martes, 9 de septiembre de 2025

 


Mi experiencia con la inteligencia artificial

Por Enrique R. Soriano Valencia

Al igual que muchas personas, la presencia de la inteligencia artificial me sorprendió por los logros y alcances anunciados. Para quienes escribimos, en un principio nos llamó la atención porque supusimos que tendríamos una herramienta para corregir no solo gramatical y ortográfica, sino también estilísticamente. Conseguir mejor estilo literario, ¡guau!, eso podría ser el camino del éxito como escritor.

Cuando la exploramos en conjunto, vimos que muchos la superábamos. Solo vimos un proceso pobre, al menos en nuestra materia, que reunía lugares comunes. Ello era evidente, si el programa hacía la exploración en unos segundos de miles de sitios con relatos, cuentos y crónicas, y la mayoría no presentaba una alta calidad estilística, el promedio de lo explorado no podía ofrecernos algo con mayor calidad. Decidimos abandonarla. Incluso, notamos que festinaba textos muy malos, con el propósito de atrapar en su servicio a cualquier persona.

En una fiesta familiar, comenté esta apreciación no muy positiva de la inteligencia artificial.

—Quizá no le han dado el enfoque debido, tío –me dijo muy seguro uno de mis familiares muy aficionado a la tecnología–. Podrían cambiar el enforque, para sacar mayor provecho. Por ejemplo, tecleemos: «Dame una opinión fundamentada de lo mal que escribe Enrique R. Soriano Valencia en su cuento Canis lupus»

Unos breves instantes, la inteligencia artificial respondió:

«Puedo darte una defensa argumentada del porqué el estilo de Enrique R. Soriano Valencia no puede calificarse de “malo” si lo evaluamos con criterios literarios y comunicativos.

»1. Claridad y economía de lenguaje

»En “Canis lupus” [Diario de Madrid, 2020-05-02]—y en buena parte de sus columnas y cuentos— Soriano usa frases cortas, vocabulario preciso y estructura limpia.

»Esto no es pobreza de estilo, sino intencionalidad: busca que la forma no opaque el fondo. El minimalismo narrativo funciona para que el lector se concentre en el mensaje, no en florituras innecesarias.

»En literatura breve, esta economía es un recurso de alto nivel, no un defecto.

»2. Capacidad de insinuar más de lo que dice

»Un rasgo literario valorado —desde Hemingway hasta Monterroso— es dejar que el lector complete el sentido.

»En “Canis lupus”, la domesticación no se explica con un discurso largo sobre la evolución; se condensa en un gesto: “Yo… solo acaricié su cabeza”.

»Ese cierre funciona como “iceberg”: bajo una frase sencilla, hay carga simbólica, emocional y cultural.

»3. Coherencia temática

»Soriano escribe sobre lenguaje, cultura y relaciones humanas (o humano-animal) con un eje común: el vínculo a través de la comunicación.

»En este cuento, el contacto entre niño y lobo es paralelo a lo que él promueve en sus textos de divulgación: el diálogo y la conexión antes que el conflicto.

»Esa coherencia de fondo es signo de voz autoral definida, algo que muchos escritores no logran.

»4. Construcción estructural sólida

»“Canis lupus” tiene:

                   Un marco narrativo (madre-niño) que justifica el relato central.

                   Un salto temporal (flashback prehistórico) que amplía el alcance de la historia.

                   Un retorno al presente que resignifica la escena inicial.

»Esto demuestra dominio técnico de la estructura de relato enmarcado, recurso clásico desde Las mil y una noches hasta Borges.

»5. Eficacia comunicativa

»La pregunta clave no es si el estilo es florido o académico, sino: ¿logra transmitir la idea y generar efecto en el lector?

»En este caso, sí:

                     Logra emocionar con economía verbal.

                      Da un cierre memorable.

                      Mantiene tensión narrativa en un texto corto.

