ANDAMOS COMO ANDAMOS
“Andamos
como andamos porque somos como somos.”
El filósofo de Güemes
MANUEL
Y GERÓNIMO
Lalo
Vázquez G.
Manuel
y Gerónimo son dos viejos compadres que se conocen desde chiquillos y siempre
han vivido en el mismo ranchito toda la vida.
Un lugar que está olvidado por el gobierno del estado de Guanajuato.
Donde nunca pasa algo. Hace apenas un año que les pusieron la electricidad y
una que otra persona tiene su televisor. La gente se dedica al campo y eso sí,
todos son muy trabajadores. Pero el campo es muy difícil, no da mucho dinero
como para hacerse rico y menos con las pocas tierras que tiene cada habitante.
¡Ah! pero eso sí, el ranchito tiene su templo y su bonito jardín que es lugar
de reunión de todos lo que ahí viven.
Un
día, como cualquiera de los que pasan en el rancho, venia corriendo Manuel
rumbo a la casa de su compadre Gerónimo, buscándolo, todo agitado de la carrera
que traía. Al llegar a la casa se asomó al corral que tenía una barda de piedra
no muy alta, ahí vio a Gerónimo que le estaba dando de comer a unos guajolotes
y le grito
—Geró, Geró ven pa acá, ¿a quién crees que me
acabo de encontrar?, ni me lo vas a creer.
—Cálmate, Mane ¿pos qué traes?
̶ ¿Si te acuerdas que dijeron en la tele que
un tal Chapo se escapó de la cárcel, un guey pelón?
—¡Ah!,
pos creo que sí, ¡hey! Sí, sí que me acuerdo.
—Acuérdate
Geró que por ese fulano están dando sesenta millones de pesos de recompensa,
hasta dijeron que esa cantidá era la más alta en toda la historia del país, que
nunca habían dado tanto dinero.
—¿Y
eso qué pues, o qué?
—Pos
que el señor ese pelón que se escapó, está sentado ahí en el jardín. Yo mesmo
lo vide con estos ojos que se han de comer los gusanos, está con una bola de
pelaos mal encarados y todos andan armaos, pero están muy quitados de la pena
tomándose unas birongas. Y ahorita mesmo lo voy a denunciar, pero la cosa es
que no sé ni a donde tiene uno que llamar, ¿tú no sabrás a que número de
teléfono se reportan las gentes que se escapan de la cárcel? ¡Me van a dar
sesenta millones! Si tú te sabes el teléfono pos ahí te doy unos mil pesos, ¿cómo
ves?, ¿le entras?
—No,
Mane, sesenta millones es muncho dinero; nomas imagínate si te dan todo eso no
va a faltar quien te secuestre o no vaya a ser el diablo que hasta te maten por
ahí. Además nomas piénsale, ¿onde vas a guardar tantísimo dinero? Y los fulanos
esos con los que anda ¿tú crees que se van a quedar muy tranquilos? No, Mane,
ni te metas en eso, yo creo que pones en riesgo a tu familia, a tus carnales y
pos hasta a los del rancho y a mí también, olvídate Mane, olvídate.
—Hey,
pue que tengas razón, no había pensado en eso, ¡sí! sesenta millones es harto
dinero, ni modo de tenerlo abajo del colchón. Ya ves que se me fregó la puerta
de la casa. Ahora que llovió se hinchó con el agua y ya no cierra, y sí, compa
Geró, tienes muncha razón; pa que los arriesgo a todos, voy a hacer de cuenta
que nunca lo miré al fulano.
Transcurrió
toda la semana sin que los compadres se vieran y era muy raro porque todos los
días platicaban. Si no era en el jardín del rancho, era en la casa de
cualquiera de los dos. Cuando de pronto de oyó un grito en la casa de Manuel.
—Compadre
Mane, compadre Mane, on tá.
—Acá
en mi cuarto, compadre Geró, pásele.
—Venga
pa acá, compadre, aquí lo espero.
