domingo, 27 de septiembre de 2015

LA CONVERSACIÓN QUE NUNCA TENDREMOS


LA CONVERSACIÓN QUE NUNCA TENDREMOS
-El Diezmo de los poetas-

“El segundo invierno de poesía fue de una blancura resplandeciente. Nevó más de lo habitual.
Una noche de diciembre, la joven de la fuente lo inició en el amor. Su piel tenía el sabor del melocotón. Yuko besó su seno blanco, tomó en su boca un pezón y lo chupó como si fuese un limón de luna. No lo soltó hasta el alba.”
-Maxence Fermine, Nieve.

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VOYEUR
Salvador Pérez Melesio

Estos ojos míos
se posan como cuervos
en tu escote
pero no te devoran
en un festín
de faunos licenciosos,
son más bien
los ministros de tu culto
que presiden la liturgia
solemne de mirar.

En ti nacen y se agotan
los oficios,
te conocen de memoria,
de todos tus ríos han bebido,
en tus claustros se enclaustraron,
son peregrinos
en el valle de tus misterios;
por defender el derecho
de contemplar
tus cordilleras tentación-y-púlpito
declararían una nueva
guerra santa.

Estos ojos míos
no te toman por asalto,
con humildad
te ungen
el aceite tibio de su mirada
que huele a canela y sándalo
y te provoca
o te asusta
el lenguaje abstracto
de esa caricia
urgente y venial.

Pero
cuando no te miro
mis ojos son jinetes sin apocalipsis
montados en omegas perpetuas
como dos aerolitos
sin rumbo
y tú ya no eres
ni diosa
ni santuario,
sólo una chispa
aroma pasajero del incienso
canto fugitivo
de un poema.

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DUEÑOS DEL ALBA
Javier Aranda

I
Te veo sobre el buen día, en el alba te veo,
iracunda, gloriosa, cómplice de las flores,
irrompible del miedo
y fruto de la solemne noche.

Este amor es de hambre, de vuelos en el cielo;
extensión bajo el crepúsculo de tus sueños desnudos,
este amor no tiene solución ni muerte,
pero es poesía entre la combustión de las sabanas.

II
Es hora de entender que las sombras no dañan
sino son el sendero del arcoíris sin lamentos
donde nacen las estrellas más brillosas,
ellas serán las venas de sangre pura,
o quizá, otro cuerpo lleno de retozos
y de lunas crecientes, sin miseria, sin turbulencias
con los dientes amarrados, sin dolor, con dulce calma.

III
Te declaro la paz y la guerra en la penumbra.
Nos amamos sin piedad frente a la guadaña del tiempo,
no somos abatidos por la noche.
Todo es hermoso al ver con sus ojos los sueños, las preguntas
y el agua de nuestros desvelos.

IV
Hoy al tocar su cuerpo, me sentí sin piel
porque ella arrancó la mía y la dejo colgada en la luna.
Después nos bañamos para jugando con los quiero,
navegamos en lo perdido y lo ganado,
y vuelven las sonrisas
y con ellas, el amor resplandece
para llegar al final del día con los ojos intactos.

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PARAÍSO DESMANTELADO
Martín Campa

UNO
Eva, préstame el estambre de tu sombra
para tejer nuevamente tu gloriosa hermosura
y el color de tu paraíso desmantelado.

Permíteme desempolvar el laberinto de tu oído
y recalentar la sal de tus océanos.

Concédeme restaurar tu cintura:
casa de nubes y pelícanos;
y reconstruir el oro de tu talle
para que no olvides nuestra historia.

Te regalo un ramo de sueños
y el humilde fulgor de mis recuerdos.
Mi dolor recién impreso en azogue.
Un peso de plata y otro de luna.
Un canto de selva, un canto de sol.

Te regalo mi mano izquierda, mi pie derecho;
el brillante secreto de mi palabra:
carne y voz de tormenta.

Te obsequio todo esto
para que sepas que me marchito sin tu presencia.
Y sepas también, Eva, que no ambiciono la plata
que guardas en la celda de tu ombligo,
pues sólo anhelo fallecer abrasado
con el reflejo del alcatraz
que ostentas bajo tu falda.

DOS
Muérete conmigo,
ánclame al sol que es llama en tu vientre.

Déjame apretarte el pezón izquierdo
hasta que mis dedos se ahoguen
en ese glorioso néctar
y bebamos esta noche de esa lluvia
que hoy nos obsequia el verano.

Déjame ser el impetuoso torbellino
que sin ti no es nadie;
sedúceme, carne en erupción por vez primera,
y traza (insaciable) un arcoíris en mi pelvis.

