domingo, 17 de septiembre de 2017

ANDAMOS COMO ANDAMOS


ANDAMOS COMO ANDAMOS

“Andamos como andamos porque somos como somos.”
El filósofo de Güemes


MANUEL Y GERÓNIMO
Lalo Vázquez G.

Manuel y Gerónimo son dos viejos compadres que se conocen desde chiquillos y siempre han vivido en el mismo ranchito toda la vida.  Un lugar que está olvidado por el gobierno del estado de Guanajuato. Donde nunca pasa algo. Hace apenas un año que les pusieron la electricidad y una que otra persona tiene su televisor. La gente se dedica al campo y eso sí, todos son muy trabajadores. Pero el campo es muy difícil, no da mucho dinero como para hacerse rico y menos con las pocas tierras que tiene cada habitante. ¡Ah! pero eso sí, el ranchito tiene su templo y su bonito jardín que es lugar de reunión de todos lo que ahí viven.
Un día, como cualquiera de los que pasan en el rancho, venia corriendo Manuel rumbo a la casa de su compadre Gerónimo, buscándolo, todo agitado de la carrera que traía. Al llegar a la casa se asomó al corral que tenía una barda de piedra no muy alta, ahí vio a Gerónimo que le estaba dando de comer a unos guajolotes y le grito
 —Geró, Geró ven pa acá, ¿a quién crees que me acabo de encontrar?, ni me lo vas a creer.
 —Cálmate, Mane ¿pos qué traes?
  ̶ ¿Si te acuerdas que dijeron en la tele que un tal Chapo se escapó de la cárcel, un guey pelón?
—¡Ah!, pos creo que sí, ¡hey! Sí, sí que me acuerdo.
—Acuérdate Geró que por ese fulano están dando sesenta millones de pesos de recompensa, hasta dijeron que esa cantidá era la más alta en toda la historia del país, que nunca habían dado tanto dinero.
—¿Y eso qué pues, o qué?
—Pos que el señor ese pelón que se escapó, está sentado ahí en el jardín. Yo mesmo lo vide con estos ojos que se han de comer los gusanos, está con una bola de pelaos mal encarados y todos andan armaos, pero están muy quitados de la pena tomándose unas birongas. Y ahorita mesmo lo voy a denunciar, pero la cosa es que no sé ni a donde tiene uno que llamar, ¿tú no sabrás a que número de teléfono se reportan las gentes que se escapan de la cárcel? ¡Me van a dar sesenta millones! Si tú te sabes el teléfono pos ahí te doy unos mil pesos, ¿cómo ves?, ¿le entras?   
—No, Mane, sesenta millones es muncho dinero; nomas imagínate si te dan todo eso no va a faltar quien te secuestre o no vaya a ser el diablo que hasta te maten por ahí. Además nomas piénsale, ¿onde vas a guardar tantísimo dinero? Y los fulanos esos con los que anda ¿tú crees que se van a quedar muy tranquilos? No, Mane, ni te metas en eso, yo creo que pones en riesgo a tu familia, a tus carnales y pos hasta a los del rancho y a mí también, olvídate Mane, olvídate.
—Hey, pue que tengas razón, no había pensado en eso, ¡sí! sesenta millones es harto dinero, ni modo de tenerlo abajo del colchón. Ya ves que se me fregó la puerta de la casa. Ahora que llovió se hinchó con el agua y ya no cierra, y sí, compa Geró, tienes muncha razón; pa que los arriesgo a todos, voy a hacer de cuenta que nunca lo miré al fulano.

Transcurrió toda la semana sin que los compadres se vieran y era muy raro porque todos los días platicaban. Si no era en el jardín del rancho, era en la casa de cualquiera de los dos. Cuando de pronto de oyó un grito en la casa de Manuel.
—Compadre Mane, compadre Mane, on tá. 
—Acá en mi cuarto, compadre Geró, pásele.
—Venga pa acá, compadre, aquí lo espero.
Cuando salió Manuel de su cuarto y vio al compadre Gerónimo no lo podía creer estaba vestido con un pantalón de cuero color negro, pegadito y una hebilla grande dorada bruñida como cinturón de lucha libre; unas botas picudas de cocodrilo, negras también y de lejos nomás le brillaba un anillo de oro en cada mano; una camisa blanca vaquera con los hombros bordados en cuero negro  formando unos caballos, con un corbatín cerrado con herradura dorada y una tejana finísima, negra. Se quedó Manuel con la boca abierta y le preguntó.
—¿Y eso compadre, a donde vas tan elegante o te vas a volver a casar o qué, de donde sacaste esas garras tan finas?
—No, mi compa Mane, eso no es todo, ven a echarle un ojito acá afuera, nomás pa que veas lo que traigo.

Al salir a la puerta de su casa, afuera estaba una camioneta Hummer H2 de las más lujosas, color negra, súper equipada, con vidrios polarizados, completamente blindada.
Voltea Gerónimo y le dice a Manuel,
 —Eh, ¿cómo la ves?
—A todo dar -contestó Manuel- y pos todo esto se me hace muy raro, ¿cómo le hiciste, te sacaste la lotería o qué?
—¿Te acuerdas que hace ocho días tu vites al tal Chapo en el jardín?
—¿A poco lo denuciates?
—No Mane, fui a buscarlo ese mesmo día y el hombre me saludó muy bien. Yo le pregunté que si ya sabía que al que lo denunciara le iban a dar sesenta millones y nomás se rio, me dijo  ‘no les creas eso, si tú trabajaras conmigo ganarías más dinero’ que lo único que tenía que hacer era cuidarlo y manejar esa troca y me aventó un fajo de billetes y me preguntó  ‘¿quién te dijo eso?’ y pos le comenté que habías sido tú, compadre. Luego me dijo ‘con esa lana cómprate una ropa, la que más te guste y te pones a chambiar conmigo, ya después le vas a llevar un recado a tu compadre de parte mía’, y pos aquí estoy para darte el recado, compadre Mane. Pos dice el famoso Chapo, ahora mi patrón, que yo como soy su encargado de la seguridad que venga y te diga que si por alguna razón lo denuncias, quiere que sepas que te va a cargar la chingada a ti y a toda tu parentela y el mero que se va a encargar de ponerles en toda su madre, pos soy yo, tu mero servidor, con este fierrito que me prestó. Y si no sabe lo qué es yo mesmo de una vez se lo digo: es una pistola 45 con cachas de oro. Así que ya lo sabe, pinche compadre, cállese el hocico y bájele a su pedo o se lo carga el payaso.




POLIRETOCADA
Patricia Ruíz Hernández

El aeropuerto se encontraba abarrotado. Entre  la multitud se distinguía Sandra, una mujer de treinta y cinco años, atractiva, soltera, quien cuidaba en extremo su arreglo personal. Portaba vestuario un tanto llamativo para el promedio de mujeres que caminaban por los pasillos y, cuando viajan, prefieren  hacerlo de manera cómoda, con ropa deportiva, calzado tenis y sin maquillaje. En cambio Sandra nunca perdía el glamur, su cabello recién pasó por la secadora, las tenazas y una nube de spray; en toda ocasión usaba tacón de quince centímetros,  aun cuando fuera totalmente inconveniente, como en un paseo por la playa o un día de campo.  Debía tomar un avión a la ciudad de Los Ángeles, pues tenía cita con un prestigiado  médico  y después aprovecharía para ir de compras. Con frecuencia viajaba por placer o para adquirir ropa y accesorios. Gozaba de una posición económica muy buena ya que sus padres le heredaron un patrimonio considerable.   
Un tanto impaciente por la lentitud con que el personal del aeropuerto atendía, esperaba su turno para pasar por el filtro de seguridad. Cuando le tocó la revisión, el empleado le solicitó el pasaporte y ella lo entregó, enseguida lo revisó minuciosamente.
 —¿Es su pasaporte vigente?
—Ajá, ¿qué no ve lo sellos?
—Disculpe señorita, ¿me puede acompañar a la oficina?
—¿Hay algún problema?
—En un momento lo resolvemos.
—Lo hago a usted responsable si pierdo el vuelo, por su ineptitud –dijo enojada.
El empleado acudió con el jefe de seguridad para mostrar el pasaporte, explicando que la foto no correspondía con la mujer que tiene enfrente.
—¿Es usted Sandra Del Valle?  -interrogó el jefe de seguridad.
—Sí.
—¿Puede explicar por qué la persona que aparece en la fotografía no es usted?
—Por supuesto que soy yo.
—Es normal que las damas cambien su aspecto, pero esto se sale de toda proporción.
Siguió un largo interrogatorio para aclarar el malentendido, quizá fuera necesaria la presentación de otros documentos o el reconocimiento de las huellas dactilares. Sandra recordó cómo llegó a esta situación y así lo narró al oficial del aeropuerto.

