domingo, 24 de junio de 2018

NUESTRA CARA DE GATO



NUESTRA CARA DE GATO

El gato… ese felino escurridizo y tan fiero como tierno, que pasa inadvertido con sus pasos de silencio, ha sido protagonista de todo tipo de cultos: objeto (como un dios) y sujeto (mensajero, ser diabólico o con propiedades mágicas). Sopesar la historia del gato es revisar los propios anhelos, miedos, aspiraciones y frustraciones de la humanidad.
Según la ciencia, tiene siete mil años el proceso de domesticación y aún no termina. Todavía es salvaje, a pesar de su comportamiento tierno y grácil. Al gato no lo tenemos… él nos tiene (quizá se requiera otro tanto de tiempo para moldearnos a su parecer). El gato decide a quién está apegado, pero no lo reconoce como amo. El perro entregó su libertad por una caricia por lo que necesita la atención de su amo y es capaz de morir de hambre su lado, solo por amor. En el perro se entiende la vinculación entre las palabras amo y amar. Al gato la caricia no lo doblega porque es capaz de decir «ya basta» y si su dueño no lo dota de alimentos, lo abandona. 
El gato no depende del ser humano; el ser humano está atrapado afectivamente al gato por sus cualidades. Su vanidad es legendaria. Se acicala tanto como le es posible. Solo deja esa actividad para dormir, si le llama algo la atención o debe comer. Su curiosidad no tiene límite. Escudriña todo lo que se mueve hasta matarlo. Juega con un ratón todo el tiempo que le es posible: la impaciencia pierde a la víctima. El egoísmo  y vanidad del gato lo hacen atractivo porque refleja esas añoradas cualidades humanas. El gato es un espejo en el que nos miramos.
Estas no son narraciones extraordinarias de los gatos; son gatos que motivan el extraordinario gusto de dedicarle una narración. Disfrútenlas.
Enrique R. Soriano Valencia




FELIS SILVESTRIS CATUS
Rafael Aguilera Mendoza

Terciopelo gris, seda y uñas. Cabía en la palma de mi mano y sobraba espacio, un gatito de peluche; pero un miau lánguido me dijo: "estoy vivo".
Ahora, este puñadito de carne y huesos es nuestro gato. Lo trajo mi nieto Jonatahn. Nos dijo que tenía un mes de vida, y que es gatita. Ya tiene viviendo dos meses en mi casa, es decir, tiene tres meses de vida. Esta minina es muy loca y muy feliz, por eso, mi hija Minerva le puso por nombre, Happy. Es una cachorrita de entre dos, y dos años y medio, según la edad equivalente gatuna con la humana. Por eso la cuidamos como se cuida un bebé.
Happy no tiene pedigrí, es lo que se dice raza común y corriente; pero es inteligente y tiene su belleza escondida. Está creciendo mucho, larga y delgada, pero muy fuerte y veloz. Sus ojos verde-amarillos se tornan plata brillante por el reflejo de la luna.
Al separar a Happy de su madre a tan tierna edad, le faltó tiempo de aprender de ella  y oportunidad de jugar con sus hermanitos a las luchitas, vale decir, rasguños y mordidas, como es la costumbre entre las crías felinas. Todos en casa, aceptábamos que Happy jugara con nuestras manos y pies. Eso cuando llegó de un mes de edad. Ahora ya se pasa en sus juegos y amorosas manifestaciones.
Comprendo con pena, que Happy es más salvaje de lo que yo quisiera. Se esconde bajo un mueble o en un rincón, y al pasar cualquier humano de la casa, se arroja a los tobillos y muerde el pantalón, y a veces, piel o carne. La regañamos y le damos un pequeño coscorrón para que no lo haga, entonces, corre a esconderse entre los muebles. Después de un rato, se hace presente, hace un lastimero miau, como disculpa, y si alguien de la familia está sentado, se arroja suavemente a su  regazo. Sabe bien que toda la familia la quiere. No nos guarda rencor. Ya se apoderó de toda la casa y del corazón de todos los que la habitamos. Para Happy, yo soy papá gato que le consiente casi todo.
Cuando Happy llegó a esta casa, tenía miedo de salir al pequeño jardín del patio trasero. Ahora es su lugar favorito. Para ella es una selva. Husmea y se cuela por macetas y rincones. Se trepa hasta más de un metro del tronco del limonero, este que en abril era una fronda de esmeraldas, y ahora, con estos tórridos días de mayo, se engalana con áureos frutos. De pronto, Happy yergue las orejas, la fiereza de sus ancestros le sale por los ojos. Yo no sé qué recuerda, que ve de otras vidas. Me imagino que en este pequeño jardín mira el bosque, la montaña de sus antepasados.
Ayer vi en internet  la foto de un gato silvestre. Happy es el vivo retrato en imagen, color  y salvaje belleza de ese su tatarabuelo.