Cuando
salió Manuel de su cuarto y vio al compadre Gerónimo no lo podía creer estaba
vestido con un pantalón de cuero color negro, pegadito y una hebilla grande
dorada bruñida como cinturón de lucha libre; unas botas picudas de cocodrilo,
negras también y de lejos nomás le brillaba un anillo de oro en cada mano; una
camisa blanca vaquera con los hombros bordados en cuero negro formando unos caballos, con un corbatín
cerrado con herradura dorada y una tejana finísima, negra. Se quedó Manuel con
la boca abierta y le preguntó.
—¿Y
eso compadre, a donde vas tan elegante o te vas a volver a casar o qué, de
donde sacaste esas garras tan finas?
—No,
mi compa Mane, eso no es todo, ven a echarle un ojito acá afuera, nomás pa que
veas lo que traigo.
Al
salir a la puerta de su casa, afuera estaba una camioneta Hummer H2 de las más
lujosas, color negra, súper equipada, con vidrios polarizados, completamente
blindada.
Voltea
Gerónimo y le dice a Manuel,
—Eh, ¿cómo la ves?
—A
todo dar -contestó Manuel- y pos todo esto se me hace muy raro, ¿cómo le
hiciste, te sacaste la lotería o qué?
—¿Te
acuerdas que hace ocho días tu vites al tal Chapo en el jardín?
—¿A
poco lo denuciates?
—No
Mane, fui a buscarlo ese mesmo día y el hombre me saludó muy bien. Yo le
pregunté que si ya sabía que al que lo denunciara le iban a dar sesenta millones
y nomás se rio, me dijo ‘no les creas
eso, si tú trabajaras conmigo ganarías más dinero’ que lo único que tenía que
hacer era cuidarlo y manejar esa troca y me aventó un fajo de billetes y me
preguntó ‘¿quién te dijo eso?’ y pos le
comenté que habías sido tú, compadre. Luego me dijo ‘con esa lana cómprate una
ropa, la que más te guste y te pones a chambiar conmigo, ya después le vas a
llevar un recado a tu compadre de parte mía’, y pos aquí estoy para darte el
recado, compadre Mane. Pos dice el famoso Chapo, ahora mi patrón, que yo como
soy su encargado de la seguridad que venga y te diga que si por alguna razón lo
denuncias, quiere que sepas que te va a cargar la chingada a ti y a toda tu
parentela y el mero que se va a encargar de ponerles en toda su madre, pos soy
yo, tu mero servidor, con este fierrito que me prestó. Y si no sabe lo qué es
yo mesmo de una vez se lo digo: es una pistola 45 con cachas de oro. Así que ya
lo sabe, pinche compadre, cállese el hocico y bájele a su pedo o se lo carga el
payaso.
POLIRETOCADA
Patricia
Ruíz Hernández
El
aeropuerto se encontraba abarrotado. Entre
la multitud se distinguía Sandra, una mujer de treinta y cinco años,
atractiva, soltera, quien cuidaba en extremo su arreglo personal. Portaba
vestuario un tanto llamativo para el promedio de mujeres que caminaban por los
pasillos y, cuando viajan, prefieren
hacerlo de manera cómoda, con ropa deportiva, calzado tenis y sin
maquillaje. En cambio Sandra nunca perdía el glamur, su cabello recién pasó por
la secadora, las tenazas y una nube de spray; en toda ocasión usaba tacón de
quince centímetros, aun cuando fuera
totalmente inconveniente, como en un paseo por la playa o un día de campo. Debía tomar un avión a la ciudad de Los
Ángeles, pues tenía cita con un prestigiado
médico y después aprovecharía
para ir de compras. Con frecuencia viajaba por placer o para adquirir ropa y
accesorios. Gozaba de una posición económica muy buena ya que sus padres le
heredaron un patrimonio considerable.
Un
tanto impaciente por la lentitud con que el personal del aeropuerto atendía,
esperaba su turno para pasar por el filtro de seguridad. Cuando le tocó la
revisión, el empleado le solicitó el pasaporte y ella lo entregó, enseguida lo
revisó minuciosamente.
—¿Es su pasaporte vigente?
—Ajá,
¿qué no ve lo sellos?
—Disculpe
señorita, ¿me puede acompañar a la oficina?
—¿Hay
algún problema?
—En
un momento lo resolvemos.
