lunes, 29 de octubre de 2012

Sol del Bajío, Domingo 28 de Octubre 2012

DIEZMO DE PALABRAS

NO ESTABAN MUERTOS, ANDABAN DE PARRANDA

“Conforme vayas repitiendo las palabras que yo diga, te irás quedando dormida. Sentirás como si tú misma te arrullaras. Y ya que te duermas nadie te despertará . . . Nunca volverás a despertar.”
Pedro Páramo,  Juan Rulfo.

La muerte llega siempre temprano. Nadie la espera, nadie la extraña. Pero en México es bienvenida, ya sea vestida a todo lujo, como Catrina, o desvestida hasta los huesos. Los muertos regresan una vez al año, las tumbas se adornan para recibir a los parientes difuntos, los vivos conviven con los muertos. Se arman las pachangas al estilo Posada, las calacas bailan y beben. Por todo el país se arman altares con calaveritas de azúcar, con panes, ataúdes, muñecos en forma de esqueletos, niños y grandes disfrutan de la tradición de honrar a nuestros muertos. Se visitan los panteones, hacen su agosto las florerías, sentimos que no estaban muertos sino que andaban de parranda. La muerte es socialista, agarra parejo ricos y pobres, no discrimina sanos o enfermos, le gustan los hombres y las mujeres, es promiscua, se tumba a varios de un jalón, visita en solitario y descaradamente en proyección nacional, es imposible hacerle trampa, a menos que seas el criminal más buscado y entonces te puedes morir pero sin que te mueras, al fin que la vida es el reality show más inverosímil de todos.
            Pedro Páramo se desmorona y Comala nos recuerda que es mejor no volver a ciertos lugares. “Al primer muerto nunca lo olvidamos, / aunque muera de rayo, tan aprisa / que no alcance la cama ni los óleos”. Octavio Paz lo dijo, pero la verdad es que sí los olvidamos. Una vez al año brindamos con lo que tengamos a la mano, les lloramos, las iglesias se llenan de arrepentimientos elevados en incienso, nadie quiere creer que ya es tarde. Los muertos no vuelven, somos nosotros quienes los alcanzamos.
Julio Edgar Méndez

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EL HOSPITAL DE LOS PODRIDOS
(Fragmento)
Herminio Martínez

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Una de mujer está bien suata. Imagínese si no: le platiqué a una comadre mía que a mi muchacho no se le pegaban las tablas de multiplicar y ella me aconsejó que le diera en ayunas un plato de resistol. Y así lo hice. Lo garrotié primero bien garrotiado para que no me dejara nada. Únicamente le puse tantita azúcar para que no le supiera tan feo, y lo seguí garrotiando hasta que lo vi lamer el fondo del plato. Pero también aquí están los resultados. Nada más se arqueó y me dijo: “¡Ay, mamá, me muero!”. Es el mayor de los cinco que Agustín y yo tenemos. Nadie más para ayudar al sostenimiento de la casa. Él ya sabe desquelitar la tierra y hasta arrear la yunta. Mi marido ahora no trabaja, porque dice que le debe a la vida tres meses de sueño y que le está pagando antes de que ésta le suba los intereses. Nada más se asoma al corral o entra a la cocina a ver qué encuentra de comer, para enseguida regresar a la cama a seguir pagando su deuda. Otro hijo, el que le sigue a éste, está también bien malo. Es una tos horrible, que allá, en el rancho de donde somos, conocemos como “la tos de fierro”, porque al oírla, parece que estuvieran apedreando una campana. Hay tiempos en que se le calma tantito y otros en que le pega tan fuerte, que el pobre se pone morado y arroja unas flemas verdes que ni los perros se tragan.
Acá nos trajo un lechero. ¡Ánimas benditas que pronto me den esperanzas!, porque el dinero de los guajolotes ya se acabó Y las señoritas de la oficina me dijeron que aquí no dan nada gratis. Que voy a tener qué pagar quién sabe cuántos miles. A uno de pobre nadie le presta, así sea un lazo para ahorcarse lo que ande uno pidiendo. Esa es otra apuración que traigo aquí clavada

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EL TALLER DE LITERATURA DE HORROR
Enrique R. Soriano Valencia