Dos meses antes se encontraba postrada en la cama de un hospital, después de salir del quirófano donde se sometió a una intervención quirúrgica estética del rostro, que a decir de los médicos fue todo un éxito. Conectada al suero, por enésima vez padeció dolor, no obstante lo soportó con entereza, pues sabía que era el precio que tenía que pagar. Los siguientes días fueron de molestias e incomodidades, su cara estaba  hinchada y amoratada, no era la primera vez que vivió esto, y seguramente no sería la última.
Más tarde, llegó su amiga Cecilia. A pesar de contar con numerosos conocidos y supuestos amigos, ella era la única que la visitaba, aquí se aplicaba lo de en la cama y en la cárcel se conoce a los amigos. Intentando ser útil le ofreció algo de comer, pero Sandra lo rechazó. 
—Odio la dieta del hospital, ¡No me gusta! -exclamó Sandra
 —Trata de probar un poco, una vez que salgas, comerás lo que te gusta. En unos días el doctor te retirará los puntos.
—Debo contarte que antes de esta operación, fui con otro doctor que me sermoneó, según él es innecesaria cualquier intervención quirúrgica, me dijo que no debo arriesgar mi vida.  El infeliz mencionó que necesito tratamiento psicológico porque soy adicta a las cirugías estéticas.
—Yo no te juzgo, tú decides lo que es mejor para ti, si te hace feliz operarte pues hazlo, es tu dinero y tu cuerpo.
—Gracias por tu apoyo. Así que mandé a volar a ese doctorcito y me busqué otro.


Sandra tenía la ilusión de verse al espejo y encontrar un rostro y cuerpo hermoso. Cuando veía su reflejo, solía sufrir depresión, todo en ella le desagradaba.  Sin embargo,  no tenía por qué resignarse, la ciencia médica debía estar a su servicio, no escatimaría esfuerzos, costara lo que costara.  Se soñaba bella y perfecta, sin los defectos de nacimiento. Hay quien estúpidamente llamaba a su padecimiento obsesión.
—Las personas que conozco no me expresan honestamente lo que piensan de mí, hablan a mis espaldas, los escucho cuando dicen que soy narcisista, vanidosa y adicta al bisturí. Son crueles conmigo, hasta me han llamado mutante o adefesio. 
Cecilia no dijo nada, su papel era apoyar a su amiga, aunque sabía perfectamente que abusaba de las cirugías. Creía que no tiene caso hablarle con la verdad, pues Sandra estaba acostumbrada a hacer su voluntad, no entendía razones y lo único que provocaría sería perder su amistad.
Por su parte, Sandra debía soportar las burlas y las murmuraciones de las personas que cuchicheaban a sus espaldas, pero después de todo lo que ha sufrido, confía en el futuro. Será feliz cuando se convierta en una hermosa mujer.  Ella se consideraba como una oruga, deslucida y fea, pero tiene esperanza que ocurra el milagro de la transformación y al igual que una mariposa, surja de los vendajes convertida en un ser bello, sólo tiene que ser paciente y esperar con optimismo la metamorfosis.


El jefe de seguridad finalmente pudo observar en su cara algún rastro de lo que ella fue, convencido de su identidad le permitió partir.



*Textos publicados en El Sol del Bajío, Celaya, Gto.

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