DESCANSO INTERRUMPIDO
Verónica Salazar G.

Después de una ajetreada semana, lo que más quiero esté domingo es descansar en casa.
Acomodo mis descuidados cabellos con los dedos y enfundada en mi vieja bata, me siento en el cómodo sillón adquirido en un bazar. Por fin veré esa película que por falta de tiempo no he podido disfrutar. Mis planes se ven interrumpidos cuando te asomas por la puerta de la recamara y me observas con esa mirada intensa y profunda. Me sorprende, ya que te dejé dormido después de levantarme. Admiré tu cuerpo relajado a lo largo de la cama, por eso salí sin hacer ruido y ahora estás ahí, titubeante, acechando. No lo dudas, te acercas con paso ágil, firme, sensual. Te frotas en mis piernas y me estremezco, sonrío. Sé exactamente  lo que quieres, tú nunca olvidas y yo te prometí algo ayer si te portabas bien. Así que dejo todo de lado y voy a la cocina mi querido Misífuz.
Abriré ese delicioso atún para ti, mi querido gatito.




CHITO
Laura Margarita Medina Vega

El color oscuro de su pelaje y el azul de sus ojos le daban un toque de misterio.
Fue mi primera mascota regalo de Don Cándido, un vendedor de cachorros que tenía su puesto en el mercado Morelos de la ciudad de Celaya.
Cada vez que llega a mi mente aquel domingo, vuelvo a ser niña, la pequeña consentida de mamá. Que siempre anheló tener de un gato para jugar con él y cuidarlo como  si fuera mi hijo.
Ese día, mi hermana mayor y yo, acompañamos a mi madre a hacer el mandado. Entre los andadores donde se vendía la fruta estaba un agradable anciano que nos saludó amablemente. Mamá se acercó a platicar con él, mientras mi hermana y yo curioseábamos entre las cajas de cartón donde estaban unos hermosos gatitos. El hombre al ver nuestras caras de alegría nos regalos uno a cada quien. Mi  hermana se quedó con el gris y yo con el negro, al cual le  llamé Chito.
Era un gato muy inquieto y desobediente. Me arañaba cuando lo quería tocar. No le gustaba jugar, y creo que hasta le caía yo mal. Lo eduqué un poco pero nunca le gustó bañarse, además se escondía y salía solo cuando le decía: Chito, Chito, Chito. Luego, caminaba con paso lento y una mirada sagaz.
Mi espíritu travieso me hacía correr para atraparlo, pero siempre fue más ágil de lo que pensaba. Filosas garras aparecían de pronto de entre sus patas para encajarse dentro de mi piel. Lo soltaba de inmediato.
 A pesar de su horrible temperamento, lo amaba demasiado.
Una noche, mamá me pidió que le acercara su bandeja de comida. Y mientras comía lo observé. Me dio mucha ternura. Le puse mi pequeña mano sobre su cabeza y de pronto, con un gesto agresivo volteó la cabeza y aprisionó uno de mis dedos con sus filosos dientes. Yo grité:
           –– ¡Mamá, mamá!
Chito no soltó mi dedo, hasta que mi madre apareció. Con un ademán amenazante, ella lo asustó.
Después de lavar la herida me llevó a dormir. Aunque seguí llorando por el terrible dolor.
Al amanecer ya había perdonado a mi mascota. Quería verla de nuevo. Lo busqué, dije muchas veces su nombre mientras caminaba por toda la casa. Lloré de nuevo porque creí que me había abandonado. Gritaba desesperada:
           –– ¿Dónde estás Chito?
 Al llegar a la última habitación me encontré a Chito.  Su cuerpo colgaba de entre los fierros que detenían el burro de planchar. Me acerqué de prisa, lo toqué temerosa. ¡No se movía!
Chito, extrañamente, había muerto.



MAMÍFEROS CUADRÚPEDOS
Eduardo Vázquez G.