            El relato no gustó mucho a los integrantes del taller literario. Se vieron unos a otros cuando el autor finalizó de leerlo frente a los demás. Era decepcionante. Todos habían esperado un texto de terror, horror, misterio, macabro o fantasía con muertos vivientes y aparecidos. Pero, no. Ahí solo había un relato con un panteón de protagonista, unos muchachos que se habían aventurado a penetrarlo por la noche y la conclusión de que nada hay sobrenatural, que todo es producto de nuestros propios miedos e imaginación.
–Pues no está mal escrito… pero como que… pues, cómo decirlo. ¡A ver!, cuando se acerca el uno y dos de noviembre, nuestros lectores siempre esperan relatos que les haga temblar. Es lo propio de estos días –dijo el coordinador de ese taller literario, Julián–. Pero con esto se le quita todo el encanto, bueno, el macabro encanto, a fechas tan tradicionales en nuestra cultura. El Día de Muertos se fortalece cada que se escucha una idea original. Pero este relato, porque ni siquiera es un cuento, echa por tierra todo. Le quita el chiste a estos días.
–Es que a la gente debemos hacerle entender que los miedos vienen de dentro y no de fuera –se defendió el autor, Ricardo–. Lo muerto, muerto está y no puede provocar, producir o generar algún tipo de fenómeno. Es fundamental hacer consciencia en la gente. No existen las apariciones y es muy importante que la gente vaya desterrando esas ideas. La amenaza está en los vivos, en las manías, obsesiones, frustraciones, manías y todo tipo de desequilibrios mentales.
–Estoy de acuerdo contigo –intervino Hernando–. Pero este es un taller literario, envidiado e imitado por otros de la localidad. La fantasía creativa es nuestra principal aliada. Verne, el padre de la ciencia ficción, no tuvo verdaderamente que viajar al centro de la Tierra para describirla o viajar en el Nautilius para convencernos de los paisajes oceánicos y de las situaciones en las que involucra a sus personajes. Sus lecturas de ciencias, le permitió imaginar las situaciones. Usar la fantasía es imperativo en nuestra labor.
–Pues yo sí creo en los aparecidos y los seres de ultratumba –confesó Brisa–. Yo no sería capaz, como tus personajes, de ir al panteón de noche, por mucho aniversario y tradición que haya en Celaya.
–¡Ese es el punto, precisamente! –tomó la palabra de nuevo Ricardo–. Porque todavía subsisten esos pensamientos mágicos es que aún existen los miedos. Debemos combatir esas ideas con nuestro quehacer.
–Pues yo no sería capaz ni siquiera de venir a este lugar, si no estuvieran ustedes –comentó Cantos–. De esta vieja casona, que fue cárcel en otros tiempos, se cuentan que por la noche se oyen los gemidos de quienes aquí vivieron y murieron. Ruidos extraños se escuchan por las noches. Hay mucho sufrimiento en sus paredes como para que no suceda en absoluto algo.
–Me están dando la razón. Debemos cambiar esos pensamientos mágicos. Por eso a mis personajes los meto una noche de aniversario al panteón, a la hora que ya no hay gente, para que discutieran si las brujas existen o no. Es el lugar propicio y adecuado, porque así enfrentan sus miedos de forma racional, con argumentos. Y así descubren que la amenaza viene de los que viven, no de lo que está muerto.
–La idea no es mala– intervino Julián, queriendo conciliar–. Así los lectores se identifican con el ambiente macabro y entienden lo difícil que es poder comportarse racionalmente con tantas leyendas que hemos escuchado desde chicos de todos los rincones de Guanajuato. Por eso creo que en esas condiciones no podría imponerse la razón. Un panteón de noche impone, por muy racional que seas. Era más probable que terminaran desquiciados.
–Yo creo que sí es posible ser racional –insistió Ricardo–. Incluso les invito a que lo hagamos. Vayamos al panteón y en medio de ese lugar comprobemos que sí se puede hablar racionalmente del tema.
–¡Me niego! –de inmediato respondió Cantos.
–Yo tampoco iría –le siguió Brisa.
–Umberto Eco, en Confesiones de un joven novelista –argumentó Ricardo– dice que para escribir el Péndulo de Focault debió recorrer la calles de París, donde ubica a sus personajes. Lo mismo antes, Milán Kundera en Cómo escribir una novela da una recomendación similar. Así que los invito a que vayamos al panteón ahora, hoy mismo. Así, verdaderamente podrán hablar de terror o de espantos. Solo se puede describir lo que se siente.
–Pero no lo hizo Verne así– insistió Hernando.
–Pero si tenemos la posibilidad de comprobarlo y experimentarlo, mejor. Él todo lo concluyó teóricamente. Me parece que puedes describir con mayor detalle todo si lo vives, si lo experimentas, si lo sientes. Ahí está Vargas Llosa y la demanda de su exesposa por la Tía Julia.
Los integrantes del taller se miraron unos a otros. La invitación no solo era inusual, francamente, tenía visos de una absoluta locura.
–No es problema para entrar– continuó Ricardo. –Conozco al velador, es mi tío. Veámonos en una hora ahí, en la entrada. Yo los espero al fondo, en la parte más oscura. No lleven ni linternas, ni cosas que hagan perder lo macabro del momento. Seremos auténticos autores de lo macabro.
No fue difícil que los nóveles escritores terminaran por aceptar, después de que el coordinador del taller se sintiera atraído por la idea. El argumento de los afamados escritores había terminado por convencerle.
Una hora después todos estaban en la entrada del panteón. Uno por uno fue tragado sin resistencia por la oscuridad. Desaparecieron de la entrada y no volvieron a dejar más huella. Ni una palabra, ni un sonido se les escuchó. Entraron convencidos que encontrarían al fondo esos sentimientos que debían describir vívidamente en sus relatos.
Solo al guardia extrañó encontrar la puerta abierta. No recordaba si la había cerrado antes o no. La rutina no deja recuerdos…
Las dos semanas siguientes, los que habían dejado de ir a la última sesión se extrañaron de no ver abierta, como cada martes, esa sección de la vieja Casa de la Cultura, para trabajar el taller de literatura. Tampoco la publicación semanal hizo su aparición en los días programados.  Eso alegró al maestro Graciel Macías Gantes, coordinador de otro buen taller. Sus integrantes sentían gran regocijo, pues sus principales competidores ya no publicaban y se había incorporado con ellos un joven que prometía mucho… se llamaba Ricardo.

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