hubieran contado a la una, a las dos y a las
tres, ¡AAAYYY! ¡Grito! A una sola voz, uniforme, fue un sonoro de poder, de
juventud, potente y audaz. Luego, silencio, nadie se movió hasta el toque de
salida.
El aula donde daba la clase Glasia,
al entrar ese día estaba al ras del suelo del patio y al momento de salir ya
tenía un escalón más alto que el piso normal. En los oídos de Glasia queda ese
grito, para ella muy atinado y agradable, hermoso y de unión. Lo comentaba
incansable a los compañeros de trabajo y a toda persona que la escuchara.
Al jubilarse, se valía de algún
pretexto para visitar a alguien de sus
conocidos, llevándoles un presente, para escuchar ese vibrar de los jóvenes, al
estar en clase de deportes u otra actividad que les permitiera. “Es mi pan de
cada día”, su “alimento”, lo llamaba otras veces. Después así lo comentaba a
sus hermanas las momias, quienes, solamente la escuchaban. Ella, incansable,
¡lo pregona al viento!
Si pasas por alguna secundaria general,
pon atención a ese eco, se guarda en los oídos, como están en los de Glasia,
ese ritmo, sugiere, enseña y te hace razonar.
Entiendo a Glasia, me despido, le digo: “Nos vemos, adiós”. Ahora,
le comento el rato al Señor de los sahuares, con el rosicler de la Laguna
Salada, acomodados en un risco a la orilla, se compromete y promete acompañarme
a visitar a Glasia al Panteón Municipal de Celaya, Guanajuato. Sonrío, le
agradezco, mientras pienso... “a ver si no anda en alguna de sus citas”.
SUS
PASOS EN EL DESIERTO
Guillermina
Carreño Arreguín
El
Señor de los sahuares me visita.
Viene para que lo acompañe a la Cañada de
Caracheo. Cuando algo le atormenta en su corazón, recurre a mí,
lo comparte y de esta forma
encuentra solución. Aprovecha
el lugar, cambia el Desierto por la grandeza del Bajío, donde encuentra la mano de sus amigas las
momias y para él, es también un reino.
Con palabras de cariño me saluda, él
sabe de la emoción que me causa su presencia. Le interesa relacionarse con los
restos del sacerdote mártir que se encuentran en este pueblo. La Cañada de Dolores, como lo llaman ahora, está anclada
en la falda del cerro de
Culiacán. Un pueblo empedrado, limpio y hace poco logró dos calles de pavimento:
la entrada y la salida a las ciudades cercanas, Salvatierra y Cortázar. En el
caer de la lluvia, las lajas se lavan con el escurrir de agua que baja del cerro.
El caserío se perfuma, despide un aroma
a humedad, a hierba fresca y limpia,
única en la región. Sus
costumbres están arraigadas al pasado. La mayoría de los hombres trabajan en la
Unión americana. Las mujeres viven por lo regular solas,
con sus hijos o algún otro familiar, entre
casas vacías, abandonadas. Hay quienes emigran, se van familias completas. Pero todos conservan en su credo un rasgo del
padre Elías del Socorro Nieves Castillo. Sus
restos fueron sepultados, primero en el cementerio del lugar, después los cambiaron a un costado del altar mayor, en
la Parroquia de la Virgen de los Dolores. Beatificado y ya canonizado, reposan
al pie del altar, en la Parroquia mencionada, donde él ofició la misas a sus
fieles.
A partir de su Canonización le están
construyendo su propia Iglesia. El padre
Elías Nieves, fraile de la orden de San Agustín, fue sacrificado en
tiempos de la persecución Sacerdotal que inició en el año de 1926. Murió al
darles el perdón y bendecir a sus asesinos -un regimiento federal-,
quienes lo fusilaron bajo un
mezquite, en la salida de
Cortázar rumbo a la Cañada. El día 10
del mes de marzo del año de 1928. Por esto en los monumentos que lo representan, su brazo
está en señal de bendecir.
El Señor de los sahuares me dice:
─
Vienen dos autobuses de Oaxaca, la gente
desea venerar y agradecer, al Varón de la Cañada. Como misionero su labor ha caminado en varios
estados del país.
Me habla de un tráiler conducido por
polleros o coyotes, quienes abandonaron en pleno desierto a un grupo de hombres
dentro de la caja principal, bien cerrada, sin aire ni luz, al amparo del
calor que produce el lugar, donde
iban más de treinta braceros, la mayoría eran hombres. Se les terminó el agua, perlados
en sudor, sin alimento, cansados a punto de desfallecer rompieron en gritos desesperados:
─¡Abran por piedad!
─ ¡Sáquenos de aquí!