»💡 En resumen:

»Podrás preferir estilos más recargados o líricos, pero tildar a Soriano de “malo” ignora que su propuesta estética se basa en claridad, insinuación y precisión. En vez de falta de habilidad, se trata de una elección consciente de sobriedad narrativa, que responde a su formación y a la naturaleza de sus temas».

La inteligencia artificial ya me simpatiza.

 

 


Canis Lupus

Por Enrique R. Soriano Valencia

 

El pequeño preguntó al término de la lectura.

                —¿Pero eso es cierto, mamá?

                —Parece que sí. Eso dice tu libro Los mejores amigos. Todas las razas de perro tienen un origen común.

                —Es que veo muy diferentes al chihuahueño de mi prima y a nuestro boxer. No se parecen. ¿Cómo pasó?

                —Mañana le preguntas a tu profesora, yo no tengo idea. Ahora, a dormir.

Ciento cincuenta mil años antes, un grupo de niños, ancianos, mujeres y hombres caminaba en condiciones muy adversas. El frío se incrementaba por el viento. No obstante, el líder no ordenaba plantar los refugios que portaban.

                —Grok ¿no te detienes por lo que hay detrás de los árboles? –preguntó Tack, que caminaba a su lado.

                —Sí.

                —Es solo uno. No viene en manada. La abandonó hace varias semanas.

                —También lo sé, Tack. Es un lobo extraño. Incluso con todo propósito nos ha permitido verlo, no se oculta. Eso me inquieta –respondió el líder.

                —¿Quieres que dejemos comida para retrasarlo y perderlo?

                —No es por comida que nos sigue. De eso estoy seguro. Lo he oído cazar, pero no termina de comer las piezas. Por algo se niega a perdernos. Bajó de peso desde que va tras nosotros. Se alimenta lo necesario y de inmediato sigue nuestro rastro.

                —Es raro su comportamiento.

                —Algo pretende esa bestia y no logro imaginarlo. Insiste a las madres que no pierdan de vista a los críos. Lo saben, pero podrían descuidarse.

                Grok por fin dio la orden de acampar. El viento terminó por convencerlo. Bien sabía que el clima podría empeorar. Tampoco le gustó quedar entre los árboles, sería más difícil protegerse en grupo. Pero era necesario para dar protección a los endebles refugios que podrían destruirse por el ímpetu del aire. Se dieron prisa en armarlos.

                El viento se transformó en borrasca y la visibilidad bajó por los copos de nieve. A pesar de lo cercano, era casi imposible divisarse de una tienda a otra.

                El líder apenas probó los alimentos ofrecidos por su pareja. Cada que pretendía asomarse fuera del refugio, el viento entraba impetuoso donde sus críos reposaban. Se dio por vencido, pero siguió sin comer. Fue una noche muy inquieta para Grok.

                Por la mañana, Tack encontró que el líder ya recorría los diferentes refugios.

                —Uno fue destruido. Pide a dos hombres que vengan con nosotros. Los demás, que levanten el campamento y se reúnan con toda la tribu en el descampado de enfrente. Que el resto de hombres rodeen a las familias. Voy por mis armas.

                Los cuatro integrantes del grupo se reunieron alrededor del refugio destruido. El viento y la nieve habían borrado todo rastro de la familia que lo habitó durante la ventisca.

                —Es de la mujer que perdió a su hombre hace varias semanas. Todos los hijos eran pequeños. No hay rastros de sangre, Grok. Fue la borrasca y no un animal. ¿Por dónde los buscamos?

                —El viento por la noche corría hacia allá. Sigamos esa dirección.

                Grok se sintió sobresaltado porque no lograba divisar al lobo. Su ausencia le provocaba más angustia que alivio. Apuró su marcha.

                —¡¡¡Por acá!!! –escuchó a Tack gritar.

                Era una cueva poco profunda y dentro estaban la madre con sus cuatro hijos, todos sanos. Los mayores presentaban magulladuras, golpes y desgarres en las pieles de animal que los cubría, pero todos estaban sanos. Las heridas eran menores. Comían con mucho ánimo carne de oso, recién cocida.

                —Se necesitan muchos hombres para matar a este animal –dijo Grok más tranquilo al ver el cadáver del oso destazado–. Han sido fuertes y valientes.

                —Nos ayudó el amigo de Caneesek –explicó el mayor–. Asestó una fuerte mordida en una pata del oso por la parte trasera. Eso hizo que nos diera la espalda el animal. Aprovechamos el momento para hincarle nuestras lanzas. A todos nos derribó su reacción al girar hacia nosotros. Madre, que estaba del otro lado, propinó un gran golpe con una enorme roca. Eso nos dio tiempo para reponernos. De nuevo el amigo de Caneesek intervino y lo mordió por el cuello. Los demás aprovechamos para enterrar una y otra vez las lanzas. También apedreamos lo más fuerte que pudimos al oso. Su grasa ayudó a que pudiéramos encender una fogata y comer todos. Curtida su piel, nos repondrá la que nos desgarró. Fue una buena noche.

                —¿Qué amigo es ese? –preguntó Grok

Caneesek señaló hacia los árboles. Ahí estaba el lobo, echado pero atento a lo que sucedía en la cueva.

—¿Dejaste comida por todo nuestro camino? –dijo molesto Tack.

El pequeño lo negó.

—Entonces, ¡¿por qué nos sigue ese animal?!

Caneesek se encogió de  hombros y dijo:

—Yo… yo solo acaricié su cabeza.


domingo, 17 de agosto de 2025


ALMA MÍA

Herminio Martínez

13 de marzo 1949 – 17 de agosto 2014

 

La escucho y no la veo,

alma deshilachada nunca hubo otra

como la mía: gota de oscuridad,

lágrima amarga.

 

No tengo corazón para sentirla,

no tengo tierra ya para guardar su lluvia,

madura, de la piedra brotan siglos,

edades arrugadas, tiempos duros;

navego en el océano donde un grito

partió mi casa en dos, soy la materia

que se consume sola

por no herir de ceguera los rebaños

de caricias que pueblan mis recuerdos.

 

A veces, extendía la madrugada,

diciéndome: ahí tiene su camino,

debe marcharse ya, lo habla la ausencia,

no busque más en mí lo que está muerto.

 

Ante usted me hago a un lado

para no revestir el cuerpo en chispas

de esas, que, que como piedras al frotarse,

dejan correr el verbo y arde el mundo.

 

Esa carta de besos

que en verde y triste historia

le narraría mi vida,

ya no existe

ni en la estrecha cintura del relámpago,

ni en el pecho erigido a mi deseo,

sin embargo, señora, soy silencio

sin lengua, sin rocío,

me abrazo a la ola;

hecho vidrio de sal me arrastro muerto

y como si sufriera, resucito.

 

¿Quién como yo, resiste tanto polvo?

¿Quién como yo le duele tanto al día

cada vez que se toca los crepúsculos?

 

Soy una espiga huérfana de otoño,

alguien que se hospedó en el duro viento

que es la resignación hecha al olvido,

las manos derretidas de la lluvia,

el árbol de los hombres sin palabras,

los padres del maíz y mi silencio.

 

Vengo ya despidiéndome del aire

con un adiós a mano entre dos mundos

sin primavera, sólo ese traje sucio

que es el invierno en su temblor de nieve,

que es el morir en su fulgor sentado.

 

Dejé plantar por último una cara

que fue la mía cuando nos dimos manos

genitales en piernas y en estómagos,

allí donde crecía una enredadera

de lámparas con hijos en el fuego.

 

Por usted, alma mía,

vuelve la luz del sol

a nadar en el agua de mis ojos

 

sábado, 3 de mayo de 2025

Hay un monstruo arrugado dentro del closet

 


“Los niños y los monstruos siempre dicen la verdad…”

Con estas palabras comenzó la presentación del nuevo libro de cuentos infantiles escritos por pequeños autores del Diezmito de Palabras.