No sé si se escriba “ñau”, o “miau”, lo que si sé, es que es media noche ya y esos condenados gatos no dejan de gritar como escuincles llorando.
Según dicen que le cantan a la luna y alguna vez me comentó mi amigo el poeta Martín Campa, que esos animales son primos lejanos del hombre lobo, además de ser compañeros de los fantasmas, enemigos del chupacabras, y muy amigos de las brujas y lo desconocido, sobre todo los de pelaje negro y ojos amarillos, además de ser rateros, pues aprovechan la noche para meterse a las casas y robarse lo que puedan de comida.
 Y yo por más chiflidos, gritos y zapatazos que les aviento, no logro callarlos y solo me distraen a la luna; ella que es la portadora de los mensajes amorosos a  los enamorados, ella que es la que se encarga de acortar las distancias, ella que es la musa perfecta para el escritor. Luna hermosa que nos hace sentir románticos, esa luna que muchas veces he pensado que solamente es mía y de nadie más, esa luna que inspira, que entristece, que hace llorar y que a veces aconseja para tomar decisiones importantes, esa luna que se mete por la ventana y entra silenciosa a tu cama. 
Y estos mendigos mamíferos, cuadrúpedos, felinos de cuerpo flexible, cabeza pequeña, largos bigotes y excelente visión nocturna, me vienen a romper la inspiración.




BESO DE GATO
Diana Alejandra Aboytes Martínez

Era verano. Yo vestía sólo una transparente bata corta mientras cocinaba. Abrí la ventila para que salieran los vapores. Mi cuerpo se movía con cadencia obedeciendo al ritmo de jazz que sonaba en el radio.
De pronto en la ventila, un gato negro me observaba. Con su mirada largamente verde y su porte engalanado me sorprendía bailando.
El muy atrevido, al verse descubierto, no se sintió intimidado. Antes bien el muy coqueto, con elegancia movió su esponjado rabo.
Me pareció tan gracioso. Todo guapo, peludo y descarado, ¡me robó el corazón!
Dio un salto y ya estaba adentro. Le ofrecí un plato de sopa y en agradecimiento se enroscó entre mis piernas, mientras lo acaricié por el cuerpo.
Si hubo alguien que besó un sapo, ¿por qué yo no he de besar un gato?
Anoche lo tomé entre mis manos y lo besé en el hocico. No debió gustarle porque ya no lo he visto.
Tal vez un día de estos aparezca hecho hombre o yo amanezca maullando.



TEO
Victor Manuel García Aguilar

Esperaba todos los días justo fuera de la puerta a que llegara de la escuela. Sabía que no faltaba mucho, la sombra del árbol no era tan grande y estaba justo debajo. 
Esta vez llegó contigo, la tomabas de la mano y sonreías. Me miraste, entraste después de ella y los seguí a la sala. Me tomaste entre tus manos, eran más grandes que las de mi dueña, sabías justo donde acariciarme. Tus ojos y los míos estuvieron en contacto, me remedabas a la vez que mis pupilas se cerraban y cada que bostezaba.
Estaba a punto de irme y te escuché, sólo existe una canción en el mundo que me hace sentir increíble y tú, comenzaste a chiflar nota por nota el coro de esa canción.
He de admitir, al principio no me agradabas y actuaba como vil felino para que me detestaras y no volvieras. Pero ese primer silbido, ese sonido tan suave y tan agudo me dejó hechizado.
Ella te hacia esperar, me tomabas en tu regazo y me acariciabas el pelaje sin cesar, masajeabas mi cabeza y en tus dedos me sentía protegido. Te hiciste mi amigo y te empezaba a extrañar. 
Yo ronroneaba al acostarme contigo a ver la televisión, me echaba sobre tu pecho y te sentía respirar, la besabas y me decías adiós. Pero lo que más me gustaba era escuchar tu silbido.
Siempre que nos visitabas, dudaba que ella se emocionara más que yo. Por primera vez cruzaba el patio delantero y en tus brazos paseaba con ustedes, cada beso con ella era una caricia para mí, la abrazabas y entre los dos el frío del parque se convertía en verano.
Un mes después ella me tomó de la ventana, llevaba una playera, y en ella tu aroma. Me acerco y me recuesto sobre ambas, ha pasado un tiempo y no te escucho cantar. Parece que llora, se siente fría y su voz se quiebra.
Hace un año no te veo. Me pregunto ¿dónde estás? Para ser sincero, ahora que recuerdo ella me contó que hace poco terminó su amor. 
No lo entiendo ¿Acaso te olvidaste ya de mí? ¿Qué te cuento? Ella llora al dormir y yo solo quiero escuchar tu silbido. Su amor debería durar mucho tiempo. Ven a visitarme una vez más por favor, te lo pido. En verdad extraño mucho tu silbido.




*Textos publicados en El Sol del Bajío, Celaya, Gto.

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