─¡Abran por favor, nos ahogamos.
Arañaban las paredes de acero, otros
se retorcían al implorar en la esperanza
de conservar la vida. Uno de ellos sacó de su cartera la imagen del Padre Nieves.
Con trabajos se arrodilló y sacando aire de no quién sabe dónde, gritó:
—¡Padre Elías del Socorro Nieves, no
nos abandones, sácanos de aquí!
A su lado, otro rezaba:
—¡Santo Padre Elías Nieves, escucha,
escúchanos!
En silencio rezaban el Credo. De
repente se escuchó un estruendo, algo así como un rayo. Las puertas de la caja
se abrieron de par en par. Rodando y en desorden pudieron lograr el aire. Los
primeros en salir dieron fe de que un hombre vestido de fraile, descalzo,
se deslizaba sobre la arena cálida, movida a su
paso por el desierto. Los demás fueron testigos de su sombra. Un resplandor
con forma humana, se perdía en las lejanías del halo, donde parecía unirse el
temblor del sol, con la arena movida por el viento.
Los dos hombres, quienes invocaron
al sacerdote Elías del Socorro, eran de la Cañada. Viajaban siempre al abrigo
del Santo Varón. Todos se abrazaron,
incrédulos de estar vivos, a la vez que agradecían al cielo por el
milagro. La estampa del padre agustino
pasó por todas las manos de los que iban
a la frontera. La mayoría venían de Oaxaca, otros de Chiapas, Michoacán, Guanajuato y unos cuantos
centroamericanos que pasaban por oaxaquitas.
El Señor de los Sahuares, respiró
profundo y comentó:
—Cosas del desierto, quienes lo
retan, pasan a ser, en el reglamento, un
Sahuaro más, anclado al tiempo. En esta ocasión nadie pereció, gracias al
milagro bendito. Hay quienes no tienen la misma suerte, quedan sobre arena
traicionera o son sepultados por las dunas guiadas por el viento.
”Los autobuses que venían de aquel
lejano lugar, traían las familias para agradecer y venerar, llenas de fervor,
con oraciones, cantos y rodillas. Entregaron medallas y figuritas de oro, retablos y flores, además de otros adornos, para colocarlos en
donde reposan los restos del fraile agustino, por haber salvado a sus hombres,
padres y hermanos de perecer en el abandono.
El santo varón no descansa. Día y noche sale a proteger a todos los que lo
llaman, creen y confían en él, ese día también dejó su huella entre la arena.
Al regresar de la Cañada, el Señor
de los sahuares, pasó a despedirse de las momias que habitan en el panteón
municipal de mi tierra, mientras agrega:
─Tengo en mi corazón, este clima y
los paisajes del Bajío. Les robo un poco, para llevarlo al refugio donde moran los
que en el desierto se quedan a vagar sus almas, con el sueño dorado y su intento
de cruzar la frontera.
EL
CANDIDATO
Patricia
Ruiz Hernández
En
plena campaña electoral, los habitantes de aquel paupérrimo pueblo esperaban la
visita del candidato a Gobernador, quien en la búsqueda de los votos no
escatimaba esfuerzos al adentrarse en
territorio desconocido. Gran algarabía reinaba en el jardín principal
por la multitud de ciudadanos que aguardaban el arribo del aspirante. La espera
terminó con la llegada de un lujoso automóvil con chofer-guarura incluido.
Enseguida, bajó un individuo carirredondo y bigotón, que portaba una guayabera
blanca y un sombrero a manera de disfraz, pues a todas luces se veía que sólo
lo llevaba para estar ad hoc con el lugar. El visitante fue recibido como si se
tratara de Dios en persona o cuando menos del mismísimo Papa. Hombres, mujeres
y niños se acercaban para tener el honor de saludarlo. Y como si fuera su hada
madrina le hacían numerosas peticiones. Había quien le ofrecía gallinas u otros
sencillos obsequios. Después de algunas horas de discursos atropellados por
parte del visitante y de las autoridades locales, pasaron al deseado huateque.
De pronto, la banda calló de sopetón por la aparición de un ostentoso vehículo
que interrumpió el convivio. Del automóvil descendió un individuo que, de
acuerdo a los carteles que bullían en las calles, tenía una fisionomía muy similar al homenajeado. El
recién llegado regañó al impostor por usurpación de funciones y abuso de
confianza. La gente no comprendía nada y por poco agreden al aguafiestas. Hasta
que alguien más entendido les informó: “Acaba de llegar el verdadero señor candidato.
El otro, como quien dice, nomás le toca estar de huele pedos de su patrón”.
*Textos publicados en El Sol del Bajío, Celaya, Gto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario