POETAS DE MICHOACÁN
A
MANERA DE PRESENTACIÓN
Hablar
de la literatura en el estado de Michoacán, o de la ciudad de Morelia, es
hablar de una larga tradición, que algunos remontan a épocas prehispánicas como
las de Curicaveri, Caltzontzin, etcetéra. O bien hay algunos más que lo hacen a
la época de la colonia, José Manuel Martínez de Navarrete; otros más a la época
de la insurgencia con la naciente mexicanidad, por ejemplo Francisco Manuel
Sánchez de Tagle, entre muchos más. Podríamos recorrer el siglo XIX y los
nombres abundan; desde el famoso Amado Nervo y los modernistas o, podríamos
iniciar hablando del siglo XX con Donato Arenas López. Lo cierto es que a
finales del siglo XX, el índice demográfico de las letras michoacanas se fue a
la alza, y los nombres de los vates michoacanos ya recorren esta “re-pública”
de las letras mexicas, desde Ramón Martínez Ocaranza, “El Chino” Sanzón Flores,
Concha Urquiza entre varios, en la narrativa José Rubén Romero y Javier Vargas
Pardo “Céfero”. Más recientemente Homero Aridjis, Gaspar Aguilera, Francisco
Javier Larios, Neftalí Coria, Antonio Mendiola, -sólo por decir algunos- y
llegaríamos a las generaciones de los finales de siglo, con poetas no tan
noveles, cuya lista sería extensa.
Mejor
me ciño al guión del programa que los amigos del “Diezmo de palabras” de Celaya,
Guanajuato, nos han solicitado, por medio de mi amigo Martín Campa Martínez,
gesto que agradezco y quedo muy agradecido; me han pedido autores que no hayan
publicado, pero cuya calidad sobresalga; quizá el pedimento sea por las
noticias de las mafias en las letras, la falta de honradez en las instituciones
culturales del estado de Michoacán o de los olvidos del destino, así que los
dejo con algunos amigos:
Comenzaré
por hablarles de Gaby Mandujano, ella es doctora, le conocí hace un par de
años, hemos hecho taller juntos, compartido lecturas públicas, es una escritora
no sólo dedicada, sino con un estilo propio, mucha gente se la pasa buscando
ese estilo, hay otros que nacen con él; su escritura va del juego erótico a la
búsqueda interna, escapa del tono confesional de muchas mujeres y es directa
tanto en su poesía como en su narrativa.
Después
tenemos a José Luis López, él es egresado de la Escuela Popular de Bellas
Artes, es un pintor muy conocido y de larga trayectoria, además de tener la
maestría en Filosofía de la Cultura, y tiene su propio estilo que oscila entre
el tono erótico de Miller, pasa por Bukowsky y llega al realismo sucio muy a la
Carver. Un escritor que no se tienta el corazón escribiendo cosas cursis, como
él mismo lo dice, sino que describe el mundo como él lo ve: horroroso.
Después
tenemos a Arturo Bocanegra, un joven egresado de filosofía, con una muy
particular manera de escribir poesía, va del tono casi de prosa, hacia el juego
verbal de una poesía que lo descubre y nos devela la vida que comparte.
Después
tenemos a Márku Kárany, un joven oriundo de las regiones purépechas, una poesía
poderosa, una voz que no grita, que canta muy en el tono de las pirekuas, una
palabra amorosa, que no escatima en la moralidad de su entorno, sino que encuentra
su libertad en la escritura.
A
Erik Moya lo conocí por casualidad en la red, lo invité a las lecturas que
hacemos los miércoles en el Monotipo y nos atrapó con sus palabras que van del
verso a la prosa poética, es egresado de la Escuela de Lenguas y Literaturas
Hispánicas.
Faltan
muchos nombres, muchos escritores que comienzan a encontrar un lugar donde dar
a conocer sus trabajos. Lo hacemos de manera independiente, alejados de las
amañadas instituciones culturales y de las mafias que les pueblan. Y quiero
agradecer a Julio Edgar Méndez, coordinador del taller literario “Diezmo de
palabras”, por darnos esta oportunidad de publicar nuestras letras en esta
página.
Marco Antonio Regalado
ALGO
QUE EMPECÉ Y NO SÉ CUANDO TERMINE
Gabriela
Mandujano
Mi
hija piensa que las horas
sólo
tienen cincuenta y nueve minutos,
piensa
que a todas las horas les falta un minuto,
que
las manecillas del reloj cargan pesadas horas
que
hay un minuto perdido entre una mirada,
un
regaño y su escondite secreto.