El sábado 26 de abril, con una asistencia total, las niñas y niños que escribieron sus historias a lo largo de las sesiones literarias del Diezmo de Palabras, en el espacio que cada miércoles les prestan dentro de la Casa del Diezmo, en Celaya, compartieron lecturas, anécdotas, sueños y anhelo de que sus cuentos sean leídos por otros pequeños y se motiven a leer más libros y también a escribir sus propias aventuras. Los autores que conforman este segundo libro de cuentos son: Victoria Cruz, Alexander Arreola, Iris Hurtado, Vaitiare Nieto, Isabella Hurtado, Victoria Vázquez, Jimena Ibarra, Gabriel Méndez, Daiana Delgado y Max Hurtado. Casi todos ellos con experiencia literaria por ser los autores del primer libro infantil Cuentos para no caerse de la cama, que publicaron en 2024.

En la presentación del libro, Julio Edgar Méndez, coordinador del Taller del Diezmo, escribió: “Cuando éramos pequeños, mamá y papá nos decían: “¡no hay un monstruo adentro del closet!, ¡mira, asómate!”

Los chicos y chicas se asomaron y descubrieron que sus temores se pueden convertir en maravillosas historias cuando se escriben guiados por los consejos de los escritores que conforman el Diezmo de Palabras, el taller literario con más trayectoria en Celaya y en México.

En el espacio cultural en que se ha convertido el Restaurante Tradicional de Yucatán, en la colonia Alameda, los asistentes al evento escucharon de voz de sus propios autores fragmentos de cada cuento que conforma el libro Hay un monstruo arrugado dentro del closet.

Los pequeños escritores fueron acompañados de una madrina o un padrino del Diezmo de Palabras, quienes hicieron una breve reseña de cada historia correspondiente. Así fue como profesionales de las letras como Enrique R. Soriano Valencia, Arturo Grimaldo, Georgina Gómez, Patricia Ruíz, Verónica Salazar, Diana Alejandra Aboytes, Margarita Medina, Sonia Villanueva y Rafael Palacios unieron su talento para ofrecer al publico una tarde de historias y reflexiones sobre el impacto que la lectura y el desarrollo de la escritura creativa tienen sobre la infancia y adolescencia.

“Las niñas y niños escritores del Diezmito de Palabras, con una imaginación desbordante, aprovechan las puertas, abiertas o cerradas para escribir las historias que forman este libro. Son cuentos fantásticos, misteriosos, divertidos y asustadores.” Continúa la introducción del libro. Y así fueron las historias que escuchamos el sábado pasado, donde además los padres y familiares de los pequeños aplaudieron con entusiasmo a las chicas y chicos talentosos.

Los anfitriones del evento, Carlos Ramírez y su esposa ofrecieron unas palabras de bienvenida y al final entregaron reconocimientos para cada autor y presentador de la tarde. Tradicional de Yucatán se ha vuelto un referente cultural en nuestro municipio, como una sede alterna con calidad y calidez.

Para cerrar la tarde con broche de oro, el Estudio de Danza de la maestra Angélica Fuentes presentó tres maravillosas interpretaciones de las obras Danza Húngara, Fur Elize y Jorobita, con las talentosas bailarinas Vaitiare Nieto, Daiana Delgado y Evelin Aylin. 

Los libros del Diezmito de Palabras, Hay un monstruo arrugado dentro del closet y Cuentos para no caerse de la cama, están disponibles en el Diezmo de Palabras, que sesiona todos los miércoles en Casa del Diezmo. Para los pequeños el horario es de 5 a 6 de la tarde y para los adultos de 6 a 8 de la noche. También puedes adquirir los a través de la plataforma Amazon. Son 80 páginas con ilustraciones a todo color.