Flor de música enardecida,
sopla despacio en mis huesos
para arder nuevamente contigo,
mientras cabalgamos hacia ese precipicio
llamado frenesí.

Universo de aromas y secretos,
no pares que aún no termina esta fiesta.

Sigamos cayéndonos uno encima del otro.
Sigamos gozando hasta quedar contagiados
con esa fiebre que se cura
sólo con inyecciones de pasión.

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ALMÍBAR NARANJA
Julio Edgar Méndez

Me dijo con voz firme: no existo.
Fue sólo una voz en un dueto, un texto sin brújula,
una mirada desde el arco perfecto entre sus pies y mi asombro,
un beso a destiempo.
Labios de almíbar naranja tatuados sobre los míos para siempre.

No quiso pensarme siquiera.
No quise retarla; sólo dije lo simple, lo obvio,
lo mismo que cien trenes juntos pasados de andén.
Tuve miedo, miedo a tenerla por unos segundos,
miedo de no ser eterno.
Ni siquiera le hablé de mis sueños,
ni ella me habló de los suyos,
fuimos dos sombras cruzadas que nunca chocaron.

Y no puedo escribir valses oscuros para ella.
¿Cómo? Si verla es vivir, si oírla es soñar, lejana,
misteriosa, insondable,
renuente a ella misma.

No te vayas, la historia se acaba cuando termina,
ni te apresures en pos de quimeras,
el tiempo nos llega en oleadas de mares abiertos,
nos avasalla.
Espera... ¿Escuchas desde tu ventana ese mar de mi alma?
Son cinco segundos los necesarios para vivir una vida,
un beso fuera de tiempo, un instante preciso,
una daga clavada forever en mi garganta, un ripio,
un “dulces sueños” en idioma extranjero,
una llama en el pecho.

No entiendo,
todo nos llega al cuarto para las doce,
tarde, tal vez demasiado,
tal vez las vueltas al sol nos revientan,
nos ponen vendajes sobre las ventanas de la paciencia,
inciden hambrientas en nuestro cuerpo agostado,
nos secan...

Y largamente el olvido no llega, no sirve, no brinda consuelo,
nos tira migajas de simples recuerdos, de risas,
noches enteras perdidas en esgrimas verbales;
cuando pudimos volar con los labios,
rozarnos hasta ponerle color al blanco de nuestros sexos;
descubrir nuestras armas, matarnos despacio en la cama,
en el suelo, sobre los muebles,
tumbando los libros que nunca leímos,
con nuestras pieles expuestas.

Con fuerza
-domando el volcán que te sale del pecho-
saciarte,
llenándote toda de lluvia de mis entrañas.
Lluvia distinta que impregna esta noche mis ojos,
cuando dije que te iba a leer “los versos más tristes...”,
los versos que alguien,
en alguna otra vida,
dirá a tus oídos.
Tú sonreirás, te sentirás ya completa,
mientras mis flores se tiñen de olvido
debajo de cualquier piedra,
en alguna ciudad, en cualquier cementerio.

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TARDE O NOCHE
Irvin Estrada

En el  atardecer mueren las palabras
el asfalto arde
comienza un duelo en el horizonte
las pieles se van quemando.

Los árboles rompen el silencio
respiran su tiempo perdido
la savia del hombre moja la tierra
todos ellos  caminan hacia la noche.

El agua agujera el polvo en gotas grises
caricias soslayadas: no hay tiempo
nace la música de los ojos del cielo
afuera llueve  y tú no miras.

Nuestras bocas se secan, se encajan
sólo te pido un instante de tus ojos
se va escurriendo un beso en la alcantarilla
escucho el viento llorar encima.

Las nubes duermen, el aire lacera
pido que la tarde no entristezca hoy
las luces de los hombres matan este silencio
quiero seguir viendo la luz del día.

Un pájaro canta conmigo y ve caer la noche
y yo me quedo aquí, esperando
mientras la luna derrite, triste,
la conversación que nunca tendremos.

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Y ME QUITARÉ GENTIL LA MEMORIA
Rafael Aguilera Mendoza

Es la hora en que la luna
se posa en los postes
y escurre intermitente de la fronda.
La luna llena tu seno de soles,
esos soles inundan mi lívido
que acude a la cita en su punto.
Deleitarse en tu regazo
es calmar la sed urgente
en un manantial virgen;
es libar la ambrosía,
es saborear el maná.

Tú finges dormir, suspiras,
te estremeces y sueñas
que un dios te fecunda
disfrazado de lluvia de oro.

Mañana te sentirás muy culpable
de tu afición a las lecturas mitológicas,
pero no sufras si vas con tu novio
al encontrarnos en una avenida.
Cortésmente les cederé la banqueta

y me quitaré gentil la memoria.

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