Intento
explicarle la relatividad del tiempo,
le
digo que su sonrisa amarilla dura veinticuatro horas,
que
sus lágrimas forman témpanos,
que
sólo se derriten en primavera,
que
su vestido limpio dura menos de un minuto.
Le
cuento que el tiempo se escurre
como
agua entre los dedos
y
que a veces el tiempo como el agua se congela;
se
vuelve sólida y tajante como una madrugada.
También
le susurré que se evapora el tiempo
en
un cuento de niños, en un abrazo o en muchos besos.
Intenté
explicarle que su ida a la escuela durará años,
que
las rondas hacen pequeñas a las noches,
delgadas,
minúsculas.
Le
expliqué que los amores de invierno,
sin
cobijas, duran varias primaveras.
Que
la menstruación ha durado siglos
y
que la taza de té para cólicos de la abuela
es
simplemente eterna.
Le
expliqué que cuando voy a trabajar, soy yo por cuatro horas,
que
el resto, sólo soy un robot activado por un bolsillo roto,
donde
caen las horas a un agujero que da a una alcantarilla de la calle,
le
dije que ella sería niña la mitad de su vida,
que
sería mujer cada noche de luna llena
para
evitar que los lobos la devoren,
le
mostré que el embarazo humano
dura
veintiún años y a veces más;
pues
hay personas que nacen a los cuarenta,
a
los sesenta o que mueren sin salir del útero.
La
invité a dar un paseo por el parque
desde
donde se ve el reloj
plácidamente
inmóvil, muerto.
Desde
sus manitas enlazadas con las mías,
le
fuimos dando cuerda a este inmenso reloj que es la vida.
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Arturo
Bocanegra
Las traigo locas,
bien
putitas,
mojaditas,
solidarias,
activas,
andan
tras mi gran acervo,
mi
lengua cariñosa,
verbo
en acción
furtiva
andante…
Me
marcan,
mandan
mensajes,
dejan
inbox…
Me
coquetean,
me
miran,
se
me acercan,
se
despiden cariñosas,
repegan
toda su figura contra mi ser…
Me
atienden,
me
sirven,
las
cojo a todas,
las
abrazo,
las
apapacho,
las
acaricio,
las
excito,
me
las como a mordidas,
con
desesperación,
con
anhelo,
las
introduzco en mí,
las
disfruto …
No
sé qué haría sin ellas,
estaría
tal vez perdido en un almacén,
descansando
como papel viejo, flácido,
sin
aventuras,
sin
amantes,
sin
placer: “Las Palabras”
A
VOS:
Márku
Karány
Le
comparto, con mucha insistencia las fases y facetas de mi Vida...
Hay
un espacio y lugar para alguien como usted; al lado, enfrente, encima, abajo y
a la izquierda de esta Andanza...
¡La
locura está servida!
Si
mira la puerta cerrada, opte por saltar por la ventana: El agua está hirviente
en la Cocina; Traiga sus ojos; Falta ese Café aromático que es su esencia.
¡Mi
Alma la llama!
A Vos:
Le
comparto los fragmentos y pizcas de mil y una nada...
Traiga
ese café de usted...
Esta
noche tomaremos Chocolate y le Tomaré...
Y
usted posiblemente ya no tenga que marcharse.
Probablemente
decida quedarse.
¡Me
enamoré!
Hace
frío.
Su
nariz se pone roja, sus labios se agrietan...
Siento
como su latir se agita y sus
cachetitos
se sonrojan.
La
hoguera está ardiendo.
¡No
puede ser correcto que no despertemos de lado a lado!
¡Amanda..!
Mire
que linda noche.
¿Recuerda
nuestras madrugadas?
Entra
por la ventana, cual si fueses tú el Rayito de Sol de alguna Pirekua...
Mis
brazos anhelan ser tu madriguera.
Vos,
por favor:
No
tardes. Llega y quizá;
Ya
no te vayas.
++++++++++++++++++++++++++
FORASTERO
Erik Moya
Mi
padre es forastero. Pilotea la nave de los padres forasteros. Deja de existir
por semanas, meses, años. Resucita cuando la soledad se ha comido parte de sus
testículos. Para ensamblar las partes que le faltan levanta el teléfono y llama
a nosotros sus dos hijos. Los dos hijos encajan: mi hermano en el testículo
derecho y yo en el izquierdo y vuelve a su nave de padre forastero. Nos
aniquila y nos expulsa en baños públicos, en la tela de sus calzones o en la
pared vaginal de no sé qué pinche prostituta. Por eso mi madre le regaló las
llaves de su nave y le dijo que se llevara lejos a su espíritu forastero. A
ella la he colocado en un pedestal, le limpié la sangre de aquellas semanas, de
aquellos meses, de aquellos años.
Mientras
se fabrican hijos no se piensa en cuántas veces morirán por culpa de ellos.
JANIS
JOPLIN Y LOS JOTKEIS
Luis López
Deambulaba
yo por la calle como siempre, ya sabes, con un sentimiento de náusea en las
tripas. Sales a la calle ¿y qué ves, qué encuentras? La vecina avienta
cubetadas de agua en la banqueta, una anciana pasea sus infinitamente odiosos
perros falderos, los ha vestido con suéter y faldita rosada, la camioneta
retacada de policías hijueputas, el ciego que grita de hambre y avanza
abriéndose paso a bastonazos. No deja de ser asombrosa la adaptación humana al
horror.
Vibra
el teléfono celular, es Marco, dice que le caiga a su casa, que lleve unas
chelas, que la Caro está deprimida. Encamino rumbo a la comer, compro un six y
un charanda. Marco vive en un depa allá por ciudad universitaria, puedo llegar
caminando en media hora, cosa de enfilar por la avenida, atravesar el puente
sobre el río de aguas negras, que no son negras, son de un color café marrón
espumoso, y flotan bolsas de basura, ropas desgarradas, animales muertos. Luego
hay que girar a la izquierda por la taquería grafitiada, esquivar los
esqueletos de carro que los mecánicos intentan resucitar. El horizonte es un
telón pintado por siluetas de postes y edificios grises.
Estamos
comiendo galletas de mota, ya acabamos con las chelas. Carolina y Marco
observan el paisaje que se mete por las ventanas, una atmósfera amarilla
naranja nos envuelve. Color urinario. Planetas en formación bullen en el caldo
espeso de la tarde.
El
plan era cocinar jotkeis pero la masa, abundante en sustancia canabinoide se
ponía tiesa en el horno de microondas. Tal vez le faltó levadura o qué se yo,
pero resultaron galletas verdes. Marco Antonio vigilaba la ventanita luminosa
que guardaba en su interior la sana alimentación, girando y girando sin
sentido. Comí una, dos, cuatro sin sentir nada chido, comí cinco o seis más.
La
música de Janis Joplin rebota contra las paredes. La bruja cósmica alarga la
frase, alarga el aullido. Se queja de soledad, su famosa soledad. La voz viene
de lejos, muy lejos, como salida de un pozo de muerte, nadie responde su
plegaria, tiene el cuerpo sólidamente atado con alambre de púas y sus manos
sangran. Pide que le arranques otro pedazo de corazón, si eso te hace feliz
beibi. Empiezo a sentir miedo. La Janis chilla como un gato apuñalado en el
vientre, y los gritos son blues cósmico, son agujas en la carne, clavos,
bayonetas erizas.
Resbalo
de mi silla y caigo atravesado por los dardos venenosos de la Janis. Las
explosiones de música se incrustan en la carne como vidrios rotos. Me pongo a
reflexionar sobre la antigua mitología del corazón en pedazos. Intento
levantarme del subsuelo pero resbalo una y otra vez.
Carolina
cuenta la historia de su gato. El bicho apareció un día en su casa, como salido
de ninguna parte. Lo bautizó con el nombre de Janis por su aspecto escuálido y
quejumbroso. Janis el gato bisexual. Lo mataron los vecinos, lo envenenaron. El
cadáver fue encontrado en un lote baldío, ya roído por los gusanos. Nos
reímos mucho con esa anécdota.
Luego
hablamos de suicidios ejemplares, recordamos a los miembros del club de los
veintisiete, al ahorcado, al que saltó frente al tren subterráneo, al que se
metió un cañón de escopeta por el hocico, intercambiamos recetas de anfetaminas
con alcohol, hay que abrir la llave del gas. El
amor mutila el cuerpo con finas mentiras.
Carolina
habla de extraterrestres, tal vez ella es extraterrestre, come galletas verdes,
¿o es carne roja de un plato? Marco está a punto de caer, pero se aferra con
ambas manos a la orilla del irrisorio abismo, hace años que olvidamos una
galleta que gira y gira como un planetoide adentro de la caja luminosa. Empieza
a echar humo y todos comprendemos la metáfora.
La
Janis chilla, y cada estridencia, cada llanto de niña triste se convierte en
filo cortante. Sé que eres infeliz, niña muerta, niña azul. Y la guitarra clava sus clavos, lluvia de
llanto, y los metales ladran contra la
rabia de la batería, y los dientes del piano muerden la noche, y las estrellas
lanzan su lamento afilado, filamento…
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