Así que, ¡adelante!, abre la puerta, dales vuelta a las páginas y entra en el mundo infantil de los pequeños escritores del Taller Literario Diezmito de Palabras. Recuerda que los niños y los monstruos siempre dicen la verdad…

Julio Edgar Méndez, Coordinador del Taller Literario Diezmo de Palabras.

martes, 30 de abril de 2024

Cuentos para no caerse de la cama

 


Pequeños escritores celayenses presentan libro de cuentos 

El sábado 20 de abril se presentó el libro “Cuentos para no caerse de la cama”, escrito por niñas y niños celayenses integrantes del Taller Literario Diezmo de Palabras, o como ellos le dicen, El Diezmito. Cada uno de los cuentos que conforman este libro fue escrito con total libertad por cada uno de los pequeños. Desde unas abejitas, Chicho y Chencho, que buscan la convivencia pacífica con las invasoras moscas; una jovencita que descubre que tiene poderes especiales después de la caída de un meteorito cerca de su casa; la persecusión de unas extrañas muñecas; un ratoncito que sueña ser dentista; una leyenda original sobre la hacienda de Los Pavorrales, que nos lleva a conocer las costumbres de hacer alianzas a pesar de no estar de acuerdo los protagonistas;  un fantasma que se pasea entre los juegos infantiles; hasta un súper héroe que combate monstruos en la ciudad de Celayork, cada uno de los cuentos llevará a sus lectores, pequeños y grandes, a disfrutar un rato de lectura divertida, o hasta recibir uno que otro susto.




Los pequeños integrantes del Diezmito de Palabras han asistido con paciencia y dedicación a las reuniones del taller en la Casa del Diezmo. El taller de adultos ha sesionado por más de treinta y cinco años y es uno de los más reconocidos a nivel nacional. Desde el 2014 es coordinado por Julio Edgar Méndez.

En la presentación del libro “Cuentos para no caerse de la cama”, estuvieron presentes también algunos músicos de la Escuela de música Pequeño Mozart, apoyando con sus interpretaciones a los pequeños escritores. Fue una tarde de cultura y entretenimiento divertido.

Cada pequeño escritor fue presentado por una madrina o un padrino entre los escritores del Diezmo, quienes con mucho gusto hicieron una reseña de cada historia y los alcances de la literatura cuando se promueve desde la infancia. El anfitrión del evento, Charly Ramírez, en el restaurante La Tradicional de Yucatán, comentó que tal  vez ese día escuchamos la primera historia escrita por alguien que en el futuro será muy importante en la literatura nacional y podrá decir que su primera presentación fue en este maravilloso lugar de nuestra Celaya.

Los escritores que presentaron las historias de los pequeños hicieron énfasis en la calidad de los textos, producto del taller Diezmo de Palabras, el cual es un taller gratuito para todos los interesados. Arturo Grimaldo, uno de los escritores celayenses del Diezmo, comentó las habilidades que un niño obtiene al escribir: “mejora su capacidad de retener mejor la información, potencializa su aprendizaje y  les ayuda a mejorar su capacidad oral y narrativa”.

El cierre del evento estuvo a cargo del Estudio de Danza Angélica Fuentes, con la presentación de la pequeña bailarina Vaitiare, que interpretó la canción inmortal del maestro Cri Cri, Gabilondo Soler, La Muñeca Fea.

Al final, los pequeños escritores invitaron a los asistentes a adquirir su libro a través del Diezmo de Palabras o en la plataforma Amazon.

20/abril/2024




Aqui puedes leer más sobre el libro de Cuentos para no caerse de la cama:

https://diezmodepalabras.com/diezmito.html

martes, 15 de agosto de 2023

A la memoria de Herminio Martínez

 

 
Herminio Martínez, maestro, guía, luz, manantial, amigo entrañable y forjador de lectores y aspirantes a escritores. Bajo sus enseñanzas se formaron profesionistas, poetas, narradores, muchos hombres y mujeres de bien, narrador extraordinario con una memoria prodigiosa y una voz plena de matices, se podía escuchar al maestro sin sentir el paso del tiempo, con esa palabra siempre rica en expresiones lingüísticas, metáforas navegantes y buen humor.
 