—Lo
hago a usted responsable si pierdo el vuelo, por su ineptitud –dijo enojada.
El
empleado acudió con el jefe de seguridad para mostrar el pasaporte, explicando
que la foto no correspondía con la mujer que tiene enfrente.
—¿Es
usted Sandra Del Valle? -interrogó el
jefe de seguridad.
—Sí.
—¿Puede
explicar por qué la persona que aparece en la fotografía no es usted?
—Por
supuesto que soy yo.
—Es
normal que las damas cambien su aspecto, pero esto se sale de toda proporción.
Siguió
un largo interrogatorio para aclarar el malentendido, quizá fuera necesaria la
presentación de otros documentos o el reconocimiento de las huellas dactilares.
Sandra recordó cómo llegó a esta situación y así lo narró al oficial del
aeropuerto.
Dos
meses antes se encontraba postrada en la cama de un hospital, después de salir
del quirófano donde se sometió a una intervención quirúrgica estética del
rostro, que a decir de los médicos fue todo un éxito. Conectada al suero, por
enésima vez padeció dolor, no obstante lo soportó con entereza, pues sabía que
era el precio que tenía que pagar. Los siguientes días fueron de molestias e
incomodidades, su cara estaba hinchada y
amoratada, no era la primera vez que vivió esto, y seguramente no sería la
última.
Más
tarde, llegó su amiga Cecilia. A pesar de contar con numerosos conocidos y
supuestos amigos, ella era la única que la visitaba, aquí se aplicaba lo de en
la cama y en la cárcel se conoce a los amigos. Intentando ser útil le ofreció
algo de comer, pero Sandra lo rechazó.
—Odio
la dieta del hospital, ¡No me gusta! -exclamó Sandra
—Trata de probar un poco, una vez que salgas,
comerás lo que te gusta. En unos días el doctor te retirará los puntos.
—Debo
contarte que antes de esta operación, fui con otro doctor que me sermoneó,
según él es innecesaria cualquier intervención quirúrgica, me dijo que no debo
arriesgar mi vida. El infeliz mencionó
que necesito tratamiento psicológico porque soy adicta a las cirugías
estéticas.
—Yo
no te juzgo, tú decides lo que es mejor para ti, si te hace feliz operarte pues
hazlo, es tu dinero y tu cuerpo.
—Gracias
por tu apoyo. Así que mandé a volar a ese doctorcito y me busqué otro.
Sandra
tenía la ilusión de verse al espejo y encontrar un rostro y cuerpo hermoso.
Cuando veía su reflejo, solía sufrir depresión, todo en ella le
desagradaba. Sin embargo, no tenía por qué resignarse, la ciencia
médica debía estar a su servicio, no escatimaría esfuerzos, costara lo que
costara. Se soñaba bella y perfecta, sin
los defectos de nacimiento. Hay quien estúpidamente llamaba a su padecimiento
obsesión.
—Las
personas que conozco no me expresan honestamente lo que piensan de mí, hablan a
mis espaldas, los escucho cuando dicen que soy narcisista, vanidosa y adicta al
bisturí. Son crueles conmigo, hasta me han llamado mutante o adefesio.
Cecilia
no dijo nada, su papel era apoyar a su amiga, aunque sabía perfectamente que
abusaba de las cirugías. Creía que no tiene caso hablarle con la verdad, pues
Sandra estaba acostumbrada a hacer su voluntad, no entendía razones y lo único
que provocaría sería perder su amistad.
Por
su parte, Sandra debía soportar las burlas y las murmuraciones de las personas
que cuchicheaban a sus espaldas, pero después de todo lo que ha sufrido, confía
en el futuro. Será feliz cuando se convierta en una hermosa mujer. Ella se consideraba como una oruga, deslucida
y fea, pero tiene esperanza que ocurra el milagro de la transformación y al
igual que una mariposa, surja de los vendajes convertida en un ser bello, sólo
tiene que ser paciente y esperar con optimismo la metamorfosis.
El
jefe de seguridad finalmente pudo observar en su cara algún rastro de lo que
ella fue, convencido de su identidad le permitió partir.
*Textos publicados en El Sol del Bajío, Celaya, Gto.
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