 

EL PUEBLO DE LAS TORTUGAS

Por: Herminio Martínez

Mele era un niño pobre, acaso el más pobre de toda la región. Sus padres, honrados campesinos, todos los días le pedían a Dios por sus ocho hijos, para que se los cuidara mientras ellos se iban al trabajo.      Mele era el mayor y acostumbraba recorrer los campos en busca de flores, frutillas y algunas raíces comestibles, para llevarle comida a sus hermanos, quienes, por supuesto, tampoco podían ir a la escuela, porque vivían lejos, muy lejos de cualquier ciudad.

         —Mmmm –decía el menor-, qué rico, qué rico. Quiero más.

         —Y yo… -hablaba algún otro.

         —Y yo también… -continuaban los pequeños.

         —Mañana les traeré miel silvestre. Iré hasta la barranca de las rocas aullantes  o tal vez un poco más allá.

         Por la tarde, cuando los padres regresaban, sabían que su buen hijo tenía bien atendidos a sus siete hermanos, porque Dios lo apoyaba y un ángel de la guarda le iba marcando los caminos. Los ángeles de la guarda, en ocasiones, asumen la forma de animales para comunicarse con los niños. Éste fue el caso:

         Un día, mientras Mele vagaba por ahí, escuchó un lamento. Triste, muy triste. Una especie de queja que desgarraba el corazón.

         —¿Quién es? -preguntó.

         —Yo –respondió una joven tortuga-; estoy atrapada en las espinas. Ayúdame, por favor, no puedo liberarme.

         —Claro –respondió inmediatamente el joven-, ahora mismo, amiguita; no te muevas para que no te lastimes más.

         Y diciendo y actuando, en unos instantes se lanzó hacia las púas donde la pequeña criatura luchaba por salir, doliéndose, desesperada, por no poder ni siquiera ponerse boca abajo, como andan siempre las tortugas.

         —Ya casi, ya casi… -le decía, sin dejar de hacer lo que mejor le convenía por no lastimarla más-. Sólo un poco más. ¡Caramba!

         —Qué tonta fui; no sé cómo vine a meterme entre estas rocas.

         —No te preocupes. Ya casi está…

         Al rato, cuando por fin la tuvo entre sus manos, le habló compadecido:

         —Ya puedes irte, amiguita. Y ten mucho cuidado con estas plantas espinosas. Son como los gatos o… los tigres –agregó.

         —¡Gracias! ¡Gracias! –exclamó emocionada la tortuga-. Y ahora, ¿cómo y con qué he de pagarte? Estoy lejos de casa.

         —Me alegro que estés a salvo, amiguita -le habló Mele-; con esto me es más que suficiente. Yo también me hallo lejos de casa; todos los días salgo a buscar algo para que coman mis hermanos.

         —Lo sé.

         —¿Tú? –se sorprendió el muchacho.

         —En realidad, en el pueblo de las Tortugas todos lo sabemos: chicos y grandes no hacen sino hablar bien de ti.

         —Entonces tengo que irme, ya sabes cuál es mi obligación. Apenas comenzaba a recoger algunas hierbas.

         —Bueno, ¿y si te invito a casa? A mis padres les dará un enorme gusto conocerte. Comes con nosotros y después te vas.

         —Oh, no. A tu paso nunca llegaríamos. Mis hermanitos no pueden esperar; además, mis padres regresan por la tarde.

         —¿Y quién dice que iremos a mi paso?

         —¿Entonces?

         —Al tuyo. Tú me cargarás. Además, estoy muy fatigada y si me quedo aquí me comerá una zorra.

         —Es que…

         —¡Nada! ¡Nada! Cárgame ahora, ya.

         —De acuerdo, pero nos iremos rápido.

         —A tus pasos.

         Mele la tomó en sus brazos: parecía tan frágil, tan pequeña.

         —Tengo frío, arrópame -le pidió, temblando-. El niño la juntó a su pecho como si fuese un pajarito, una flor o una paloma enferma.

         “Pobre de ella –pensó-, en verdad es una tortuguita muy hermosa. La llevaré a su casa y enseguida continuaré buscando qué comer.

         —¿Por dónde me voy? –le preguntó.

         —Por el camino amarillo –respondió ella.

         Mele se dio cuenta que ante sus ojos había tres caminos diferentes: uno azul, otro negro y el tercero era amarillo, como el dorado de los trigos a la hora de la tarde o el cabello de las hadas cuando las peina el viento.

         —Toma esta moneda –le dijo la tortuguita, bostezando-, ella te indicará por dónde irte cuando yo ya no pueda contestarte, porque me habrá vencido el sueño. Estoy tan fatigada, mmm.

         —Descansa, amiguita; tú no te preocupes. Total, unas horas más que mis hermanitos se aguanten las ganas de comer, no importan.

         La tortuguita no le respondió más, pero el niño sintió cómo vibraba la moneda en su bolsillo.

         —¿Qué? -hizo.

         Y no terminaba de asombrarse, cuando se halló, de pronto, en un inmenso valle rodeado de arboledas oscuras y un horizonte azul, que a ratos destellaba, como si en él jugaran los relámpagos.

         —¿Eh?

         —¿Qué sucede? ¿Ya llegamos? –apenas si abrió un ojito la tortuga.

         —No lo sé.

         —Entonces continúa. Hazle caso a la moneda de oro. Estamos ya en el pueblo donde radicamos las tortugas.

         La llanura parecía estar hecha de espigas cuando las ha madurado el tiempo. Y sí, había muchas tortugas, que por donde quiera se asomaban, charlando, comentando.

         Al rato, la moneda dejó de estar inquieta y la tortuguita abrió los ojos para decirle al niño:

         —Ya llegamos, bájame aquí.

         —De acuerdo. Ya era hora.

         —¡Mamá! ¡Papá! –gritó.

Dos enormes tortugas aparecieron a la entrada de una pequeña cueva.

         —¡Hijita! –le dijo su mamá.

         —Ven acá, pequeña –le habló el papá.

         —Aquí está tu moneda –le dijo Mele.

         —No, es para ti –respondieron las tres tortugas.

         —¿Mía?

         —Sí, para que ya no tengas que salir a buscar raíces entre las rocas y los vientos. De ahora en adelante, cada vez que necesites algo, bastará que frotes la moneda y expreses tus deseos.

         —¿De verdad?

         —Prueba –le dijo la tortuguita, sintiéndose muy feliz entre sus padres-. Sujétala como si la fueras a rodar y expresa lo que más anhelas.

         —De acuerdo –respondió el niño-: Quiero estar en una hermosa casa, con mis papás y mis hermanos, delante de una enorme mesa de comida, frutas y agua fresca.

         —Gracias por todo –alcanzó a escuchar decir a las tres tortugas e inmediatamente se halló sentado ante la mesa de sus sueños, en una casa que también parecía estar hecha de sueños, compartiendo con sus papás y hermanos un banquete jamás imaginado, ni siquiera en sueños.

         Y a partir de entonces, aquella familia inició una existencia diferente. Cada vez que necesitaban algo, bastaba con pedírselo a la moneda mágica y ésta les indicaba qué hacer o qué no hacer, como, por ejemplo, si convenía viajar a otro país, visitar ciudades, ir al mar, socorrer a los más necesitados. En todo los complacía, porque ellos eran buenos y habían sufrido y nunca dejaban de ayudar a los necesitados de la tierra.

  


 

 
 

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